09. Pudor (II)

Hagamos una pequeña pausa para hablar sobre el pudor:

El pudor es el nivel de vergüenza que se siente al desnudarse ante alguien, ya sea un tema de vestimenta o emocional. Dejando el segundo tipo a un lado, el primero es un asunto meramente cultural, por lo cual varía de una persona a otra dependiendo del ambiente en el que haya crecido.

En mi caso, al haber pasado toda la vida entre habitaciones compartidas, baños comunes y revisiones médicas frecuentes (las cuales ahora sospechaba que no sólo buscaban cuidar mi salud), era consciente de que mi umbral en dicho asunto estaba un par de peldaños por encima de la media. 

Probablemente por eso mi respuesta a la entrecortada pregunta de Drake fue un frío y sardónico:

—¿Por qué debería llevar ropa? ¿No se supone que este cubículo rarito es mi habitación? ¿Debería haber visto venir que alguien entraría volando por la ventana?

Él, cuyo estado mental no lucía muy estable desde que había sido consciente de mi nudismo, se bamboleaba a un lado con los ojos tapados en un esfuerzo por no ver más de la cuenta.

— ¿Qué? ¡No! Digo... ¡Sí! Digo... —Balbuceaba contra una pared— ¿Quieres hacer el favor de ponerte algo de ropa?

Su exagerado ataque de timidez hinchó mi mejilla derecha con media sonrisa.

— ¿Qué pasa, señor "Cásate-conmigo"? —Lo pinché— ¿No tardaste ni cinco minutos en pedirme matrimonio y verme desnuda es demasiado para ti?

— ¡Eso y aquello son asuntos completamente diferentes! —Gritó a la desesperada— Te lo pido por favor: ¿Podrías vestirte?

Pese a resultar extremadamente divertido meterme con él, decidí acceder a su petición... por si acaso. Ahora podría estar actuando así, pero quién sabía cómo funcionaba la libido de un dragón.

—Yo lo haría, pero... —inspeccioné el suelo de la habitación en busca de algo que ya había echado en falta con anterioridad— al parecer alguien se ha llevado mi ropa.

— ¿Qué? —Drake se quedó paralizado ante mis palabras. Sólo tras una breve reflexión pareció encontrarles significado— ¡Oh! No se la ha llevado nadie, te la habrá retirado el cuarto para limpiarla.

Que él la comprendiese no significaba que su respuesta tuviera sentido para mí, así que insistí:

— ¿El cuarto?

—Sí, así funcionan las habitaciones del Palacio Cristalino —me explicó sin dejar en ningún momento de darme la espalda—. Se moldean de forma acorde a las necesidades de sus huéspedes e incluso realizan algunas tareas menores por ellos.

—Eso suena estúpidamente conveniente —Me habían asignado suficientes veces limpiar las habitaciones de mis compañeros de orfanato como para desear en mil ocasiones que tal cosa existiera, razón por la cual el tema seguía sin convencerme.

—Pero es verdad. Por eso sólo hay una cama, porque era lo único que necesitabas anoche, cuando entraste. Así que si le pides tu ropa u otra necesidad simple, te hará caso.

Drake no se veía en condiciones de mentirme y, como al fin y al cabo no era lo más absurdo que había escuchado en las últimas veinticuatro horas, decidí darle una oportunidad:

—De acuerdo. Esto... ¿Habitación? —Me sentía un tanto estúpida al hablarle a un cuarto inerte— Me gustaría ducharme y vestirme.

— ¿Quién ha dicho nada de ducharse? —Se sobresaltó el chico ante el giro improvisado a sus instrucciones.

—Lo digo yo —me planté—. Suelo ducharme antes de vestirme y eso es algo que, ahora mismo, necesito con urgencia. Más aún tras toda la basura de ayer.

No hubo respuesta por parte del dragón humanoide. En cambio, sí la hubo por la de la habitación:

Para mi sorpresa, en una de las paredes aparecieron dos chispas y, como si alguien estuviera usando un láser de alta potencia, ambos puntos de luz se fueron desplazando dejando tras de sí un trazo con forma de puerta grabado en el cristal.

Puerta que, tras apagarse sendas chispas emitiendo cierto restallido final parecido al de un látigo, se entreabrió.

Miré al experto para consultarle aquella obra de ingeniería instantánea, pero su prioridad número uno seguía siendo mantener sus ojos alejados de mí. Crucé entonces el lugar hasta el recién surgido acceso, procurando no cortarme con los cristales desperdigados por doquier y, al empujar la misteriosa puerta con la punta de los dedos, comprobé hasta qué punto sus disparatadas afirmaciones estaban en lo cierto. 

Tal y como había dicho, la habitación había obedecido mi petición y, como tallándolo en el interior del mineral que la componía, había dado lugar a una nueva estancia que contenía los elementos propios de un cuarto de baño: Había una bañera, una ducha, un lavamanos frente a ellas, un inodoro, un par de espejos de distintos tamaños y una cajonera incrustada en la pared.

Sin lugar a dudas era un baño. Tal vez algo más ostentoso de lo que estaba acostumbrada, dada la apariencia de diseño exclusivo otorgada por el material que lo componía todo, pero tampoco me iba a poner exquisita si al perder un centavo me entregaban un billete de a dólar.

Eso sí, antes de poner un pie en su interior, aproveché para meterme una última vez con :

—Puede que no sea una matadragones, pero como se te ocurra alguna idea rara mientras me estoy duchando desearás no haberme salvado de la sombra esa.

Y si alguien cree que me había librado de rarezas al dejar al enamoradizo dragón fuera del aseo, es que nunca ha visto una ducha como las del Palacio Cristalino, pues en cuanto puse los pies sobre ella comprobé para mi estupor, que carecía de mando alguno con el que regular el agua o su temperatura. Me llevó un rato comprender que, como tantas otras instalaciones allí, funcionaba con órdenes vocales o mentales y otro tanto aprender a mantener la temperatura adecuada del líquido sin que algún pensamiento pasajero la cambiase.

Conforme el agua se deslizaba por mi cuerpo, llevándose a su paso la suciedad y despertando mis músculos agarrotados mientras bailaba entre unas temperaturas y otras, pude comprobar la presencia de algo que no iba a limpiar: varios moretones y arañazos de cuando me había golpeado contra la pared del callejón. Por suerte no eran demasiado graves, así que opté por ignorarlos hasta que sanaran (como tantas otras veces) y continué a lo mío.

Una vez experimentado el extraño momento en que el agua pasó a convertirse en jabón y otro durante el cual logré al fin la gélida temperatura que buscaba para despejarme durante la parte final de mi aseo, admito que me tomé mi tiempo con aquella ducha. Conseguí así salir de ella refrescada, a gusto conmigo misma y dispuesta a soportar los sinsentidos que de seguro me esperaban fuera.

Tras secarme, abrí como quien no quiere la cosa uno de los cajones empotrados. Encontré allí mi ropa. O suponía que era mi ropa.

¿Por qué dudar de algo tan obvio? Pues porque Drake había dicho que la iban a limpiar, pero parecía recién salida de la fábrica textil de turno: Ni un hilo fuera de sitio en mi camiseta de tirantes marca blanca o en el plumón del cuello de mi cazadora de cuero -hablando de ella, disfrutaba de una ausencia total de arañazos, roturas o manchas de cualquier tipo producidas por el paso del tiempo y el uso-, estado similar al de mi ropa interior, pantalones vaqueros o incluso mis botas, que deberían estar hechas una pena por la basura que había pisado o el charco en que había caído horas atrás.

En todo caso, era otro caballo al que no le iba a mirar el diente, así que me vestí y peiné  sin dedicarle más tiempo del habitual a esa parte (lo mío no solía ser tirarme tres horas en el baño) y finalmente salí de allí.

Mi secuestrador seguía esperándome, de espaldas, mirando tan tranquilo al cielo azul tras los restos del ventanal despedazado. En cambio, la cama donde había dormido estaba perfectamente hecha, supuse que por obra y gracia de la propia habitación.

— ¿Disfrutas con la destrucción gratuita? —Pregunté en referencia a los cristales rotos que aún salpicaban el suelo y crujían bajo mis botas— ¿Acaso no sabes llegar a los sitios de una forma... no sé, menos explosiva?

Amagó con volverse hacia mí, deteniéndose a mitad del movimiento:

— ¿Estás vestida?

—Compruébalo tú mismo —fue mi respuesta.

Y aunque reticente, lo hizo, dándose cuenta para su alivio de que volvía a llevar ropa encima, aunque tal vez aún tenía en su cabeza mi nudismo anterior, pues tardó en mirarme a la cara más de lo debido:

— ¿Y bien? —interrumpí su escrutinio— ¿Qué es tan urgente como para colarte en el cuarto de una chica sin avisar y casi matarla del susto?

— ¡Oh, claro! —volvió en sí— Venía a preguntarte si querías que te enseñara el Palacio.

— ¿Y no podías llamar a la puerta? ¿Tenías que entrar al estilo hombre-cañón?

—¿Ves alguna puerta?—me aclaró haciendo con la mano un gesto hacia la pared interior de la estancia— El memo de Georgson se aseguró de que "por tu protección" no se te permitiera salir mientras decidían qué hacer contigo, así pues...

No había salida. Aunque estaba segura de poder señalar con el índice el punto exacto donde debería estar la puerta por la que había entrado la noche anterior, no había ni rastro de ella, sólo una blanca pared cristalina. Aquel era, sin lugar a dudas, un sitio de locos.

— ¿Y no se puede crear una con todo el rollo este de la habitación inteligente? —Drake negó con la cabeza— ¿Entonces, por dónde piensas que salgamos? Porque no me hace falta volver a asomarme a ese ventanal para saber que esto está bastante alto.

Una muda sonrisa de oreja a oreja fue toda la contestación que obtuve por su parte.

La respuesta apareció por su cuenta, descendiendo desde el cielo hasta quedar suspendida al otro lado del cristal despedazado. Una descomunal, recubierta de escamas anaranjadas y que batía con fuerza dos poderosas alas membranosas. Un ser que, en contraste al risueño joven a mi lado, mi cerebro unió inmediatamente a todas las letras de la palabra "dragón".

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