Capítulo 33: Bingo.
Kellan la volteó a ver.
— ¿Qué quieres saber primero? —le preguntó con calma.
—Todo, por favor.
—Para eso, tendré que contarte una historia.
Hizo una pausa. Era momento de contarle la historia que le habían estado ocultando durante todo su tiempo de vida, según lo que había averiguado por la conexión. Se le hacía extraño que le hubieran ocultado esa información, a él se la habían dicho ¿por qué a ella no? Seguía siendo un misterio, pero ahora se lo iba a decir.
—Nosotros descendemos de una familia de sacerdotes, lo curioso es que en cada familia solamente existía un solo sacerdote.
— ¿Sólo uno?
—Sí, tú padre.
Keira se sorprendió al escucharlo, no había conocido a su padre y le era sorprendente que él fuera el sacerdote que decía Kellan, no entendía porque se fue, por qué no estaba con ella y su madre.
— ¿En dónde está? ¿Por qué...? —se empezó a alterar, para Kellan era comprensible, no sabía nada de su padre en todo este tiempo y quería saber todo lo que fuera de él.
—Tranquila —la tomó de los hombros mirándola a los ojos con ternura y comprensión. —Te voy a contar todo ahora, tranquila.
Keira asintió. Sabía que todo lo que fuera que saliera de sus labios sea bueno o malo lo iba a soportar, si era de su padre quería saberlo todo así sea increíble u horrible, cualquier noticia lo iba a soportar, ya se había hecho a la idea de que pudiera estar muerto o vivo cautivo, iba a soportar cualquier cosa, solamente quería saber qué clase de hombre era su padre y esta historia le iba a rebelar cosas sobre él y por ende la iba a hacer sentirse cercana y conectada a él.
—Hace tiempo solo había una familia de sacerdotes que tenían dos hijos, uno era tu padre y otro era mi madre. —comenzó Kellan el relato. —Tu padre al ser el primogénito y único hombre adquirió las habilidades de su padre, nuestro abuelo, de la luna y el sol convirtiéndose así en el sacerdote de la familia; por su parte, mi madre sólo adquirió la habilidad de comunicarse con tu padre y de sentir cosas inusuales.
—Así como yo.
—Exacto, pero solamente esas. Tu padre era el único que podía tener contacto con los dragones y criaturas, gracias a esto tenía conocimiento de cada una de las piedras que estos poseían al igual que el conocimiento de los otros dragones y sus piedras, es decir, sabía las debilidades y fortalezas de cada uno. Eso lo hacía una persona invaluable para los benevolentes pero temible para los infernales. —hizo una pequeña pausa y luego prosiguió. —También era el único que sabía la localización de la piedra benevolente. —el rostro de Keira detonaba duda. —Es una piedra que contiene la combinación de las gemas de los benevolentes que al contacto con una gema de los infernales les concede el poder de los dragones benevolentes, el único problema es que solo puede ser usada por un dragón benevolente o uno con un poder equivalente junto con el poder del sacerdote.
—Los infernales querían a mi padre. —lo miró algo espantada.
—Sí. —le acarició el cabello y le sonrió para que se calmara. —Él ya había conocido a tu madre y la mía ya había conocido a mi padre, pero... —borró su sonrisa, Keira supo que venía algo triste o preocupante, trató de parecer fuerte para escuchar la historia. —Cuando los infernales se enteraron de que él sabía el paradero de esa piedra, él optó por esconderse así que mandó a tu madre y a la mía lejos mientras mi padre lo ayudaba a enfrentarse a los infernales, lo que ellos no sabían era que él había dividido su poder en los niños no nacidos, es decir, nosotros. Debido a eso tu padre quedó sin poder y por ende no podía usar la piedra ni encontrarla. —se acercó a Keira, que estaba cabizbaja y con una expresión de tristeza, y la abrazó. —Lamentablemente, tu padre y el mío fallecieron. —con eso, Keira derramó lágrimas al igual que Kellan. —Pero... —se separó de ella mirándola a los ojos limpiando un poco sus lágrimas. —Te dio algo importante, ese poder que llevas contigo era de él, es un recuerdo que tienes de él y por ende está contigo. Dio su vida para poder salvarte y protegerte, te amaba tanto que se alejó.
Keira llevó una mano a su corazón.
—Este poder, estas habilidades eran de él. —seguía llorando. —Es el único recuerdo que tengo de él... —sonrió mientras lo miraba. —Lo atesoraré.
Kellan la volvió a abrazar. —Atesóralo y mucho.
Keira sabía que su padre se había alejado para que los infernales no se acercaran a ella o a su madre y que por eso los había separado, para que ninguno de ellos les hiciera daño, eso le quedaba muy claro, sin embargo, dolía y mucho. Sintió un dolor inmenso al saber que sus sospechas habían sido ciertas, pero, no estaba enojada, sintió algo de felicidad al saber que su padre si la amaba, tanto como para dar su vida por ella y su madre. Sintió una calidez en su corazón, tal vez era el amor que su padre quería profesarle.
Se separó de Kellan y lo vio.
—Ahora sé que mi padre si me quería. —sonrió limpiándose las lágrimas. —Este poder lo cuidaré, y seré una sacerdotisa digna igual que él. —bajó un poco la mirada. — ¿Podrías dejarme despedirme?
Kellan entendió a lo que se refería, asintió para después pararse y volvió a entrar a la casa sin decir una palabra, ella necesitaba estar sola. Al entrar la miró por la ventana, él sentía su dolor y no podía hacer nada para reconfortarla, solamente esperar. Se dio la media vuelta y caminó a la sala sentándose en el sillón con expresión triste.
Keira se paró del árbol, el hipogrifo le hizo una reverencia y se marchó con un claro gesto de tristeza aunque no se le profesara en el rostro mientras que el fénix la seguía, claro que a una distancia razonable. Ella empezó a recoger diferentes flores, al igual que algunas piedras, encontró varias blancas así que las recogió.
Fue de nuevo al árbol colocando las piedras de una manera que presentaban un pequeño monumento, puso el pequeño ramo que hizo enfrente de su construcción, juntó sus manos y cerró sus ojos.
—Papá... —dijo en voz baja pero audible para ella. —Ahora sé lo que hiciste por mí y por mamá, al igual que por Kellan. Me hubiera gustado verte y decirte tantas cosas, preguntarte todo lo que estoy viendo y sintiendo, pero sé que por algo me diste este regalo y lo cuidaré muy bien. Siempre te extrañé, aunque no te había visto, te extrañé, y te quise, por todas las historias que contaba mamá de ti te quise. Adiós papá, te extrañaré siempre, y te querré siempre.
Derramó una última lágrima, abrió los ojos y miró al cielo con una sonrisa. Lufian se acercó y con su cabeza indicó que estaba con ella dándole afecto.
—Gracias, Lufian. —lo abrazó, volvió a ver al cielo. —Vamos, hay más cosas que debo de preguntar a Kellan.
Soltó a Lufian y se encaminó a la casa entrando. Vio que Kellan tenía las manos en su frente, se sentó al lado de él poniendo una mano en su hombro.
—Gracias por dejarme despedirme. —sonrió. Kellan la volteó a ver esbozando una sonrisa también, se le notaba que estaba triste.
—De nada, yo... —se sentía mal por haberla hecho sentir triste, por haberle contado esa historia tan triste, se sentía pésimo, y eso lo sentía Keira.
—Tranquilo, no sé por qué pero siento lo que tú estás sintiendo y creo que es lo mismo para ti. Ya estoy mejor, gracias a ti. —sonrió. —Ahora, ¿me puedes seguir contando? Quiero saber más.
Kellan la vio algo sorprendido, ella lo vio igual y volvió a sonreír.
«Es más fuerte de lo que pensé. » pesó Kellan esbozando una sonrisa.
—Bien... —comenzó su relato de nuevo. —Debido a que somos sus descendientes, nosotros somos los únicos que sabemos la localización de esa piedra y por ende tenemos algo que nos caracteriza.
— ¿Qué es?
Kellan se paró del sofá. —Espera aquí. —después de que Keira asintiera subió casi corriendo a su habitación, abrió la gaveta que estaba cerca del librero sacando una pequeña caja marrón con los símbolos de la luna y el sol para después volver a bajar sentándose de nuevo junto a Keira. —Mira, aquí dentro están nuestros símbolos.
— ¿Aquí? —preguntó una vez que tomó la caja en sus manos.
—Sí, ábrela.
Con algo de temor abrió la caja. En ella se encontraban dos pendientes, uno de la luna y el sol.
—Éstos son nuestros pendientes. —dijo Kellan tomando los pendientes y dejando la caja encima de la mesa de enfrente. —Éste es tuyo. —le mostró uno con la forma de una media luna y de ella colgando una piedra de un color blanco brillante con unos toques azul claro, la luna era de plata con espirales por todo el dije; Keira lo tocó, al hacerlo empezó a emitir una hermosa luz pero algo tenue. —Y éste el mío. —le mostró el suyo, era un dije con forma del sol, en el centro estaba una piedra de combinación de colores amarillo, rojo y naranja, mientras que el dije era de oro que cuando lo tocó emitió una luz igual de tenue.
—Se parecen a los dijes que tenía Argante, la señora de las ninfas. —comentó Keira al momento que tocó el dije de Kellan y lo veía al igual que el suyo.
—Exacto, con la diferencia que los nuestros tienen piedras representantes de la luna y el sol. La tuya en una piedra de luna y la mía es un ópalo de fuego. Verás... —se acercó un poco más dándole los dijes. —Estos dijes son lo que nos representa como sacerdotes, sólo nos obedecen a nosotros, las gemas nos ayudan a incrementar nuestras habilidades al igual que nos las dan, si no las tenemos perdemos algunas habilidades y en otras sólo perdemos intensidad.
—Son como las piedras de los dragones.
—Exactamente, es igual con nosotros. Con la diferencia es que si alguien más se las pone no les otorga nuestras habilidades, si no que bloquea las habilidades del impostor.
—Es como un arma de doble filo. —acarició su pendiente esbozando una sonrisa. — ¿Y cómo voy a saber que habilidades me incrementa u otorga?
—Tú eres la luna, puedes utilizar el viento, el agua, el hielo, detener el tiempo, la piedra te indicará que más puedes utilizar sólo debes confiar en ella. —agarró su pendiente colocándoselo con delicadeza alrededor de su cuello. —Ahora es parte de ti, te ayudará a utilizar tus elementos, confía y nada saldrá mal.
Keira sonrió y asintió, tomó el pendiente de Kellan colocándoselo de la misma manera.
—Te digo lo mismo.
Kellan asintió sonriendo.
—Ahora, falta otra cosa. —acercó una mano a la caja tomando dos llaves. —Estas llaves.
Una de plata y otra de oro, ambas con un dragón y en sus alas sosteniendo la misma piedra que sus pendientes. Keira se sorprendió al ver las llaves, sobre todo por la figura de dragón que poseían.
—Estas llaves —continuó Kellan. —Son para poder abrir el cofre que contiene la piedra benevolente, sin estas llaves es imposible abrirla y obtener la piedra.
—Entonces, como dijiste antes que los sacerdotes son los que saben la ubicación de esta piedra, solo las podemos usar nosotros ¿verdad?
—Claro. Solamente nosotros podemos usar las llaves para abrirlo, si no lo hacemos nosotros el cofre simplemente no se abre y genera un campo que, igual, solamente nosotros podemos disolver con nuestros pendientes.
—Entonces, sin nosotros ellos no obtendrán el cofre nunca.
—Por eso nos mantuvieron escondidos y separados, para evitar que nos encuentren hasta ahora que han empezado a movilizarse, es cuando nuestras habilidades empezaron a despertar y por ende nos empezamos a llamar. Era el momento de volvernos a juntar, juntos somos más fuertes que separados.
— ¿Por qué no mejor mantenemos escondidas las llaves? Así aunque quisiéramos no podremos abrir el cofre.
—Porque las llaves sólo aparecen cuando son necesarias, si no se mantienen dentro de las piedras de los pendientes. —al momento que terminó de decir eso, las cuatro piedras emitieron una luz fuerte, cuando se detuvo las llaves resplandecieron para después desaparecer. Keira abrió los ojos sorprendida al ver que la piedra de luna y el ópalo emitieron una última luz y luego volvieron a la normalidad.
— ¿Qué acaba de pasar? —preguntó sin salir de la sorpresa.
—Lo que te mencioné antes, las llaves volvieron a su lugar original, así están protegidas y sólo aparecerán cuando sean necesitadas.
— ¡Vaya! —seguía asombrada. —Aún con todas las cosas que he aprendido hasta ahora y con lo que se ahora no deja de sorprenderme.
—Tuve la misma expresión que tienes ahora al momento de enterarme de esto. —sonrió.
Por muy acostumbrada que estuviera ahora para Keira era algo sorprendente todavía, apenas se había enterado que era sacerdotisa y de repente se encuentra hablando cómodamente con el sol, se entera de su padre y aparte de más secretos que tanto él como ella guardaban sin siquiera saberlo era algo sorprendente de una manera inexplicable para ella.
Ahora que lo pensaba mejor, no tenía ni idea de donde se encontraba ese cofre; tenía la certeza de que Kellan sabía perfectamente donde encontrarlo y por ende ella también lo debería de saber, no por algo es la luna pero no tenía idea de su locación. Tenía el presentimiento de que tenía el conocimiento más no lo recordaba en ese momento, era como si una parte de su memoria se hubiera esfumado de su cerebro de un momento a otro. No era un sentimiento agradable para ella.
De un momento a otro sintió una presencia familiar pero al mismo tiempo algo extraña, su sonrisa se borró siendo remplazada con una mueca de confusión ante esa presencia que juraba que pudiera estar alucinando o siendo engañada por su propio subconsciente. Kellan puso la misma expresión que ella levantando la mirada extrañándose aún más.
— ¿Quién... es él? —preguntó mientras veía una silueta de un joven por la puerta de cristal, le era familiar, pero no podría ser quien estaba pensando, al menos él tenía la sospecha.
Al escuchar eso Keira volteó, al ver esa silueta se sorprendió y sonrió de inmediato.
— ¡Athan! —exclamó con alegría al mismo tiempo que se paraba yendo casi corriendo hacia la puerta abriéndola y saliendo para reunirse con él. —Athan ¿cómo llegaste aquí?
Se resistió a abrazarlo, de un momento a otro le pareció incómodo y algo apresurado que de tan sólo verlo se abalanzara a sus brazos.
—Intuición. —dijo sonriendo. — ¿Y él? —señaló con la mirada a Kellan.
—Es Kellan, el...
—El sol, ¿no?
—Sí. —dijo con duda y asombro. « ¿Cómo supo eso? »
—Keira, ¿él es...? —Kellan no parecía muy convencido, tenía duda, quizá solamente era precaución ya que él había irrumpido en la guarida del dragón dorado y había tenido un pequeño o más bien dicho enorme lucha con los demás dragones, sobretodo en el plateado que probablemente tenía frente a él.
—El dragón plateado, lo debes de reconocer.
«Keira, no creo que sea él, es muy raro que nos haya encontrado. » le habló por telepatía para no levantar sospechas.
«No. Debió encontrarme por mis pensamientos yo... » En ese momento empezó a crecer duda en ella, algo le pareció extraño pero no sabía que era.
—Athan, ¿cómo sabías que estaba aquí? —le preguntó directamente.
— ¿Por qué preguntas eso? Sé perfectamente dónde encontrarte, recuerda que puedo comunicarme contigo, Keira. —dijo sorprendido ante su repentina desconfianza.
—No lo olvido pero... espera... —algo hizo clic, algo no estaba bien y en ese momento tanto ella como Kellan lo sintieron. Retrocedió un poco al igual que Kellan se acercó hasta que estuvieron juntos. —Desde que llegué aquí no pude comunicarme contigo ni una sola vez.
El moreno se puso algo rígido.
—Cuando fui por ella me aseguré de que la barrera estuviera intacta. —habló esta vez Kellan.
—Además, Athan se acaba de enterar de lo que soy y él siempre me llama por mi apodo y no por mi nombre. —su expresión se tornó seria. —Tú... ¡tú no eres Athan!
El chico los miraba, soltó una pequeña risa apartando la vista de ellos viendo a otras partes. Su risa se detuvo siendo como remplazo una sonrisa de medio lado posando de nuevo sus ojos sobre ellos ahora con una mirada más penetrante.
—Bingo...
Y de repente todo se tornó oscuro.
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