VI. Bekreft tryllestavene
CHAPTER 6
CHECKING THE
MAGIC WANDS
«¿Qué había pasado anoche» «¿Por qué no recuerdo nada?» «¿Qué fue lo que Ejder nos dio de beber?» «¿Los demás sabrán lo que hicimos?» Eran las preguntas que Rhaena pensaba, aunque no tuvieran respuesta, las quería.
–¿Qué sucedió anoche? –dijo ella en susurro mientras se daba la vuelta para ver a la persona que se encontraba a su lado
Viktor estaba con el torso desnudo mientras que las sábanas tapaban la otra parte de su cuerpo. Él seguía dormido, al parecer tenía el sueño demasiado pesado, Rhaena lo que quería era salir de esa cama, pero no podía si su querido amigo seguía dormido, así que de alguna forma tenía que despertarlo, puso la palma de su mano en el pecho de su amigo y una tenue luz anaranjada se veía, después un quejido de dolor por parte de Viktor se hizo presente haciendo que se despertara y liberará a Rhaena de su agarre.
–¡¿Qué te sucede?! –exclamó él
–Nada –respondió ella–. Pero era necesario despertarte
–¿Por qué? –inquirió él para después ver la espalda desnuda de su amiga
Viktor callo en cuenta que anoche algo paso entre ellos –¿Dime al menos que recuerdas algo? –ella le pregunto a lo que el nego
Ambos estaban realmente frustrados por no saber nada, por más que pasaron unos minutos más recostados en la cama tratando de pensar, los recuerdo de la noche no aparecían. Rhaena se hartó de seguir acostada así que se levantó de la cama –realmente a ella no le tomaba mucha importancia que la vieran como los dioses la trajeron al mundo– y camino hasta el tocador serrando la puerta tras de ella.
Después de varios minutos Rhaena salió del tocador vestida y arreglada.
–Yo debería hacer lo mismo –dijo Viktor
–Hacer ¿Qué? –ambos rieron–. Anda, ve a cambiarte –tomo la ropa de Viktor que estaba en el suelo y se la aventó–. Estaré buscando a mi hermano
Rhaena salió de la habitación, busco por toda la casa a su hermano hasta llegar al lugar donde anoche pasaron anoche, realmente se sorprendió al ver y fue en ese momento en que realmente se pregunto lo que sucedió «¿Por qué algunos de los chicas estaban "semi-desnudos"?» y «¿Por qué su hermano estaba entre ellos?».
Sin más, Rhaena despertó a su hermano de la misma forma que hizo con Viktor, pero esta ves su gritó hizo que todos se despertarán.
–Buenos días bellos durmientes –ella dijo de forma burlona
Entre ellos se miraron los unos a los otros y trataron de cubrirse con lo que sea que encontraron, Rhaena tenía tantas ganas de reírse por sus reacciones que se dio la media vuelta para que ellos no se sintieran tan incómodos.
–Ya te puedes dar la vuelta –le dijo su hermano y eso fue lo que hizo
–Tengo solo una pregunta para ti –su hermano hizo un ademán para que prosiguiera–. ¿Qué nos diste de beber anoche?
–Vodka, creo –del suelo tomo una botella–. Fue esto
Rhaena tomó la botella y la examinó, ella le preguntó a su hermano –Al menos tienes una idea de que es
–La verdad no, es alcohol –respondió y todos los presentes pusieron atención a las siguientes palabras de Rhaena, incluso Viktor ya había aparecido
–Es la reserva especial de mamá
–¡Hay, no! –expreso Ejder con preocupación
–¡Hay, si! –ella lo corrigió–. Por eso no recordamos nada; nuestra madre usaba esto –señalo la botella– con quienes fueron sus amantes
Todos los presentes en esa habitación lo miraron mal y el resto del día padeció la humillación en persona.
⚔️
Los días pasaron, lo que pasó entre Ejder y su hermana quedó en el pasado; y el día que Rhaena no quería que llegara, llegó, ella se encontraba pensativa sentada en un sofá, su hermano la miraba con intriga.
–¿Podrías decirme que tanto piensas? –Rhaena lo miro
–Sucede que hoy es la comprobación de varitas –hizo un ademán con las manos–. Y resulta que yo no uso una desde los diez años
Ejder se rasco la nuca –cierto, se me olvidó eso
Desde una edad muy temprana a la familia Pendragon y al resto de su familia se les da uso de una varita solo como medio de uso de su magia, a cierta edad ya no la necesitaban.
–¿Por qué no la sacas y la muestras? –ambos se miraron–. De todas formas, no muchos saben que no usamos varita
–Qué ingenioso mi hermano –ella se levanto salió de la casa para ir al castillo
Rhaena tomó sus clases con normalidad hasta que llegó la hora de la reunión, camino dirigiéndose hasta ahí, en el camino se encontró con los otros dos campeones con los que decidió hablar un rato hasta que Potter apareció. Era un aula bastante pequeña. Habían retirado hacia el fondo la mayoría de los pupitres para dejar un amplio espacio en el medio, pero habían juntado tres de ellos delante de la pizarra, y los habían cubierto con terciopelo. Detrás de los pupitres
habían colocado seis sillas, y Ludo Bagman se hallaba sentado en una de ellas hablando con una bruja a quien Harry no conocía, que llevaba una túnica de color fucsia.
Cedric, Rhaena y Fleur conversaban. Fleur parecía mucho más contenta de lo que la había visto Harry hasta el momento, y repetía su habitual gesto de sacudir la cabeza para que la luz arrancara reflejos a su largo pelo plateado. Un hombre barrigudo con una enorme cámara de fotos negra que echaba un poco de humo observaba a Fleur por el rabillo del ojo.
Bagman vio de pronto a Harry, se levantó rápidamente y avanzó como a saltos.
–¡Ah, aquí está! ¡El campeón número cuatro! Entra, Harry, entra... No hay de qué preocuparse: no es más que la ceremonia de comprobación de la varita. Los demás miembros del tribunal llegarán enseguida...
–¿Comprobación de la varita? –repitió Harry nervioso.
–Tenemos que comprobar que sus varitas se encuentren en perfectas condiciones, que no dan ningún problema. Como sabes, son las herramientas más importantes con que van a contar en las pruebas que tendrán por delante –explicó Bagman–. El experto está arriba en estos momentos, con Dumbledore. Luego habrá una pequeña sesión fotográfica. Esta es Rita Skeeter –añadió, señalando con un gesto a la bruja de la túnica de color fucsia–. Va a escribir para El Profeta un pequeño artículo sobre el Torneo.
–A lo mejor no tan pequeño, Ludo –apuntó Rita Skeeter mirando a Harry.
Tenía peinado el cabello en unos rizos muy elaborados y curiosamente rígidos que ofrecían un extraño contraste con su rostro de fuertes mandíbulas; llevaba unas gafas adornadas con piedras preciosas, y los gruesos dedos –que agarraban un bolso de piel de cocodrilo– terminaban en unas uñas de varios centímetros de longitud, pintadas de carmesí.
–Me pregunto si podría hablar un ratito con Harry antes de que empiece la ceremonia –le dijo a Bagman sin apartar los ojos de Harry–. El más joven de los campeones, ya sabes... Por darle un poco de gracia a la cosa.
–¡Por supuesto! –aceptó Bagman–. Es decir, si Harry no tiene inconveniente...
–Eh... –vaciló Harry.
–Divinamente –exclamó Rita Skeeter.
Sin perder un instante, sus dedos como garras tomaron a Harry por el brazo con sorprendente fuerza, lo volvieron a sacar del aula y abrieron una puerta cercana.
Rhaena tan solo de ver a esa mujer ya la odiaba, no hacía falta saber quién era, pero si por como era bien conocida, exagerar mucho las cosas.
Después de unos largos minutos de espera Harry se apresuró a volver al aula. Cedric y Fleur ya estaban sentados en sillas cerca de la puerta, y él se sentó rápidamente al lado de Cedric y observó la mesa cubierta de terciopelo, donde ya se encontraban reunidos cinco de los seis miembros del tribunal: el profesor Karkarov, Madame Maxime, el señor Crouch, Ludo Bagman y Rhaena en representación de su padre. Rita Skeeter tomó asiento en un rincón. Harry vio que volvía a sacar el pergamino del bolso, lo extendía sobre la rodilla, chupaba la punta de la pluma a vuelapluma y la depositaba sobre el pergamino.
–Permítanme que les presente al señor Ollivander –dijo Dumbledore, ocupando su sitio en la mesa del tribunal y dirigiéndose a los campeones–. Se encargará de
comprobar sus varitas para asegurarse de que se encuentren en buenas condiciones antes del Torneo.
Harry miró hacia donde señalaba Dumbledore, y dio un respingo de sorpresa al ver al anciano mago de grandes ojos claros que aguardaba en silencio al lado de la ventana. Ya conocía al señor Ollivander. Se trataba de un fabricante de varitas
mágicas al que hacía más de tres años, en el callejón Diagon, le había comprado la varita que aún poseía.
–Mademoiselle Delacour, ¿le importaría a usted venir en primer lugar? –dijo el señor Ollivander, avanzando hacia el espacio vacío que había en medio del aula.
Fleur Delacour fue a su encuentro y le entregó su varita.
Como si fuera una batuta, el anciano mago la hizo girar entre sus largos dedos, y de ella brotaron unas chispas de color oro y rosa. Luego se la acercó a los ojos y la examinó detenidamente.
–Sí -murmuró–, veinticinco centímetros... rígida... palisandro... y contiene... ¡Dios mío!...
–Un pelo de la cabeza de una veela –dijo Fleur–, una de mis abuelas.
De forma que Fleur tenía realmente algo de veela, se dijo Harry, pensando que debía contárselo a Ron... Luego recordó que no se hablaba con él.
–Sí –confirmó el señor Ollivander–, sí. Nunca he usado pelo de veela. Me parece que da como resultado unas varitas muy temperamentales. Pero a cada uno la suya, y si ésta le viene bien a usted...
Pasó los dedos por la varita, según parecía en busca de golpes o arañazos. Luego murmuró:
–¡Orchideous! –Y de la punta de la varita brotó un ramo de flores–. Bien, muy bien, está en perfectas condiciones de uso –declaró, recogiendo las flores y ofreciéndoselas a Fleur junto con la varita–. Señor Diggory, ahora usted.
Fleur se volvió a su asiento, sonriendo a Cedric cuando se cruzaron.
–¡Ah!, veamos, ésta la hice yo, ¿verdad? –dijo el señor Ollivander con mucho más entusiasmo, cuando Cedric le entregó la suya–. Sí, la recuerdo bien. Contiene un solo pelo de la cola de un excelente ejemplar de unicornio macho. Debía de medir diecisiete palmos. Casi me clava el cuerno cuando le corté la cola. Treinta centímetros y medio... madera de fresno... agradablemente flexible. Está en muy buenas condiciones... ¿La trata usted con regularidad?
–Le di brillo anoche –repuso Cedric con una sonrisa.
Harry miró su propia varita. Estaba llena de marcas de dedos. Con la tela de la túnica intentó frotarla un poco, con disimulo, pero de la punta saltaron unas chispas doradas. Fleur Delacour le dirigió una mirada de desdén, y desistió.
El señor Ollivander hizo salir de la varita de Cedric una serie de anillos de humo plateado, se declaró satisfecho y luego dijo:
–Alteza, si tiene usted la bondad...
Rhaena se levantó y avanzó hasta el señor Ollivander con la cabeza en alto y un andar refinado. Sacó la varita y se la entrego, tenía detalles dorados y una piedra azul en el mango, cualquiera que la viera quedaría anonado por la belleza de la varita.
–Mmm –dijo el señor Ollivander–. Curioso... Muy curios –levantó la varita para examinarla minuciosamente, sin parar de darle vueltas ante los ojos. –Sí... ¿Madera de roble rojo y... Cuerno de serpiente cornuda? –le preguntó a Rhaena, que asintió con la cabeza–. bastante rígida... veintinueve centímetros... ¡Avis!
La varita de roble rojo produjo un estallido semejante a un disparo, y un montón de pajarillos salieron piando de la punta y se fueron por la ventana abierta hacia la pálida luz del sol.
–Bien –dijo el viejo mago, devolviéndole la varita a Rhaena–. Ahora queda... el señor Potter.
Harry se levantó y fue hasta el señor Ollivander cruzándose con Rhaena. Le entregó su varita.
–¡Aaaah, sí! –exclamó el señor Ollivander con ojos brillantes de entusiasmo–. Sí, sí, sí. La recuerdo perfectamente.
Harry también se acordaba. Lo recordaba como si hubiera sido el día anterior. Cuatro veranos antes, el día en que cumplía once años, había entrado con Hagrid en la tienda del señor Ollivander para comprar una varita mágica. El señor Ollivander le había tomado medidas y luego le fue entregando una serie de varitas para que las probara. Harry cogió y probó casi todas las varitas de la tienda, o al menos eso le pareció, hasta encontrar una que le iba bien, aquélla, que estaba hecha de acebo, medía veintiocho centímetros y contenía una única pluma de la cola de un fénix. El señor Ollivander se había quedado muy sorprendido de que a Harry le fuera tan bien aquella varita. «Curioso –había dicho–... muy curioso.» Y sólo cuando al fin Harry le preguntó qué era lo curioso, le había explicado que la pluma de fénix de aquella varita provenía del mismo pájaro que la del interior de la varita de lord Voldemort.
Harry no se lo había dicho a nadie. Le tenía mucho cariño a su varita, y no había nada que pudiera hacer para evitar aquel parentesco con la de Voldemort, de la misma manera que no podía evitar el suyo con tía Petunia. Pero esperaba que el señor Ollivander no les revelara a los presentes nada de aquello. Le daba la impresión de que, si lo hacía, la pluma a vuelapluma de Rita Skeeter explotaría de la emoción.
El anciano mago se pasó mucho más rato examinando la varita de Harry que la de ningún otro. Pero al final hizo emanar de ella un chorro de vino y se la devolvió a Harry, declarando que estaba en perfectas condiciones.
–Gracias a todos –dijo Dumbledore, levantándose–. Ya pueden regresar a clase. O tal vez sería más práctico ir directamente a cenar, porque falta poco para que terminen...
Harry se levantó para irse, con la sensación de que al final no todo había ido mal aquel día, pero el hombre de la cámara de fotos negra se levantó de un salto y se aclaró la garganta.
–¡Las fotos, Dumbledore, las fotos! –gritó Bagman–. Todos los campeones y los miembros del tribunal. ¿Qué te parece, Rita?
–Eh... sí, ésas primero –dijo Rita Skeeter, poniendo los ojos de nuevo en Harry–. Y luego tal vez podríamos sacar unas individuales.
Las fotografías llevaron bastante tiempo. Dondequiera que se colocara, Madame Maxime le quitaba la luz a todo el mundo, y el fotógrafo no podía retroceder lo suficiente para que ella cupiera. Por último se tuvo que sentar mientras los demás se quedaban de pie a su alrededor. Karkarov se empeñaba en enroscar la perilla con el dedo para que quedara más curvada. El fotógrafo parecía querer que Fleur se pusiera delante, pero Rita Skeeter se acercó y tiró de Harry para destacarlo. Luego insistió en que se tomaran fotos individuales de los campeones, tras lo cual por fin pudieron irse.
Rhaena camino por los pasillos de la escuela hasta que encontró a su hermano y los dos fueron a la casa, justo al cruzar el umbral visualizaron a su padre.
–Tenemos que hablar –les dijo su padre
–¡Oh! Si que tenemos que hablar –respondió Rhaena
–Antes que nada tus primas vienen en la noche –se sentó a mirar el fuego de la chimenea–. Justo cuando traigan a los dragones
–¡Estupendo! –exclamó Ejder–. Las mareritt llegan a Hogwarts, solo espero que no haya un muerto por aquí –su hermana lo miro realmente mal
⚔️
Los días que quedaban para la primera prueba transcurrieron tan velozmente como si alguien hubiera manipulado los relojes para que fueran a doble velocidad.
El sábado antes de la primera prueba dieron permiso a todos los alumnos de tercero en adelante para que visitaran el pueblo de Hogsmeade.
–¿Segura que no quieres ir? –era la décima quinta vez que Viktor se lo preguntaba
–Mas que segura –respondió ella–. Tengo asuntos que arreglar, y mis primas vendrán en la noche
–Bueno, si cambias de opinión sabes dónde encontrarme –él salió de su habitación
El resto del día Rhaena no hizo más que leer sus libros, su padre iba a darles la noticia a sus primas de la pariente perdida, y quién sabe, quizás hasta sus tíos vendrían.
La noche cayó y dos cosas importantes tenía que hacer, la primera, los dragones y segunda ellas llegarían.
Salió de su habitación para después dirigirse al bosque, pero entonces, cuando había avanzado tanto por el perímetro del bosque que ya no se veían ni el castillo ni el lago, se empezaron a por ruidos. Delante había hombres que gritaban. Luego oyó un bramido ensordecedor... De lejos pido visualizar a Hagrid y madame Maxime.
Hagrid llevó a Madame Maxime junto a un grupo de árboles y se detuvo. Rhaena camino más y lo que se pudo visualizar fueron dragones rugiendo y resoplando, cuatro dragones adultos enormes, de aspecto fiero, se alzaban sobre las patas posteriores dentro de un cercado de gruesas tablas de madera.
A quince metros del suelo, las bocas llenas de colmillos lanzaban torrentes de fuego al negro cielo de la noche. Uno de ellos, de color azul plateado con cuernos largos y afilados, gruñía e intentaba morder a los magos que tenía a sus pies; otro verde se retorcía y daba patadas contra el suelo con toda su fuerza; un negro con escamas negras y rugosas, ojos color púrpura y una cresta baja llena de puntas agudas a lo largo del lomo lanzaba llamaradas moradas; el cuarto, negro y gigantesco, era el que estaba más próximo a ellos.
Al menos treinta magos, siete u ocho para cada dragón, trataban de controlarlos tirando de unas cadenas enganchadas a los fuertes collares de cuero que les rodeaban el cuello y las patas.
–¡No te acerques, Hagrid! –advirtió un mago desde la valla, tirando de la cadena–. ¡Pueden lanzar fuego a una distancia de seis metros, ya lo sabes! ¡Y a este colacuerno lo he visto echarlo a doce!
–¿No es hermoso? –dijo Hagrid con voz embelesada.
–¡Es peligroso! –gritó otro mago–. ¡Encantamientos aturdidores, cuando
cuente tres!
–¡No harán falta! –grito Rhaena a dónde se encontraban
Todos los presentes voltearon a verla e hicieron una reverencia –No creo que su ayuda sea requerida –dijo Charlie mientras se acercaba a ella
En ese mo mente se escuchó el quejido de alguien –Estan seguros –ella miro a Charlie y sus ojos cambiaron a los de un dragón pero de otro color, azul
–Tal vez un poco –respondió él
Rhaena miro a dónde Hagrid se encontraba y alado de el se encontraba alguien más quien nadie de los presentes podría ver, sin duda el chico Potter estaba ahí. Rhaena se acerco a las grandes criaturas, con un simple toque en sus escamas por parte de ella los dragones cayeron dormidos.
Los cuidadores de los dragones se acercaron a las derribadas criaturas que estaban a su cargo, cada una de las cuales era del tamaño de un cerro. Se dieron prisa en tensar las cadenas y asegurarlas con estacas de hierro, que clavaron en la tierra utilizando las varitas.
–¿Quieres echar un vistazo más de cerca? –le preguntó Hagrid a Madame Maxime, embriagado de emoción.
Se acercaron hasta la valla, seguidos por Harry. En aquel momento se volvió el mago que le había aconsejado a Hagrid que no se acercara, y Harry descubrió quién
era: Charlie Weasley.
–¿Va todo bien, Hagrid? –preguntó, jadeante, acercándose para hablar con él–. Ahora no deberían darnos problemas. Les dimos una dosis adormecedora para traerlos, porque pensamos que sería preferible que despertaran en la oscuridad y tranquilidad de la noche, pero ya has visto que no les hizo mucha gracia, ninguna gracia...
–¿De qué razas son, Charlie? –inquirió Hagrid mirando al dragón más cercano, el negro, con algo parecido a la reverencia.
El animal tenía los ojos entreabiertos, y debajo del arrugado párpado negro se veía una franja de amarillo brillante.
–Éste es un colacuerno húngaro –explicó Charlie–. Por allí hay un galés verde común, que es el más pequeño; un hocicorto sueco, que es el azul plateado, y un hébrido negro.
Charlie miró a Madame Maxime, que se alejaba siguiendo el borde de la
empalizada para ir a observar los dragones adormecidos.
–No sabía que la ibas a traer, Hagrid –dijo Charlie, ceñudo–. Se supone que los campeones no tienen que saber nada de lo que les va a tocar, y ahora ella se lo dirá a su alumna, ¿no?
–Sólo pensé que le gustaría verlos. –Hagrid se encogió de hombros, sin dejar de mirar embelesado a los dragones.
–¡Vaya cita romántica, Hagrid! –exclamó Charlie con sorna.
–Cuatro... uno para cada campeón, ¿no? ¿Qué tendrán que hacer?, ¿luchar contraellos?
–No, sólo burlarlos, según creo –repuso Charlie–. Estaremos cerca, por si la cosa se pusiera fea, y tendremos preparados encantamientos extinguidores. Nos pidieron que fueran hembras en período de incubación, no sé por qué... Pero te digo una cosa: no envidio al que le toque el colacuerno. Un bicho fiero de verdad. La cola es tan peligrosa como el cuerno, mira.
Charlie señaló la cola del colacuerno, y Harry vio que estaba llena de largos pinchos de color bronce. Cinco de los compañeros de Charlie se acercaron en aquel momento al colacuerno llevando sobre una manta una nidada de enormes huevos que parecían de granito gris, y los colocaron con cuidado al lado del animal. A Hagrid se le escapó un gemido de anhelo.
–Los tengo contados, Hagrid –le advirtió Charlie con severidad. Luego añadió–: ¿Qué tal está Harry?
–Bien –respondió Hagrid, sin apartar los ojos de los huevos.
–Pues espero que siga bien después de enfrentarse con éstos –comentó Charlie en tono grave, mirando por encima del cercado–. No me he atrevido a decirle a mi madre lo que le esperaba en la primera prueba, porque ya le ha dado un ataque de nervios pensando en él... –Charlie imitó la voz casi histérica de su madre–: «¡Cómo lo dejan participar en el Torneo, con lo pequeño que es! ¡Creí que iba a haber un poco de seguridad, creí que iban a poner una edad mínima!» Se puso a llorar a
lágrima viva con el artículo de El Profeta. «¡Todavía llora cuando piensa en sus padres! ¡Nunca me lo hubiera imaginado! ¡Pobrecillo!»
Harry ya tenía suficiente. Confiando en que Hagrid no lo echaría de menos, distraído como estaba con la compañía de cuatro dragones y de Madame Maxime, se volvió en silencio y emprendió el camino de vuelta al castillo.
No sabía si se alegraba o no de haber visto lo que le esperaba.
Rhaena se levanto del pasto y sacudió un poco sus ropas y se acerco a Charlie –Supongo que tú se lo dirás al campeón de Durmstrang
–Estas hablando con la campeona de Durmstrang –Charlie se sorprendió ante lo que ella dijo
–Vaya, cualquier dragón que te toque, saldrás bien en la primera prueba –declaró él
–Eso creo –ella lo miro–. No vine aquí solo por los dragones. ¿Quieres que te cuente la historia detrás de esa foto?
Él le sonrió –Me encantaría escuchar esa historia
Ambos se alejaron un poco hasta llegar a una carpa, ambos entraron –¿Tienes la foto contigo? –ella le preguntó
–Espera un momento
Rhaena observo el lugar en el que Charlie se quedaba, después de un minuto él regreso con la foto en mano, se la entrego y ella miro la foto, una sonrisa apareció en su rostro.
–Sabes, si tuvieras esta foto a color valdría una pequeña fortuna
–Estas bromeando, ¿verdad? –él se sorprendió por lo que ella dijo
–de hecho no –declaró–. Es El Juego de Dragones –volvió a mirar la foto–. Es parecido al quidditch solo que más rudo
Charlie no dejaba de mirarla –Y supongo que montaban dragones
Rhaena lo miro –Supones bien –le sonrió–. El juego se canceló hace un par de años por el número creciente de muertes –ella le entrego la foto
–¿Por qué lo dejaste?
–Sólo estoy retirada –él puso una mano en su mejilla y la acaricio–, temporalmente
–Me gustaría verte jugar
–Y que más te gustaría... –él no la dejo continuar porque la cayó con un beso, un beso que él anhelaba tanto y ella lo sabía, se separaron cuando hizo falta de oxígeno
–No debí hacer eso –murmuró él y se alejo de ella, Rhaena lo miro con confusión
–¿Te arrepientes de haberme besado? –no resivio respuesta de su parte–. Porque yo no me arrepiento –él volteo a mirarla
–Esto está mal
–Para mi no lo es –se acerco más a él–. Que la gente crea lo que quiera
Rhaena tomó la iniciativa y lo beso, rodeo sus brazos en su cuello mientras el ponía sus manos en su cintura y acariciaba su abdomen desnudo que la tela de su vestido no cubría. Estuvieron así por largos minutos y pidieron llegar a más si Rhaena no hubiera hablado
–Tengo que ir por las chicas que viste en la foto –Charlie beso su cuello mientras hablaba
–Te diría que no fueras –él se separó de ella y beso su mejilla
–Volveré –ella le sonrió–. Y te las presentaré –antes de que ella se fuera lo beso–. Duerme bien
Rhaena salió del lugar hasta ir en busca de sus queridas primas que seguramente estarían desesperadas por qué las dejo esperando, pero realmente valió la espera por ese beso, además aquel pelirrojo no dejaría de olvidar la primera ves que beso a la chica dragón.
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