Orígenes
—¿Y bueno, cómo llegamos aquí? —preguntó un chico mientras se sentaba sobre una montaña de cadáveres, observando el horizonte con una expresión entre aburrida y satisfecha—. Para saber eso, tendremos que retroceder un poco en el tiempo.
Flashback
—¡Puje! ¡Solo un poco más! —exclamó un doctor, inclinándose hacia una mujer en labor de parto.
—No tanto tiempo atrás… —interrumpió la misma voz, con un tono impaciente—. Eso es demasiado.
La escena cambió abruptamente.
—¿En serio crees que perdería el tiempo con una basura como tú? ¡Piérdete! —dijo una chica de catorce años, mirándolo con desprecio mientras cruzaba los brazos con arrogancia.
—Auch… no de nuevo. Es más adelante. —La voz sonaba frustrada, como si estuviera ajustando una película antigua que se salía de control.
La imagen se distorsionó y, finalmente, se detuvo en un viejo y polvoriento taller de autos en los barrios bajos de Ciudad Gótica.
—¡Dante! —gritó la voz ronca de un hombre de cuarenta años, mientras golpeaba con una llave inglesa un viejo motor sobre la mesa de trabajo—. ¿Estás escuchando o qué?
Dante, un chico de no más de diecisiete años, levantó la vista desde su asiento, donde jugaba con una llave inglesa sin mucho interés.
—Sí, sí… Te escucho, viejo. —Dante se encogió de hombros—. Solo que no pensé que ibas a gritar tanto.
—Cuando tienes la cabeza en las nubes, es la única forma de hacer que pongas atención. —El hombre resopló, limpiándose las manos grasientas con un trapo—. Ahora ven aquí, necesito que me ayudes con esto.
Dante suspiró, dejando la llave sobre la mesa, y se acercó con paso lento.
—Espero que esto sí tenga algo de acción.
—Créeme, muchacho —dijo el hombre con una sonrisa cansada—. Ciudad Gótica nunca decepciona en ese aspecto.
—¿Qué es lo que quieres que vea, viejo? —preguntó el adolescente, finalmente junto al hombre.
—Esto —respondió el hombre, señalando un viejo Dodge Charger del 69 con el motor expuesto—. Muy pocas veces vienen clientes con un clásico como este. —Su sonrisa reflejaba admiración y nostalgia.
—Ya lo creo… —murmuró el adolescente, sorprendido. Se inclinó un poco más hacia el vehículo, examinándolo con curiosidad—. ¿Y qué es lo que tiene?
—Tiene los neumáticos desinflados, la tapa del distribuidor algo floja y, finalmente, hay un pequeño fallo en las direccionales. Si lo reparas hoy mismo, te daré un bono extra. Sé que tu madre y tu hermano menor lo necesitan.
Dante frunció el ceño, bajando la mirada al motor.
—No tienes que mencionarlo cada vez que necesitas que haga algo… —refunfuñó, aunque comenzó a revisar las herramientas sin perder tiempo.
El hombre lo observó en silencio por un momento, cruzando los brazos con expresión seria.
—No te lo digo por molestarte, Dante. —Su tono se suavizó—. Solo quiero asegurarme de que no pierdas el rumbo.
—No lo haré. —El chico suspiró, sacando una llave de tubo y agachándose para desmontar la tapa del distribuidor—. Aunque a veces creo que me vendría bien perderme un poco… al menos para no estar aquí.
El hombre soltó una carcajada breve, pero cargada de amargura.
—Créeme, muchacho, Ciudad Gótica tiene formas de encontrarte, aunque no quieras.
Dante no respondió de inmediato. Se limitó a girar la llave con fuerza, escuchando el leve chirrido del metal bajo presión.
—Lo sé… —susurró, casi para sí mismo.
El taller permaneció en silencio durante un rato, roto solo por el sonido de las herramientas y el motor siendo desmontado poco a poco.
—¿Y bien, cómo salió? —preguntó una mujer sentada en un gran sillón de cuero negro, cruzando las piernas con elegancia pero con una expresión impaciente.
—Nada bien… —dijo uno de los hombres, bajando la cabeza con cierta pena.
La mujer se sobó el puente de la nariz, respirando hondo como quien intenta contener una explosión.
—Entonces, ¿qué mierda hicieron para que saliera mal? Pedazos de imbéciles.
El tipo desvió la mirada y le lanzó una mirada nerviosa a su compañero, buscando ayuda.
—¿Le digo? —susurró casi como si no quisiera ser oído.
—No, mejor que lo diga el novato. —Su compañero sonrió maliciosamente, empujando al chico hacia adelante.
—¿Yo qué? —protestó el novato, sin entender bien qué estaba pasando.
—¡Pues que le digas al jefe, animal! —gruñó el hombre, dándole un empujón más fuerte.
El novato tragó saliva, sintiendo de pronto el peso de varias miradas sobre él.
—Jefe… —dijo, atrayendo la atención de la mujer.
—¿Qué? —respondió ella, sin levantar la vista.
—Animal. —El novato soltó la palabra sin pensarlo demasiado, incapaz de frenar la broma que se le escapó por nervios.
Hubo un silencio.
—¿Qué? —La mujer frunció el ceño, levantando la mirada hacia él.
Entonces, algunas risas se empezaron a escuchar desde el fondo del cuarto. Primero contenidas, luego más descaradas.
—Jajajajaja…
El rostro de la mujer se endureció mientras sacaba lentamente un Colt 45 de su cinturón.
—¡Ahora sí, putos, están muertos! —gruñó, apuntando directamente al novato.
—¿Y qué piensa hacer con eso, jefecita? —preguntó el chico, sonriendo nerviosamente mientras levantaba las manos.
—Mi paciencia tiene un límite. En serio, ya díganme si metieron la droga en el auto. —El dedo de la mujer acariciaba el gatillo con tentación.
—Sí… —respondió uno de los hombres rápidamente.
La mujer lo miró fijamente, exigiendo más detalles con los ojos entrecerrados.
—¿Y dónde está? —preguntó, cada vez más impaciente.
El hombre dudó, mordiéndose el labio.
—Pues… —balbuceó.
—¡¿Pues qué?! —La mujer levantó el arma, apuntando a su cabeza.
—Llevamos el auto con droga al mecánico, en lugar de al sitio que usted dijo… —confesó el novato, cerrando los ojos como si eso lo fuera a salvar de la bala.
La mujer permaneció en silencio unos segundos, procesando la información.
—Miren… —suspiró al final, bajando lentamente el arma—. Aprovechen que estoy de buen humor y recuperen esa maldita droga. No me importa si no traen de vuelta el Charger, pero traigan esas bolsas.
—Sí, jefa. —asintieron rápidamente, girando sobre sus talones para salir disparados del lugar.
El novato se quedó atrás unos segundos, intentando recuperar el aliento.
—¿Qué haces parado ahí? —La mujer lo miró de reojo—. ¿Quieres que te dispare de verdad?
—No, no… ¡Voy, voy! —dijo apresuradamente, siguiendo a los demás hacia la salida.
La mujer apoyó la cabeza contra el respaldo del sillón, cerrando los ojos por un momento.
—Idiotas… —susurró.
Ciudad Gótica – Rascacielos
La luna llena brillaba sobre el oscuro paisaje de Gótica. Desde lo alto de un rascacielos, una silueta negra y viscosa se pegaba al ventanal, mirando la ciudad como un depredador acechando su próxima presa.
—Eddie… necesito comer… —gruñó la criatura de color negro, sus fauces llenas de dientes relucieron al hablar.
—Tienes gallinas en la nevera. Conformate con eso. —La voz de Eddie Brock resonó desde el interior del humanoide, con un tono cansado y firme.
—Aghhh… —protestó la criatura, su lengua serpenteó en el aire con frustración.
A unas calles de distancia, en el borde de un edificio abandonado, un chico de cabello negro, con un gorro rojo y una chaqueta de cuero, miraba la ciudad con una mano en sus costillas vendadas.
—Sabía que debía hacerle caso a mamá… pero al menos ya está sanando… —murmuró, levantando la camisa para observar el moretón que se iba desvaneciendo.
Entonces, sus ojos se abrieron de par en par.
—¡¿Pero qué putas…?! —exclamó, viendo cómo el humanoide negro devoraba a un maleante en un callejón.
—¿Qué carajos…? —susurró Eddie, deteniendo momentáneamente la acción.
La criatura alzó la cabeza, limpiándose la boca.
—Mierda… Niño, no olvides cepillarte los dientes. —Dicho esto, el ser desapareció saltando de un edificio a otro.
El adolescente se acercó lentamente al cuerpo inerte del maleante.
—¿Qué demonios acaba de pasar…? —murmuró.
Antes de poder procesarlo, una pequeña gota de la sustancia negra cayó desde lo alto, deslizándose por su mejilla hasta la herida abierta en su costado.
Cambio de Escena – Bodega de Ciudad Gótica
En el terreno devastado de una vieja bodega, una figura con chaqueta café y casco rojo se agachó, recogiendo un trozo de tela rasgado con una “R” amarilla, sucia de polvo y sangre.
Los recuerdos comenzaron a arremolinarse en su mente.
Flashback
—¡JAJAJAJAJA! Dime, chico maravilla, ¿qué planeas hacer ahora? —La risa aguda y escalofriante resonó por las paredes de acero.
—¡Cállate! Batman vendrá… y juntos te detendremos… —jadeó Robin, con la mirada encendida por la determinación.
El golpe de una palanca metálica en su estómago lo interrumpió, haciéndolo caer de rodillas mientras escupía sangre.
—Qué pena… que no llegará a tiempo. —El guasón giró la palanca en sus manos como si fuera un bate de béisbol, y la descargó contra el joven una y otra vez.
Robin dejó de moverse, su respiración entrecortada.
—Recuerda la diferencia… —susurró el payaso, con un tono más sombrío, inclinándose para susurrarle al oído—. Entre tú… y él.
El silencio se apoderó de la bodega, roto solo por la cuenta regresiva de un pequeño contador digital.
—Claro… como sea. Ahí me saludas a Batsy. —El guasón se alejó, agitando la mano. Al llegar a la puerta, activó un detonador.
—Nos vemos, chico maravilla. —La bomba marcó los últimos diez segundos.
10, 9, 8, 7…
El rugido de una motocicleta resonó a lo lejos.
—¡Vamos, vamos…! —Batman aceleró, pero ya sabía que no llegaría a tiempo.
4, 3, 2, 1…
La explosión iluminó la noche, proyectando sombras danzantes en los edificios cercanos.
—¡Ahhhh! —El grito de Robin fue ahogado por el fuego y el estruendo.
Fin del Flashback
El hombre del casco rojo apretó el trozo de tela, su mandíbula tensa. Sin decir palabra, se levantó y se perdió en las sombras de la ciudad.
Bodega de Industrias Wayne
Entre los corredores oscuros y silenciosos, un adolescente vestido de negro se deslizaba entre los sistemas de seguridad como un fantasma. Al llegar a una cámara de alta tecnología, sonrió mientras levantaba un traje negro y gris con una gran “X” roja en el pecho.
—Aquí está… Tanta seguridad no pudo detenerme. —El brillo de sus ojos reflejó la insignia carmesí del traje de Red X
De vuelta al polvoriento taller.
—Tomó su tiempo, pero ya está listo. —Dante sonrió al ver el auto finalmente reparado. Lo que más destacaba era el supercargador Roots cromado que sobresalía del capó, dejando a la vista el poderoso motor. A pesar de su vieja pintura negra opaca, el vehículo se veía increíble.
—Si tuviera una bestia como esta… —susurró, sacando un panfleto arrugado de su bolsillo—. Podría ganar mucho dinero.
Sus ojos recorrieron las líneas del panfleto. Era un anuncio de carreras clandestinas en Ciudad Gótica. El premio mayor: 25,000 dólares. Exactamente la cantidad que necesitaba para que él, su madre y su hermano saldaran sus deudas y pudieran marcharse de esa maldita ciudad.
—Al demonio. —Murmuró, tomando un casco de motociclista cercano.
Con pasos cautelosos, se acercó al despacho de su jefe. Desde la puerta entreabierta, vio al hombre dormido, roncando suavemente. Dante aprovechó el momento. Descolgó las llaves del Charger del viejo gancho en la pared, cargó el tanque de gasolina y desapareció en dirección a las carreras clandestinas.
Minutos después…
Una camioneta negra se detuvo frente al taller. Tres hombres descendieron con pasos firmes. Sin perder tiempo, irrumpieron en el lugar, dirigiéndose directamente hacia la oficina.
—¡¿Qué creen que están haciendo?! —rugió el dueño del taller, un hombre de unos 40 años, levantando un viejo bate de madera.
—Estamos aquí por el Charger. —El hombre al frente, el más experimentado, le dedicó una mirada fría. Deslizó una pistola 9mm de su chaqueta y apuntó al pecho del mecánico—. Y puesto que no está aquí… queremos saber dónde está.
Los otros dos lo imitaron, cada uno sacando su arma.
El hombre tragó saliva, sudor frío resbalando por su sien. Su mirada recorrió rápidamente el taller vacío.
—¿Qué hiciste, Dante…? —pensó, desesperado, al no ver ni a su empleado ni el auto.
Momentos después, las llamas devoraban el taller. La camioneta negra se alejaba con los tres hombres observando el incendio desde los espejos retrovisores.
—La casa del chico está a una cuadra de aquí. —El líder del grupo se encendió un cigarrillo mientras subía al asiento del copiloto. La camioneta rugió y se dirigió a su siguiente destino.
Casa de Dante – Medianoche
Una mujer de unos 32 años, de facciones delicadas pero con el rostro cansado, subía los escalones de su hogar. Después de una larga jornada laboral, lo único que la consolaba era saber que su hijo menor se había quedado a dormir en casa de un amigo. Dante, su hijo mayor, aún trabajaba en el taller.
Con un suspiro, abrió la puerta de su casa.
¡BANG!
El disparo atravesó su pantorrilla.
La mujer cayó al suelo, sus gritos de dolor llenaron el vecindario silencioso.
—¡Deja de gritar! —El hombre que disparó salió de la camioneta y se acercó, tomándola del cabello con brusquedad—. Dime dónde está tu estúpido mocoso o vas a sentir un mundo de dolor.
—¡No sé de qué estás hablando! —gimió la mujer, temblando de pánico.
—Mala respuesta.
El primer golpe llegó sin aviso.
La paliza duró quince minutos. La sangre de la mujer se esparció por la sala, salpicando las paredes y el suelo. Finalmente, un disparo final puso fin a sus gritos.
El hombre salió de la casa, limpiando la sangre de sus nudillos con un trapo sucio.
—¿Por qué tardaste tanto? —protestó uno de sus compañeros, encendiendo el motor de la camioneta.
—El equipo B llamó. Dicen que vieron el Charger en las carreras clandestinas organizadas por el jefe.
El hombre ensangrentado se subió al asiento del copiloto.
—Lo siento… es que la perra no habló. Incluso resistió hasta el final.
La camioneta se alejó, perdiéndose en las calles oscuras de Gótica, rumbo a las carreras clandestinas.
Las calles de Gótica rugieron
Los motores rugían con furia, y la noche vibraba con la energía de la carrera. Dante mantenía el pie hundido en el acelerador, sintiendo cada pulsación del viejo Charger como si fuera el latido de su propio corazón. La adrenalina lo mantenía enfocado, pero sabía que el verdadero peligro no estaba solo en la carrera.
—Vamos, viejo… no me falles ahora. —Murmuró, aferrándose al volante mientras el Mustang plateado se mantenía a su lado, chocando ligeramente contra el lateral del Charger.
—¡Sigue peleando, chico nuevo! —gritó el conductor del Mustang con una sonrisa burlona.
Dante no respondió. En su mente, la meta era clara. Ganar o perderlo todo.
El Mustang derrapó ligeramente al tomar una curva, y Dante aprovechó para adelantarlo, quedando en tercer lugar. Los faros del Charger iluminaron las luces traseras de un Camaro negro y un Nissan Skyline azul que lideraban la carrera.
Mientras tanto…
A menos de cinco minutos, la camioneta negra avanzaba a toda velocidad por una oscura carretera secundaria. El líder del grupo revisaba el celular con una expresión de satisfacción.
—Número 7… —susurró, leyendo el mensaje que confirmaba la presencia del Charger en la carrera.
—¿Qué hacemos cuando lo encontremos? —preguntó el novato desde el asiento trasero, acomodándose la gorra.
El hombre de la pistola giró levemente la cabeza, con una sonrisa torcida.
—Primero las llaves… y si se resiste, lo sacamos a rastras.
—¿Y si no baja del auto?
—Entonces lo bajamos a balazos. —respondió sin vacilar.
De vuelta en la carrera…
Dante vio la curva cerrada acercándose rápidamente. El Skyline y el Camaro intentaron derrapar, pero Dante conocía las calles de Gótica mejor que ellos. Bajó la velocidad en el momento justo, dejando que los otros dos se adelantaran… solo para ver cómo el Skyline rozaba una farola y salía despedido contra una barrera de contención.
—Uno menos… —susurró, colocando al Charger en segundo lugar.
El Camaro rugía delante de él, pero Dante estaba decidido a alcanzarlo.
Sin embargo, a lo lejos…
Las luces de una camioneta negra aparecieron, cruzándose lentamente sobre la pista. Dante entrecerró los ojos, sintiendo el presentimiento de que algo iba mal.
—¿Qué demonios es eso?
El líder del grupo bajó la ventanilla y, con una calma perturbadora, levantó la pistola, apuntando directamente al Charger.
—¡Ahí estás, maldito ladrón!
Dante sintió un nudo formarse en su garganta.
—Mierda…
Giró bruscamente el volante, desviándose por un callejón lateral mientras los disparos resonaban en el aire. Las balas rebotaron contra las paredes de ladrillo mientras el Charger derrapaba y desaparecía en la oscuridad.
La camioneta intentó seguirlo, pero el callejón era demasiado estrecho.
Dante respiró hondo, viendo por el espejo retrovisor cómo los hombres intentaban maniobrar.
—Eso debería darme algo de tiempo…
Pero el alivio no duró mucho.
El rugido de dos motores más se escuchó acercándose rápidamente detrás de él. Dos camionetas adicionales se detuvieron bloqueando la salida del callejón.
—¡Sal del maldito auto! —gritó el líder, acompañado por cinco hombres y el novato. Las armas brillaban bajo la luz de los faros.
Dante apretó el volante.
—¿En serio van a dispararle a un Charger en perfecto estado?
**El líder sonrió.**
—Si tú estás adentro… sí.
De inmediato, los hombres sacaron fusiles y apuntaron al Charger.
—Mierda... ese loco lo decía en serio —murmuró Dante, mientras rompía el parabrisas de una patada y salía del auto.
—¡Ven aquí y abre el maletero! —gritó el hombre, con el cañón de su rifle temblando ligeramente por la emoción.
Dante obedeció, trepando por el techo del vehículo hasta llegar a la parte trasera. Con un tirón seco, abrió el maletero.
Los ojos del líder brillaron al ver varias bolsas de viaje negras, rebosantes de pastillas rosas.
—Saca los sacos y arrójalos hacia acá —ordenó, apuntando con el fusil directamente a la cabeza de Dante.
Sin discutir, Dante comenzó a tirar las bolsas, una por una. Cuatro sacos cayeron pesadamente sobre el asfalto.
—Bien… —dijo el adolescente en voz alta, con un tono de sarcasmo apenas disimulado— ¿Ahora ya me puedo ir?
El líder negó lentamente con la cabeza, su sonrisa retorcida volvió a aparecer.
—Lo siento, chico, pero no podemos dejar cabos sueltos.
Dante apenas tuvo tiempo de levantar la mirada cuando los disparos comenzaron. El primer impacto le atravesó la chaqueta negra, el segundo quemó su costado y el tercero destrozó el metal del Charger detrás de él.
El dolor lo paralizó. Su cuerpo tambaleó y cayó de espaldas, golpeando el suelo con un sonido seco. Un charco de sangre empezó a extenderse bajo su torso. Los hombres bajaron lentamente sus armas.
—Vámonos, antes de que alguien lo encuentre —ordenó el líder, dándole una última mirada al cadáver de Dante.
Pero ese no era su fin.
Desde las entrañas del Charger destrozado, algo comenzó a moverse. Unas cadenas oxidadas emergieron, serpenteando sobre el asfalto como si tuvieran vida propia. Lentamente, se enroscaron alrededor del cuerpo inerte de Dante, arrastrándolo de vuelta hacia el auto.
—¿Qué demonios…? —susurró uno de los hombres.
Llamas naranjas brotaron de las cadenas, consumiendo el cuerpo de Dante. La carne ardió hasta desaparecer, dejando expuesto un cráneo brillante, metálico, con bordes afilados y un resplandor infernal. Un cráneo que parecía fundido en la misma esencia de la venganza.
—¡¿Qué carajos es eso?! —gritó uno de los hombres, retrocediendo con terror.
La criatura se incorporó lentamente, con las llamas bailando a su alrededor como si fueran parte de su esencia.
—¡JAJAJAJAJA! —rió con una voz distorsionada y grave—. TÚ… CULPABLE.
Con un chasquido de sus cadenas, el líder fue arrastrado violentamente hasta quedar cara a cara con el cráneo incandescente.
—D-d-de qué c-coño hablas… —balbuceó, tratando de mantener la compostura—. Puedo cog…
—¡MÍRAME A LOS OJOS! —rugió la criatura, tomando al hombre por el cuello con una mano envuelta en llamas—. TU ALMA ESTÁ MANCHADA CON LA SANGRE DE INOCENTES. SIENTE SU DOLOR.
El líder comenzó a gritar. Las llamas brillaban intensamente en las cuencas vacías del cráneo, y en su interior, el hombre vio todas sus atrocidades reflejadas. Mujeres que lloraban. Familias destruidas. El hombre del taller mecánico que había asesinado sin piedad. Y finalmente, la mujer de 32 años que había apuñalado en un callejón oscuro.
Los gritos cesaron. El cuerpo del líder cayó al suelo con los ojos carbonizados, sin vida.
—Mierda… ¡vámonos de aquí! —gritó el novato, encendiendo la camioneta y abandonando a sus compañeros.
Pero no llegó lejos.
—¡MIER—! —intentó gritar, pero unas cadenas atravesaron el capó del vehículo, deteniéndolo en seco.
—¡PUT—! —la maldición murió en sus labios cuando una mano ardiente atravesó la ventanilla y lo agarró del rostro. Las llamas lo consumieron en segundos, dejando solo cenizas.
El callejón quedó en silencio.
Dante, o lo que quedaba de él, caminó hacia el Charger. Las cadenas se retiraron lentamente, y las llamas comenzaron a apagarse, dejando al cráneo metálico mirar la ciudad desde la oscuridad.
—Queda mucho por hacer… —murmuró, subiendo al asiento del conductor.
El motor del Charger rugió, y las calles de Gótica volvieron a temblar.
Callejón de Ciudad Gótica – Noche
Nikolas Jones, apenas un chico de 16 años, se encontraba acurrucado contra una pared de ladrillo sucia, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza baja. La rata que tenía frente a él lo miraba con indiferencia, masticando un pedazo de cartón.
—Ok, empecemos con esto… —suspiró Nikolas, frotándose las sienes—. Mi nombre es Nikolas Jones. Solía ser solo otro huérfano de Ciudad Gótica.
La rata pareció dejar de masticar un momento, como si lo estuviera escuchando.
—No era el mejor chico… pero tampoco era malo. Sabía arreglar computadoras, hackear un poco… ya sabes, lo típico. Le sacaba algo de dinero a los cajeros electrónicos, nada grande. Pensé que estaba bien, que no le hacía daño a nadie.
Nikolas se encogió de hombros, pero la culpa pesaba en su espalda como una losa.
—Pero todo se fue al carajo el día que decidí robar ese maldito camión. Pensé que tenía suerte… lleno de químicos, tal vez armas. Algo de valor, ¿no?
Hizo una pausa, su mirada se endureció.
—Estaba vacío. Ni un centavo. Y cuando intenté largarme, activé una alarma. Un guardia apareció de la nada y me derribó. Caí contra una estantería llena de productos raros… y uno de esos químicos me cayó encima.
Nikolas tocó su antebrazo, donde una cicatriz rojiza se extendía como una telaraña bajo la piel.
—No sé qué pasó, pero ese químico entró en mi sistema. Pude escapar entre la confusión, corrí hasta este callejón… —Su voz se apagó un poco—. Fue cuando apareció ese tipo.
La rata se subió a un viejo neumático, como si estuviera esperando el resto de la historia.
—Era un asaltante, creo. Intentó robarme, y antes de darme cuenta… lo mordí.
Nikolas miró sus manos, recordando el sabor metálico en su boca.
—Lo maté. Ni siquiera lo pensé. Y ahora… no sé qué hacer.
La rata volvió a sus asuntos. Nikolas se cubrió el rostro con ambas manos, sintiendo que su mundo se desmoronaba lentamente.
Al día siguiente – 7:00 a.m.
El sol apenas se filtraba por entre los edificios de Gótica, dándole a la ciudad un tono grisáceo.
—Agh… mierda, mi cabeza… —Dante despertó en el mismo callejón, su cuerpo estaba entumecido y su cabeza palpitaba como si hubiese sido golpeado con un martillo.
Se incorporó lentamente, tambaleándose de lado a lado mientras apoyaba una mano en la pared de ladrillo para no caer.
—¿Dónde… estoy? ¿Qué pasó?
Sus recuerdos eran borrosos. El último pensamiento claro que tenía era estar en la carrera, y luego… disparos.
Dante se tocó el costado. No había heridas, pero su chaqueta tenía agujeros de bala.
—No puede ser… —susurró, mirando sus manos. Algo no encajaba.
Escuchó el crujido de una bolsa de basura moviéndose cerca. Al girarse, vio a Nikolas agachado junto a un contenedor, con la mirada perdida.
—Oye… chico.
Nikolas levantó la cabeza lentamente, su expresión era vacía, pero sus ojos… sus ojos brillaban con un destello rojo.
—¿Estás bien? —preguntó Dante, aunque sabía que algo en ese chico no estaba bien.
Nikolas esbozó una leve sonrisa, pero no respondió. La rata corrió por sus pies y desapareció en las sombras.
Callejón de Ciudad Gótica
—Creo que estamos en el mismo infierno, amigo… —susurró Nikolas, mientras el sol seguía subiendo sobre la ciudad que nunca dormía.
Volteando su mirada hacia el Charger, Dante se llevó una sorpresa. No solo no estaba el daño que había recibido, sino que hasta la pintura y todo el auto parecía nuevo, como recién salido de fábrica.
—Lindo auto —le dijo Nick, viendo cómo Dante se acercaba.
Al mirar su reflejo en el capó, Dante se llevó una sorpresa aún mayor. La cabeza que veía reflejada no era la suya. En su lugar, un cráneo metálico envuelto en llamas lo observaba.
—¿Qué carajo? —susurró, retrocediendo un paso. Se frotó los ojos y volvió a mirar, pero el reflejo seguía ahí.
—HOLA, DANTE.
La voz retumbó desde el reflejo. Nikolas también la escuchó, frunciendo el ceño.
—¿Quién eres y por qué no estoy muerto? —preguntó Dante, a la defensiva, pero sin poder ocultar el temblor en su voz.
—MI NOMBRE ES ELI MORROW. SATANISTA. ASESINO EN SERIE. Y AHORA… SOY ALGO ASÍ COMO UN ESPÍRITU DE VENGANZA.
La llama en los ojos del reflejo se intensificó.
—YO TE SALVÉ DE LA MUERTE, Y A CAMBIO… TÚ SERÁS MI RECIPIENTE.
Dante apretó los dientes, golpeando el capó con fuerza.
—¡Púdrete, imbécil! ¡No pedí ningún espíritu dentro de mí!
El reflejo rió con un eco distorsionado que parecía venir desde lo más profundo de la tierra.
—SÍ LO HICISTE. RECUERDA…
Flashback:
Milisegundos antes de que las balas lo alcanzaran, Dante había cerrado los ojos y rogado con todas sus fuerzas. Había suplicado a quien fuera que lo escuchara, el cielo, el infierno… cualquier cosa con tal de sobrevivir.
Fin del Flashback.
Dante respiró con dificultad, el peso de sus propias palabras cayendo sobre él.
—Mierda…
Retrocedió alejándose del Charger, pero el auto parecía atraerlo con una fuerza invisible. Las llamas en el reflejo comenzaron a retorcerse como serpientes danzantes.
Nikolas se mantuvo de brazos cruzados, observando sin intervenir.
—Sabes… he escuchado de cosas extrañas en Gótica, pero esto supera todo.
—¿Tú también lo viste? —preguntó Dante, girándose hacia él con los ojos desorbitados.
—Vi lo mismo que tú, amigo. Y no se ve que ese tipo en el capó sea del tipo que olvidas fácilmente.
El reflejo habló de nuevo.
—ACEPTASTE EL PACTO, DANTE. AHORA SOMOS UNO.
Dante sintió cómo algo ardía en su pecho, como si una cadena caliente se envolviera alrededor de su alma. Cayó de rodillas, jadeando.
—¡Cállate! —gritó—. ¡No te quiero dentro de mí!
Nikolas se agachó a su lado, observándolo de cerca.
—No parece que tengas opción. Tal vez… deberías empezar a escuchar lo que tiene que decir.
Dante lo miró con furia.
—¿Escucharlo? ¡Este tipo es un maldito asesino!
—Y tú también lo serás si no controlas esa cosa —respondió Nikolas, levantándose de nuevo—. La pregunta es… ¿a quién vas a dirigir esa ira? ¿A él o a la gente que realmente lo merece?
Dante apretó los dientes. Las llamas seguían bailando en el reflejo. El Charger rugió de manera inquietante, como si estuviera vivo.
—Si voy a ser un monstruo… —susurró Dante, levantándose lentamente—. Al menos me aseguraré de que los peores bastardos sean los primeros en caer.
Nikolas sonrió de lado.
—Ahora sí suenas como alguien de Ciudad Gótica.
—Y dime... Eli, ¿cómo funciona esto? —preguntó Dante, desconfiado del satanista.
—TODOS LOS DÍAS, AL CAER LA NOCHE, TE TRANSFORMARÁS EN UN MONSTRUO SEDIENTO DE VENGANZA. NO TENDRÁS EL CONTROL, PERO NO SOY YO QUIEN LO MANEJARÁ. PARA MI DESGRACIA… CRÉEME, CHICO, SI TUVIERA EL CONTROL, SEGUIRÍA CON LOS ASESINATOS.
Dante frunció el ceño, cruzándose de brazos mientras observaba su reflejo en el capó del Charger. Las llamas seguían danzando en las cuencas vacías del cráneo metálico.
—¿Entonces quién demonios controla esto? —insistió, su voz cargada de escepticismo.
Eli rió con un eco profundo, como si la propia ciudad se burlara de él.
—EL ESPÍRITU DE VENGANZA. UNA FUERZA ANCESTRAL… UNA ENTIDAD QUE NO SIRVE A NADIE, SOLO A LA JUSTICIA… O MEJOR DICHO, A SU VERSIÓN RETORCIDA.
Dante desvió la mirada, tratando de procesar las palabras.
—Genial... Ahora tengo un espíritu justiciero dentro de mí.
—NO TE QUEJES. PODRÍA HABER SIDO PEOR.
—¿Peor? —Dante golpeó el capó del auto—. ¿Cómo puede ser peor que convertirme en un monstruo que quema gente viva cada noche?
—PODRÍAS HABER MUERTO.
Dante se quedó en silencio.
—Tienes razón.
El reflejo en el capó giró su cabeza de cráneo lentamente hacia él.
—ACEPTASTE EL PACTO. AHORA VAS A TENER QUE VIVIR CON ÉL.
Dante apretó los puños.
—¿Y si no quiero?
—NO IMPORTA LO QUE QUIERAS. EL PACTO ESTÁ SELLADO.
Nikolas, que había estado observando desde el borde del callejón, dio un paso adelante.
—Oye, Dante. Si esto es cierto, tal vez puedas usarlo para algo bueno.
Dante lo miró con incredulidad.
—¿Bueno? ¿Qué parte de esto suena bien para ti?
Nikolas encogió los hombros.
—Mira a tu alrededor. Ciudad Gótica es un nido de ratas. Si tienes un demonio justiciero dentro, tal vez puedas hacer algo útil con él.
El Charger rugió de repente, como si respondiera a las palabras de Nick. Dante retrocedió instintivamente, sintiendo la vibración del motor incluso con el auto apagado.
—NO ES UNA MALA IDEA —susurró Eli desde el reflejo—. DESPUÉS DE TODO, GÓTICA ESTÁ LLENA DE PECADORES.
Dante pasó una mano por su rostro.
—Esto va a ser una pesadilla...
Eli rió suavemente.
—BIENVENIDO AL CLUB.
Dante sacó su teléfono del bolsillo y al ver la pantalla, abrió los ojos de par en par.
—¡Mierda, mamá me matará! —exclamó, guardando rápidamente el dispositivo.
Con una mezcla de prisa y nerviosismo, sacó las llaves del Charger y se subió al auto de un salto.
—¿Vienes o qué? —preguntó, girando la cabeza hacia Nick, que seguía parado en el callejón con las manos en los bolsillos.
Nick arqueó una ceja y sonrió con suficiencia.
—¿Estás seguro de que quieres que me suba? ¿Y si ese auto explota o algo así? —bromeó, señalando el capó impecable del vehículo.
Dante giró las llaves en el contacto, haciendo rugir el motor. Las luces del Charger se encendieron con un brillo rojizo antinatural por un instante, antes de volver a la normalidad.
—Sube, antes de que cambie de opinión —gruñó Dante, golpeando la puerta del copiloto con la palma.
Nick suspiró y dio un par de pasos hacia el auto.
—Está bien, está bien… Pero si terminamos ardiendo en llamas, te lo advertí.
—Creo que arder es mi especialidad ahora —murmuró Dante, mientras Nick se acomodaba en el asiento del copiloto.
El Charger aceleró por las calles de Ciudad Gótica, dejando atrás el callejón. Las luces de neón y las sombras de la ciudad pasaban rápidamente a ambos lados mientras el auto avanzaba con un zumbido suave y constante.
Dante mantenía una mano firme en el volante, pero su mente seguía dándole vueltas a lo que acababa de vivir.
—Oye, Nick… —dijo después de unos minutos de silencio—. ¿Qué demonios se supone que haga con esto?
Nick, que estaba ocupado revisando su propio teléfono, levantó la vista.
—¿Con qué? ¿Con el auto poseído o con el hecho de que ahora tienes un cráneo en llamas por reflejo?
Dante lo miró de reojo.
—Con todo, idiota.
Nick guardó el teléfono y se recostó en el asiento, observando las calles.
—No lo sé, hermano… Pero si yo fuera tú, empezaría por averiguar cómo controlarlo. Porque tarde o temprano, esa cosa dentro de ti va a salir.
Dante apretó los dientes.
—Genial… Justo lo que quería para mi semana.
El reflejo de Eli apareció fugazmente en el retrovisor, con las llamas titilando en sus ojos vacíos.
—SERÁ DIVERTIDO.
Dante ignoró la voz en su cabeza y pisó el acelerador.
Callejón de Ciudad Gótica, 9:40 a.m.
Un chico de cabello negro, de unos 16 o 17 años, llevaba un gorro rojo, una camisa blanca y una chaqueta desgastada. Estaba peleando contra un tipo más grande en medio del callejón. Detrás de él, otros dos chicos aparecieron arrastrando a un niño más pequeño. Sin previo aviso, lo sujetaron por la espalda, inmovilizándolo.
—Oh, vamos, Dylan. ¿Es lo mejor que tienes? —se burló el agresor, golpeándolo con fuerza en la cara—. Solo eres otro perdedor más. Hazlo.
El tipo dio una señal con la cabeza a uno de los chicos, que sacó una navaja y, sin dudarlo, apuñaló a Dylan en el estómago.
Dylan soltó un jadeo ahogado. Su mirada se oscureció, pero aún logró levantar la cabeza.
—Púdrete… —murmuró antes de darle un cabezazo al tipo. Sin fuerzas, cayó de rodillas y se desmayó.
—Tsk… Vámonos, déjenlo ahí.
Los chicos lo arrastraron y lo arrojaron contra un bote de basura, dejándolo tendido en el suelo.
Sin embargo, algo extraño sucedió.
La sangre que manchaba el callejón comenzó a moverse por sí sola, regresando al cuerpo de Dylan, como si estuviera viva. La piel del chico se cubrió de un tono rojo oscuro, y un rugido gutural, inhumano, resonó en el callejón.
Una figura roja, deforme y llena de tentáculos, emergió donde Dylan yacía segundos antes. La criatura rugió con furia, haciendo eco entre las paredes de ladrillo.
—¿Qué mierda…? —balbuceó uno de los chicos, retrocediendo.
—¡Rápido, saca el arma y dispara! —gritó el mayor, con el rostro pálido de terror.
La criatura no les dio tiempo.
—¡LOS MATARÉ Y LOS DEVORARÉ! —bramó con una voz distorsionada, llena de odio.
Un tentáculo afilado como una lanza atravesó el pecho de uno de los chicos, levantándolo en el aire. Sus ojos se apagaron antes de que pudiera gritar.
Los otros dos entraron en pánico. Uno de ellos disparó varias veces, pero las balas atravesaron la criatura sin causarle daño alguno.
Dylan, o lo que fuera que ahora lo controlaba, inclinó la cabeza, observándolos con una sonrisa salvaje.
—Corren… y mueren cansados.
El callejón se llenó de gritos.
El tipo más grande cayó de espaldas, sus manos temblaban mientras trataba de alejarse, arrastrándose por el suelo sucio del callejón. Su mirada estaba clavada en la figura retorcida que tenía enfrente, que se acercaba lentamente, cada paso resonando como un latido funesto.
—¿Q-Quién eres…? —logró preguntar, su voz apenas un susurro quebrado por el miedo.
La criatura inclinó la cabeza, sus ojos blancos y deformes brillaban con un hambre inhumana. Su boca se abrió en una sonrisa llena de colmillos afilados.
—NOSOTROS SOMOS CARNAGE.
Antes de que el chico pudiera gritar, los tentáculos carmesí lo envolvieron. Carnage lo levantó del suelo con facilidad, como si no pesara más que un muñeco de trapo.
—¿Quién es el perdedor ahora? —susurró con una voz distorsionada, acercando el rostro a centímetros del suyo.
—Por favor… no… —suplicó el chico, con lágrimas corriendo por su rostro.
Carnage no respondió. Los tentáculos se tensaron, y en un solo movimiento brutal, lo partieron por la mitad.
El callejón quedó en silencio, salvo por el goteo constante de la sangre que caía al pavimento.
La criatura miró los restos por un momento, luego sus ojos se alzaron hacia el cielo gris de Ciudad Gótica.
Dylan, desde algún lugar dentro de la monstruosidad, sintió una oleada de terror y euforia al mismo tiempo.
—Esto… esto no está bien… —murmuró su voz, perdida en la mente de Carnage.
Pero la criatura solo rió, y el sonido se desvaneció en la distancia mientras desaparecía entre las sombras.
—AHORA, ¿DONDE HABRA MÁS IMBÉCILES COMO ESTE? —le pregunto la criatura a se portador
—Yo... No lo sé
Carnage se detuvo abruptamente, sus tentáculos retrayéndose poco a poco mientras la criatura se encorvaba, dejando al descubierto el rostro de Dylan bajo la capa viscosa de simbionte. Su respiración era pesada, sus manos temblaban mientras intentaba recuperar el control.
—No podemos seguir matando… —susurró Dylan, mirando con horror los restos esparcidos por el callejón.
—¿NO PODEMOS? —la voz de Carnage resonó en su mente, goteando sarcasmo—. ¿QUIÉN LO IMPIDE? NO ERES MÁS QUE UN INVITADO EN TU PROPIO CUERPO.
Dylan apretó los dientes, luchando contra la presión mental que lo sofocaba.
—¡Esto no es lo que quería! Solo… solo quería que se detuvieran.
El simbionte rió, una risa retorcida que se sentía como un eco oscuro dentro de su cabeza.
—ELLOS TAMPOCO QUERÍAN MORIR. PERO MIRA, AQUÍ ESTAMOS.
Dylan cayó de rodillas, sus manos se apoyaron en el suelo frío mientras las gotas de sangre se deslizaban por su frente.
—No... —jadeó—. No puedo dejar que esto continúe.
—NO TIENES ELECCIÓN.
La piel de Dylan comenzó a burbujear mientras el simbionte trataba de tomar el control nuevamente. Su cuerpo se arqueó mientras tentáculos emergían de su espalda, pero Dylan gritó con todas sus fuerzas.
—¡DETENTE!
Las extremidades se retrajeron con violencia, y la forma carmesí empezó a disiparse. El simbionte gruñó con frustración, pero Dylan logró imponerse, dejando su cuerpo desnudo y tembloroso en el callejón.
Apoyado contra la pared, respiró con dificultad mientras la última gota del simbionte desaparecía dentro de su piel.
—Esto… va a ser un problema. —susurró, levantándose tambaleante.
Dylan miró hacia el callejón una vez más, viendo los cuerpos sin vida. Apretó los puños y empezó a caminar, ocultando su rostro bajo el gorro rojo.
Carnage seguía allí, en lo más profundo de su mente, riendo suavemente.
Barrios bajos, Ciudad Gótica – 9:50 a.m.
El motor del Charger rugió mientras Dante lo apagaba frente al viejo edificio de apartamentos. El vehículo relucía bajo el sol matutino, como si nunca hubiera sido alcanzado por las balas del día anterior. Nick, sentado en el asiento del copiloto, miró distraídamente su teléfono.
—Bueno, aquí estamos —dijo Nick, bostezando—. ¿Segura tu madre no me matará por dejarte llegar tarde?
Dante apenas sonrió, pero cuando alzó la vista hacia la puerta de su departamento, la sonrisa desapareció de inmediato.
—¿Qué carajo...? —susurró, su corazón acelerándose.
La puerta estaba medio destruida. Astillas de madera colgaban del marco, y la cerradura parecía haber sido arrancada.
—Eso no se ve bien —añadió Nick, enderezándose en el asiento.
Dante no esperó. Salió del Charger de un salto y corrió escaleras arriba. Nick dudó un segundo, pero terminó siguiéndolo.
El sonido de las botas de Dante resonó con fuerza en las escaleras de concreto mientras subía de dos en dos los escalones. Al llegar al tercer piso, empujó la puerta del apartamento con un golpe de hombro, haciéndola crujir aún más. Al entrar, el aire parecía más pesado, casi sofocante.
—Mamá… —susurró mientras sus ojos se adaptaban a la penumbra del lugar.
Entonces la vio.
Su madre colgaba de la pared de la sala, clavada como si fuese una macabra obra de arte. La mandíbula le había sido arrancada por completo, dejando un hueco oscuro en su rostro. Su cabeza estaba destrozada, con un enorme agujero que atravesaba su cráneo. La sangre aún goteaba, manchando la alfombra y tiñendo las paredes.
Dante cayó de rodillas, sin poder apartar la mirada.
—Mamá… no… —susurró, pero su voz se quebró.
Nick entró detrás de él, pero se detuvo en seco al ver la escena.
—¡Dios santo! —Nick retrocedió, llevándose una mano a la boca—. Dante, amigo… lo siento, yo…
Dante no lo escuchaba. Su respiración se volvió errática, y sus manos se aferraron a su cabello, temblando incontrolablemente.
—¿Quién…? ¿Quién hizo esto…?
—NOSOTROS LO SABEMOS.
La voz grave de Eli Morrow resonó en su cabeza. Dante se tensó de inmediato.
—¿Qué estás diciendo? —gruñó entre dientes.
—PUEDO OLERLO. LA SANGRE, EL METAL… ESTO NO FUE AL AZAR.
Dante cerró los ojos, tratando de acallar la voz.
—¡Cállate! —gritó, golpeando el suelo con el puño.
Nick se acercó lentamente, colocando una mano en su hombro.
—Dante… necesitamos llamar a la policía.
Pero Dante no respondió. Algo dentro de él ardía con furia. Sus dedos se clavaron en el suelo, y por un instante, Nick juraría haber visto una chispa de fuego en sus ojos.
—No. —Dante se puso de pie lentamente, su mirada fija en el cuerpo de su madre—. La policía no hará nada.
Nick lo observó con preocupación.
—¿Y qué piensas hacer?
Dante caminó hacia la puerta, sus puños apretados con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.
—Voy a encontrar al hijo de puta que hizo esto. Y lo haré arder.
Nick tragó saliva.
—Dante… esto no es un juego.
Dante se giró hacia él, y por un segundo, Nick vio reflejado en sus ojos algo que lo inquietó profundamente. Era como si la ira misma hubiese tomado forma en su interior.
—No es un juego, Nick. Nunca lo fue.
Sin decir más, Dante salió del apartamento, dejando atrás el cuerpo de su madre y una sala teñida de rojo.
Ciudad Gótica, 3 p.m.
La lluvia caía con fuerza, golpeando el asfalto y resbalando por las fachadas de los viejos edificios. Los callejones oscuros de Ciudad Gótica se llenaban de sombras aún más densas, y en uno de ellos, un adolescente vestido de negro permanecía sentado, inmóvil, dejando que el agua empapara su ropa y cabello.
Sus ojos, medio ocultos por la capucha de su sudadera, reflejaban la luz tenue de un letrero lejano. Pero lo que más destacaba en esos ojos no era el brillo de la ciudad, sino una pequeña y persistente X roja que parecía arder en sus pupilas.
—Solo eres un clon… jamás serás tan bueno como él…
—Alguien sin nombre como tú nunca alcanzará su talento.
Esas palabras resonaban como un eco implacable en su mente, repitiéndose una y otra vez, arañando cada rincón de su subconsciente.
El adolescente bajó la cabeza, dejando que las gotas de lluvia cayeran sobre su rostro sin mostrar emoción alguna.
—Eso es cierto… —susurró. Sus dedos temblaron un momento, pero luego se cerraron con fuerza en un puño—. Yo seré superior.
Con determinación, se levantó lentamente. Con movimientos precisos, comenzó a desvestirse bajo la lluvia, dejando caer la sudadera y la camiseta empapadas al suelo.
De una pequeña mochila sacó un traje negro y gris oscuro. Lo sostuvo entre sus manos durante un instante, observándolo en silencio, antes de comenzar a ponérselo pieza por pieza.
Primero la parte superior, ajustándola contra su torso. Después, las botas y los guantes, de material resistente pero flexible. Finalmente, tomó la máscara negra con la gran X roja cruzando su rostro.
Al colocársela, sintió que una parte de él desaparecía… y otra tomaba su lugar.
Mientras se ajustaba el cinturón, sus ojos se desviaron hacia una de las paredes del callejón. Las gotas de agua resbalaban sobre el ladrillo viejo, pero entre las grietas y el musgo había algo escrito con pintura. Un nombre, simple, casi olvidado por el tiempo:
“Danny.”
El adolescente se quedó en silencio, contemplando aquella palabra como si resonara en su interior de una manera extraña, pero familiar.
—Danny… —murmuró, probando el nombre en sus labios—. Ese nombre me gusta.
Se giró, ajustando la máscara completamente, y dio un paso hacia las sombras del callejón.
La figura de Red X desapareció bajo la lluvia, dejando atrás solo la marca de su presencia: un pequeño charco teñido con el reflejo de la X roja.
Ciudad Gótica, muelles, almacén, 6:30 p.m.
El crujido de las vigas viejas del almacén resonaba con el viento frío que entraba por las grietas de las paredes de metal corroído. Las lámparas parpadeaban, arrojando sombras largas sobre las figuras reunidas. Todos los capos menores de Ciudad Gótica se habían congregado, aunque ninguno sabía exactamente quién los había convocado.
—Entonces, ¿quién demonios nos llamó aquí? —rugió uno de los capos, un hombre fornido con cicatrices en la cara. Su mirada se fijó en otro mafioso al otro lado de la mesa. Señaló con el dedo, frunciendo el ceño—. ¡Seguro fuiste tú, tarado!
El otro capo, más delgado y con una chaqueta de cuero gastada, sonrió con desdén mientras se recargaba en la silla.
—¿A quién le llamas tarado, imbécil? —respondió con sorna, alzando una ceja—. Por cierto… Susana te manda saludos.
El comentario hizo que la sala estallara en carcajadas, pero el capo cicatrizado no encontró la broma divertida. Sin pensarlo, sacó una pistola y la apuntó directo a la cabeza del hombre que lo había insultado.
—Di eso otra vez… —gruñó, con el dedo en el gatillo.
Antes de que la situación se descontrolara, una voz profunda y tranquila resonó desde las sombras del almacén.
—Aunque sería entretenido ver esto, tengo una mejor solución.
Todos los presentes se giraron de golpe. Desde una esquina oscura, una figura emergió lentamente. Las botas negras resonaban contra el suelo de metal con cada paso firme. El desconocido llevaba pantalones de combate color café y un abrigo largo con capucha roja que ocultaba parcialmente su rostro. Sobre el abrigo, llevaba una chaqueta negra de cuero con hombreras blancas.
Pero lo que más llamó la atención fue su casco rojo, liso y sin expresión, salvo por los pequeños detalles tecnológicos que lo hacían parecer casi inhumano. Su pecho estaba cubierto por una armadura blindada, y sobre ella destacaba el símbolo de un murciélago rojo.
Red Hood.
El almacén quedó en completo silencio.
—¿Y tú quién carajo eres? —preguntó la única mujer del grupo, levantando una ceja mientras sostenía un cigarro entre los labios.
El desconocido inclinó levemente la cabeza hacia ella y respondió con calma, aunque la amenaza en su tono era clara:
—Soy Red Hood, perra.
Los capos se miraron entre sí, nerviosos. Algunos apretaron sus armas con más fuerza, mientras que otros retrocedieron un paso sin darse cuenta. Red Hood dio unos pasos más hacia la mesa central, sin apartar la vista de ellos.
—Ahora escúchenme bien —continuó, dejando caer una pesada bolsa negra sobre la mesa. El sonido metálico de armas resonó cuando se abrió, mostrando una colección de pistolas y municiones—. Gotham está cambiando… y yo voy a decidir quién sobrevive a este cambio.
—¿Y si no queremos jugar tu juego? —dijo otro de los capos, intentando mostrar valentía.
Red Hood sonrió bajo el casco.
—Entonces no vivirás lo suficiente para arrepentirte.
Las luces parpadearon otra vez. En ese momento, todos comprendieron que la reunión no había sido una invitación… sino una advertencia.
Ciudad Gótica, muelles, almacén, 6:35 p.m.
El parpadeo de las luces llenó el almacén con sombras temblorosas. Un disparo resonó en el aire, seguido de un silencio mortal. Cuando las luces regresaron, uno de los capos estaba tirado en el suelo, un agujero limpio atravesando su frente. Su sangre se filtraba en el concreto, creando un charco oscuro bajo su cuerpo.
Red Hood se encontraba en el centro de la sala, con su bota firmemente plantada sobre el pecho del cadáver, su pistola aún humeante en la mano.
—¡Escúchenme bien, gusanos! —rugió con una voz que cortaba como un cuchillo—. ¡Les daré una sola oportunidad de dejar todo esto atrás! ¡A cambio, desaparecen de Ciudad Gótica y abandonan el narcotráfico y la trata de personas para siempre!
La sala quedó en silencio, rota solo por las respiraciones tensas de los presentes. Finalmente, el capo con las cicatrices rompió el silencio, riéndose entre dientes.
—¿No hagas reír? —se burló, su tono despectivo mientras levantaba una mano para dar una señal. De inmediato, los diez hombres detrás de él desenfundaron sus armas y apuntaron a Red Hood.
—Estás acabado, idiota.
Cerca de los muelles, 6:36 p.m.
Entre la niebla que se levantaba con la lluvia, Dylan caminaba sin rumbo, con las manos en los bolsillos de su chaqueta. La conversación en su mente seguía su curso, mientras su voz y la de Carnage se entremezclaban.
—Solo… solo mataremos a quienes se lo merezcan, ¿entendido? —propuso Dylan con un tono firme, aunque su nerviosismo era palpable.
El simbionte bufó, como un animal frustrado.
—ERES TAN ABURRIDO… —respondió Carnage con su característico tono burlón, aunque después de una pausa añadió con resignación—. ESTÁ BIEN, LO HARÉMOS A TU MODO… POR AHORA.
De repente, un disparo rompió la tranquilidad de la noche, haciendo eco a lo largo de los muelles. Dylan levantó la vista, alerta.
—CREO QUE HAY CHICOS MALOS POR AQUÍ —dijo Carnage, su voz resonando en la mente de Dylan. Sus ojos se dirigieron hacia un almacén cuyas luces parpadeaban intermitentemente a lo lejos.
Dylan apretó los puños.
—Vamos a ver qué está pasando… pero recuerda nuestro trato.
El simbionte soltó una carcajada que vibró en los huesos de Dylan mientras su cuerpo comenzaba a ser envuelto por la sustancia roja y negra. Carnage estaba listo para la acción.
—¿De verdad creen que esas armas cambiarán algo? —preguntó Red Hood, con una calma inquietante mientras guardaba su pistola. Lentamente llevó sus manos hacia las granadas de humo colgadas en su cinturón—. Deberían saber que ya están muertos.
El capo cicatrizado iba a responder, pero no tuvo tiempo. Una explosión de humo negro inundó el almacén, nublando la vista de todos los presentes. Los disparos comenzaron a llenar el lugar, pero eran desorganizados, el caos se apoderó de los hombres armados mientras una figura roja y negra se deslizaba entre ellos.
Dylan, o mejor dicho Carnage, había llegado al campo de batalla.
—¡MIRA LO QUE TENEMOS AQUÍ! —rugió el simbionte, con un tentáculo atravesando el pecho de uno de los hombres armados. La criatura levantó el cuerpo como si fuera un juguete roto y lo lanzó contra un grupo de sus compañeros.
Red Hood, sorprendido por la intervención, observó a la criatura desde las sombras.
—¿Qué demonios es eso? —murmuró, sacando sus armas y enfocando su atención en el nuevo jugador.
El caos en el almacén acababa de alcanzar un nuevo nivel, y Ciudad Gótica estaba a punto de presenciar una noche aún más sangrienta.
La puerta del almacén se abrió de una patada, resonando con fuerza sobre el concreto. Red X cruzó el umbral con pasos silenciosos, su mirada escudriñando el interior. La escena que se desplegaba ante él parecía sacada de una pesadilla.
Cuerpos destrozados yacían sobre el suelo, algunos partidos en dos, otros empalados contra las paredes con tentáculos rojos y retorcidos. En el centro de la masacre, Carnage rugía, su figura retorcida de rojo y negro brillando bajo la luz parpadeante. A su lado, un hombre con una chaqueta negra de cuero, hombros blancos y un casco rojo observaba con calma la carnicería, Red Hood.
-¿Qué demonios...? -murmuró Red X, incapaz de apartar la mirada.
Pero antes de que pudiera procesar más, un sonido ensordecedor lo sacó de su trance.
El rugido de un motor.
Giró sobre sus talones justo a tiempo para ver cómo un Dodge Charger 1969, envuelto en llamas, se acercaba a toda velocidad por la calle. Encima del vehículo, con los brazos cruzados y una expresión gélida, estaba un hombre que parecía salido de una leyenda oscura. Su rostro pálido, los ojos encendidos como linternas y la chaqueta oscura ondeando al viento le daban la apariencia de un vampiro moderno.
-Esto no puede ser real... susurró Red X, apretando los puños.
30 minutos antes...
Calles de Ciudad Gótica - 6:35 p.m.
El motor del Charger rugía mientras Dante maniobraba el volante con precisión, serpenteando entre el tráfico de la ciudad. Las luces de los semáforos parpadeaban al reflejarse en la carrocería negra del auto, cuyas llantas chirriaban con cada giro. A su lado, Nick se retorcía en el asiento del copiloto, sudando frío mientras se sujetaba el estómago.
-¿Estás bien? -preguntó Dante, lanzando una mirada fugaz a su amigo.
Nick apretó los dientes, intentando responder mientras el sudor le corría por la frente.
-N-no lo sé... -jadeó, sintiendo cómo sus manos temblaban-. Algo... algo no está bien, Dante. Desde que vimos ese almacén, siento... como si algo estuviera mal conmigo.
Dante frunció el ceño, manteniendo la vista en el camino.
-Tranquilo, ya casi llegamos al hospital. Tal vez solo sea el cansancio.
Nick asintió débilmente, pero su expresión seguía mostrando incomodidad.
-"ΜΑΤΑ..."
Dante golpeó el panel con la palma.
-¡Maldición! Esta chatarra está volviéndose loca otra vez.
-"MÁTALOS A TODOS..."
La voz distorsionada resonó en el vehículo, y Nick se enderezó de golpe. Sus ojos se abrieron de par en par, con un brillo carmesí por un segundo.
Dante lo miró de reojo.
-¿Nick...?
Nick respiraba con dificultad, sus pupilas dilatadas.
-...Nada... estoy bien...
Pero Dante sabía que no lo estaba. Algo en su amigo había cambiado, y tenía la sensación de que esa noche, las cosas estaban a punto de salirse de control.
Rápidamente, Dante pudo ver cómo su amigo adquiría características propias de la leyenda del vampiro. Sus ojos se tornaron completamente rojos, y una extraña energía oscura comenzó a envolverlo. Los colmillos de Nick crecieron, y su cuerpo parecía expandirse, como si algo sobrenatural tomara el control de su ser.
—¡Yo... soy... ¡Morbius! —gritó Nick, su voz distorsionada por la transformación.
Antes de que Dante pudiera siquiera procesar lo que estaba sucediendo, una presencia aún más aterradora se sintió en el aire.
—YA ES HORA… —dijo Eli, la voz resonando en la mente de Dante, tan poderosa como un eco infernal.
De repente, la cabeza de Dante se prendió en llamas naranja, su piel comenzó a arder sin dolor, solo una intensa sensación de calor, como si su cuerpo hubiera sido consumido por el fuego. El Dodge Charger empezó a escupir fuego por el motor, y las llantas se encendieron en llamas, iluminando las calles oscuras como una antorcha viviente.
Morbius, con su nuevo poder vampírico, saltó fuera de la ventana del vehículo y se aferró al techo, extendiendo las garras mientras su figura oscura se desplazaba rápidamente por encima del auto, buscando una forma de liberar más de su poder.
Mientras tanto, un hombre de pie en la penumbra observaba la escena. Con un traje negro y azul, la figura de Batman estaba casi oculta entre las sombras, pero sus ojos brillaban con la misma intensidad que las llamas del Charger.
—Eso es muy sospechoso —dijo el hombre con voz grave, cruzando los brazos.
—Deberíamos seguirlos, ¿no lo crees, Batman? —preguntó el tipo con una sonrisa burlona en su rostro, mirando hacia su compañero.
Actualidad — Almacén, Ciudad Gótica
El Dodge Charger, envuelto en llamas, irrumpió en el almacén como un cohete, derrapando y deslizándose hacia el centro de la masacre en curso. Los gritos de los hombres y las criaturas fueron ahogados por el rugido del motor.
—¡Yo conozco ese auto! —exclamó la mujer en pánico, observando cómo el vehículo atravesaba las sombras. Su rostro palideció aún más al reconocerlo.
Red X y Carnage intercambiaron miradas, sorprendidos por la aparición del vehículo infernal. Mientras tanto, Red Hood se preparaba, sus ojos entrecerrados, sabiendo que la situación estaba a punto de empeorar mucho más.
—Esto se va a poner interesante… —murmuró Red X, ajustándose el casco mientras se preparaba para lo que fuera que sucediera a continuación.
El Charger se detuvo en seco, el fuego se disipó bajo las llantas, pero el calor permaneció en el aire. Dante, o lo que quedaba de él, descendió lentamente del vehículo. Su cráneo ardía con llamas infernales mientras sus botas resonaban contra el concreto del almacén. Las sombras danzaban a su alrededor con cada paso que daba.
Ghost Rider levantó la cabeza y dirigió su ardiente mirada hacia la mujer que lo había reconocido.
—TIENES MUCHOS PECADOS QUE PAGAR... —gruñó el Rider, extendiendo una mano hacia ella.
La mujer retrocedió, temblando, mientras el sudor corría por su frente.
—¡Maldición, alguien deténgalo! —gritó uno de los capos, pero ningún hombre se atrevió a dar un paso al frente.
Antes de que Ghost Rider pudiera moverse, un tentáculo rojo atravesó el suelo y se deslizó entre sus piernas. Carnage saltó de las sombras, dejando caer el cadáver de uno de los hombres que había destrozado momentos antes.
—OYE, CALAVERA, ESA PERRA ES MÍA… —rugió Carnage con una sonrisa monstruosa mientras lamía la sangre de sus garras.
—NO ME INTERESAN TUS JUEGOS… —dijo Ghost Rider sin siquiera mirarlo, sus llamas ardiendo con más intensidad.
Red X estaba recargado contra una pared cercana, observando la situación con los brazos cruzados.
—Bueno, esto es raro… —dijo con burla—. Un vampiro, un demonio de fuego, un asesino demente, un loco de capucha roja… y yo. Esto parece el inicio de una mala broma.
Morbius, con su mirada gélida y colmillos aún expuestos, descendió lentamente del techo del Charger, limpiando la sangre de su boca.
—Yo no lo llamaría broma… pero sí parece una cacería.
Red Hood ajustó su chaqueta y sacó sus pistolas, apuntando a los capos restantes que intentaban huir.
—No me malinterpreten… no me gusta trabajar en equipo, pero si esto termina rápido, me sirve.
—¡BASTA! —gritó uno de los capos—. ¡Maten a estos idiotas!
Un estruendo se escuchó desde la entrada del almacén.
—No tan rápido… —dijo una voz profunda y firme.
Batman y Nightwing entraron en escena.
—Esto termina aquí.
Batman avanzó con paso firme mientras Nightwing saltaba sobre una de las grúas del almacén, moviéndose con agilidad entre las vigas.
—¿Termina aquí? —rió Red Hood—. No creo, Bats.
Ghost Rider giró la cabeza lentamente, clavando su mirada en Batman.
—EL QUE SE INTERPONGA… ARDERÁ.
—Quisiera ver eso… —respondió Batman, lanzando un batarang directamente hacia la calavera en llamas.
El batarang golpeó a Ghost Rider en la frente, pero solo quedó incandescente antes de caer al suelo derretido.
Carnage rugió, lanzándose hacia Nightwing como una bestia desatada. Morbius voló hacia los capos, hundiendo sus colmillos en el cuello de uno. Red X desapareció en un destello, apareciendo detrás de Batman, con una cuchilla cerca de su cuello.
—Esto es solo el comienzo… —susurró Red X.
La mujer gritó al sentir cómo la cadena en llamas se enrollaba alrededor de su pierna. Cayó al suelo, arrastrada hacia Ghost Rider, mientras el calor de la cadena quemaba su piel a través de la tela.
—¡SUÉLTAME! —rogó, luchando por liberarse—. ¡Yo… yo solo seguía órdenes!
Ghost Rider inclinó la cabeza lentamente, su calavera ardiendo con una furia que parecía crecer con cada palabra que salía de la mujer.
—LAS ÓRDENES NO REDIMEN TU ALMA. —La calavera del Rider se acercó a su rostro, sus ojos vacíos brillaban con un fuego inhumano—. MIRA EN MIS OJOS… Y SIENTE EL DOLOR QUE HAS CAUSADO.
—¡NO! —gritó la mujer, cerrando los ojos con fuerza mientras lágrimas de pánico corrían por sus mejillas—. ¡NO QUIERO VERLO!
Pero era inevitable. El Juicio de Penitencia había comenzado.
Las llamas que envolvían el cráneo del Rider se intensificaron mientras la mujer gritaba y se convulsionaba en el suelo. En su mente, revivía cada una de sus atrocidades: los rostros de aquellos a quienes había vendido, traicionado o asesinado, ahora la miraban con ojos vacíos y acusadores.
A unos metros de distancia, Red X observaba la escena con los brazos cruzados, apoyado contra una viga.
—Bueno… eso es un poco extremo.
Carnage se acercó lentamente, con una sonrisa retorcida.
—JAJAJA… ME GUSTA ESTE TIPO…
Red Hood, aún con las pistolas desenfundadas, no apartó la vista del Rider.
—Será extremo, pero funciona.
Nightwing aterrizó cerca, con los bastones listos para el combate.
—Esto se está saliendo de control, Batman… ¿algún plan?
Batman, que ya estaba analizando a Ghost Rider con su visor, no apartó la mirada del demonio.
—Ese hombre… no está en control.
Morbius descendió desde una viga del techo, limpiando la sangre de su boca con la manga de su chaqueta.
—Tal vez ninguno de nosotros lo está.
La mujer finalmente cayó inconsciente, su cuerpo temblando, sus ojos carbonizados, pero viva. Ghost Rider soltó la cadena, dejando que su cuerpo cayera al suelo.
—SU ALMA AHORA PAGA SU PRECIO.
Carnage se encogió de hombros.
—Y YO QUE PENSÉ QUE LA IBAS A PARTIR EN DOS.
Ghost Rider giró lentamente hacia Carnage.
—NO SOY COMO TÚ.
Carnage se inclinó hacia adelante, sonriendo de oreja a oreja.
—TIEMPO AL TIEMPO, CALAVERA. TIEMPO AL TIEMPO.
Batman dio un paso al frente, interponiéndose entre ellos.
—No dejaré que destruyan esta ciudad.
Ghost Rider apretó la cadena en su mano, mientras el fuego en sus ojos ardía aún más intenso.
—NO SOMOS NOSOTROS QUIENES DESTRUYEN ESTA CIUDAD… SON LOS PECADORES.
Rápidamente Batman le arrojó un batarang a Carnage
—¿CREES QUE ESTO ME DETENDRÁ? —dijo Carnage con burla
—Si —respondio Batman apretando un botón
El almacén estalló en caos. El grito distorsionado de Carnage resonaba mientras el batarang sónico seguía vibrando, forzando al simbionte a separarse parcialmente de Dylan.
Batman mantuvo la presión sobre el botón, sus ojos fríos y calculadores detrás de la máscara.
—Si separo al huésped del simbionte, podremos detenerlo.
Pero justo antes de que el proceso se completara, Morbius impactó contra Batman, derribándolo con una fuerza brutal. El murciélago rodó por el suelo, soltando el detonador, que cayó a unos metros de distancia.
—¡NO TOQUES ESO! —gritó Nightwing, lanzándose hacia el dispositivo.
Red X lo interceptó, golpeando con una patada baja que desestabilizó a Nightwing.
—No puedes dejarlo fuera de combate tan fácil, —susurró Red X—. Además… esto se está poniendo divertido.
Nightwing se levantó rápidamente, girando uno de sus bastones electrificados.
—¿"Divertido"? Hay vidas en juego.
Ghost Rider se mantenía de pie, observando el conflicto, pero sin intervenir aún. La calavera en llamas giró lentamente hacia Carnage, que comenzaba a recuperarse.
—DEJEN QUE EL JUICIO SIGA SU CURSO…
Carnage, al escuchar esto, sonrió de manera retorcida mientras sus tentáculos regresaban a su lugar.
—EL JUEGO APENAS EMPIEZA...
En un parpadeo, Carnage lanzó uno de sus tentáculos hacia el detonador, levantándolo del suelo y aplastándolo con fuerza.
—UPS…
La onda sónica cesó de inmediato, y el simbionte se estabilizó por completo, extendiéndose de nuevo sobre Dylan.
—¡MALDICIÓN! —exclamó Nightwing, retrocediendo hacia Batman, que ya se ponía de pie.
Morbius aterrizó junto a Carnage, su mirada afilada y con las venas resaltadas.
—No necesitamos que interfieran.
—¿Están colaborando ahora? —preguntó Batman, ajustando su capa—. Vaya combinación…
Red Hood dio un paso adelante, girando sus pistolas en las manos.
—Si algo sé de Gotham es que siempre aparecen nuevos monstruos… y siempre caen.
Ghost Rider avanzó lentamente, levantando la cadena en llamas.
—ESTO NO TERMINARÁ HASTA QUE LA MALDAD SEA CONSUMIDA…
Pero antes de que cualquiera pudiera moverse, un estruendo se escuchó desde el techo.
BOOM
La claraboya estalló en mil pedazos y una figura oscura descendió con un aterrizaje pesado, envuelta en una capa desgarrada.
—Esto es suficiente.
Batman y Nightwing miraron hacia arriba con sorpresa.
—¿Él también está aquí…? —susurró Nightwing.
Spawn se enderezó, con sus ojos verdes brillando intensamente mientras recorría con la mirada a los demás.
—Parece que llegué justo a tiempo.
El almacén quedó en silencio por un momento.
—¿Quién demonios es este tipo? —preguntó Red Hood, bajando ligeramente las armas.
Carnage, sin perder tiempo, lanzó un tentáculo hacia Spawn.
—A MÍ NO ME IMPORTA QUIÉN SEAS.
Spawn atrapó el tentáculo con una mano enguantada y lo arrancó de un solo tirón, provocando un rugido de dolor en Carnage.
—Cometiste un error al mostrarte, monstruo.
Ghost Rider inclinó la cabeza, observando a Spawn.
—TU ALMA TAMBIÉN ARDE…
Spawn sonrió de lado.
—Créeme, Rider. Mi alma está más allá del alcance de tu fuego.
La batalla apenas comenzaba.
—Tardaste mucho en llegar... —dijo Batman, poniéndose al lado de Spawn, su voz tensa, pero con una pizca de sorna.
—Sí, lo siento —respondió el espectro, su tono grave resonando en el aire. Luego, su mirada se dirigió al Ghost Rider, cuyo fuego infernal iluminaba la sala de manera espeluznante. —¡Caerás aquí, Rider!
Ghost Rider giró lentamente su cabeza hacia Spawn, el cráneo en llamas reflejando una energía destructiva que se podía sentir en el aire. Su voz resonó como un rugido.
—NO HAY ESCAPE DE LA JUSTICIA, ESPECTRO... TU ALMA SERÁ RECLAMADA.
Sin embargo, antes de que cualquier otro golpe pudiera ser intercambiado, Red X se lanzó hacia adelante con una agilidad inhumana, saltando hacia el centro de la sala mientras giraba en el aire, buscando un enfoque rápido y preciso.
—¡Rápido! —gritó Red X, levantando una mano para señalar los objetivos mientras organizaba la ofensiva. —Fantasma, tú, Carnage y el vampiro vayan contra Spawn. Yo y el tipo de capucha roja iremos contra Batman y Nightwing.
Carnage y Morbius asintieron casi al unísono, con sus miradas llenas de ansias de combate. El caos era lo que los alimentaba, y ahora, frente a ellos, había una oportunidad dorada.
—¡POR FIN UNA BUENA PELEA! —gritó Carnage, extendiendo sus tentáculos mientras avanzaba, cada uno de ellos chocando contra el suelo con un sonido aterrador.
Morbius, con sus ojos rojos brillando bajo la luz de las llamas, rápidamente se lanzó hacia Spawn, sus garras afiladas listas para desgarrar.
—Tienes suerte de que no pueda beber tu sangre... por ahora —gruñó Morbius, acercándose a la figura que se levantaba imponente frente a él.
Spawn, sin perder su calma, giró su cuerpo en un solo movimiento fluido. Sus cadenas se desataron como serpientes, dispuestas a atrapar a los enemigos que se aproximaban.
—Parece que no tenéis ni idea de con quién os enfrentáis... —murmuró Spawn, mientras la capa oscura que lo envolvía se movía como si tuviera vida propia.
Mientras tanto, Red Hood y Nightwing se preparaban para la batalla. Ambos estaban acostumbrados a trabajar juntos, pero este enfrentamiento era diferente. No estaban luchando solo contra dos o tres enemigos, sino contra una variedad de monstruos y seres sobrenaturales. Red X, siempre astuto, aprovechó su velocidad para atacar de inmediato.
—¡Hazlo rápido! —exclamó Red X mientras esquivaba una rápida acometida de Nightwing con sus bastones electrificados. —Si no actuamos pronto, todo se descontrolará.
Batman, en cambio, no perdió el tiempo y se lanzó contra Red X con la precisión de siempre, intentando desarmarlo con un golpe calculado. Pero Red X, con su agilidad y reflejos sobrehumanos, logró esquivarlo y contraatacar con un disparo desde su gauntlet, un rayo de energía que atravesó la oscuridad de la sala.
—No va a ser tan fácil —dijo Batman, su voz grave resonando en la sala.
Nightwing, utilizando sus bastones eléctricos, atacó de manera sincronizada con Batman, buscando neutralizar a los intrusos de forma estratégica. Con un movimiento rápido, Nightwing intentó atrapar a Red X en un giro mortal, pero el joven héroe de la X, con su agilidad superior, logró saltar hacia atrás, evitando el impacto.
Red X no perdió la oportunidad de burlarse, deslizándose hacia un costado y riendo de forma mordaz.
—¿Eso es todo, murciélago? —dijo mientras lanzaba un kunai hacia Batman, que lo esquivó por poco.
Ghost Rider, sin embargo, tenía otro plan. El calor de las llamas que lo rodeaban aumentó cuando miró a Batman, el cráneo de fuego brillando con intensidad.
—NO PUEDE HABER PIEDAD... —dijo con voz profunda y resonante, mientras se acercaba lentamente.
Batman, conocido por su capacidad para enfrentarse a cualquier amenaza, se preparó para lo peor. Pero lo que no esperaba era que la situación se desbordara de tal forma.
La batalla estaba a punto de alcanzar su punto máximo, y el caos se desataba en todas las direcciones.
Rápidamente, Batman tuvo que esquivar una lluvia de disparos provenientes de Red Hood, quien, con su habilidad para calcular los ángulos y tiempos con precisión, no dejaba respiro al Caballero Oscuro. Los disparos eran rápidos, mortales y perfectamente dirigidos, pero Batman, entrenado para enfrentarse a lo peor, esquivó con destreza, haciendo que las balas solo rozaran su capa y desaparecieran en la oscuridad.
Red Hood avanzó hacia él, cada paso resuena en el suelo de cemento, mientras ajustaba su pistola con rapidez, apuntando nuevamente a su objetivo.
—¡No vas a ganarme esta vez, murciélago! —gruñó Red Hood, disparando con aún más furia, cada bala dirigida con un objetivo claro: desestabilizar a Batman.
Batman, con la mirada fija en su oponente, utilizó un reflejo casi instintivo, girando hacia un costado para esquivar, y al mismo tiempo lanzó un batarang hacia Red Hood, con la intención de distraerlo lo suficiente para tomar ventaja. Pero Red Hood no vaciló, saltó hacia atrás, evitando el proyectil, y disparó de nuevo.
—¡Te olvidaste de algo! —gritó Red Hood, con una sonrisa desafiante.
Batman no tardó en reagruparse, saltando hacia una de las columnas del almacén, utilizando su entorno para ganar distancia y preparar su siguiente movimiento. Pero sabía que esto no sería fácil. La velocidad y los reflejos de Red Hood lo hacían un enemigo impredecible y peligroso.
En ese momento, Nightwing, que había estado enfrentando a Red X, intentó intervenir en el combate, acercándose con sus bastones cargados de electricidad, buscando inmovilizar a Red Hood. Sin embargo, Red Hood estaba listo y, con un giro rápido, dejó que los bastones de Nightwing pasaran justo junto a él mientras lanzaba una serie de disparos al aire, causando una distracción que permitió que se alejara de Nightwing y siguiera presionando a Batman.
—¡Te dije que no sería fácil! —dijo Red Hood con una risa burlona mientras continuaba disparando.
La lucha entre los dos héroes se intensificaba a medida que se movían entre las sombras del almacén, cada uno buscando la oportunidad para poner al otro en desventaja.
A lo lejos, Ghost Rider seguía observando el caos, su mirada fija en Batman, mientras sus cadenas crujían al moverse con una tensión infernal, dispuesto a intervenir en cualquier momento.
—¡No te distraigas! —gritó Spawn mientras lanzaba un golpe mortal hacia Ghost Rider, su capa ondulando con cada movimiento como una sombra amenazante.
Pero Ghost Rider reaccionó con rapidez. Al ver el ataque de Spawn, el espectro apenas se movió, esquivando el golpe y, con una rapidez sobrenatural, se giró, viendo a Morbius lanzarse hacia él.
—¡Ahhh! —gritó Morbius mientras embestía a Ghost Rider, su cuerpo retorciéndose de energía vampírica, tratando de alcanzar al espectro con sus garras.
Pero Ghost Rider, sin inmutarse, dejó escapar un silbido bajo. De inmediato, el rugido ensordecedor de un motor resonó a través del almacén. El Hell Charger apareció en el horizonte, a toda velocidad, sus llantas dejando marcas de fuego en el suelo. El Dodge Charger 1969, envuelto en llamas, se lanzó directo hacia la escena, como si fuera una extensión del propio Ghost Rider.
—¡VEREMOS TUS TRIPAS ARDER! —gritó Carnage, su risa demoníaca resonando por toda la sala mientras golpeaba a Spawn con una fuerza brutal. El simbionte, con su característico caos, envió a Spawn volando contra una de las columnas del almacén, aprovechando el desconcierto para continuar con su ataque. Pero lo más aterrador era el poder de Ghost Rider, que no solo estaba dispuesto a luchar, sino a destruir.
El Hell Charger aceleró sin piedad, y el Ghost Rider se lanzó al volante, haciendo que el vehículo girara violentamente, golpeando de frente a Spawn con un estruendo ensordecedor. La calavera del Ghost Rider, iluminada por el fuego infernal, reflejaba los detalles metálicos de su casco, haciendo que su presencia fuera aún más aterradora.
Spawn, quien había sido golpeado por el Charger, se levantó lentamente, con su capa rasgada y su cuerpo temblando. La energía infernal de Ghost Rider había dejado su marca en él, pero Spawn no iba a retroceder tan fácilmente.
—Esto no ha terminado... —gruñó Spawn, con su voz resonando en la oscuridad.
Pero Carnage ya no estaba dispuesto a esperar. Con una risa retorcida, se lanzó hacia Spawn, dejando una estela de locura y destrucción a su paso.
Red X y Red Hood, mientras tanto, seguían luchando en las sombras, observando cómo el caos se desataba a su alrededor, sin dejar de hacer su parte en la batalla.
El campo de batalla estaba completamente descontrolado, y lo único claro era que los enemigos de los héroes no tenían intención de rendirse. Pero Ghost Rider, con su fuego infernal y su vehículo indestructible, había puesto el tono de la batalla: era una lucha hasta el final.
—¡Debemos retirarnos! —gritó Nightwing, esquivando por poco un corte que Red X le propinó con su arma, una X metálica afilada, que cortó el aire con velocidad mortal. Red X se movía como una sombra, rápido y preciso, obligando a Nightwing a mantener la guardia alta.
—¡Estoy contigo! —respondió Spawn, su tono lleno de rabia mientras esquivaba un ataque brutal de Morbius, quien lanzaba garras y colmillos con una agilidad sobrehumana. Spawn se impulsó con su capa, evitando que el vampiro le alcanzara. El almacén estaba en ruinas, el techo colapsando poco a poco, y la estructura parecía a punto de ceder bajo el peso de la batalla. Spawn lanzó una mirada hacia las vigas que comenzaban a desmoronarse. —El almacén está por derrumbarse, y estos payasos no ayudan. ¿Qué hacemos? Batman? —preguntó el espectro, sus ojos centelleando con una mezcla de furia y desesperación.
Batman apenas tuvo tiempo de reaccionar al ataque de Red Hood. Red Hood, con su pistola en mano, había dado un paso al frente, y Batman había esquivado los disparos en un giro fluido. Sin embargo, el combate estaba al límite y el tiempo se agotaba.
—¡Retirada! —ordenó Batman, tomando la iniciativa. Logró asestar un golpe directo en el pecho de Red Hood, empujándolo hacia atrás con fuerza. El impacto dejó a Red Hood sin aire, pero no lo detuvo.
Nightwing asintió rápidamente y comenzó a retroceder, su bastón eléctrico en alto para defenderse de cualquier ataque adicional. Red X intentó bloquearle el camino, pero Nightwing utilizó un giro ágil y un golpe certero para desarmarlo momentáneamente, dándose espacio para escapar.
Morbius se abalanzó hacia Batman, pero el caballero oscuro ya estaba retrocediendo, ordenando a sus compañeros que siguieran su ejemplo. Con rapidez, Spawn lanzó una ráfaga de energía oscura hacia Morbius, cubriendo su retirada.
El Hell Charger de Ghost Rider rugió, avanzando a gran velocidad para bloquear cualquier intento de persecución. Carnage, sin embargo, seguía riendo, disfrutando de la destrucción a su alrededor. Pero incluso él sabía que había llegado el momento de retirarse.
—¡No pueden huir de mí! —gritó Carnage, corriendo hacia la salida, pero Ghost Rider no le dejó. Con un movimiento de su mano, las cadenas encadenaron a Carnage en el suelo, impidiéndole continuar. El fuego del infierno comenzaba a consumir el almacén, y la visión del Ghost Rider ya no era la de un simple espectro, sino la de una fuerza imparable.
—¡ESTE ES SOLO EL COMIENZO! —gritó Ghost Rider, su calavera iluminada por las llamas infernales, antes de girar y retirarse con el Hell Charger.
Mientras tanto, Batman, Nightwing, y Spawn comenzaron su retirada, sabiendo que la batalla de esa noche había terminado, pero la guerra estaba lejos de acabar.
—Nos veremos de nuevo —murmuró Batman mientras se alejaba, dejando atrás el caos de la destrucción y la muerte.
—¡¿POR QUÉ ME DETUVISTE?! ¡YA LOS TENÍAMOS! —gritó Carnage, su voz llena de furia, mientras se retorcía contra las cadenas de Ghost Rider, que lo mantenían atrapado.
—SON PECADORES, PERO NO PECADORES TAN GRANDES —respondió Ghost Rider con calma, su rostro cubierto por la calavera iluminada por las llamas infernales. Las cadenas ardían y seguían sujetando a Carnage, impidiéndole avanzar.
—Nosotros también debemos retirarnos —dijo Red Hood, mirando a su alrededor con cautela. El techo del almacén comenzaba a ceder, y el peligro de un derrumbe era inminente. —Este lugar está por derrumbarse.
Ghost Rider no dijo nada, pero su mirada fulgurante les indicó que estaba de acuerdo. El grupo sabía que, aunque la batalla no había sido completamente ganada, no podían quedarse allí.
Ciudad Gótica, techo de un edificio abandonado.
El grupo de cinco se encontraba en el techo de un edificio en ruinas, con la ciudad extendiéndose ante ellos como un vasto paisaje de sombras. Ghost Rider se encontraba recuperándose, su fuego infernal extinguiéndose poco a poco, y su cuerpo transformándose de nuevo en el de Dante, quien parecía aturdido y desorientado.
—¡Qué carajos! —exclamó Dante, frotándose la cabeza con frustración. Estaba claro que no había tenido el control total sobre su transformación, y la confusión lo estaba afectando.
—Así que el fantasma solo es un chico de 17 años —dijo Red Hood, con una sonrisa burlona mientras observaba a Dante, quien aún se sacudía la cabeza para despejarse.
—Tú también lo eres, Todd —dijo Red X, sin inmutarse. Su voz tenía una dosis de desprecio que solo él podía transmitir.
Red Hood se quedó en silencio por un momento, como si estuviera procesando lo que acababa de escuchar, antes de que Red X continuara.
—Espera... com- —Red Hood comenzó a preguntar, pero fue interrumpido por Red X.
Red X retiró su máscara con un rápido movimiento, revelando el rostro de un joven de mirada intensa. Titubeante, miró a los demás, y con un suspiro, dijo:
—Me llamo Danny.
—Por lo que veo, todos tenemos la misma misión —continuó Danny con una sonrisa que no llegaba a ser del todo amigable. Señaló a Carnage y Morbius. —Y estamos todos cubiertos. Mira a estos dos, literalmente y figurativamente cubiertos de sangre. Así que, ¿por qué no nos presentamos?
Red Hood asintió, y dejó caer la capucha y el casco que había estado usando, revelando su rostro.
—Jason Todd —dijo con firmeza, sin más explicación. No era necesario. El nombre estaba marcado en su alma.
Dylan Kasady se tomó un momento, recuperando finalmente el control de su cuerpo después de la lucha. Su voz, normalmente feroz y llena de caos, sonó un poco más calmada.
—Dylan Kasady —dijo, con una leve sonrisa. —Pero ustedes pueden llamarme Dylan.
Morbius, quien había regresado a su forma humana, también comenzó a hablar. Su tono era más tranquilo ahora, con un aire de sabiduría.
—Me llamo Nikolas Jones —dijo, mirando al grupo. —Pero llámenme Nick.
Por último, Dante se encontraba en el centro del grupo, mirando hacia abajo, como si intentara encontrar las palabras correctas. Luego, finalmente, levantó la cabeza y, con una mirada algo tímida, dijo:
—Me llamo Dante... Castle —titubeó al principio, como si no estuviera completamente seguro de decirlo en voz alta. Luego, con más firmeza, agregó. —Pero solo Dante está bien.
La atmósfera se llenó de una extraña quietud mientras cada uno de ellos asimilaba las palabras del otro. Había algo inquietante en ese grupo de individuos, todos marcados por la oscuridad, pero también unidos por un propósito común. A pesar de sus orígenes y habilidades tan diferentes, ahora compartían un camino, aunque incierto.
—Entonces... —dijo Red Hood finalmente, mirando a los demás. —¿Qué hacemos ahora?
—Vamos a destruir lo que queda de los capos de la ciudad —respondió Danny, la mirada decidida, sin duda alguna.
Morbius asintió, mientras Dante recuperaba finalmente su compostura, su mirada perdida en el horizonte.
—Ya veremos qué más nos tiene preparada Ciudad Gótica —dijo Dante, su tono algo sombrío.
Y así, con esa decisión en sus corazones, el grupo se preparó para enfrentar lo que estaba por venir. La ciudad de las sombras aún guardaba muchos secretos y enemigos. Pero, al menos por ahora, ellos eran un equipo. Y juntos, podrían enfrentarse a lo que fuera.
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