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En algún punto de la madrugada por culpa del insomnio mi cerebro dijo "y si el Emperador juega con Leman como si fuera un perro?" Y pensé que sería buena idea y acabé escribiendo esta cosa
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A veces se arrepentía de iniciar la cruzada. No porque no fuera capaz de acabarla ni nada de eso, sino porque era un jodido dolor de cabeza. Ahora, sentado en su trono acompañado únicamente por su hijo, Leman Russ, estaba meditando sobre el siguiente paso en el plan para unir a la humanidad.
Movía con suavidad un bolígrafo entre sus dedos, tratando de calmar su humor y fallando en el intento. Eso solo lo hacía sentir peor.
Leman daba sus propias ideas de cómo su legión podría encargarse de planetas rebeldes que les causaban problemas, pero no los suficientes para mandar a la octava legión. Pero todas sus palabras se oían como ruido blanco a su cabeza. Estaba estresado, cansado y hoy más que nunca necesitaba una botella de vino.
Harto de todo arrojó el bolígrafo al otro lado de la sala sin preocuparse mucho por él. Ni siquiera lo iba a usar porque ya tenía gente que escribía por él. Aún así los rápidos pasos de su hijo lo tomaron desprevenido. Al mirar en dirección a donde había arrojado el bolígrafo se sorprendió de ver a su hijo recogiéndolo con la boca como si de un perro que sostiene una rama que le fue arrojada por su dueño.
Leman se veía claramente emocionado pero entonces los modales enseñados por su padre adoptivo regresaron a su cabeza y se dio cuenta de lo que estaba haciendo.
Escupió rápidamente el bolígrafo (que era bastante grande hasta para un primarca) y se lo devolvió a su padre sin decir una palabra. El Emperador miró a su hijo, luego el bolígrafo y otra vez a Leman. Y volvió a arrojarlo para ver cómo otra vez lo perseguía.
Cuando su hijo volvió tenía el bolígrafo en su boca y sus ojos habían pasado de ser fríos como el hielo de Fenris a brillar con la emoción de un cachorro que prueba un nuevo juguete.
Aprovechándose de su poder el Emperador cambió la composición del bolígrafo y le dio una forma más parecida a un disco...
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Malcador caminaba por el pasillo apoyándose en su bastón. El Emperador había pasado demasiado tiempo en el salón del trono, más del esperado, así que tenía que ir a revisar que todo estuviera bien. No es que dudara de su amigo, pero sabía que estaba trabajando con uno de sus hijos más salvajes y pensó que probablemente Leman se había pasado con los planes de conquista.
Las grandes puertas doradas se abrieron ante él y si no confiara tanto en su condición mental hubiera pensado que estaba alucinando la escena frente a él.
—¡Atrápalo muchacho! —gritó el Emperador antes de arrojar un frisbee en dirección a su hijo que corrió tras él y lo atrapó entre sus dientes dando un gran salto en el aire.
Padre e hijo se voltearon para ver al anciano hombre que los miraba como si se hubieran vuelto locos. Primero se quedaron congelados en su lugar pero luego de compartir una sonrisa de complicidad sabían que estaban pensando lo mismo.
Leman se sacó el frisbee de la boca y le sonrió con confianza a su querido tío. —Nadie nunca te va a creer esto.
Malcador solo cerró las puertas y volvió por donde vino. Ignorando los gritos animados del Emperador de la humanidad y el primarca de los Lobos Espaciales.
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