Segunda parte: Capítulo 7


Juan Carlos. Residencia para ancianos en Haedo.

Martes 2 de Abril, 11 horas.

- Otra vez nada...

Juan Carlos salía de la habitación de su madre, con su celular en la oreja, realizando una llamada, pero sin obtener ninguna respuesta. Había empezado a caminar por el pasillo. Un par de empleadas pasaban por allí realizando distintas actividades para atender a los ancianos. Juan Carlos se acercó a una de ellas, que llevaba unas toallas.

- Hola, Amelia ¿Cómo está? - Preguntó a una enfermera. - Perdone, quisiera saber si mi hermano no ha llamado. Estoy preocupado... Intento hablar con él pero no responde... Es muy raro. Iba a venir pero no me avisó nada.

- A lo mejor le ha surgido otra cosa... a veces le ha pasado.

Caminaban por el pasillo, de regreso a la habitación donde estaba Yolanda, de la que juan Carlos había salido.

- Sí, pero ayer fue el aniversario de la muerte de papá. Me iba a llamar, y nunca contestó el celular.

- De todos modos, si sabemos algo, lo llamamos a usted en seguida...

- Bueno, Amelia, muchas gracias.

Desde el marco de la puerta podía verse a Yolanda, que estaba sentada de frente en su silla de ruedas, mirando la pantalla plana. Su mirada, como siempre, aparecía perdida, y su sonrisa dibujada, de forma permanente. A su lado había un sillón vacío y detrás una ventana, por la que entraba algo de luz ese día nublado. Entonces trató de disimular su preocupación, aunque Yolanda no lo registraría para nada.

- ¡Hooola... viniste a tomar el té conmigo! Sentate, así te cuento cómo van las cosas con el noticiero de las ocho. Un sultán mandó a matar a una niña, Martina, porque era virgen. Pero parece que uno de los que la retenían fue a buscar un caballo. Seguro que la libera porque está enamorado de ella.

- Dale, mamá. Contame, ya me siento...

Y Juan Carlos se limpió, muy sutilmente, algunas lágrimas que rodaban por su rostro, mientras se sentaba en el sillón que estaba junto a su madre.

2 de Abril. Dante en algún lugar

Estaba todo muy oscuro, y un poco húmedo. Al tocar las paredes pudo notar que eran de piedra, y no llegaba ningún sonido desde el exterior. Cuando se fue incorporando, lo primero que notó es que estaba sobre una especie de camilla bajita. Apenas había una sábana con la que cubrirse. Tenía colocada alguna clase de camisola, como las que se utilizaban en los hospitales. Entonces empezó a percibir otra clase de sensaciones, a medida que se esforzaba por sentarse. Primero notó el mareo. La cabeza le daba vueltas y se escuchaba un zumbido permanente, aunque identificaba perfectamente que no se trataba de algo externo que estuviera escuchando. Después pudo darse cuenta que en realidad, esa sumatoria de mareo y zumbido producían un dolor de cabeza. Y la sed. Su garganta le dolía como si se raspara con una lija. A todo esto se sumaba el hecho de que no tenía sus lentes, con lo cual, todo lo que veía estaba sumamente borroso y era indescifrable para él. Lo que pudo percibir, muy fugazmente, es que había una especie de sombra que se contorneaba delante de sí, lo cual podía implicar que había alguien allí con él. No estaba solo.

- Hola... ¿se siente bien?

- ¿Y usted quién es?

Dante hizo un esfuerzo para tratar de ver bien a aquella muchacha de aspecto corriente, rubia y simpática, que traía en su mano un vaso con agua transparente.

- Soy la enfermera, usted se desmayó en la calle.

Dante se tomaba el cuello, pues la sensación era francamente insoportable.

- ¡Tengo una sed terrible, mareo y dolor de cabeza!... ¡¿Dónde estoy?!

- En el hospital. Cuando se sienta mejor, el médico dijo que podía volver a su casa.

- Ah, perfecto ¿Y mis cosas? ¡En mi maletín tenía el celular! ¡Las notas de mis pacientes, y mis documentos...!

La chica permanecía allí de pie, sonriendo y extendiendo hacia el psicólogo, el vaso con agua.

- No se preocupe por nada. Trajeron todas sus pertenencias. Tome el agua y tranquilícese. Le van a entregar sus cosas en cuanto se sienta mejor.

- Ah bueno, muchas gracias por todo. Es muy amable...

Se tomó el agua. No tanto porque confiara tan ciegamente en aquella enfermera, sino más bien por su sed voraz e insoportable.

- Muy bien. Ya se va a sentir mejor...

- Sí... Supongo que sí...

Entonces Dante fue sintiendo aún más mareo. Lo invadió completamente un sopor que se convirtió en desvanecimiento, hasta volver a quedar inconsciente, tumbado en la cama otra vez. No pudo escuchar la conversación entre la mujer y los dos hombres que aparecieron en el lugar.

- Ya está. El cloroformo le produjo el dolor de cabeza, mareo y sed. Ahora ya le di un sedante más fuerte.

Uno de los tipos era calvo con una barbita canosa. Estaba tapando a Dante con la única sabana que había en la camilla. Tenía una sonrisa y ojos maliciosos.

- No va a sospechar nada.

La mujer mantenía el vaso entre sus manos. Se lo entregó al otro sujeto y se encendió un cigarrillo, en la oscuridad.

- Perfecto. Las próximas se las vamos a ir inyectando así no se despierta antes de lo necesario.

- ¡Se lo damos al señor A.C., cobramos por el trabajo, y a otra cosa!

Sandra. 3 de Abril.

-Sí, le habla Sandra. Disculpe, es que estoy preocupada. Hace varios días que no sé nada de Dante. ¿Usted lo ha visto, Celia?... Si, y usted tiene llave...

Sandra tenía el teléfono celular en el hombro, mientras vertía la leche con la jarra medidora con una mano, y revolvía con la otra. Tenía puesto el delantal para no ensuciarse la ropa, y apenas había tenido tiempo para desayunar y vestir a los niños. Trataba de mantener, dentro de lo posible, el orden y la limpieza en la cocina. Los chicos jugaban con una patineta. Habían corrido el sillón para tener más espacio. Francisco se recostaba sobre la patineta y Marcos lo empujaba. Hacían algunos metros, y en seguida se destartalaban, y quedaban tumbados en el suelo, riendo a carcajadas.

Quitaba de la alacena la caja de la maicena, mientras continuaba revolviendo su preparación que estaba sobre la hornalla encendida, y hablaba por teléfono.

- Yo sé que no es el día que tiene que ir. Pero ¿me haría el favor de darse una vuelta por ahí?... Perfecto. Avíseme en cuanto sepa algo, por favor. ¡Gracias!

Juan Carlos. 6 de Abril

Estudiaba la hoja de papel que estaba doblada en cuatro, sobre su escritorio, junto a la carpeta de ventas. Su oficina era muy confortable y luminosa. Tenía tiempo, pues últimamente no había tantos compradores de autos. Atrás de él se lucía un enorme ventanal, por el que podía observarse la innumerable cantidad de edificios. La majestuosidad de la gran ciudad. Encendió su celular y se dispuso a hablar.

- Hola, Sandra. Hablé con Celia. Hoy fue a casa de Dante. Regó las plantas y le dio comida a Cosmo, que estaba super hambriento. Encontró todo como si hace varios días que Dante no hubiera estado ahí...

- Gracias, Juan Carlos...

- Y otra cosa más... - Juan Carlos había tomado la nota y la estudiaba atentamente.

Trataba de que no se notara en su voz que estaba francamente muy preocupado y que sí sabía, perfectamente, lo que estaba sucediendo. Decidió compartirlo. Le pareció que no debía ocultarle esto a Sandra. Dante había vuelto a intentar restablecer su relación con ella, y Sandra nunca le perdonaría ocultarle algo así... y su hermano tampoco.

- Mirá, Sandra... no quiero que te preocupes, pero... En mi auto... en el parabrisas... me dejaron una nota. Parece que se llevaron a Dante.

Hubo del otro lado de la línea un silencio. Pero no era un sonido de que se cortara la comunicación. Simplemente Sandra había quedado sin habla. Fue sólo por un momento. En seguida reaccionó...

- ... ¡¡¿Qué?!! ¡¿Es un secuestro?! Pe... pero... ¿pidieron rescate?

- Sí...

- ¡¿Qué?! ¡Pero si no tenemos dinero!

Se hizo una pausa. Juan Carlos trató de medir bien sus palabras.

- No buscan dinero. Quieren otra cosa.

Juan Carlos, no podía quitar la vista de la nota de rescate.

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