Parte 3: Capítulo 17
Oscuridad.
De a poco, Dante fue volviendo en sí. El lugar donde estaba era frio y húmedo, y lo primero que percibió era que donde apoyaba su cabeza había una gélida pared hecha con piedras grandes. Sentía ardor en todo el cuerpo y una sed insoportable. De pronto, recordó haberse hallado, hace un tiempo atrás, en una situación similar. Le habían puesto alguna clase de droga en el agua, y después se había despertado en el castillo de Wiltshire, Inglaterra. Pero, aquella situación, tenía una diferencia fundamental con la actual. No había barrotes, como ahora.
- ¿Que... que es esto? - Las palabras saltaron de su boca, ante tan descabellada, desesperante, e inusitada situación. Sabía que, probablemente, nadie podría escucharlo.
- ¿Esto? Un error. - Crowley estaba allí. Tenía sus manos detrás de la espalda, y la capa negra que le caía hasta los pies. Su cara cínica, gorda y calva, estaba casi apoyada entre los barrotes de la celda hecha con grandes piedras. - Es un error que cometiste, eso es todo. No creas que no te estamos agradecidos por todo tu esfuerzo y trabajo. Ahora, llegó el momento de pagarte.
- ¿Y así es como me pagan?
Crowley había abierto la reja, con una pesada llave.
- Vengo a sacarte. Ven. Queremos que veas algo.
Cuando Dante había empezado a evaluar la posibilidad de echarse a correr, tres monjes corpulentos, de los silenciosos, misteriosos guardaespaldas encapuchados y enmascarados, le cerraron el paso.
Crowley, seguido por Dante, "custodiado" por sus tres carceleros, caminaron silenciosos por un pasillo, hacia la derecha, que tenía las celdas de las mazmorras, a uno y otro lado. Al llegar a la celda de la esquina, doblaron a la izquierda, y continuaron por otro pasillo. Aparentemente, las cárceles estaban todas desocupadas.
- Hoy nos preguntaste algo, y quiero que vos mismo veas la respuesta.
Llegaron hasta una gran sala, apenas iluminada. En frente había una fuente de mármol con estatuas de ángeles, y agua que salía por arriba. A la izquierda, una gran escalera llevaba a la planta de arriba, donde se veían incensarios y grandes cuencos detrás de las barandas. Dante no lo sabía, pero estaba parado donde muchos priones habían asistido a la ceremonia de Edityr, cuando ellos estaban de viaje a Paris, para "visitar" la Catedral de Notre Dame. En frente de él y a la derecha, se veía la escalera caracol y el salón del subsuelo, donde varias veces lo habían convocado para tocar sus chucherías.
Como ese salón estaba mucho más iluminado, era imposible que pudiera ver estas mazmorras y cuartos de tortura, en la oscuridad. Siempre estuvo todo allí, frente a sus ojos. Era todo una ilusión que habían montado para engañarlo y que él hiciera lo que ellos querían. Se sentía estúpido, y usado. ¿Qué pretendían hacer con ese ritual que decía Beatriz? Crowley interrumpió sus divagaciones mentales.
- Mira, ahí abajo.
Abajo de sus pies, había dos planchas de acero, una a continuación de la otra. Tendrían dos por tres metros de largo. Con el pie, Crowley corrió la que estaba al lado de Dante. Fue suficiente para que pudiera ver, que entre la mugre y desperdicios, allí abajo, había un hombre sin ropa e inmundo. Al oír el sonido de la chapa, aquel mugriento humano se giró y le gritó.
- ¡No! ¡Dante! ¡Tenés que irte! ¡No hagas nada de lo que te digan! ¡Ellos son...
Dante no pudo oír lo que continuaba, pues, los carceleros, habían vuelto a cerrar la tapa...
Al principio no lo había reconocido, pero en seguida compendio todo.
- ¡No! ¡Juan Carlos!
Los mismos guardias ya sostenían fuertemente a Dante, para que no pudiera moverse ni huir.
- ¿Ahora ves por qué no te podías ir? - Crowley lanzó una risa diabólica. - Siempre estuvo acá. Lo tuvimos encerrado ahí, por si sentíamos cierta falta de cooperación...
Dante estaba furioso. Crowley había colocado su rostro, justo frente a él, con una mueca burlona y sádica.
- ¡Porquería inmunda! ¡Soltálo, te voy a matar! - intentó pegarle, pero no pudo moverse, pues estaba fuertemente retenido.
Crowley ni se inmutó. Y le habló con una sonrisa.
- M... eso fue otro error.
Los carceleros corpulentos de rostros enmascarados, se llevaron a rastras a Dante hacia la celda donde estaba al principio, mientras profería toda clase de gritos e insultos. Cuando se hizo una pausa de silencio, Crowley le habló.
- Yo tengo una frase. "Excluye la misericordia. Tortura y mata. No perdones a nadie". A ti te necesitamos entero. A tu hermano, solamente vivo... Por ahora.
- ¡¡Noo no, por favor! ¡No le hagan nada!!
Dante había quedado sentado en el frío piso de la celda, con su cabeza entre las piernas, y los brazos abrazando sus rodillas. No podía creer el arranque de furia que había tenido. Quizás había estado guardando todos esos sentimientos hacía mucho tiempo, y en ese momento salieron todos juntos a la luz. El silencio reinante hacía mucho peor toda la situación. ¡Qué estupidez que acababa de hacer! Podría haber sentenciado a muerte a su propio hermano, por ese arrebato de ira.
Desde afuera de la celda, dos de los carceleros silenciosos de las máscaras, lo observaban. Con la iluminación tan oscura que había, ahora podía percatarse que aquellas mascaras eran blanquecinas. Con la sombra que producían sus capuchas alargadas, en su interior, era imposible que lo notara antes.
De pronto el silencio se rompió. A lo lejos pudo distinguir la voz de Juan Carlos gritar.
En un momento, por el pasillo, y desde la derecha, apareció Crowley. Se agachó. Quería ver y saborear la expresión de Dante, a través de los barrotes. Por abajo, hizo deslizar un plato con arroz y verduras, que no tenían buen aspecto.
- Tomá un bocadillo. Debés tener hambre...
Y su carcajada atroz resonó en toda la estancia.
- ¿Qué le hiciste a Juan Carlos? - se contuvo Dante, para no volver a insultarlo.
- Un poco de dolor. Nada permanente. Eso fue por tu insulto. Desde ahora, para ti, tengo el nombre por el que me conocen todos, hace mucho. "La gran Bestia, Baphomet". Y acá está mi mujer.
Entonces, también del lado derecho, Beatriz se acercó a Crowley y lo abrazó, en una actitud sexy y burlona. Tenía puesta la falda larga y aquella blusa muy escotada, que estaba sostenida de uno solo de sus hombros, y dejaba al descubierto el ombligo y la espalda.
- Hola, Dante. Ahora te veo mucho mejor...
Dante lloraba de impotencia e ira, por haber sido tan crédulo, en la oscuridad de la celda, sin dejar que oyeran su sufrimiento.
Crowley fue el que habló de nuevo.
- Yo le saqué algo de dolor a tu hermano... pero ella te sacó algo a ti...
Y mientras Crowley lanzaba otra carcajada espeluznante, Beatriz acariciaba suavemente su vientre, como indicándole que estaba esperando un hijo suyo.
- ¡Noo! ¡¡Malditos!!
En ese momento, Dante recordó la visión que tuvo cuando Beatriz lo había besado. No solo estaba ella de niña, incendiando su casa y quemando a aquellas personas... también había una mujer embarazada... ahora se daba cuenta... ¡Era Beatriz! Como cuando había tocado el molinete del subte y visto el accidente en el túnel, pudo ver imágenes del futuro... ¡Ahora había sucedido lo mismo!
No podía aguantar toda esta tortura psicológica.
Crowley y Beatriz se fueron retirando por el pasillo. Mientras se alejaban, él le seguía hablando.
- Comida no te va a faltar. Recordá que dentro de unos meses, tenemos una cita... así que... ¡Arriba el ánimo!
Y la carcajada lo fue acompañando hasta que se volvió inaudible.
Dante quedó allí en silencio. Y en la penumbra de la fría celda. ¿Podría acostumbrarse a este nuevo estilo de vida en el castillo?
Miraba, de a ratos, en el piso sucio, el plato de comida con aspecto desagradable. Francamente no tenía apetito ahora.
¿Cómo había llegado a esto? ¡Qué horror! Y lo que más le dolía era... ¡que les había creído! ¿Cómo había podido ser tan ingenuo, tan crédulo?... sentado en su sillón y pedestal de psicólogo sabelotodo... sin querer ver los indicios... ¡¡Eran todos unos psicópatas sádicos, con sed de poder y venganza!!
¡¡Iban a hacer un desastre!!... y lo peor de todo, es que... ¡Él les había dado las herramientas para poder hacerlo!!
26 de abril.
Un sonido peculiar, lo despertó de su sueño liviano.
Abrió los ojos y se pasó la mano por su rostro sin afeitar, que estaba un poco salpicado con agua. Cerca de él, y por una de las paredes de piedra, chorreaba aquel vital líquido. Quizás sería algún caño que se hubiera fisurado o simplemente agua de lluvia que había decidido filtrarse hacia su celda. No lo sabía. Y tampoco le importaba. El hecho era que ya bastante le costaba dormir, con todo lo que rondaba por su mente, y el piso duro y frío, como para que ahora también se sumara una gran gotera por el centro de una de las paredes laterales.
Se fue incorporando de a poco, hasta ponerse de pie, como para evaluar más objetivamente el problema. Tenía que buscar algún sector más seco e intentar conciliar de nuevo el sueño.
Entonces, se fue hacia un ángulo, para ver si podía acostarse nuevamente. Al apoyar la mano en la pared, tuvo otra de sus visiones, allí, en aquel rincón de la celda.
"Había dos niños pequeños, abrazados y llorando. La puerta de la celda estaba abierta, y ante ésta se veía a Crowley. Uno de los niños, le habló, mientras el otro continuaba acurrucado bajo sus bracitos sucios.
- ¿Qué va a hacernos?... Por favor... ¡No, no!
Crowley estaba mucho más gordo y tenía una especie de sotana. Entraba a la celda, uno de los carceleros corpulentos y silenciosos, de capuchas alargadas y máscaras blanquecinas. Crowley señalaba.
- Tráemelos.
- No ¡No!
Todo esto que sucedía, ante la mirada sorprendida de Dante, habría pasado aparentemente hacía mucho tiempo.
El guardia tomó al niño pequeño y lo colocó sobre su hombro, mientras pataleaba tratando de liberarse, infructuosamente. El otro niñito, un poco mayor, se puso de pie, gritándole.
- ¡No! ¡Déjenlo! ¡Dije que nos dejen en paz!
Entonces, mientras los pequeños propinaban toda clase de patadas, rasguños, arañazos y puñetazos desesperadamente, la máscara se salió y cayó delante de los pies de Dante. Pudo ver claramente que, desde dentro de la capucha, un ser con rostro de reptil y ojos amarillos, de cabeza alargada, profería un horrible gruñido, enseñando sus afilados dientes.
El niño mayor, y Dante, gritaron al unísono.
Crowley reía, de forma cínica.
- Yo no hubiera hecho eso, mis queridos. Ahora ya no podrán dormir por la noche... - Y de nuevo la risa sarcástica sonó más escalofriante que nunca.
Ahora eran dos los lagartos encapuchados que se llevaban a los niños, afuera de la celda, que tenía la puerta abierta.
- ¡Nooo, no nooo! ¡Auxilio, ayúdennos!
Dante se puso de pie para evitar esta horrible situación, como por instinto.
Pero, naturalmente, estiró sus manos atravesando las del niño fantasma.
Crowley continuaba parado junto a la puerta abierta de la celda, sin prestarle la menor atención a Dante. Los reptiles gigantes se llevaban a los dos niños por el pasillo. Gritaban y aullaban, los pobrecitos. Crowley los veía alejarse y se fue caminando lento tras ellos.
- Báñenlos y llévenlos a mi habitación... y después... ¡se los entregaré a MOLOCH! Cada uno hará lo que le plazca. Ésta es la verdadera ley del hombre."
De pronto, la puerta estaba cerrada, con otra iluminación, y se veían los charcos en el piso. Había acabado esa visión de pesadilla.
Todo era tan espantoso. Cruel. Y, ahora, solitario en aquella celda, de a poco iba encajando las piezas sueltas de aquel condenado rompecabezas.
Era tan real. Ese monstruo... Ahora ya sabía por qué siempre estaban con aquellas máscaras blanquecinas y capuchas alargadas... ¡Y uno de ellos había entrado a su habitación para asustarlo...! ¡Y él había creído que era un sueño, o una visión... un producto de su imaginación! ¡Habían planeado y orquestado todo! ¡Lo aterrorizaron para que tomara esas pastillas! ¡Así despertarían su poder latente, y él buscaría los objetos y las frases perdidas para ellos!
Dante estaba sentado, contra la pared seca que había encontrado, cavilando sobre todo lo que había estado sucediendo, a sus espaldas. Entonces notó que no estaba solo. A su lado, había una muchacha joven, con harapos y el rostro y el cabello muy sucios.
- Muchos de nosotros estuvimos en esta misma celda.
Dante estaba muy asombrado.
-M... ¿Me ves? ¿Me hablás a mí?
- Tocaste las paredes y el piso, en este sector, y por eso nos ves. Y ves lo que nos pasó. Pero, si te conectas con alguien que tenía alguna habilidad psíquica, podemos hablar, contarte y mostrarte cosas.
Eso también explicaba lo que había sucedido al "conectar" con Madame Bathory a través de aquel rubí carmesí. Había pronunciado su nombre, y lo había señalado. Sabía que él estaba allí.
La chica siguió hablándole a Dante, y le contó su historia.
- Ahora, para mí es el año 1930. Mataron a mi familia. Aleister Crowley está entusiasmado. Dice que está a un paso de lograr su propia inmortalidad.
- Y, por lo visto, lo ha conseguido – respondió Dante asombrado.
- Sí. Ahora viene a buscarme a esta celda. Soy una pieza clave para su ritual.
Apareció Crowley, obeso, con dos de los carceleros corpulentos, esos malditos reptiles enmascarados, a su lado. La puerta de la celda había sido abierta.
- Hola, bonita. El ritual es mañana. Hoy vengo a buscarte porque necesito un poco de diversión. ¡Tráiganmela! - A su orden, sus lacayos lagartos, avanzaron hacia dentro de la celda, a donde estaba la muchacha, inmutable.
- ¡Después de lo de hoy, vas a desear estar muerta! ¡Y tu deseo te lo voy a cumplir mañana! - Y su risotada macabra resonó por doquier.
Los reptiles se la llevaban. Pero ella iba inmutable. Muy seria. Sin resistirse. Como si no le sucediera nada.
- Adiós, Dante.
- ¡Se volvió loca! ¡Ahora habla sola! - Reía.
Las figuras se volvían translucidas. Mientras se desvanecían, volvía a verse la reja cerrada de la celda, que en ningún momento había sido abierta.
Dante se agarraba la cabeza con su cabello enmarañado, sucio y un poco largo. Aquello era espantoso. Pero quería aprender de todo lo que pudieran contarle, aquellos que habían estado ahí antes que él.
27 de Abril.
Dante estaba acostado. Abrió los ojos, pues algo estaba fuera de lugar. Desde que lo habían encerrado allí, su sueño se había vuelto muy liviano, y el más mínimo sonido o cosa extraña lo despertaba. En realidad, y por lo que él mismo había estudiado de la psique humana, esto se debía a que su cerebro no le permitía hacerlo. Se había activado un instinto básico de supervivencia, como el que tienen muchos animales. Si se relajara por completo y se perdiera en sueños, podría suceder algo malo en este nuevo ambiente hostil, y entonces no estaría despierto para enfrentar el problema o lo que pudiera surgir.
Pero este mecanismo a su vez generaba agotamiento, pues estaba siempre tenso y sin poder descansar bien. No terminaba de reponerse.
Había algo que lo había hecho sentir un escalofrío, un momento de tensión, y se había despertado. Ahora mismo no podía saber qué era.
- Dante Zamorano.
Alguien había hablado, exactamente a su lado. Se sentó de un sobresalto.
- ¿Qué? ¡¿Quién está ahí?! -
- Dante Zamorano... - Quien lo llamaba no estaba ahí. Era una vos etérea. De pronto fue apareciendo. Era el fantasma de un anciano, con un traje de monje de estilo antiguo, cuya capucha impedía ver de quien se trataba.
Se echó para atrás la tela que le cubría el rostro, para que pudiera verlo. En una primera impresión, daba miedo, pues sus ojos estaban completamente en blanco y sus facciones eran muy duras, con una larga barba y cabello canoso desalineado. Era el fantasma, que tantas veces había asustado a Cosmo, su gato. Entonces se acercó y su aspecto sufrió un gran cambio. Ahora sí lo reconocería perfectamente.
A su lado, estaba sentado su abuelo Arturo.
-Hola, Dante.
-A... ¿Abuelo?...
- Sí, mi querido. Yo estuve hace ya algunos años, cuando vos eras chico, en este mismo lugar, en este mismo rincón. Te juro que hice cuanto estuvo a mi alcance para que no sufrieras lo mismo, para que tuvieras una vida normal.
Mientras Arturo le hablaba, el fondo de la celda parecía desenfocado.
Ahora, Dante y su abuelo estaban sentados en un espacio completamente en blanco.
- Cuando jugábamos y eras pequeño, ya me había dado cuenta que tenías la misma habilidad que yo - explicó el anciano. - Ahora vamos a otro lugar, Dante.
El abuelo tenía una camisa y un pullover, y Dante Tenía sus gafas, su ropa habitual del consultorio, y estaba afeitado como siempre.
Cuando Dante se volteó, vio que el espacio blanco reinante, lindaba con el estudio donde tantas horas se había divertido con su abuelo. Los rodeaba una gran biblioteca, con muebles, y decoraciones.
- Esto lo recuerdo, abuelo. ¡Era tu estudio en la casa de Haedo!
Debajo de un escritorio, un niño riendo salía corriendo.
- ¡Abuu! ¡Contá hasta 30 que me escondo! ¡A Juanquis no lo vas a encontrar!
- Ese nene... ¡Soy yo!
- ¡Sí...! - rió el anciano - ¡Cómo nos divertíamos!
El abuelo Arturo estaba de pie, y de un cajón del escritorio tomó un libro, que lo abrió entre sus manos.
- Acá tengo un libro de memorias que fui escribiendo, incluso justo antes de que me secuestrara Crowley y su "LOGIA DE SABBATH".
- ¿Crowley es inmortal, abuelo?
Arturo levantó la mirada por encima de los anteojos, y tomó asiento en su sillón de cuero, con el libro en su mano.
- Crowley nació en 1875. Y hasta donde conozco, no sé cómo matarlo. Él ha hecho toda clase de pactos con arkontes.
-¿Arkontes?
Mientras se desenfocaba nuevamente el fondo, Arturo continuaba leyéndole a su nieto.
- Las religiones los conocen como demonios. Ellos se alimentan del sufrimiento del ser humano. Nos vampirizan y parasitan desde el comienzo de las eras. Entraron a este mundo porque, con rituales, abrieron esa puerta dimensional. Un contrato que les permite hacerlo. Habitan en una dimensión contigua a la nuestra, el llamado infierno, que en realidad es el bajo astral. Muchas almas son llevadas allá, para alimentarlos por la eternidad. Pero bueno... ahora quiero hablarte de nuestro apellido...
- ¿Nuestro apellido? ¿Zamorano?
Mientras hablaban parecían flotar en la nada,
Dante y Arturo ahora estaban sentados en una piedra muy grande, en un día con un sol muy luminoso y cielo limpio, sin nube alguna. Dante tenía algunas piedras en su mano, que arrojaba con fuerza. Le encantaba observar el circular recorrido que describían, hasta que impactaban en la clara y trasparente agua del lago, generando inmediatamente un salpicado, seguido de pequeñas ondas.
En el horizonte, a la lejanía, de colores teñidos de azules, se divisaba un montón de árboles y arbustos, entre elevadas montañas con algo de nieve en su cima. Alrededor cantaban los pajaritos y, de vez en cuando, algún pez hacía una vibración en el agua, al asomarse.
Arturo aún tenía el libro que le estaba leyendo a Dante, entre sus manos.
- "Zamora se ubica en el noroeste de la península Ibérica. Territorio asociado tradicionalmente, a la ocupación CELTA."
- Los CELTAS, ¡me hablabas de ellos!
El abuelo, también tiró una piedra al agua. Al sonreír, se le hicieron unas arruguitas alrededor de los ojos, y en la comisura de los labios, alrededor de su corta barba y bigotes.
- "Se Mure, es un nombre que ha sustituido a "Ocelodurum", formado del latín "MURUS". Y el adjetivo Galo "Senos o Senex, en latín".
- No entiendo. ¿Esto qué tiene que ver conmigo?
- Significa "MURO VIEJO o SINE MURO"... Los que "NO TIENEN MURO". Sin barreras. Nuestro apellido es de tradición CELTA. Nuestros antepasados desarrollaron un enorme caudal de conocimientos, y habilidades, como las nuestras. La de "DATADOR SIN MURO" O "DANTE ZAMORANO", como prefieras.
Dante lo observaba atentamente, sin decir nada. Sólo se oían los sonidos del entorno agreste, en aquel hermoso día primaveral. Y la voz del abuelo continuaba:
- Yo trabajé mucho tiempo, en una Orden llamada "ZAHORÍ", que es de eruditos que investigamos toda clase de cosas paranormales, a lo largo de la historia de la humanidad. Siempre creímos que eran extraordinarias e imposibles y ajenas a nosotros. Cuando en verdad son cosas "naturales", y que nos conciernen más de lo que creemos.
Entonces el luminoso día, dio paso a la oscuridad más cerrada y misteriosa, con una bruma que lo envolvía todo. Delante de ellos, aparecía Aleister Crowley, que estaba vestido con una de sus típicas capas negras. Sobre su cabeza, y con ambas manos, sostenía un cuchillo. También había aparecido un altar entre él y los dos observadores, donde habían depositado un hermoso bebé. Cuando el hombre calvo de expresión siniestra bajó su cuchillo, toda la imagen se disolvió en un color blanco del fondo.
- Crowley formaba parte de la hermandad. Una Sefirah llamada "Golden Dawn", que luego, ante su caída, él mismo fundó "Astrum Argentinum".
- Entonces, entró a nuestra Orden Zahorí. Todos sabíamos que no era de fiar, incluído el mismo Richardson, líder de la orden, pero fue admitido por su conocimiento en las ciencias ocultas, el paradero de objetos, ciudades perdidas y conjuros terribles, capaces de invocar a toda clase de seres "Celestiales" o "Demoniacos" - ante ellos apareció la vívida imagen de Crowley dándole la mano a Richardson, y junto a él un Edityr casi como el actual, pero sin su ceguera ni sus horribles cicatrices que atravesaban sus ojos. - Finalmente Crowley mostró su ambigüedad y otras cositas... y fue excomulgado de nuestra orden. Entonces, formo su propio culto: "La Orden de Sabbat". Tenían unos terribles hombres lagarto como lacayos, los cuales son lo que queda de una civilización muy anterior a la nuestra. Son territoriales y comen carne cruda. Viven en cavernas bajo tierra. En ocasiones, se camuflan como humanos. A lo largo del tiempo, distintas culturas los han visto, y han dejado por todas partes, estatuas y escritos, que documentan su existencia.
Ahora ante ellos veían como en un fotograma antiguo de una película de terror, una casa con toda clase de pentagramas, símbolos satánicos y muñecos vudú. En el centro de dicha escena, Crowley, furioso, estaba sentado en un sillón y a su lado la terrible bruja de cabello rojo, Beatriz. Al otro lado, el viejo Edityr con su vista intacta y el cínico Virgilio. Y, detrás de ellos, se veían un par de corpulentos y horripilantes hombres-lagarto, pero ahora mostrando todo su enorme y verde cuerpo escamoso.
El abuelo siguió relatando a Dante, lo que tenía escrito en su cuaderno. Las memorias de lo que había sucedido. Los recuerdos anotados con exactitud mientras un Dante pequeño jugaba con las cartitas y autitos, para ser leídos por el mismo, a este otro Dante, en este preciso instante.
Ahora aparecía la imagen del mismo Arturo, con el actual aspecto, en manos de los reptiloides disfrazados de monjes corpulentos de la orden. Delante de él, Crowley lo señalaba.
- Me secuestró hace 40 años atrás, cuando tuvo varios indicios, para que yo rastree ciertos conjuros y objetos, cuya finalidad desconozco, pero que le darían poder sobre la vida y la muerte.
En ese momento, sucedió una maravilla, que Dante no pudo pasar por alto. Estaban otra vez en la celda. Arturo y él, sentados uno al lado del otro. Pero, en frente de ellos, había otra versión tirada en el piso de piedras, de su abuelo.
- Entonces, me mantuvieron preso aquí, cuando quisieron intimidarme y obligarme a ayudarlos. Pero como yo conocía los perversos objetivos de Crowley, no pudieron engañarme. Y me negué rotundamente. Y como no les servía, y sabía demasiado, me mataron aquí mismo.
Dante miraba a su abuelo, espantado, sin poder decir nada.
- Mi hijo Alberto, tu padre, y Juan Carlos, encontraron este cuaderno que ahora mismo está guardado en la caja donde estaba mi manuscrito. El que dice "Cosas del abuelo". Leyeron mis sospechas de tu herencia de los mismos poderes míos. Te lo ocultaron para protegerte, para que nadie llegara a vos. Ni siquiera vos mismo sabrías este secreto, y eso, te mantendría a salvo.
Dante se agarró la cabeza y derramo unas lágrimas...
- Yo... siempre creí que Juan Carlos me escondía cosas, pero lo atribuí a envidia, celos, egoísmo o reproches...
- Todo fue para protegerte. Para evitar lo que estás viviendo ahora mismo, encerrado en esta celda.
- ¿Y cómo lo supieron? ¿Cómo?
- Edityr. El anciano que estaba en la orden Zahorí, nos traicionó. Oculto un terrible secreto, que supe hace poco y desde este plano espiritual: el anciano puede extraer información de la mente de las personas. ¡Así es como supieron de mi poder en primer lugar! De mi mente obtuvieron tu secreto! ¡Nunca estuviste a salvo! Edityr es fiel a Crowley. Le prometieron poder.
Edityr robó estos secretos para él. Así es como supieron que vos sos como yo, Dante. Un Datador. Con la ventaja de que sería fácil engañarte. Crowley estuvo esperando el momento oportuno, en que los astros estén en la posición correcta, en conjunción. Y eso fue el año pasado. Y ahora este año, después de 40 años. Te trajeron acá, con tiempo para buscar todos los objetos, antes del ritual -
- El 31 de Octubre dijo él...
- Si. Samhain. Halloween.
- Esa noche van a hacer toda clase de rituales y sacrificios espantosos a sus Demonios-Arkontes.
- Pero... ¿Para qué? ¿Qué desean hacer?
Dante quería evitar mirar, pero sobre sus cabezas, en el techo de la celda, habían aparecido unos nubarrones y cosas oscuras que reptaban y cambiaban de formas. Lo bueno era que se esfumaron muy pronto.
- Eso no lo sé. Nunca estuvieron tan cerca de lograr su objetivo. Para bien o para mal, muy pronto lo sabremos, Dante - su abuelo Arturo, que seguía sentado junto a él, había empezado a volverse ligeramente translucido. - Prometéme que, pase lo que pase te vas a cuidar, y vas a tratar de evitar lo que sea que quieran hacer... - A través de sus ojos, ahora podía ver el muro y parte de la gotera, que continuaba chorreando por la pared.
- Lo prometo, abuelo.
- Antes de irme, quería decirte las últimas dos cosas. Escucháme atentamente. Recordá siempre esto, y lo que viviste hoy. En tu peor momento, cuando pensás que todo está perdido, no busques las soluciones afuera, porque tus respuestas, siempre estarán adentro tuyo. Saca lo mejor de vos, cuando afuera suceda lo peor. Y también recordá: ..."Pueden torturarte, golpearte y maltratarte. Pueden encerrarte y dejarte acá, atrapado en una celda. Pero ni tu espíritu, ni tu mente, podrán nunca ser aprisionadas."
Dante quiso abrazarlo, antes de que se esfumara. Pero era solo una visión, que duró solamente un tiempo y se fue. Estaba lleno de angustia y soledad, pero de pronto, tuvo la certeza de que su abuelo estaría siempre con él. Y también sabia, con la misma certeza, que lo volvería a ver.
"Nos vemos en la eternidad" eran las palabras que se materializaron cuando pensó en esto.
Y su pesar se fue mitigando.
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