Capítulo 9
10 de Abril.
Dante se había duchado y afeitado. En su nueva estancia había un baño privado, con todo lo necesario. Estaba sentado en la cama y observaba atentamente toda la habitación. Apenas bajando una escalera estaba el salón donde acababan de cenar. Le daba la impresión de que debía estar en un tercer piso, aunque muy bien no podía asegurarlo. Lo suponía porque también habían tenido que subir escalera desde el salón de reuniones para ir a cenar.
La puerta era pesada y antigua, de madera con refuerzos de hierro. Todo el piso estaba hecho con tablones anchos de madera. Al entrar a la izquierda, estaba colocada la cama y la mesa de luz con una lámpara eléctrica. A los pies de la cama se encontraba un arcón donde había guardadas todas sus pertenencias excepto su celular, que efectivamente había sido reemplazado por uno nuevo. A sus pies, una vieja alfombra vistosa, donde Dante acababa de quitarse sus zapatos y calcetines.
Qué raro le parecía no tomar notas, ni pensar en los pacientes, ni tomar el colectivo. Ninguna de las cosas del devenir de lo cotidiano, que uno daba siempre por sentado. El único elemento que le faltaba era su preciado celular, con toda clase de números agendados. Necesitaba hablar con Juan Carlos, su hermano, y preguntarle por su madre... y como estarían Sandra y los chicos...
Detrás del arcón había un gran mueble antiguo, que tenía pergaminos, velas, y un montón de cosas viejas y en desuso, incluso encima de él. En la pared del fondo había una ventana pequeña, que quedaba tapada por este gran muele oscuro. Y en el centro, casi enfrentada a la puerta de entrada, estaba la puerta del baño.
Frente a la cama, había un mueble dividido en tres repisas, colmado de libros y volúmenes viejos. Un poco más allá había una mesa con una silla, y una planta de interior, como para hacerle sentir un poco más a gusto. Ya quitaría algún libro interesante del estante, le soplaría el polvillo, y pondría su tiempo en leerlo mientras estuviera allí, a la luz de una especie de farol empotrado en la pared, entre el mueble y la mesa.
Marcó el número de su hermano, infructuosamente. Volvió a comprobar que, efectivamente, en aquel lugar no había señal ni cobertura.
Dante se acostó. Después de dormir, les insistiría en que deseaba comunicarse por teléfono con los suyos. Entonces, apoyó sus lentes en la mesa de noche, apago la luz del velador, y se durmió profundamente, casi al instante, pues había sido un día largo y lleno de cosas en que pensar.
"La habitación estaba completamente a oscuras, cuando se dejó oír el chirrido de la puerta al abrirse, además de la luz que provenía de afuera proyectada sobre el piso de madera, pudo verse como claramente, ingresaba una nube de humo. No tenía olor o color en particular, pero rápidamente llenaba toda la estancia. Dante estaba muy asombrado frente a este espectáculo, y completamente despierto. O eso es lo que creía hasta ese momento.
Junto con el humo, en la parte luminosa del piso, apareció una sombra grande. Las sombras suelen engañarnos en cuanto al tamaño de lo que las produce. Entonces al principio, eso no fue un motivo de preocupación. Aunque su forma... era muy extraña. E inquietante; y pronunciaba entre dientes, y de forma gutural, una frase apenas audible...
- Llegóoooo...
Por el marco de la puerta, entre el humo, primero vislumbró una garra. Verduzca, con una piel húmeda y rugosa, con uñas muy afiladas y sus dedos denotaban torpeza. Después se mostró el rostro. Era la cabeza de una especie de dinosaurio. Tenía un ojo muy amarillo, que había girado levemente, mirando fijamente a Dante, que había quedado petrificado. Luego abrió la boca enorme y continuó con la misma voz:
- Llegó la comiiiidaaaaa..."
Esto activó la reacción colmada de pánico de Dante. Encendió la luz del velador, y tanteó donde estaban sus lentes. Pero apenas se hizo la luz en la habitación, pudo observar que la puerta estaba cerrada. No había humo, ni ningún indicio de que lo hubiera habido. Mucho menos una criatura reptante y escamosa. Todo silencioso y vacío. Dante estaba empapado en sudor, y ya tenía sus lentes puestos. Su corazón palpitaba a un ritmo desbocado. ¡Qué sueño tan real! ¡Qué sensación tan espantosa!
Saltó de la cama y se dirigió sin pensarlo dos veces a buscar ayuda.
El sirviente rubio y muy bien afeitado, se aproximó silenciosamente al gran escritorio, donde el Maestro se encontraba escribiendo y leyendo unos libros. Estos empleados siempre vestían unos trajes vistosos y con algunas ornamentaciones en el cuello y las mangas, y en la caída de prenda holgada, hasta las rodillas.
- Señor Crowley, perdone por la molestia. Aquí está el señor Dante, vuestro invitado, que desea verle.
- Que pase.
La habitación estaba rodeada de bibliotecas empotradas en las paredes. Estas estaban repletas de libros y volúmenes, con las más variadas temáticas. El escritorio de caoba lustrada de estilo barroco, estaba ubicado en el centro del estudio. Sobre este había una lámpara antigua, unos apoya lapiceras, y un teléfono antiguo, para comunicarse a diferentes sectores o habitaciones de la enorme mansión. El calvo maestro tenía puestos sus pequeños anteojos de leer.
A Dante le fue concedido el permiso para ingresar, y avanzaba cuidadosamente, hacia Crowley, que continuaba estudiando, sin levantar la cabeza. El sirviente permanecía en su lugar, sin moverse del lado de su Maestro.
- Hola, señor Crowley. Perdone que lo haya interrumpido. Quisiera pedirle si pudiera hablar con mi hermano, y preguntarle por mi madre... no anda el celular que me prestó - Beatriz lo aguardaba afuera, pues había sido ella quien lo había conducido hasta allí, después de su pesadilla.
- Sí. El tema es que acá no hay señal. Mañana vamos a ir de excursión al primero de nuestros objetivos. Así que debería descansar y dormir bien... - Recién en ese momento el hombretón calvo levantó la mirada y lo observó por sobre los lentes, sin dejar el libro que sostenía en sus manos.
- He... hablando de eso... tuve un sueño muy real y horrible... ¿Sería posible cambiar de habitación?
- No hay muchas habitaciones disponibles... ¿De qué se trataba ese sueño?
- Una cosa inusual. Espantosa. Sé algo de interpretación de sueños. Probablemente mi subconsciente quiere expresarse, por todo lo que me estuvo pasando...
- Sí. Eso puede ser.
- Son inseguridades e incertidumbre por estar en un terreno desconocido...
Crowley lo observaba atentamente, desde su cómodo sillón con acolchados de cuerina cosida.
- ...O son las energías residuales en este castillo, de mucha gente que vivió acá.
En seguida Dante dio un punto de vista más acorde a la "realidad".
- Yo no creo en esas cosas. Debe haber una explicación más racional.
Crowley lo miraba muy sutilmente, a través de los cristales de sus lentes.
- ¿No cree en estas cosas, doctor Dante?
- Para nada.
- Bueno, con el tiempo, puede que cambie de parecer... - luego de una risa breve, hizo una pausa bastante teatral y dramática, como las que le gustaba hacer, antes de continuar: - Si no puede dormir, hágamelo saber. Tenemos un fármaco super efectivo para estas situaciones.
- Yo no tomo medicaciones. Trato de evitarlas, señor Crowley.
- Eso está muy bien. Si lo necesita, es muy bueno.
Entonces Dante fue hacia la salida. Abrió la puerta de madera, con pequeños rectángulos, llena de cristales.
Crowley, en su lugar, volvió a bajar la cabeza y a continuar con sus escritos. El asistente, seguía sin moverse, junto a él.
- Perfecto. Espero no necesitar la medicación. Ni molestarlo más.
- No se preocupe. Ahora le van a llevar la cena. Y mañana nos levantamos muy temprano. A las siete de la mañana. Antes de que amanezca.
Dante había desandado el camino desde el estudio de Crowley. Un largo pasillo, pasando junto a un gran baño, almacenes y el comedor, para subir por las escaleras de la torre, hasta su habitación en el piso superior.
Estaba sentado en la cama, quitándose los zapatos y sus calcetines, preparándose para volver a acostarse. Mañana sería un día atareado. Iba a tratar de dormir todo lo que quedaba de la noche.
"Su propia voz sonó áspera, en el silencio y oscuridad de la habitación.
- ¡Qué olor a quemado! ¿Otra vez el humo?
Dante volvió a despertarse, sobresaltado. Nuevamente había mucho humo en su habitación, esto hizo que entrara rápidamente en pánico, porque todavía tenía muy presente la impresión del sueño anterior. Pero este era diferente. El humo era muy espeso y dificultaba la respiración. Y traía mucho olor a quemado.
Cuando parte del humo se apartó un poco, pudo ver los raíles y la tierra entre los durmientes. Cómo, a escasos metros de él, un tren completo había colisionado contra unas estructuras del túnel del subterráneo, y se había descarrilado. Alcanzaba a distinguirse algunos cuerpos saliendo por en medio de ventanas con cristales rotos, entre medio de marañas de cables y acero retorcido de los vagones del subte.
-¡No, no, no! ¡No puede ser!"
Él salió afuera, muy agitado, mirando en todas direcciones, muerto de pánico. No tardó mucho en percatarse de que Beatriz estaba junto a su puerta, con aire despreocupado y tranquilo.
- Oí muchos ruidos... ¿Pasó algo, Dante?
- ¿B-Beatriz? ¡Esto no es un sueño, es real! ¡Gente muerta! ¡Algo que me había pasado antes de venir...! ¡Es un subte! ¡Vení, entrá!
Al entrar, sólo pudo balbucear unas palabras inconexas.
- ¡¿Dónde está?... pero... ¿qué?!
Beatriz lo acompañó dentro de la habitación y se quedó cerca de la puerta. Dante se agarraba la cabeza. De nuevo, dentro no había nada. Todo en su lugar. Ni humo. Ni subte. Ni muertos.
La mujer se mostraba tranquila, pero preocupada por lo que su invitado acababa de contarle.
- Ven. Vamos a ver a Crowley, otra vez. Él va a darnos alguna solución a tu problema.
Beatriz encabezaba el regreso, bajando las escaleras, desde la habitación que le habían asignado, hasta el estudio donde estaba Crowley. Como Dante iba detrás, no notó que Beatriz llevaba en sus manos, un muñeco de cera de vela, con lentes hechos de alambre y cabellos (¿del propio Dante?), al que le había clavado un alfiler en la cabeza.
- Pueden pasar. ¿Qué se les ofrece? - El asistente ya se había retirado a sus instalaciones. Crowley personalmente les había contestado, desde el otro lado, cuando habían golpeado la puerta de su estudio.
Ella, seguida por Dante, ingresó en la habitación llena de bibliotecas. Crowley continuaba estudiando en su escritorio, y tomando apuntes, sentado en su mullido sillón.
- Perdón que lo moleste, Crowley. Acá esta Dante, que ha sufrido otra pesadilla.
- Disculpe que vuelva, es que algo malo me está pasando...
- No se preocupe... es normal...
Crowley, con una sonrisa, acerco a Dante una copa y tomo una pastilla que estaba en un pastillero, en uno de los cajones.
- ¿No cree que es hora que se tome esto? Insisto. Es que tiene que poder descansar... ya que mañana madrugaremos.
- Lo voy a intentar - Dante se colocó la pastilla en la boca, y con algunos sorbos de agua, la trago de inmediato.
Luego, se encaminó hacia la puerta de salida del estudio. Mientras salía, observaba a Beatriz y Crowley, que se mostraban muy complacidos de que se hubiera tomado la medicación, por fin.
- Bueno, ahora sí creo que voy a poder dormir, y perdón por la molestia.
- No es nada.
Al salir, cerró la puerta tras de sí.
Una vez quedaron los dos solos, Beatriz se aproximó a Crowley, quien cerraba el libro y se quitaba los lentes, mientras ella se recostaba sobre el escritorio apoyando la cabeza en su mano, con una insinuante pose; le decía a su maestro, de forma cantada:
- Te lo dijeeee.
- Nunca dudé de tus capacidades, Bea. Mañana vamos a tener la primera de muchas jornadas fructíferas.
Entonces ella se sentó completamente sobre el escritorio, alzó las piernas a donde estaba Crowley. Lo abrazo le dijo suave al oído, antes de besarlo.
- Si. Y podemos tener "una", ahora mismo.
- ¡Eres la de siempre, amor!
Y quedaron allí, en la soledad del estudio, besándose por un largo tiempo.
En su cuarto, Dante se había acostado. Esta vez, tuvo un sueño completamente diferente, y revelador.
"Eran memorias, muy enterradas y ocultas en su subconsciente. Dante tenía unos seis años, y su abuelo tenía la barba un poco canosa y crecida.
- Ya casi tenemos que almorzar, la comida rica que hizo tu mamá. Pero antes todavía podemos jugar con mis cartitas mágicas.
- ¡Sí, dale!
La alfombra del estudio siempre estaba limpia. Dante atesoraba ese rincón y esos recuerdos con su abuelo, en su corazón. Había floreros y cuadros, de pinturas del estilo de Monet y de Brueghel. Unas repisas y muebles antiguos. Y las bibliotecas. Los libros abrumaban.
Arturo se sentaba en un sillón con un amplio respaldar, de color bordo. El juego consistía en tomar las cartas y enseñar alguna a Dante.
- Ahora, vamos a tratar de memorizar esta otra... mirá este dibujito...
- A ver... ¡Qué lindo! ¿Qué es?
Arriba del dibujo aparecían las palabras "Stonehenge". Eran raras y Dante, a sus seis años, aun no podía leer. El dibujo era de unas piedras agrupadas, que formaban una especie de techo. Unas más grandes y cercanas, otras más atrás.
- Es un lugar especial donde se reunían los Celtas.
- ¿Quiénes?
- Un pueblo muy muy sabio y muy antiguo. ¿Sabés cómo lo llamaban ellos a este lugar?
- ¿Cómo, abu? ¿Cómo lo llamaban?
- Lo llamaban..."
Y la respuesta del abuelo se vio interrumpida por unos golpes secos, en la oscuridad. Alguien había estado golpeando la puerta, hasta que decidió entrar al no obtener respuesta. Dante sacudió un poco la cabeza, y abrió un ojo, con la cabeza aún apoyada en la almohada.
- ¿Quién...?
- Hola.
En la habitación, había ingresado uno de los tipos que había conocido el día anterior, tenía facciones angulosas y cabeza bastante cuadrada. Nariz enorme, pómulos salientes y los ojos muy hundidos y pequeños, debajo de sus cejas prominentes. La pera se asomaba hacia adelante, dándole un aspecto general bastante bestial y de pocas luces. Detrás lo acompañaban dos de estos súbditos, corpulentos y silenciosos, de las capuchas alargadas.
Delante de ellos, más cerca de la cama donde él dormía y acababa de despertarse, estaba el sujeto de barbita y bigotes, con su inmaculada sonrisa. Mantenía los brazos en jarra y hacía un esfuerzo por caerle simpático.
- Hola. Soy Virgilio. Es la hora. Vamos a tomar algo de desayuno y partimos a la expedición.
- Ah, bueno, ya vamos...
Tanto el desayuno, como los preparativos, habían concluido.
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