Capítulo 6
Lunes, 1º de abril.
Esa mañana, Dante se levantó como todos los días. Se bañó, le dio de comer a Cosmo, su gato. Prendió la tv, y se hizo un café... sin saber que éste, iba a ser un día muy diferente a los demás...
Dante estaba en el comedor, sentado en una silla, saboreando su café recién hecho, vestido con una camisa y un pulóver sin mangas con dibujos de polígonos, listo para ir a trabajar. A su lado, estaba la mesa donde siempre tenía una pequeña plantita en una maseta, y ahora también un plato con masitas y el control remoto de la televisión, que le pasaba las noticias del momento.
- ...Para mañana parcialmente nublado, con probabilidades de lluvia por la tarde. Hacia la noche... - el periodista relataba algo tan crucial, como el clima de ese día lunes.
De pronto, ocurrió lo inesperado. Cosmo, evidentemente asustado, y emitiendo un sonido similar al del llanto de un bebé, pegó un enorme salto desde el piso, cayendo sobre el pecho de Dante, sobresaltándolo por la inesperada acción de su mascota.
- ¡¿Quéee'?! ¡Epa! ¡No...!
La taza, con el café caliente, fue a impactarse contra el suelo alfombrado, partiéndose en varios trozos, desparramando su hirviente contenido.
- ¡Cosmo! ¡Pero mirá lo que me hiciste hacer!
En un ratito, Cosmo, temeroso, se había ocultado debajo de una mesa con ruedas, al fondo de la barra separadora del living con la cocina; y espiaba sin aproximarse, para mirar lo que hacía Dante.
Su dueño, al que ya se le había pasado un poco el susto, con una palita de mango largo y una escobita, barría los pedazos de la taza, desparramados por la alfombra.
- Bueno, ya está. No fue nada. ¡Pero más cuidado, Cosmo! ¡Casi me quemo o te quemas vos, con el café caliente!
Dante guardó los implementos de limpieza en el cuarto de servicio, se sirvió un nuevo café caliente en otra taza, y fue a buscar a su gato, que continuaba atemorizado. Lo llevaba entre sus brazos como si fuera un bebé, y se encaminó hacia el sillón de dos cuerpos, para disfrutar de la deliciosa infusión.
- ¿Por qué hiciste eso? ¡Qué gato más tonto! Bueno, hagamos las paces, ¿dale? Los accidentes ocurren, Cosmo...
Dante se hundió en el sillón más cómodo, y fue tomando el café. Su compañero peludo a rayas, se acomodó en su regazo, y ambos se quedaron dormidos.
Se despertó de golpe, le sirvió comida a Cosmo y regó algunas de las plantitas, de la mesa del living de la barra donde solía recostarse el gato. Le pareció muy poco habitual que se quedara dormido mientras desayunaba. Por suerte, su reloj biológico lo había despertado justo para salir al trabajo.
Dante se puso el sobretodo color mostaza, la boina y tomó el maletín. Mientas el gato se humedecía su patita para bañarse frente a la puerta de salida, el salió a trabajar.
- Bueno, Cosmo, portate bien... y no hagas lio...
Apenas Dante cerró la puerta tras de sí, una sombra se aproximó a Cosmo, que se crispó del susto, lanzando un maullido agónico.
Afuera, su dueño estaba demasiado lejos como para escucharlo.
El Metrobus se detuvo y Dante descendió.
Mientras caminaba por la acera, desde un auto cercano, alguien observaba sus movimientos, mientras sacaba de un bolsillo interior, un frasco de cloroformo. Dante iba sumido en sus pensamientos. Para quedarse dormido así en su sillón, debía estar más cansado de lo que él creía. Se iba a acostar temprano, esa noche, para tener un sueño reparador. No recordaba bien dónde había escuchado la frase "El cuerpo habla, y hay que aprender a escucharlo". Y en este caso, se aplicaba perfectamente.
Llegó al consultorio, atendió a Sergio como todos los lunes a las quince horas.
El paciente estaba acostado en el diván, y tenía una postura de derrumbado, derrotado. Dante tenía su cuaderno de notas, y como siempre, estaba sentado en su sillón con ruedas, enfrentado a éste.
- Bueno, Sergio. Arriba el ánimo. Tenés que evitar ser tan ciclotímico...
- ¿Y eso qué es?
- La semana pasada viniste con la guitarra y decías ser un músico excepcional e incomprendido. Y que María, tu mujer, te pedía hacer tantas cosas que por eso no podías terminar tus composiciones. Hoy viniste deprimido. Que sos el peor músico que hay, que todo lo que hacés son porquerías, que te vas a dedicar a otra cosa y dejar definitivamente la música. Estas cosas les dan mucha inseguridad a todas las personas que te quieren y te aprecian... Eso es ser ciclotímico.
- ¡Pero si es verdad! ¡No sirvo para esto... ni para nada!
- También deberías dejar de tomar tantas pastillas y ansiolíticos... y dejar de fumar...
- ¡No! ¡Eso no! ¡Son lo que me calman y ayudan a dormir!
- Tratá de dejar alguna de éstas cosas. Y ponerte a escribir tu música. Es por tu bien, para que puedas sentirte mejor con vos mismo.
- Bueno, lo voy a intentar.
Sergio se sentó en el diván y desde allí, descolgó su mochila del perchero.
- Bien... ¿Y fuiste a ver a tus padres?
- No. No tuve tiempo, con todo esto...
- Hacéte el tiempo, y andá a verlos, como dijiste. No es casual que era eso lo que acordamos y te agarró esta "depresión".
Su paciente tomó su chaqueta de cuero, y comenzó a colocársela.
- Aprovechá que están acá todavía, y andá. ¿Nos vemos el lunes que viene?
- Si Dios quiere...
De pronto, fueron interrumpidos por unos gritos que provenían del pasillo y el espacio común entre los departamentos...
En el pasillo se encontraba José, aguardando para entrar al consultorio, pues ya era su horario de consulta.
- ¡No! ¡Así no es la cosa! ¡Vos estás muy equivocado! - Pudo oír, detrás de él, una conversación de pasillo entre dos inquilinas, cuyas puertas se encontraban enfrentadas. Discutían acaloradamente con el operario que estaba trabajando con una escalera, colocando en los paneles del techo, el cableado nuevo de la luz.
- Este gobierno de Macri nos va a hundir. Cada vez más deuda y más hambre. ¡Son todos chorros! - Decía una travesti muy ofuscada. Se notaba a las claras su cuerpo masculino, aunque con curvas y agregados femeninos, nariz ganchuda y barba cortita.
El hombre, enrollando un cable y corriendo un poco su escalera, les contestaba:
- Ah, claro, porque Cristina no robó. ¿No viste cómo envenenaron la comida con Monsanto, y cómo aumenta todo? ¡Vienen robando todo!
Entonces, intervino la chica cuya puerta estaba enfrente del travesti. Era la joven muchacha con una minifalda super pequeña. La remera era diferente que la de la última vez, aunque también una talla super pequeña, y se notaba que no llevaba sostén. Sacudía la cabeza y su pelo de mechones de colores bailaba al son de una música inexistente.
- ¡Estos empresarios de mierda son los que vienen saqueando el país! ¡Y los giles que los votan!
- ¡Pero dejen de mirar tanto C5N!
- ¡Y vos tanto Clarín!
La discusión era sumamente politizada, y estaban en los entredichos que los canales de televisión apoyaban a una u otra versión de los acontecimientos de la realidad. Mientras tanto, ninguno iría nunca preso, por más causas penales que se pudieran acumular en su contra. Parte del circo mediático, en el que la gente tomaba partido, como si de un equipo de fútbol se tratara.
- ¡Ustedes apoyan a los K, porque les dieron subsidios! ¡Y no tienen que trabajar como el resto de la gente del país!
- ¡Pero andá a laburar, negrito de Retiro! ¡Agarrá la pala! ¡Vamos a volver, y ya vas a ver cómo TODO mejora!
Dante estaba en la puerta. Hizo pasar a José, mientras despedía a Sergio que salía del consultorio.
- Hola, José. Ya estoy con vos...
El psicólogo dejó un momento a José en la sala de estar, y se dirigió al pasillo, a intentar acallar aquel griterío espantoso.
- A ver, por favor, les pido. Tengo un paciente. Si pueden discutir en voz más baja, que necesito atenderlo.
Las dos mujeres lo miraban con aire de superioridad, y no parecían dispuestas a dejar de brindar sus opiniones con respecto a la realidad de la Argentina.
El único que se mostraba apenado y con cierta vergüenza, era el operario.
- Sí, señor, disculpe...
- No van a arreglar el país en una discusión de pasillo.
- Es así. Ellas nunca van a entender.
Entonces, se suscitó una explosión de ira en el fornido rostro cuadrado, de la travesti. Lo señalaba, y el operario quedó muy tieso, con la escalera en su mano.
- ¡¡Vos sos el que no entiende nada, machista nazi, defensor de burgueses terratenientes, dueños del campo, violadores!! ¡¡Te hacés el gil y cobrás de la Cámpora!!
-¡¡Choriplanero!!
-¡Por favor, que uno no va a convencer al otro!
Entonces sendas mujeres azotaron las puertas en el pasillo, metiéndose a sus respectivos hogares.
-¡Ma' sí! ¡Váyanse a la mierda! - expresó la travesti antes de que su puerta se estrellara.
El operario quedó solitario en el pasillo. En realidad era una imagen bastante chaplinesca, con su bigote y rulitos y sus manos en el bolsillo. Le salió un hilo de voz apenas audible.
- Perdón, señor.
Dante volvió a ingresar y José ya se había acomodado en el diván, y a su lado había dejado la misma silla de siempre, para que se sentara su amigo invisible.
- Bueno... ahora sí... ¿cómo estás, José?
- Estamos. Estamos muy bien.
- Ah, sí, perdón. Me había olvidado de Antoine. ¿Hiciste algo de lo que te pedí?
- ¿Y qué era?
- Que trataras de ocultarle a los demás, que Antoine está ahí, con vos.
El psicólogo buscaba su libreta donde tenía los apuntes de su paciente, mientras se sentaba en su sillón.
- ...Lo intenté...
- ¿Y cómo te sentiste?
- Bien. Pero se dan cuenta. Porque cuando él me habla o me pregunta cosas yo le contesto, y entonces me miran con cara rara...
- ¿Te habla?
- Sí, si... - De pronto, José se giró bruscamente, mirando a la silla, y con ambas manos hacía un gesto como calmando a un niño, que naturalmente, no estaba allí. - Bueno... pero esperá... ya se lo digo... Estoy conversando con el doctor Dante ahora...
Al psicólogo le pareció una muy buena oportunidad para descubrir cómo funcionaba esta especie de simbiosis entre su paciente y este amigo invisible de él.
- ¿Te habla? Y contáme, José... ¿Qué cosas te dice? Por ejemplo... ¿ahora?
- Habla de cosas que a veces le pasan a la gente. Me dice "Los accidentes ocurren".
- Co... ¡¿Cómo?! - A Dante le sorprendió muchísimo escuchar esas palabras en boca de José, pues era una frase conocida, que en algún lado la había escuchado y repetido, con familiaridad.
Entonces, el gordito, con un gesto como infantil y una sonrisa, se inclinó hacia la silla, y puso la mano izquierda sobre su oreja, como intentando oír un secreto que su amigo le quisiera confesar.
- Eso me dice Antoine que le dijera: "Que los accidentes, como los de hoy, ocurren".
- ¿Hoy?
- Sí, hoy - y entonces hizo un gesto con sus manos regordetas, uniendo el pulgar y el índice, y girando la mano hacia arriba y hacia abajo, y con la otra, señalaba el piso. - Con la taza de café. Que se cayó y se rompió...
Dante quedó literalmente paralizado. Un frío atroz le recorrió completo la columna. No podía salir de su asombro... y del horror. Las implicancias que tenía que su paciente dijera esto ahora... Pero tenía que sacarse las dudas.
Tragó saliva y sacó fuerzas de su interior. Hizo un esfuerzo para que no se notara que sus manos temblaban.
- ¿Y él... cómo sabe estas cosas? ¿Cómo supo esto?
- Lo de la taza del café... dice que se lo dijo la persona que está apoyada en ese escritorio... - José, con naturalidad, señaló hacia la derecha de Dante, hacia su escritorio con cajoneras, delante de la ventana con persiana.
Nuevamente, el psicólogo quedó estupefacto. Fue girando muy lentamente el rostro hacia la derecha. En ese escritorio había dejado su maletín, con algunos papeles para revisar y transcribir.
Estaba la silla, con ruedas, y la persiana semi abierta, para dejar pasar algo de la luz diurna. Y no había nadie. Se quitó los lentes y se masajeó los ojos. Fue un gesto para relajarse de este momento de tensión extrema.
Se volvió a poner los antejos, y no pudo ocultar su cara de asombro, mezclada con acusación o reprobación, por la situación y lo que acababa de pasar, que no tenía ninguna explicación.
- He... bueno... Hablemos de tu independencia, José...
Su paciente ahora sí que tenía la conducta de un niño pequeño. Se había puesto a llorar, y con su manito trataba de secarse las lágrimas que brotaban de sus ojos.
- Así es como me mira la gente... cuando les cuento lo que me dice Antoine...
Dante se dio cuenta, en ese momento, de que fuera lo que sea que hubiera sucedido, José no lo controlaba. Era, en todo caso, una víctima de la situación, y si pudiera, lo intentaría dejar para que no tuviera que cargar con esta tensión emocional.
Se acercó y lo tomó del hombro, para que se calmara un poco.
- He... No te pongas mal, José. Es que la gente no lo entiende... - Y, en realidad, él mismo tampoco lo entendía.
Intentaba disimular su sorpresa, y lo extraño de todo este asunto. Rápidamente, cambiaría de tema, como si nada hubiera pasado. Volvió a su sillón y a tomar la libreta con sus notas.
- Bueno, como te decía, hablemos de tu independencia. Vamos a buscar la manera de que puedas trabajar e independizarte. Contáme de tu amigo, el que te dio esas cosas que me dijiste que vos podías vender...
- Sí. Son prendedores y parches...
- Está claro que no vas a poder vivir de eso... pero te va a servir para que empieces a acercarte más a la gente... vencer la timidez y las barreras emocionales. Por si no me entendés... que te animes a hablar con los demás, sin miedo.
José aún tenía sus manos escondidas debajo de las piernas. Mantenía una postura cabizbaja y todavía un par de lágrimas rodaban por sus mejillas.
Así se hicieron las dieciocho horas. Dante había garabateado en su libreta algunos pormenores de lo que había sucedido en la sesión de hoy, y las implicancias que tendrían en un futuro inmediato o a largo plazo para la vida de José.
- ...Bueno, si te acercás a la gente, y le hablás de esta manera, vamos bien.
- Sí, pero con usted es más fácil, porque lo conozco...
Doctor y paciente se comenzaron a levantar de sus lugares, pues había terminado la sesión de hoy.
- De esto se trata; de que puedas vencer tus inseguridades. Te espero el próximo lunes, a la hora de siempre, ¿dale?... Y ahí me contás cómo te fue con todo esto... y también... si Antoine dice algo más...
De pronto, José puso una cara extraña. Fue algo muy fugaz. Por un momento pareció ser un adulto de mucha edad, que comprendía verdades que nunca podrías ni imaginar. ¿Antoine acababa de decirle algo más?
Sus ojos habían volteado hacia la nada, donde estaba la silla que él mismo ponía allí, todas las sesiones.
- B...bueno, sí. Nos vemos el lunes...
- Hasta el lunes... ¿José?
Dante estaba mirando hacia el pasillo, con la puerta abierta delante de sí. José paseaba de un lado para otro delante del marco de la puerta, con sus brazos cruzados en la espalda.
- ¿José? ¿Estás bien? ¿Te pasa algo?
-Es que... me gusta... nos gusta venir acá...
Sus brazos colgaban delante de su barriga y permanecía cabizbajo, mirando el suelo, para evitar cruzar la mirada con su doctor.
- A mí también me gusta que vos vengas, José...
Entonces, sorpresivamente José lo abrazó y rompió a llorar amargamente, como si nunca más lo volviera a ver...
- ¡¿Qué?! ¿Qué pasa?
- ¡Lo voy a extrañar muuchooo...! - lloraba desconsoladamente.
- Pero yo... no me voy...
Entonces, La madre de José que estaba en el pasillo para buscarlo, vio cómo él salió corriendo, llorando, hacia las escaleras del edificio, que bajaban.
- ¿José? ¡Vení, José!
- ¡Chau...! - se despidió sin voltear, mientras continuaba llorando.
Dante quedó muy sorprendido por todo el comportamiento de José ese día lunes primero de Abril. El psicólogo no se apartó de la puerta, elucubrando cómo podía ser que José, supiera lo de la taza de café. Debía ser alguna clase de sensibilidad especial, perceptual que él tendría. Seguramente lo habría encontrado en un momento de vulnerabilidad. Se debió haber sumado con toda la sensibilidad de ese día, por lo del aniversario de la muerte de su padre. Probablemente creyó oír o percibir estas cosas... porque para Dante, obviamente, no existían.
Se puso su abrigo y boina, y tomó su maletín. Regó algunas plantas, apagó la luz y salió del consultorio. No había nada que una buena ducha y afeitada en su casa, no pudieran ayudar para refrescar las ideas. Después lo llamaría a su hermano juan Carlos, para arreglar de verse al día siguiente, por el aniversario del fallecimiento de su padre.
Pero nunca realizaría esa llamada. Cuando Dante se levantó como todos los días, esa mañana del primero de abril; se bañó, le dio de comer a Cosmo, prendió la tv, se hizo un café, sin saber que éste, iba a ser un día muy diferente a los demás.
Apenas salió del edificio en el que atendía, en seguida le invadió el vaho de la calle y la congestión sonora, a la que ya estaba acostumbrado. Las bocinas, el sonido del tráfico y el murmullo constante de los transeúntes.
Dante saludo como siempre, al kiosquero. Y pasó caminando junto al mendigo andrajoso que siempre estaba apostado por allí, y hoy estaba dormido arropado con unas pilchas desgastadas, que alguien le pudo haber regalado.
El psicólogo no pudo ver a un par de sujetos sospechosos que venían siguiéndolo apenas salió del edificio, y que permanecían ocultos detrás del techo del kiosco. Uno de ellos tomó a Dante por sorpresa, colocándole un trapo con cloroformo en la nariz y la boca. La única reacción que pudo hacer, fue un intento fallido de gritar y soltarse, antes de desmayarse casi instantáneamente.
En el lugar donde Dante perdió el conocimiento, ya había una trafic blanca con vidrios polarizados, con la puerta corrediza para los pasajeros, abierta. Los dos sujetos enmascarados, lo arrastraron hacia el interior del vehículo, mientras un tercero, a toda velocidad, introducía su boina y el maletín, adentro.
No habían pasado siquiera cuatro segundos que ya estaban los tipos subidos al vehículo sin matriculas, con las puertas cerradas, y listos para huir con su presa, sin dejar rastros.
La gente alrededor empezó a darse cuenta de lo que pasaba y gritaban "¡Policía, policía!" o "¡Ayuda!".
Frente al edificio donde había salido Dante, en "Paraguay 2437", había una pareja de ancianos abrazados, muy preocupados, mientras el kiosquero gritaba con el mate en la mano, con un temblequeo de su barbilla con papada.
- ¡Llamen al 911! ¡Ese señor trabaja acá!
Frente al asombro y a la impotencia de todos, el vehículo aceleró y desapareció por la calle Paraguay.
Si. Iba a ser un día muy diferente a los demás. El último día de su vida normal.
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