Capítulo 32
Unas horas más tarde, aterrizaron. Dante traía la cara y las manos heladas, y temblaba de frio; por el viaje volando, pero estaba feliz. Feliz por estar vivo y libre, después de todo. Arnold Paole, también estaba helado. Pero claro, era normal en él. Estaban en una comarca muy hermosa, con unos arrecifes y vegetaciones espectaculares, y alejada de cualquier centro urbano.
Atravesaron la vereda y enseguida abrieron la enorme puerta de entrada. Era una mansión, separada en varias plantas. Estaban en Irlanda, según se lo había explicado Arnold, durante el trayecto, a una distancia de 480 kilómetros del Lago Ness. La casona, de estilo medieval lujosa, era muy conocida, y se suponía deshabitada. Muchas leyendas rondaban en torno a la abadía Kylemore de Connemara, en el condado de Galway.
Algunas, ciertas. Muchos turistas solían venir a sacarse fotos y disfrutar del paisaje de ensueño, pues los arrecifes, los lagos espejados, y la vegetación, eran imponentes; en cualquier estación del año. Pero nadie tenía permitido entrar, salvo a veces al primer salón, únicamente. Desde las ventanas de la mansión, se disfrutaba de cualquiera de estas vistas. Dante se frotaba las manos, para que entraran en calor más rápido.
- Bienvenido, doctor Dante - le dijo un hombre extendiéndole la mano, ni bien atravesó la enorme puerta.
- Dante, te presento a Abel, aunque creo que ya se conocen... - dijo Arnold con una sonrisa cínica.
- ¡Yo... A usted lo conozco!
El sujeto en cuestión, usaba una bufanda. Era el mismo hombre que lo abordara en la calle cierto día, con la misma bufanda, con cuadros verdes y negros. El que tenía una nariz prominente y cabeza un tanto alargada. Una incipiente barba y bigotes que hacían el esfuerzo en ocultar algunos granos en sus mejillas y comisuras de los labios. ¡Traía un cigarrillo sin uso en una de sus manos! ¡Era también quien se le había aparecido en sueños en la ocasión que tuvo la "pesadilla" del subte! ¿Cómo era aquello posible?
- Sí, nos vimos algunas veces - dijo restándole importancia al asunto.
- ¡Estuvo ahí el día que soñé con el accidente del subte!
- Verá, amigo Dante. Abel es un "psíquico" de orden 3... Aquí, muchos de los miembros de la Orden tienen ciertas... "habilidades especiales" - explicó Arnold.
- ¿Es en serio? ¿Otra vez? ¡Eso mismo me dijeron cuando estuve con Crowley y compañía... yo...
- Perdone que lo interrumpa, Dr. Dante - dijo muy amablemente Abel, mientras le ayudaba a sacarle el traje negro ceremonial de la orden de Sabbath - pero aquí no le estamos ocultando nada, y por el contrario, no hemos hecho más que intentar salvarle la vida; pero siempre respetando su libre albedrío. Ahora, si no le molesta, lo esperan en el salón, y después, si lo desea, puede volver a su casa, en un avión - Abel había terminado de hablar y se había colocado el cigarrillo sin encender, en la boca. Entonces se escuchó otra voz que provenía de un sector aún en sombras.
- Abel puede introducir información crucial en su "inconsciente"; para usar las palabras adecuadas en su jerga de psicología.
- ¿Qué? ¿Quién es?
- Paole era, efectivamente, uno de los nuestros que lo monitoreaba. Un ser especial denominado Ekkimus, que usted conoce en su mundano concepto de "Vampiro" de origen "Vampyr".
El hombre salió de las sombras y le dio la mano a Dante.
- Yo soy Roy Richardson Greyone. Tu hermano se reunió con nosotros en Buenos Aires. Me mostró una carta de rescate que escribieron con sangre, donde pedían el manuscrito de Arturo. Juan Carlos insistió en entregárselos. Le advertimos que no te liberarían, que no cumplirían el trato. Pero tu hermano te amaba y no podía darte por perdido. Lo seguimos, pero usaron brujería para ocultarlo de nosotros. Estamos en "guerra" con Crowley y su Orden hace mucho tiempo. Venga, caminemos un poco...
Richardson fumaba en una pipa de madera. Tenía un tupido bigote castaño, cabello peinado con la raya al costado, y una larga patilla hasta el mentón. Vestía un saco fino azul oscuro, y una camisa blanca, desabrochada en los primeros dos botones. Por aquí y por allá, se paseaban algunas personas con sombreros y trajes negros, que le recordaron a Dante aquellas viejas películas de la mafia italiana.
El piso del gran salón tenía azulejos alternados blancos y negros, como si de un tablero de ajedrez se tratara. Hileras de columnas a intervalos estaban colocadas en los laterales el salón. Alternadas, entre dos columnas, se hallaban los altos ventanales, que daban al hermoso lago e impresionante paisaje, lleno de grandes árboles y frondosa vegetación. El techo era abovedado, también como con columnas circulares, y todo iluminado por arañas y lámparas gigantes. Por todas partes, diseminados, se podían admirar hermosos muebles de algarrobo, con finas terminaciones y molduras. Habían servido en una pequeña mesita, un café, tanto para Dante, como para el jefe, Richardson. Le hizo un gesto para que se sirviera cualquiera de las tazas allí colocadas.
- Tu abuelo, Arturo, fue un "Datador", como tú, Dante.
- Sí. Lo vi en la celda, y me lo contó todo, que Crowley y él, eran de la misma Orden, hasta que hizo su propia logia de Sabbath...
- Exacto. Nosotros somos la Orden Zahorí. A la que pertenecía tu abuelo, y quienes le dimos una parte del libro de Toth, por ser un miembro honorífico. Nosotros no solemos intervenir. Investigamos y archivamos todas las cosas paranormales y extrañas, que la ciencia aún no ha reconocido oficialmente, o que se desconocen sus causas o su simple existencia...
Tomaban el rico café, mientras caminaban entre unas columnas cortas y unos bustos de bronce, y se detenían a mirar unas pinturas fabulosas a la izquierda del salón, frente a los ventanales. Roy continuó:
- En nuestro juramento original, sólo observábamos, como lo hacíamos contigo, sin tomar partido ni intervenir. O al menos no directamente. Pero, después de todo lo que pasó, juramos, por todos nuestros medios, intentar evitar lo que la logia de Sabbath tuviera planeado.
Dante había agachado la cabeza. Volvía a tener aquel sentimiento de culpa.
- Y ahora, son más poderosos y peligrosos que nunca...
- Sí. Lo sabemos.
- Yo también hice un juramento, Roy... - En la pintura de enfrente había un hombre con una espada, estaqueando un dragón, como una de esas antiguas interpretaciones renacentistas del Arcángel Miguel - de hacer todo lo posible para combatir esa logia oscura y terrible, que lo mató a él, mi abuelo, a mi hermano, y casi a mí también.
- Tienes las puertas abiertas si quieres ayudar o pertenecer a nuestra Orden; desciende de los "Benandanti", que usaban los dones paranormales, para atrapar brujos o hechiceros negros en la Edad Media.
Pasaron a un estudio, que tenía las puertas de madera abiertas de par en par. Había un gran escritorio de madera de roble, delante de unas grandes bibliotecas, y a la derecha, un enorme ventanal por el que podían continuar admirando el espectacular y boscoso paisaje.
- Necesitamos alguien con tu integridad y tus habilidades, recientemente descubiertas. También podemos ayudarte a desarrollarlas en todo su potencial, si lo deseas...
Dante sostenía la taza, haciendo un gesto como de saludo.
- ¡Estaré siempre agradecido por rescatarme, y será siempre un honor trabajar con ustedes!
- Bueno, ahora ya sabes casi todo lo que se te ha ocultado, por tanto tiempo, Dante...
Roy le dio la mano, en un gesto cordial.
- Sabés que podés confiar en nosotros. Siempre estuvimos aquí para ti, para cuando fuera el momento; como tu abuelo hubiera querido...
- ¡Sí... gracias...! ¡Por todo! Ahora, si no les molesta, me gustaría volver a mi vida "Normal"... aunque ya nada volverá a ser igual...
- Obviamente. Antes de irte, por favor, acepta un obsequio que tenemos para ti...
Sobre la silla, y debajo del escritorio, había un paquete envuelto muy prolijamente en papel de color madera. Dante lo abrió y quedó más que sorprendido. Lo primero que vio, fue un maletín nuevo, en cuyo interior había una bolsa plástica con algunas cosas. Lo que ocupaba más espacio, era un sobretodo de color mostaza y una boina al tono, nuevos. Se los puso inmediatamente y casi se largaba a llorar allí mismo. ¡Nunca pensó que volvería a usar su sobretodo otra vez! Había un par de lentes con marco negro y las patitas dobladas, que también colocó sobre el puente de su nariz. La graduación, para su vista era la adecuada ¿Cómo era posible?
- Celia estuvo yendo a limpiar tu departamento, y cuidó a tu gatito en tu ausencia; y ella le pasó a tu hermano el dato que le pedimos. Supongo que te van bien.
Y había algo más. Un celular nuevo, como el que él tenía. Y con señal.
Lo abrazó a Richardson, no tanto por las cosas materiales en sí, sino por el gesto que habían tenido, de que lo estaban esperando. Sobre todo ahora que había perdido también a su hermano.
- Es lo mínimo que podíamos hacer por ti, Dante. No tenemos problemas económicos, y no escatimamos en las cosas importantes. Lo que no pudimos recuperar es el maletín con los apuntes de tus pacientes...pero supongo que con un poco de trabajo, te pondrás al día. Acá también te doy una tarjeta con mi teléfono personal, el de Paole y el de Abel, para que puedas comunicarte con nosotros cuando necesites apoyo, o lo que sea...
Dante tomó la tarjeta y se limpió una lágrima. Últimamente estaba hecho todo un sentimental. Eran muchos años de guardarse los sentimientos y las decepciones y los golpes emocionales. No se guardaría ni acumularía esas cosas, como antes.
Paole había aparecido, silencioso como siempre, en el marco de la puerta, y le ofreció:
- Si quieres otro viaje, yo muy gustoso, puedo llevarte a casa. Desde aquí a Buenos Aires son solo 10.992 kilómetros... tardaríamos solamente 55 horas...
Dante abrió los ojos, perplejo. No sabía cómo decirle que no... que era mucho aquello... que probablemente no sobreviviría a algo así...
Roy le dio una palmada en la espalda.
- ¡Es una broma, Dante! ¡Tenemos un avión privado! Puedes quedarte a almorzar con nosotros, y después te llevamos a Buenos Aires. Son catorce horas, de vuelo directo. Calentito y sentado en primera clase.
Esa idea, naturalmente, le gustó más, y sonrió. No le conocía la veta humorística al amargado de Arnold; que después del chiste, sólo movió un poco hacia un lado la boca.
-Por supuesto, me encantaría. Almorzar, y el viaje...
Afuera de la Abadía de Kylemore, el cielo azul estaba completamente despejado, y unos pajaritos cantaban y buscaban algo de comida para llevar al nido.
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