Capítulo 31
... "Y ha desaparecido para siempre, pues su espíritu permanecerá prisionero en el INFIERNO, por toda la eternidad"...
Dante estaba dentro de la jaula, pensativo y amargado, en la completa oscuridad. De nuevo estaba prisionero y tenía tiempo para pensar. Sólo que esta vez, tenía la certeza de que no escaparía de allí jamás. Había estado reflexionando en todos los acontecimientos, en todo lo que le había sucedido.
Nunca había visto las señales. Ni cuando Cosmo, su gato estaba tan nervioso que saltaba y estaba como "loco". Ni cuando no había señal en el celular que le habían dado, porque el de él se había "extraviado". Ni las pesadillas que lo habían impulsado a tomar esas pastillas que le ofrecían... ninguna de las señales.
Sería muy fácil decir que era sólo un acto de maldad contra él, que sólo era una víctima inocente de la situación. Pero entonces, no hubiera transformado nada en su interior; y seguiría siendo el mismo necio y cobarde de siempre. La verdad es que todo esto era su culpa, o mejor dicho, su "responsabilidad". Él les había conseguido el Jnum, el Ankh y todas las frases perdidas que les permitieron abrir el portal al averno. Y desde el comienzo, tenían planeado usarlo a él como moneda de intercambio, por eso no lo habían matado.
Se había dado cuenta de todo esto, y ahora era una persona totalmente diferente de aquel Dante que iniciara el viaje, el "periplo espiritual" del que le había hablado Carmen, su paciente.
Carmen... que él no creía que tuviera ningún "don". Si pudiera salir, le debía, por lo menos, unas sentidas disculpas.
Pero eso nunca sucedería.
Se preparaba para intentar conciliar el sueño, entre todos estos pensamientos, cuando escuchó un ruido, por ahí afuera, en algún lugar de la oscuridad reinante. Abrió los ojos, aunque no sirviera para nada.
Había un resplandor, que le permitía ver a dos hombres encapuchados, con los trajes de los monjes de la edad media. Habían abierto la jaula, desde afuera.
- Hola, Dante Zamorano.
- Q... ¿Quiénes son ustedes dos?
- Eso no importa. Nos enviaron. Tú no perteneces aquí. - Habían comenzado a bajarse las capuchas, de modo que se podrían ver sus rostros - No eres más responsable que nosotros, por todo esto.
Ante el asombro de Dante, delante de él estaban Arturo, su abuelo, y Juan Carlos, su hermano.
Inmediatamente, los tres se abrazaron, y Dante no pudo evitar más las lágrimas y el llanto contenido.
- ¡Abuelo Arturo, Juanca! ¡Gracias por venir! ¡Fui un necio! ¡Oculté en mi interior mi verdadero yo y tuvimos que pagar muy caro por eso!
- No es tu culpa, Dante. ¡Tu vida corría peligro como la del abuelo, y por eso te ocultamos la verdad!
- Bueno, Juan Carlos... pero ahora tenemos que salir de acá... ¿Por dónde vamos...?
Juan Carlos y Arturo intercambiaron brevemente unas miradas silenciosas.
- Sí... tenemos que salir... claro... - Juan Carlos hablaba como dudando.
Arturo, el abuelo, había tomado el hombro de Dante, y le habló cariñosamente, como siempre solía hacer.
- Yo siempre estuve acá con vos, Dante. Y te tuve que abandonar a tu suerte, mientras buscaba ayuda, desesperadamente.
- ¿Qué clase de ayuda?
Entonces Arturo miraba para arriba, con una sonrisa de franca satisfacción y llena de paz.
- ¡Tu alma no será castigada en este bajo astral infernal, por los pecados atroces de otros hombres! No existe sólo lo malo, Dante. ¿Creés que las fuerzas elementales, elohínes y seres de luz, podrían permitir esto? No, Dante. He traído algo conmigo.
- Hermanito, tenemos una frase para que repitas. En La Tierra, y aquí, todo está preparado para atrapar las mentes y los sentimientos de las personas, bajo una "realidad" creada para mantenerlos dormidos dentro de ella...
Arturo sacó una piedra de su bolsillo. Era refulgente y luminosa. Era de allí que salía aquella potente luz que los había iluminado cuando llegaron.
- Mirá. Esta luz, que es como la tuya interior, desplazará a la oscuridad. El mismísimo infierno va a expulsarnos, porque necesita continuar existiendo. Nuestra vibración será aún más elevada, y será incompatible con la de este bajo astral.
Entonces, los tres se tomaron de las manos, y el brillo de la piedra parecía un pequeño sol en miniatura.
- Repite: "Estoy rompiendo el código de esta ilusión..." - Juan Carlos interrumpió a su abuelo.
- Esperá, quiero decirte algo antes... - Dante abrió los ojos, y pese al encandilante brillo, lo miró a su hermano. - Dante, nunca hubo rencores. Siempre te quise y sé que me quisiste. Cuidá a mamá lo mejor que puedas. Sandra te ama, y te espera...
Dante abrazó a Juan Carlos, y una duda comenzó a aflorar. La última vez que lo vio él estaba prisionero de Crowley... y había gritado... y...
- Pe... Pero si vamos a volver a casa... ¿no?
Juan Carlos tenía mucha pena en su rostro.
- ¿No te preguntás cómo es que estoy acá... con el abuelo? - Dante bajó la cabeza con tristeza profunda en su alma cuando comprendió lo que le estaba diciendo su hermano. - "Crowley ya no me necesitaba. Mi cuerpo fue muerto e incinerado el último día que nos vimos, en aquellas mazmorras del castillo Wiltshire, en Inglaterra... lo siento, Dante..."
Juan Carlos apoyó su mano en el hombro de su hermano.
- Recordá la promesa que le hiciste al abuelo, Dante. Pase lo que pase, te vas a cuidar. Y, después de haber visto y vivido todo esto, vas a tratar de evitar que logren lo que quieran hacer...
- ¡Sí, sí! ¡Lo prometo! - Tenía lágrimas de emoción en su rostro.
Los tres volvieron a abrazarse, por última vez.
- ¡Siempre que nos necesites, acá estaremos con vos, Dante! ¡También lo prometemos, pues somos tus guías espirituales!
Entonces la luz se volvió mucho más intensa y ya no se podía distinguir que en medio hubiera tres personas. Como si de un mantra se tratara, repitieron al unísono las frases:
-"Estoy rompiendo el código de esta ilusión, y escojo ver lo que está delante de mí. No estoy de acuerdo con esta ilusión" - y todo a su alrededor perdió substancia y se desvaneció. - "Y se caerán los velos colocados para ocultarnos entidades que conviven con nosotros..." Re... ¿Resultó...? ¿Volví...? - Se descubrió a sí mismo, hablando en voz alta. Esa nada que lo rodeaba, ahora había tomado la forma de humo, muy espeso y gris.
Volvía, Dante, a estar sentado en esa incómoda silla de madera, a la que lo habían dejado amarrado a unas sogas bien anudadas. Tenía puesto su traje ceremonial negro, como siempre; pero ahora estaba limpio, sin la sangre que le arrojaran. Su cabello y barba continuaba desprolija y sucia, como recordaba. Las llamas y el fuego por doquier, avanzaban sin piedad, y pronto lo quemarían vivo, como a aquellas brujas de sus visiones. Pero ya estaba aquí, ¿no? Y no creía que lo trajeran del mismísimo averno, para dejarle a merced de las llamas, en este otro infierno.
En medio del humo, vio una sombra, que se le acercó de golpe. ¿Era real? ¿Quién, en su sano juicio entraría en medio del fuego a buscarlo? La sombra lo desamarró en un santiamén, y lo levantó como si de un muñeco de trapo se tratara.
- ¡Nooo no! ¡Suélteme! ¡No otra vez! ... Pe... pero...
El tipo delante de él tenía un abrigo negro, largo, y le sonreía, sutilmente. Lo tomó por el hombro, y lo miró de frente, para calmarlo, mientras el fuego y el humo irrespirable, avanzaba.
- P... ¿Paole? Co... ¿Cómo?
- No hay tiempo para explicaciones, Dr. Dante. Me mandaron a buscarlo. Las llamas que incendian y destruyen esta casa, Boleskine, iban a matarlo. ¡Y si no lo hacen las llamas, la "Hermandad Sagrada de los Cardenales de San Miguel", terminarán el trabajo!
- ¡Pe... pero Arnold...! - Dante estaba muy preocupado - ¡Ya es demasiado tarde! ¡Las llamas nos rodearon, no tenemos escapatoria!
- Después de todo lo que ha pasado... ¿Todavía no crees, Dante Zamorano? - Su paciente negaba con la cabeza, y tenía la misma expresión que aquel último momento en que se despidió de su doctor.
Dante metió la mano en su bolsillo, del traje ceremonial. Sacó la tarjeta que tenía el dibujito y aquella palabra: "Stonehenge". La dio vuelta. No tenía sus lentes, pero le bastó con pasar sus dedos y sentir la marca de la "I" que le había hecho cuando estuvo en aquel lago helado, del noveno círculo del infierno.
- Sí, Arnold. CREO.
- Como ya no tiene dudas, y ahora cree cuanto le he contado antes...
Entonces, Arnold lo tomó por los hombros y se elevaron por el aire, flotando por encima de las llamas, hasta el cielo azul oscuro, salpicado aún por las estrellas de la noche, casi al amanecer de Escocia.
Desde lo alto, mientras volaban, Dante pudo ver el feroz incendio que había acabado completamente con la casa de Boleskine, mientras tosía.
Ahora sobrevolaban sobre un montón de arboledas y bosques, que predominaban en una gran extensión.
- ¡Me daba tanto miedo! ¡Lo sabía! ¡No me mentía, es usted un vampiro! ¡¿Y cómo supo dónde buscarme?! ¡¿Quién lo envió?!
- Mi amigo, del que le había hablado. Se llama Roy Richardson, Líder de la Orden Zahorí. Ya mismo lo va a conocer. Yo los conocía de antes. Sabían de mi existencia, y me protegían para mantener mi anonimato. En una oportunidad, tuve uno de mis "momentos de depresión" por mi soledad... y estuve tentado a hablar de mis problemas con alguien; con algún médico o algún especialista que pudiera ayudarme. Roy me dijo que la terapia psicológica podía servirme. Me recomendó que vaya con usted, y que, de paso, le fuera informando si veía algunas cosas raras... y así lo hice, hasta que tuvimos nuestro desencuentro, y ví que usted era decente, y dejé de espiarlo. No pensé que era para protegerlo... pero bueno... ahora me envió aquí. Alguien de la orden Zahorí "supo" que estaría usted en peligro... y acá estoy...
- ¡Volando con un ser sobrenatural! "¡Y aquí estamos, nuevamente, contemplando las estrellas!"- Dante Zamorano reía. Su vida, había cambiado para siempre.
Ya estaba por amanecer en Escocia.
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