Capítulo 28

 Avanzaron un poco. Pronto se percataron que la capa de nieve era muy delgada y que debajo había un lago congelado, que crujía al pisar.

- Caminen con mucho cuidado. Este es el lago congelado, del NOVENO CIRCULO, donde se encuentran sumergidos los castigados... ¡Los traidores! ¡Por toda la eternidad! Sigamos avanzando... ya falta poco para llegar a nuestro destino... - Crowley les hacía un gesto para que no se acercaran demasiado a donde estaban estas estatuas-personas de hielo sumergidas en el témpano.

Tenían rostros y actitudes físicas como de personas que se hubieran quedado mucho tiempo detenidas en un lugar. Una de ellas le llamó la atención especialmente a Dante. Y además le dio una idea.

La estatua en cuestión, tenía una especie de casco metálico muy brillante, quizás por el efecto del hielo. Pero habría recibido un golpe o algo, y un trozo se había caído.

Entonces, supo que lo roto o marcado así quedaría.

Dante se acercó a uno de los pequeños arbustos con estalactitas congeladas que bordeaban el lago por el que caminaban, y cortó un trozo del puntiagudo hielo. Beatriz lo miraba con curiosidad, pero no dijo nada. Todos estaban muy agotados como para preocuparse de pequeñeces como esa.

Se detuvo en otro momento, que creyó oportuno, y que no llamaría demasiado la atención. Dante retiro de su bolsillo izquierdo del traje ceremonial negro, la cartita con el dibujo y la frase de Stonehenge, de su abuelo Arturo, la que habían colocado en su regazo cuando había sido el ritual para ir allí, que por algún motivo recordaba que estaba en ese bolsillo.

La dio vuelta rápidamente, y con la punta del hielo en el dorso, le marco bien delineada una letra "I" de Infierno; y la volvió a guardar en el mismo bolsillo. Fue muy rápido aquel movimiento, y para los demás no tuvo mayor relevancia.

Dante hizo aquello de marcar la carta en este lugar del noveno círculo del infierno, pues si alguna vez volvía "a la realidad" y supusiera que todo esto había sido una creación de su mente, como solía hacer; al mirar la carta, sabría para sí mismo, que todo esto había sido real.

Continuaron caminando los siete por la nieve, bordeando un muro, hasta que llegaron a una escalera que descendía en espiral. Los primeros dos escalones tenían hielo aun, los demás ya no. Se fueron aferrando bien a unas grietas en las piedras de las paredes, para evitar caerse. A Edityr lo asistieron Virgilio en la parte de arriba, y Beatriz y Teodora desde debajo de las escalinatas. Luego de esto, los siete pudieron descender tranquilamente, hasta llegar a un pequeño descanso. Desde allí podía verse, en toda su extensión, un enorme laberinto de arbustos muy bien recortados, con algunos fosos de torturas y castigos entre medio. Llegaba hasta los confines de donde la vista pudiera alcanzar.

- ¡No! ¡No puede ser! ¡Resolver este laberinto nos va a llevar toda la eternidad, si es que lo sobrevivimos! - Teodora estaba muy consternada con aquella visión.

- ¡Todo está perdido! - Grandier también se estaba desmoralizando.

Crowley, por el contrario, reía de buena gana.

- ¡El frío y las trampas les hizo mal, compañeros! ¡Olvidan algo muy importante...!

Entonces, le dio una palmadita en la espalda a Dante.

- ¡Trajimos a un "Datador con nosotros...! ¿Recuerdan? ¡Él va a guiarnos inmediatamente hasta la salida! ¿Verdad, amigo Dante?

Dante asintió. Tenía muchas dudas, pero otras se iban disipando. ¡Lo habían traído para que resolviera el laberinto para ellos! Bueno, también podría mentirles el camino y hacer que todos fracasaran estrepitosamente... pero era algo que tenía que pensárselo muy bien, pues también era muy peligroso. Si les mentía y lo descubrían, inmediatamente él dejaría de serles útil... y entonces ya se puede ir imaginando cuál sería su destino. Esta segunda idea le produjo un escalofrío y una puntada en el estómago.

- ¡Vamos, amigo Dante, ánimo... que nuestro destino está en tus manos!... - La frase de Crowley, que los incitaba a todos a seguir bajando las escalinatas, no era muy alentadora.

- ¡Y te estaremos vigilando, "amigo"- La carcajada mordaz de Edityr, le acababa de dar muy mala espina... ¿Habría recuperado sus habilidades? No preguntó qué ocurría, como otras veces... y estaba, de pronto, demasiado animado....

En fin, como fuera, lo mejor era indicar el camino correcto, y ver cómo se daban las cosas, pensaba mientras terminaban todos de descender, frente al camino que daba al comienzo del laberinto infernal.

Dante pasó primero. En la primera estancia, contra el borde del laberinto, había unos hombres que estaban acostados en un potro de torturas, hecho con unas maderas. Dante tocó el seto y supo de inmediato que debían tomar el camino del centro. Esperó a que estuvieran todos allí, para darles las instrucciones del caso:

- Tenemos que correr todos. Pero, al llegar hasta donde está aquella marca, frenamos y nos agachamos. Después hay que pisar en las tres baldosas que no tienen agujeros. ¿Entendieron?

- Perfectamente - dijeron y asintieron todos.

Así lo hicieron. Mientras corrían, un montón de cuchillas fueron arrojadas desde una a otra pared, a su paso; que si hubieran ido caminando, se las hubieran insertado. Los siete juntos llegaron al centro. Allí se agacharon cuando Dante les avisó. Unas inmensas cuchillas, a un metro de altura y de forma horizontal, pasaron rasantes. Si hubieran estado parados, los hubiera rebanado al medio.

Después continuaron de uno en uno, saltando por las baldosas que no tenían los puñales que salían desde abajo.

- ¡Así es fácil sortear las trampas del infierno! ¡Vamos, continuemos, Dante!

En varios lugares por donde pasaban, había enanos que daban vuelta unos engranajes, que activaban mecanismos de tortura. Fueron atravesando toda clase de trampas: piedras incandescentes, partes del suelo que se desplomaban, paredes que se movían hacia el centro intentando aplastarlos, partes del piso que se caían mientras iban corriendo.

Después de todas aquellas pruebas, pasaron también, junto a un estanque. Era un gran lodazal donde unos cientos de sujetos desnudos estaban empantanados, gritando de terror. Entonces, unos gigantescos buitres negros, chillaban espantosamente, se acercaban; se posaban sobre ellos y les comían las entrañas y los ojos, dejándolos tirados allí en el barro y sangre.

En un breve lapso de tiempo, volvían a sanarse y a reconstruirse. Gritaban de terror, hasta que retornaban los buitres a comérselos. Y así funcionaba aquel bucle eterno.

Los siete siguieron su camino, por la vegetación del borde de ese espantoso pantano. Había un parque de pasto muy bien cortado y algunas flores. En algunas partes había árboles y arbustos. Todo se veía muy vivo. De colores verdes fuertes y el sol se veía sin nubes en el cielo.

Entonces llegaron hasta una especie de arco, hecho de piedras, con una frase labrada en latín en su parte superior:

"Viam per quam non revertar".

De nuevo, Crowley tradujo para todos.

- "Camino Sin retorno". Es por aquí.

Los siete pasaron por el portal que parecía que seguía por el parque. Pero, al atravesar por allí, inmediatamente aparecieron en un lugar incierto, completamente oscuro y siniestro. Podía estar cerca, como al otro extremo del laberinto... o del mismísimo infierno.

Caminaban en círculos aunque no vieran nada. En el suelo había una pequeña abertura iluminada. De allí, bajaba una escalinata hacia un lugar en penumbras, con un piso de azulejos cuadrados.

Mientras bajaban, Grandier le hablaba en susurros a Crowley.

- ¿Estás seguro que es acá, Crowley?... Acá no hay nada...

Cuando terminaron de bajar los siete, vieron que había una silla común y corriente, en el centro de la habitación; iluminada por una bombilla, justo encima de esta.

De espaldas, y en silencio, un hombre delgado y vestido de negro, estaba sentado allí.

- ... Huele a trampa.... - dijo muy atrás Virgilio, preocupado.

Sin siquiera darse vuelta o inmutarse, les habló. Su voz sonaba firme, pero normal.

- Bienvenidos, humanos.

Y se hizo un silencio que les cortó a todos la respiración.

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