Capítulo 26

Atravesaron por un enorme arco, entre las piedras de la empalizada.

Llegaron a una planicie con luz del día, un hermoso parque y yuyos. Había una vieja tranquera con un letrero.

- Vamos, es por ahí - volvió Crowley a mostrar el camino. - Está cerrada, pero vamos a tratar de abrirla.

Al empujarla, Crowley y Grandier notaron que iba cediendo. El letrero indicaba:

"El SÉPTIMO círculo es para castigar a los violentos".

- Vamos... ya está por ceder...

- ¡¿Y si el MINOTAURO nos vio y viene para acá?!

- ¡Por eso mismo tenemos que salir de sus dominios! ¡Empujen!

Todos se encimaron a la tranquera cuando sintieron los temblores de los pasos de la inmensa criatura. ¡Se acercaba muy velozmente y furioso! El mazo con los inmensos clavos cayó en la tierra, donde segundos antes estaban los siete parados.

La tranquera había cedido y había caído al agua, en una especie de río, con todos ellos encima. De pronto se vieron los siete, en una embarcación accidentalmente improvisada.

La gruesa portezuela flotaba bastante bien por ahora, pero estaba siendo velozmente arrastrada por la corriente, sin un rumbo determinado.

- ¡Esto flota!... ¡Y se la lleva muy rápido la corriente! - Gritó Grandier, jalando a Edityr que no veía que se estaba por caer al agua torrentosa.

- Al menos huimos del espantoso Minotauro... pero este río... - dudaba Teodora, preocupada.

El torrente, era cada vez más furioso y veloz; y los arrastraba en bajada de forma descontrolada. El agua los empapaba, mientras la tranquera a donde estaban aferrados, se bamboleaba para todos lados. Una montaña rusa de un parque de atracciones, hubiera sido un paseo tranquilo, comparado con esta experiencia.

En medio de aquella vertiginosa caída de agua, unas sombras los rodeaban. Unos gigantescos pajarracos negros, sobrevolaban muy cerca de ellos, produciendo toda clase de graznidos y chillidos espantosos. Beatriz y Virgilio alcanzaron a agacharse justo cuando unas enormes garras pasaron muy cerca de sus cabezas.

- ¡Es cada vez más violento... y en caída! ¡¿A dónde va esto...?!

Entonces, como contestando a la pregunta de la bruja, La balsa improvisada llegó hasta el borde del acantilado, y cayeron por el gigantesco salto de agua. Sus gritos de terror y desesperación sonaron por encima del monótono rugir del agua, y los pájaros.

La tranquera se hizo trizas al llegar abajo, con un tremendo golpe, en el instante en que todos saltaron, a una orilla cercana.

Quedaron por un largo tiempo, sobre el rellano, agitados y magullados.

De a poco se fueron incorporando. Los siete estaban allí, y, milagrosamente, habían sobrevivido.

Un poco más adelante había un bosque oscuro y tenebroso, lleno de bichos que revoloteaban.

- Yo... yo ahí sí que no entro... - dijo Virgilio con temor.

- ¡Vamos! ¡Arriba! ¡Tomen coraje! ¡Hay que seguir adelante! - Crowley intentaba darles ánimo, mientras ya encaraba hacia la misteriosa vegetación.

Los siete fueron internándose en la espesura. Había allí muchos árboles con cierta forma humana, con rostros de tristeza y partes cercenadas. En el suelo, desparramadas aquí y allá, habían algunas hachas de distintos tamaños.

- Este lugar es muy... inquietante... y silencioso... vamos. No se separen - Crowley caminaba adelante, apartando con sus manos algunas de las pequeñas ramas que le impedían el paso.

A medida que avanzaban, se empezaron a escuchar lamentos. Pronto descubrieron que las ramas que les impedían el paso, y los raspaban y a veces lastimaban, se movían, e intentaban agarrarlos. De algunos árboles salían enormes bocazas oscuras con millares de dientes afilados.

- ¡Este bosque está tratando de comernos! ¡Hay que salir de acá! - Había gritado Crowley mientras se abría paso con una de las hachas que estaban en el piso.

- ¡Hagan como Crowley! ¡Tome cada uno un hacha!

Cuando cortaban las ramas, en lugar de savia, sangraban como si de personas se tratara. Con el olor de la sangre, los insectos se ponían aún más molestos.

El paso por el "bosque sangriento" fue breve, aunque pareció durar una eternidad.

Finalmente, habían salido del denso bosque, y ahora había arena, muy blanca. El sol se sentía muy fuerte, y el calor era insoportable. Aunque ya habían empezado a caminar por las dunas, los insectos continuaban molestándolos.

- Bueno... ¡por fin hemos salido de ese sitio! ¡Ahora, hay sólo arena y dunas... nunca podría ser peor que ese bosque espantoso...! - Virgilio estaba muy agotado.

- Igual lleven sus hachas... por las dudas... - Crowley seguía caminando. Evidentemente, era el más interesado en continuar con la travesía, hasta el final.

- Sí... era como si quisieran chuparnos la sangre los árboles... - Beatriz tenía cara de asco, y miraba el hacha ensangrentada, en sus manos.

A su alrededor, zumbaban y revoloteaban los bichos, cada vez más insistentes; mientras caminaban en la arena.

Habían pasado algunas horas, y el desierto se había vuelto sofocante, e interminable.

Todos se habían quitado su prenda ceremonial, y se las habían colocado sobre las cabezas o anudadas a la cintura. Marchaban a paso lento, pues parecía como si se hundieran cada vez más en la fina arena. Estaban francamente agotados.

- Retiro lo dicho... esto es calcinante...

- E interminable... no tiene fin... ¿Alguien sabe dónde estamos? -Beatriz estaba muy cansada.

Los pies se les estaban enterrando a la altura de las rodillas, lo cual hacía imposible que avanzaran.

- Creo... ¡Cada vez nos hundimos más en la arena!... cuesta tanto avanzar... y en el horizonte hay solo más arena! - Grandier, al igual que los demás, estaban cada vez más desmoralizados.

- ¡Ha! ¡Me ha dado! - Uno de los bichos golpeó a Virgilio, con mucha fuerza.

- Sí... a mí otro también... - Dijo detrás de él Teodora.

- Guarden el aliento... todavía no salimos del SÉPTIMO CÍRCULO, de los violentos e iracundos.

Edityr estaba hundido hasta la mitad del cuerpo:

- ¡Pero tengo miedo! ¡No veo nada! ¡Déjenme acá!

- ¡No, no! ¡El miedo es el triunfo de los que lastiman! ¡Sáquenlo!

Grandier y Virgilio, con las pocas fuerzas que les quedaban, lo sacaron a los tirones a Edityr.

- ¡G... gracias pe... pero... Maestro...! ¡Crowley...!

- ¡Vamos sigamos avanzando, no se retrasen! ¡Los bichos siguen golpeándonos!

Crowley quería continuar avanzando, e ignoraba lo que Edityr quería decirles.

- ¡Maestro! ¡Algo pasaba debajo nuestro, que me tocaba los pies!

Edityr terminaba de decir esto, cuando un enorme gusano, acababa de emerger de la arena. En su cabeza había un agujero; cargado de puntiagudos dientes en varias hileras, en toda su circunferencia.

Beatriz, Teodora y Grandier, ya se disponían a herirlo con el hacha, cuando Crowley los detuvo.

- ¡No! ¡Esa es la trampa! ¡Con todo lo que atravesamos, quieren que actuemos con ira! ¡Eso será nuestra perdición! ¡No le hagan nada!

- ¿Y entonces qué hacemos? ¡Va a atacar a Edityr! - Gritaba Grandier, señalando al gusano que estaba midiendo el sitio donde estaba echado el anciano ciego, para atacar.

- ¿Dónde está? ¿Qué pasa?

En el momento en que el gusano, con su cabeza gigante, se arrojaba sobre él, Virgilio y Crowley rápidamente lo agarraron de la ropa y lo quitaron de en medio, una vez más, en el último momento.

El gusano dio un fortísimo golpe contra la arena, enterrando su cabeza y parte de su cuerpo. Tal fue el golpe, y el tamaño de aquel animal, que se hizo un inmenso hoyo en la arena, que los engulló a todos, como un gigantesco embudo. El gusano estaba enroscado, y cayó sobre sí mismo metros y metros. ¡No hubieran podido lastimarlo ni con miles de hachas!

Había quedado completamente desmayado, y ellos estaban arriba del inmenso cuerpo del gusano, rodeados de toneladas de arena que había caído a su alrededor. En medio de la confusión, habían perdido sus hachas.

- ¡Miren! - Gritó Dante - ¡El camino sigue bajo la arena, por estos túneles!

Nuevamente, ante ellos, volvían a aparecer unas gigantescas chimeneas. Estaban bajo tierra, y todo estaba débilmente iluminado con antorchas. Sacudieron sus prendas ceremoniales, y volvieron a colocárselas.

- Evidentemente, tenemos que seguir, bordeando esas especies de fosos...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top