Capítulo 21


- Bueno, gente. ¡Bienvenidos! ¡Este es el final del primer círculo del infierno. La condena de los "NO Bautizados", que nunca verán a Dios. Así lo creen. Así es. - Dijo Crowley con un ademán teatral, de aquella forma que siempre se le dio tan bien.

- ¡Este lugar está lleno de peligros, a cada paso que damos! ¡Tengamos bien claro que, o salimos todos juntos de esto, o no saldrá ninguno de nosotros, y esto te incluye, Dante - Grandier le hablaba especialmente al único compañero que había sido traído a la fuerza.

- Está bien. Lo entendí. - aceptó Dante cabizbajo, no muy convencido.

- ¡Sabemos que no pediste esto, amigo Dante - Crowley le dio una palmadita en la espalda, cuando dijo con énfasis la palabra "amigo". - Pero ya estás acá, y no vas a poder evitar el mismo destino que nosotros.

Y los siete se alejaron de la orilla, caminaron un trecho no muy largo por lo que parecía ser, un jardín frondoso y muy bien cuidado, hasta que llegaron a una muralla de piedra, en la cual se hallaba un portón enorme.

Crowley y Grandier, empujaron la puerta de rejas gigante. A diferencia de la anterior, totalmente deteriorada, esta puerta tenía una gran presentación, y se veía toda una estructura muy nueva y sólida. Encima del arco del enrejado, había una gárgola de cemento, que parecía que lo espiaba todo.

Al ingresar, notaron que allí hacía mucho frío, y que corría un viento helado. Las paredes y el piso eran de piedra, y había apenas algunas antorchas en los muros, que alumbraban escasamente unos pocos metros. Todo lo demás estaba completamente a oscuras, e inspiraba bastante desconfianza.

En la pared, a un par de metros frente al gran portal, que acababa de cerrarse de un golpe, había una inscripción.

Es en ésta segunda instancia, que, a los "malefactores carnales" y "Lujuriosos", por dejar que sus apetitos sobrepasen su razón, se les dará condena eterna, en este SEGUNDO CÍRCULO.

- Cada vez que avancemos, sólo podemos continuar. No hay vuelta atrás. - Sentenció Teodora, la sacerdotisa.

Tomaron las antorchas y siguieron caminando hacia su derecha, por un largo pasillo de piedra, por el que se arremolinaba el viento que helaba los huesos.

Llegaron a una estancia mucho mayor. Similar a la mazmorra de un castillo. Era circular, y daba a un montón de puertas, con rejas.

- ¿Y esto? Da mala espina... - preguntaba Dante. A cada paso se encontraban con una sorpresa nueva.

Entonces, como contestando a la afirmación del datador del grupo, algunas manos sucias, y otras viejas, se asomaban y se tomaban de los barrotes. Las puertas con rejas estaban en hileras, y se perdían en la oscuridad del pasillo. ¡Había gente encerrada allí, en la completa soledad y oscuridad!

- ¡En esas puertas... tienen allí gente prisionera...!

De pronto, esto le dio un escalofrío y una sensación espantosa a Dante, pues había vivido, y hace muy poco tiempo, toda aquella agonía en carne propia. También creció un sentimiento de desagrado y furia, mientras miraba a Crowley delante de él, que le daba la espalda.

Desde la oscuridad, en dirección a donde Dante miraba, sonó una voz atronadora, interrumpiendo sus pensamientos.

- ¡Hola! ¡Me avisaron de su llegada! ¡Siete extraños que se creen con derecho a invadir nuestros dominios!

Crowley se había apartado de ellos e internado en la oscuridad, y hablaba con aquel ser, que se mantenía en el anonimato de las sombras. Lo que alcanzó a verse, en un borde inferior, cerca de una de las paredes de ladrillos, fue una silueta que se movió. Al principio parecía un pie. Pero cuando volvió a aparecer, Dante se espantó y retrocedió. Era una especie de tentáculo, o algo así. Crowley en cambio, no se inmutó y continuó en su actitud pedante y soberbia, y se puso a conversar con aquel desconocido.

- ¡No sé quién eres, pero nosotros nos ganamos este derecho! ¡Hicimos un trato con el mismísimo BELETH, para reunirnos con él! ¡Hicimos un montón de sacrificios y conjuros, y generamos toda clase de conflictos para él! ¡No se atrevan a cuestionarnos! ¡Nosotros los alimentamos a ustedes, como pocos humanos lo hicieron antes!

Si lo que habían vivido hasta ahora, era inesperado, la frase que siguió a continuación, superaba, con creces todo lo anterior.

- ¡No se ofusque, señor CROWLEY - rió la voz socarronamente, - o "la gran BESTIA, Baphomet", sabemos todo de usted!

Todos, incluyendo El mismo Crowley, quedaron sorprendidos y estupefactos.

Cuando el sujeto avanzó un poco hacia adelante, dejó que se viera un báculo en una de sus manos, y que no tenía piernas, como ya sospechaba Dante. Su cuerpo era de un tono verde muy blanquecino, casi como si de mármol se tratara, y en la parte de abajo le salía un gran tentáculo, como si fuera de un pulpo. Pero este se ramificaba, por lo que aparecían otros dos más, en los laterales, cubriendo su parte inferior, que tenía formas indescriptiblemente repugnantes. Al menos por ahora, no se veía su rostro, que permanecía en la oscuridad.

El monstruo acercó su desagradable e indescriptiblemente deforme rostro inhumano, al de Crowley, que no se había ni inmutado, y sonreía; como si le hubieran contado un chiste, que sólo él podía comprender.

En apariencia, tenía una especie de casco rectangular sobre su cabezota, desproporcionadamente grande para su cuello y torso. No se veían ojos, que probablemente estaban ocultos debajo de su piel toda hecha tiras. La boca efectuaba toda clase de movimientos aleatorios, como si se le fuera a caer a pedazos, mientras que pequeños tentáculos y colgajos, asomaban por doquier.

- ¡Confiar en otras personas es una decisión crucial! ¡Es mucho más fácil entrar al inframundo, y en esta prisión, que salir de aquí! - Continuaba diciendo el espantoso ser. Entonces se giró sobre sí, con sorpresiva velocidad para su tamaño (y por ser que no tenía pies), y quedó mirando hacia el oscuro pasillo.

Los otros seis compañeros, incluido Dante, permanecían allí de pie, expectantes.

Delante de aquel demonio que reptaba, había un enorme portal, y ahora mantenía sus brazos elevados, con el báculo de la justicia incluido.

- ¡Mirad cómo entráis aquí! ¡Cuidad en quién confiáis! ¡No dejéis que para vuestra desgracia la anchura de la puerta os engañe! ¡Aliarse con el ánima, es la clave para hallar la salida!

Virgilio se había acercado a Crowley, y le había dicho un secreto al oído, que aquel monstruoso ser, no habría podido oír.

- Creo que está loco, y ni siquiera sabemos quién es este tipo...

- ¡Ah, yo soy MINOS, el Rey castigado, y ahora el carcelero; y mi trabajo es designar a dónde debe ir, a qué círculo infernal debe descender cada alma, según el grado de su perdición! - Se volvió a girar hacia Virgilio, y realizó una grotesca reverencia, como un gesto que se usaría para saludar al público. Si. Estaba loco. Y además también tenía muy buen oído.

El báculo del carcelero MINOS se encendió. Fugazmente todos miraron a Beatriz, por si lo hubiera hecho ella. Pero su gesto les indicó que, esta vez, no tenía nada que ver.

Ahora iluminados por el monstruo, los siete lo siguieron por la gran puerta. Continuaron su camino por otro largo pasillo, con muchas más rejas y prisioneros, que asomaban sus pecaminosas manos.

- Por aquí. Si no se han fortalecido durante el trayecto, corren el riesgo de no resistir la tentación, pecando de inmoderación, queriendo más y más, de lo que ya obtuvieron. Y terminaran por perderlo todo, incluyendo lo más ínfimo, que con tanto esfuerzo les ha costado lograr! ¡Aquí, en todas estas celdas están prisioneros los lujuriosos, por toda la eternidad!

Sorpresivamente, aquel monstruoso y demente ser, volvió a acercar su rostro a Crowley. Probablemente, en muchos eones, nunca se había encontrado con alguien como él, que parecía mirarlo con curiosidad, pero nunca con repulsión y espanto, como hubiera hecho cualquiera de los demás mortales.

- ¡Estamos en el segundo de nueve círculos del infierno! ¡Seguramente Aleister Crowley estaría ya en una de estas celdas, si no fuera que escapó de la muerte en 1947, con uno de sus numerosos y famosos pactos! - Expresaba minos con su desquiciada risa.

- ¡Mil vidas le entregué a EURINOME, diablesa de la muerte! ¡Ella me concedió la inmortalidad! ¡Que el tiempo no hiciera mella, ni dejara huella en mi cuerpo!

- Sí, claro... - los seguía conduciendo por el pasillo que se bifurcaba muchas veces - ¡Y por eso fue castigada por el mismísimo SATANÁS! ¡¿Qué son mil almas, al lado de la de Crowley, la bestia? pero por eso estáis aquí, ¿no?! ¿Planeáis sacar a estos demonios del infierno?

Se hizo un silencio. Dante estaba petrificado. ¿Era ese el plan? ¿Era en serio? ¡¿Sacar demonios del infierno...?!

Los demás estaban también asombrados con esta información, pero por una razón diferente. Era un mal augurio que este ser, Minos, el carcelero; estuviera al tanto de sus planes. Peor aun cuando continuó riendo y hablando.

- ¡Les tendieron una trampa! ¡Están locos si creen que eso puede ocurrir! ¡Si ustedes quedaran encerrados por siempre acá... ¿No habrían hecho esto, los demonios castigados, como resarcimiento ante los ojos de su amo, SATANÁS? ¿No lograrían así, su eterno agradecimiento?

Grandier fue ahora quien le preguntó al carcelero, ya que se lo veía tan predispuesto a hablar con ellos, y contarles los secretos de la trama de lo que había estado sucediendo.

- ¿Y quiénes son estos demonios traidores?

Siguieron a Minos, que alumbraba con su báculo. En el piso, y junto a las rejas de las celdas alineadas una tras otra, podían verse algunos pies.

- Fueron juzgados por diferentes causas. Algunos por no consultar y usar sus dones en humanos, como EURINOME. ¡Y otros fueron acusados de conspirar o intentar usurpar el trono del infierno al mismísimo SATANÁS! Son seis los demonios prisioneros - entonces mostró sus dedos gelatinosos y fue contando con ellos, como riendo y contabilizando.

- BELETH, que pactó con ustedes, a espaldas, quedándose para sí, con las almas entregadas en los sacrificios. HABONDIA y BAEL, que eran sus cómplices. AZAZEL y BELIAL, por conspiradores y agitadores. EURINOME, por darte a escondidas la inmortalidad, en complicidad con estos últimos.

Siguieron caminando hasta el final del pasillo, todo hecho en losas de piedra pulida. La antorcha siempre había iluminado el camino que continuaba, pero ahora ya no. Había una gran escalera que bajaba, y se perdía en la oscuridad.

- Bueno. Hasta aquí los puedo guiar. En este punto termina mi dominio.

Beatriz le habló al carcelero, con tono amable, poco usual en ella.

- ¿Nos das una antorcha?

- No. Podrías quemarte - se burló.

Beatriz miró a los demás, dudando si decir algo o no. Entonces, Minos volvió reír, estruendosamente.

- ¡Es broma! ¡Ya sé que nunca te quemarías! Es porque se apagaría, y no está permitido que los ayude más allá. ¡Buena suerte!

Lentamente, y adentrándose en la penumbra, los siete fueron bajando las escaleras. La única referencia que tenían era que a la izquierda había una sólida construcción de piedras que acompañaba todo el descenso. En cambio, a la derecha, soplaba una brisa fría, que provenía del precipicio donde reinaban las sombras. Bajaban lento por los peldaños resbalosos, para no trastabillar. A medida que transitaban el camino hacia abajo, se internaban cada vez más en la oscuridad.

- Apóyense en la pared. Esto está muy oscuro...

- Sólo sabemos que vamos en bajada... podría haber trampas...

La escalera daba vueltas en caracol, y el centro era donde estaba el precipicio, de modo que iban apoyados contra el borde exterior. De pronto, mientras caminaban por la escalera ya en completa oscuridad, fueron sintiendo que la brisa se había vuelto más intensa, y que ahora soplaba un viento muy fuerte. Cada vez les costaba más mantenerse en pie y respirar, y mucho menos, bajar.

- ¡Es una ráfaga terrible! ¡Me quita el aire!

- ¡Manténganse todos contra el muro!

- ¡No se ve nada! ¡Tómense de las manos!

El torbellino se había vuelto un verdadero huracán, y en una ráfaga imparable. En menos de lo que diera tiempo a reaccionar, los siete viajeros fueron arrastrados al precipicio, flotando entre las corrientes de aire.

- ¡¿Qué... qué pasa?! ¡¡Socorro!! - Edityr gritaba por el pánico, pues sentía el vértigo y no podía ver nada. En realidad, lo que él no podía adivinar aún, es que los demás tampoco podían ver nada de lo que pasaba.

En medio del huracán helado, también hubo nieve que revoloteaba a su alrededor mientras eran arrastrados hacia el vacío y la oscuridad.

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