Capítulo 20
Empujaron, hasta que la reja cedió, con un chasquido y un chirrido de hierro viejo y oxidado. Los zombis que habían llegado hasta ahí, fueron engullidos hacia el cielo. Los siete avanzaron, y el nuevo sitio era completamente diferente.
Adelante se extendía una especie de selva, que no era muy extensa. En seguida de esta se veía un claro y más allá un camino largo de piedras como lajas blancas.
Detrás de ellos, en ese momento, la reja se cerró con un golpe estruendoso. Cuando se volvieron para mirar, el portal de donde venían, se había esfumado, dejando en su lugar sólo pastizales y una extraña bruma blanca.
- Debemos atravesar la selva y llegar hasta el sendero de piedras. No podemos volver por donde vinimos - observó Beatriz.
- Este debe ser el Primer Círculo del infierno - comentó Crowley. - En el limbo se encuentran los no bautizados y los paganos virtuosos que, pese a no ser pecadores, no conocieron a Cristo - explicó citando palabras que habría leído hacía mucho tiempo atrás.
Ninguno discutió la lógica de Beatriz, y comenzaron a avanzar por la tupida vegetación. ¿Qué peligros espantosos les aguardarían allí? Dante vigilaba las ramas y lianas de los árboles, pues después de lo que le había pasado, cualquier cosa, que sería inofensiva en el mundo normal, aquí podría ser un monstruo que los devoraría sin piedad y sin aviso.
La selva era muy silenciosa y oscura. Y avanzaban sin ningún problema. Grandier había tomado el hombro y la cabeza de Edityr, y le iba guiando por donde atravesar, para no golpearse o enredarse.
Cuando todo parecía sencillo y tranquilo, empezaron los problemas. Dante se detuvo e hizo un gesto para que todos hicieran lo mismo, silenciosos.
Habían empezado a escucharse unos gruñidos casi imperceptibles, y bastante escalofriantes. No podía saber de dónde provenían. Ni mucho menos qué o quiénes los proferían. Entonces, los siete, sintieron la necesidad imperiosa de salir de allí cuanto antes.
A medida que atravesaban la selva, daba la sensación de que se iba extendiendo cada vez más. Parecía que les iba a llevar toda la eternidad cruzarla. Pero no fue así.
Los últimos arboles tenían enredaderas tupidas, y terminaban en aquel claro con pastos verdes, arbustos bajos y hasta algunas flores. Hubiera sido un lindo paisaje, de un bonito lugar, si no supieran que se trataba del infierno.
Cuando creían que ya todo había terminado, y se disponían a acercarse al sendero de piedras, tres feroces animales saltaron y se posaron delante de ellos, impidiéndoles el paso. Eran un león, un leopardo o pantera negra, y un lobo. Eran bastante más grandes de lo habitual. Dante sintió un escalofrío al verlos, y constatar que eran quienes los habían estado persiguiendo por la selva, haciendo aquellos gruñidos aterradores.
- ¡Estamos perdidos! ¡No vamos a poder salir de una pieza! - Había dicho con voz temblorosa Teodora.
- ¡Yo escuché sobre esto! ¡El León representa la soberbia, la pantera la lujuria y la loba la codicia! - gritó Crowley, mientras tomaba una rama del piso.
Los demás hicieron lo mismo. Virgilio había logrado arrancar una rama mucho más grande y pesada, de uno de los árboles, con lo que en seguida se colocó delante de los demás.
- ¡Ya me estoy volviendo todo un héroe! ¡No se acostumbren, amigos!
- Bueno... ¿Y ahora? ¿Qué hacemos? - Grandier miraba por sobre el hombro de Virgilio y Crowley, a aquellas feroces bestias que se acercaban. Esas ramas no los iban a poder contener mucho tiempo más.
- Esperen... no se muevan... así... - Beatriz estaba muy quieta. Todos estaban entre los árboles y las fieras, que ya estaban a un salto de devorarlos. Sus gruñidos y su baba colgante eran muy intimidantes. El león fue el que se apoyó sobre sus patas traseras, dispuesto a dar un salto, con las fauces abiertas de par en par; mientras rugía terroríficamente.
En ese momento, y ante un gesto con dos dedos juntos de Beatriz, las ramas se encendieron. Ardían con un fuego fuerte y luminoso, salido de la nada.
Virgilio asestó un golpe muy fuerte con su vara ardiente sobre el hocico del depredador de melena, que efectuó un aullido desgarrador, entre la sorpresa y el dolor. Sus dos bestiales compañeros de cacería quedaron al instante paralizados, ya sea por el sonido; ya sea por el estupor.
De forma casi coreográfica, todos corrieron aprovechando el momento de distracción, arrastrando con ellos a Edityr, que continuaba sin comprender nada de lo que sucedía.
Cuando los siete pisaron las lajas y empezaron a caminar por el sendero así delimitado, se percataron de que las bestias habían quedado atrás. Ansiosas por que regresaran hacia ellos sus presas, no podían siquiera pisar el camino de piedras crujientes, donde ellos ahora avanzaban.
- Eso sí que estuvo cerca, compañeros... - les dijo Virgilio, que, como todos, apenas había podido reponerse del susto.
Ante ellos se extendía una estepa amplia y aparentemente infinita que sólo era cortada por aquel sendero blanco, por el que ellos caminaban. En la lejanía se fusionaba con un cielo gris y neblinoso, que daban una sensación misteriosa y tétrica.
Todos apagaron el fuego de sus ramas, atizándolas contra el suelo, mas no las arrojaron, por temor de tener que volver a utilizarlas
- ¿Y ahora? - Preguntó Edityr.
- Hay que caminar por el sendero. No se aparten por nada, o se perderán en el infinito - les aclaraba Crowley.
A medida que avanzaban, una bruma, a su alrededor, iba cubriéndolo todo. Solo se divisaba el sendero de piedra por el que transitaban. Mientras pisaban, las piedras crujían. Fue Dante quien se dio cuenta. Quizás porque nunca había visto tanto horror y de tal naturaleza, en toda su vida.
No eran piedras aquello que pisaban y se resquebrajaba a sus pies...
-¡¿Quée?! ¡¡Son huesos humanos!!
Fue Grandier el que comprendió donde estaban, y qué era aquello, esta vez.
- El camino está hecho con los huesos de todas las personas que vivieron en vano, abocados sólo a sus gustos egoístas y mezquinos... Avancemos...
Entonces, cada uno de ellos, pudo oír los susurros; voces que les hablaban.
Crowley avanzaba en primer lugar, entre la bruma y el chasquido de los huesos que se fracturaban a su paso. Fue al primero que atacaron, con verdades susurradas para ser oídas por todos.
-"PEDÓFILO".
- Oyen... ¿Oyen eso?
- Todos - volvía a explicar Grandier - vamos a escuchar susurros. Hablarán de nuestro pecado y nuestro pesar.
Y, por si no se había escuchado, volvieron a repetir aquellas palabras para Crowley.
- "PEDÓFILO. ASESINO. VIOLADOR. SOBERBIO. GLOTÓN..."
Los que seguían eran Grandier y Teodora, que caminaban cabizbajos.
- "ASESINOS. MISÓGINOS. CANÍBALES".
Beatriz era la que continuaba su camino, y jugaba a lavar su rama humeante, en la cuenca de algún cráneo de los moribundos a sus pies. Y, a diferencia de los demás, sonreía sádicamente.
- "BRUJA. PUTA. ASESINA. PIROMANÍACA".
- ¡Sí! ¡¿Y qué?! - Respondió disimulando su nerviosismo, tras una fachada arrogante.
El que seguía en fila india, con la mano apoyada en el hombro de Beatriz, era Edityr, que se ayudaba con la rama en forma de bastón.
-"CORRUPTO. TRAIDOR. ASESINO".
Atrás de él, caminaba Dante. Esperaba ansioso... ¿Qué dirían aquellas voces de él? En seguida, fue como si le respondieran a su pregunta.
-"NECIO. NEGLIGENTE. COBARDE. LADRÓN".
Quien cerraba el grupo era Virgilio, que caminaba intentando ignorar todo aquello. Pero la situación lo hacía francamente, imposible.
-"IMPÍO. IMPURO. LADRÓN. ASESINO".
Crowley se giró y le habló a Teodora, y a todos los demás.
- ¡No los escuchen, sigan caminando siempre por el sendero!
- Sí. ¡Recuerden que las almas siempre se pierden, pero nosotros acá fuimos invitados! ¡Estamos aquí por propia voluntad, no como el resto de las almas atormentadas! ¡Vinimos aquí por un atajo!
- ¡Si oyen sus susurros, podrían perderse!
Esto duró unos minutos más, hasta que los siete llegaron al borde de un espejo de agua, donde terminaban los huesos. A lo lejos, en la extensa inmensidad, podían vislumbrarse arrecifes, bruma y nubes de varios colores de los tonos entre los rojizos y violetas.
- ¿Y ahora? ¿A dónde vamos? - Preguntó Dante, angustiado por este inusual e incierto paseo.
Entre medio de la niebla que lo cubría todo, un barco en penumbras se acercó silencioso a donde estaban ellos. En su silueta podía distinguirse un hombre, con una capa con capucha puntiaguda y bordes harapientos, que sostenía un largo remo de madera entre sus manos; y un farol a sus pies.
- ¿...Y eso?
- Ya sé de qué se trata, amigo Dante.
Crowley había introducido la mano entre los pliegues de sus prendas oscuras ceremoniales, y ahora extendía la moneda "de las Brujas" frente al barquero.
- Funcionará como "pago".
- ¿Pago? ¿Acaso ese es...?-
- Sí. Es Carón, le estoy pagando el viaje, para cruzar las almas por el río AQUERONTE.
El barquero, de prendas mohosas y desgastadas, extendió una mano huesuda y tomó la moneda que el Maestro le extendía. Entonces, los siete ingresaron al barco, y se acomodaron acuclillados detrás de la enigmática figura oscura. Hizo dar un pequeño giro silencioso al barco, con el remo largo, para regresar, por donde había venido.
- Como verán, no es muy conversador - Crowley reía y se tomaba la cosa en chiste. Pero ninguno tuvo ánimo de seguir la broma.
El agua era negra. Oscura. Si en algún momento había parecido agua normal, era por el reflejo del cielo y de las nubes en tonos pasteles.
Beatriz había acercado un poco el rostro al agua, y Dante hizo lo mismo, aunque tomando más recaudos.
- ...Parece sucia...
El reflejo de ella era horripilante.
- ¡¿Qué... qué es esto? ¡No! ¡No miren el agua!
. Dante había vuelto a mirar sus propios pies, por si acaso. Crowley tenía una sonrisa maliciosa en su rostro
- ¡En el agua, se verá reflejado el verdadero aspecto de su ser!
Entonces, le dio curiosidad, y miró en el agua, para ver qué observaba, un poco temeroso de la imagen que le devolvería aquel río espectral.
Lo que vio fue el rostro de su Abuelo Arturo, rodeado de una hermosa aureola de luz.
En lo que pareció una eternidad oscura y brumosa, el barco finalmente se acercó a la orilla.
- ¡Miren! ¡La costa, al fin! - Señalaba Virgilio, con una innegable luz de esperanza en su rostro. - ... Creí que nunca... - y su frase fue interrumpida, por un golpe recibido con el remo de Carón en la cabeza, para derribarlo del barco, tirándolo al río, donde tantas almas se habían perdido para siempre.
Todos vieron, desde atrás, el gesto silencioso y determinado de Carón, al derribar a Virgilio al agua. Dante se preguntaba si no tiraría, uno a uno, a todos hacia su perdición.
- ¡¿Qué?! ¡No, no! - se escucharon varios gritos de desesperación. Entre ellos y la orilla, estaba Carón. Detrás de ellos, el Río Aqueronte, de la perdición. No había escapatoria, una vez más.
De alguna manera, Grandier se había hecho con el remo, y ahora lo sumergía donde estaba su compañero, Virgilio, que había asomado la cabeza. Carón observaba expectante, como si de una película se tratara. En seguida logró asir el remo de madera.
- ¡So... socorro!
Los siete lograron salir del barco. Dante no comprendía por qué Carón había hecho aquello, y por qué se habría detenido, cuando pudo deshacerse de todos, muy fácilmente. Algo, en todo aquello, no cuadraba. Tarde o temprano, lo averiguarían.
Estaban en la orilla, y veían al barquero alejarse. Virgilio estaba doblado en dos, escupiendo algas y cosas bastante desagradables, entre el líquido negro. Crowley y Grandier, le daban algunas palmaditas en la espalda, a modo de alivio relativo, para sus pulmones.
Virgilio ahora estaba sentado, como fatigado, en un grupo de peñascos en la orilla, viendo al barquero desaparecer en la bruma.
- E... esto era horrible... me hablaron... - Virgilio levantó el rostro mojado y los miró. Había algo diferente en él. Había perdido ese aire de confianza y soberbia arrogante que le gustaba exhibir. Y ahora había... ¿arrepentimiento, quizás? Tal vez. - ...Había un limbo de perdición, para los que no fueron bautizados. Y, en mi caso, por matar niños antes de su bautizo, como ofrendas a MOLOCH.
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