Capítulo 18


Dante estaba sentado, comiendo un puré del plato en el piso, con las manos. La celda estaba más oscura de lo habitual. ¿Crowley estaría ahorrando luz? Esta idea ocurrente, hizo que sonriera a pesar de su penosa situación. No perder el sentido del humor, siempre era una buena señal.

¿Cuánto tiempo habría pasado? Una eternidad, sin dudas ¿Cuantos días había estado allí? ¿O tal vez semanas? No podría saberlo. El tiempo se había transformado en su verdadera agonía, más allá de la suciedad, del olor a sus propios excrementos en el rincón más alejado dela celda y... el silencio. Eterno. Lo que también lamentaba era no tener nada para leer. Tiempo, era lo que tenía de sobra. A veces se paraba y caminaba en círculos por el lugar.

Varias veces se descubrió conversando solo, y entonces ponía su mente a trabajar... no sea que se terminara volviendo loco, como esos pacientes del psiquiátrico, con camisas de fuerza. A veces, en sus breves caminatas, podía verse en el reflejo de los charcos del piso, y le costaba reconocerse, con toda esa maraña de pelo largo y sucio y esa barba que delataba el paso del tiempo en esa cárcel.

En otro momento, en que ahora le tocaba almorzar... (¿O cenar?) Un arroz con unas papas, un muchachito flacucho se había sentado a su lado, a compartir también una comida. Cada vez era más frecuente conectar con personas que habían estado tiempo atrás en esa misma celda, que ahora ocupaba también él. Dante continuaba comiendo, pues ya se había acostumbrado a aquellas visitas esporádicas. Seguía con sus bocados cuando escuchaba los sonidos del látigo que le pegaba al pobre chico. Prefería no mirar y seguir con lo suyo.

- ¡Beleth te agradece por tu sangre!

De refilón pudo ver que lo habían matado unos Hombres lagarto, lacayos de Crowley, y se daban el gran festín. Entonces, la desagradable escena por fin desapareció, y Dante pudo terminar de comer. Esa fue una de las ocasiones en las que no lo tomó tan mal.

Pero había otras, que era espantoso lo que veía y oía.

A veces se preguntaba si las apariciones que lo acompañaban eran reales o no. ¿Estaría perdiendo la cordura? En todo caso le brindaban valiosa información, que en algún momento podría cotejar... como la inmortalidad de Crowley, o la existencia de los "Hombres lagarto".

Pero, otras veces, era al revés. Le traían la comida y él no sabía si era una de sus visiones. Muchas veces se le confundía, lo que era real y lo que era una visión. No siempre podía distinguirlas.

Una de las últimas fue una ocasión en que estaba durmiendo. Se despertó sobresaltado porque había llantos. Cuando levantó la cabeza, miro hacia la puerta de rejas. Por afuera pasaba caminando la versión del Crowley más obeso de antaño, y, detrás de él, unos reptilianos arrastraban cuerpos y cabezas desmembradas. Una imagen que fue muy impresionante y desagradable. Entonces volvió a recordar lo que le había hecho prometer su abuelo Arturo: "Vas a tratar de evitar, lo que sea que quieran hacer".

- Lo prometo, abuelo.

Y siguió durmiendo.

Algún tiempo después...

Dante estaba comiendo, en el piso, como siempre. Bueno, al menos así le parecía a él, porque el recuerdo de sentarse en una mesa con cubiertos y un vaso con agua, era muy lejano, como algo que hubiera sucedido hacía muchos años. ¿Y estar bañado y afeitado, con ropa limpia? Hace mil años. Cómo valoramos las pequeñas cosas de la vida, cuando ya no las tenemos más, pensaba. Damos todo por sentado. Demasiado.

Tenía agarrado el plato mientras comía, como si fuera un perro, o un gato, y había notado lo huesudas que se habían puesto sus manos... y por asociación recordó a Cosmo, su gato. Y Juan Carlos en aquella celda en el piso.... ¿estaría bien? Y Sandra y los chicos... ¿Juan Carlos le habría contado que recibió esa funesta nota de los secuestradores? ¿Y su mamá, su querida madre, Yolanda? ¿Seguiría mirando la televisión, esperando la visita de alguien que no sabía quién era pero que nunca iría? ¿Llegaría a verla a ella con vida de nuevo, aunque sea una vez más?

Había estado tan "ocupado" con tantas cosas, que no había tenido "tiempo" de pensar en todo esto. En estas cosas y en todas sus personas queridas. ¿O fueron excusas para no mirar adentro? ¿Para no mirar lo que le pasaba con sus emociones? Nos enseñaron a ocultarlas. Pero estar aquí, lo había ayudado a poner las cosas en perspectiva.

De pronto se le antojaba una imperiosa necesidad de salir de allí. Y verlos a todos y abrazarlos, aunque sea una sola vez más.

Se sorprendió cuando cayeron unas gotas sobre su plato de comida. ¿Era otra gotera? No. Eran sus lágrimas. Entonces se le escapó un torrente de llanto contenido, desde hacía mucho tiempo, que nunca habían salido a la luz; que él no se había permitido expresar. Cuando murió su padre en el mismo accidente que dejo mal a su madre, la separación con Sandra... para que no le preguntara sobre la muerte, porque entonces, hubiera tenido que llorar... y mostrarse vulnerable, y frágil. Como todos los demás seres humanos del planeta.

Estaba en posición fetal, llorando como un niño, cuando sintió el chasquido de la cerradura de la puerta de rejas, de la celda.

Se dio vuelta de golpe. No había nadie, pero la puerta estaba abierta de par en par, como invitándolo a salir. Podía reconocer perfectamente, que esta no era otra de sus visiones, Esta era la realidad.

¿Sería una trampa? ¿O una equivocación? A esta altura desconfiaba de sus intenciones. Y también conocía de sobra lo retorcidos y sádicos que eran sus captores. Lo más probable era que se tratara de otro de los jueguitos perversos y psicológicos de Crowley. Jugando con un psicólogo. Era muy irónico.

De todas maneras, sea como fuere, era una oportunidad de correr. No sabía bien a donde, pero al menos sentiría que lo había intentado, para quedarse tranquilo consigo mismo.

Se quedó un momento allí, parado, ponderando el asunto. Probablemente, hasta la puerta, no lo dejarían llegar. Pero si corría a la derecha por el pasillo entre celdas, y después a la izquierda... tendría una oportunidad de ver a Juan Carlos. De decirle algo.

Entonces no lo dudó más. Por la adrenalina, su corazón había empezado a latir tan fuertemente, que parecía que se le iba a salir del pecho. Y todavía no había dado un solo paso fuera de la celda.

Respiró, tomó aire profundamente y corrió. Corrió tan rápido como le dieron sus piernas. Se agitó muy pronto, pero no le importó. En un santiamén, ya había llegado a la esquina del pasillo, y dobló a la izquierda. En ese momento el mundo se puso negro y cayó al piso, pues le habían colocado una capucha oscura de sopetón, en la cabeza. Sintió en su cuerpo tendido el peso de alguien muy fuerte y corpulento encima de él, que lo retenía. Debía ser uno de los "hombre-lagarto". Al instante también sintió que le ataban las manos detrás de la espalda. Pudo escuchar la risita estúpida de Santino, y la voz que le habló era la de Virgilio.

- ¿Creíste que tenías un golpe de suerte? Sabíamos que intentarías esto. Es la hora de partir.

Entonces, lo levantaron atado, y, a empujones, lo llevaron caminando vaya uno a saber a dónde.

Todo continuaba completamente a oscuras para Dante. Tenía aquella capucha bien amarrada al cuello con una soga, que lo sofocaba bastante, aunque podía respirar a través de la tela. Caminó guiado por Virgilio y Santino. Subieron una escalera y después siguieron, en silencio, por un recorrido que no podría determinar. Las muñecas le dolían por las ataduras. Habían hecho un alto, para desatarlas y volverlas a amarrar, pero esta vez, delante del cuerpo. Seguramente porque sería más cómodo para viajar.

Entonces, sintió que abrían una puerta, y el aire fresco que inundó su cuerpo y golpeó su rostro encapuchado, le avisó que habían salido afuera. En seguida pudo escuchar el leve sonido del ronronear del motor de la camioneta. Es entonces que oyó la puerta corrediza de la trafic, y lo empujaron para que se introdujera en el vehículo, junto con los demás. Percibió que se sentaban los demás cerrando todas las puertas del vehículo

- ¿Ya está todo cargado? - era la voz de Crowley.

- Sí, maestro. Los libros, los objetos, las velas, los canopos, los cuencos y los utensilios - hablaba Santino.

- Perfecto - no hacía falta ver el rostro del Maestro, para saber que estaba riendo.

Se sentía como la camioneta avanzaba por el ripio, y volvían a escucharse que algunas piedras rebotaban en el metal de la parte inferior del vehículo.

La que habló entonces fue Beatriz.

- Dante va muy silencioso, debe estar muy asustado.

- O le comieron la lengua los ratones de la celda...

Y todos rieron ante el comentario sarcástico de Teodora.

El viaje siguió silencioso. Por momentos hablaban en francés, seguramente para que él no entendiera lo que estaban diciendo. A su lado, escuchaba un leve ronquido, como si alguno de ellos, se hubiera quedado dormido. Todo era un mundo escuro y negro para Dante, y no creía que durante el viaje viera el rostro de alguien, pero se equivocaba. En un momento, sentado junto a él, su abuelo se presentó.

- Hola, Dante. Vine ahora aprovechando que Edityr está durmiendo en su asiento, y no podrá contarles sobre mí. Hay muchas cosas que será mejor que ahora te cuente.

Hizo una pausa antes de continuar, dentro de su cabeza, hablándole de ciertas cosas de mucha importancia.

- Necesito que estés con todos tus sentidos alerta. Vamos a Escocia, a una mansión, bastante destruida y en mal estado, en el lado sureste del lago Ness. La casa Boleskine, está a ocho horas por tierra y una hora en avión. En esa casa, abandonada desde hace mucho, Aleister Crowley hizo toda clase de invocaciones y rituales espantosos. Allí, el demonio "Aiwass", le dictó el libro de la Ley. Desde entonces, toda clase de entidades oscuras y del bajo astral, acompañan a Crowley a donde quiera que vaya. Por eso quiso vender la casa, pero tiene mala reputación, y nadie ha querido comprarla, y menos en su estado actual. Pues en Julio, hace tres meses, la han vuelto a incendiar. El dueño, desde 1971 es JP, íntimo amigo de Crowley, que conoce sus secretos, y le presta la casa para estos siniestros rituales. Y, si en vísperas de Samhain, Halloween, estamos yendo hacia allá, con los objetos, las frases que encontraste para ellos, y algunos niños secuestrados, no puedo augurar nada bueno, Dante.

Entonces, todo volvió quedarse en soledad en su mundo oscuro y negro... Aun así, podía escuchar las últimas palabras de su abuelo Arturo.

- Pero no te preocupes. Siempre estuve con vos, protegiéndote. Estuve ahí el día que se te cayó la taza de café, y cuando tuviste las pesadillas. No tenías desarrolladas tus habilidades, por eso no supiste leer mis advertencias del peligro que se avecinaba. Y que ahora enfrentás. Siempre voy a estar con vos, Dante.

Y entonces, mientras en el fondo todavía se escuchaban algunas conversaciones en francés, él se quedó dormido.

Lo despertaron cuando tuvieron que bajarse de la camioneta y subirse al avión. Siempre lo llevaron encapuchado y atado, con lo que dedujo que debía ser un avión privado. Lo volvieron a despertar cuando hubo que subirse a otro vehículo. Se quedaba dormido, pues los asientos acolchonados de los autos, camionetas o el avión, le resultaban cómodos al lado del piso duro y frio de la prisión, y tenía mucho cansancio acumulado, y sueño por recuperar. Era un vehículo alto, así que debía ser una camioneta.

El viaje fue breve, hasta que por fin, se detuvo. Cuando bajaron, lo llevaron de nuevo al aire fresco, hacia un lugar más reparado. Crowley se acercó a su oído y le dijo, sentándolo en una silla:

- Esta es tu última parada, Dante.

Un frio le recorrió la espalda, y se le aparecieron las imágenes de las cartas del tarot que le había, tirado Carmen, su paciente. El diablo y la muerte.

Y continuó, en silencio y oscuridad, sopesando aquellas palabras, y sus implicancias.

Se había vuelto a dormir. Se dio cuenta de esto, porque cuando le quitaron la bolsa de la cabeza, vio que le habían colocado una prenda muy larga y negra con capucha, y también estaba atado a la silla, y no recordaba que hubiera sucedido.

Delante de él estaba Crowley, que le habló muy severamente.

- Mantente callado, y no tendremos que amordazarte. Mira, aquí están nuestro sacerdote y sacerdotisa...

En el centro de la oscura habitación, en el piso, había pintado un pentáculo con una estrella de cinco puntas, al mejor estilo satánico. La silla de Dante estaba colocada en una de estas puntas, mirando hacia el centro del círculo. En cada una de las puntas del pentáculo, y en el centro, había un candelabro de pie, con una vela negra encendida. El candelabro del centro era más pequeño, pues estaba apoyado sobre un altar ceremonial.

Ingresaron, caminando lento y parsimoniosamente, Teodora y Grandier hacia el altar en el centro del círculo y de la habitación, vestidos con unas prendas preparadas para la ocasión.

Eran ropas negras ceremoniales, largas hasta el piso, con mangas anchas y capuchas. Sin ningún cordón ni cinturón ni nada que lo atara. Hacían acordar a fantasmas que merodearan los castillos de antaño.

Grandier habló:

- En cuanto tus ojos se acostumbren, podrás ver más cosas que te rodean, Dante.

Era verdad. Como el piso era muy oscuro, en un principio solo había notado las cosas que contrastaban: los candelabros, el círculo y estrella del pentagrama bien amplio por toda la habitación, pintado en blanco, y el altar, con un mantel de color claro. Ahora, también había podido distinguir, que en cada una de aquellas puntas de la estrella, además de la suya, había otras sillas, donde se sentarían los demás participantes del ritual. Lo otro que pudo notar, es que si elevabas la mirada, se veía el cielo estrellado. No había techo, sólo paredes, y aberturas que antaño fueron ventanas y puertas. En las sillas se sentaron Edityr, Beatriz, Virgilio, y, en la de la izquierda de Dante, Crowley. Teodora y Grandier permanecieron en el centro, en el altar ceremonial. Todos tenían puestas aquellas prendas de color negro. Incluido Dante. Eran siete en total. Santino estaba parado fuera del pentagrama, y era quien haría de sirviente, trayéndoles los implementos o todo aquello que necesitaran.

De hecho, Teodora lo miró y le habló.

- Ya está todo listo. Santino, tu traes los objetos rituales. Que pasen, así damos inicio a la ceremonia.

- Sí, maestros.

Tres reptilianos encapuchados con sus máscaras blancas, dirigidos por el propio Santino, traían paquetes, cuencos, velas, candelabros y otras cosas.

Santino fue quien trajo el Jnum y la cruz Ankh, y los colocó en el centro del pentáculo, junto a los pies de Grandier y Teodora.

- Aquí están, como lo ordenaron...

Sin darse cuenta, Dante había hecho algún quejido o algo con la boca, pues de inmediato fue amordazado por uno de los reptiloides, con un paño negro alrededor de la boca. Su rostro estaba espantado, y no podía creer que estuviera pasando todo aquello, y lo que estaba por ocurrir.

Otros dos lacayos traían a la rastra a siete niños encadenados, que estaban amarrados de las muñecas y con sacos colocados en sus cabezas, como lo habían tenido a él durante todo el viaje.

- ¡Vamos, deprisa, no tenemos toda la noche!

Grandier tenía en una de sus manos un libro de cubiertas negras, y cosas muy extrañas escritas en su interior.

- ¡Maestro Moloch, convoco al libro de Enoc y de la ley, dictado aquí mismo por tu discípulo "Aiwass"... preparamos a tu nombre este ritual que lo vamos a consagrar con la sangre de siete inocentes, como está escrito. Para que tomes este alimento que te brindamos, como signo de buena voluntad y completa devoción, así nos permites atravesar las puertas a vuestros dominios... ¡Jnum Satis Anuket!

Los hombres lagarto iban pasando caminando por detrás del círculo dibujado, con unos cuencos sostenidos con cadenas que ahumaban todo el recinto.

- ¡Hemos preparado tus esencias y las ofrendas a ti, Maestro de las sombras!

En el altar estaban ahora colocados unos objetos que Dante reconoció de inmediato.

El rubí carmesí. La piedra de la esfinge. La moneda antigua. La tarjeta con la imagen de Stonehenge. La perla blanca de la Atlántida. Teodora pasó su mano por encima, como haciendo un pase mágico.

- ¡Consagra estos objetos, que son la llave para tus enviados!

Grandier había elevado sus manos, aun sosteniendo el libro negro en una de ellas.

- ¡Dios de los meses oscuros y Señor de los Reinos lejanos! ¡Venimos a ti, en esta noche de sombras, en busca de tu bendición! ¡Levanta el velo entre los mundos y deja que nuestros antepasados y seres queridos vengan en paz. ¡Déjales festejar y comunicar con nosotros, antes de que vuelvan a las tierras del verano!

- ¡Oh, gran Maestro - era Teodora quien hablaba en alta voz ahora, - enséñanos el ciclo de la Muerte y el renacimiento, pues nosotros no tenemos miedo de hacer el viaje!

Grandier dibujó con una varita, en el aire, un pentáculo.

- ¡Enséñanos qué hay más allá de la muerte!

Dante cerró fuertemente sus ojos, ahogando en la venda que cubría sus labios un descontrolado llanto, pues la escena que venía a continuación era muy cruenta y espantosa. Baste decir que los reptilianos tenían unas hachas de mano, y colocaron las cabezas de los inocentes en unos cuencos. Una de ellas, al pie de la mesa ceremonial del centro del círculo.

- ¡¡Muerte!!

Teodora colocó siete muñequitos pequeños, hechos de cera y sin cabezas, sobre el altar.

- ¡Maestro... enséñanos!

- ¡Acepta esta ofrenda de sangre, de siete víctimas inocentes!

Uno de los reptilianos trajo un cuenco con sangre y vertió completo el contenido sobre Beatriz, sentada en la silla en una de las puntas del pentáculo, como los demás. Tenía una sonrisa y miraba hacia el cielo estrellado. Cuando el líquido empapó su rostro, el cabello rojo y la ropa ceremonial, ella dijo, fuerte y claro:

- Sí, bienvenida.

Lo mismo fue haciendo el resto de los lacayos reptiloides con cada uno de los que estaban sentados en el pentáculo. Se lo arrojaron a Virgilio.

- Sí, bienvenida.

También a Edityr.

- Sí, bienvenida.

Luego a Crowley.

- Sí, bienvenida.

A Teodora, que estaba de pie.

- Sí, bienvenida.

A Grandier, también de pie.

- Sí, bienvenida.

Dante se sacudía y gritaba debajo de la mordaza, pero no pudo evitar que derramaran sobre él aquel líquido inmundo y viscoso, producto del sacrificio humano. Chorreaba por su barba y el pelo duro, que de todas maneras no estaban muy limpios que digamos ¡Era una pesadilla!

Crowley, que reía, pronunció las palabras en su lugar:

- Sí, bienvenida.

Grandier, aun chorreando el líquido sanguinolento, prosiguió sin darle importancia al pequeño exabrupto de Dante:

- ¡Hoy, que es víspera de Samhain, y los velos son más delgados entre los mundos! ¡Qué se abran los portales!

El rostro de Teodora, parecía una máscara de rojo espanto.

- ¡Lammas, acepten e intercedan por todos los sacrificios del año, para proporcionarnos vuestra sabiduría y su abundancia!

A esta altura, todo estaba cubierto de una nube espesa. En parte por los cuencos que largaban humo desde todos los rincones. En parte por los inciensos encendidos alrededor. El altar en el centro, con los maestros de ceremonia Grandier y Teodora en el centro, apenas se distinguía.

Sinceramente, y llegados hasta este punto, más allá del horror de la sangre y toda la parafernalia espiritista demoníaca y sacada de las películas más bizarras de terror y de cine Z, Dante no creía que pasara realmente nada extraordinario. En realidad estaba tan espantado que sí lo creía, pero su mente racional, como siempre, dudaba.

Y como siempre, se equivocaba.

Entre medio de la niebla reinante, empezaron a distinguirse unas sombras. Una era muy grande y escurridiza. Laz otras eran más pequeñas y revoloteaban a su alrededor.

Grandier seguía con el ritual, en medio de estas nubes envolventes.

- ¡Nergal, Demonio de responsabilidad, a cargo de protección y seguridad de su Señor!

La sombra había reptado hasta colocarse encima de él. Otra sombra, con una forma como de serpiente gigante, se ubicó sobre Teodora.

- ¡Se presenta ante nosotros Leviatán, Diablo Mayor, el gran Almirante del Inframundo! ¡Ahora, realizaremos el gran juramento!

Grandier ahora mantenía ambos brazos abiertos, hacia el cielo estrellado y cubierto con brumas y sombras danzantes.

- ¡Donde nuestras almas se fusionarán con los tesoros prometidos, otorgándonos la venida del Averno!

Teodora caminó y le colocó a Beatriz, al rededor del cuello, la cadena con el rubí carmesí de Madame Bathory. Ambas mujeres rebosaban de siniestra felicidad.

- ¡Con estos objetos tenemos abierta la puerta para entrar en tus dominios! ¡La piedra sangrienta! ¡La que nos muestra el camino a través de las generaciones, la conexión de sangre!

Teodora siguió caminando sobre el círculo, con los otros objetos. Colocó en el regazo de Crowley, la moneda.

- ¡La moneda de Las Brujas! ¡La que abre los portales y nos lleva a los mismísimos pasajes infernales.

Siguió caminando y llegó al sitio donde estaba Dante amarrado y amordazado, que se sacudía inútilmente. Colocó en su regazo, la tarjeta con el dibujo de Stonehenge. ¿Acaso era la misma con la que jugaba antaño, con su abuelo Arturo? En realidad, poca importancia tenía.

- ¡La entrada al pórtico sagrado de Stonehenge! ¡Une esta, con todas las realidades!

Siguió su recorrido, y colocó en el regazo de Virgilio la piedra de Egipto.

- ¡La piedra de la Esfinge, custodia de las puertas entre el mundo de los vivos y el de los muertos!

Al completar el circuito de las cinco puntas, Teodora colocó en el regazo de Edityr la piedra de la Atlántida.

- ¡La piedra de Atlantis, de la visión eterna! ¡De la alquimia y del atesoramiento de la gran sabiduría de la Atlántida!

Luego le entregó a Grandier el Ankh, la cruz de la vida, que la tomó con sus manos.

- ¡El Ankh! ¡Dadora de vida, que representa lo masculino que penetra los velos de la realidad, desterradora de la muerte! ¡La que trae a nosotros la vida eterna! -

Por último Teodora tomó el Jnum en sus manos, y lo elevó al cielo oscuro.

- ¡El Jnum, el "Bolso de los Dioses"! ¡La parte femenina que complementa la llave dadora de la vida! ¡Contenedor de los secretos para transmutar la realidad misma!

Ahora Grandier sostenía también el Jnum con la mano izquierda, y un pergamino en la otra mano.

- ¡El libro e Toth! ¡Intercede para que caiga el velo de realidades, en este, el momento culminante, el Samhain de Samahines! ¡En este Sabbath hacemos el sacrificio a MOLOCH, ante la presencia del mismísimo LEVIATÁN y NERGAL! ¡Pórtico de los grandes pórticos de las esferas, ábrete ante nosotros!

Teodora ahora tomó también el Jnum, con su mano izquierda, junto a la de su esposo, Grandier.

- ¡Amo de los IGIGI, abre tu pórtico. Amo de los ANUNNAKI, abre tu pórtico a las estrellas! ¡Nanna Mashrita Nanna Zia Kanpa! ¡Nebo Kurios, abre el portal a la esfera de tu espíritu! ¡Nebos Athanatos Kanpa! Desde el portal de Nebo, te llamo, Ishtar, reina de la noche, abre tu pórtico a mí!

Grandier también hablaba, casi en un grito, en medio de las nubes espesas.

- ¡Por la frase comprometida de Lilith! ¡Ishtar Ashta Pa Mabacha Cha Kur Enni Ya! ¡Shammash, a ti te invoco, que Kutulu es quemado por tu poderío, AZAGTOTH cae de su trono ante ti!

Alternaban las invocaciones, y ahora era el turno de Teodora. A medida que pronunciaban estas palabras extrañas y poderosas, Dante sentía que su cuerpo temblaba y que su mente se iba embotando. El sudor le corría por la barba y el pelo mugrientos.

- ¡Shammash, Ia Uddu- Ya Russluxi! ¡Y que aquí, presentes NERGAL con LEVIATÁN, comandantes de huestes, desde el pórtico de Shammash, te llamo, reclama para tu señor estas almas, de sus siervos y los sacrificios a tu nombre, que Moloch nos guíe en las tierras de la espada empaladora, ábrele el pórtico a aquellos que no le temen a nada!

Entonces, Grandier levantó el Ankh.

- ¡Con esta llave...!

Y la colocó en la ranura del Jnum. Hizo un ruido como un golpe seco. Entonces la giró y ésta descendió automáticamente hasta adentro, con un chasquido que invadió toda la silenciosa y nublada habitación. El mareo era insoportable, y Dante estaba por desmayarse.

- ¡Abrimos el gran portal de portales!

Ambos sacerdotes negros sostenían en alto el Jnum con el Ankh incrustado dentro. Las paredes de la habitación habían desaparecido, dejando lugar únicamente a un cielo colmado de estrellas y planetas gigantescos. La niebla rodeaba todo, por doquier. La sombra del LEVIATÁN y NERGAL, caía sobre el pentagrama circular.

A dúo, los dos invocaban:

- ¡Ia NERGAL- Ya, IA Zi Annga Kanpa! ¡MARDUK, hijo de ENKI, te invoco desde el pórtico de NERGAL, la esfera del planeta rojo y de las huestes de las almas perdidas! ¡Abre tus pórticos a los cincuenta poderes! ¡La ciudad sagrada de Sagalla!

Grandier estaba rodeado por sombras oscuras.

- ¡Ábrete! ¡Ia Dag, Ia Gat, Ia Margolqbabbonesh!

- ¡MAIMÓ, el que destruye al ángel de la guarda, te invoco!

Atrás de Teodora, un humo negro y espeso, adoptó la forma de una figura horripilante, que apareció de la nada. Tenía enroscados un par de cuernos como los de las cabras, y unos colmillos que le impedían cerrar las fauces completamente. Pero su aspecto general era como si su espantoso rostro no se pudiera mantener firmemente constituido y se derritiera.

- ¡MOLOCH, a quien adoramos y realizamos sacrificios!

La nube sobre sus cabezas, cambió de forma para transfigurarse en una imagen gigante de una especie de hombre con cabeza de toro y ojos luminosos.

- ¡BACO, quien precede el Sabbath, te invoco!

Esta vez el humo había adoptado otra forma. Tenía una cabeza muy amorfa, por donde alcanzaba a vislumbrarse varios ojos y varas facciones simultáneamente que se alternaban dentro de su silueta.

- ¡BAAL, máxima encarnación del mal, te invoco!

La imagen nubosa era monstruosa. De la parte superior de la horripilante y deformada cabeza, descendían unos cuernos que se unían a la espalda. De la espalda le salían unas patas similares a las de una araña gigantesca.

- ¡LILITH, Oh, generadora de la semilla primigenia del mal, te invoco!

El rostro que apareció tenía cierta belleza deslumbrante, aunque, sobre su cabeza, resaltaban tres enormes cuernos fusionados a ambos lados y hacia arriba. Sus curvas eran perfectas, y de su ceñida cintura, salían, plegadas, unas inmensas alas de murciélago. Entonces la sombra se desfiguró completamente, formando, por un momento, unas enormes fauces sonrientes. Que pronto reptaron y se unieron al conjunto de las sombrías estrías giratorias en la cortina de humo.

- ¡Convocados los siete demonios del averno, somos siete, consagrados al pórtico universal, para el paso a su mundo, rogamos nos abras el umbral para nosotros!

Entonces, cada uno realizó una invocación en voz alta, sonriendo al cielo, con sus ojos cerrados, a cada uno de estos siete demonios infernales, del bajo astral.

-¡EDITYR WOORDRUE, aquí a sus pies, maestro MAIMÓ! - Dijo Edityr.

-¡ALEISTER EDWARD CROWLEY, "La Bestia", aquí a sus pies, Maestro NERGAL! - y refieriendose a Dante: - ¡DANTE ZAMORANO, aquí, a los pies de MOLOCH! - dijo Crowley en lugar de Dante.

-¡BEATRIZ BOYER, aquí a sus pies, Maestra LILITH! -

-¡VIRGILIO SAW, aquí a sus pies, maestro BAAL! -

- ¡Y yo su sacerdote, GRANDIER URBAÍN, aquí a sus mismísimos pies, maestro LEVIATÁN!

- ¡Y su sacerdotisa, TEODORA URBAÍN, quienes precedemos esta misa, aquí a sus mismísimos pies, maestro BACO!

- ¡Abrimos y convocamos desde el pórtico de MARDUK, convocamos a NINIB, el último pórtico, del séptimo demonio, para nosotros, los siete consagrados! NINIB, te pido que te abras.... ¡¡¡AHORA!!!

Grandier y Teodora, permanecían aferrados al Jnum, con el Ankh encastrado. Entonces, una sombra negra salió de allí dentro hacia el cielo, mientras invocaban:

- ¡¡ IA DUK, IA ANDARRA, IA ZI BATTU BA ALLU! ¡BALLAGU BEL DIRRIGU BAAGGA KA KANPA! ¡BEL ZI EXA EXA! ¡AZZAGBAT!!

Entonces, al unísono, todos, excepto Dante, exclamaron la última invocación que abriría todas las puertas al infinito:

- ¡¡JNUM SATIS ANUKET!!

Se había disipado completamente el humo. Sólo había quedado un pequeño vestigio, en el centro del pentáculo. De pronto, el silencio era abrumador. Santino dio un par de pasos dentro del círculo.

Ya no estaba el altar. Ni los compañeros sentados en aquellas siete sillas vacías.

Lo habían dejado allí, completamente solo.

La bruma lo abarcaba todo. Cuando Dante dio un par de pasos girando sobre sí mismo, porque estaba muy confuso, descubrió que ya no estaba atado.

El pentáculo y el suelo oscuro en el que estaba pintado, ya no estaban, así como tampoco ninguna de las sillas, ni los otros. De a poco, entre la niebla, uno a uno, con sus impecables trajes ceremoniales negros, como el de él, fueron apareciendo. Dante se miró para constatarlo, y se tocó el rostro y el cabello. Seguía allí su pelo sucio y la barba. La sangre del ritual, en él y en los demás, se había esfumado, como por arte de magia. ¿Estaría soñando? ¡Parecía todo esto tan real, pero era demasiado increíble!

Podía distinguir seis siluetas, aunque no muy claramente, a causa de la niebla. Lo suficiente como para saber que estaban todos allí.

- Creo que estamos todos... - Habló Crowley.

- ...Esto... ¿es en otro lugar?... - Estaba Grandier desorientado, como todos.

Cuando el vapor se había disipado lo suficiente, pudieron confirmar que, efectivamente, estaban todos en ese extraño y blanco sitio, y que tenían frente a sí, una enorme puerta de madera, con una extraña inscripción, que terminaba con algo en italiano:

"Es por mí que se va a la ciudad del llanto, es por mí que se va al dolor eterno y al lugar donde sufre la raza condenada, yo fui creado por el poder divino, la suprema sabiduría y el primer amor, y no hubo nada que existiera antes que yo, abandona la esperanza si entras aquí".

"Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate"

Crowley se acercó y tradujo, para todos de inmediato, la última parte, aunque Dante ya sabía que ellos hablaban varios idiomas.

- "Quien entre aquí, abandone toda esperanza".

- ¿Dónde estamos? - La pregunta de Dante fue en un tono como cuestionador. El tono con el que lo enunció, debería haber dicho algo así como "¡están locos si creen que los voy a seguir a un sitio como ese!".

Crowley se giró y le lanzó una mirada fulminante, que daba tanto miedo como todos los espantos juntos que se le habían aparecido durante la invocación.

- ¡No importa dónde estamos! ¡Entraremos allí!

Crowley y Beatriz se pararon junto a Dante, en una actitud intimidante. La mujer habló:

- Sí. ¡Si no nos guías a donde te digamos, vamos a perdernos los siete, para siempre, en el mismísimo infierno!

- ¿Y a dónde hay que ir?... Yo no sé...

Virgilio se paró delante de Dante, con sus manos en posición de jarra, como era habitual en él:

- Buscamos a BELETH. Es un demonio que está con otros cinco más, que fueron puestos prisioneros, en uno de los círculos de los más bajos del eslabón astral. ¡Si los liberamos de su encierro, hace más de cien años que le prometieron a Crowley darnos más poder del que cualquier humano pudo siquiera soñar!... ¿Te gusta el poder, Dante? - preguntó con su sonrisa dibujada debajo del oscuro bigote, que de pronto, pareció mucho más siniestra.

Nadie tocaba la puerta, como si siguieran una expresa consigna de no hacerlo. Esta fue una de las cosas que en seguida dio a Dante mala espina. Las instrucciones podrían haber sido dichas durante el viaje, en francés, y él no tendría la menor idea de los verdaderos peligros a los que se enfrentaría. Y además, si no lo habían matado, y, por el contrario, lo habían traído hasta allí, seguro que era con alguna oscura intención, que para su pesar, muy pronto descubriría.

Teodora pasó junto a ellos, dándole la espalda, de forma deliberada a Dante, ubicándose muy cerca de la puerta que parecía impenetrable.

- Pero si no lo hacemos... bueno, ya vas a ver lo que nos espera... ¡sufrir por toda la eternidad! Ahora, Dante, toca y abre esa maldita puerta!

Dante la tocó, y se abrió de golpe, dejando pasar un rayo de luz potente.

- Allí sabrás a dónde tenemos que ir...

- N... no veo nada - La luz era tan intensa y brillante, que lo había cegado por completo.

Al pasar la puerta, no había nada. Literalmente.

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