Capítulo 15
24 de Abril de 2019.
Después de un buen descanso, Dante y todos los demás, fueron convocados otra vez al recinto ya conocido, al pie de la escalera caracol de una de las torres, en el subsuelo.
Esta vez, en el centro de la habitación, el cofre era más grande, y estaba cerrado, en las manos de Crowley. Todos los presentes, excepto Dante que vestía colores claros, llevaban las tradicionales capas negras.
Beatriz volvía a señalarle a Dante al frente, donde estaba la mesa, para indicarle que avanzara. A su lado también estaban ingresando Edityr, acompañado por Santino.
En la mesa estaban Grandier y Teodora a la izquierda. Y en el otro extremo, Crowley.
- Mi querido Dante. Yo supuse que las escenas que podrías ver, al tocar la moneda, serían cruentas. La moneda perteneció al juez William Stoughton, que juzgaba casos de brujería, en el siglo XVII... pero antes, esa moneda perteneció al Papa Gregorio IX, que promulgó estatutos "Excomunicamos", y, desde entonces, los Inquisidores fueron Dominicos y Franciscanos... - Dante aún sentía los efectos del mareo y hacía un esfuerzo para concentrarse en medio de tanta palabrería. - ¿Te estoy aburriendo, Dante?
- N... no, no. Siga...
El que continuó hablando fue Virgilio, que se paró al lado de Crowley. Parecía una obra perfectamente coreografiada, con parlamentos cuidadosamente estudiados, y rostros exactamente iluminados y maquillados, para lograr lo que deseaban... pero era sólo una idea que se le cruzó a Dante, pues algo así hubiera sido materialmente imposible... ¿no es así?
- Por tradición la moneda la tenían quienes se ponían al frente de la quema de Brujas, para "Protección de los Fieles", contra las pócimas, el mal de ojo y la brujería.
Beatriz tenía como siempre su vestido largo y negro, separado de la parte superior que enseñaba en una gran franja de piel su espalda y ombligo. El gran escote quedaba un poco disimulado con la cadena y la piedra engarzada que nunca se quitaba de su cuello, al igual que la cinta negra con una piedra de cuarzo. Ella avanzó parsimoniosamente, para colocarse junto a su Maestro, Crowley. Éste, abrió el cofre que tenía entre sus manos.
- Bien. Lo de hoy va a ser menos emocionante, pero no menos importante. Es la primera vez que lo ven, desde que vinimos de Turquía.
Crowley apoyó el cofre y sacó de su interior, el Ankh, la cruz de la vida.
Dante se acercó, y por un breve lapso de tiempo, quedó extasiado con aquellas formas tan bien trabajadas, y los brillos que despedían sus piedrecitas incrustadas, por toda su superficie. Entonces, extendió su mano y tuvo el honor de tocarla.
De nuevo salieron de su mano un montón de destellos cegadores, tan blancos, que nublaron su mente y sus ojos por un momento.
Un faraón, con una gran cabeza alargada, su piel de un color como cobrizo y unos collares de oro, estaba sentado en un gran trono cuadrado, con toda clase de inscripciones y dibujos egipcios. Detrás de él había unos hombres con el torso desnudo. Algunos de ellos lo refrescaban con largos abanicos. Un sujeto, exactamente detrás del trono, tenía en sus manos, un gran sombrero, típico de los faraones. Todo esto sucedía sobre una especie de tarima. En frente de ellos, arrodillados, se encontraban un montón de sumisos acólitos. Era una coronación. El faraón tenía en su mano un fino gancho, con forma de signo de interrogación.
A su izquierda, Dante pudo identificar que uno de sus sacerdotes tenía el Jnum. Y ya subía por la escalera otro que traía el Ankh. Entonces, insertaron la llave de la vida en el Jnum, y lo habían girado, antes de entregárselo al faraón. Entonces los súbditos y sacerdotes elevaron sus brazos con báculos luminosos y gritaban:
- "Ia Nergal Ya, Ia Zi Annga Kanpa"
Entonces, detrás de ellos las paredes del fondo se abrieron como si se hubieran roto de golpe. Apareció un cielo todo estrellado. Planetas y cometas, pasaban por allí, como si de un portal se tratara.
Dante volvió a la realidad de golpe, sin poder salir de su asombro.
- ¡Eso fue... increíble! ¡La frase que escuché era "Ia Nergal Ya, Ia Zi Annga Kanpa"!
Muy pronto ya estaba rodeado por los demás. Virgilio, Beatriz y Santino lo ayudaron a levantarse, mientras Crowley, Grandier, Teodora y Edityr, se habían quedado más atrás, esperando a que se reincorpore.
Dante termino de ponerse de pie, temblando. Estaba muy preocupado. Crowley le dio una pequeña palmadita en la espalda, mientras agitaba con la otra mano una hoja de papel donde había anotado las palabras que dijo Dante.
- ¡Ya tengo otra parte del conjuro! ¡Solo faltan dos más para terminar!
- Perdón pero yo... ya quiero que todo esto termine, así ya puedo volver a mi vida normal... ¿Es mucho pedir que me traigan los objetos que faltan que toque, así ya terminamos? Estoy muy cansado...
Virgilio lo tomó del hombro y le habló casi en secreto, cuando vio que se derrumbaba emocionalmente.
- ¡Uh... no! ¡No lo hicimos, porque no creímos prudente que abuses de tu nuevo poder! ¡Aún no lo comprendes! ¡Te podría producir algún mal. Por eso te hemos dejado descansar entre cada una de las sesiones, y te dimos esas pastillas, que son para aplacar el estrés inicial al usar este don!
Dante continuaba con su rostro compungido, mirando hacia sus pies.
- Es mi riesgo... lo asumo. Quiero hacerlo. ¡Necesito volver a casa! Ustedes han sido muy amables y me han tratado muy bien... Pero... ¡Quiero mi vida normal otra vez!
Por segunda vez, una sombra pareció caer brevemente, en el rostro de Crowley. Levantó una mano, con un sobrio gesto, hacia uno de los seres corpulentos silenciosos, con capuchas alargadas y máscara.
- Perfecto. ¡Traigan las otras dos cosas!
- Gracias, Maestro Crowley - Dante se mostraba mucho más animado. Por fin terminaría su misión allí, ya no lo necesitarían, y podría volver a casa.
Volvieron del interior del arco grande, donde había objetos y estatuas exhibidos. Los dos extraños sujetos encapuchados, traían sendos cofres, con los dos objetos restantes. De los cofres Crowley retiró una perla y un rojo rubí de su interior. Virgilio, atrás de él, tomó la palabra.
- La perla fue encontrada en una expedición arqueológica submarina, en el Océano Atlántico, donde se cree que quedó sepultada la Atlántida. Ésta perla formaba parte de una estructura gigantesca, hundida, que fue tallada, por lo menos, hace diez mil años.
El siguiente que relató a Dante sobre el otro objeto, fue Edityr, el anciano ciego.
- El rubí estaba en la tumba de la llamada "Madame Bathory", la condesa que mataba gente y se bañaba en su sangre para conservar la juventud. Murió el 21 de agosto de 1614, en Hungría.
Dante se acercó nuevamente a la mesa.
- Bueno. Aquí voy primero con la perla. De nuevo la tocó y percibió enormes destellos de luz que despedía su propia mano.
Dante estaba parado delante de la brillante y blanca ciudadela. Estaba construida con muchas columnas, empedrados, arbustos y canteros. Todo se veía muy luminoso y precioso. Perfecto. Se respiraba una paz y una tranquilidad increíbles. Pero hoy la gente corría y gritaba de acá para allá, en su mayoría vestidos de blanco inmaculado. Algo sucedía, fuera de lo normal. Algunos hombres y mujeres pasaron corriendo, llevando en sus brazos alguno que otro niño. Obviamente, no lo veían, pues él no estuvo nunca realmente ahí.
- ¡Busquen refugio! ¡Salven a los niños!
Cuando Dante comenzaba a preguntarse a qué se debía el generalizado ataque de pánico, el agua avanzó estrepitosamente y se llevó un montón de personas, casas, plantas, vehículos, mientras él observaba todo inmóvil, como si se tratara de una película holográfica. Por un momento, instintivamente, trató de protegerse del choque tremendo del mar, pero, naturalmente, lo atravesó sin mojarlo ni tocarlo, como si de un fantasma se tratara.
Una estatua gigantesca se derrumbaba, y muchos peñascos caían cerca de él. Un sacerdote, también vestido de blanco con una tiara en su cabeza y tatuajes en las muñecas, estaba arrodillado y miraba hacia arriba la funesta escena, con los brazos en alto.
- "¡Marduk, Sagalla, Ia Dag, Ia Gat, Ia Margolqbbonesh!"
Cuando volvió a la realidad, esta vez fue el mismo Crowley quien ayudó a Dante a levantarse.
Dante repitió para él, la frase que acababa de oír.
- ¡Perfecto, ya lo tengo! Ahora, toca el rubí... - Crowley garabateó rápidamente la frase en la misma hoja de anotaciones e indicó a Dante que se volviera a aproximar a la mesa con el mantel, donde estaba el otro objeto, mucho más rojo y brillante. Crowley lo tomo con su mano robusta, y el rubí hizo un leve tintineo cuando choco con el anillo que tenía en uno de sus dedos.
- Está bien. Terminemos con esto...
Entonces tocó aquella gema, que sostenía Crowley. Esperaba que este abuso de su nuevo poder, no le ocasionara ningún contratiempo, pues estaba ansioso por terminar esas tareas y volver a su vida ordinaria, que echaba francamente de menos.
El recinto estaba muy sobrecargado y adornado. Muebles rústicos y adornos, alfombras finas, mantillas por doquier. Había una gran cama de dos plazas con dosel. Las cortinas traslúcidas caían suavemente, dejando ver almohadones y cobertores muy elegantes y trabajados. Sobre la chimenea se lucían algunos platos decorativos, de diferentes formas y llenos de fileteados. Le llamó la atención a Dante una puerta semi abierta al fondo de aquella estancia antigua, y de alguien muy adinerado. De allí salían nubes de vapor, y se escuchaba cantar a una alegre doncella.
Dante entró despacio, aunque, a esta altura, sabía perfectamente que nadie podría verlo u oírlo.
La joven mujer era quien cantaba muy despreocupada, mientras estaba sumergida completamente en la tina, con una copa en una de sus manos. Cualquiera pensaría que podía ver gran parte de su cuerpo desnudo, pero no era así. El agua, lejos de ser transparente, era roja carmesí. Seguramente sangre. En su cuello, lucía un rubí muy rojo engarzado en una cadena, idéntico al que había tocado segundos antes, en presencia de todos sus anfitriones. Ella sumergía la copa en la tina, donde estaba inmersa. Debía de ser Madame Bathory, pensó Dante, resaltando lo obvio de la grotesca situación.
Cuando ella tomó de la copa, algunos hilos del líquido caían por su mentón. Dante pudo ver más claramente, los destellos rojizos, que salían de la joya en su cuello.
Entonces sí sucedió algo que le erizo todos los pelos de su cuerpo. La mujer miraba por encima de la copa de oro, hacia donde estaba él, viéndolo a los ojos. Si tenía dudas sobre si sería una casualidad, ella se puso de pie, con todo su cuerpo desnudo teñido de rojo por el líquido viscoso, y lo señalaba directamente, con gesto iracundo y melodramático.
- ¡Tú, Dante! ¡Ninib Bel Zi Exxa exa!
Dante retrocedió algunos pasos, trastabilló y cayó sentado en el suelo. Lo que sucedió es que, apenas sintió el impacto, esperaba caer sobre el perfumado e impecable piso del baño. En lugar de eso, sus manos se apoyaron en el piso de la sala, mientras todos lo miraban con curiosidad. Dante se tomaba la cabeza, pues le retumbaba de dolor.
Aun así, o quizás por la confusión, Dante repitió las palabras de Bathory.
- Ninib Bel Zi Exxa exa.
Crowley tomaba nota en la mesa, de aquellas palabras que Dante acababa de pronunciar.
- ¡Ya lo tengo todo! ¡Ahora ya puedo ponerme a trabajar y...! ¿Dante? ¿Qué le pasa?
- Yo no me siento...
Todo esto fue demasiado para él. Ahora yacía completamente acostado en el suelo, prácticamente inconsciente. Beatriz, rápidamente, apartó a Santino, Virgilio y a los demás que comenzaban a acercarse demasiado.
- ¡Rápido, háganle espacio! ¡Voy a ver si está bien! - Y ella ya comenzaba a agacharse para verificar que le pasaba.
- ¿¿Que me pasa?? Veo... - La voz de Dante fue apenas audible para Beatriz, pero lo suficiente para tranquilizarla, pues ya había empezado a reaccionar.
Lo primero que se le apareció a Dante, en su mente, mientras Beatriz intentaba reanimarlo, era una mano de un hombre, robusto y con un anillo, que sostenía el rubí que él había tocado recién.
Entonces, desfilaron por su mente otras imágenes, que no recordaba hasta ahora. ¿Dónde las había visto? ¿Que significaban? Mientras trataba de encontrarles algún sentido, volvió a ver la mano con el anillo y el rubí tintineando, y creyó perder el conocimiento.
"El lugar estaba todo construido con grandes piedras naturales, colocadas como ladrillos. Y el piso era de madera vieja que crujía al pisar. Era completamente sombrío y húmedo. Y silencioso. Excepto por un zumbido muy lejano y un goteo incesante, cuya caída era acompasada.
Una persona atravesó la habitación con un candelabro, haciendo que su sombra se proyectara en las paredes por un momento. El suficiente tiempo para que alumbrara accidentalmente el lugar del que provenía el goteo incesante. Estaba allí, la mano de un hombre flaco y huesudo, encadenada a la pared. Lo que goteaba, hacia un recipiente, era su sangre que resbalaba desde la muñeca y por el codo. Alguien mojaba en ella una pluma de escritura. Estaba redactando una carta en un viejo papel, que tenía incluido un diagrama con una estrella de cinco puntas. Era muy poco lo que podía leerse de esta nota, pues reinaba la oscuridad. Frases inconexas, que no aportaban ningún sentido.
"TENEMOS A TU.....TRADO COMO QUIS...DRES. SI TAMBIÉN TE IM... A TRAERNOS UNA COSA: UN.....ORDEN ZAHORÍ LE ENTREGÓ A.....DAD. A LA DIRECCIÓN QUE TE INDIC..."
Y, debajo del pentagrama satánico estaba escribiendo, también con la sangre del hombre encadenado:
"NO DUDES QUE CUMPLIRE....."
Esto podría parecer algo muy escalofriante o espantoso, y en sí mismo, ciertamente lo era. Pero las imágenes que desfilaron después, fueron mucho más atroces.
Arriba de una mesa de madera hecha con tablones y salpicada de sangre añeja, se hallaba pegada una vela casi completamente consumida. A su lado, estaba apoyado el recipiente. Era un cuenco, que en su interior, semi hundida en sangre coagulada, se hallaba la cabeza de un gato negro, apenas distinguible, por su avanzado estado de descomposición. El zumbido que acompañaba el goteo intermitente del fondo, era producido por las moscas, que por momentos formaban un cúmulo negruzco alrededor de esta cabeza peluda y dentro de las cuencas vacías de los ojos gatunos.
El escribiente, dejó la pluma sobre la mesa, y enrolló el pergamino que acababa de terminar. Su rostro viejo y de rictus amargado no pudo apreciarse bien, pues la capucha de su ropa ceremonial antigua y gastada, del estilo de los monjes medievales, impedía apreciarlo con claridad.
Entonces, su voz gutural rompió el silencio. Extendió su mano con el pergamino, hacia otro sujeto encapuchado que estaba arrodillado, encorvado en la penumbra frente al prisionero.
- Listo. Dale esto a los Priones. Está terminada. Ya pueden mandarla.
- Sí, señor. - Contestó dándose vuelta, y pudo verse, demasiado claramente que estaba comiendo trozos de carne del anciano que ya no tenía fuerzas ni para gritar de dolor y espanto.
Otras voces resonaron en el lugar.
- Debemos apresurarnos.
- Tiene que estar todo listo para Samhain.
Había un sitio, en el suelo, reservado para los rituales ceremoniales. Varias figuras encapuchadas se habían colocado alrededor de otro pentáculo satánico, pero mucho más grande, dibujado en el piso. A un lado de cada una de las puntas de la estrella, en forma alternada, había cuencos con sangre, o velas encendidas. Lo peor de la escena se hallaba en el centro del círculo. Uno de los participantes de la ceremonia, colocó allí la cabeza ensangrentada e irreconocible, del anciano que minutos antes estaba encadenado a la pared. La sangre salpicaba el diagrama y se derramaba hacia afuera.
De pronto esta vez sí pudo ver un rostro en particular, de alguien que se echó hacia tras su capucha, tenía toda la boca y parte del mentón ensangrentados, y realizaba una mueca sonriente espantosa, sus ojos brillaban y aún así carecían de vida.
- Tiene que estar todo listo para Samhain.
Se trataba de Crowley, que ya no mostraba su amable apariencia de anfitrión."
- ¿Estas bien, Dante?
Era Crowley quien le hablaba. De pronto, como en una ensoñación, su rostro, robusto y calvo, carente de vida, se le antojó cruel y aterrador.
Beatriz lo ayudó a levantarse. Aun se tomaba la cabeza con la mano, y le costaba caminar.
- Yo lo llevo a su habitación. Fue un esfuerzo enorme para él, todo esto.
- Si. Se lo advertimos - Crowley sacudía la cabeza.
Santino ayudaba a Beatriz a llevarse a Dante, y se fueron al ascensor que estaba al lado de las escaleras en caracol de la torre. Edityr se acercó a Grandier y a Crowley, que estaba mirando las recientes anotaciones.
- Crowley. Vi todo en su mente. Él está confundido ahora. Pero ha visto cosas que no debía.
- Edityr, ¿dices que puede empezar a sospechar? - Crowley guardaba el rubí y la gema, en uno de los cofres.
- Sí, claro. Usted tuvo ese rubí en su poder, y el vio la ceremonia con sacrificios. Cuando redactamos la carta. La nota de rescate, para su hermano, Juan Carlos.
- Vamos a ver, si efectivamente, Dante es uno de los nuestros... o no.
Y, una vez más, el rostro de Crowley, adoptó fugázmente un aspecto siniestro y cruzó miradas cómplices con su amigo Grandier, que sonreía cínicamente.
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