Capítulo 14
19 de Abril
Ese día estaba nublado y habían pronosticado lluvia. Era un barrio privado, muy tranquilo y poco transitado. La casa ocupaba toda la esquina y lindaba con otras fincas. Tenía un cerco, que separaba el terreno con su gran jardín, hecho con rejas negras.
La puerta de entrada tenía tres escalones, y un pequeño alero donde refugiarse de las lluvias. Las ventanas con cristales con formas de romboides, también tenían un tipo de enrejado, similar al del perímetro de la casa. Habían flores en las ventanas del piso de abajo y de arriba, árboles y plantas por todo el lugar, que le daban vida y un aspecto agreste a la hermosa y lujosa vivienda.
- Todo esto es culpa mía. Debería haberlo sabido.
En el estudio de la casa, frente a una ventana con pesado cortinado, había un gran escritorio. Sobre este había algunas tazas de porcelana con café y vasos con agua. Del lado de la entrada se habían colocado tres sillas que hoy estaban ocupadas. En frente de estas, el anfitrión enigmático estaba sentado en un sillón con apoya brazos, en el sector oscuro del lugar, donde estaban reunidos los cuatro hombres. Detrás de él estaba la ventana, que recortaba su silueta a contraluz, impidiendo distinguir su rostro.
Juan Carlos era quien estaba sentado en la primera silla de la izquierda, con su maletín delante de él, acompañado por dos hombres, vestidos de negro con sombreros, al mejor estilo de las familias mafiosas italianas.
Se hallaba, sin lugar a dudas, bajo mucha presión, y muy preocupado.
- Debí haberle dicho aunque sea algo a Dante...
- No. No podías decirle. Además de que él, no te hubiera creído - el hombre en el sillón era claramente quien tenía la autoridad. - Tu hermano Dante no sabe nada de todo esto. Y mientras los ayude y les sea de utilidad, estará a salvo.
- Sí, pero se pudo haber evitado... advertirle... Y ahora, me pidieron algo, en una nota. Cuando se los dé lo van a liberar...
Finalmente el sillón de cuero se movió permitiendo ver la cara del tipo que se encontraba frente a Juan Carlos. El personaje estaba enojado y preocupado, y sostenía una pipa de madera en una de sus manos. Tenía un ancho y tupido bigote y largas patillas que le llegaban hasta el cuello. Sus gruesas cejas estaban arqueadas en su ceño fruncido. Su cabello estaba peinado al costado. Su saco era oscuro, aunque no tanto como los de los otros dos sujetos que tenía en frente de él.
- ¡No! No debes dárselo. Sea lo que sea, no lo hagas. Es muy peligroso, y no hay ninguna garantía de que...
- ¡No! ¡Dante es mi hermano! ¡No voy a permitir que le pase nada! ¡La policía no puede ayudarnos, y yo tengo que hacer algo!
Juan Carlos estaba ofuscado, y abrazó fuertemente el maletín. El sujeto del sillón con las patillas, no se mostraba tan enojado como preocupado, e intentaba convencerlo para que no hiciera algo impulsivo y estúpido.
- Te entiendo, Juan Carlos, pero... - De nuevo aquel hombre importante estaba en su sitio en sombras, y se divisaba en su silueta humeante, que acababa de darle una pitada a su pipa. - ...Vas a llevarles "eso" que hay en el maletín... pero nosotros vamos a seguirte. Si las cosas se ponen feas...
- Sí, pero de bien lejos ¡Prométanme que no van a intervenir, porque si los ven, van a matarlo!
- No. Lo quieren para ayudarlos a buscar ciertas cosas que necesitan. Todavía les es útil.
- ¡Entonces no tengo tiempo que perder!... ¡Voy a encontrarme a la noche con ellos, como me dijeron! - Juan Carlos giró su silla y se dispuso a levantarse, con el maletín entre sus manos.
- ¿Y se lo vas a dar? ¡Eso era de tu abuelo! - El hombre en sombras había estirado la mano, suplicándole a Juan Carlos que no lo hiciera.
Juan Carlos quedó inmóvil, frente a él. Su rostro había cambiado, pues estaba muy asombrado.
- ¿Qué? ¡Richardson! ¿Entonces ustedes ya sabían lo que me pidieron como rescate?
- Sí. ¡No se lo puedes dar!
- ¡Tengo que hacerlo! ¡Vos lo podés recuperar después! ¡El abuelo Arturo me habló de ustedes, antes de morir... antes de que... - Hizo un silencio y tragó saliva antes de continuar. -¡Sé que pueden hacerlo! ¡Ahora tengo que irme, en serio!
Mientras Juan Carlos tomaba su abrigo, uno de los sujetos de sombrero, que tenía un rostro duro e inexpresivo, se dirigió a él.
- No podemos prometer nada.
El que habló después fue Richardson, que permanecía en su sillón en la penumbra.
- ... Pero vamos a intentarlo.
- Gracias...
Entonces se fue corriendo con el maletín, tapándose de la lluvia con la otra mano libre, en la cabeza, chapoteando entre los charcos en la calle desierta. Esa promesa de Richardson y sus "amigos", debía ser suficiente. Se decía para él, que esto era un suicidio.
Desde el interior de la casa, Richardson tomaba una taza de café, observando por la ventana. Veía cómo Juan Carlos se alejaba en la oscuridad, en medio de aquel repentino temporal. La lluvia corría copiosamente, sobre el cristal de la ventana con forma romboidal.
"Esto es un maldito suicidio", se dijo para sí.
El templo más antiguo del mundo. Göbekli Tepe, Turquía.
20 de Abril. 14:30 horas.
La colina de tierra y piedras se extendía por kilómetros. Se habían construido algunas tarimas, alambrados y escaleras, que les permitía a los arqueólogos acceder a los yacimientos y emplazamientos de las ruinas, de forma más sencilla. Por encima, había sido colocado un toldo gigantesco para proteger el lugar. El vehículo blanco con vidrios polarizados, se había detenido y aparcado cerca de unos montículos de escombros, pues la calle no estaba muy delimitada. Los pasajeros descendieron y pudieron admirar todo el lugar, en su máxima extensión. Había piedras de diferentes dimensiones, cortes y formas por doquier, ninguna construcción reconocible. También se apreciaban algunos círculos delimitados en diversos sectores.
Crowley había empezado a caminar por una de aquellas pasarelas precarias de maderas continuas, hacia el centro del círculo mayor, donde se divisaban las siluetas de dos personas paradas allí, en la lejanía.
- Allá... ¡Deben ser ellos! - Señalaba impaciente.
En seguida Edityr se apoyó contra el vehículo, cuando entendió que todo el sitio estaba todo lleno de escombros.
- Yo me quedaré aquí.
De a poco se fueron apeando Santino, Beatriz, Dante y Virgilio, de la sucia, camioneta trafic. Llevaban con ellos una mochila y un bolso con algunas provisiones que habían empacado antes de salir hacia el templo. De a poco se fueron acercando al sitio donde ya se distinguía mejor que los que los estaban aguardando eran un hombre y una mujer, de cabello corto.
Crowley se abrazó con su amigo, y Beatriz hizo lo propio con la mujer, solo que agregando un beso en su mejilla.
El hombre vestía una larga capa negra, al mejor estilo de las que siempre usaban los ocupantes del castillo. Lo que lo diferenciaba de los demás, era que tenía el cabello largo hasta los hombros, además de un pequeño bigote hasta la comisura de los labios. Cuando Dante se preguntaba cómo sería el nombre de este caballero, lo supo de inmediato, pues Crowley lo nombró, saludándolo en un claro inglés, mientras terminaba el largo abrazo.
- ¡Hola, Grandier!
- Hola, Al ¿Cómo están las cosas?
- ¡Muy bien, todo va sobre ruedas...!
La mujer de cabello corto saludaba a Beatriz, efusivamente.
- Hola, querida Bea, ¿Cómo estás?
- Muy bien ¿Y tú?
La tal Teodora llevaba también un largo vestido negro. Tenía una nariz prominente y las cejas muy arqueadas hacia arriba, además de los pómulos muy marcados. En eso se parecía bastante a Beatriz, aunque a su lado se la veía más mayor y de rasgos no tan delicados.
Grandier sonreía y agitaba su largo cabello junto a la calvicie de Crowley, a quien también se lo veía alegre y optimista. Juntos caminaban bordeando unas rocas erosionadas por el tiempo.
- ¿Hace cuánto que no nos veíamos?
- Y... nos íbamos a ver el año pasado, Al. Pero al final eso no salió como esperábamos, y así... creo que hace como diez años, desde la última ceremonia.-
- Sí... un montón, Grandier - rieron juntos.
Crowley se acercó con su amigo a donde estaban Dante y Santino, para hacer las formalidades de las presentaciones. Atrás venían también las dos mujeres, que intercambiaban secretos inaudibles.
Crowley señalaba al hombre de cabello largo y Dante lo observaba con un gesto amable. Tenía puestos su boina y sobretodo mostaza.
- Él es un gran amigo, el obispo Grandier, y su esposa Teodora – comenzaron a hablar en español.
- Nosotros vinimos de inmediato, cuando Crowley nos dijo que en el templo, en estas ruinas, estaba una de las piezas de los Primordiales. ¡No lo podíamos creer! ¡Obviamente, seremos sus guías turísticos!
- Grandier, él es Dante Zamorano, nuestro invitado colaborador - Crowley lo señalaba con la mano abierta, en un gesto parsimonioso de respeto.
- Un gusto.
- Igualmente, Dante.
Grandier le dio efusivamente la mano, a Dante, que sólo tuvo que seguir la corriente y el movimiento, para contestar el saludo.
Crowley giró un poco su rostro, para dirigirse a Grandier, que ya señalaba los peñascos a donde quería dirigirse.
- Dante es nuestro datador.
- ¡Ah, perfecto! ¡Ven, por aquí, Al! ¡Yo he venido muchas veces a investigar este yacimiento y lo conozco muy bien!
Dante se había agachado a examinar una piedra que le había llamado la atención, pues estaba seguro de haberla visto en alguna de sus visiones extrañas.
Crowley hizo un gesto a Grandier para alejarse de Dante. Se retiraron detrás de él, hacia unos frisos en muy mal estado de conservación.
- Dejemos que haga lo suyo. En seguida le preguntaremos si vio algo. Mientras, contáme cómo van tus cosas.
Una vez que había pasado un tiempo prudente, Crowley volvió a donde estaba Dante, y se agachó un poco junto a él, poniéndole la mano en el hombro, en un gesto paternal. Grandier, más atrás, mantenía ambas manos colocadas en posición de jarra, al costado del cuerpo, sobre su tapado negro largo hasta las rodillas.
- ¿Pudiste ver algo, Dante?
- Aquí hubo una batalla. Muchos murieron. Pelearon con lo que tenían a mano. Así fue como se destruyó la ciudad y este templo religioso. Ya supe por dónde tenemos que entrar.
Entonces, con su abrigo mostaza un poco lleno de polvo, les señaló un sector con andamios. En aquella planicie, que terminaba sobre una colina escarpada, los arqueólogos habían separado algunas vasijas, cajas y elementos frágiles, y habían levantado el andamio, en parte para protegerlas debajo, en parte para poder subirse y examinar unas columnas más elevadas con dibujos e inscripciones antiguas.
- Hay como una escalinata entre medio de las piedras, y ahí bajaban. Ahora hay andamios y objetos varios...
- Sí. Ahí es donde trabajan los arqueólogos - Grandier parecía conocer las excavaciones y trabajos en el templo en ruinas. - Pero hoy ya se fueron. Intentan hacer excavaciones, pero se demoran. Las piedras son muy resistentes, y entonces se tarda más de lo previsto.
Los tres, y más atrás las dos mujeres, se fueron acercando al andamio y las pequeñas construcciones más recientes, para conservar los objetos antiguos. Los demás, husmeaban por aquí o por allá.
Dante señalaba un montículo, donde unas piedras y losas se hallaban amontonadas.
- Es que no es por acá. Aquí se refugiaron algunas personas desesperadas, y quedaron atrapadas entre el fuego y los escombros.
Teodora se mostraba compungida.
- Huy ¡Pobre gente! ¡Qué destino!
Entonces, antes de que Dante agregara algo a este emotivo comentario, escucharon que alguien gritaba.
- ¡Por aquí! ¡Miren!
La voz provenía de un lugar cercano. Cuando todos miraron, vieron que Crowley estaba admirando una piedra muy grande, de modo que todo su cuerpo quedaba detrás de la roca con unos grabados, donde aparecía un extraño ser con alas y cabeza de reptil. En una de sus manos tenía el famoso "bolso de los Dioses", y en la otra sostenía el "Ankh".
- ¡Es el Jnum! ¡Y el Ankh! ¡Inscripto con los dioses Anunnaki! ¡Vamos por el buen camino, amigos!
Dante y Virgilio, se habían agachado, y con las manos escarbaban un poco en la arena y piedras, buscando un hueco o rendija, pues el "Datador" estaba seguro que ese era el sitio correcto.
- Amigos, ayudemos a Dante - Virgilio, a su lado, llamaba a los demás que se aproximaban al yacimiento.
- ¡Miren, Aquí! ¡Se alcanza a ver una rendija! - El que señaló, en medio de unas columnas quebradas, fue Santino.
La mano de Dante corrió un poco la arena y piedras, dejando al descubierto una oscura y pequeña grieta, de un par de dedos de largo.
Beatriz venía con una barra de metal, que había retirado de un rincón donde habían quedado piezas en desuso de los andamios.
Grandier y el corpulento Santino, fueron quienes clavaron la barra en la tierra, donde estaba la grieta, y palanquearon, utilizando el peso de ambos hacia abajo. Entonces cedió la losa, haciendo un enorme ruido y cayendo por la grieta, ahora muy evidente y del tamaño de un hombre.
Los seis expedicionarios, se asomaban a la grieta oscura y rectangular, con gran expectativa.
- Aquí tienen sus linternas.
- ¡Ahora vemos cómo hacemos para bajar!
Virgilio sacó de una mochila, preparada para la ocasión, siete linternas, que las repartió rápidamente entre todos los presentes. Entonces, todos tenían la suya.
Al alumbrar hacia abajo, pudieron ver un sector que tenía una escalinata antigua a más o menos un metro de profundidad desde donde se encontraban, que bajaba hacia una estancia de apariencia bastante estable. Donde no llegaba la luz y permanecía a oscuras, era el precipicio, a todo lo largo de la parte derecha de la grieta, por donde había caído la losa.
Con mucho cuidado, y sin que nadie le diera ninguna orden ni indicación, el que descendió por las añejas escaleras, para comprobar la resistencia del suelo, fue Santino.
- Santino nos ayudará a bajar - dijo Crowley.
- Sí. Yo los ayudo - se escuchó decir al hombretón con aspecto estúpido y fornido.
Dante miraba estupefacto, y no salía de su asombro de lo increíble que le parecía toda esta aventura. Inimaginable para su vida anterior, sentado en un sillón tantas horas, mirando solamente el rostro de sus pacientes en el diván.
Cuando ya estaban en ese subsuelo los siete, comenzaron a descender por las zigzagueantes escaleras añejas, que se perdían en la oscuridad. Mientras bajaban, la voz de Grandier retumbaba entre las recámaras del interior de la tierra, produciendo eco en la oscura lejanía.
- Por el polvo y la antigüedad, hace mucho tiempo que nadie ha caminado por aquí.
Crowley era quien les llevaba ahora la delantera, alumbrando el camino que estaba virgen por recorrer.
- ¿Tu qué ves, Dante? Estoy viendo algo acá, y a lo mejor lo viste antes.
Abajo había un sitio que Crowley estaba iluminando. Estaba lleno de esqueletos y restos humanos dispersos por doquier, en medio de columnas antiquísimas y estructuras derruidas. Dante tocó una de las paredes de la piedra que se desgranaba al tacto. En seguida las imágenes llegaron a su cabeza.
- Bajaron por la escalera a refugiarse, pero quedaron sepultados. Y tuvieron miedo de pedir ayuda o hacer ruido. No debían saber que sucedía arriba. Los invasores eran sádicos asesinos. Creyeron que acá podrían aguantar, pero al final murieron por falta de aire.
Los siete ya recorrían aquel cementerio, sobre el que Dante acababa de relatar. Grandier, con su linterna al igual que todos los demás, se introdujo en una especie de recamara mortuoria.
- ¡Hey, miren más allá! Son como... ¡unos sarcófagos!
En un sector apartado, detrás de una especie de pared derruida, había toda clase de maderas y escombros caídos. Debajo de estos, Grandier vio que había un montón de cajones de cemento y tumbas de diferentes tamaños y en diferentes posiciones.
Los demás se apuraron para poder ver el descubrimiento de Grandier. Esta vez fue Crowley quien habló.
- ¡El que buscamos es el del fondo!
Grandier, Crowley y Santino, fueron los primeros que comenzaron a empujar la tapa del sarcófago, que estaba mucho más al fondo y apartado del resto.
- ¡Es increíble estar acá y poder presenciar esto!
- ¡Somos privilegiados, Grandier! - Sonreía Crowley, haciendo fuerza también.
La pesada tapa fue cediendo cuando Virgilio y Dante también se sumaron a empujar. Al terminar de quitarla, hizo un sonido como un golpe seco, acompañado de un crujido.
Con las linternas, iluminaron el interior de la cripta. Había una momia en pésimo estado de conservación. Era solo un manojo de huesos con algunos restos de piel y tendones.
Entre sus huesudas y descompuestas manos sostenía el Ankh. La llave. La "cruz de la vida" egipcia. Sus piedras e incrustaciones brillaron cuando Beatriz apuntó con su linterna, directamente allí.
- ¡Señor Crowley... eso es... - a Santino casi no le salían las palabras, de la emoción.
Crowley hizo fuerza al retirar los dedos rígidos de la momia, para liberar el codiciado objeto.
- ¡Si! ¡Esto es lo que vinimos a buscar! Ahora...
Entonces, mientras Crowley sacaba la pieza, en ese preciso instante, un enorme y terrible sonido se esparció a lo largo de toda la catacumba.
Crowley estaba tan embelesado y encandilado con su descubrimiento, que no había prestado atención a lo que estaba sucediendo a su alrededor. Enormes y pequeños peñascos, caían por toda la gruta, sobre sus cabezas.
Recién se percató de lo que pasaba, cuando se empezaron a escuchar los gritos de sus seis compañeros de búsqueda.
- ¡Salgamos de aquí!
- ¡Rápido, que esto se derrumba!
Corrían de forma desorganizada y alumbrando a donde podían, pues eran presos del pánico y la desesperación. Se cubrían los ojos o la cabeza. Montones de rocas y peñascos, caían por todas partes, y muchos golpeaban en sus cabezas y cuerpos. Crowley abrazaba el Ankh con todas sus fuerzas, y logro hallar la escalera rodeada de los cadáveres, por donde habían descendido todos hasta allí.
- ¡Corran! ¡A la salida!
- ¡¡Rápido!!
Todos iban subiendo apresuradamente, esquivando toda clase de proyectiles, intentando no caer por el precipicio. A medida que subían, escuchaban el crujido de las piedras y cosas muy grandes que se derrumbaban tras ellos. Sus gritos retumbaban en toda la caverna.
- ¡Todo se nos cae encima!
- ¡Cuidado ahí!
Entonces el estruendo fue realmente ensordecedor.
Adelante de todo iban Crowley y Grandier, y los seguía de cerca Santino. Dante era el que estaba más cerca y, al alumbrar hacia abajo con la linterna, vio una escena espeluznante. Teodora aparentemente había caído y Virgilio con Beatriz la sujetaban de sus brazos. Lo espantoso fue cuando Dante se percató de que no se habría tropezado o resbalado. Toda la escalera, detrás de ella, que era la última que subía, había desaparecido. Se había hecho añicos y caído por el precipicio.
- ¡Saquemos a Teodora!
- ¡No me suelten!
- ¡Se derrumban las escaleras!
Dante bajó un par de peldaños para ayudar, y su grito era de terror.
- ¡Vamos a morir!
Con la ayuda de Dante, sacaron apresuradamente a Teodora del hueco. Los últimos tres corrieron lo más rápido que les dieron sus piernas, tratando de sacarle ventaja al precipicio que ganaba terreno tras ellos.
Los otros compañeros los tomaron de los brazos y sacaron a Teodora y a Dante, y ellos también ayudaron a sacar a Virgilio, que era el último. Había quedado, literalmente, colgando del oscuro agujero. Corrieron todos, alejándose del lugar, y observaron como algunas columnas y tablones eran engullidos y otras se desarmaban, tapando completamente, la angosta entrada.
Los siete caminaban silenciosos, de regreso, descendiendo por los caminos de pequeños escombros, hacia la camioneta trafic. La experiencia que acababan de vivir fue muy intensa y ciertamente peligrosa. Supongo que habría valido la pena, pensaba Dante.
-¿E... estamos todos bien? - Crowley sostenía firmemente el Ankh, y se mostraba preocupado por sus acompañantes.
- Si...
- Estamos los siete.
- Asustados...
- Solamente un poco magullados pero bien.
Grandier tomaba el hombro lleno de tierra de Crowley, para tranquilizarlo.
- Los arqueólogos van a atribuir esto a un derrumbe accidental, de tantos que ocurren en estas excavaciones arqueológicas.
- Seguramente. Amigo Grandier y Teodora, están invitados a venir con nosotros a Inglaterra, después de todo, están en esto desde el principio, y nos vendría muy bien su ayuda.
- Gracias, Al ¡No nos lo perderíamos por nada en el mundo! ¡Estamos más cerca que nunca, por fin!
Llegaron hasta abajo, a donde estaban los montículos junto al vehículo estacionado. Virgilio y Santino traían la mochila y el bolso, y solamente tres de las siete linternas. Tenían unas pequeñas heridas en la cabeza. Los demás, algunos cortes en las manos, nada de qué preocuparse. Dante había utilizado su boina para taparse, y su abrigo mostaza era muy grueso, así que prácticamente no había sufrido lesión alguna. Todos traían la ropa llena de tierra. Edityr, los aguardaba muy tranquilo y pulcro, sentado en los asientos traseros del vehículo. Les sonrió apenas se abrió la puerta corrediza y fueron ingresando los siete a sus respectivos lugares.
- ¡Ya "escuche" que esto fue un éxito! - les dijo
- ¡Jnum Satis Anuket! - dijeron todos menos Dante.
Y el vehículo arrancó y fue dejando tras de sí, una estela del polvo del suelo turco.
22 de Abril.
En el castillo de Wiltshire, un salón muy privado.
Las armaduras, con sus lanzas en una mano, permanecían de pie, dos a cada lado, subidas a unos bloques, para darles mayor altura. El salón estaba muy iluminado, y el piso brillante tenía unos dibujos en pasteles y azules. A media pared había toda una ornamentación de madera labrada, y en una de las paredes lindantes, una gran ventana que ayudaba a iluminar de forma natural toda la estancia. En el centro se destacaba una mesa bajita. Tenía unas bandejas de plata que estaban llenas con aperitivos y algunas copas con delicioso vino tinto. Siguiendo la simetría de la habitación, a ambos lados se encontraban dos sillones de dos cuerpos. En los de la izquierda estaban sentados Grandier y Teodora abrazados, con sus ropas íntegramente negras. Ellos dos, y su anfitrión, eran los únicos tres que estaban presentes en este gran salón.
Crowley conversaba con la pareja. Deambulaba de aquí para allá con una copa de vino que acababa de servir a los tres, en su mano. Mientras tomaba de esta infusión, hablaba con ellos de temas confidenciales.
- ¡Esto es por nuestros nuevos hallazgos!
- ¡Salud! - respondieron sus dos invitados al unísono.
En ese momento, entró un camarero rubio y muy bien aseado y afeitado, trayendo en una bandeja una botella de vino y masas con dulces y bombones finos de chocolate.
- Disculpe, Maestro... Les traigo unas colaciones y otro vino, como pidió.
- Puedes dejarlo por ahí. Muchas gracias.
Cuando se hubo retirado el muchacho, que tendría alrededor de 20 años, Crowley se acercó a Grandier y Teodora, que le prestaban atención muy atentamente.
- Ahora que estamos solos, te digo que ya estamos muy cerca, Grandier.
- Sí. Y también el tiempo que tenemos es poco. Por suerte, siempre lo encaramos todo anticipadamente, aunque a veces haya imprevistos.
- Sí. Pero ahora vamos bien.
Crowley puso su copa junto a las otras dos, en la bandeja que acababan de traerle.
- No voy a apresurar las cosas. Dante Zamorano todavía es muy colaborador. No quiero atosigarlo, ni que se sienta presionado...
- No claro. Es imprescindible para conseguir los conjuros y los objetos... y los sitios a donde tengamos que ir... Es un buen "Datador", como era Arturo, su abuelo.
- ¡Sólo que mucho más cooperativo! - Aclaró Teodora, con una sonrisa.
- Sí, claro - festejaba Grandier la acotación de su esposa.
Crowley había tomado la botella nueva del fino vino tinto, y servía las tres copas, mientras sonreía por el ácido comentario de Teodora.
Una vez que los tres tenían sus respectivas copas en las manos, Crowley elevó la suya y realizó una especie de brindis.
- "¡BELETH va a estarnos muy agradecido, con todo esto que estamos haciendo por él!"
- ¡Por BELETH!
- ¡Por BELETH!
Y se tomaron todo el vino, hasta la última gota.
23 de Abril.
Después de un buen descanso, luego del agotador viaje a Turquía, Dante y todos los demás, fueron convocados a un recinto ya conocido, al pie de la escalera caracol de una de las torres, en el subsuelo.
Encima de sus cabezas, había una gigantesca araña que iluminaba la estancia. Dante no le había prestado atención la última vez que habían estado ahí.
Las enormes columnas se unificaban en el techo, formando enormes arcos en una y otra dirección. Era espacioso e iluminado. En el centro había una pequeña plataforma a la que estaba unida una mesa con un mantel y un pequeño arcón cerrado. Al fondo se distinguía una abertura con forma de arco, por la que se ingresaba a una especie de salón de exhibición de armas antiguas y estatuas o candelabros antiguos. Todos los presentes, excepto Dante que vestía colores claros, estaban todos vestidos con capas largas negras.
Beatriz volvía a señalarle a Dante al frente, donde estaba la mesa con el arcón, como indicándole que avanzara. A su lado también estaban ingresando Edityr, acompañado por Santino para que no tropezara con algún escalón o artilugio antiguo de los que había desperdigados por allí.
En la mesa con el arcón, esta vez estaban Grandier y Teodora a la izquierda. Y en el otro extremo, Crowley.
- Bueno, Dante. Supongo que ya habrás adivinado para qué estamos aquí, otra vez...
Dante sonreía, mientras se acercaba al centro del gran recinto antiguo, bajo el castillo.
- Sí... supongo que si... - Obviamente, el objeto en su interior, no era el mismo que la piedra de la última vez.
- Ésta moneda perteneció a un antiguo sacerdote de la Orden de Los Templarios – dijo Crowley abriendo el cofre. - Una de sus ramas actuales, se hace llamar "La hermandad Sagrada de los Cardenales de San Miguel".
La moneda, en el interior de la caja de madera, apenas se distinguía.
Grandier estaba muy serio y se había acercado un poco a Crowley.
- Ellos son La Inquisición.
-¿Y quiénes son? - quiso saber Dante.
- Son fanáticos religiosos. Heredaron la tradición del "Malleus Maleficarum".
Para Dante, aquellas palabras de Crowley, podrían haber sido Chino o Alemán, que tampoco las hubiera comprendido.
Beatriz estaba detrás de él, muy seria, con su blusa super escotada, cruzada de brazos.
- Quema de libros. Y de brujas.
- Para ellos - prosiguió Crowley, - todo lo que no es de Dios, es de Satanás, y debe ser destruido.
Grandier, un poco impaciente, acotó:
- Bueno... aclarado esto, vamos a lo nuestro...
- Sí. Pero perdón por interrumpir... - esta vez fue Teodora quien, moviendo una de sus manos con un gesto circular, se acercaba a su esposo, desde el borde de la mesa. Su traje era negro y largo y como tenía mangas anchas, el movimiento aquel pareció mucho más exagerado de lo que en realidad era.
- ...Dante debe saber que quien dirige a este grupo de fanáticos Cristianos... - Ella se había cruzado de brazos y levantado el mentón, en un gesto regio y de autoridad. Le hizo acordar a Dante, a cierta maestra de escuela primaria que había tenido hacía ya una pequeña eternidad. - Son principalmente los Frailes Juan del Valle Alvarado, y Mignón Mistrake. Y por encima de ellos, el Abad principal, Trent O'Hara, del clero regular del sumo pontífice.
- Sí. El vaticano no se pronuncia al respecto. Mantienen oculta su relación, pero los dirigen y subvencionan de forma clandestina... - Aclaró Crowley.
- ...O sea que si los ves, ¡A correr! - Acotó riendo cínicamente Grandier en su típica posición de los brazos en jarra.
- No. No creo que sepan de Dante... aún. - Crowley sostenía el arcón sonriendo y mirando de soslayo a Grandier.
- ¿Aún? - Esa frase le había chocado a Dante.
Crowley acercó el arcón a donde estaba el sorprendido Dante, que comenzó a cercar una de sus manos.
- Ellos tienen espías en todas partes. Pero bueno, ahora sí vamos a lo nuestro.
- Bien... supongo entonces que tengo que tocar la moneda...
Y en el instante que lo hizo, una ráfaga lumínica blanca, lo atravesó y cegó completamente.
Su visión de a poco se fue recuperando. No podía distinguir muy bien dónde estaba. Frente a él había una columna de humo muy negro y espeso que lo tapaba todo. Había llamas entre las que pudo distinguir un grueso poste de madera, que se estaba consumiendo rápidamente. Entonces notó que algo se movía entre aquella silueta. Amarrada, había una mujer anciana. Desgarbada y sucia, con el cabello rojo, profería un montón de palabras extrañas que Dante, de nuevo, no podía comprender.
- ¡¡Ahhh!! ¡Shammash Azagtoth Ia Uddu-Ya Russuluxi!!
Avanzó un par de pasos, pues creía conveniente soltar a aquella pobre mujer. Intentaría salvarla o evitarle aquel terrible sufrimiento. Pero entonces se percató de que delante suyo habían más personas, formando un círculo mirando como avanzaba el fuego. Tenían los brazos extendidos, con prendas muy holgadas, ceñidas en la cintura por unas correas. En sus manos sostenían unos libros negros con la cruz, que seguramente serían biblias. Todos tenían un corte de cabello dejando la calvicie arriba, y largo detrás de las orejas, al estilo de los Franciscanos. El que estaba delante, que parecía ser el líder, gritaba toda clase de cosas que parecían latín.
- ¡Deus Israhel ipse. Dabit virtutem et fortitudinem plebi suae. ¡Benedictus Deus!
Y todos gritaron.
- ¡Gloria patri!
De pronto Dante se encontraba, una vez más, en el piso. Esta vez, sus lentes no se habían caído al suelo. "Vamos mejorando" pensó para sí, con cierta ironía.
- ¿Qué pasó, Dante? ¿Estás bien? - Beatriz era quien lo estaba tratando de ayudar a levantarse.
- Sí... si... la la estaban quemando y ella... ella dijo Shammash Azagtoth Ia Uddu-Ya Russuluxi.
Dante terminó de levantarse, tomándose de la cabeza. Esta vez, el mareo no parecía irse tan deprisa como las otras veces. Beatriz lo había tomado por la cintura, para evitar que volviera a desplomarse.
- Yo lo llevo a su habitación.
- Bueno - dijo Crowley restándole importancia al malestar de su invitado, con el cofre cerrado en sus manos - Ya tenemos lo que necesitábamos. Ahora tengo que ir a mi estudio, que voy a hacer unas anotaciones y seguir con mi trabajo. De a poco ya estoy terminando este rompecabezas.
Edityr estaba muy alegre, a pesar de que no era muy expresivo.
- ¡Perfecto! ¡Qué dichosos momentos, los que estamos viviendo! ¡Estamos cada vez más cerca!
Grandier lo tomó del brazo y fueron subiendo las escaleras, siguiendo a todos los demás que ya se retiraban hacia arriba, a la planta baja, por la escalera de la torre.
- Sí. Ahora tenemos que dejar que Dante se recupere. Puedo decirles que las imágenes que él vio hoy, fueron muy perturbadoras para su mente impresionable.
Una vez que llegaron arriba, estaban en el salón principal. Crowley tenía una sonrisa un poco sarcástica.
- Por favor, envíenle mis saludos y agradecimiento, y ofrézcanle comida y bebida.
Santino sonreía también, detrás de él.
- Y a Beatriz, naturalmente...
- Sí. Beatriz, como siempre. En un rato más nos vemos, amigos. Ya me retiro - y encaraba hacia el otro extremo del gran salón, pasando la mesa circular.
Dante ya estaba sentado en la cama de su habitación otra vez. Se tomaba la cabeza. Continuaba doliéndole y no cesaba de molestarlo. Beatriz no se había movido de su lado, y lo abrazaba tiernamente.
- Fue espantoso, Beatriz. Tan real... sus gritos... la estaban quemando viva... creo que fue eso lo que ví, ese día que me besaste...
- Sí. Así fue siempre, Dante...
Dante estaba, además de mareado, un poco preocupado. Beatriz continuaba consolándolo.
- Ya vas a estar mejor. ¡Crowley va a estar muy agradecido por el trabajo que estás haciendo!
- Gracias, Beatriz...
A pesar de haber dejado de tomar la pastilla, continuaba viendo aquellas cosas extrañas, al tocar los objetos. No podía entenderlo.¿Podía ser un efecto residual de las drogas?
- Mirá, Dante... - Beatriz le mostraba que delante de ellos, por la puerta, entraba un mayordomo con una bandeja - ... acá te traen algo para tomar y comer.
- Maestro Dante... Crowley le está sumamente agradecido...
Mientras el camarero se retiraba, Beatriz y Dante tomaban unos vasos que contenían agua.
- Ahora vamos a descansar. De a poco vas a ir resolviendo el enigma para nosotros... es lo que buscamos hace tanto, tanto tiempo...
Beatriz se puso de pie, dándole la espalda, pero con su cabeza inclinada, para verlo sentado, ensimismado. Dante se tomaba el tabique de la nariz, entre los dedos. Claramente, necesitaría descansar.
- Perdón... pero no puedo quitarme esa escena espantosa de la cabeza, ni los gritos...
Dante levantó su rostro y vio que Beatriz, frente a la puerta, se estaba quitando la ropa.
- Quizás, yo pueda ayudarte un poco con eso...
Y volvió a acostarse. Desnuda, en la cama de Dante. De pronto, las imágenes de la señora incendiada, se desvanecieron...
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