Capítulo 10

 

El sol asomaba en el horizonte. Alrededor del paisaje montañoso, se veían algunos árboles retorcidos, con poco y nada de follaje. Había una especie de empalizada de hierro y piedra, que servía para evitar desmoronamientos y deslizamiento de tierra, y ocultar alguna entrada entre sus recovecos. En el patio, apenas se terminaban de bajar las escaleras de la entrada lateral, estaba estacionada la trafic. Era una camioneta blanca, con los vidrios polarizados, de los modelos grandes, con dos hileras de asientos individuales, además del asiento triple donde iban el conductor y los acompañantes.

Ya habían subido casi todos y Virgilio ayudaba a un anciano, el cual tenía un rictus de amargura y desagrado. Era ciego, con ambas pupilas completamente en blanco, y dos cicatrices atravesaban su rostro, a la altura de los ojos. Éste también había estado presente en la pasada velada, llevaba además un bastón. Ambos estaban vestidos con largos abrigos negros.

Luego de ellos subió Dante. Llevaba su clásico sobretodo mostaza y la boina al tono, y sus inseparables lentes de marco negro. Beatriz y el sujeto del aspecto estúpido, terminaban de cargar algunas provisiones. Un termo y galletas.

- Son pocas cosas. No es un viaje muy largo - dijo Beatriz

- Son las ocho y media. Estamos bien de horario - comentó Crowley sentado a la izquierda del conductor.

Dante se dio cuenta de que no había un cristal que separara la parte de los acompañantes y el conductor. Otra cosa que notó es que todos, incluido el anciano ciego a su lado, llevaban lentes oscuros.

El sujeto calvo de cabeza cuadrada y mandíbula prominente, ocupaba el lugar del chofer. Al verlo sentado allí, parecía tener cierta deformidad en la espalda, pues su cabeza quedaba hundida entre sus anchos hombros y sus oscuras prendas. Beatriz fue la última en subir, al lado de Crowley, cerrando la puerta de la izquierda, del lado contrario en el que viajaba Dante.

- Listo, Crowley. Ya está todo cargado y subimos todos - ella vestía un sensual vestido negro y sobre este un abrigo corto y entallado que acentuaba prominentes curvas.

- Santino, ya podemos salir - dio la orden Crowley.

- Sí, señor.

Dante sabía ya el nombre del estúpido, que ahora conducía la camioneta, que realizó una maniobra lenta, bordeando algunos montículos de piedras, para encarar un camino de tierra serpenteante, y con un precipicio a la derecha.

Dante tenía frente a si la ventana, que era parte de la puerta corrediza. Podía mirar afuera, el paisaje matutino, y hacerse una cierta idea de dónde estaban. Nunca había visto ese recorrido montañoso y sinuoso y escarpado, ni esa vegetación tan tupida. Cada tanto, alguna que otra piedra golpeaba el piso del vehículo. Una primera parte del viaje continuó así, admirando el paisaje, en silencio y perdido en sus pensamientos.

Le pareció de pronto, que estaba disfrutando de esta aventura, que lo obligaba a salir de su rutinaria vida cotidiana. ¿Hace cuánto tiempo que no viajaba a ningún lado? Entonces, también recordó a sus pacientes... y Carmen con sus cartas del Tarot. Qué casualidad, que ella le había dicho que iba a viajar. Era algo sobre lo que, más tarde, tendría que meditar.

Cuando la trafic dobló, descendiendo aún más y virando en el camino zigzagueante de tierra y piedras, pudo vislumbrar el sitio del cual provenían. Entre las arboledas y partes de una montaña rocosa, se asomaba, imponente, un viejo castillo, del clásico estilo medieval. Cuando más temprano había abordado el vehículo, estaba todo muy oscuro, y aquel castillo estaba tan cercano, que se le había confundido todo, entre la vegetación, la tierra y lo imponente de su fortaleza. ¡Qué castillo magnífico, del estilo europeo! ¡Y todo el tiempo estuvo allí!

Lo que en seguida le pareció extraño y lo perdió un poco en sus pensamientos, era el hecho de que nunca hubiera oído que un castillo así, estuviera cerca o en los alrededores de Buenos Aires.

- No estamos en Buenos Aires.

El anciano acababa de hablarle en voz alta, pero como contestando a sus propios pensamientos. En su vida había tenido una sensación semejante, de desconcierto e invasión a su privacidad. ¿Realmente había contestado a su pregunta mental? Inquietante.

- Estamos en Inglaterra, en una localidad que se llama Wiltshire. Lo que te ha confundido, Dante, es que aquí todos hablamos en perfecto castellano. Ahora mismo, vamos a visitar "Circulus giganteum" - continuó hablando el ciego, sin inmutarse ni demostrar ninguna expresión.

Entonces fue interrumpido por Virgilio, que tenía uno de sus brazos apoyados sobre el respaldo de su asiento.

- Edityr, él lo conoce como "Stonehenge", el círculo de piedras.

Así se llamaba aquel enigmático anciano ciego. Edityr.

Dante no sabía nada. Ni donde estaban. Ni a donde iban. Eso le generaba mucha incertidumbre e inseguridad.

- ¡¿Y cómo estoy acá?! ¿Y por qué vamos para allá?- preguntó él, muy preocupado.

- Arqueología.

- E interés profesional.

Crowley y Beatriz se habían girado hacia atrás, para mirarlo a Dante, mientras contestaban a sus preguntas.

Antes de llegar a destino y durante el viaje, Dante se había percatado de que Santino, el conductor, no iba sentado a la izquierda, como en Argentina, sino que lo hacía del lado de la derecha. A veces la mente nos engaña y no nos permite ver los pequeños indicios que están frente a nuestros ojos.

Se detuvo el motor de la trafic. De a uno, todos los pasajeros vestidos de negro, fueron descendiendo. A lo lejos, se veían algunos turistas ascendiendo por la colina, salpicada de innumerables tonos verdes del césped. Más arriba se erigían las famosas piedras del monumento, recortadas frente al cielo celeste, manchado tan sólo por algunas nubes blancas.

- Bueno, ya estamos acá. Subamos un poco. Hay unos bancos, para poder hacer una parada, antes de llegar - explicó Crowley.

Se sentaron cinco de ellos, en el banco. El que se acomodó en el pasto, tomando sus rodillas, fue Santino.

A su izquierda, y en orden estaban: El anciano Edityr con su bastón. A su lado Virgilio que, con el termo servía té. Después estaba Crowley que examinaba atentamente unos papeles que había retirado de una carpeta de tapa blanda. A su lado Beatriz, que contemplaba la vista de los turistas guiados por una mujer que hablaba de los monumentos.

- Bueno... ¿Y ahora...? - Preguntó.

- Ahora, Dante, vas a intentar recordar lo que puedas, de este lugar.

La que contestó a su pregunta fue Beatriz, que estaba sentada a su lado.

- Bueno... pero nunca estuve acá antes...

-Vos no. Pero tu abuelo sí. Y, seguramente, te dijo algo de éste lugar... y de muchos otros. Ahora concéntrate, trata de meditar, y conectarte con esos recuerdos - el que hablaba ahora, sin dejar de mirar sus papeles, era Crowley.

- Si te sientas en el pasto, es mejor - agregó Beatriz, con la carpeta en la mano, muy seria.

- En fin... es absurdo, pero lo voy a intentar.

- Perfecto - sonreía Crowley.

Dante bajó al pasto. Su textura y su aroma eran suaves, y todavía estaba frío al tacto, pues el sol aún no calentaba mucho. Se colocó cerca, con ambos pies cruzados y con sus brazos colgando a un lado. Estiró un poco el cuello y cerró los ojos, buscando tranquilizarse y aquietar tanto su mente como su respiración.

¿Quién hubiera pensado que iba a estar ahí, con esa gente tan rara, haciendo aquella ridiculez? Seguramente, si alguien lo viera, notaría el parecido con Carmen o José, sus pacientes.

Intentaba dejar fluir sus pensamientos, mientras le llegaba la voz de la mujer que explicaba a los turistas algo de la historia del famoso sitio arqueológico.

- "Around the year 2800 BC, the site was surrounded by a circular moat. It circled a central plateau, higher than the rest of the terrain." Un anciano con barba y cabello canoso, hablaba en perfecto inglés.

- "Alrededor del año 2800 Antes de Cristo, el emplazamiento estuvo rodeado por un foso circular. Circundaba una meseta central, más elevada que el resto del terreno". - A su lado traducía una mujer que vestía de forma sencilla. Tan sólo una blusa con un chaleco y un pantalón corto, todo del tono de los colores claros, haciendo juego con su cabello rubio. Ella explicaba la historia del lugar, mientras algunos del grupo tomaban fotografías o se aproximaban un poco, para tocar las piedras. - "A la cual, se accedía por medio de una entrada orientada hacia el noreste..."

Dante continuaba allí sentado, intentando concentrarse. Abrió los ojos, y habló bastante frustrado.

- No... ¡no puedo recordar nada!

Beatriz caminó por detrás de él y lo tomó suavemente del hombro.

- Ven. Acompáñame.

Mientras tanto, la traductora continuaba diciendo: - "Y así fue realizado este primer emplazamiento de cuatro, que tuvo esta construcción de Stonehenge..."

Dante caminó, siguiendo de cerca a Beatriz, hasta una de las colosales piedras. Estaban muy cerca de la guía con los turistas curiosos.

- Aquí. Tienes que tocarlos.

- Se... ¿Se puede?

- Sí. Pero si no te ven, mejor.

- "Excavaciones y mediciones con carbono catorce, han demostrado una historia muy prolongada como centro ritual... o religioso..."

Dante aproximó su mano y tocó la fría piedra. Al principio no notó ningún cambio plausible.

"Pero, cuando estaba por plantearle sus dudas al respecto, a Beatriz, se dio cuenta que las nubes habían avanzado a demasiada velocidad, cubriendo completamente el cielo y tapando el sol. Que ahora mismo, era la luna. Y no era Beatriz quien estaba a su lado. Uno, al lado de otro, había un montón de personas con sombreros altos y túnicas largas y oscuras hasta los pies. Sostenían unas antorchas, cuyo humo se dispersaba alrededor.

En el centro había un círculo pequeño hecho con piedrecitas, y una mujer permanecía allí de pie, con los brazos extendidos al cielo. Tenía unas túnicas muy transparentes, apenas atadas en la cintura, y su largo cabello negro, danzaba al compás del viento.

- ...Nanna... - Su voz era penetrante y parsimoniosa. Parecía estar en una especie de trance. Los demás sólo la miraban, sosteniendo las antorchas, sin pronunciar palabra alguna.

Entonces, jaló la cinta que rodeaba su cintura, dejando al descubierto su cuerpo desnudo y sus sinuosas curvas femeninas. Era una especie de ritual, que incluía esta inesperada exhibición e insinuación.

- ¡Nanna! ¡Mashrita Nanna Zia Kanpa!

La escena había cambiado completamente. El fondo parecía un lugar conocido, con libros y adornos, aunque demasiado desenfocado para poder distinguirlo con certeza.

- Es esta...

El que le hablaba era Arturo, su abuelo, con su barba y cabello canosos, su inolvidable sonrisa, enseñándole una de sus cartitas del juego, en su mano. La carta de Stonehenge.

- Esta es la primera puerta. Mahrita Nanna. Mashrita Nanna Zia Kanpa."

De pronto, Dante abrió los ojos cuando terminó este trance, y volvía a estar sentado en el pasto, frente a Beatriz, Crowley y los otros.

- ¡Mashrita, Nanna, Zia Kanpa!... La primera puerta... ¡¿Qué?! - decía al darse cuenta de que había estado repitiendo aquel mantra.

Crowley sonreía, mientras se cambiaba los lentes de sol, por sus lentes para escribir.

Se acomodó hacia un costado. En el sitio vacío en el banco, apoyó sus papeles y garabateó las palabras y mensaje que Dante acababa de transmitirles.

-Perfecto, ya lo tengo. Ya podemos volver al castillo...

- E... ¿Eso es todo?

- Por ahora, sí.

Crowley miraba a Dante. Por su expresión y su sonrisa, se lo veía muy motivado y entusiasmado por la información que acababa de conseguir.

El viaje de regreso le pareció más corto. Quizás Crowley le había dado alguna orden a Santino, para que acelerara, pues estaba ansioso por regresar a su estudio y cotejar sus notas.

Dante estaba un poco consternado por la experiencia que acababa de vivir, y de lo que pudo ver y oír. Nadie hablaba. El aire se cortaba con un cuchillo. Quizás estaban esperando que él dijera o preguntara algo. Entonces decidió romper el incómodo silencio.

- ¿Cómo sabían que si tocaba la piedra, vería esas cosas?

- ¿Nunca te diste cuenta? - Beatriz se había girado hacia atrás para mirarlo a Dante, por encima de sus lentes oscuros. - Cuando tocas objetos, esas cosas "te vienen". Tu abuelo lo sabía hacer. Y decía que, con el tiempo, tú también.

- No lo había advertido. Qué raro...

- A lo mejor esa pastilla que tomaste... te ayudó.

Beatriz y Crowley intercambiaron unas miradas y sonrisas fugaces, de complicidad.

- Ya casi llegamos...

Santino estaba realizando las últimas curvas próximas al castillo.

Algo más tarde, después de cenar, Dante se encontraba en su habitación, en el piso de arriba. Cuando en varias oportunidades él caminaba desde las escaleras de caracol, dentro de la torre circular, y pasaba por un sector con almenas, hasta la puerta de su habitación, había creído que todo era una decoración muy bien montada. Pero esta vez se había asomado un poco y había sentido el aire que le entrecortaba la respiración por la altura. Y pudo ver la inmensidad del paisaje que se extendía hacia abajo, las arboledas y los tramos de rocas y piedras escarpadas de las laderas. Ahora sabía que estaba en un castillo de verdad. ¡Y en Inglaterra, nada menos!

Todo le parecía tan raro y novedoso. ¿Podría ser lo que le había dicho Beatriz? Ese día que había tocado el molinete del subte, desencadenó las visiones, las "imágenes del accidente", antes de que pasara.

Se había quitado los zapatos y los calcetines, y había dejado los zapatos frente a la cama, en la alfombra.

Como ya habían cenado, Dante tomó un sorbo del agua del vaso, y se tomó una de las pastillas. Le iba a ayudar con sus "visiones" y los sueños horribles. De pronto se le vino a la mente que extrañaba mucho a Cosmo, a su vida cotidiana. ¿Cómo estarían todos, en Buenos Aires?

Entonces dejó el vaso vacío en la mesa de luz, se recostó y arropó. Se fue acomodando para dormir. Al menos ya no tenía esas extrañas y desagradables pesadillas.

Pasaron unas horas de sueño confortable.

Dante. 11 de Abril.

Dante se despertó y encendió la luz. Tenía la certeza de que había alguien en su habitación, con él. ¿Otra pesadilla, a pesar de tomar la pastilla?

- Perdón que te despierte así, Dante. Es la hora de levantarse. Nos están aguardando en el salón del círculo principal.

Efectivamente, había alguien más. Pero no era un sueño o un producto de su imaginación. Era Beatriz, que había venido a despertarle.

- Bueno, ok. Ya voy.

El salón de las reuniones del Círculo Principal, era amplio y estaba iluminado como siempre, por una lámpara muy grande con apliques, encima de la mesa circular. El resto de la estancia, asimismo, permanecía en penumbras, dándole a todo un aspecto misterioso. Y también ayudaba a centrar la atención únicamente en lo que se hablaba en aquellas reuniones.

Estaban todos ya acomodados alrededor de la mesa semi circular. Todos vestían sus habituales trajes negros largos hasta las rodillas, excepto Beatriz que tenía su blusa corta escotada y falda larga, ambas piezas negras. Dante vestía un pantalón común y la remera de algodón con cordones entrelazados a la altura el cuello. La que le habían dado el primer día.

Esta vez, él no estaba sentado en el borde más cercano a la entrada. Estaba de ese mismo lado, pero en el centro. En el extremo, a su izquierda estaba Virgilio, que tomaba una copa con vino. A su derecha se acomodaba Beatriz en uno de los sillones de alto respaldo circular. En la otra parte de la mesa, en la esquina de enfrente, Santino ayudaba al anciano de bastón, el ciego Edityr, a tomar asiento. Dante sentía un poco de alivio de conocer los nombres de esta gente, que eran su actual y extraña compañía.

El que parecía que iba a presidir la reunión, en esta oportunidad, era Virgilio, pues Crowley, desde que volvieron del viaje a Stonehenge, no había vuelto a mostrarse.

- Gracias a todos por venir. Crowley está ocupado, pasando sus notas, con la nueva información que trajimos ayer de la excursión a Stonehenge. Nosotros ahora vamos a bajar a una sala especial al primer subsuelo, porque tenemos un nuevo encargo para ti, Dante.

Beatriz agregó:

- Queríamos, además, de parte de todos, felicitarte por tu esfuerzo y tu trabajo; sin cuestionar la lógica de lo que te dictara tu mente racional.

Dante miraba como todos recitaron aquella frase que pertenecía a otro idioma, y que repetían en varias oportunidades.

-¡Jnum Satis Anuket!

Entonces, sucedió algo completamente imprevisible.

Beatriz se aproximó al centro de la mesa, y se acercó, tomando a Dante por el hombro.

- ¡De verdad que te estamos más que agradecidos...!

Y entonces lo tomó por ambos lados del rostro, y dio un gran beso con su boca pintada, en los labios del sorprendido Dante, quien vio un enorme destello brillante que invadió toda la estancia repentinamente.

"El brillo intenso continuaba y no dejaba ver nada con nitidez. Había humo y fuego por doquier. En el centro de aquel torbellino incendiario, pudo distinguir la silueta de una niña. Los gritos y espantosos llantos ahogados, y quejidos, no provenían de ella. Eran de los cuerpos a su alrededor, calcinados y abrasados por las llamas.

-¡Ahhhhhhhhhhhhhh!

-¡Noooooooooooo!

Otra de las imágenes que palpitaron velozmente por su mente, fue la de una mujer embarazada, que aparecía detrás del humo. No gritaba de agonía como las demás. Caminaba muy lentamente, como si nada sucediera a su alrededor."

Entonces, de a poco, volvió a la realidad. Se acomodó los lentes de marco negro que estaban por caerse, en el puente de la nariz.

- ¿Estás bien? Perdón si te he sorprendido. Es una vieja costumbre de nuestra Logia... Me pareció que habías visto algo, recién. - Beatriz sonreía, despreocupada.

Dante no estaba para nada despreocupado. Intentaba recobrar la compostura.

- N- no... fue un destello de algo... pero no ví nada...

- Perdón que interrumpa, pero ahora vamos al salón los cinco. Por aquí.

Virgilio se encaminó hacia el fondo de la habitación. La puerta que abrió, daba directamente a una escalera en caracol, que subía o bajaba, de forma circular. Dante, Beatriz, y Santino llevando a Edityr, lo siguieron a Virgilio, en el descenso hacia el recinto del subsuelo.

Dante sentía su cabeza dando vueltas. Aún no se reponía de su repentina visión caótica... ni del beso inesperado de Beatriz que le había dejado un gusto entre dulzón y amargo en la boca. Y ese aroma penetrante, contribuía a su mareo y embotamiento. Todos los sonidos y susurros a su alrededor, los percibía como si sus oídos estuvieran tapados, ahogados y distantes.

Llegaron abajo. El anciano se sostenía con una mano en el hombro de Santino, y con la otra mantenía aferrado el bastón.

Justo en frente de la escalera, estaba la entrada abierta al gran salón. Ingresaron directamente allí, sin recorrer ninguna otra estancia de ese piso en penumbras.

Lo que primero llamaba la atención al descender el último peldaño de la escalera, eran las grandes columnas se unificaban en el techo, formando enormes arcos en una y otra dirección. El salón era espacioso e iluminado. En el centro había una plataforma a la que estaba unida una mesa con un mantel y un pequeño arcón cerrado. Al fondo se distinguía una arcada, por la que se ingresaba a una especie de salón de exhibición de armas y estatuas o candelabros antiguos.

Beatriz señalaba al frente, donde estaba la mesa con el cofre, como indicándole a Dante que avanzara:

- A partir de ahora, tus habilidades van a empezar a incrementarse.

Y Edityr agregó:

- Esto es como andar en bicicleta. Una vez aprendido, ya lo haces de forma natural...

Dante había quedado quieto y embotado, con aquel mareo que persistía.

- ¿Qué tengo que hacer, Bea?

Beatriz lo tomó de la mano, y extrañamente se sintió extasiado y como enamorado, como dentro de una ensoñación. Se había incrementado el sabor que le había quedado en los labios, acompañado por los sonidos que querían aflorar, pero estaban demasiado apagados y lejanos.

- Vamos. Vas a tocar ese objeto que está en el arcón, ven. Voy a guiarte al lugar a donde "viajaremos".

- ¿"Viajaremos"?

- Sí. A donde deberíamos ir ahora, es mucho más lejos, y perderíamos mucho tiempo valioso, yendo hasta ahí... sólo para ver qué recuerdas.

Beatriz mantenía su mano agarrando la de Dante. Abrió el arcón, y en su interior había una piedra amarillenta, con algunos cristales pequeños que podrían ser de cuarzo o silicio.

- Y, tocando esta piedra, ¿Qué va a pasar, Beatriz?

- Ya lo veremos. Hazlo ahora, Dante.

Mientras Beatriz mantenía aferrada la mano izquierda de Dante, él tocó la piedra con su mano derecha. Al instante salió de allí un resplandor blanco que los cegó a ambos momentáneamente.

"Dante continuaba embotado y no percibió ningún cambio.

- ¡Ey! ¡No pasó nada, es sólo una roca!

Beatriz le señaló adelante.

- ¿Estás seguro? ¡Miremos bien!

Todo alrededor de ellos era blanco inmaculado, como si hubiera estado cubierto por una niebla muy espesa. Pero delante había un agujero. Impresionante. Era como si el tejido mismo de la realidad, se hubiera abierto ante ellos. Dentro de ese orificio flotante se veía la arena del desierto, y a lo lejos, la conocida imagen de las pirámides.

Dante no salía de su asombro. ¿Nunca dejarían de sorprenderle estas cosas?

- ¡E... eso es Egipto...! ¡Y la pirámide... creo que es Giza!

- Sí. Pasemos.

De pronto los dos caminaban en la arena. Aunque soplara un poco de viento a su alrededor, y el calor debiera ser sofocante, a ellos no les afectaba para nada. La arena se deslizaba a su alrededor, sin meterse ni en sus zapatos ni en las sandalias de Beatriz.

- A donde nosotros tenemos que ir, es ahí.

Beatriz ayudaba a Dante, a transitar el trayecto hasta la inmensa estatua con cuerpo de gato.

- Es la Esfinge.

- ¡Pero su rostro está completo, no como la hemos visto siempre! - Dante estaba muy asombrado, aunque su mareo persistía y sentía su cuerpo lejano y ajeno, caminando como robóticamente, en la arena.

- Muy bien. Ya estamos aquí. Ahora tócala. Pero sin soltarme. La piedra que nos trajo acá es un trozo antiguo de la Esfinge. Ahora veamos a donde te lleva.

De nuevo, Beatriz permanecía tomada de la mano izquierda de Dante, mientras él tocaba la parte inferior de la estatua de piedra gigante. El viento del desierto arremolinaba el vestido largo y los cabellos rojizos de Beatriz.

Instantaneamente aparecieron en el centro de un habitáculo donde se elevaba una gran platea, con muchos grabados en oro y pinturas planas y coloridas. Encima, una figura imponente, tenía una mano alzada, en la cual portaba una especie de bastón con forma de interrogación. Su cabeza parecía la de un perro negro, aunque todo su cuerpo era de un hombre. Tenía el torso desnudo y sostenía delante de sí, unas tablillas de piedra, con la mano que no sostenía el gancho. En la parte inferior del cuerpo lucía una especie de pollera ceremonial, colmada de grabados, inscripciones antiguas e incrustaciones de piedras preciosas y ornamentaciones de oro.

A sus lados unos escribas, calvos y con ropas menos llamativas, anotaban algo sobre otras tablillas con un cincel. Adelante y detrás de esta plataforma donde estaba de pie la extraña figura, había un montón de personas que hacían reverencias, con las cabezas gachas, sin atreverse a mirarlo.

Ese ser, de cabeza de animal, balbuceaba algo..."

Nuevamente Dante estaba en el subsuelo pero ahora sentado en el piso, frente a la mesa con el arcón abierto, y sus lentes tirados en el suelo de baldosas, junto a él. Beatriz lo sostenía por debajo del brazo, intentando levantarlo.

Santino acompañaba al viejo ciego hasta ahí, mientras Virgilio observaba toda la escena, sosteniendo una carpeta entre sus brazos.

- ¿Qué decía? - preguntó Beatriz que había perdido la conexión antes que él.

- Dijo "Nebos Athanazos Kanpa".

Virgilio, muy satisfecho, había apoyado la carpeta sobre la mesa y había anotado minuciosamente las palabras que acababa de pronunciar Dante.

- ¡Ahí está! ¡Ya lo tengo!

Dante se levantaba trabajosamente. Aún le quedaba el eco en los oídos, la sensación de mareo y embotamiento mental, acompañado del sabor amargo dulzón en su boca.

- Sí. Pero dijo otra cosa. Dijo "Jnum".

Todos quedaron automáticamente petrificados.

- ¿Jnum? ¿Estás seguro?

- Sí.

Beatriz tenía un semblante serio y enigmático. Terminó de ayudar a Dante a ponerse de pie.

- Es un objeto de los Primordiales, los primeros dioses de Egipto. Y de Thoth. De ahí viene la frase...

- "Jnum Satis Anuket"- volvieron a repetir al unísono los otros, detrás de Dante.

- Significa "El principio nos lleva al fin sagrado de todas las cosas". ¿Captaste algo más, Dante?

Beatriz tenía ambas manos en su cintura, y mantenía en su invitado psicólogo, una mirada inquisitiva.

Dante se sacudía el polvo, de sus pantalones.

- Vi un lugar donde está ese "Jnum". Está en un sitio ritual muy antiguo, con un sarcófago - se colocó los lentes de marco negro, delante de sus ojos, y prosiguió: - Más tarde, fue edificada encima de este lugar, "Nuestra señora de Notre Dame", la famosa catedral en Francia.

- ¡Perfecto!

Los cuatro extraños personajes estaban delante de Dante, mirándolo con orgullo y satisfacción.

Beatriz, cerraba el arcón.

- Vamos a guardar este trozo de la Esfinge. ¿Pudiste ver exactamente dónde está el Jnum, en "Notre Dame", Dante?

- Sí.

Virgilio atesoraba nuevamente la carpeta entre sus brazos, como si se tratara de la más valiosa escritura de un palacio o de un país entero.

- ¡Vamos a comunicarle esto a Crowley! ¡Estará encantado!

Edityr tenía una expresión seria y apuntaba su rostro directamente a Dante, como si supiera exactamente dónde estaba parado. Inquietante.

- Seguramente vamos a ir allí. Serás nuestro guía turístico...

Santino, con su cuello embutido entre los hombros, solamente se limitó a reír de manera estúpida, en un gesto muy común en él.  

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top