1
Dolor, muchísimo dolor.
Sangre. Sería lógico que se desangrara, pero no ocurrió.
Alguien gritaba en alguna parte y a Danka le parecía un milagro que sus oídos pudieran registrar el sonido, dada la reciente explosión.
Estaban acabados. Estaban muertos.
¿Pero no fue así desde un principio? Claro que sí.
Era irónico que su hermano la haya salvado de una muerte segura, para terminar igual: a punto de ser asesinada.
Aunque, si lo pensaba con más detenimiento, este sí era el mejor escenario posible. Morir en batalla, calcinada e irreconocible para la posteridad, en lugar de un campo de concentración de los que tanto había escuchado entre las filas.
Prefería pensar que Bill no había corrido dicha suerte, que estaba por ahí, en alguna parte, en la clandestinidad, pero vivo. Prefería imaginarlo... Oh, dios. Quizás si se quedaba quieta y esperaba su suerte, toda esta mierda se detendría de una vez.
—¡AYUDA! —gritó una voz familiar, que la agarró de las entrañas y le dio fuerza para levantarse a pesar de que todo le dolía—. ¡No, no, no! ¡No puedes dejarme! ¡Despierta!
Aunque sentía que la cabeza le retumbaba, se incorporó y buscó a su mejor amiga Kaoru, en medio de las llamas. Era extraño, pero cuando lo sopesó un momento, ya no. Los habían bombardeado. Deberían estar muertos, pero... No lo estaban.
Al menos no todos.
Kaoru Uchiha seguía gritando, por lo que gateó hacia ella y comprobó lo que su primer instinto le había dicho. Sus ojos comenzaron a arder inmediatamente ante la visión del cuerpo a los pies de la chica de ojos violeta.
Unos ojos del mismo color, mirando el cielo, pero ajenos a cualquier chispa de vida, inexpresivos, mientras la sangre brotaba a borbotones de su boca, como si se hubiera ahogado con ella. Entonces recordó que, segundos antes de la explosión, Kosuke había activado un campo de fuerza alrededor de los cuatro y estuvo segura de que amortiguó el ataque por todos.
Ahora su cuerpo yacía sin vida. Y, aunque no se veían heridas en su cuerpo, sabía que los hermanos Uchiha no podían acceder al máximo potencial de su fuerza vital sin un costo. Uno que Ko había pagado por la vida de sus compañeros y de su hermana. Por un día más, un amanecer, aunque ya no significara lo mismo sin su sonrisa.
El llanto de Kaoru invadió las ruinas del fuerte en el que se encontraban e hizo temblar el suelo bajo sus pies. El lamento por su hermano fallecido levantó las piedras y los rodeó de una luz violeta que fue el espectáculo más tristemente hermoso jamás visto y Danka se preguntó cuántas vidas se necesitan para superar la muerte de tu otra mitad. Deseó que el tiempo, la próxima vez, lanzara los dados lejos de Kaoru o que, por lo menos, si hubiera siguiente vida más allá de la devastación, lo salvara.
—No puedo —sollozó, con su rostro escondido en el pecho de Kosuke—. Sin ti no puedo, por favor, Ko...
Por unos instantes, creyó que Kao se dejaría llevar por el pánico, pero lo que presenció fue aún peor. Fue como si se apagara, todo rastro de su llanto se perdió en su interior y Kaoru dejó que su alma la abandonara, mientras la muerte hacía lo suyo con el cuerpo de su hermano mayor.
En ese momento, el cuarto miembro de la escuadra, enviado a esta misión suicida, tosió, haciendo notar su presencia, cerca de los escombros que delimitaban el campo de fuerza con el que Kosuke se había sacrificado.
Danka se secó las lágrimas de manera inútil y fue hasta Daniel. Lo examinó y, joder, un maldito pedazo de muralla le aplastaba la pierna derecha. No lo pensó. Ni siquiera le dio cabida a las opciones, solo actuó para liberarlo y comenzar un rápido escape. Como pudo, levantó el concreto, no exenta de esfuerzos. Sin embargo, cuando hizo el examen de rutina que les habían instruído en la Academia para dichos casos, se percató de que tenía el fémur roto y así no podrían...
—Tienen que irse —dijo Daniel Neveu y la chica de cabello castaño ya no veía nada a través de las lágrimas otra vez, por lo que comenzó a negar frenéticamente—. Sí. Danka, escúchame, tienes que llevarte a Kao. Ahora.
—No, Dani, debes venir —sollozó Huntzberger—. Entre Uchi y yo te podemos llevar, te cargaremos hasta la base y...
—Danka.
—¡No!
—Por favor, escúchame —suplicó Daniel, tomándole la mano—. Eres la única que puede sacar a Kaoru con vida de este infierno, después de todo, si corrimos este riesgo, fue para venir a salvar su posición. Porque valía la pena. Los tres que vinimos, estuvimos de acuerdo en que valía la pena morir intentándolo.
Su corazón no podía con tanto, no podía creer que estuvieran teniendo esta conversación, si hace unos días... La quietud de antes parecía de otra vida. La mirada atormentada de Neveu lo confirmaba.
—Ko está muerto, Dani, no vamos a salir de aquí sin tu ayuda —refutó.
—¡No digas eso! —exclamó, a duras penas y haciendo un gesto de considerable dolor, al intentar sentarse—. Si salen ahora, podrán llegar a la base antes de que los putos alemanes nos alcancen. No puedes dejar que te capturen, Danka. Ellos no van a tener misericordia contigo ahora que saben lo que eres.
Una rebelde. Una rebelde con ascendencia israelí. La peor escoria a ojos del régimen. Eso sin contar que era el objeto de deseo del arma de destrucción masiva que tenía su grupo.
—No te puedo dejar aquí.
—Aun así, debes hacerlo. Escúchame. Adam me va a matar si no hago lo posible para que tú también huyas.
Adam.
Adam. Adam. Adam.
Oh, por dios.
Claro que él haría una amenaza así. Una que trascendiera incluso la muerte. Adam era el único que podría volver a matarte, aunque ya hubieras dejado de respirar.
Y Danka le había jurado que regresaría ilesa.
Por supuesto que él había obligado al resto a prometer que la protegerían. Maldito, lo amaba tanto y le enojaba en partes iguales su tozudez. Mucho más si pensaba que Seitz no la había dejado despedirse con un beso antes de venir a rescatar a Kaoru. Porque cuando se trataba de determinación, ninguno de los dos quería perder.
"Tendrás que dármelo cuando vuelvas, piękna. Jamás te perdonaré si no lo haces" le había dicho. "Te buscaré en el inframundo solo para que me puedas ver destruirlo. Jamás te invocaré, por lo que tendrás que lidiar con haberme dejado solo. ¿He sido claro? No te atrevas a morir, maldita sea, o te haré personalmente responsable de la sangre que cobraré y que me hará un monstruo"
Los poderes de Adam eran una cosa impredecible y si había algo que Danka temiera al punto de los escalofríos, era que él perdiera el control de estos. Ya lo sabían todos, él era peor que una bomba atómica, era la condena y la perdición.
Pero para Danka, el peligro de esa fragilidad le parecía lo más hermoso que jamás hubiera experimentado. Porque era de ella, su propiedad. El amor de ese hombre le pertenecía.
Todavía sentía el ímpetu de sus palabras. Recordaba que en ese momento, más que besarlo, había querido quitarle la ropa y el aliento.
Su tarea era seguir respirando hasta volver a verlo. De lo contrario, veía muy capaz a Adam de desatar una nueva guerra. Una que nadie más que él podría ganar.
Sus ojos azul zafiro fueron todo lo que Danka pudo pensar. Regresaría y le pediría que jamás la dejara ir a ninguna parte, que se la llevara lejos de todo. Sí, eso sonaba bien. Que comandase un ejército de muertos a resguardar una isla desierta en la que solo existirían ellos y su amor.
Danka Huntzberger volvió al presente y se encontró con la mirada castaña de su mejor amigo. Rebosaba resignación y lo odiaba, odiaba que lo único que conocieran de la vida fuera dolor. Entrenados para matar o ser asesinados, sin terreno gris entre ambas opciones. Enfocados en morir por una causa que no era ni la suya... Es decir, era de sentido común no querer que el tirano alemán siguiera emponzoñando Europa, pero ¿por qué tenían que luchar ellos? ¿Por qué no podía ser alguien más?
—Dani, no te puedo dejar —sollozó, harta de la muerte y su descomposición. Pensó en las fogatas que hacían cuando la guerra todavía era luchada por humanos promedio. Neveu tenía una voz tan hermosa, que muchas veces se había quedado dormida en el regazo de Adam, escuchando su voz, al cantar en francés—. ¿Qué vamos a hacer sin ustedes?
—Resistir un poco más —respondió el rubio—. Si uno de nosotros ve un amanecer después de la guerra, solo uno, me doy por pagado. —Suspiró pesadamente—. Intenta ser tú, enana.
Sonaba como algo mediocre a lo que aspirar, pero Danka lo entendió con todo su corazón y le pareció que no había alma más noble que la de su mejor amigo (o hermano mayor autodesignado, como se había puesto él).
—Ahora ayúdame a sentarme bien —pidió, recargando las municiones de su arma, a duras penas. Pero eso no era realmente un problema. Si Daniel Neveu ponía su gatillo sobre ti, estabas muerto, un francotirador de su categoría era letal, sin importar lo herido que estuviera—. No me voy a ir sin llevarme a unos cuántos. Eso les debería dar un poco más de tiempo.
—Dani...
—Trae a Ko, lo quiero cerca mío cuando todo acabe.
Del pecho de Danka emanó un sollozo que tiró de su espalda como si esta hubiera recibido un latigazo.
—Que no te atrapen, Dani, por favor...
El aludido le dedicó una sonrisa lobuna tan típica de él, mientras se abría el overol y le mostraba aquello que ella misma tenía bajo la ropa: un chaleco explosivo. Danka soltó una risa melancólica.
—O tal vez los deje —insinuó Neveu.
Ambos, ella y su mejor amigo, eran de los miembros de la escuadra más "humanos". Literalmente, su grupo estaba lleno de personas extraordinarias y con poderes sobrenaturales, y ellos... Bueno, ellos solo eran increíblemente habilidosos. Por ese motivo, los proveían de un arma con la cual inmolarse, en caso de ser necesario.
Las destrezas de Danka la ponían en la categoría de espía e incluso sicaria, podía llegar a ser un fantasma si se lo proponía, así que hizo uso de la sangre fría adoptada en su entrenamiento y se puso manos a la obra. Rápidamente, movió el cadáver de Ko y lo acomodó junto a Daniel, mientras Kao, a sus espaldas, continuaba en shock.
Neveu estaba pálido, seguramente por la laceración en su pierna. Pero de alguna forma se mantenía consciente. La cabeza de Ko reposaba en la extremidad que tenía ilesa, mientras aseguraba una óptima posición de tiro. Danka lo abrazó una última vez y era como si le arrebataran el corazón de cuajo.
—Adiós, Dani —dijo, porque no le daba el alma para nada más, a pesar de que tenía tanto que decirle.
—Soy solo un hijo de puta más. Nadie me va a extrañar. No tendré una vida por todo lo alto como siempre me imaginé. Nadie recordará esta mierda, cariño, pero qué importa...
—Yo sí te recordaré.
—Con eso me basta —respondió, con una solitaria lágrima recorriendo su rostro—. Adiós, enana. —Le besó la frente—. Ahora corre antes de que comience la pirotecnia.
Ella rió nerviosamente y tomó a Kaoru, que parecía catatónica. Le tomó el pulso para asegurarse de que estaba con ella y al comprobarlo, se abrió paso entre los escombros y las llamas casi extintas.
No miró atrás.
...
Por su parte, Daniel Neveu se permitió llorar de frustración y de dolor. Intentó tragarse los gritos que lo embargaban, pero no lo consiguió del todo. Mientras veía las largas trenzas de Danka desaparecer, se aferró a esa pequeña esperanza de haberlas salvado y que todo esto no fuera en vano.
Minutos más tarde, cuando ya creía que se iba a desmayar, recordó lo que alguna vez Kosuke le dijo:
"Si alguna vez me necesitas, solo debes pensar en mí".
"Lo que me faltaba, ahora eres un puto psíquico" le había respondido.
"Hay cosas sobre la energía de la tierra que no entiendo aun, pero tú eres mi familia. Haría lo que fuera por ti"
—Tenemos que matar algunos alemanes, Ko —le habló al cuerpo inerte de su amigo—. Para que Kao y Dankie lo logren, ¿me vas a ayudar o qué? —Casi le sonó como una recriminación y tuvo que recomponerse para volver a hablar—. Estoy pensando en ti. Te necesito.
Se sintió de lo más absurdo, deseando que volviera a la vida o algo por el estilo. No obstante, siguió pensando. Las veces que su cuadrilla de entrenamiento ganaba alguno de los desafíos y se iban todos juntos al lago, cómo le gustaba el agua a Kosuke. En sus chistes melancólicos. En cómo parecía ser un romántico empedernido al lado de Darla. En cómo nunca había visto una fuerza de la naturaleza tan grande como los ojos de Ko, cuando se enteraron que Kaoru estaba en problemas.
Ruidos se escuchaban a su alrededor y supo que era hora. Le agradeció a Kosuke el darle unos minutos de paz antes del fin y sujetó el arma, dispuesto a matar. Tenía que esperar el momento preciso, tenía que mantenerse despierto hasta ver en ellos la realización del fracaso.
Cuando aparecieron los primeros, no supo lo que estaba pasando, hasta que la luz roja a su alrededor se hizo incandescente, luz que hacía que todas las balas que iban en su dirección, se perdieran antes de llegar a destino. Todos lo observaban estupefactos y lo cierto es que compartía el sentimiento.
El rojo era el color de la firma del aura de Kosuke. Y no tuvo idea de cómo, pero disparó hasta vaciar el cartucho de municiones, llevándose con cada bala a un maldito soldado. Cuando estuvo rodeado, el que parecía el general pidió cesar el fuego y exclamó:
—¡Hay dos fugitivas! —exclamó con furia—. Quiero a Huntzberger con vida, la otra no me interesa. Quiero a la basura polaca a mis pies, cuando empale a su puta. —Finalmente, lo miró con desdén, como si no fuera nada y Daniel Neveu añoró la vida sin ataduras que nunca tendría—. Arresten a estos dos. Seguro les podemos mandar a sus amigos un correo con sus cabezas.
Daniel no necesitó oír mucho más, solo rezó para que no hubiera nadie que las estuviera siguiendo. Que Danka y Kaoru lo logren, imploraba en su mente, una y otra vez.
Cuando jaló del seguro de su chaleco kamikaze, no le tuvo miedo a la muerte. La recibió de la mano de Ko y entonces ya no se sintió tan jodidamente solo.
Todo se volvió brillante, se sintió arder, experimentando tal dolor, que su cerebro simplemente dejó de registrarlo casi de inmediato. Creía que la muerte era oscuridad, pero fue una incansable luz.
Luego, nada.
Varios metros a la distancia, Danka Huntzberger sintió la explosión y cómo ésta tambaleó su eje. Sin embargo, no miró hacia atrás, ni dejó de correr.
Kaoru se había quedado dormida mientras la cargaba. Solo los árboles la escucharon llorar.
Solo ella supo que su corazón no resistiría la muerte de alguien más.
Y solo él, varios kilómetros más allá, en la base, supo que la misión había sido un completo fiasco. No iban a vivir para contarlo.
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No tengo excusas, salvo que cuando adolescente era muy dramática. Bueno, lo sigo siendo, pero bueno. Mejor les dejo hablar a ustedes---->
Fuera de todo el caos, me gustaría saber si es que les gusta esta narrativa o prefieren mis narraciones en primera persona. Curiosidad de escritora para seguir mejorando <3
Gracias por leer <3 Cali;
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