XIII. Dove andranno i giorni e noi
Will you still love me
When I'm no longer young and beautiful?
Young and Beautiful – Lana del Rey
Era una escena casi de telenovela ver a Giorno armando una maleta llorando mientras Bruno lo animaba desde la silla del tocador, con una sonrisa en la cara, pero con la sensación de nido vacío colándose en su corazón.
Giorno, a quien Bruno siempre vería como su pequeño hijito, se iría a vivir con Mista.
El chico ya tenía allá algunas cosas, pero dejaría otras en casa de Paolo y Bruno en caso de tener que volver por algún motivo. No quería asumirlo, pero podía pasar, así como alguna vez a Bruno le tocó regresar.
Sin embargo, tras convivir con Mista, en ocasiones por casi un mes, se había dado cuenta de que se llevaban bastante bien y que su química no era solo puertas afuera. Se organizaban bien, no solían discutir y siempre estaban trazando planes juntos. Además, la brisa marina los acompañaba en cada jornada después de que Mista decidió migrar del pequeño departamento a una cabaña en la playa, y esa sensación de bienestar era impagable.
Bruno quería decirle a Giorno que no llorara y que todo estaría bien, pero no alimentaría mentiras. La vida de pareja y la convivencia eran una aventura tan grandiosa como difícil, así que dejó que Gio llorara y se despidiera de su casa de infancia con todo y tristeza. Lo que si le aseguró, fue la posibilidad de volver y ser recibido con todo el amor que merecía.
El obstáculo para que Giorno armara la maleta fue precisamente eso: sentir que salía de un lugar en donde era profundamente amado, para ir a otro en donde no tenía más garantía que la palabra y las obras de Mista, y sintió miedo. Lloró más de lo que Bruno pensó que lloraría y al final terminó abrazándolo y postergando la maleta para el día siguiente.
Toda esa llorada lo dejó seco, así que al otro día ya no derramó ni una sola lágrima. Se veía agotado, los ojos hinchados y los suspiros iban y venían, pero estaba contento. Armó su equipaje con ayuda de Bruno y no pasó mucho tiempo hasta que Mista pasó por casa tocando la bocina y bajando inmediatamente a ayudar a Giorno con las maletas. Bruno los siguió, acarreando algunos muebles faltantes, y cuando ya estuvo todo dispuesto, padre e hijo se quedaron mirando frente a frente, Giorno en la puerta de la casa, y Bruno en el porche.
Así sería, desde ahí en adelante. Giorno en su casa, Bruno en la propia.
No era como despedirse de Giorno cuando iba a casa de Abbacchio y saber que el chico volvería a casa al otro día. Tampoco era como si no fuera a verlo nunca más. Pero, de todas maneras, el frío que sintió al volver a casa y encontrar solamente el silencio de Paolo dormido, fue sin duda entristecedor.
Ya quería que llegara el día en que Giorno fuera a visitarlo.
Por su parte, el chico recorría su nuevo hogar como si no hubiera estado allí nunca. Deslizaba la mano por los muebles, sonreía mirando a cada rincón, mientras Mista, pacientemente, se ocupaba de las pertenencias delicadas de Giorno, que iban envueltas en plástico con burbujas y con papel de periódico.
Pronto, Giorno comenzó a escuchar los sorpresivos pop de cada burbujita siendo reventada. Bruno no lo dejaba hacer eso, porque le decía que algún día servirían para envolver cosas. Sonrió para sus adentros, pero no le diría nada a Mista, porque simplemente, no esperaba tener que ocuparlos nunca.
Fue a verlo, y su novio lo miró, culposo.
—Esto es tan terapéutico
—Lo sé, me encanta
Giorno se sentó junto a su novio a reventar burbujas también, y cuando ya se le cansaron los dedos, apoyó su cabeza sobre el hombro de Mista.
—Cuando recién empezamos... no dimensionaba que llegaríamos a esto
—Nadie piensa demasiado en el futuro, ¿no crees?
—Es cierto. Sólo sé qué ahora estoy feliz
—¿Y yo? Estoy viviendo un sueño, Giorno
El rubio lo miró fijamente, antes de besarlo y relajarse en su abrazo hasta casi hacerse fluido como el agua. Y así, tan juntos y ahora tan solos, fundieron su cariño sobre la cama con la sensación de ser tan libres como el mar.
Ya no había vecinos que pegaran un incómodo cartel en el ascensor para el gritón del 503.
~
So many tears I've cried
So much pain inside
But baby, it ain't over till it's over
So many years we've tried
To keep our love alive
But baby, it ain't over till it's over
It Ain't Over 'Til It's Over – Lenny Kravitz
Giorno ya estaba tomando costumbre de que la casa Buccellati ya no era la propia y que las veces que pasaba allí, era como una visita. Por supuesto que su padre y su abuelo lo hacían sentir como en casa, tal como fue siempre, pero Giorno sabía que a cierta hora tendría que volver a casa. Solía ir a verlos algunas tardes, antes de ponerse el sol, o almorzar con Bruno cuando conseguía tener tiempo por la universidad y coincidía con la hora de colación de su papá.
A esas alturas de la vida, sin Giorno en casa, Bruno y Paolo se acompañaban, pero no siempre tenían novedades. Giorno suponía que hacerse mayor era tener una vida cada vez más simple y llegaba un punto en donde nunca había nada nuevo que decir, por eso le sorprendió cuando Paolo le comentó, muy en secreto en la cocina, que Bruno no estaba llegando a dormir y aparecía a eso de las seis de la mañana y fingía haber pasado la noche en casa.
A Giorno le encantaban los chismes, siempre y cuando no fueran de él ni su familia, por lo que, de buenas a primeras no tuvo una buena sensación. El viejo no sabía mucho más, y de hecho estaba diciéndole a su nieto por si es que él sabía algo, pero lo había tomado por sorpresa.
No estaba mal que Bruno saliera e hiciera su vida. Si quería, podía casarse de nuevo, e incluso, a Giorno le alegraría bastante un hermanito. Pero no le agradaba eso de andar con secretos y cosas a escondidas, y por supuesto que a Paolo tampoco le parecía bien.
Quizás Abbacchio sabía algo. Tenía ese don de saber siempre sobre Bruno aunque Giorno no le contara nada. Vendría bien ir de visita como hijo adulto e independiente, no estando obligado a ir, aunque Giorno debía reconocer que desde hacía bastante tiempo se sentía natural en casa de Leone y sin presiones.
El departamento de Abbacchio era un buen lugar. A Giorno no le gustaba mucho eso de vivir a metros del suelo y no tener patio, pero pese a esas incomodidades personales, era un excelente espacio. Grande, bien decorado (Leone siempre tuvo muy buen gusto), y con una distribución ideal. El cuarto de Giorno recibía el sol de la mañana y por la tarde era fresco y agradable. Tenía su propio closet y baño privado, así que Giorno no pedía más.
Ese día, Giorno protestó al echar a correr la llave del agua y ver que no salía nada. Abbacchio estaba al teléfono en algo importante, así que Giorno no perdió el tiempo en avisarle nada y partió hasta el baño de su padre. Su pieza era genial, a Giorno le encantaba, aunque no fuese su estilo, reconocía que ese espacio era en sí arte. El baño también era estupendo, Giorno era muy observador de los detalles puestos allí con delicadeza.
Un cepillo de dientes extra llamó su atención. Probablemente, Abbacchio tenía a otro novio. O quizás algo así como un touch and go, no era de extrañar. No, eso no, una pareja de un rato no deja un cepillo de dientes en otra casa, ¿o sí? Bueno, Giorno no tenía mucha experiencia en relaciones amorosas como para juzgar. Aunque, él tuvo sus cosas bastante rápido en casa de Mista antes de decidirse a vivir con él. A lo mejor Abbacchio estaba en algo serio.
Giorno no tenía problemas para preguntar las cosas directamente, y estaba dispuesto a hacerlo, pero decidió explorar un poco más mientras Abbacchio seguía discutiendo asuntos por teléfono. Revisó las repisas y vio lo de siempre: máquina de afeitar y crema, y un repuesto de papel higiénico. Al otro lado había una botella de loción media vacía y un desodorante. Nada anormal.
Ya haciendo las cosas más misteriosas, se puso a revisar los cajones del mueble del baño. Eso fue como observar la estructura de un iceberg, desde la inocente punta hasta el perturbador final, y a Giorno le temblaban las manos, mientras miraba a cada segundo hacia la puerta por si su padre venía.
En el primer cajón había repuestos de máquina de afeitar, toallas húmedas, lociones y ese tipo de cosas. En el siguiente, condones, lubricante, tangas, una mordaza y otros artículos sexuales que Giorno no se atrevería a tocar y apenas soportó mirarlos, y cerró el cajón de golpe (arrepintiéndose inmediatamente por el ruido, cubriéndose la boca y saliendo a mirar. Abbacchio seguía peleando con su compañero de trabajo). Quedaba un cajón, y Giorno no quería saber con qué pesadilla se encontraría, pero lo carcomía la curiosidad.
Tomó un profundo respiro, y abrió el cajón. Había un inocente cepillo de pelo entre toallas de baño. Giorno lo miró, durante unos segundos, antes de agarrarlo y sacarlo para verlo con más claridad.
El cepillo tenía una maraña de cabellos negros largos.
Negros azulados.
Eran los putos pelos de Bruno, sin duda.
Giorno guardó el cepillo y, cual señora abochornada, se llevó una mano al pecho y respiró profundo. Podía ser otra persona parecida a Bruno. No sería extraño que Abbacchio hiciera una indignidad como esa. Pero Giorno no quería engañarse a sí mismo, sabía bien que era Bruno, ¡demonios, si el cepillo era hasta blanco con lunares negros! ¿qué duda podía caber?
Giorno salió del baño, con un tono de piel casi verdoso identificado en el pequeño segundo en que miró su reflejo al abandonar el lugar. El shock fue evidente, por lo que Abbacchio le preguntó si estaba bien, y Giorno simplemente dijo que estaba algo mareado y que le hacía falta algo dulce. Entró a la cocina, sacó un pedazo de chocolate y lo masticó de mala gana mientras Abbacchio le preparaba un vaso con agua y azúcar.
Y Giorno vomitó la pregunta. Abbacchio incluso hubiera preferido que lo hubiera hecho en forma literal antes que dar respuesta a eso.
—¿Tú y papá volvieron?
—Giorno... —El rostro de Leone palideció, aún más de lo que era por naturaleza. —¿Por qué se te ocurre eso?
—Intuición
—Yo también tengo una buena intuición y sé que esa idea tuya no se te ocurrió de la nada
Giorno no esperaba que Leone fuese tan perceptivo. Lo imaginaba más tosco y bruto con esas cosas, y resultaba algo triste darse cuenta de que en realidad no lo conocía tanto como se deberían conocer un padre y un hijo, aún a esa edad y tras tantos intentos de entrar en confianza.
—Es que... tengo la sensación de que ustedes, ambos, están en algo, con alguien, y me gustaría saber si es entre ustedes, o con otra persona, porque si fuera con alguien cualquiera, papá me habría dicho, pero no me ha dicho nada, ¿por qué lo escondería?
Giorno terminó hablándole a las paredes y a los cuadros antes que a Leone. El hombre simplemente suspiró y se dejó caer con pereza en el sitial. Miró por la ventana, buscando nada, esquivando la mirada de Giorno, y lo confesó.
—Es verdad. Aunque... no sé si volver sea el término adecuado
Ni siquiera era algo serio. A Giorno le hirvió la sangre, y no podía saber exactamente por qué. Ellos eran adultos que podían hacer lo que les viniera en gana. Ya no lo estaban cuidando, así que lo que hicieran con su vida amorosa, no le afectaría. Pero no conseguía quitarse de la cabeza que quien saldría mal de todo eso, sería Bruno.
—No juegues con él
—¿Jugar? Giorno por favor, le he rogado volver, he querido gritarle a todo el mundo que queremos empezar de nuevo. Es él quien no quiere decirle a nadie y tenerme escondido
Apenas lo escuchó, Giorno no creyó, pero luego sí le encontró sentido. Bruno era orgulloso y no haría gala de algo si tuviera temor a fracasar. Seguramente era eso lo que sentía, miedo a tropezar de nuevo con la misma piedra y que todos supieran.
El departamento se mantuvo silencioso un rato. Ni padre ni hijo quisieron hablar, no por molestia, ni incomodidad. Era como cerrar una verdad y no tener mucho más que decir, aunque a Giorno le hubiese gustado tener a ambos padres al frente y preguntarles por qué no arreglaron las cosas cuando los necesitó a los dos juntos.
Pero esa era una herida de la que sólo quedaba una cicatriz. Quizás el momento era ahora, y antes sólo habría causado más dolor, o nunca habría cerrado.
—En fin. Ustedes verán
Abbacchio sólo respondió con un uhum ronco y conforme. No volvieron a hablar del tema hasta que Giorno, sagaz e instigador, no se guardó las palabras antes de despedirse.
—No sean idiotas, júntense e invítennos a comer. A Guido y a mí. Cocinen algo, que no parezca que soy el hijo de padres separados que va a visitar a uno y luego al otro y termina engordando por comer allá y acá
Abbacchio dejó salir una risotada y luego puso un gesto agridulce, el ceño fruncido, y una sonrisa desgraciada.
—Bruno tendrá que estar de acuerdo
Giorno sólo le dijo adiós, que se cuidara, y caminó hasta el ascensor, rumbo a su nueva casa. Había sido un día de revelaciones tan importantes pero tan absurdas que costaba tomarles el peso. Por un momento pensó si es que estaba soñando tal tontería, pero un beso de Mista al llegar a casa se sintió tan carnal que sabía que nada de lo que había pasado era producto de su inconsciente.
~
Silly games that you were playin'
Empty words we both were sayin'
Let's work it out, boy, let's work it out, boy
2 become 1 – Spice Girls
Todo fríamente calculado.
El compañero de habitación de Fugo iba a salir, tendría la habitación para él solo, pero por un par de horas solamente. Narancia llegaría, si todo salía bien, un poco antes de que el chico saliera, así que Fugo iría a esperarlo al terminal esperando que al llegar al dormitorio, Formaggio no estuviera allí.
Era el día perfecto, Narancia no tendría ningún examen en los días siguientes, ni Fugo tampoco, así que ninguno tendría que rematarse estudiando.
Las cosas no solían salir siempre tan bien, así que Fugo estaba nervioso. No era de esas personas afortunadas como Mista que absolutamente todo les sale bien y si algo va mal, lo revierten para su conveniencia. Para Fugo el lema era, si algo puede salir mal, saldrá peor.
Pero hasta ese momento, todo iba perfecto. Narancia había llegado a la hora, y lo buscaba con la mirada en el terminal, con su bolsito en un hombro y muy pendiente de todas sus pertenencias.
Cuando Fugo lo miraba desde lejos, no podía creer que estaba mirando a un hombre, pues Nara parecía chiquito e inocente entre la multitud.
Al encontrarse, corrieron a abrazarse y saludarse con efusividad. Narancia había sembrado esa intensidad en él, que en realidad siempre tuvo en hibernación hasta aclarar sus sentimientos por su amigo. Ese Fugo que sólo dejaba salir su espíritu en forma de furia, se había convertido en alguien mucho más expresivo y alegre, al punto que sus compañeros de universidad nunca conocerían al Fugo del pasado.
La pareja iba en el taxi hablando de una y otra cosa, la universidad, los chismes, los vecinos, las novedades, y eso de lo que no hablaban pero que escurría de un cerebro a otro por telepatía eran los planes para el día. Narancia, con una sola mirada y un gesto con la boca preguntó si el dormitorio estaba solo, y Fugo asintió. Luego, Narancia toqueteó el bolsillo interior de la chaqueta de fugo, a la altura del pecho, y encontró el paquetito cuadrado.
—¿Por qué sales a buscarme con él en el bolsillo? — Narancia preguntó, con voz bajita, mientras el taxista conducía en plena ignorancia
—Porque yo siempre pienso en todo. Imagínate, si no encontrábamos ni taxi, ni autobús, ni nada... habríamos tenido que ir por ahí, no sé, a un motel— susurró
—Pero allí dan condones, Fugo
—¡Pero me gustan estos!
—Okay, okay, pero ¿Panni cómo no íbamos a encontrar taxi? Está lleno de taxis
—Pues yo tengo muy mala suerte y lo sabes
—Está bien, sí te creo
Narancia desvió la mirada. Con sus dedos cabalgaba sobre su rodilla. Estaba nervioso. Ya no podía decir que eran nervios virginales, Fugo y el habían aprovechado bastante bien cada viaje para al menos derribar unos cuantos tabúes y lo habían dado absolutamente todo en el proceso. Un oral al final del autobús (el cual Fugo recordaría con una culpa placentera durante toda la vida), un adiós a la virginidad de Narancia menos accidentada que la de Giorno, pero con menos tiempo para los abrazos y ese cariño posterior al orgasmo que hace todo más dulce, otra tarde de entrega en cuerpo y alma de Fugo dispuesto a ser pasivo y que tuvo a Narancia al límite, viniéndose a los dos minutos de entrar.
Esa vez fue un fracaso que terminó causándoles risa, pero sí extrañaban poder tener un lugar y un tiempo para disfrutarse y adorar el cuerpo del otro como era merecido.
Llegando al dormitorio, no hubo segundos que perder, ni preguntas que hacer, ningún comentario sobre el orden ni los colores nuevos de la pared, nada, sólo un beso firme y fuerte de Fugo a su novio, que los hizo hundirse en la cama sin ningún pudor.
Fugo se irguió, miró un poco a su alrededor, chequeando que su compañero realmente no estuviera, pero sin dedicarse demasiado a ello, simplemente una mirada y luego bajó a comerle el cuello a Narancia. El muchacho aún lidiaba bastante con las cosquillas, así que los apasionados besos siempre estaban repletos de risas y eso sin duda lo hacía más natural entre los dos.
Si no había risas, simplemente no era estar con Narancia.
El delgado muchachito tenía una fuerza impresionante, y con las piernas agarró firmemente a Fugo para tenerlo pegado a él, sin desperdiciar ningún segundo de contacto, y rodó sobre la cama para quedar arriba y dominar la situación.
Pannacotta no conocía ese lado de Narancia antes de hacerse pareja, y era algo a lo que estaba amando acostumbrarse. Tampoco era que le pareciera un chico sumiso, sino que simplemente sólo había visto la faceta de Nara amistoso y siempre bajo una mirada platónica.
Que maravilloso había sido arriesgarse y cruzar ese río de fuego que ardía entre los dos por tanto tiempo.
Narancia besaba sus labios con desespero mientras las manos se deshacían de la ropa completamente a ciegas. Ambos olvidaron que en ese dormitorio vivía alguien más y dejaron de preocuparse por si llegaba o no. Quisieron apostar a creerle que llegaría en la noche, y si llegaba antes, pues que presenciara un buen espectáculo.
Cuando Fugo levantó las caderas para quitarse el bóxer, juntó las piernas con timidez, ocultando toda su intimidad. Fugo no tenía vergüenza, pero guardaba una sorpresa que sabía que a Narancia le gustaría ver así que le daría la oportunidad de descubrirlo por sí mismo. Sin embargo, el muchacho moreno no se obsesionó con lo que había entre las piernas de Fugo en ese momento y siguió repartiendo besos por su cuello y pecho, y acariciándole la cintura, bajando lentamente por sus caderas, muslos, y luego subiendo hasta sus nalgas, hasta encontrarse irremediablemente con una brillante joya roja entre sus glúteos. Sonrió al verla, y miró a Fugo a los ojos. Sus mejillas estaban teñidas de un rosado intenso y su cabello esparcido sobre su frente.
—Ya te has preparado, Fugo...
—Pues...
—¿Y estuviste con eso en el culo todo este rato? ¿Cuándo me fuiste a buscar, y en el taxi, y—
—Sí, sí— se apresuró en responder, algo avergonzado
—Es hermoso Fugo, me encanta
Narancia comenzó a juguetear con el butt plug, tirándolo lentamente un poco hacia afuera, apenas asomando la parte más gruesa, mientras Fugo intentaba mirar qué pasaba, respirando duro, intentando relajarse. Se distrajo buscando lubricante en el velador, y chorreó algo del contenido sobre el juguete y su piel. Narancia sacó el juguete por completo de su interior, y Fugo dio un pequeño respingo ante la sensación de vació e inmediata intrusión, a la que Narancia comenzó a acostumbrarlo con los dedos.
Fugo no desperdició sus manos y comenzó a masturbarse, mientras el butt plug abandonaba su cuerpo tan pronto como volvía a ingresar, y con la otra mano Narancia le acariciaba un pezón.
Hacía tiempo que Fugo no se sentía así, completamente utilizado, pero no como un objeto, sino casi como una adorada divinidad. Las manos de Nara se sentían recorrer todos los rincones de su carne y la sensación era como si de la nada hubiera más de dos manos sobre su cuerpo, más de una persona amándolo, y es que Narancia lo había hecho todo siempre para que Fugo se sintiera sobrado de amor. Se daba cuenta que antes le había costado expresarlo y ambos habían actuado de maneras contradictorias con sus sentimientos, pero en el último tiempo se esforzaron por compensar todas las muestras de cariño que faltaron entre ambos durante lo que duró su amistad.
Giorno se sorprendería de saber que a sus amigos, que antes se gruñían y pellizcaban ante la mínima provocación, ahora sufrían al momento de romper un abrazo.
Fugo se elevó apoyando los codos sobre la cama y luego alcanzó el rostro de Narancia para invocar sus besos. No hubo que decir palabras ni pedir nada, el moreno se acercó hasta su boca, posándose sobre el cuerpo desnudo de su novio, y acompañando su condición desvistiéndose también. Un acto que alguna vez estuvo cargado de pudor y vergüenza, era ahora tan fluido como el tiempo. Quizás esa presión por encontrarse siempre en espacios y momentos limitados, los obligó a no perder ningún segundo en sonrojos y torpezas. La ropa se despegó de la piel como un ave emprende el vuelo, y se perdió en un rincón de la habitación.
Mientras el beso se extendía por la superficie de la piel pálida de Fugo, Narancia enroscaba los dedos en el interior de su cuerpo y sentía como el rubio temblaba bajo su peso, gemía en su oído y respiraba agitado su nombre, inflando el orgullo de Nara hasta hacerlo reír.
—¿De qué te ríes?— preguntó el chico rubio, más no molesto, sino curioso. Sabía que Narancia no estaría riéndose de él, pero quería estar en sintonía con todo aquello que encendiera las emociones y deseos de su novio
—Sólo... estoy muy feliz, Fugo
Fugo hubiera querido preguntar más detalles acerca de esa felicidad, pero Narancia tocó en su interior el punto que había estado buscando para desatar todo el placer que Fugo merecía alcanzar. El muchacho gimió y enterró las uñas en la espalda de Nara, y luego escondió su reacción en un beso profundo a su novio.
Cuando el beso se desvaneció en una mirada, Narancia quitó los dedos del interior de Fugo y acarició sus glúteos y caderas con suavidad.
—Sé que tenemos mucho tiempo, pero...
—Hazlo, hazlo. No quiero esperar— Fugo respondió, y se entregó al beso, que sería un lindo gesto de Narancia para acompañar con suavidad la entrada en su cuerpo. El rubio se aferró a su novio, y suspiró, disfrazando un quejido agudo y necesitado. Podrían estar solos en la habitación, pero en las piezas contiguas estaban sus compañeros y no quería responder preguntas.
No tenía demasiada afinidad con nadie, como siempre. Sólo contactos, conocidos, caras familiares. Nadie a quien contarle "vino mi novio el finde y casi le quebramos las patas a la cama cogiendo". No quería ese nivel de confianza con ellos así que prefería ahorrarse las explicaciones.
Su mente viajaba fácilmente a escenarios vergonzosos y momentos incómodos, pero Narancia lo traía al presente con sus besos dulces y el peso de su cuerpo delgado encima. Había decidido quedarse quieto y Fugo suponía que era para durar más de esos humillantes dos minutos de la vez anterior. Fugo también sabía que Nara no se contenía por él mismo, lo hacía para darle la mejor experiencia y faltaban palabras para agradecerle lo considerado que siempre era.
Narancia dejó unos cuantos besos más sobre su piel, y comenzó a moverse, con calma y delicadeza. Unió su frente a la de Fugo, y cerró los ojos. Quería sentir todo más intenso, pero tampoco quería perderse el espectáculo que era la sensual expresión de Fugo. Abrió los ojos y observó a su novio, quien parecía querer pedir más con la mirada, y sin confirmar lo obvio, aumentó el ritmo.
Tomó una de las piernas de Fugo por detrás de la rodilla y la elevó, poniéndosela encima del hombro, y así consiguió llegar más profundo. Fugo se sorprendió con su propio grito, que rápidamente calló poniéndose ambas manos en la boca antes de largarse a reír, la cara roja y lagrimitas en las esquinas de sus ojos.
Ninguno había estado demasiado pendiente del reloj pero sin duda el placer se estaba extendiendo por más minutos de lo que Narancia esperaba. No se tenía mucha fe realmente, y estaba nervioso, pero quería superar esa ansiedad y complacer a su novio.
Se dio el gusto de tomar el control y mover a Fugo como un muñeco, sin tener que luchar por el poder. Cuando Fugo quería, era dócil, y sólo con Nara. Así que, sin poner mala cara, se dejó abrir, voltear, amasar y rasguñar como Narancia quisiera. Mientras levantaba el culo, escondía la cara en la almohada y Narancia dejaba su piel pintada con la presión de los dedos en sus nalgas rosadas. Había algo en esa sumisión que lo llevaba tan alto, que tenía miedo de bajar a la realidad otra vez, en donde generalmente se mantenía como una persona difícil de perturbar.
Y es que Narancia tenía un poder absoluto sobre él, poder del que no era consciente pero que algún día aprendería a usar. Y aún con esa amenaza encima, Fugo no tenía miedo.
Porque Narancia era amor, y nunca haría nada para dañarlo.
Y así, entre besos y absoluta reverencia, Fugo se vino sobre la toalla que habían puesto entre sus cuerpos y la sábana, mientras Narancia intentaba hablar sucio y se aferraba firmemente de los huesos de las caderas de Fugo. No avisó nada, hasta que repentinamente abandonó su cuerpo y acabó en la espalda de su novio. La piel estaba teñida de un sonrojo suave, y el semen tibio se deslizó un poco en dirección a su cabeza, hasta que Fugo bajó las caderas al mismo nivel que la cama y Nara le cayó encima.
El cansancio no detuvo las risas, y el cuerpo sucio no impidió los abrazos apretados. Y así estuvieron durante toda la jornada, cariños amorosos, sexo, un break para comer algo, sexo, y luego mimos otra vez, hasta vestirse y recomponerse antes de la llegada del compañero de cuarto de Fugo. Él siempre era amable con Narancia, y era la persona más cercana a Fugo, sin considerarlo amigo aún, pero era alguien a quien sí le permitiría conocer más de su vida. Aunque, más bien, estaba obligado, si debía compartir con él a toda hora. Sin embargo, era un chico ordenado y no causaba molestias.
De todas maneras, la pareja dejó al muchacho solo en el cuarto y salieron a caminar por las calles de la ciudad. Las luces adornaban el camino, un grupo de músicos amenizaba el atardecer, el sol pintaba el cielo de rojo y púrpura, y la ocasión se sentía como planificada por los mismísimos dioses para darles el mejor día posible.
—Todo ha salido tan bien hoy— expresó Fugo, después de un suspiro, acurrucándose en el hombro de Narancia. Ambos estaban sentados sobre el muro que daba hacia la playa, y Narancia movía sus piecitos con la inquietud de un niño nervioso.
—¿De verdad lo crees, Panni?
—Sí, ¿no lo crees tú? El día está perfecto, y lo pasamos bien. Es perfecto
—Mejor no digamos nada ¡quizás lo arruinemos!
—Se te ha pegado lo supersticioso de Mista...— se quejó
—Ah, imposible no hacerlo, he estado visitando a Giorno mucho en estos días, ahora que viven juntos. Deberías ir para la Fiesta de la República, lo pasaremos bien. La casa de Giorno y Mista es como el centro social ahora, ¿sabes? Te extrañamos. Yo te extraño
—También te he extrañado— Le dio un beso tierno en la sien antes de reconocer que extrañaba a los demás. El Fugo de ayer nunca habría reconocido algo como eso y probablemente tampoco se habría imaginado que llegaría a estar con Nara a ese grado de intimidad.
Las nubes coloradas le daban un aire de ensueño que tuvo al muchacho preguntándose por un momento si nada de eso había pasado y quizás despertaría de vuelta en sus quince años, con una tormenta permanente encima, en la casa de sus fríos padres y mirando a Narancia con un desprecio fingido. Había hecho todo mal en ese tiempo, pero Narancia estaba al lado suyo recordándole con la tibieza de su cuerpo, que había conseguido encontrar su rumbo y que todo aquello era real.
El trágico Fugo que habría considerado romántico arrojarse del muro al mar con Narancia en sus solitarias fantasías, era una nueva persona y decidió ocupar el tiempo en algo que sabía que haría feliz a su novio: ir de karaoke y luego a bailar.
El amanecer los sorprendió en el exterior, las calles de Roma vacías, la risa haciendo eco, y el sudor enfriado sobre la piel, siendo testimonio de un día de amor intenso y una noche de desenfreno y locura que mantendrían en secreto sólo para los dos.
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En ese camino largo que un día me vio caminar
Quemé una biografía
Y soplé cenizas del ayer
No intenten enseñarme
Quién me quiso y a quién debo amar
Comienza el día cero
Y mañana su continuidad
Día Cero – La Ley
Nadie tuvo que avisarle nada a Giorno, simplemente un día en que fue a visitar a Abbacchio en un día no programado, el hombre sonó algo inseguro al otro lado del teléfono y Giorno sabía que no estaría solo en el departamento. Al llegar, Bruno estaba allí, tomando el té y comiendo masas, tal como en casa.
Giorno actuó con naturalidad, como si no hubiera nada que conversar, hasta que Abbacchio fue al baño. Le dio una sola mirada a Bruno y el hombre alzó las cejas como diciendo "¿y qué me miras tanto, te debo algo?".
—No esperaba encontrarte acá...
—Ah, vengo a veces
—¿Por qué no me lo confirmas ya?
—¿Confirmar qué?
—¡Ya sabes!
—Ay Giorno...
—¿Estás viviendo acá?
—Ni loco viviría acá. Este departamento me trae recuerdos confusos y desagradables. Supongo que Leone tendrá que irse a vivir a casa si quiere. O comprarme una casa nueva. Totalmente a mi nombre, por supuesto.
—Demonios papá, ¿volviste con Abbacchio?
—No así como volver-volver, pero salimos de repente, hablamos
—Papá, tienes ropa tuya acá, hasta tu cepillo de dientes, ¿crees que no me daría cuenta?
—Eres tan intruso, Giorno...
—¡Ustedes nunca dejan claras las cosas! Por eso tengo que ponerme detective y empezar a sacar cuentas solo
—Bueno, ya, caso cerrado, Leone y yo estamos en paz
—¿Qué mierda es "estar en paz"? ¿Marcar tu presencia con recuerditos tuyos? ¿Andar con el pelo mojado sospechosamente en su casa?— Giorno preguntó con burla. Bruno aprovechó de tomar un sorbo largo de té para no decir nada en un buen rato. Después de pasar casi una eternidad con el té en la boca, tragó y habló sin remordimientos. —He decidido volver a conversar con Leone acerca de nuestras vidas y lo mal que hicimos las cosas, porque ambos tomamos decisiones estúpidas. Así que salimos, nos reunimos, nos visitamos... y lo he perdonado
Giorno sólo lo escuchó, sin hacer ningún juicio. Algo fuerte debía pasar por su cabeza y corazón para finalmente darle esa oportunidad a Abbacchio después de tanto daño y con un orgullo como el suyo. Giorno quería pensar que no era simplemente el hecho de que se quedó viviendo solo con Paolo, quería creer que era una decisión bien pensada y no un impulso ni una oleada de soledad nublando su criterio.
En fin, no era su asunto. Bruno tampoco debía ser un ejemplo impecable de cómo llevar una vida, era un humano, tan débil de sucumbir a sus propios sentimientos como cualquier otro. Para Abbacchio también debió ser difícil asumir su imbecilidad y enfrentarse a los rechazos de Bruno, pero siguió intentándolo hasta conseguir lo que deseaba. Giorno suponía que debía darle algo de crédito por ello.
El muchacho no dijo nada más, asintió con la cabeza y se sentó en uno de los sitiales. Abbacchio volvió del baño a la cocina y trajo algo de comer a su hijo. Estaba... visiblemente tenso. No como Bruno, a quien no le importaba mucho aparentar nada que no sintiera.
Pasaron una jornada agradable. Bruno lleno de ideas para ayudar a Giorno a decorar su casa, Leone sugiriendo pequeños cambios desde su perspectiva, la mejor si de buen gusto se trataba. Comieron tan bien como siempre que estaban los tres juntos, y cuando Giorno decidió emprender el rumbo hasta su casa, Leone lo acompañó hasta la calle.
Ese par de segundos en el ascensor se sintieron agobiantes, no por el silencio en sí, sino por ese deseo de ambos de decir algo y simplemente no poder, y quedarse con las palabras atravesadas en la garganta.
Saliendo a la calle, Giorno supuso que era mejor sacarse ese nudo, que muy bien parecía un montón de papeles con palabras, arrugados y hechos pelota en su pecho.
—No lo hagas sufrir otra vez
Abbacchio agachó la cabeza.
—Él podrá decir que decidió alejarse, que no fue para tanto, y quizás hasta te defienda... pero bien sabemos lo que pasó, papá
—Lo sé, lo sé— suspiró —sé que no tiene arreglo pero... quiero hacerlo todo por recuperar su amor
Giorno sonrió, como quien está cansado y se da fuerzas con un simple gesto. —Eso ya lo tienes. Siempre lo has tenido. Lo que debes recuperar, es su confianza
Como despedida, Giorno le dio un abrazo y luego caminó de vuelta a casa, no sin antes recibir una invitación, a grito limpio y en plena calle, a almorzar con Mista al departamento la siguiente fin de semana. La sorpresiva efusividad de Abbacchio lo sorprendió, ya que seguramente ni siquiera había planeado invitarlo y sencillamente se le ocurrió en el momento.
Y Giorno declaró para sí mismo que las sorpresas le gustaban bastante.
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Mista se había acostumbrado a que Giorno continuamente descuerara a sus padres hablando de ellos, para bien y para mal, así que a esas alturas, nada lo sorprendía demasiado, pero esa supuesta reconciliación entre Bruno y Abbacchio lo tenía realmente atento a todos los detalles, porque debía reconocer que le encantaban las polémicas, siempre y cuando las mirara desde lejos.
—Está intentando sumar puntos como un condenado, sabes
Giorno le contaba, antes de levantarse del lado suyo. Estaba tan desnudo como llegó al mundo, y Mista agradecía el roce de su piel tibia bajo las sábanas. Después de escuchar a su novio, echó a reír. De verdad Abbacchio estaba haciendo las cosas bien al parecer, o esforzándose por ello.
—Nunca lleguemos a algo como eso, Guido
—Pero... tus papás consiguieron arreglar sus cosas
—No quiero tener que arreglar nada contigo, Guido, quiero que nunca nos lastimemos.
El moreno se acercó a darle un apretado abrazo y un beso en la frente, un beso que se dibujó entre sus despeinados rizos dorados, típicos de cada mañana antes de la ducha. —Jamás querría lastimarte, Giorno. Te amo, mucho
—Y yo a ti— El rubio rodeó el cuello de su novio encarcelándolo en sus brazos, y buscó sus labios con insistencia, hasta derretirse como miel en ellos. —Si algún día nos peleamos, no dejemos pasar tanto tiempo
—¿Crees que puedo pasar un día sin tocarte? Ya sabes cómo son las cosas, Giorno
—Lo sé— contestó, risueño y con una expresión audaz. —Confío en que nunca nos haremos tanto daño. Ambos sabemos cómo es— Giorno le dio un último beso, y lo jaló de las manos para ir al baño —Ya deberíamos ducharnos, los tóxicos nos esperan con pasta de calamar y bruschetta
El agua caliente y la espuma disiparon los pensamientos que siempre hacían nido en la mente de Giorno. Mista borraba con sus manos firmes frotando su piel, cualquier rastro de temor y de duda. La forma en que masajeaba el cuero cabelludo y su cabello largo, con tanta reverencia; los besos ardiendo en los labios y sellando su frente, y el abrazo sereno que Mista le daba cada vez que su cuerpo lo extrañaba, hacían que Giorno se sintiera con la paz de cerrar los ojos de su alma y confiar a ciegas.
¿A dónde irían los días y ellos? Giorno no sabía. Ninguno podía saberlo, pero el camino que pisaban día a día se sentía a cada paso, más sólido, más firme, y a la vez tan etéreo, como dar zancadas sobre nubes.
A lo que más se parecía era a un sueño, en el que Giorno quería vivir hasta donde el tiempo lo permitiera.
FIN
Uuuhh que costó parir este fic JAJAJJAA pero por fin ya llegamos a su final :)
Quiero agradecer a cada persona que pasó por aquí a leer y dejó sus estrellitas y comentarios. De verdad muchas gracias, me tocó leer palabras tan bonitas que me dejaron el corazón llenito.
No pude quedarme así con el BruAbba separado JAJAJJAA lo sientoooooo!!! Ellos merecen ser felices y en mi cabeza me gusta imaginar que Abba se comportó como un buen esposo y no volvió a cagarla LOL Mista y Giorno son definitivamente las personas más maduras de este fic y obviamente terminarían bien JAJA yyyyyyy Fugo pasivo era un gusto que quería darme, sorry not sorry
Bueno, gracias por la paciencia y por su amor ♥ Lxs adoro! Y estaré eternamente agradecida de que pasaran por aquí~
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