XI. La brama
I don't give a damn about nothing else
Freek'n you is all I need
Freek'n You - Jodeci
Giorno y Fugo no eran del tipo de jóvenes que aprovecharan de dormir hasta tarde en un día libre de responsabilidades. Sin poner ninguna alarma, a las nueve ya estaban en pie, desayunando y comentando sobre las novedades que pasaban por la televisión. Sin embargo, Mista y Narancia eran todo lo contrario. Cuando Giorno llegó a casa de su novio, el hombre aún estaba en ropa interior, sin bañarse y despierto a duras penas. De todas formas, se esforzó por darle algo rico de comer a su invitado, quien estaba disfrutando de verlo cocinar en bóxers.
Mista entraba más tarde ese día al trabajo, así que aprovecharía de compartir con Giorno por la mañana. Después de almorzar, se irían juntos al trabajo. Giorno ya no tenía que ir a la escuela y debía prepararse para el examen de admisión a la universidad. Sus planes eran quedarse en Nápoles y tener un buen puntaje para ser permitido en la Federico II. Entendía que esos serían quizás sus últimos días trabajando, pues debía priorizar sus estudios, pero si le quedaba tiempo, estaba dispuesto a continuar con su trabajo. Mista le aconsejaba sólo estudiar, pero Giorno era tozudo, así que insistía con al menos poder ir al trabajo dos días a la semana.
—Ni siquiera has comenzado las clases y ya estás disponiendo qué vas a hacer
Giorno suspiró. —Es cierto. Ni siquiera sé si voy a quedar o no
—Por favor, es obvio que sí— Mista reafirmaba mientras salteaba unos calamares.
—Si no quedo, me voy a morir. No quiero ir a otra universidad que no sea esa. Además, Fugo estudiará en La Sapienza en Roma, sería vergonzoso no quedar, si tenemos casi las mismas notas...
—Giorno, no es el fin del mundo. Puedes tomarte el año para seguir estudiando más duro
—¿Estás loco? Perder un año sería terrible
—No lo "perderías"...
—Sé que si me tomo el año, voy a ponerme a trabajar en cualquier tontera con tal de tener dinero y no estudiaré nada, y no seré nadie
Mista no quiso voltear a mirarlo para responderle. Sintió su garganta contraerse, pero simplemente tragó saliva y continuó cocinando. Se dejó hipnotizar por el aroma de la comida, y en las nubes de sus ensoñaciones, pensó en si es que las cosas hubiesen sido distintas si hubiera estudiado.
Recordaba que, desde pequeño, la gente mayor hacía comentarios tipo "Guido es tan inteligente", "qué niño más habilidoso". Sin embargo, la escuela y el sistema estandarizado de calificaciones lo dejaron como el último alumno, el que todos los años pasaba arrastrando, salvado únicamente por artes y educación física, el que a duras penas terminó la secundaria y "no le dio para más". Muchas veces se sintió humillado (aunque nadie se lo dijera de manera directa) cuando las madres se reunían a conversar y hablaban de los logros de sus hijos, mientras su madre se tomaba con humor que Guido no fuera muy brillante con las notas. "Tienes que ser más mano dura" aconsejaban las señoras desde sus privilegios, pero ¿cómo podía ser mano dura si apenas disponía de un ratito para compartir con su hijo? Cuando llegaba a casa, tarde y después de acabado el día, ella sólo quería abrazar a su niño, preguntarle por su día, ver televisión con él, y gozar de la confianza de su hijo que ninguna otra vieja podía tener con el suyo.
¿Se arrepentía? No. Mista no fue jamás malcriado. Creció para ser sumamente amoroso y preocupado. No había rastro de frialdad, desprecio ni burla en él, y con eso su madre se daba por pagada.
—Ya está listo
Sirvió la pasta y la salsa con calamares y se sentó frente a Giorno. El muchacho empezó a comer inmediatamente y a elogiar la comida. Mista estaba callado, pero a Giorno no le pareció extraño, con hambre Mista guardaba silencio. Una vez que ya llevaba la mitad del plato comido, se decidió a seguir conversando.
—¿Crees que debí haber estudiado algo?
Giorno se atoró con la comida e intentó calmarse bebiendo jugo. Se abanicó con las manos, y miró a Mista con extrañeza.
—No, o sea, sólo si tú quisieras
—Hubiera querido
—¿Y por qué no lo hiciste?
—Me iba como las pelotas. Dar el examen de admisión habría sido darme con la puerta en la cara a mí mismo
—Pero Mista, sabes tantas cosas... es decir, cosa que te pregunte la sabes. A veces me sorprendes con cosas que jamás hubiera tenido idea. Y ningún novio de mis amigas sabría hacer una instalación eléctrica, ni poner un calefont, ni nada de eso. ¡Y cocinas increíble! Mejor que cualquier persona que conozca
—Esas cosas las aprende cualquiera
—No, no a cualquiera se le da, Guido
—Mira Giorno. La vida mide con la misma vara a toda la gente. Hay cosas que son fáciles y las hace cualquiera. Pero hay cosas a las que simplemente no se puede aspirar, algunos no alcanzamos. No sirve de nada saber un montón de cosas si eres pésimo escribiendo eso en una prueba que le pide el mismo rendimiento a todo el mundo. Sí, me hubiera gustado tener un título y decir que estudié algo y sentir que lo logré. Pero no lo hice. Y aún con eso, puedo decir que llegué lejos, y no soy un "nadie"
Giorno se quedó viéndolo. Mista había dicho un montón de cosas de tremendo calibre emocional, pero mantenía una actitud serena y bajo ningún punto parecía molesto o en una postura agresiva. El rubio no tuvo más que asumir que la había cagado con su elección de palabras.
—Guido, lo siento... en mi cabeza no sonaba tan mal como lo dije
—No estoy enojado, ni triste, Giorno, pero quiero que sepas que hay más opciones en la vida y no eres un don nadie por no estudiar. Hagas lo que hagas, estaré orgulloso de ti
—Y yo lo estoy de ti. Sigo sintiéndome como un idiota por lo que dije
—Se te va a enfriar la comida
—¿Seguro que no estás molesto conmigo?
—Sólo estaré molesto si dices cosas hirientes a propósito
—¡Nunca lo haría!— respondió, firme
—Bien, entonces estamos bien
Terminaron de comer, y Giorno ayudó a lavar los trastes. Sus manos se ponían rosadas con el agua caliente y el detergente, pero insistió en hacerlo y que Mista descansara. Se veía guapo así, despreocupado, tirado en el sofá viendo televisión, en esa ropa interior gris horrible, pero que a Giorno tenía enamorado. No cambiaría a su novio por nada ni nadie, porque amaba lo que Mista era.
—Cuando uno lava la loza tiene que mirar los platos, no a mí— advirtió, fingiendo seriedad, pero revolcándose de risa en su interior
—¡Pesado!
—Iré a darme una ducha mejor— anunció seductivamente, antes de abandonar la sala de estar
Giorno sabía lo que significaba eso de ducharse cuando estaban juntos. Era como la antesala que decía, sin palabras, "vamos a coger", y una vez que terminaban, otra ducha gritaba "ya cogimos bien rico". Recordaba con una risa pícara una vez que Narancia le preguntó "¿por qué siempre que vas donde Mista vuelves con el pelo mojado, no te bañas en tu casa mejor?". Giorno le explicó y el muchacho alegó que no quería saber.
Y era maravilloso que nadie quisiera saber y tener ese goce secreto cada vez que se veían.
No tuvo control de sí mismo cuando vio a Mista salir del baño, el cabello desordenado y húmedo, gotitas resbalando por su pecho moreno, y una toalla amarrada en sus caderas, dejando a la vista sus oblicuos perfectamente contorneados y un camino de vellos que invitaba a ir más y más lejos, hasta perderse. Giorno no soportó mas sólo ver y no hacer nada por matar ese deseo, así que corrió hasta él, lo abrazó con fuerza y besó sus labios rápido, fuerte, avasallador, como un trueno.
La toalla de Mista cayó, como su voluntad de hacer las cosas lento ese día. Para jugar al empate, fue desvistiendo a Giorno camino a la cama, y el muchacho lo facilitó perfectamente, estirando el brazo para quitarse la manga de la camiseta, ayudando con desabotonar los pantalones y quitarlos lo más fluidamente posible, sin tropezar. Giorno reconocía que el sexo era bastante más torpe, gracioso y cálido que en el porno, y eso tenía un encanto sublime, que lo hacía preguntarse si sólo era motivado por el deseo o había algo más, una cosa más espiritual que ardía en su interior y lo hacía necesitarlo para sentirse feliz. La respuesta de su cuerpo era una erección imposible de esconder, la piel de gallina, el sudor que iluminaba su carne con un brillo oceánico, como seguramente se vería la piel de una sirena, y una falta de aire que lo hacía jadear y buscar el aliento de Mista. Pero por dentro, se encendía un amor que le daban ganas de gritar hasta quedar sin aire.
Mordió los labios del moreno para sentir que un alma así de libre como la de Guido igual se podía poseer, por unos breves segundos que fuese. Cuando estaba a punto de caer de espalda a la cama, Mista invirtió los papeles y se acostó de espalda sobre el cobertor. "Sube" le dijo apenas, la voz perdida haciendo eco en la cabeza de Giorno, y el rubio subió a la cama, situándose a horcajadas sobre su novio, para seguir besándolo y acariciando todo su cuerpo.
Delineó su pecho y abdomen con besos, mientras Mista le acariciaba el cabello tiernamente, observando cada huella invisible que Giorno dejaba en su cuerpo. Sin pedirle nada, Giorno se acercó peligrosamente bajo su ombligo, y deslizó su nariz por los vellos allí. No se fue con delicadeza, al contrario, tomó el pene de su novio y se lo metió a la boca lo más adentro posible, para luego sacarlo juguetear a darle besos delicados en el glande y no más allá, como si no se lo hubiera tragado entero hacía un segundo. Masajeó el frenillo con sus labios y lengua, como chupeteando un caramelo, y Mista comenzó a temblar y aferrarse a las sábanas con fuerza.
Después de haberle prestado toda la atención a su miembro, atrajo un testículo hasta dentro de su boca y chupó haciendo vacío, siempre mirando a su novio a los ojos. Encontró a Mista mirándolo enternecido y caliente, como cada vez, esos ojos brillantes y entrecerrados que le decían a Giorno que lo estaba haciendo demasiado bien, que no parara, y también, que lo amaba.
El rubio volvió hasta su pene, acariciándolo a ciegas con una mano mientras que con la otra revolvía el cajón buscando un sachet de lubricante de fresa. Rápidamente lo encontró, rajó el envase con los dientes y vació el contenido sobre la punta del miembro, con manos temblorosas, y luego se lo metió a la boca otra vez, sintiendo el sabor de la piel, el sudor, su propia saliva y el dulzor sintético del lubricante.
—Así... déjala bien mojada— le habló Mista, con cariño, mientras alcanzaba el otro lubricante y lo vaciaba en sus dedos. Alcanzó, encorvándose un poco, el culo de Giorno, y masajeó entremedio con las yemas de los dedos antes de comenzar a darse el paciente trabajo de dilatarlo. No se quejaría si aquella tarea estaba siendo premiada con una mamada estupenda.
Giorno ya no decía "estoy listo", llegaba un punto en que ambos, acostumbrados a cada curva, temblor, y movimiento de sus cuerpos, lo sabían. El rubio avanzó, hasta la altura de su rostro, y volvió a besarlo, un beso engrasado, algo plástico, pero que conservaba el íntimo sabor que sólo Giorno tenía. Y tratando de distraer a Mista con el beso, fue sentándose lentamente en su erección, sintiendo el fuego por dentro, que cada vez era más exquisito. No esperó mucho, no tenía la paciencia ese día, y si bien en un principio había aprendido con Mista que era mejor ir lento pero seguro, en ese día no estaba dispuesto a prolongar el deseo y sólo anhelaba satisfacerlo y llenarse de Mista.
Mista le levantaba el culo con ambas manos enterradas en sus nalgas y luego un poco más abajo haciendo de soporte mientras se internaba en su cuerpo. Giorno gemía fuerte y descarado, en su desespero le mordía la oreja a Guido, y el cuello, y el hombro, y sus dientes quedaban pintados en la piel bronceada.
Todo se volvió muy acelerado, Mista embistiéndolo desde abajo con fuerza, Giorno cabalgando apasionadamente, su interior caliente y ardiendo por más, su gesto contorsionado en placer, mordiéndose el labio inferior cuando podía estar en silencio, y el resto del tiempo, desgarrándose a grito limpio. No dejaba de pensar en que era un agrado que Mista viviera solo, pero seguramente los del apartamento de al lado sentían bastante compañía gracias a ellos.
No se dio cuenta como su cabello cayó como una cortina sobre su cara, y si bien siempre pasaba y otras veces se quejaba internamente por el deshacer de sus rizos, esta vez no le importó y continuó meciéndose sobre su novio, sintiendo cada roce y presión en su próstata, y sabiendo bien que cada golpecito era un número menos en la cuenta regresiva hacia su orgasmo.
Sintió sus piernas temblar, perder la fuerza, cuando Mista envolvió su pene con su mano tibia y lo estimuló salvajemente. No alcanzó a tocarlo demasiado porque Giorno se vino sobre la mano y abdomen de su novio, con un grito agudo y final, que lo dejó sin aire. Mista lo sostuvo, con toda su fuerza, y acabó en oleadas dentro del cuerpo de Giorno, y notó la cegada irresponsabilidad de ambos cuando sacó su verga de dentro del rubio y una gota gorda de semen se devolvió y cayó sobre su ingle.
No atinó a nada más que dejar salir una risa e intentar recobrar el aliento, mientras Giorno yacía cansado sobre su pecho.
—Oye— le dijo, dándole una nalgada suave para sacarlo del trance
—Hmm
—Le dimos a fierrope Giorno
—Sí, lo sé
—¿Y no dijiste nada?
—¡Tú tampoco!
—Estaba en las nubes— se excusó Mista
—Yo también. Quería sentirte, esa es la verdad
—Fue... wow, demasiado bueno
—Lo mismo digo— Giorno se acurrucó sobre Mista sin ganas de discutir más por el asunto del condón. Jamás se habría atrevido a eso con otro hombre, pero Mista era la persona en quien confiaba ciegamente hasta el punto de atreverse a arriesgarlo todo.
—Hay que limpiarse— le dio otra palmadita, y Giorno refunfuñó
—Hmmm... límpiame tú— pidió, con una vocecita tierna. Mista no se resistió, de verlo tan adorable y deshecho, y partió a buscar toallas de papel para darle en el gusto a su novio flojo y travieso.
Una siesta corta, una ducha rápida y fresca, picotear galletas antes de salir, y caminar juntos al trabajo, los hizo sentir el dulce calor de la cotidianeidad y las ganas de que fuese así por siempre.
~
Fugo saltó la reja y caminó agazapado hasta la ventana de Narancia. Golpeó el cristal, con la fuerza suficiente para hacer un ruido que despertara al chiquillo, pero con el cuidado de no quebrarlo. En breves minutos (que Fugo sintió como días), Narancia se asomó por la ventana, en pijama, y corrió a abrirle la puerta y dejarlo entrar.
Tenía una pantufla de animal y otra sobria, seguro había agarrado lo primero que pilló antes de atender. Su pijama le quedaba bonito, la camiseta amarilla contrastaba con su piel morena y los shorts verdes le daban un aire brasilero sabroso y cálido. Fugo no pudo evitar quedarse viéndolo con devoción, y entró rapidito para sorprenderlo con un beso una vez que cerraron la puerta.
—Fugo, ni siquiera me he lavado los dientes— Narancia alegó, avergonzado, pegándose a la puerta para quedar menos accesible para su novio. Había algo lindo en la naturalidad de estar juntos en casa de Narancia cuando él apenas venía despertando.
—¡Eso no me importa!— le dijo, cogiéndolo por la cintura y levantándolo, dando giros. Terminaron tropezándose con la mesita de té y cayendo al sillón.
—Estás muy encendido hoy, Fugo, ¿es el mundo al revés?
—Es que estoy contento. De verte, de salir libremente, de todo en realidad. ¿Tú no?
—Estaría más feliz si tomara desayuno
—¡Te acompaño!
Narancia era bastante autosuficiente en casa, tras años acostumbrado a que sus padres trabajaran. Cualquiera lo veía como un flojonazo que no sabía hervir agua, pero era absolutamente todo lo contrario. Era cierto que la mayor parte del año la pasaba en la escuela y no sentía la necesidad de atenderse solo, pero cada sábado y todos los períodos de vacaciones, los vivía como dueño de casa. Echó a la sartén un par de huevos, jamón y queso, y cocinó con diligencia. Puso leche en una olla, la calentó y sirvió para él y Fugo, quien ya había desayunado, pero no se negaría a comer algo hecho por Nara.
Cuando ambos comieron, Narancia se vio bastante más parecido a como era siempre, alegre, ruidoso, movido, activo. Le contaba a Fugo una y otra cosa sobre cuánto disfrutó la graduación y lo feliz que estaba de no tener que ir más a clases.
—Pero tienes que dar el examen de admisión...
—Lo sé, no me urge esa cuestión, quiero dedicarme a algo que me divierta el día en que trabaje
—Es una excelente forma de verlo
—Tú sabes que nada con matemáticas ni demasiado caldo de cabeza. No quiero llevarme la vida sufriendo y odiando lo que haga
—Me parece perfecto
—¿Tú... sigue en pie lo de irte a Roma, cierto?
—Sí. No estaremos tan lejos, al menos no planeo irme a Bologna— reafirmó, observando el mohín en el gesto de Narancia
—¿Te hubiera gustado?
—No realmente. Con La Sapienza me basta. Quizás la universidad de Bologna es mejor... pero tampoco quiero estar tan al norte. Creo que no me acostumbraría del todo
—Entonces me parece bien si tú estás bien. Iré a verte siempre
—Yo también voy a venir
Fugo lo abrazó de nuevo, y estuvieron un rato balanceándose, un pie primero a la derecha, luego al otro lado, hasta querer hacer otra cosa. Ambos estaban bastante movedizos, revoleando los pies cuando estaban en el sillón, ansiosamente, Narancia amasándose las manos, Fugo jugueteando con el pelo. Durante todo ese tiempo estuvieron prácticamente pegados uno al otro, besos y mordiscos entremedio, y cada cierto rato uno que otro comentario sarcástico sobre lo que salía en la tele (a la que ni siquiera estaban poniéndole atención).
Fue cuando Fugo llevaba ya casi cinco minutos chupeteando el cuello de Nara, que el moreno decidió trasladar las cosas a la habitación.
—¿Querías chuparme el alma o qué?
Exclamó el chico, alegando, mirándose la mancha morada en el espejo de su cuarto y buscando un corrector facial entre sus pertenencias. Encontró uno bastante ordinario y de dudoso origen, pero que tenía una textura tan pesada que taparía hasta una mordida de vampiro. Lo dejó encima del velador, y se arrojó sobre Fugo en la cama para seguir besándolo.
Ninguno de los dos había tenido mucha experiencia antes, así que básicamente estaban aprendiendo juntos. Cada sensación era un descubrimiento. Narancia no iba a ocultar que en secreto era un paja brava, pero el sexo con otra persona le atraía tanto como le daba miedo. Aparte, su escaso contacto con la sexualidad de otros, no lo dejaba tener muy bien desarrollado un doble sentido rápido de reaccionar. Además, la primera experiencia que Giorno le contó, lo dejó traumatizado, por mucho que después el rubio le dijera que se ponía mejor con el tiempo.
Fugo era un poco más contenido en ese aspecto. Nunca tuvo un deseo sexual muy vivo antes de empezar a mirar detenidamente a su amigo y ahora novio. Para peor, viviendo con Giorno había perdido cierta privacidad de la que gozaba en su casa como para auto satisfacerse. Ni qué decir de las tardes con Narancia que lo dejaban con erecciones incómodas que debía esconder cuando llegaba la hora de salir a la calle, y volver a casa con unas ganas bestias de romper la cama.
Sin tener claridad de cómo pasó exactamente, entre tantos pensamientos confusos y agitación, Fugo y Narancia terminaron acostados haciendo cucharita, Fugo besándole la oreja y el cuello desde atrás, acariciándole los muslos, caderas y cintura, y Nara contoneando el trasero para sentir a Fugo embistiéndolo suave sobre la ropa.
En minutos, la camiseta amarilla se adornaba con el relieve de las manos de Fugo acariciándole el pecho desnudo. Lo había visto muchas veces en salidas a la piscina y la playa, tomando sol, o en las duchas en el colegio, pero poder tocarlo y sentir lo tableado de su contextura y los pequeños pezones endureciéndose, era una experiencia fascinante. Narancia, desesperado, le agarraba las manos por sobre la camiseta intentando algo, pisoteando la delgada línea entre instarlo a seguir, y detenerlo.
Se decidió a dejarlo darle cariño, estirando las manos hacia atrás para tocar las caderas de Fugo y sobarlas, mientras empujaba el culo hacia atrás sintiendo la dureza palpable bajo los pantalones del chico. Fugo interpretó esa acción como un permiso para hacer más, pues Narancia estaba a cada minuto más entusiasmado. Fugo metió poco a poco las manos bajo el elástico de los shorts y se encontró con la erección, aún a medio camino, pero no hicieron falta demasiadas caricias más para estar completamente duro.
Diablos, Nara estaba ahogado e indeciso entre el placer y los nervios. Se sentía bien, las manos de Fugo estaban tibias. Mejor se sintió cuando Panna, indecentemente, se escupió la mano en un gesto tan erótico como vulgar, y alcanzó nuevamente el pene de su novio, para continuar con caricias suaves y mojadas. Narancia dejó salir un "Panni" tan débil, que Fugo sintió esa sensación de que lo perdía, y lo pegó más a su cuerpo, le levantó la tela de los shorts hasta dejarlos bien pequeñitos, como un calzón, y acarició entre los muslos, firme y deseoso.
Narancia intentaba alcanzar hacia atrás con sus manos el botón del pantalón de Fugo, pero no lo conseguía y empezó a reírse lánguidamente, acalorado y febril. Fugo mismo se desabotonó los pantalones y su erección salió a la luz casi con un rebote. Narancia podía sentir la punta tocando una de sus nalgas, y su única reacción fue cerrar los ojos y dejar entrar una bocanada de aire por la boca. El chico de cabello blanco continuó administrando caricias en sus piernas y caderas, y sin mucha ceremonia, puso su pene entre los muslos de Nara.
El muchacho no tenía unas piernas muy rellenas, de hecho se hacía un pequeño espacio entre sus muslos cuando estaba de pie, pero estando acostado, estos se juntaban, apretados y deliciosos. Fugo tomó algo de la loción que Narancia mantenía en el velador y la puso entre los muslos del muchacho y comenzó a jugar a fingir penetrarlo, pero solamente masturbándose con sus muslos. Mientras aprovechaba la suave textura de sus piernas, le daba placer tocándolo justo como Narancia le gustaba hacerlo consigo mismo, la mano firme, una pequeña torcedura de muñeca cuando la mano iba en bajada, y la presión justa para hacerlo venirse en minutos.
Fugo sentía que la vida se le iba mientras Narancia empujaba hacia atrás y apretaba más los músculos, atrapándolo, literal y figurativamente, en una niebla de deseo ciego e intenso como el romper de las olas. Fugo comenzó a ir a cada segundo más rápido, presionando la frente contra la Nuca de Nara, tratando de guardar silencio, pero dejando salir un gemido casi quejumbroso cuando se vino entre los muslos bronceados del chico, dejando las huellas de una errática pintura sobre el más hermoso lienzo dorado.
Narancia miró abajo, y la sola vista nublada del semen ajeno lo encendió de sobremanera, acabando a los pocos segundos después en la mano del peliblanco y las sábanas.
Fue demasiado. Y a la vez, insuficiente.
Narancia volteó rápido para olvidarse que acababan de tener un encuentro más que cariñoso entre novios, y buscó besarlo para hacerlo todo más dulce. Sin dudarlo, Panna correspondió su beso y muchos más, con la firme idea en su mente de volver a hacerlo, una y mil veces, y en cada ocasión más libres, menos preocupados.
—Cuando viva solo en Roma, Nara— le habló, casi dentro de la boca, respirando duro y recobrando el criterio— vamos a— se interrumpió otra vez, besándolo con osadía y atrapando su cabeza firmemente entre sus manos, como para que nunca saliera de donde estaba
—¿Qué cosa, Fugo?— preguntó, risueño y cosquilloso
—Vamos a probar tantas cosas juntos
—Quiero, de verdad quiero
Se miraron fijamente, y para Fugo era tan diferente ver a Nara así de tímido y sonrojado, sabiendo que detrás se escondía un chico curioso y deseoso por compartir todo con él. Era como un sueño, el cual quería dejar crecer incluso si tenía que sacrificar la relación con su familia. Trabajaría en la relación con Narancia como se riega el débil brote de un árbol, con atención, cuidado y amor, hasta verlo enorme y fructífero.
Un hermoso y fuerte árbol de Naranjas, que lo alimentara y le diera sombra en un día de calor abrasador.
~
Abbacchio se había ido hacía unos minutos cuando Bruno sintió un golpeteo en la puerta otra vez. Bruno no alcanzo ni a pensar en llorar cuando se asomó a la puerta dispuesto a insultar a su ex esposo si era necesario, sin embargo, se encontró con un rostro familiar afuera.
La madre de Fugo estaba de pie en la puerta mientras su marido la esperaba dentro del auto estacionado. De todas las visitas ingratas que Bruno podía recibir, esa era la peor, si hasta hubiera preferido tener que lidiar con la insistencia de Leone. Sin embargo, la disposición de la señora la hacía parecer como un perro mojado y triste bajo la lluvia.
Saludó a Bruno y antes que cualquier cosa, le pidió disculpas por todo lo que había pasado entre ellos. ¿Qué clase de cruz cargaba la gente que rodeaba a Bruno, que parecían haberse puesto de acuerdo para pedirle perdón ese día?
—Probablemente Pannacotta no quiera verme, y lo entendería
Bruno miro hacia el segundo piso. Había silencio, los chicos seguramente se habían dormido ya. O quizás conspiraban calladitos sobre qué harían al día siguiente, pero jamás esperarían que la señora Fugo estuviera allí.
—Debe estar durmiendo. Puedo despertarlo si desea, pero seré honesto con usted, no confío en dejarlo a solas con él. Además, ¿no cree que es un poco tarde para una visita?
La mujer suspiró. —La verdad es que... no puedo negarlo, entiendo tu desconfianza, Buccellati. Me ha costado mucho todo este proceso
Bruno quiso preguntarle si acaso creía que a Fugo no le había costado. Sin embargo, se mordió la lengua y simplemente la escuchó, sereno. La mujer de seguro estaba avergonzada de estar ahí reconociendo sus culpas.
—Dejo contigo su regalo de graduación
—Yo se lo daré, gracias— expresó, recibiendo un sobre gordo de las manos de la mujer.
—Gracias a ti, Buccellati
La mujer se despidió, con una pequeña reverencia y subió al auto con su esposo, quien no se dignó a decir nada, ni expresar ni la más mínima emoción. Bruno se preguntó si era más terrible estar separado, o viviendo junto a un hombre mueble, y llegó a la conclusión de que, al menos, no tenía que ver una cara larga todos los días. Además, Abbacchio tenía algo más de chispa. Era simple, porque Bruno se ahorraba el desagrado de ver como ese pequeño destello llegaba a convertirse en pólvora y sólo compartía con él cuando las cosas estaban tranquilas. ¿Qué mejor?
Bruno fue a la cama y se detuvo a mirar el sobre. La mujer y su esposo habían venido bastante tarde, era obvio que no querían encontrarse con Fugo, y esperaban usar a Bruno como mediador. ¿Qué tan culpable hay que sentirse para no ser capaz de dar cara frente a tu propio hijo? se planteaba mientras tanteaba la dureza del sobre y los relieves de su interior. Era algo plano y ancho. Dinero probablemente. A Bruno no le faltaron ganas de criticar el regalo, por una serie de sentimientos que tenía hacia los padres del chico, pero finalmente no quiso desgastarse más con el asunto, y pensó en que al chico le vendría bien para migrar a Roma.
Había sido un día suficientemente emocionante como para inflingirse más angustia.
~
Los niños desayunaron casi como si los persiguiera la muerte y salieron de casa a ver a sus novios. Bruno extrañaba esos días de estar ansioso por ver a alguien y dejar todo a medio hacer con tal de encontrarse con Leone. Ya no era triste recordarlo, pero indudablemente lo dejaba con esa sensación de que en la vida, no hay un sentimiento igual al amor adolescente y no se vuelve a amar así jamás.
Aunque, por esos días, sí se sentía como en la escuela cuando Prosciutto y Risotto hacían sonidos infantiles apenas Jean Pierre Polnareff, compañero de trabajo y evidente pretendiente de Bruno, revoloteaba cerca. Y es que lo estaba intentando tanto que para Buccellati resultaba agotador, casi como un vampiro energético, aunque, al menos lo invitaba a comer. A eso no se negaría. Además el tipo tenía un excelente gusto con la comida.
No estaban saliendo, y se había encargado de dejárselo muy claro al hombre. Pero no pudo evitar usar esa pequeña mentirilla como recurso para espantar a Leone, quien extrañamente era muy respetuoso del compromiso ajeno (y no del suyo propio, Bruno tenía un hipo cerebral cada vez que pensaba en la lógica absurda de ese hombre).
De todas maneras, era entretenido compartir con Jean. Tenía un aire fresco que hacía a Bruno sentirse joven. No había momentos de silencio con él, y Bruno no iba a negar que adoraba hablar con alguien que respondiera con esa misma intensidad.
No faltaron las bromas de Prosciutto acerca del cabello plateado y liso de Jean, y la debilidad de Bruno por aquel rasgo en los hombres. El moreno sólo rodó los ojos y siguió con su trabajo frente al computador.
—No seas cruel con él, no le rompas el corazón
—Ay Pros, le he dejado claro que no estoy interesado. Es un adulto, no se va a morir porque le digan que no. Él ha decidido seguir almorzando conmigo y ya estoy harto de perderme buenas comidas por hacerme el difícil
—¿O sea que tiene una oportunidad?
—No.
—¡Bruno!
—Pros, deja de preocuparte. Él sabe lo que siento y sabe que no me va a convencer
—Eres duro, Bruno... entrégate al romance francés— le sugirió, melodioso
—Por favor, tengo tanto de que preocuparme
—Al menos deja que te rellenen la dona
Ambos sufrieron aguantándose la risa en pleno trabajo. Bruno tenía la confianza de agarrar a su jefe (y mejor amigo) de un ala, y echarlo afuera de la oficina por desfachatado, así que, entre risas y regaños juguetones, lo hizo.
Volvió a sentarse, mirar el computador, y se echó a reír una vez más mientras elaboraba el presupuesto de las telas que necesitaban para los diseños. Y así, se dio cuenta de todo lo que alegraba sus días: un trabajo reconfortante dentro del área que le gustaba, amigos invaluables, una familia hermosa esperándolo en casa, un viejo amor que le enseñó a ser fuerte, y compañía agradable en cada almuerzo.
No pedía más.
Hola gentecita!
Estuve terriblemente desconcentrada con leer y escribir estos días. Escribía una línea y borraba dos. Aún no me recupero del todo xD pero logré avanzar en algo, al menos con este fic.
Traté de equilibrar la cosa entre su dosis de drama, fluff y cachondeo. Parece que me pasé con eso último. Bueno, es que así debería ser la vida, ah, no te lo voy a negar xDDDD
Espero que, si llegaron hasta aquí, les haya gustado este capítulo, y que no haya sido muy repetitivo, pta, poner dos escenas de setso en un solo capítulo puede ser bastante desafiante pa que no parezca que fue casi un copy-paste del mismo polvo xDDDDD También espero que no haya sido muy confuso el salto de tiempo, me gusta hacer esas weás pero a veces yo las entiendo bien en mi cabeza, pero a la hora de escribirlo no queda comprensible como yo esperaría. Bueno, en resumen el diálogo de Bruno con la mamá de Fugo fue la misma noche de la graduación, y las cogidas de los pendex fueron al día siguiente, como un premio de la vida por entrar al mundo adulto xDD
Gracias como siempre, os adoro ♥
PD.: Bruno merece follar.
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