II. Vicino a te


Why do birds suddenly appear
Every time you are near?
Just like me, they long to be
Close to you

Close to you – The Carpenters


Bruno estaba contento por cómo había visto a Giorno en esos días. Se veía motivado con la escuela y rindiendo en el trabajo. Todos los días llegaba contándole algo nuevo, sobre los animales, sobre lo que aprendió, las tareas que tuvo que hacer, las ganas de Narancia de acompañarlo y la eterna discusión con Fugo, quien le hacía tutorías de matemáticas, lo delicada que era Trish, su nueva amiga, y el camino a casa lleno de risas cada tarde con Mista.

—Deberías invitar a Mista a cenar a casa alguna vez Giorno, has sido un ingrato— Bruno lo reprendió, mientras untaba una galleta en leche. Paolo los miraba a ambos, el pobre nunca tenía voz ni voto frente a las invitaciones a su propia casa, pero al menos nunca se había quejado de que alguna visita fuera desagradable.

Ah, pero no fuera Abbacchio, porque lo sacaría a patadas.

Giorno se sonrojó. En el último tiempo, estaba sintiéndose extraño. Esperaba con cierta ansiedad la hora de entrada al trabajo para recibir los encargos de Guido y luego miraba la hora a cada instante hasta el momento de la salida, y caminar con él a casa.

Si era sincero, parecía que estaba sintiendo algo más, pero no quería ponerle nombre.

Lo había hablado con Narancia, pero el chico inmediatamente empezó a hacer ruidos raros y a pincharle las costillas. Narancia era un niño de diez en el cuerpo de un quinceañero, había varias cosas que no se las tomaba en serio. Por otra parte, Fugo era demasiado cuadrado y todos los asuntos del corazón no tenían sentido para él, así que Giorno prefirió no decirle nada sobre su interesante compañero de trabajo.

—Papá me ha dicho que lo invite a cenar— le dijo a Narancia, con timidez— no creo que acepte, creo que será muy repentino

—Anda, Giorno, Mista no parece el tipo de persona que se asuste por algo así, fue él mismo quien desde el primer día se ofreció a acompañarte

—Eso es cierto...— debía darle la razón a Narancia con eso

—¡Quiero conocerlo! ¡Preséntamelo, por favor, Giorno!

—Lo vas a criticar, estoy seguro...

—¿Por qué dices eso? ¿Está feo?

—Uhm... no es feo, no. Pero es diferente a otros chicos que me han... atraído

—Muéstramelo hoy cuando vaya a acompañarte al trabajo, aprovechemos que Fugo no vino

—Nos va a reclamar con que justo pasan cosas entretenidas cuando no viene— Giorno rió

—Siempre tiene algo por qué reclamar, da lo mismo, Giorno

A la salida de la escuela, ambos chicos se apresuraron en caminar hasta el zoo. Llegaron al portón de entrada, y desde lejos Giorno vio a Mista. —Ahí está— le dijo a Narancia, señalando disimuladamente, pero con entusiasmo. Giorno no esperaba que Mista lo saludara desde la distancia y comenzara a acercarse.

—¡Viene para acá! — exclamó Narancia, apretando los dientes y agitando las manos —¡Viene para acá, Giorno!

—Narancia no, qué vergüenza, no tengo dónde meterme

Mista llegó junto al par de chicos y los observó detenidamente.

—Hola, Giorno. Vienes acompañado hoy

—Sí, este es Narancia, mi mejor amigo

Mista y Narancia se saludaron mientras Giorno los presentaba. Giorno agradecía que su amigo no hizo ningún gesto extraño ni ninguna burla, al contrario, se comportó reservado y silencioso (raro en él), y luego se fue a su casa. La tarde de trabajo transcurrió en forma normal, ir y venir por los pasillos del zoo, alimentar, limpiar, ayudar, guiar; y a la tan esperada salida, Mista encaminó a Giorno hasta su casa, como habían acostumbrado a hacerlo desde el día uno.

Giorno llegó a la conclusión de que eran sentimientos más que platónicos, cuando comenzó a pensar en el muchacho día a día, logrando encontrar fascinación en cada uno de sus detalles. Mista era más alto que él, delgado, pero de complexión firme, con un llamativo tono bronceado de piel. Pensar en el perfecto color tostado de su abdomen plano (que mostraba sin ninguna vergüenza), lo mantenía despierto por largas horas. Se perdía mirando sus ojos, negros como el ébano. Adoraba el fruncir de sus cejas, como si estuviera enojado. Le atraían no sanamente sus labios gruesos. Había sentido una curiosidad especial por saber cómo era su cabello bajo la gorra, que no se había quitado delante de Giorno, pero alcanzaba a ver en sus patillas recortadas una sombra oscura.

Sorprendente fue cuando, en una tarde, lo vio quitarse la gorra y conoció tanto su cabello negro como la extraña razón por la que mantenía la gorra puesta: guardaba cosas en ella. Monedas, billetes, seis figuritas amarillas que le servían como amuleto de la suerte, y cosas llamativas que encontraba por ahí.

—La ropa de mujer no tiene bolsillos— alegó cuando le explicó a Giorno por qué guardaba cosas en la gorra, sumiendo a Giorno en aún más preguntas

—¿Usas ropa de mujer?

—Pues... sí— exclamó, como si fuera algo obvio e incuestionable. Giorno suponía que estaba en su derecho de hacerlo. Además, esos pantalones le quedaban estupendos. Apretaban sus piernas marcando su silueta. Acentuaban su trasero haciéndolo ver redondito (Giorno debía reconocer que lo miraba más de lo socialmente aceptable, y no sólo miraba lo que se marcaba atrás). —Es más cómoda, más elástica

—Así veo— respondió Giorno espontáneamente, sin dimensionar las consecuencias de asumirlo en voz alta

—Ah, sin mirar mucho, Giorno. El que mira sufre y el que toca goza

—Tonto— dijo el rubio, riéndose y blanqueando los ojos. Luego de eso, volvió al trabajo.

Mista era diferente al tipo de chico que solía gustarle. Antes ponía el ojo en muchachitos más inocentones, menos atrevidos, físicamente más desabridos, pálidos, bajitos, ordenados, pulcros, introvertidos. Alguien con quien congeniar más que complementarse. Mista tenía algo más sabroso, picante y sorpresivo, que había cautivado a Giorno sin vuelta atrás.

—Mi padre te invita a cenar, si es que quieres— le dijo Giorno en una de esas tardes, animándose a aprovechar la gentileza de Bruno. La frase había salido fluida, pero dentro de sí, albergaba mucho nerviosismo.

—¿Tu padre me invita? ¿Y qué hay de ti?

—Yo también te invito, bobo, pero necesitaba su permiso. Bueno, en realidad a él se le ocurrió

—¿Será que le hablas mucho de mí y se muere por conocerme?

—Ya empezaste. ¿Vienes, o no?

—¡Voy! Pero tengo olor a animal— dijo el mayor, oliéndose la ropa y la gorra

—Eso es todos los días, Guido— respondió Giorno, con picardía, y se ganó una mano revolviendo su cabellera hasta quedar todo despeinado— Mis ricitos, idiota— le dijo entre risas, acomodándose el pelo nuevamente.

Llegaron hasta la casa Buccellati, y al entrar, había aroma a comida, pero no se veía ni su papá ni su abuelo. "Papaaá~" canturreó Giorno y escuchó la voz de Bruno desde la cocina saludándolo, cortando la llave de agua y luego escuchó sus pasos.

Su rostro mostró un gesto de sorpresa, sus ojos azules grandes y su sonrisa alegre al ver que Giorno no venía solo.

—¡Tú debes ser Guido Mista! ¡Bienvenido! Es un placer conocerte

—El placer es mío, señor Buccellati

—Toma asiento. Giorno, ofrécele algo, un té, jugo...

—Agua está bien, gracias

Giorno fue a la cocina y volvió con un vaso de agua fría. Prontamente estuvieron los tres sentados a la mesa, ya que Paolo se encontraba aún en la caleta y llegaría en un rato más. En algún momento, Giorno pensó que su acompañante estaría nervioso o cohibido con Bruno, pero al contrario, parecía relajado y tan extrovertido como siempre. Alababa la lasagna de Bruno y describía cada uno de los sabores y su deleite en ellos.

Bruno sonreía, le encantaban los halagos, mientras Giorno blanqueaba los ojos, y así Bruno le metía más y más comida al invitado.

—Señor Buccellati, voy a salir rodando de aquí

—Al menos la calle va en bajada— le dijo el hombre, mientras le servía más queso rallado sobre su tercer plato de lasagna

Giorno sonreía al verlos a ambos. La verdad era que tenía muchas ganas de que Mista fuese bienvenido en su casa, era una primera aprobación importante. Necesitaba las de Narancia, Fugo y de su abuelo, y sólo ahí podría decir que Mista era aceptado por todo el clan.

Su abuelo llegó al rato, también fue muy gentil con Guido, y obviamente le ofreció comida, de paso retando a Bruno con sus "no le has dado comida al niño", y el aludido respondió mostrándole la fuente vacía.

—Agradece que te salvé un pedazo, viejo

Luego, Guido estuvo un rato bebiendo té, conversando acerca de la vida, y finalmente Bruno se decidió a dejarlo en su casa. Mista insistió en que no era necesario, pero Bruno era terco en ese aspecto y no dejaría que un chiquillo se fuera solo a casa tan tarde.

Mista subió al auto, y cuando Giorno iba a acompañarlo, Bruno lo mandó a acostarse. Sonrojado, le hizo caso y finalmente Bruno encendió los motores. Mista iba indicándole el camino hasta su casa, dónde doblar, cuándo seguir derecho y qué calle tomar.

—Giorno nunca había llevado a alguien a casa, además de sus amigos del colegio— dijo el hombre, casualmente, mientras se concentraba en la calle y la señalética

—Oh, es un honor, señor Buccellati

—Puedes venir cuando quieras, Mista, así también Giorno no pasa las cenas tan solo, en la casa estamos él, mi padre y yo solamente, a veces mi padre llega tarde, como hoy... y a Giorno le hace bien la compañía

—Lo visitaré más seguido. Déjeme aquí, señor, por favor, mi casa está aquí a la vuelta

—¿Está bien aquí?

—Sí, no se preocupe. Un millón de gracias por su invitación

—No agradezcas, cuando gustes puedes ir

Mista bajó del auto, despidiéndose una vez más, y caminó hasta su casa. Bruno no se devolvió mientras no vio al muchacho entrar a su hogar.

Se suponía que Giorno estaría acostado cuando Bruno volviera, pero apenas entró, Giorno bajó corriendo en pijama a recibirlo.

—¿Y qué te pareció Guido?

—¿No se suponía que estarías durmiendo ya? Mañana tienes escuela

—No tengo sueño

—Comiste mucho, por eso ahora no puedes dormir

—¡Estaba rico! ¿Y bien...?— el tono de Giorno era el de alguien que exigía respuestas. Necestaba oír la opinión de Bruno para sentirse tranquilo con sus propios sentimientos.

—Guido Mista me cayó muy bien, se ve simpático, educado y parece un buen chico. Es gracioso, esforzado y ama a su madre. Siempre debes buscar esas características, Giorno.

—¡Gracias, papá!

—Necesitas cinco votos, Giorno. Ya tienes uno de cinco.

—¿Cinco? ¿Quién es el quinto?— Giorno en su mente se había armado una votación entre su abuelito, Bruno, Narancia y Fugo

—Leone, por supuesto

—Pfftt, él no tiene nada que opinar

—Es tu padre también

—Meeeh...

—Tendrás que decirle en algún momento

Giorno arrugó el ceño. No le agradaba la idea de compartir mucho con Leone acerca de su vida personal. ­—¿Qué opinas tú, abuelo? — preguntó, cambiando de tema

—Hmp. No te voy a dar en el gusto Giorno. Recuérdale qué edad tenías tú, Bruno, cuando te fuiste de casa, y qué edad tenía Abbacchio. Qué coincidencia, ¿ah? No quiero que se repita algo como eso, Giorno

Nonno, esto no es igual... no me iré con Mista, sólo estamos conociéndonos

—Pues te recomiendo ser cauto

La cautela estaba impresa en la piel de Giorno. De hecho, una de las razones por las que se negaba a sí mismo darles un nombre a sus sentimientos por Mista, era el terror al compromiso y a enamorarse. Había pensado muchas veces que él y Bruno eran diferentes, que no por lo que vivió su padre él pasaría por algo igual. Pero el sólo recordar algunos episodios de su vida, lo hacían espantarse del amor.

Recordaba a Bruno vestido de punta en blanco, peinado con delicadeza, yendo a dejarlo a la escuela. Era un apoderado muy comprometido, participativo y preocupado. Incluso llegaba a ser popular entre otros padres y madres. Pero siempre que Giorno llegaba a casa tras bajar del transporte escolar, Bruno estaba acostado, despeinado y muy probablemente no había almorzado. Y con una sonrisa, siempre decía que estaba bien, después de haber perdido kilos y kilos de cuerpo y vitalidad.

Algunas mañanas le pedía disculpas a Giorno porque no se podía levantar, pero inventaba cualquier otra cosa. Paolo lo encaminaba al colegio en aquellas ocasiones.

Un día, Bruno se levantó y no volvió a acostarse sino hasta el anochecer. Y al día siguiente también, y así una semana, y unos días más, y entró a trabajar, y recuperó el color oliva de su piel, y el brillo de sus ojos, y el gusto por moverse, salir, hacer actividades, cocinar, vivir la vida.

Las apariencias se acabaron. Nunca debieron existir. Giorno jamás quería vivir un dolor como el que experimentó Bruno, un dolor del que nunca conversaron, pero que dejó cicatrices en ambos.

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Narancia esperaba a Giorno en la puerta de la escuela, de brazos cruzados y taconeando los zapatos. A su lado, Fugo lo miraba como pidiendo explicaciones.

—¡Oye, te gusta un tipo y no habías dicho nada y Narancia ya lo conoce!

—¡No me contestaste los mensajes de cómo te fue en la cena con Mista!

Ambos chicos hablaron al mismo tiempo, reclamándole. Entraron a la sala, y antes de que comenzaran las clases, el par le lanzaba una lluvia de preguntas. Giorno le contó el asunto a Fugo, quien estuvo cobrándole sentimientos todo el día (Giorno nunca se lo hubiera esperado) y también actualizó a Narancia con la cena de la noche anterior. Ambos chicos estaban contentos por Giorno, pero también le recordaban que tuviera cuidado, que Mista ya era adulto ante la ley, y un montón de cosas que aún ni siquiera pasaban.

Giorno les tenía confianza. Su opinión tenía bastante peso, aunque probablemente, al final igual haría lo que quisiera, pero pensando en ellos.

No había sido fácil forjar una amistad tan fuerte como la que tenían en ese momento. Había conocido a Fugo en su primer día de clases en esa escuela hacía ya ocho años. Narancia había llegado después, en primer año de secundaria. En un principio, Narancia había sido algo desfachatado, pero con el tiempo, habían aprendido a entenderse.

—Giorno, debo decirte algo con mucho respeto, pero tu papá es un DILF

El primer día de Narancia en casa de Giorno, había sido gentilmente invitado junto a Fugo por Bruno. El hombre solía organizar ese tipo de cosas, siempre instando a Giorno a invitar a sus amigos, a hacer tardes de películas, pijamadas y lo que fuera con tal de ver a su hijo bien integrado a la sociedad.

Narancia era el nuevo amigo llegado desde otra escuela y Giorno hablaba bastante de él en casa, así que a Bruno le pareció buena idea invitarlo a almorzar un domingo y luego dejar que los chicos salieran a divertirse con el estómago llenito.

El muchachito en un principio llegó a la escuela mostrándose algo tímido, y naturalmente Giorno y Fugo lo adoptaron. Prontamente el chiquillo mostró su verdadera cara, la de un pequeño hiperactivo y con una enorme personalidad y una bocaza gigante. No dejó pasar la oportunidad de comentar acerca de atractivo padre de Giorno cuando este fue a la cocina a buscar el postre.

—La próxima vez que digas algo como eso, te voy a partir la cara, Narancia

—Es que... es en serio, está buenote. Tu mamá debe ser muy—

—...No hay mamá, Narancia

—Narancia, hay situaciones en las que es mejor callar— advirtió Fugo, tras ver el rostro encendido de Giorno

—¿De qué me perdí?

Y nadie le respondió.

—Oigan, no me ignoren, ¿dije algo estúpido? ¡Lo siento, Giorno!

Aquella tarde, Fugo se fue a casa incómodamente, y Giorno junto a Narancia la pasaron columpiándose en la plaza. Giorno le contó cosas que no pensaba contarle, pero que era mejor que las supiera antes de que siguiera metiendo las patas. No había una mamá, había dos papás, adoptivos, separados hacía un par de años, y un retorno complicado a casa de su abuelo con el rabo entre las piernas.

Su padre, Bruno, había tenido que tragarse muchas cosas que dijo cuando se fue, encaprichado con casarse con Leone, teniendo apenas quince, mientras Leone tenía diecinueve. Volver a casa separado, con un hijo, sin trabajo y a sabiendas que lo primero que escucharía sería un "te lo dije", seguro hirió su orgullo. Sin embargo, Paolo Buccellati lo recibió con té caliente, una chimenea encendida y los brazos abiertos.

Narancia pidió disculpas, pero Giorno no las aceptó, no porque no perdonara sus palabras, sino porque ¿qué había que disculpar ahí? Narancia no tenía cómo saber todo eso.

—Fui imprudente. Tu papá es una persona muy atenta y merece tener un buen pasar

—También lo creo. Le debo todo en la vida

—¿Y qué hay de tu otro papá?

—Vive en el centro de Nápoles, con su novio, que es una especie de cordero sumiso apenas un poco mayor que yo. Voy a visitarlo algunos fines de semana, o a veces él viene a casa, pero mi abuelo lo detesta así que en realidad llega, saluda, y salimos a comer algo.

Giorno pensaba en que le encantaba como se han invertido las cosas, antes, papá solía buscar a Leone insistentemente. Ahora, la mayor parte del tiempo lo ignoraba, y era Leone quien le hacía preguntas y comentarios que nadie pedía, que ¿cómo estás?, te vi el otro día vistiendo Gucci, te ha ido bien, supe que entraste a trabajar al mismo edificio que de Diavolo, es un jefe estricto, y rápidamente Giorno empezaba a quejarse con que tenía hambre, para que Leone dejara de molestar a su papá y por fin lo llevara a comer la infaltable pizza margherita de los sábados.

—Deja de meterte tanto— le dijo un día, tras terminar de comerse el último borde de masa. Abbacchio lo miró sorprendido y descolocado.

—No me hables así, Giorno

—Tú no le hables así a papá

—Bruno te ha metido un montón de cosas en la cabeza—expresó, suspirando con un aire decepcionado

—Jamás me ha hablado mal de ti. Yo me doy cuenta solo. Y haces demasiadas preguntas. ¿Por qué tenías que meter a Diavolo en el asunto? A papá le incomoda. Es como si lo hicieras a propósito

—Fue una simple pregunta, Giorno

—Tú nunca has sido de simples preguntas. Ya, mejor come, o me acabaré la pizza yo solo

—¿Qué es lo que a Bruno le incomoda de Diavolo?

—¿No sabes?

—No

—Diavolo lo pretende

El gesto burlón de Abbacchio cambió a uno de rabia contenida e intriga.

—Ah, pues qué bien— comentó, disimulado— Bruno puede hacer lo que quiera

Abbacchio podía ser controlado en sus impulsos, pero no siempre conseguía medir la fuerza. Dejó el vaso en la mesa con tanta intensidad, que lo quebró, llamando la atención de los comensales y trabajadores del lugar. No le quedó más opción que pagar el vaso roto y deshacerse en disculpas.

Por la tarde, fue a dejar a Giorno a casa, y se quedó mirando a Bruno como una estatua. El moreno se quedó viéndolo como preguntándole "¿qué miras tanto?", y se despidió en forma cortés, pero fría. Días después, Abbacchio estaba alegando que ahora Bruno era un creído y que su personalidad era irreconocible.

"Ya no es el pobre chico que dependía de ti", pensó en decirle Giorno, pero mejor calló, ya no quería peleas. Pero, en fin, Abbacchio hacía un show por todo. Y pensar que aún no le contaba que había entrado a trabajar, ni que parecía que le gustaba alguien.

Narancia y Fugo respetaban a Leone Abbacchio porque tenía una apariencia imponente. Era muy, muy alto, de tez blanca, de cabello largo y liso, color plata, y hombros anchos. Tenía una mirada asesina, y un color de iris bastante inusual, un degradado entre púrpura y ámbar. Su eterno ceño fruncido lo hacía ver como un padre distante y frío, pero Giorno tenía recuerdos de alguien muy querendón cuando él era pequeño. La traición de Leone y la adelantada madurez de Giorno, indudablemente los había distanciado, y el muchacho definitivamente no le tenía confianza para contarle sobre su vida personal.

El orden era natural, siempre el primero en enterarse de las cosas era Bruno, luego Narancia, después Fugo, Paolo en algún lugar entremedio, y al final de toda la lista se encontraba Leone. A veces hasta los amigos de Bruno sabían más cosas de Giorno que su mismo padre.

Y así como Fugo alegaba por no haberse enterado antes, Giorno sabía que Abbacchio haría un escándalo de proporciones el día en que le contara.

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Giorno estuvo concentrado en la escuela y el trabajo en esos días. Había aprendido un montón de cosas nuevas en el zoológico, Mista le permitía entrar con él a jaulas de animales más peligrosos, y había conseguido acariciar a un cachorro de león. No había estado tan emocionado en un buen tiempo, era algo que no creyó que pasaría, y allí estaba el pequeño leoncito, en los brazos de Mista, mientras Giorno le daba leche con una mamadera. La leona estaba produciendo leche poco nutritiva, pero el cachorro aún necesitaba mamar, por lo que complementaban el amamantamiento con leche sustituta.

—Aw, es como nuestro hijo— comentó Mista, riéndose. Giorno se sonrojó, y rió tímidamente, mientras seguía alimentándolo.

—¿Podemos hacer esto todos los días?— preguntó el rubio, realmente comprometido con la causa, y encantado de poder compartirla con su compañero

Mista lo miró, sorprendido. —Me encantaría, Giorno. Haré lo posible para que nadie nos robe esta tarea. Aunque tú sabes que no deberías estar aquí, se supone que estás en la granja, pero meh...

—Lo sé, pero me gusta darle leche al leoncito... por favor, Mista

—No voy a acusarte, sería una mierda hacer eso

—Gracias, Guido

—¿Crees que, si un día crece, nos comería?

—Uhm... si está bien alimentado, no creo que lo haga

—Una vez vi un video de un hombre que crió un león, y años después el león lo reconoció y lo recibió muy feliz

—¡Quizás nunca nos olvide!

—Yo creo que a ti te comería, Giorno

—Oye, ¿por qué dices eso?

—Tienes cara de saber a pollo

—¡Oye!

—En serio, estás blanquito y pelo rubio pollito

—Y tú eres como...— Giorno se quedó dudando. Quería decir algo burlón también, pero mientras más miraba a Mista, más encontraba en él cosas que le encantaban, y el único ridículo era él por callarlo.

—Apuesto a que vas a decir alguna cosa tostada o quemada y cochina

—Estás poniendo palabras en mi boca, Mista

El moreno sólo sonrió. A Giorno le habría gustado decirle que no había nada malo en su piel tostada y brillante, sus labios gruesos y esos misteriosos ojos negros. Si llegara más lejos, podría hasta decirle que le gustaba cada una de sus características. No lo hizo.

La leche se acabó, y finalmente devolvió el cachorro al refugio. Giorno volvió a la granja, disimulando, como su hubiese estado todo el rato allí, aunque no pudo evitar la mirada dudosa y suspicaz de Trish.

Y sí, durante varios días, Giorno abandonaba la granja para acompañar a Mista a otras tareas. Mista lo contagiaba de su relajo y despreocupación, y cada día Giorno se sentía más sumergido en esa alegría, que lo llenaba y a la vez lo consumía.

—Tu amigo no ha venido— le dijo el de piel bronceada en una tarde camino a casa, bajo la suave brisa marina

—¿Te refieres a Narancia?

—Claro, ya no se ve

—No tiene que venir todo el tiempo, ¿sabes?

—Heeey... ¿celoso?— le preguntó Mista, con un gesto pícaro

—Ugh ¿cómo voy a estar celoso de ti?— le dijo Giorno, con un gesto asqueado

—Aaah, no sé. Oye, sólo era una broma, Giorno

Luego de eso, Mista permaneció callado y serio todo el camino. Era un lado de él que Giorno no conocía, y que lo inquietaba.

—Nos vemos, Giorno— le dijo al despedirse, sin siquiera mirarlo, y siguió su camino

Esa noche, Giorno llegó a casa cabizbajo. Apenas picoteó una ensalada y se fue a dormir. Bruno le preguntó varias veces qué le pasaba, pero sólo respondió que tuvo un día cansador. Obviamente, su padre no le creyó, y al poco rato que Giorno se acostó, Bruno fue a acompañarlo.

Había recuerdos lindos de confesiones y desahogos bajo las sábanas del amor fraternal. Cuando Giorno era chiquito, recordaba ir a la cama de sus padres buscando cariño y refugio si tenía pesadillas. Leone y Bruno lo recibían entremedio de ambos, le contaban cuentos y hacían juegos de siluetas con una linterna y las manos.

Un poco más grande, un Giorno temeroso también buscaba a Bruno en la noche para no asustarse con el bulto de ropa de la silla de su pieza. En otras ocasiones, Bruno iba a dormir con él sin dar mayores explicaciones. Ahora de grande, Giorno suponía que Bruno se sentía solo. Y él también agradecía su compañía.

—¿Estás dormido, Giorno?

—No...

—Hijo, cuéntame. Quizás pueda ayudarte

—No quiero preocuparte con tonterías

—No son tonterías si te quitan el hambre y el sueño

Giorno suspiró, a punto de vomitar toda la culpa. —Le dije algo muy estúpido a Guido... y le di a entender como que me daba asco. Se sintió mal, fue obvio

—Ay Giorno... si te gusta, ¿por qué no se lo dices de una vez en lugar de estar baboseando?

—Es que... nos reímos mucho el uno del otro. Pero me pasé

—Habla con él, búscalo y arreglen las cosas. No parece alguien rencoroso

Giorno suspiró. Sabía que tendría que hacer eso. —Lo peor es que se lo dije por celos...

—Hijo, los celos son destructivos, siempre acarrean problemas

—Lo sé, papá, no me gusta sentirme así

Cuando Giorno dejó salir sus celos en forma de burla a Mista, la sensación retorcida en su estómago fue inmediata. No era algo que lo enorgulleciera, al contrario, sentirse celoso no le parecía correcto, menos por su amigo Narancia. Si a Mista le gustara Narancia, ¿qué podría hacer más que mirar de lejos? Amar y dejar partir era algo que había aprendido gracias a su padre, no le quedaría más que aceptarlo y seguir con su vida.

—Si a Mista le gustara alguien más...— Giorno expresó, dejando lo demás en suspenso y duda, como esperando a que Bruno respondiera por él, para reafirmar lo que pensaba.

—Tendrías que conformarte, hijo— le dijo Bruno, acariciándole el cabello —Eres joven, hermoso y tienes un corazón gigante, llegará otra oportunidad, el mundo no se acaba con un desamor

El mundo no se acaba... definitivamente había cosas peores que sufrir por un chico al que apenas conocía. Pero en el momento, más le dolía haberlo tratado mal que la idea de no ser correspondido.

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Los días siguientes en el trabajo, Giorno confirmó que la había cagado. Guido Mista lo saludaba, sí, era el tipo de persona que no negaba nunca un saludo, pero no lo buscaba, hacía trabajos en los que sabía que Giorno no podría participar, ni tampoco lo acompañaba a la salida. Marcaba su tarjeta, se despedía rápido y salía por la mampara como si huyera.

El primer día, Giorno lo esperó, pero fue la secretaria quien le cortó las alas.

—¿Esperas a Mista? — le dijo, con una voz comprensiva. Giorno se sonrojó, siempre le pasaba tan fácilmente

—Sí, lo espero

—Ya se fue, ¿no te avisó?

—No...

—Ah, pues... pensé que sabías

—No... no importa, Sofía. ¡Gracias!

Giorno se fue a casa solo. No era que estuviera preocupado, ni que tuviera miedo. Caminar por Nápoles podía ser peligroso, pero sabía perfectamente a dónde no ir. El problema era que no podía dejar de pensar en que Mista lo había estado evitando. Quizás era idea suya, quizás había tenido un mal día, o necesitaba llegar rápido a casa, pero no podía dejar de pensar en que, durante todo ese día, Guido no había hecho más que saludarlo fríamente.

Comenzó a ser obvio cuando se encontraban a la salida y Guido se despedía con un adiós general y salía sin pausa.

Las palabras de Bruno en su cabeza se repetían, si quería arreglar las cosas, debía acercarse a Guido y hablarle. Si veía que la situación no tenía arreglo, pues adiós y la vida sigue. Era tan simple como eso, pero estaba costándole un montón.

Hasta que llegó el día viernes, la última oportunidad de la semana para intentarlo, y Giorno quebró la distancia y el silencio incómodo que pesaba entre los dos. Concluyó que, si dejaba llegar el lunes, lo habría perdido todo, y que no permitiría que la indeterminación sepultara la amistad (al menos) que habían conseguido.

—¡Mista!

El muchacho volteó y miró nervioso. Tenía la expresión de querer salir huyendo, pero esperó a lo que Giorno tuviera que decirle. —Giorno...

—¿Me acompañas a casa?

—Uhm...

—No quiero ir solo, podría pasarme algo

—No me lo perdonaría— dijo, quitándose la gorra y rascándose la cabeza, aún algo intranquilo, pero hablando con sinceridad.

Salieron juntos del zoo y esta vez era Giorno quien hablaba mucho. Solía ser al revés, Mista era un maestro de la conversación, iniciaba temas, tomaba la iniciativa, contaba chistes, y su risa hacía eco. A Giorno lo había cautivado que desde lejos pareciera tan serio, y de cerca fuese así de cálido. Y resulta que se habían invertido los papeles, Giorno intentaba llenar el silencio con conversación casual mientras Mista sonreía y parecía más amigable que en los días anteriores, pero, de todas maneras, no era el mismo que Giorno conoció.

Caminaron por la orilla del puerto observando la puesta de sol. Por mucho que el paisaje inspirara, Giorno no lograba sentirse en paz como en veces anteriores con Guido. El rubio manifestó su deseo de ir a mirar el rompeolas, y Guido lo acompañó, dándole un sí con poco entusiasmo.

—¿Has estado evitándome, Guido?

—No, Giorno. Sólo he estado haciendo lo de siempre

—¿Por qué ya no caminas conmigo a casa?

—Antes de que llegaras, caminaba solo

—Caminar conmigo a casa no significa nada entonces, ¿verdad?

—Bueno... no me gustaría que te pasara algo, es cierto. Eres joven, pareces un niño rico. Tienes que tener cuidado. Si necesitas caminar acompañado, por favor dímelo

—No quiero tener que estar pidiéndotelo, Mista. Así como era antes, cuando era espontáneo

—Lo siento Giorno, es difícil ser espontáneo ahora

—¿Por qué?

—Porque... estaba equivocado. Pensaba que... tenía algún tipo de oportunidad y... tengo claro que... no es así...

Mista no continuó la frase. Seguía mirando sus propios zapatos revolcados con tierra, sus manos lucían temblorosas y portaba una expresión de amargura. Fue como una repentina explosión de fuegos artificiales cuando Giorno se arrojó a sus brazos, hundiendo el rostro entre el hombro y el cuello del moreno.

—No dejes de acompañarme, Mista. No se trata de sentirme seguro, ni de caminar con cualquier persona. Quiero ir contigo, sólo contigo

Mista le devolvió el abrazo, sintiéndose lleno de dudas por un instante. Dónde poner las manos, cómo abrazarlo, qué esperar de ese contacto. Dejó una de sus manos en la espalda de Giorno, y con la otra, acarició su cabeza, deslizándose por su trenza rubia y volviendo a subir, sintiendo la suavidad en su mano. Se daba cuenta de que nunca había tocado el cabello de Giorno, pese a morirse de ganas de hacerlo desde un principio.

Giorno era exactamente el tipo de chico que lo hacía volver loco. Tenía una debilidad por los chicos rubios, de rasgos delicados como él, y definitivamente había caído por su personalidad bondadosa, tranquila y reflexiva. Tristemente, no esperaba ser correspondido de ninguna manera, no solía tener suerte en el amor y él creía mucho en eso de la fortuna. "Buena suerte en el dinero, mala suerte en el amor", le había dicho su madre, y sí, Mista era del tipo de persona que se encontraba dinero en la calle o habitualmente ganaba unas liras en las tragamonedas. Nada más que por eso, Mista sabía que había sido bendecido sólo con una de las dos fortunas.

Además, Giorno ya había expresado su rechazo por él hacía unos días. Era extraño que ahora lo buscara de esa forma, tan insistente y desesperada. Mista no quería creer en algo más, pero el rostro de Giorno manchado de rosa y ahora un par de lágrimas mojando su hombro, lo hacían construirse un castillo de cristal en donde el rubio era su dorado príncipe.

Giorno se separó un instante y observó a Guido fijamente. El mayor exhibía una expresión de preocupación y angustia, mientras intentaba secarle las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Gio tenía unos ojos verdes preciosos, los cuales Guido no quería volver a ver así de llorosos en su vida.

—Me gustas tanto, Guido Mista

El mayor le sonrió. Era difícil de creer, pero el brillo en los ojos de Giorno y su cuerpo cálido no mentían. El más bajito estiró sus manos, para acunar en ellas el rostro de Mista, y entonces el mayor lo abrazó firmemente por la cintura y plantó un beso suave, lento y delicado en los labios de Giorno.

Se sentía realmente bien tenerlo tan cerca y poder, por fin, besarlo. Sus labios tenían la suavidad de un tierno durazno y el sabor de una primera vez. Su cabello poseía un aroma exquisito, entre fruta y flores, y su piel brillaba dorada bajo la luz rojiza del ocaso.

Mista quería besarlo una y otra vez, y Giorno no se lo impidió. Mista acarició su cara, viajando con sus manos entre su cabello rubio, entrecruzando los dedos justo en donde comenzaba la trenza de Giorno. Abrió ligeramente su boca, y el otro chico lo siguió, dejándose devorar por las ansias de Guido de probar sus labios y lengua.

Era el primer contacto íntimo de Giorno con alguien, sintiendo esa cascada de sentimientos. Recordaba haber dado uno que otro beso torpe a chicos del colegio en fiestecillas escolares, pero nada se había sentido tan intenso como eso, como las manos de Mista firmes en su cabello, serpenteando por sus hombros, sujetando sus brazos, envolviendo su cintura y descansando en su espalda baja. Nada como el calor de su piel tostada y exquisita, ni comparado con esos labios gruesos que envolvían su boca con total dominio.

—Perdóname por haberte hecho sentir que no tenías oportunidad, Guido. No vuelvas a dejarme solo, por favor

—Nunca estuviste caminando solo a casa, Giorno. No hubo día en que no me asegurara de que llegaras bien. No quería que te dieras cuenta, ni que pensaras que era un psicópata... tampoco quería sufrir, teniéndote cerca, pero inalcanzable...

—Hablas hermoso cuando quieres, Mista— Giorno comenzó a reír, entre ya escasas lágrimas

—Sólo contigo

El moreno lo besó una vez más antes de tomar su mano y caminar hasta la casa del más joven, entre risas y juegos, como siempre debió ser.




Gracias por leer esta historia a quienes han pasado por aquí 💜 Son poquitos pero bonitos 💜 Bendicioneh~

Me cuesta motivarme, pero trato de sacar inspiración hasta de debajo de las piedras. Espero no decepcionar 🤭

Besos 💜💜

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