EVERYBODY WANTS TO RULE THE WORLD
DOS VUELTAS AL MUNDO
Autora: Clumsykitty
Fandom: Marvel, Marvel Noir (Tierra 90214)
Parejas: Stony, Winterwidow.
Derechos: los que Santa me traiga.
Advertencias: una historia ambientada en el universo Noir, acción, angustia, complots, malos entendidos y todas esas cosillas que gustan.
Esta historia es un obsequio de Navidad para mi bella fgalaxy_0418 en el intercambio sorpresa del Special Stony Christmay Day de la Comunidad SteveTony.
¡Feliz Navidad!
Y gracias por leerme.
***
EVERYBODY WANTS TO RULE THE WORLD.
Casablanca, 1942
El aroma de la veintena de marroquís con algunos días sin baño encerrados en lo que se suponía era el transporte público comenzaba a ser asfixiante para Steve, quien se aferraba con sus delgados dedos a la pequeña abertura entre tablas de aquel camión que rechinaba con cada sacudida de su poco precavido conductor en los caminos arenosos que llevaban a la ciudad de Casablanca. Famosa por ser el centro de reunión de los espías y contra espías, el joven soldado esperaba encontrarse ahí con su contacto que le daría más pistas sobre el paradero del ingeniero Stark de quien dependía su estancia en el ejército. Le dio gracias al general Preacher por tener tanto peso como para que nadie reclamara el por qué enviaban a semejante hombre escuálido a una zona de peligro como Marruecos ocupado por nazis. No que eso le hubiera dado una jornada tranquila o viajes que fuesen cómodos. Llevaba varios días sin dormir, comiendo aprisa panes duros o carnes secas para no perder sus escalas y aguantando las miradas recelosas de los nativos del lugar porque a leguas se notaba que no era de Marruecos ni nazi.
Durante su vuelo a Inglaterra, había estado leyendo las notas de aquella bitácora que dejara Stark como única pista de su paradero. Todo eran apuntes con ecuaciones matemáticas, acertijos filosóficos o extraños dibujos de sus aventuras ya del todo conocidas por la revista Marvels: A magazine of men's adventure que primero escribiera el difunto Virgil Munsey como su cronista oficial y luego continuara un tal Frank Finlay. A Steve le maravilló la mente del aventurero y millonario, su forma de comprender al mundo era tan diferente a todo lo que había conocido -que no era mucho, por cierto, de Brooklyn al ejército- para el joven soldado había sido como volver a nacer. Se había prometido que, de encontrarlo, lo primero que haría sería decirle cuánto lo admiraba por su valentía e imaginación para resolver problemas que incluyeron más de una vez el salvarse a sí mismo. Tony Stark, como le conocían, era un hombre a quien las reglas, pero sobre todo los peligros, no eran un freno para encontrar verdades y tesoros ocultos.
—Steve, ya vamos a llegar —le habló James Barnes, su amigo de la infancia.
Cuando tocó puerto en el sur de Francia, Bucky, como le decía, estaba ahí esperándole en el muelle. Ya sus andanzas estaban siendo contadas entre las filas de los soldados aliados. El renacuajo Rogers estaba cruzando el mundo para que alguien le construyera una armadura. Había pocos renacuajos inscritos en el ejército de los Estados Unidos que fueran de Brooklyn y que tuvieran por apellido Rogers, así que el sargento Barnes no tardó en dar con su buen y atolondrado amigo, uniéndose a su cruzada como siempre lo hacía desde que el rubio tuviera memoria. Sin pedir explicaciones ni tampoco recompensas, Bucky no las necesitaba y Steve casi quiso llorar ante la muestra de amistad que aquel muchacho le daba simplemente porque creía que tenía una misión importante en el mundo.
Ahí en Francia habían recibido un par de pasaportes con unas credenciales que los identificaban como parte del Marvels: A magazine of men's adventure, a Steve como un cronista y a James como su guía internacional. El haber aprendido varios idiomas durante su estancia en Europa encajaba muy bien con su perfil. Para el rubio era cierto alivio el haberlo arrancado de su pelotón que iba a dirigirse hacia los Alpes para interceptar un grupo de nazis que estaban transportando armamento para la invasión a Inglaterra. No estaba muy seguro que lo hubiera salvado del todo al hacerlo su acompañante, pero Bucky no daba señas de arrepentimiento alguno, muy interesado en lo que podría hacer Steve una vez que dieran con el paradero del famoso pero desaparecido Tony Stark. Con un alemán fluido, un buen francés y un poco de ruso, Barnes se las había arreglado para que llegaran a Casablanca sin muchos contratiempos.
—Caminaremos hasta encontrar donde hospedarnos y luego iremos al bar Continental, ahí nos espera nuestro contacto —le dijo Bucky, encendiendo un cigarro mientras bajaban del autobús, agradeciendo el aire fresco del Mediterráneo— Si algún nazi nos detiene, siempre di que eres de la prensa.
—Lo sé, Buck, tranquilo.
—Solo digo.
—Tal vez deberíamos cambiar las libras por algunas monedas marroquís.
—Ya lo hice.
—¿Cuándo? —Steve arqueó una ceja.
—En el camión, mientras dormías hice unos buenos truques con los demás pasajeros.
—Siempre me ha sorprendido tu habilidad para acoplarte a las situaciones.
—No sabes los trucos que uno aprende estando en el frente.
—Te extrañe, hermano. Brooklyn ya no fue lo mismo sin ti.
—Ah, vamos, yo sé que el mundo necesita de esta belleza, pero en estos momentos necesitamos tener ojos bien abiertos. Estamos en la capital del espionaje, punk.
Steve rió ante el mote que Bucky solía darle cuando niños, tomando aire y mirando alrededor. Como todas las ciudades árabes, Casablanca no era muy diferente, construcciones de piedra blanca muy austeras, calles de piedra iluminadas por farolas, el uso de animales de transporte era todavía predominante. Palmeras por doquier igual que niños persiguiendo extranjeros como ellos para exprimirles unas monedas o chocolates. Las telas blancas o negras de los lugareños los camuflaban con el paisaje. Era el verano de 1942 y el viento lo decía con ese vapor que hacía sudar sin necesidad de grandes esfuerzos físicos. James se valió de su buen francés, un idioma que era mejor visto que el inglés, para encontrar hospedaje en una casa de huéspedes al final de un corredor. Un sitio discreto con escapes a las casas alrededor en caso de alguna contrariedad.
Los alemanes no solían ser agresivos, no al menos como el sargento los había conocido en Europa, ahí existía un tenso equilibrio entre los nativos, refugiados y los soldados nazis que debían inspeccionar que ningún enemigo estuviera cruzando hacia la frontera que daba al Este. Su cita era a las ocho de la noche en Le Kat Fermat, un café marroquí donde los refugiados se reunían. Espías en su mayoría. Luego de un baño que ambos agradecieron, ropas limpias y comida en el estómago, los dos soldados encubiertos fueron hacia el café, tomando una de las mesitas en una esquina. Un marroquí en traje sastre blanco tocaba el piano con maestría, entonando con un inglés salpicado de árabe melodías que iban desde Frank Sinatra hasta canciones folklóricas del país.
—No veo a nuestro contacto.
—Calma, Stevie, no vendrá a sentarse a nuestra mesa de inmediato. Sería demasiado obvio.
El ambiente subió cuando el swing que invitó a bailar a los presentes, con aplausos del resto de las mesas. Steve miró como el resto de los ojos masculinos y uno que otro femenino a una figura entrar. Una hermosa y escultural mujer de cabellos rojos que caían sobre una espalda desnuda en un vestido entallado de lentejuela rojo, con un abrigo de piel que dejó a un sirviente. Sabía que estaba llamando la atención, moviendo sus caderas al bajar por las escaleras que daban a las mesas y tomando una de las que eran reservadas para clientes exclusivos. Varios caballeros se levantaron a ofrecerle fuego cuando sacó uno de esos cigarrillos delgados. El rubio se preguntó quién sería, se notaba a leguas que era de las mujeres con poder que sabía lo que quería y cuándo.
—Hey, los reporteros del magazine, ¿le harían un espacio a un colega?
Un hombre joven de sonrisa cordial se sentó frente a ellos con una botella de brandy. Cabellos cortos rubios, un cuerpo atlético debajo de esa camisa negra y pantalón blanco. Steve lo reconoció, brindando cuando le tendió su vaso.
—Por las aventuras —dijo, sus palabras clave.
—Porque nunca acaben —respondió su contacto, bebiendo de golpe el brandy antes de tenderles una mano— Podemos hablar seguros, mi nombre es Clint Barton. Díganme Clint. ¿Tuvieron problemas para llegar aquí?
—Solo una mula que quiso patearnos —bromeó Barnes— ¿Alguna noticia de Stark?
—Un rumor, pero es mejor que nada. Parece que alguien lo vio cruzar el desierto iraquí, es ir del otro lado del continente, pero...
—¿Pero? —Steve comenzaba a cansarse de esa palabra.
—El permiso lo otorgan los nazis, ya saben. Y son excepcionalmente detallistas cuando se trata de reporteros americanos. Tengo un contacto dentro que puede conseguirles el permiso, pero tardará un par de días.
—Creo que podremos arreglárnoslas.
—¿Quién es la pelirroja? —el rubio no contuvo su curiosidad.
—Ah, cuidado. Es la Viuda Negra, una espía del gobierno ruso, unos dicen que apoya a los nazis. Solo ignórenla. Como al resto.
—Gracias por ayudarnos, Clint.
—Ese maldito Hitler tiene que caer. ¿Salud?
No fue muy difícil hacerse pasar por reporteros, merodeando los alrededores con cámaras fotográficas y Steve haciendo uso de su don artístico para dibujar hizo pasar de largo a los oficiales nazis hartos de usar el uniforme en pleno verano. También vio a la pelirroja, Natalia Romanova, en el mercado cuando buscaron comida para la cena. Steve tenía el presentimiento de que ella sabía algo porque los observaba de una manera peculiar, sonriendo para sí antes de dar media vuelta y desaparecer en la multitud. Por lo demás, la estancia en Casablanca era casi agradable.
—Escuché un rumor —le dijo Bucky cuando cenaban en otro café— La gente está asustada, por eso obedecen todo lo que dicen los alemanes.
—¿Qué pasa?
—Hablan de los trenes que se llevan a la gente para nunca volverlos a ver.
—¿A dónde los llevan?
James miró alrededor antes de responderle, encogiéndose de hombros.
—Quien sabe, es alguna parte de Europa porque hablan de cruzar el Mediterráneo. La SS dirige todo, que así han estado desapareciendo gitanos, judíos, árabes.
—Suena más a uno de los cuentos que me has dicho que algo cierto, Buck.
—Lo sé, pero... recuerdo que varias veces encontramos familias judías que buscaban llegar al norte de Francia o tomar un barco para América. No creo que sea casualidad.
—¿A dónde podrían meter a tanta gente? Es decir, tú hubieras visto algo ya.
—Es lo que me intriga. Hasta donde supe, no hay mucha gente viviendo ya cerca de Alemania. Pero bien puede ser solo un chisme o una verdad a medias que solamente los políticos conocen del todo. Esos bastardos que nos enviaron a morir mientras ellos pactan con el enemigo en secreto.
—Ahora sí que has dicho algo muy atrevido, hermano.
—La guerra te abre los ojos.
A la tercera noche Steve se encontró mirando el techo carcomido de su hotel donde se dibujaban las sombras de las palmeras, sintiendo ese calor que parecía aumentar como su frustración. De ser Tony Stark ya hubiera dado con una solución, en su bitácora contaba cómo rápidamente se movía para salir del peligro y él estaba ahí metido como un prisionero de los alemanes. Bucky le llamó para ir al café una vez más y ahí, Rogers escuchó una mala noticia que lo dejó pensativo. El permiso todavía no estaba, podría tardar una semana con todo y los sobornos.
—Permanecer más tiempo nos hace más vulnerables y que Stark no esté para cuando lleguemos —murmuró enojado a Barton.
—Es lo más que se puede hacer si levantar sospechas.
—Esperaremos —intervino James, mirando a su amigo.
Bucky fue por un par de tragos más para hacer más digerible la noticia cuando un mesero se acercó al rubio, con una reverencia.
—Señor, Madame quiere invitarlo a su mesa.
—¿M-Madame?
El mesero estiró un brazo en dirección a la mesa donde Romanova se encontraba. La mujer le sonrió desde su lugar, expulsando el humo de su cigarrillo. Steve no fue tonto, sabía que no podía despreciarla. Se levantó siguiendo al mesero que le señaló un asiento frente a ella. El joven soldado se arregló sus cabellos y ropa mientras tomaba asiento. La rusa le examinó antes de terminar su cigarrillo, recostándose ligeramente sobre un brazo de su silla.
—Cosa curiosa que el magazine tenga por reportero a un soldado tan débil.
—No soy un soldado, señorita. ¿En qué puedo servirle?
Natalia rió, tomando su copa de vino que beber sin apartar sus ojos del rubio.
—Quieres algo que yo te puedo conseguir.
—¿A cambio de qué?
—¿Cómo se llama el lindo que te acompaña? —la pelirroja posó sus ojos fieros detrás de Steve. En la barra, Bucky bromeaba un poco con el barman mientras le atendía.
Rogers sintió sus orejas calientes por la indignación al darse cuenta de la intención de aquella pregunta con esa mirada llena de lascivia, conteniéndose apenas para responder.
—No.
—Un permiso a cambio de que ese lindo esté en mi habitación hoy a la medianoche. O bien puedo hacerlos esperar hasta un año por ese permiso que nunca llegará.
—Tú no...
—¿Quieres probar tu suerte, soldado?
Bucky se lo tomó con mucho aplomo una vez de vuelta en el hotel donde le contó a su amigo sobre aquel trato con el Diablo. El sargento disfrazó muy bien su preocupación con cierto desenfado, contrario a Steve que quiso golpear las paredes de roca blanca de su habitación ante la frustración. Romanova tenía influencias y bien podía entregarlos a los alemanes si la enojaban, de ahí que todos le tuvieran miedo.
—No tienes que hacerlo.
—Escucha, punk. Necesitamos movernos ya o en una de esas, uno de los soldados va a reconocerme. Además —James sonrió— Solo es una noche haciendo un intercambio cultural.
—Bucky, no.
—Tranquilo, si ella es lo suficientemente estúpida y me mata, arma un escándalo para que te saquen de este país. Habrás conseguido tu meta.
Steve comenzó a cuestionarse qué tan buena idea era el buscar a Tony Stark si tenía que prostituir a su mejor amigo para encontrarlo. El calor de Irak no ayudó mucho en su mal humor, pese a los intentos del sargento por sacarle una sonrisa. Bucky parecía no haber tenido ninguna consecuencia grave luego de esa noche en el hotel de la rusa, salvo unas marcas en su cuello y unos rasguños en su espalda y brazos, el humor del castaño no tuvo cambios. Ahora el rubio se encontró mirando al cielo en lugar de techos cuando se movieron más y más hacia el Este, diferentes constelaciones o noches nubladas con un frío que parecía imposible para los días que prometían levantarles la piel cocida.
James siguió sacando información con ese carisma que salía a relucir por encima de su cansancio. Al parecer el aventurero se había movido un poco más al interior del desierto y eso fue una noticia que el rubio no se tomó a bien. La tensión de estar siempre atentos a cualquier espía nazi, ruso o italiano, sin contar que estaban quedándose ya sin dinero o provisiones, se unía a su desesperación por encontrar al hombre que debía cambiar su vida. Ese mismo que leía por las noches, el motor para que volviera a subirse a una mula, treparse a una camioneta destartalada o caminar por las dunas iraquíes sin nada en el estómago.
—Estamos perdidos —murmuró Steve con cansancio cuando se detuvo sobre una duna, todo a su alrededor estaba igual.
—Nos dieron mal las indicaciones, debía ser. Somos extranjeros.
—Todo está en nuestra contra.
—Podemos regresar, el pueblo...
—No.
—Vamos, punk, solo perdimos la orientación. Creo que puedo conseguir algo de alimento si...
—¡Ya basta!
—¿Steve?
El joven azotó su gorra y cantimplora contra la arena caliente con toda la frustración que pudo. Le parecía que hubieran pasado años desde que salió de Camp Leigh buscando a Tony Stark, tan solo eran tres meses viajando por Europa y el norte de África. Cruzando en camello el desierto de Irak hasta ese momento. Durmiendo a la intemperie con el miedo de ser asaltados por nómadas mercenarios o soldados alemanes que vigilaban ese camino, ayudados por los otomanos. Seguirle los pasos a una mente brillante solo estaba demostrándole a Steve que no era ni la mitad de inteligente para imitarle. La cabeza ya le dolía, igual que los labios resecos y la ropa quemándole su piel. ¿Dónde estaba Tony Stark? En ningún lado al alcance del renacuajo Steve Rogers.
—No vamos a encontrarlo.
—Claro que sí, ya lo verás y entonces...
—Entonces, ¿qué, James?
Barnes frunció su ceño al escuchar su nombre, cosa que Steve no hacía a menos que estuviera realmente enojado.
—No te des por vencido.
—¡Pues quiero y lo hago! ¿Por qué iba a cambiar mi vida con buscar a un hombre que claramente le importa un cuerno la guerra?
—Steve...
—¡Deja de apoyarme! ¡Deja de creer en mí!
—El calor te está volviendo loco.
—¡Mi vida me vuelve loco! ¡Ser un inútil me vuelve loco! ¡Ver cómo te ofreces a una espía para salvarme me vuelve loco! ¿Cómo voy a salvar el mundo si todo empeora cuando trato de hacerlo?
—Necesitamos volver, estás sufriendo...
—¡DEJA YA DE DECIR ESTUPIDCES!
—Steve...
—¡No!
—¡STEVE! ¡MIRA DETRÁS DE TI!
El rubio se giró, observando a lo lejos a un camello trotar hacia ellos. Su jinete estaba vestido en los típicos mantos de los nómadas del desierto. Steve dejó caer sus hombros. No iba a morir luchando por su país, terminaría con la cabeza cortada por un guerrero que iba a considerarlo un buen sacrificio a Alá por ser un hereje bien perdido en su desierto. Bucky se adelantó, interponiéndose entre el nómada y su amigo cuando el camello se detuvo a pocos metros de ellos, echándose en la arena para que su jinete bajara de un salto. Un par de ojos azules rodeados de una gruesa línea negra que los protegía del sol los examinaron. El hombre se detuvo frente a ellos con manos en alto, quitándose el manto que cubría la mitad de su rostro. Steve abrió sus ojos, estupefacto, abrazando por mero reflejo el morral que jamás había soltado en su viaje.
—Solo dos americanos pueden perderse en el desierto árabe, y solo un americano puede encontrarlos —dijo Tony Stark, sonriendo. Notó el gesto del rubio, apuntando con un dedo a su morral— Creo que eso me pertenece.
Steve solamente pudo sonreír antes de caer desmayado.
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