Capítulo 32
—¡¿Qué crees que haces, Frank?! —a Claudia nunca le había alegrado tanto escuchar la voz de alguien.
Todo pasó tan rápido que la pequeña niña no se dio cuenta cuando su madre entró para cargarla y llevarla de vuelta al auto mientras Vince atacaba a Frank con puñetazos y patadas. Minutos más tarde vio desde la ventana a Vince acercarse al auto muy enfurecido, Claudia juraba que el hombre explotaría en cualquier momento. A su lado estaba Rita con la cabeza gacha y su mano aferrada a la del mayor, como si buscase protección en él. El chico ayudó a subir a la niña al auto, quien se colocó a un lado de Claudia, acto seguido, Vince subió al asiento del copiloto para observar a Claudia, quien gimoteaba y acariciaba su rostro, lugar donde Frank la había golpeado.
—Millie, ¿por qué fuiste con ese hombre a su bodega? —Vince intentaba no asustar a la niña con sus ataques de ira y coraje, porque estaba a punto de explotar si no se controlaba.
—Yo... pensé que era amigable, me dijo que adentro había una niña que también hacia entregas como yo, y esa es Rita —la señaló—. No pensé que haría eso.
—¿Te hizo daño? —la pequeña asintió ante la pregunta de su madre y señaló su rostro, un moretón se había formado en él.
—Desgraciado hijo de perra —susurró la mayor y abrió la puerta para salir a golpear a Frank de nuevo
—¡Hope no! —Vince la detuvo antes de que cometiese una locura—. Ya le di su merecido, ese hombre quedó hecho una mierda. Además, no debemos exhibirnos tanto, hay que irnos ya.
La mujer cerró la puerta seriamente y el auto arrancó sin más.
El viaje transcurrió en silencio, Hope y Vince morían de rabia, no hablaban porque si lo hacían, descargarían toda su ira contra las niñas que iban atrás, quienes también permanecían calladas, Rita porque sentía vergüenza por no haber ayudado a Claudia, y Claudia por haber sido golpeada, definitivamente eso sería algo que nunca lograría superar, si no fuera por Vince que la vino a salvar antes de que Frank siguiera golpeándola, la pobre pudo haber muerto con él. Podía verlo en sus ojos que emanaban rabia y ganas de asesinar, Frank no solo estaba enfermo, sino loco también.
Quería llegar a casa de una vez por todas, tumbarse en su cama y dormir para olvidar todo por lo menos por unas cuantas horas, así que simplemente se recostó sobre la ventana y lloró abrazada a Corny para tratar de olvidar. Olvidar los pocos minutos que pasó con Frank, y posiblemente los peores de su vida.
De pronto, el dolor comenzó a apoderarse de su pecho poco a poco, Claudia llegó a sentir miedo, sabía lo que significaba: Pepe estaba volviendo.
Pero ni siquiera corrí mucho, ¿por qué vuelves? Pensó la niña mientras miraba al techo del auto.
—Mami... —la llamó y esta la miró seria—. ¿Tienes mi antídoto antiPepe?
—¿Tu qué? Millie ahora no estoy de humor para tus estupideces
—¡No! ¡Es importante! —la respiración de la niña comenzó a agitarse, cada vez le costaba más respirar—. ¡Me está dando un ata...que! ¡Necesi...to el... antí...do...to!
—¡¿Qué antídoto, Millie?!
—Mi... in...hala...dor —una tos seca salió de su boca, la pobre comenzaba a ahogarse.
—¡Dios mío, Vince, llévanos a un hospital ahora! —gritó la mujer y el mencionado aceleró su auto al máximo nivel—. Tranquila, mi niña, respira.
—¡No... pue-puedo! —comenzó a llorar de la desesperación, Rita la miraba asustada.
—¡Vince, estaciona el auto en esa farmacia! —gritó la madre de la pequeña.
—¿Para qué?
—¡Solo hazlo, idiota! —el rubio obedeció y la mujer bajó corriendo en dirección a dicho lugar, Vince, al no saber qué hacer, bajó del auto y fue hacia los asientos de atrás para tomar a Claudia en brazos y sentarla sobre su regazo.
—Tranquila, bebé, no te nos vayas por favor, respira —después no tendremos quien nos ayude con la droga, pensó el hombre.
De pronto, llegó Hope con una caja en sus manos, la cual abrió y sacó de ella un inhalador, lo preparó y corrió hacia la niña, lo colocó en la boca de Clau, después de agitarlo y presionó el botón torpemente, jamás había hecho algo así. Claudia sentía cómo el aire regresaba a ella de nuevo, cuando ya estuvo más consciente, le quitó el inhalador a su mamá y decidió utilizarlo por su cuenta, de todas maneras, el doctor le había enseñado cómo hacerlo. Cuando ya se sintió mejor, tiró el inhalador al suelo y comenzó a llorar mientras abrazaba a Corny, al verla de esta manera, Vince y Hope la abrazaron para intentar consolarla, sin embargo, un abrazo no calmaba el hecho de que la niña fue maltratada y ahora que casi muere con uno de sus famosos ataques.
***
Ya habían pasado dos días en los que Claudia no quería salir de su cuarto, ni ver a nadie, le daba miedo hablar con cualquier persona, sobre todo si se trataba de un hombre. Corny era el único que la había escuchado los últimos días. Su felicidad se había ido desde aquel día, se sentía asustada todo el tiempo, cerraba los ojos y veía la mirada tosca y malévola de Frank.
Se encontraba recostada en su cama, mirando el techo atenta, cuando de repente, el sonido de la puerta abrirse, además de asustarla, la distrajo de sus pensamientos. Su madre había entrado con la cena.
—Millie, te traje la cena —dijo con una voz dulce y serena, sabía que debía sonar así por lo asustada que había estado la pequeña en los últimos días.
—Gracias, mami, pero no tengo hambre —repuso mientras se sentaba en su cama para mirar a su madre.
—Pero, mi amor —Hope se sentó a su lado y acarició el rostro de Claudia—, tienes que comer algo, luego te enfermarás.
—No tengo hambre.
—Hija, yo sé que los últimos días han sido difíciles, pero debes comer, sino comes estarás muy mal y ya no podrás entregar las cajitas sorpresas.
Al escuchar aquellas palabras, Claudia volvió a sentir miedo, negó con la cabeza y se tiró a la cama para cubrirse con las cobijas y esconder su rostro en la almohada.
—Ah... Millie —musitó su madre un tanto cansada y luego la destapó.
—¡Ya no quiero entregar las cajitas sorpresas! —exclamó y volvió a cubrirse.
—Millie, no pasará nada, ya nadie te va a hacer daño, no todos son como Frank.
—¡Pero ya no quiero ir otra vez! ¡Tengo mucho miedo!
La mujer hizo una mueca y suspiró, dejó a un lado la cena y colocó a la niña sobre su regazo para abrazarla con suma dulzura tan solo para calmarla.
—Te prometo que no dejaré que te hagan daño, Vince y yo te estaremos vigilando, pero por favor, hija mía, eres la única que puede ayudarnos.
—Pero...
—Recuerda cuál es tu premio.
—Lo sé, pero hasta ahora no me han dado nada tú y Vince.
—Es porque aún no lo compramos, pero si quieres podemos hacerlo ahora.
—¿De verdad? —una sonrisa se formó en su rostro, un dejo de esperanza había regresado a ella.
—Sí, mi amor, ¿quieres ir?
—¿Puedo escoger todos los dulces que quiera?
—De todos los sabores y colores —la mayor sonrió al mismo tiempo que acariciaba la mejilla de su hija.
—¡Entonces vamos! —exclamó y se bajó de la cama.
—Eh, eh, Millie —la voz de su madre la detuvo—. Primero come.
—¡Sí!
***
Claudia no podía estar más feliz con todos los dulces y juguetes que su madre le había comprado. Tenía tantos que no podía contarlos a todos. Cuando vio toda la cantidad de dinero que sacó su madre de su bolsillo para pagar todo lo que llevaban en el carrito, sabía que valdría la pena volver a su antiguo trabajo. Al menos eso creía, la pobre niñita era tan inocente que por un dulce o un juguete podía hacer cualquier cosa.
Y al día siguiente retomó a su trabajo, ya había entregado dos cajas en el día. Todo iba muy bien, al menos eso pensaba antes de ir a dejar la última caja del día. Esta vez debía ir a una pizzería a entregar la cajita a un hombre llamado Paul. Era muy simple, solo debía dársela, recibir el dinero y salir de ahí. Pan comido como sus entregas anteriores, a excepción de la de Frank. No había nadie en dicho lugar, parecía que pronto cerrarían por lo tarde que era, lo cual ayudaba a Claudia a entregar su cajita con facilidad, así ya no tendría que esconderse tanto para entregarla, solo del cajero quien la saludó con una sonrisa mientras limpiaba el mesón de su lugar de trabajo con un trapo muy sucio.
Cuando la pequeña amablemente entregó la caja, lo primero que el hombre hizo fue agradecerle al mismo tiempo que comenzaba a bajar el cierre de su chaqueta. Claudia retiró las manos del señor de ella y lo miró asustada, no quería que se repitiera lo mismo de antes.
—Tranquila, primor, no te asustes, ven —el mayor le hizo una seña para que se sentara sobre su regazo, la pequeña no se movió—. Anda, dulzura, no te haré daño, jugaremos un rato.
La niña dudó varios segundos, sin embargo, antes de que pudiera tomar una decisión, él ya la había tomado de la cintura y la había colocado sobre él, dándole la espalda.
—¿Con quién viniste, linda? —le preguntó al mismo tiempo que le colocaba el cabello detrás de su oreja.
—Con... con mi... m-mamá y mi tío Vi-Vince.
—¿Ah sí? —Paul se acercó al oído de la niña—. ¿Y por qué no te quedas conmigo? Conmigo tendrás más dulces y juguetes, conmigo tendrás riquezas.
—N-no...
—Anda, eres una niña muy linda, y a mí me encantan las niñas como tú.
—¿Cómo?
—Lindas e inocentes —a continuación, el mayor escondió otro mechón de pelo detrás de la oreja de la menor, quien, asustada, soltó un grito y bajó del regazo del hombre, abrazando a su peluche con fuerza para tratar de dejar de tener miedo.
—¡Déjeme! ¡Usted es como Frank!
—¿Y quién es Frank?
—Un señor que me hizo daño.
—Pero, yo no te haré daño —Paul se levantó de la silla y se acercó a ella lentamente, Claudia daba ligeros pasos hacia atrás a medida que el mayor se le acercaba—, yo solo te daré algo delicioso llamado placer.
—¡No sé qué es placer! ¡Pero no confiaré en usted! —le gritó y dio media vuelta para abrir la puerta, no obstante, la perilla de la misma nunca giró.
—La pizzería está cerrada —comentó el cajero con una sonrisa maliciosa en su rostro; al principio parecía inocente y amigable, pero no, el maldito se había encargado de cerrar la puerta con llave para que la niña no pudiese escapar.
—Ven, niñita, vamos a divertirnos —la sonrisa perversa de Paul mataba de miedo a Claudia
—¡No! ¡No me toque! —gritó y se echó a correr por toda la pizzería, pero para su mala suerte, el cajero la atrapó y tomó en brazos para llevarla directo al hombre—. ¡Suélteme! —la niña pataleaba y golpeaba el pecho del cajero, pero todo esfuerzo era inútil.
—Eso es —ahora Paúl tenía a Claudia en sus brazos.
La pequeña había comenzado a llorar a gritos, descargando todo ese miedo con cada grito, sollozo y lágrima que emanaba, deseando que alguien entrara y la ayudara, pero no, Vince no vino esta vez, sabía que estaba perdida. Paul caminó hacia el baño, sintiendo una felicidad en su interior provocada por Claudia.
De pronto, la puerta se abrió de golpe, dejando ver a un Vince muy enojado que había entrado con una pistola en su mano derecha, con la cual apuntaba al hombre directo a la cabeza.
—¡Vince, ayúdame! —rogaba la pequeña entre lágrimas.
—Tienes algo que es mío, suelta a la niña y no te volaré los sesos —la voz del visitante era lo suficientemente dura como para provocar miedo, pero Paul no hizo más que reír.
—Qué estúpido te vez con esa arma, Vince.
—Estoy hablando en serio, deja en paz a Millie o si no te mataré.
—Pero solo nos estábamos divirtiendo.
—Contaré hasta cinco, sino la sueltas, tu vida terminará, uno...
—Anda, Vince, no seas amargado, solo me divertiré un rato con ella.
—Cinco —pronunció el rubio y disparó, al escuchar el fuerte sonido, Claudia gritó, a continuación, el cuerpo de Paul cayó al suelo junto a la niña, quien soltó otro grito al impactar contra el suelo, rápidamente, Vince fue a ayudarla, la tomó en brazos y acarició su espalda para intentar consolarla, ya que nuevamente había comenzado a llorar—. Ya, mi niña, ya. Siento que hayas tenido que presenciar eso.
—Tuve mucho miedo —lloraba mientras apretaba a Corny contra su rostro.
—Pero te salvé a tiempo, no hay nada que temer, vamos a casa.
***
Claudia se encontraba llorando en su cama abrazando a Corny, por más que intentaba dormir, no lograba conciliar el sueño, cada que cerraba los ojos, escuchaba el disparo y veía el cuerpo de Paúl caer, acto seguido, brincaba en su cama muy asustada. Sentía muchísimo miedo, ya no quería volver a entregar las cajitas nunca más, esta vez ya no, por más que su mamá le comprara una juguetería entera.
Lo que sí quería era volver con sus padres, ya se dio cuenta de que su madre era quien no la quería, porque la exponía a situaciones tan feas, en cambio si estuviera con Joe y Ben en este momento se encontraría en su habitación, posiblemente escuchando un cuento del libro que su tío Gwilym le había regalado hace muchos años. Y había perdido todo eso solo por caprichosa, por no darse cuenta de que la mala del cuento era su madre y no sus padres. Ellos la amaban, su mamá no, porque solo la utilizaba para repartir sus estúpidas cajas.
Pero ya no, Claudia ya no repartiría una caja más, regresaría con sus padres y volvería a ser feliz.
La puerta se abrió, desviando a la niña de sus pensamientos, ahí estaba Hope, con una bolsa llena de dulces y muñecas, listos para ser entregados a Claudia, quien forzaba una sonrisa para no hacer sentir mal a su madre.
—Mira lo que te traje, mi amor, por ser muy valiente —la mayor le entregó la bolsa y Claudia solamente le pegó una ojeada rápida para dejarla a un lado y encarar a su mamá—. ¿Por qué no te emocionas? ¿No ves que ese es tu regalo por entregar las cajitas? Vendrán más regalos con las próximas cajitas que entregarás.
—Mami, ya no quiero entregar las cajitas —soltó de pronto, sintiendo absoluta pena por hacer eso a su mamá cuando ella estaba tan emocionada.
—Pero, hija... —la felicidad se esfumó de la cara de su madre—, eres la única que puede ayudarnos, me estás dando muchísimo dinero.
—Ya no quiero que ningún señor feo me haga daño.
—Pero Vince siempre te salvará.
—Por más que me salve, ya no quiero, tengo mucho miedo.
—No hay nada de qué tener, yo siempre te protegeré —dicho esto, Hope la sentó sobre su regazo y la abrazó.
—¡No! —Claudia se deshizo del abrazo y la miró con lágrimas en sus ojos—. ¡Si me protegieras no me hicieras esto! ¡Ya no quiero entregar las cajitas! ¡Quiero volver con mis papás! —en cuanto pronunció las últimas palabras, Hope giró la cara de su hija de una fuerte bofetada, provocando un grito por parte de la pequeña.
—¡No te atrevas a decir eso de nuevo!
—¡Es la verdad! ¡Ellos no me hacían daño! ¡Tú sí! ¡Me llevas a lugares horribles y debo aguantarme porque me vas a dar dulces!
—¡Ellos te abandonaron en un orfanato! ¡Ni siquiera son tus padres!
—¡Pero me amaban, no como tú! —otra bofetada.
—¡Claro que te amo! ¡Luché un montón por tenerte a mi lado! ¡Gasto un montón de dinero en dulces y juguetes! ¿¡Y aun así dices que no te amo!? ¡Malagradecida!
—¡No me importa lo material! ¡Si me amaras me dejarías ir con ellos!
—¡Pues escúchame, jovencita! ¡A ellos no los volverás a ver nunca más en tu vida! ¡En una semana nos mudaremos a Londres para entregar más cajas y más te vale que no tengas esa actitud cuando lleguemos, porque te juro que si sigues así te venderé con esos hombres malos! ¡Al final, tú cuestas más que una caja, porque medio mundo ya sabe que eres la hija de Joe Mazzello y todos darían lo que fuera por tenerte y hacerte daño!
Hope proporcionó una bofetada más a su hija y la dejó tirada en el piso llorando, la pobre arrepentida de haber huido de su hogar y de haber sido tan mala con sus padres. Ahora estaba pagando el precio, si se iban a otro país, tal vez nunca más los volvería a ver.
—Corny —tomó a su peluche—. Quiero irme, pero no sé cómo, ayúdame a escapar, por favor.
Lastimosamente los peluches no hablan y esa noche, Claudia no obtuvo ninguna respuesta.
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Subiré otro en la noche jsjs
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