Cuatro
Créanme cuando les digo que, si me decían que iba a estar sentada frente a mi primer amor en una pizzería de la calle Corrientes, yo me hubiera reído como foca desquiciada hasta morir de un infarto. Pero acá estoy, haciendo la sobremesa después de devorarnos una grande de jamón y morrones, riendo de recuerdos absurdos de las reuniones de consorcio en el edificio que compartíamos.
Llegada la cuenta, quiero dejar en constancia de que quiero pagar la mitad y Javier no me deja. Es la hora de despedirnos, pero curiosamente ninguno se anima a hacerlo y, sin planearlo, caminamos a paso lento hasta la galería.
—Gracias por la comida, fue bueno verte después de tantos años. Y... Perdón por haber sido tan infantil, debí al menos darte una explicación.
—¿Tenés un minuto más? Quiero mostrarte algo.
«Bien hecho, Melina. Te disculpaste sinceramente y le importó tres pepinos.»
—Sí... Tengo que irme, pero dale.
—Es un minuto nada más.
Javier abre la puerta de la disquería y lo sigo dentro. Su local es distinto a todos los que se encuentran allí, pero sigue el mismo patrón de chucherías retro. Vinilos, camisetas de rock de bandas legendarias, CD's usados embalados cuidadosamente en bolsitas plásticas... Observo los anaqueles y curioseo entre los discos, y me congelo cuando escucho los primeros acordes de Show Me the Meaning of Being Lonely, en una versión en vivo que siempre había escuchado en internet, pero jamás había podido conseguir. Busco con mi vista a Javier, hasta que lo encuentro acercándose hasta mí con tres discos en su mano.
—No me preguntes por qué, pero cuando vinieron a venderme estos tres discos me acordé de vos. Y los guardé, no los quise poner a la venta porque sabía que en algún momento te iba a ver de nuevo. Son tuyos, Mel. —Me extiende las cajas y yo las tomo por inercia, intentando controlar el temblor de mi cuerpo—. Ya que no pude regalarte el disco de ellos aquella Navidad, dejame regalarte estos tres inéditos como disculpa.
No sé qué decir, miro los discos porque no puedo mirar a Javier a la cara. Al pasar de los años fui perdiendo el fanatismo por el quinteto de Orlando, pero tengo en mis manos la trilogía For The Fans, esa que nunca llegó al país por tratarse de una distribución exclusiva de un local estadounidense de comidas rápidas. Y tengo frente a mí a un hombre que, a pesar de todo, sigue siendo un dulce de leche con patas.
Y que evidentemente no me olvidó.
—Javier... No sé qué decirte. Dejame pagártelos, estos discos valen una fortuna acá.
—Lo sé. Muchas veces vinieron a pedirlos sin saber que los tenía, y los negué. No quiero que me pagues nada, solo quiero verte de nuevo.
Ahora empiezo a hiperventilar, el calor empieza a subir por mis mejillas, porque a estas alturas Javier ya sabe que yo también estoy soltera. No sé cómo tomarme esta propuesta, pero cuando menos me doy cuenta estoy asintiendo repetidamente con la cabeza. Y me mira como esperando algo, si es un beso que espere sentado, porque eso no va a pasar. Bueno... Al menos no hoy.
Y como no ve una respuesta motora de mi parte, se acerca y me abraza por los hombros. Cuando respondo a su abrazo, deja un cálido beso en mi mollera. Nos mantenemos así unos instantes, siempre con los Backstreet Boys de fondo, hasta que la puerta del local se abre, y aprovecho para separarme de Javier.
—Atendé a tu cliente, yo tengo que irme. Nos hablamos, ¿sí? Total, ya sé dónde encontrarte.
—Lo sé. No te vayas lejos, porque yo también sé dónde encontrarte. —Me muestra una sonrisa que comienza a derretirme.
Nos despedimos con un extraño beso en la mejilla, y salgo del local flotando en una nube, sintiéndome nuevamente en la adolescencia.
Ya en el subte de regreso a casa, inspecciono los discos, y al llegar al segundo volumen de la trilogía, veo que falta el CD, pero en su lugar hay una tarjeta del local, y una nota escrita de puño y letra.
Mel:
Si estás leyendo esto, es porque el disco quedó en el local.
Y vas a tener que venir por él.
Y vas a tener que salir conmigo para recuperarlo.
Te espero.
Javier.
Suspiro. Y sonrío. Le debo una a Bartolomé Mitre.
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