E1

Antony tomó una decisión. Contra toda emoción o compasión que pudiera sentir, decidió escuchar a su lado racional, al frío razonamiento que había guiado muchas de sus acciones en el pasado. Endureció su voz, dejándola tan cortante como el hielo, y dijo sin dudar:

—Debió de ser un indeseable que se robó el botón. No le he dado ningún distintivo a ningún humano. No me importa.

Antony P.V
El médico al otro lado de la línea guardó silencio unos segundos. La pausa fue incómoda, como si estuviera calibrando la gravedad de lo que acababa de escuchar. Finalmente, habló con un tono de molestia evidente, pero profesional:

—Usted tiene la última palabra. Solo espero que no se arrepienta de su decisión, señor. Que tenga un buen día.

Sin esperar respuesta, colgué el teléfono. La conversación había terminado, pero el peso de lo que acababa de decir todavía flotaba en el aire. Arrojé el teléfono al sillón con un gesto brusco, casi como si quisiera librarme de la responsabilidad que acababa de asumir. Esto era lo correcto. Lo sabía.

Con Anon fuera de la ecuación, las cosas serían mejores. Naomi podría volver a centrarse en sus estudios, en su futuro, en algo más digno de ella. Me repetí eso una y otra vez, como un mantra, intentando calmar esa pequeña pero persistente voz que me decía que algo no estaba bien.

Sin embargo, el tiempo comenzó a demostrar lo contrario.

Dos días después
El eco de mi decisión golpeó con fuerza. Naomi estaba fuera de sí. La desesperación que vi en sus ojos me heló la sangre. Ella buscaba a Anon por toda la ciudad, ignorando por completo el peligro, sumida en una angustia que nunca antes había presenciado en ella.

—Papá, necesito ir a Skinrow. Anon no responde mis llamadas... estoy preocupada, tengo un mal presentimiento, no lo encuentro en ningún lado y el director Spears me dijo que no fue a presentar el examen. —me dijo con una voz cargada de súplica, mientras me miraba con ojos llenos de miedo y desesperacion.

Skinrow. Esa maldita zona de la ciudad que ni siquiera los más valientes frecuentaban. No podía permitir que fuera sola. Ordené a dos de mis hombres que la acompañaran, que la protegieran mientras recorría las calles más peligrosas de la ciudad en busca de alguien que no iba a encontrar.

Todo esto es culpa de Anon. Eso me repetía, intentando justificar mi decisión. Si él hubiese conocido su luigar, Naomi no estaría pasando por esto. Pero había algo más, una punzada de culpa que no podía ignorar.

Tres días más tarde
La situación empeoró. Naomi estaba irreconocible. Su vitalidad, esa energía arrolladora que siempre había tenido, se desmoronó por completo. Las ojeras marcaban su rostro, y sus movimientos eran torpes, como si el agotamiento físico y emocional la estuviera aplastando.

—¿Por qué no haces algo? —me espetó mi esposa, su voz llena de reproche. Sus palabras me dejaron atónito.

—¿Qué quieres decir? —respondí, tratando de mantener la compostura.

—¿Qué quieres decir? ¡¿Qué quieres decir?! —repitió, su tono cada vez más cargado de ira—. ¿Cómo puedes quedarte sentado mientras Naomi está así? Deberíamos haber movilizado a todos nuestros recursos para buscarlo desde el primer momento. ¡Esto no puede seguir así! Maldita sea ni siquiera me dijiste nada por teléfono, me acabo de enterar, porque Naomi me lo acaba de decir, porque estuve fuera hasta ahora, por dios Antony.

No esperaba eso de ella. Siempre pensé que odiaba a Anon tanto como yo. Que entendía que él era una mala influencia para nuestra hija. Esto no tenia sentido, ella debería de ser la primera en negarse a esto.

Ese mismo día recibimos la noticia. Lo encontraron. Pero no fue un alivio.

Anon estaba en el mismo hospital donde yo sabía que estaba desde el principio. Pero era demasiado tarde. Había fallecido debido a las heridas que no fueron atendidas a tiempo.

Naomi quedó completamente congelada al escuchar la noticia. Sus escamas, normalmente vibrantes y llenas de vida, palidecieron hasta volverse de un tono gris mortecino. Sus ojos, siempre brillantes y llenos de determinación, se apagaron en un instante, perdiendo todo rastro de color.

Y entonces, sin pronunciar una sola palabra, su cuerpo cedió al peso de la realidad. Se desplomó frente a nosotros, desmayándose mientras el mundo alrededor se desmoronaba.

Ahí comenzó el verdadero martirio para nuestra familia. Nunca imaginé que la ausencia de un simple humano pudiera desencadenar algo tan devastador en nuestras vidas, mucho menos en la de Naomi, quien siempre había sido tan fuerte, tan segura de sí misma. Pero ahora todo eso parecía un recuerdo lejano, un eco de lo que alguna vez fue.

Dos días después
Mi esposa, incapaz de soportar la situación, tomó la decisión de internar a Naomi en el hospital. Yo observaba desde la distancia, más como un espectador que como un padre. Naomi estaba completamente ida, como si su alma hubiera abandonado su cuerpo y solo quedara un cascarón vacío.

Al llegar al hospital, los médicos no tardaron en diagnosticar su estado: depresión severa y deshidratación extrema. Ella no hablaba, no respondía a nadie, ni siquiera a mi esposa. Su rostro, antes radiante y lleno de vida, ahora lucía vacío, como si la chispa que la definía hubiera sido extinguida para siempre.

Intentaron comunicarse con ella, pero Naomi no mostraba señales de querer interactuar con el mundo. Era como si cada palabra que escuchaba se deslizara por su mente sin dejar rastro, sin resonar en lo más mínimo.

La primera noche en el hospital fue difícil para todos. Mi esposa no se separó de su lado en ningún momento, insistiendo en que Naomi necesitaba sentir que no estaba sola. Pero Naomi no daba señales de mejoría. Ni una palabra, ni un movimiento. Lo único que hacía era mirar al vacío, con una expresión tan distante que resultaba inquietante.

Esa misma noche, los médicos tuvieron que colocarle un suero intravenoso para mantenerla hidratada. Cuando intentaron alimentarla, Naomi se negó a abrir la boca, obligando a las enfermeras a administrarle nutrientes por medio de una sonda. Era como si se hubiera rendido completamente, como si cada fibra de su ser hubiera decidido desconectarse del mundo.

Día 5
Mi esposa comenzó a deteriorarse también. Aunque intentaba mantenerse fuerte, sus ojos estaban constantemente rojos por el llanto reprimido, y sus manos temblaban cada vez que acariciaba la frente de Naomi.

—Por favor, cariño, di algo... lo que sea —le susurraba, su voz quebrándose bajo el peso de la desesperación.

Pero Naomi no respondía. Ni siquiera un parpadeo más largo que indicara que había escuchado. Sus ojos, fijos en el techo, parecían más los de una muñeca rota que los de una persona viva.

Día 7
La falta de movimiento comenzó a afectar su cuerpo. Los médicos notaron que sus músculos estaban empezando a atrofiarse por la inactividad. Ordenaron ejercicios físicos suaves para mantener el flujo sanguíneo, pero incluso durante esas sesiones, Naomi seguía completamente inmóvil, dejando que las enfermeras movieran sus extremidades como si fueran las de un títere inerte.

Mi esposa, que siempre había sido tan firme, ahora pasaba las noches llorando a escondidas. Yo la escuchaba, pero no podía consolarla. ¿Qué podía decir? Sabía que todo esto era mi culpa. Cada vez que veía a Naomi, cada vez que observaba su deterioro, sentía el peso de mi decisión aplastándome, asfixiándome.

Día 10
El rostro de Naomi comenzó a cambiar. Sus mejillas, antes llenas y saludables, ahora estaban hundidas, y sus escamas parecían opacas, perdiendo ese brillo característico. Sus ojos, hundidos en unas cuencas rodeadas de sombras, eran un recordatorio constante de lo que había perdido: no solo a Anon, sino también a sí misma.

Mi esposa intentaba alimentarla con cucharadas de sopa, pero Naomi mantenía los labios sellados, obligándola a hacer un esfuerzo titánico para que tragara algo. Era desgarrador verla así, como si cada intento de mi esposa por salvarla fuera una batalla perdida de antemano.

—Naomi, por favor... por favor, vuelve con nosotros... —le rogó una noche, con lágrimas corriendo por su rostro—. No me hagas esto, mi amor.

Pero Naomi permanecía inmóvil, indiferente, como si esas palabras no fueran para ella.

Día 15
Los médicos comenzaron a hablar de un posible traslado a una unidad psiquiátrica. Decían que el estado de Naomi era crítico, que su mente estaba al borde de un colapso irreversible. Pero mi esposa se negó rotundamente.

—No voy a dejar que la encierren como si estuviera loca —les dijo con firmeza, aunque sus manos seguían temblando—. Mi hija está pasando por algo horrible, y vamos a sacarla adelante como familia.

Familia. Esa palabra resonó en mi mente como un martillazo. ¿Qué clase de padre era yo, que había condenado a mi propia hija a esta situación? Quise hablar, quise decir algo, pero no pude. El peso de mi culpa me mantenía en silencio, incapaz de enfrentar las miradas de mi esposa o de los médicos... Sabia que el fallecimiento de Anon la afectaría, no era estupido, pero... no esperaba que a este nivel, jamás había pensado que las cosas llegarían a este extremo.

Día 20
El hospital ya no era un lugar neutral. Cada rincón parecía cargado de un peso insoportable, una atmósfera que reflejaba la desesperación de nuestra familia. Naomi seguía sin mostrar señales de mejoría.

Mis días se reducían a mirar desde la puerta mientras mi esposa intentaba hablar con ella, contarle historias, mostrarle fotos antiguas... cualquier cosa que pudiera traerla de vuelta. Pero nada funcionaba. Nada rompía esa barrera que Naomi había construido a su alrededor.

Cada noche, cuando regresábamos a casa, el silencio era ensordecedor. El eco de lo que habíamos perdido resonaba en cada rincón, en cada recuerdo.

Y así, con cada día que pasaba, veía cómo mi familia se desmoronaba frente a mis ojos, incapaz de detener la caída.

Con los días, la situación se volvía más desesperante. Cassandra, viendo que los intentos por acercarse a Naomi no surtían efecto, tomó la decisión de llamar a Mia, nuestra otra hija, para explicarle lo que estaba ocurriendo.

Cuando Mia llegó al hospital, no pudo ocultar el impacto que le causó ver a Naomi en ese estado. La hermana mayor siempre había percibido a Naomi como alguien fuerte... un título que no se lo daba a cualquiera, la visita de hacia 3 semanas había sido el detonante para que pensara aquello. Pero ahora, esa imagen estaba rota. Naomi no era más que una sombra de sí misma, un cuerpo presente, pero sin rastro de vida en su mirada.

—¿Qué demonios pasó? —fue lo primero que Mia le preguntó a Cassandra, su voz teñida de rabia y preocupación—. ¿Cómo dejaron que esto llegara tan lejos?

Cassandra, con los ojos llenos de lágrimas, apenas pudo responder. —Hicimos todo lo que pudimos, Mia... pero ella simplemente... se dejó ir... perder a Anon... la destrozo a este nivel.

Mia apretó los dientes, sintiendo una mezcla de impotencia y culpa. Sabía que, de alguna forma, había contribuido al dolor de su hermana con las discusiones y conflictos del pasado. Decidida a remediarlo, se dispuso a pasar todo el tiempo posible al lado de Naomi, buscando formas de llegar a ella, de romper esa barrera de vacío que la mantenía atrapada.

Día 22
Mia tomó una silla y se sentó junto a la cama de Naomi, observándola detenidamente. Su hermana menor estaba tan quieta que apenas parecía respirar. Mia extendió una mano, acariciando suavemente el cabello de Naomi, como solía hacer cuando eran pequeñas.

—Hey, enana... —dijo con un tono suave pero firme—. Soy yo, Mia. He venido a sacarte de esta, ¿sabes?

Esperó una reacción, cualquier cosa. Pero Naomi permaneció inmóvil, con los ojos perdidos en algún punto del techo.

Mia suspiró profundamente y decidió intentarlo de otra manera. —Sé que he sido una mierda de hermana. Lo sé. Pero estoy aquí ahora, Naomi. Y no pienso dejarte sola.

Pasó horas hablando con ella, recordándole momentos de su infancia, disculpándose por los errores del pasado.

—Recuerdo cuando te hice llorar porque te robé tu postre favorito... ¿Qué era? ¿El pastel de Melocotón? —rio amargamente, intentando aliviar la atmósfera—. Me sentí una basura después de eso, pero nunca te lo dije. Así que aquí estoy, diciéndotelo. Perdóname, Naomi. Perdóname por todas las veces que no estuve ahí para ti.

Sin embargo, las palabras parecían rebotar contra una pared invisible. Naomi no reaccionaba.

Día 25
La frustración comenzaba a apoderarse de Mia, pero se negaba a rendirse. Decidió traer fotos y objetos del pasado para intentar despertar algún recuerdo en Naomi. Colocó una caja llena de álbumes, juguetes viejos y pequeños recuerdos sobre la cama.

—Mira esto —dijo, sacando una foto donde ambas estaban abrazadas después de ganar un torneo de natación en la primaria—. ¿Te acuerdas? Dijiste que nunca habías estado tan orgullosa de nosotras.

Esperó, como siempre, pero no hubo respuesta. Naomi apenas pestañeó.

Mia apretó los puños, sintiendo cómo la rabia y la impotencia comenzaban a consumirla. ¿Qué más podía hacer? ¿Qué más podía decir para llegar hasta su hermana?

—¡Por el amor de Dios, Naomi! ¡Haz algo! ¡Dime algo! —gritó finalmente, su voz quebrándose al final. Pero incluso eso fue recibido con el mismo silencio sepulcral.

Día 30
El desgaste físico y emocional empezaba a notarse en Mia. Sus ojos estaban enrojecidos por la falta de sueño, y su energía habitual parecía haberse desvanecido. Pasaba los días enteros al lado de Naomi, intentando todo lo que estaba a su alcance, desde hablarle con suavidad hasta rogarle que reaccionara.

—Por favor, Naomi... —le susurró una noche mientras le sostenía la mano—. No sé qué más hacer. Dime qué necesitas, dime cómo puedo ayudarte.

Pero Naomi seguía siendo un cascarón vacío.

Cassandra también comenzaba a mostrar signos de desgaste. Pasaba más tiempo en el hospital que en casa, negándose a dejar a sus hijas solas. Incluso los médicos le habían sugerido que descansara, pero ella se negaba rotundamente.

—No puedo dejarla. No hasta que vuelva conmigo —respondía cada vez que alguien intentaba convencerla de lo contrario.

El ambiente en la habitación era sofocante, lleno de tensión y desesperación. Cada día que pasaba sin una señal de mejora era como una sentencia más en la agonía de la familia.

Mia, al ver el estado de su madre, comenzó a culparse más profundamente. —Esto no puede seguir así, mamá. Tenemos que hacer algo. Naomi no puede... no puede seguir así.

Cassandra, con el rostro lleno de lágrimas, solo pudo responder: —Estoy haciendo lo mejor que puedo, Mia. Pero ya no sé qué más hacer.

Mia cerró los ojos, sintiendo el peso de la impotencia aplastarla una vez más. Por primera vez en su vida, se sintió completamente inútil.

Día 35
La habitación del hospital, que antes había sido un lugar de esperanza, ahora era un símbolo de desesperación. Naomi seguía inmóvil, silenciosa, como si el tiempo se hubiera detenido para ella. Mia, agotada, pasó sus días al lado de su hermana, prometiéndose una y otra vez que no se rendiría.

Pero con cada día que pasaba, el brillo en los ojos de la familia Moretti se apagaba un poco más. El martirio continuaba, y la salvación de Naomi seguía pareciendo un sueño imposible.
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Fin. P.V
Cuando Antony se enteró de que los padres de Anon, tras días de indiferencia, habían decidido finalmente realizar un funeral para su hijo, un sentimiento de profunda lástima lo invadió el humano ahora sería sepultado con una ceremonia mínima, desprovista de cariño o significado, en Rock Bottom, su pueblo natal.

Antony pensó en Naomi, en su estado de total desconexión, y se aferró a una última esperanza: quizás, si ella podía despedirse de Anon, si enfrentaba la realidad, podría empezar a sanar, podría dejarlo ir.

—Es nuestra única opción —les dijo a Cassandra y Mia, reuniendo el poco valor que le quedaba—. Naomi tiene que ir. No hay otra manera, ya agotamos todas las opciones.

Cassandra dudó, pero Mia asintió con solemnidad. —Haré lo que sea necesario para salvarla. Si esto funciona, lo intentaré.

El día del funeral llegó rápido, con una atmósfera pesada que parecía absorber el aire de la casa. Naomi, aunque seguía inmóvil y distante, permitió que la vistieran con un simple vestido negro. Su mirada estaba vacía, pero sus manos temblaban ligeramente, como si algo dentro de ella supiera lo que estaba a punto de enfrentar.

Cuando llegaron al cementerio de Rock Bottom, el panorama era aún más desolador de lo que Antony había imaginado. Apenas había gente: un padre de iglesia, con una voz monótona que leía el sermón; los dos padres de Anon, que se encontraban a una prudente distancia del ataúd, como si no quisieran estar allí más tiempo del necesario; y unas pocas personas dispersas, más curiosos que dolientes.

Cassandra se mordió los labios, reprimiendo el impulso de sollozar. Mia tomó la mano de Naomi, tratando de darle un apoyo que parecía inútil. Antony, por su parte, sintió un profundo malestar. ¿Cómo era posible que alguien fuera despedido con tanta indiferencia?

—¿Es esto lo que merece un chico tan maravilloso como él? —murmuró Cassandra con amargura, pero se obligó a mantener la compostura. Este no era el momento para cuestionar, sino para intentar salvar a su hija.

Aquella declaración casi silenciosa de su esposa, dejo completamente descolocado... No entendía porque su esposa dijo eso, no tenia sentido.

Cuando las palabras finales del padre resonaron en el aire, anunciando el cierre de la ceremonia, algo pareció quebrarse dentro de Naomi. Por primera vez en semanas, movió la cabeza, mirando el ataúd con una intensidad que nadie había visto antes.

Los ojos de Naomi se encontraron con el féretro de Anon, este estaba abierto, liberándose del agarre de Mia..

—¡No! ¡No puede ser! —gritó, su voz desgarradora rompiendo el silencio del cementerio.

Antes de que alguien pudiera detenerla, Naomi corrió hacia el féretro, su cuerpo delgado y débil moviéndose con una velocidad desesperada. Cuando llegó, subió al pequeño pedestal donde descansaba el ataúd abierto y lo agarró con ambas manos.

—¡Anon, despierta! —vociferó, agitándolo con una fuerza que parecía imposible para alguien en su estado. Las lágrimas corrían por su rostro como un río desbordado—. ¡Dijiste que nunca me dejarías sola! ¡Prometiste que estarías conmigo... te prometí que iríamos a la misma universidad!

Cassandra y Mia corrieron tras ella, tratando de calmarla, pero Naomi no escuchaba. Estaba en otro mundo, atrapada en su dolor y su desesperación. Lloraba, gritaba, Maldecia.

—¡No debí dejarte ir esa noche! ¡Todo esto es mi culpa! —gritaba, su voz entrecortada por el llanto—. ¡Yo te maté! ¡Yo te maté porque no estuve allí para ti... cuando tú siempre lo estuviste para mí! Nunca pude compensarte todo lo que hiciste por mi...

Sus manos golpeaban el pecho del cadáver de su amado, como si con cada impacto pudiera devolverle la vida a Anon. El sonido de su dolor era insoportable, un eco que perforaba los corazones de todos los presentes.

El padre, incómodo ante la escena, intentó intervenir. —Señor Moretti, esto no es apropiado...

—¡Cállese! —rugió Mia, girándose con una furia que sorprendió a todos. Sus ojos ardían con rabia contenida mientras abrazaba a su hermana, tratando de calmarla—. ¡No es apropiado que ustedes traten a Anon como si no fuera nada, todos ustedes me dan asco...

Naomi seguía aferrada al pecho de Anon, como si su vida dependiera de ello. Su rostro estaba completamente empapado en lágrimas, sus uñas rasgaban la camisa de Anon.

—Anon... por favor... —susurró con voz quebrada, apoyando su frente contra la madera—. No puedo hacer esto sin ti... no puedo.

Finalmente, su cuerpo, debilitado por la mala alimentación y falta de sueño, cedió. Su respiración se volvió irregular, y sus rodillas temblaron antes de doblarse bajo su propio peso. Se desplomó sobre el cuerpo de Anon, susurrando entre sollozos palabras que nadie pudo entender.

Mia y Cassandra la sujetaron antes de que cayera por completo, pero el daño ya estaba hecho. Naomi había llegado al límite de su resistencia emocional y física.

Antony observó la escena desde unos metros de distancia, incapaz de moverse. Su plan, su última esperanza, había sido un fracaso absoluto.

—¿Qué he hecho? —pensó, sintiendo cómo un peso insoportable caía sobre él. Por primera vez, se dio cuenta de que no solo había fallado como padre... había fallado como ser Dino.

El funeral terminó en caos, Cassandra le dio una bofetada a la madre de Anon ante de irse, y con Naomi siendo llevada de vuelta al hospital, esta vez en un estado peor que nunca. Antony, Cassandra y Mia quedaron atrapados en una espiral de culpa y desesperación, preguntándose si alguna vez podrían reparar el daño que se había hecho.

UN MES DESPUES.

P.V Antony
Me encontraba en mi oficina, un lugar que solía ser mi refugio, pero que ahora se sentía tan frío y desolado como mi interior. Mi esposa, Cassandra, irrumpió en el despacho, y con solo mirarla supe que algo había cambiado en ella. Había perdido peso de forma alarmante; sus mejillas hundidas y los círculos oscuros bajo sus ojos eran señales de noches sin dormir. Pero lo que más me perturbó fue la expresión en su rostro. Sus ojos, siempre cálidos y llenos de determinación, ahora reflejaban una mezcla de furia y vacío que jamás había visto.

Sin mediar palabra, se sentó frente a mí, ajustando su abrigo con movimientos tensos. El silencio se alargó, cargado de una tensión que parecía asfixiar la habitación. Entonces, finalmente habló, su voz era un susurro gélido que me heló la sangre.

—He vuelto, Antony... —dijo con una serenidad inquietante, como si la furia dentro de ella hubiera alcanzado un punto de calma mortal—. He decidido que las personas que mataron a nuestra hija deben pagar.

La miré, confuso y preocupado. Su elección de palabras me alarmó de inmediato.

—¿Qué quieres decir con eso? Naomi está viva... —intenté responder, aunque mi voz sonó débil incluso para mis propios oídos.

Cassandra dejó escapar una amarga carcajada, seca y sin alegría.

—¿Viva? —repitió, sus ojos llenos de amargura—. Antony, nuestra hija está muerta en vida. ¿Qué diferencia hay? ¿Crees que la Naomi que conocemos volverá algún día? Porque yo no lo creo a este punto.

Sus palabras eran como dagas atravesando mi pecho. No podía responderle; porque en el fondo, temía que tuviera razón.

—No puedo quedarme de brazos cruzados —continuó Cassandra, su tono volviéndose más sombrío—. Descubrí quién es la responsable, Antony. La encontré. Y ya hice lo que tenía que hacer.

Mi corazón se detuvo un instante. —¿Qué hiciste, Cassandra? —pregunté, temiendo la respuesta.

Ella se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en el escritorio, con una mirada tan intensa que parecía perforarme el alma.

Cassandra comenzó a contarme lo que había sucedido, y cada palabra que pronunciaba hacía que mi mundo se derrumbara un poco más.

—Gracias a mis contactos, descubrí que una chica de la escuela de Naomi y Anon estaba detrás de todo esto. Una triceratops llamada Patricia... alias Trish. —Cassandra hizo una pausa, apretando los puños con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos—. Me dijeron que ella... que era la única sospechosa de este incidente... pero que fue descartada por falta de pruebas y tenia una coartada... aunque dudosa.

Mi esposa cerró los ojos un momento, como si al recordar estuviera reviviendo el horror de esa noche.

—Esperé a que saliera de su casa. Sabía que frecuentaba un callejón cerca de su barrio para fumar y... hacer quién sabe qué cosas, gracias a que la investigue un par de seanas, La arrinconé ahí, con un par de mis hombres.

Pude imaginar la escena con una claridad aterradora: Cassandra, la mujer fuerte y decidida que amaba, convertida en una vengadora llena de ira, acechando a la chica que había destruido nuestra familia.

—Cuando la vi... —continuó, su voz temblando ligeramente—. No me pareció gran cosa. Era una chica ordinaria, pequeña, que nunca habría imaginado que pudiera causar tanto daño. Pero cuando me acerqué, cuando la confronté...

Cassandra hizo una pausa, tragando saliva, como si las palabras le costaran salir.

—Ella sonrió, Antony. Esa maldita sonrió como si todo esto fuera un juego para ella.

Mi esposa me miró con una intensidad que me hizo desviar la vista.

—Le pregunté por qué lo hizo. Le dije que no solo era una asesina, por lo que le hizo a Anon y que por su culpa nuestra hija estaba rota, que jamás volvería a ser la misma. ¿Sabes qué hizo? —
Cassandra soltó una carcajada amarga—. Se echó a reír. Me dijo que Anon obtuvo lo que merecía por fastidiarle sus planes y que se alegraba que tal y como calculo Naomi también había recibido su merecido.

Mi estómago se revolvió al escuchar esas palabras.

—Fue en ese momento cuando lo supe —dijo Cassandra, inclinándose aún más hacia mí—. Esa chica no sentía remordimiento, Antony. Nada. Ni una gota de culpa, sino lo contrario... disfruto de hacerlo.

Su mirada se endureció aún más, y su tono adquirió una calma escalofriante.

—Saqué el arma que llevaba conmigo.

Cassandra se recostó en su silla, con los ojos fijos en algún punto lejano.

—le disparé en la cabeza... varias veces, quería asegurarme de que la mal nacida estuviese muerta.

La habitación quedó en completo silencio. Sus palabras, dichas con una serenidad casi irreal, me golpearon como una avalancha.

—Cassandra... —intenté decir algo, pero no encontré las palabras.

Ella no me dejó hablar.

—Fue rápido —continuó, como si no hubiera oído mi interrupción—. No creo que haya sentido nada. Y no me importa, Antony. No me importa.

Me miró directamente a los ojos, y vi algo en ella que nunca había visto antes: un abismo, una oscuridad que me aterrorizaba.

—Hice lo que tenía que hacer —dijo, levantándose lentamente de la silla—. Y no me arrepiento.

Se giró para salir de la oficina, pero antes de irse, dejó una última frase en el aire:

—Si no pude salvar a nuestra hija, al menos me aseguré de que ese monstruo lo pagará.

Cassandra, la mujer que una vez había sido mi compañera, mi fortaleza, ahora estaba frente a mí como una figura llena de furia y odio. El revolver en su mano temblaba ligeramente, pero no por miedo; era rabia pura lo que la hacía vibrar.

Ella me lanzó el botón con fuerza, y el pequeño objeto metálico resonó al caer sobre el escritorio de madera frente a mí. Era un símbolo de nuestra familia, un distintivo que siempre había representado honor y unidad, pero que ahora parecía cargar un peso insoportable.

—Hablé con el médico que lo atendió... —comenzó, su voz temblorosa pero llena de veneno—. El miedo se apodero de mi... pero sabía que tarde o temprano se enteraría.

Cassandra hizo una pausa, y en ese instante sentí que el aire abandonaba la habitación.

—Me contó que Anon se pudo haber salvado. Pero que tú... tú, Antony... le dijiste que no tenía nada que ver con nosotros, y lo dejaste morir, a pesar de que traía el distintivo de la familia, el distintivo que yo misma le di, un par de días después de la visita a Mia.

Sus palabras cayeron como un golpe seco en mi pecho. Traté de justificarme, pero mi boca se negó a moverse, atrapada en un nudo de culpa y desesperación.

—¡Anon se pudo salvar! —gritó de repente, su voz quebrándose—. Tú lo mataste...

Me levanté del escritorio, tambaleándome por la fuerza de sus acusaciones.

—Naomi lo amaba con cada milímetro de su ser... —continuó, y su tono se tornó más personal, más hiriente—. Él le salvó la vida a nuestra hija, por Jesús Raptor... Él estuvo ahí cuando ninguno de nosotros lo estuvo. Cuando Naomi casi murió de fiebre y de su celo, ¿dónde estabas tú, Antony?... ¿Dónde estaba yo?

Mi cabeza giraba. Las palabras de Cassandra eran un torbellino que no podía detener.

—Por eso le di el distintivo yo misma —dijo, señalando el botón en el escritorio con un movimiento brusco—. Él la salvó, de tantas formas que tú ni siquiera podrías comprender.

Sus palabras me destruyeron. Mis piernas temblaron y me dejé caer nuevamente en la silla, incapaz de sostener mi propio peso. No sabía nada de eso. No sabía que Anon había salvado a mi hija de las garras de la muerte.

Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, pero no eran suficientes para lavar la culpa que me consumía. Cassandra, sin embargo, no mostraba clemencia.

—¡Y aun así tú lo despreciaste! —gritó, dando un paso adelante, con el revolver ahora apuntándome directamente—. Tú lo echaste a un lado como si no valiera nada.

La intensidad de su mirada me paralizó.

—Vendí todos mis activos de nuestra empresa —continuó, su tono más frío, casi clínico—. Me iré a vivir con Mia.

La mención de nuestra otra hija me dejó un hueco en el estómago, pero no fue nada comparado con lo que vino después.

—Tú ya no eres Antony... —dijo, su voz rompiéndose por un instante antes de recuperar su odio—. Ya no eres el hombre que amé, el hombre por el que fui en contra de mis padres para convertirte en mi esposo. Eres un maldito hipócrita.

Mi garganta se secó. Cassandra continuó, cada palabra como un cuchillo.

—Anon era como tú... y aun así...

No pude más. Llevé las manos a mi cabeza, tratando de contener el caos que se desataba en mi mente. Las palabras de Cassandra resonaban como un eco interminable, aplastando cualquier intento de justificar mis acciones.

Finalmente, ella se acercó al escritorio, colocándose frente a mí. Sus ojos ya no mostraban amor, ni tristeza, ni siquiera el rastro de la mujer que conocí. Sólo había ira y desprecio.

—Moví el féretro de Anon al mausoleo de nuestra familia —dijo con una frialdad que me heló la sangre—. Cuando Naomi muera y siento que podría ser en cualquier momento ahora que se puso tan mal después del funeral... Podrá descansar en paz al lado de su amado.

Mis manos comenzaron a temblar, y el aire pareció volverse más denso. Entonces, Cassandra hizo la pregunta que sabía que sería mi sentencia.

—¿Tienes algo que decir, Antony?

Apreté los dientes, intentando encontrar algo, cualquier cosa que pudiera redimirme, pero todo lo que salió fue un débil susurro:

—Solo quería lo mejor para mi hija...

El rostro de Cassandra se contrajo con furia, y sus manos apretaron con más fuerza el revolver.

—Eso es una vil mentira —espetó—. Sólo querías lo mejor para ti mismo.

El sonido del disparo llenó la habitación, ensordecedor y final.

Todo sucedió en un instante. Sentí el impacto en el pecho como un golpe de martillo, y el dolor se extendió rápidamente. La fuerza del disparo me hizo tambalearme hacia atrás, derribando la silla y cayendo al suelo.

El techo de la oficina comenzó a girar mientras la sangre empapaba mi camisa. El sabor metálico llenó mi boca, y el aire se volvió escaso. Traté de hablar, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta, ahogadas por la mezcla de culpa y desesperación.

Lo último que vi fue a Cassandra de pie, el revolver aún en su mano. Su rostro seguía implacable, sin rastro de arrepentimiento. Luego, todo se volvió negro.

Fin del P.V

Tres años después, Naomi permanecía en el rincón de una habitación sencilla, rodeada de pinturas que llenaban las paredes con una mezcla de esperanza y tristeza palpable. Los cuadros, fruto de la terapia artística que los psiquiatras del hospital le habían sugerido, eran su única válvula de escape. Aunque técnicamente imperfectos, cada trazo estaba cargado de una emotividad desgarradora. En sus lienzos se plasmaban fragmentos de una vida que jamás pudo vivir, sueños destrozados que sólo podían existir en su imaginación.

En un rincón, descansaban retratos de Anon, solitario, con una sonrisa que Naomi había memorizado al detalle. En otro, aparecían juntos, tomados de la mano bajo un arco de flores en un altar imaginario, vestidos para una boda que nunca sucedería. Había cuadros de un futuro idílico: Anon y Naomi junto a tres hijos; dos pequeños parasaurios y una niña humana, todos riendo, como si las tragedias nunca hubieran ocurrido. Cada pincelada transmitía un amor tan inmenso como la pérdida que la había desgarrado.

Sin embargo, esos cuadros no le traían consuelo, sino que acentuaban su agonía. Eran recordatorios crueles de una felicidad que sólo podía existir en sueños. Naomi se derrumbó en el suelo, incapaz de contener el torrente de emociones que la devoraba. Sus manos, aún manchadas de pintura seca, se aferraron a su pecho como si intentara sostener los pedazos de su corazón roto.

El vacío en su interior era insoportable. Con cada respiración, parecía que su sufrimiento aumentaba. Lágrimas caían silenciosas por sus mejillas mientras susurraba, como una plegaria desesperada:

—Quiero estar contigo, Anon... ¿Por qué no pueden darme eso?

El peso de la realidad la aplastaba. El mundo a su alrededor seguía su curso, pero para Naomi, el tiempo se había detenido el día en que perdió a Anon. Cada cuadro era un grito de dolor, un recordatorio de que las únicas maneras de estar con él eran en la pintura o en sus sueños. Pero incluso esos momentos fugaces eran insuficientes para llenar el abismo que él había dejado.

Ahí, en el suelo, con el corazón roto y los dedos aún sosteniendo un pincel caído, Naomi sólo deseaba una cosa: que alguien, algo, acabara con su sufrimiento y le permitiera finalmente reunirse con él.

Final 1 The undeserved hell of the girl who unjustly lost everything in the blink of an eye. (El infierno inmerecido de la chica que injustamente lo perdió todo en un abrir y cerrar de ojos. )

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