11.4 Arrepentimiento Lucido

P.V. Trish

Todo era perfecto. Mi plan estaba siguiendo su curso tal como lo había imaginado. Fang estaba exactamente donde debía estar: bajo mi control, dentro de mi órbita, y completamente ajena a los hilos que movía detrás de escena. Pero ese maldito skinnie... ese Anon, tuvo que aparecer de la nada para arruinarlo todo.

Cerré los ojos, tratando de mantener la compostura mientras mi mente viajaba al pasado. Mi dulce, mi adorada Fang... Todo era tan perfecto cuando éramos niñas.

La primera vez que la vi, tenía 8 años. Estábamos en la escuela, rodeadas de los mismos idiotas ruidosos y superficiales que siempre pululaban por esos pasillos. Pero ella... ella era distinta. Tan brillante, tan hermosa. Fang era como una flor de loto en medio de un pantano.

Solía admirarla desde la distancia, observando cómo su sonrisa iluminaba la habitación. Su color... su forma de hablar... todo en ella era hipnótico. Perfecto. Pero entonces, algo cambió. De un día para otro, su mirada se apagó. Toda la luz que la hacía única desapareció, dejándola como una sombra de lo que había sido.

Recuerdo cómo me sentí al verla así, tan triste, tan sola, tan miserable. Me acerqué a ella ese día, fingiendo empatía, ofreciéndole una mano amiga. Poco a poco, me fui ganando su confianza. Empecé a moldearla, a convertirla en algo más... algo mío.

Con el tiempo, descubrí la razón detrás de su cambio. Todo era culpa de su maldito hermano, Naser. Una estupidez que hizo la había destruido emocionalmente. Fue entonces cuando lo supe: Fang era perfecta para mí. Era como una muñeca de porcelana, hermosa y frágil, completamente manipulable.

En la secundaria, comenzamos nuestra etapa rebelde. Fue fácil llevarla por ese camino. Fang parecía más radiante cuando rompía las reglas, y yo estaba allí para asegurarme de que siempre se sintiera libre... o al menos, libre bajo mi supervisión. Pero había un problema: empezó a llamar la atención de los chicos.

Eso no lo podía permitir.

Cada vez que uno de esos idiotas se interesaba en ella, terminaban aprendiendo a respetar mi espacio. Mis puños se encargaban de eso. Por suerte, Fang nunca lo supo. Para ella, simplemente éramos nosotras dos contra el mundo, y eso era todo lo que importaba.

Fue en esa época cuando Ripley, su padre, empezó a sospechar de mis verdaderas intenciones. Me prohibió entrar en su casa, un error de su parte. Ese acto de rechazo me dio la excusa perfecta para comenzar a fracturar aún más la relación entre Fang y su familia.

Fingí ser la víctima. Le hice creer que su padre era un monstruo insensible que no entendía lo especial que éramos juntas. Y Fang me creyó. Me creyó a mí más que a él. A pesar de la prohibición, ella seguía viniendo a mi casa. Incluso soportaba a mis odiosos hermanos, esas malditas pestes que siempre estaban en medio.

Pero sabía que la preparatoria iba a ser un reto. Un nuevo nivel. Fang no mostraba interés romántico en mí, por mucho que intentara. Mis esfuerzos por acercarme de forma directa eran inútiles. Si quería que Fang fuera mía por completo, necesitaba otro enfoque.

Tenía que alejarla de todos los demás. Quebrarla hasta el punto en que no pudiera sostenerse sin mí. Hacerla dependiente, moldearla para que creyera que yo era lo único en su vida que valía la pena.

Investigué. Porque siempre investigo. La información es poder, y si quería mantener a Fang bajo mi control, necesitaba encontrar la manera de aislarla del resto del mundo. Encontré algo que me pareció perfecto: una orientación sexual tan ridícula y estigmatizada que, de aplicarla correctamente, podría convertirla en una paria social. Y una vez que lograra eso, sería mucho más manejable.

Empecé a meterle ideas progresistas. Nada demasiado evidente al principio, pero lo suficiente para plantar las semillas. Cosas de no binaries y otras tonterías que la sociedad ama demonizar. Honestamente, me parecía una ridiculez, pero conveniente para mis propósitos. Si lograba que Fang adoptara ese discurso, todo el mundo se alejaría de ella. Y funcionó.

Mientras tanto, sabía que tenía que distraerla, mantenerla ocupada para que no empezara a cuestionar mi influencia. El rock era la respuesta. Fang era una bestia con la guitarra, pero un desastre en el bajo. Eso jugaba a mi favor. La apoyé para que se enfocara en lo que hacía bien y evitara pensar demasiado en sus fracasos. Pero en realidad, todo esto no era más que parte de un plan más grande: quebrarla.

Necesitaba tiempo. Y paciencia.

Cuando llegó el primer día de preparatoria, supe que estaba en el siguiente nivel de mi estrategia. Para formar una banda, necesitábamos al menos tres miembros. Dos no eran suficientes, así que busqué al más débil, al más manipulable. Bingo. Reed. Un drogadicto con problemas familiares y una dependencia ridícula al carfé. Fue casi demasiado fácil hacerlo nuestro "amigo".

Reed sabía tocar la batería. Doble bingo. Esto ahorraba tiempo, pero también representaba un nuevo desafío. Si sabía demasiado bien lo que hacía, podría interferir en mi control sobre Fang. Afortunadamente, logré colocarlo al mando de escribir canciones. Y, oh, dios, sus composiciones eran lo peor. Era como si alguien hubiese escrito poesía super pretenciosa, post moderna y luego la hubiese pasado por un triturador de basura. Perfecto. Su incompetencia me hacía el trabajo aún más fácil.

Construir a Fang fue un proceso lento. Moldearla, meterle ideas en la cabeza, aislarla. Para mi deleite, todo lo de no binarie se arraigó en su cerebro como una religión. Se lo creyó, y eso provocó que todo el mundo la rechazara. Exactamente como lo había planeado.

Naser, su patético hermano, nunca fue un obstáculo real. Era tan sumiso, tan... irrelevante, que ni siquiera necesitaba incluirlo en mis cálculos. Fang me tenía en más estima a mí que a él. Él era solo una sombra. Un maldito RAR en el fondo de mi tablero de ajedrez.

Para cuando comenzó el último semestre, todo estaba en su lugar. Las piezas estaban listas para el movimiento final. Reed era mi marioneta. Fang, mi muñeca. Ahora, era hora de romperla por completo.

Gracias a Naser, logramos conseguir una oportunidad para tocar. Todo estaba diseñado cuidadosamente. Sabía que la idea de los dos bajos era un desastre asegurado, pero Fang, confiada como siempre, se tragó la idea sin cuestionarla. Era tan fácil manipularla cuando apelabas a su orgullo.

Y, como esperaba, el resultado fue una completa mierda.

Fingí indignación. Usé todas mis habilidades de actuación para que Fang creyera que estaba devastada, que esto me había herido profundamente. Claro, en realidad lo había planeado todo al pie de la letra. Era un paso más hacia su completa dependencia de mí.

Pero entonces, ocurrió algo que no anticipé. Una variable que subestimé porque la consideré insignificante. La novia de Naser. Esa zorra tenía su propio peón. Y no cualquier peón, sino alguien que jugaba como una puta reina en este tablero: Anon.

Ese maldito skinnie arruinó todo desde el primer momento. No solo se ganó a Fang rápidamente, sino que también a Reed. Todo el mundo empezó a girar a su alrededor, como si fuera el sol en un sistema solar.

En cuestión de días, ese imbécil estaba deshaciendo avances que me habían tomado años construir. Años de esfuerzo, de estrategia, de control... destruidos por un don nadie que ni siquiera sabía lo que estaba haciendo.

Y yo... yo no iba a dejar que eso sucediera.

Anon, ese patético humano, comenzó a infiltrarse en mi mundo, lentamente, casi sin que me diera cuenta al principio. Fang... ¡mi Fang! Ella empezó a cambiar. Cada palabra, cada interacción con él era como una grieta en el muro que con tanto esfuerzo construí a su alrededor. Y lo peor fue cuando empezó a pedirme que lo aceptara en nuestro grupo. ¿Qué clase de broma era esa? Según ella, Anon era "una buena persona", "diferente a los demás humanos". Su voz temblaba de emoción cuando lo decía, como si eso importara.

Pero para mí no había diferencia. Anon era una amenaza.

Fang se veía más viva. Más animada. Y eso no estaba bien. No estaba bien en absoluto. Yo intenté todo para alejarlos: susurrar dudas en su oído, recordarle cuán cruel podía ser el mundo con los suyos, incluso sugerir que Anon no era más que otro humano con una agenda oculta. Pero no importaba lo que hiciera, no podía romper el vínculo que se estaba formando entre ellos.

No podía soportarlo. Tenía que saber más sobre él. Y cuando investigué, lo que descubrí fue... delicioso. Oh, lo que encontré era tan jugoso que tuve que morderme la lengua para no usarlo de inmediato. Pero debía ser paciente. Esperar el momento adecuado.

Y entonces, como si el destino finalmente decidiera ponerse de mi lado, algo extraordinario sucedió: Naomi, esa perra oportunista, comenzó a acercarse a Anon. Fue Fang quien, llena de sospechas, me lo mencionó por primera vez. Su voz estaba cargada de incertidumbre y celos mal disimulados, después de una cita doble que tuvieron en un arcade.

La ruptura entre Naomi y Naser fue la cereza en el pastel. Fue como un regalo caído del cielo. Y, oh, Anon estaba metido hasta el fondo en todo ese drama.

Aproveché la oportunidad. En sus momentos de duda, logré convencer a Fang de que la ruptura ocurrió porque Naomi y Anon estaban cogiendo a escondidas de todos. Hice que creyera que esa zorra había destrozado el corazón de su hermano solo para acostarse con el humano. Planté la semilla, y Fang la regó con su propia rabia. Podía verlo en sus ojos: el conflicto interno, el dolor, la traición.

Era tan fácil manipularla cuando estaba emocionalmente destrozada.

Lo que siguió fue casi como un sueño. Fang se apartó de Anon, como lo había planeado. Ese skinnie de mierda ya no estaba en nuestro camino. Y, como si eso no fuera suficiente, Naomi le dio una paliza a Fang. Oh, la pelea entre esas dos fue gloriosa. Cada golpe que Fang recibió era una grieta más en su autoestima, una oportunidad más para que yo me colara en su mente y la moldeara como quería.

Cuando todo terminó, Fang estaba en su punto más bajo. Derrotada. Vulnerable. Perfecta. Yo sería su heroína, su salvadora. Levantarla en su peor momento y hacerla completamente mía.

Pero entonces, como un castillo de naipes bajo una ráfaga de viento, todo se derrumbó.

Fang me pidió espacio. Dijo que necesitaba unos días sola después de la pelea. Aunque acepté a regañadientes, me pareció una oportunidad para dejar que las cosas fluyeran. Pensé que era una simple pausa, un respiro antes de volver al tablero. Pero fue un error.

Un error garrafal.

Cuando intenté acercarme de nuevo, Fang me detuvo con un grito. Su voz estaba llena de furia, más fría de lo que jamás la había escuchado. Me lanzó palabras como cuchillos, diciéndome que había tenido una intervención familiar con una psicóloga. Que habían discutido todo. Y que, después de la charla, su familia entera, y hasta la propia psicóloga, habían llegado a una conclusión devastadora: yo era la culpable de casi todo lo que había salido mal en su vida.

¡¿Cómo se atrevía?!

Le respondí, por supuesto. Le dije que era ridículo, que cómo podía darle más credibilidad a una charlatana que a su amiga de toda la vida. Pero lo que nunca esperé fue lo que vino después.

Fang me abofeteó.

No fue solo la psicóloga, me dijo. Fue su familia tambien. Después de hablarlo todo, todos estaban de acuerdo: yo era la raíz de sus problemas. Yo fui quien le metió esas ideas absurdas de no binarie. Yo fui quien la volvió una paria social. Fang lo creyó. Ella me creyó culpable.

Me miró con un desprecio que nunca había visto en ella antes. Me dijo que no quería volver a verme.

No quería volverme a ver.

Pensé que era solo ira momentánea. Que con el tiempo, lo superaría. Que regresaría a mí, como siempre lo hacía. Pero pasaron días. Una semana. Y no me dirigió la palabra.

Renunció a la banda.

Todo lo que me quedaba era Reed, ele staba devastado, pero como buen drogadicto se metio mucho carfe y lo pude manipular para no dejarme sola. Pero incluso él era inútil ahora, porque Fang también lo había cortado de su vida. Cortó a todos.

Todo. TODO. Diez putos años de mi vida, planeando, construyendo, manipulando...

A la basura.

Y todo era culpa de Anon y Naomi. Nadie más.

Tenía que desquitarme. Tenía que hacerlos pagar.

Naomi... no tenía oportunidad contra ella. Su padre, ese mafioso intocable de Volcadera, haría desaparecer cualquier intento mío de vengarme antes de que siquiera llegara a tocarla. Pero el skinnie... oh, Anon era diferente. No tenía conexiones. No tenía respaldo. Era vulnerable, un pobre diablo al que podía destruir con facilidad. Y si lo hacía de la manera correcta, quizás Naomi quedaría tan devastada que se encargaría de acabar con su propia vida.

La sola idea era tan hilarante que tuve que contener una carcajada mientras lo planeaba.

—Es perfecto. Si lo hago bien, ni siquiera tendré que mancharme las manos dos veces —murmuré para mí misma, saboreando cada palabra... sabia que si Anon moria, Naomi también quedaría devastada era un 2 x 1.

Había perdido todo. Fang me había dejado, destrozando todo lo que había construido con ella durante una década. No había tiempo para empezar de nuevo con alguien más. Las muñecas no se crean de la noche a la mañana, y mucho menos cuando el tiempo apremia. Quizás, algún día, estudiaré psicología o psiquiatría. Me gusta cómo suena eso. Me aprovecharé de alguna chica con problemas mentales, alguien lo suficientemente rota como para moldearla a mi antojo, sin tener que invertir tanto tiempo... quizás más de una.

—Sí... definitivamente suena a un buen plan. —Me recosté en mi cama, mirando el techo, dejando que las ideas fluyeran mientras una sonrisa se dibujaba en mi rostro.

Pasé un mes entero planificando cada detalle. Todo tenía que ser perfecto. Lo hice al milímetro. Incluso conseguí una prótesis ilegal de cuerno; eso garantizaría que no pudieran rastrearme. Las prótesis no solo me harían inidentificable, sino que también harían la cornada más brutal y letal. El golpe definitivo.

—Ingenioso, ¿verdad? —murmuré mientras observaba la prótesis en mis manos. Era una pieza tan sencilla, pero con un potencial devastador.

Conseguí dos coartadas impecables. La primera fue con el jefe de un bar en Skinrow, alguien acostumbrado a estos tratos turbios. Le di un par de cientos de dólares y no hizo preguntas. Su testimonio me respaldaría si alguien intentaba vincularme al crimen.

—El dinero mueve montañas —me dije, satisfecha con mi inversión.

La segunda coartada fue Reed. Lo convencí de ir de fiesta ese mismo día. Le ofrecí cincuenta dólares en efectivo, sabiendo que estaba lo suficientemente perdido en su propio mundo como para aceptar sin demasiados cuestionamientos. Le insinué que haría algo ilegal, pero lo convencí de que era algo insignificante.

—No es como si él fuera a recordar algo, de todos modos. —La sonrisa en mi rostro se ensanchó. Reed era un peón tan útil, aunque él ni siquiera se daba cuenta.

Anon era cuidadoso. Lo reconocía, aunque me fastidiaba admitirlo. Como buen experto en sobrevivir en Skinrow, nunca tomaba los mismos caminos. Pero incluso los más cuidadosos tienen patrones. Pasé semanas observándolo, analizando sus movimientos, y finalmente encontré el punto ciego perfecto.

El día llegó. Me coloqué la prótesis con calma, disfrutando del peso en mi frente. Me sentí poderosa, invencible. Hoy era el día.

Anon estaba cansado. Lo noté en su andar, en su postura. Había estado estudiando para los exámenes universitarios de la próxima semana. Todo encajaba a la perfección. Sabía que, incluso si sobrevivía, perdería la oportunidad de tomar esos exámenes. Y para alguien como él, sin dinero ni apoyo, eso era todo.

—Universidad o ejército, ¿eh? —murmuré, recordando algo que lo había escuchado decir alguna vez. La sonrisa volvió a mi rostro. —Bueno, si no muere aquí, alguien lo matará en la milicia.

Me moví con sigilo, aprovechando mi baja estatura y mi experiencia en escabullirme. Un ninja. Eso era lo que me sentía en ese momento. Todo lo que tenía que hacer era un golpe limpio. Solo uno.

Tomé impulso, sintiendo la adrenalina recorrer mi cuerpo.

Y entonces, lo hice.

La cornada fue directa al estómago. Escuché cómo la carne se desgarraba bajo la fuerza del impacto, y la sangre brotó en un torrente. Era... hermoso. Una obra maestra.

Anon cayó al suelo, y por un momento, me quedé observando. Su rostro estaba pálido, sus manos presionaban inútilmente la herida mientras la sangre se deslizaba entre sus dedos. Me deleité en su expresión de dolor y confusión.

—Adiós, skinnie —susurré para mí misma antes de darme la vuelta y desaparecer en la noche.

Todo salió de acuerdo al plan. Me deshice de la ropa quemándola en el incinerador de mi casa. Las prótesis las arrojé a una alcantarilla. Jamás las encontrarían.

El crimen perfecto.

Mientras regresaba a casa, repasé mentalmente todo lo que había hecho. Cada paso, cada detalle, era impecable. Había ejecutado mi venganza con precisión quirúrgica.

—Toca seguir con mi vida —me dije mientras me deslizaba bajo las sábanas. —Nuevo plan: ser psicóloga o psiquiatra. Encontraré otra muñeca, alguien más a quien moldear. Aunque, pensándolo bien... ganas no me faltan de acabar con los Aaron también. Quizás después.

Me encogí de hombros, dejando que el pensamiento se desvaneciera.

Esa noche dormí como un bebé.

P.V. Anon

Después de aquel viaje donde mis dudas sobre mi relación con Naomi se dispararon, la incertidumbre fue reemplazada por un peso más tangible: los exámenes universitarios de la próxima semana. Era la semana crucial. Los seniors habíamos recibido esos días libres para enfocarnos exclusivamente en estudiar, porque nuestro futuro dependía de ello.

No era un simple examen de un día; duraba toda una semana, dividido en múltiples materias y especialidades. Antes, no apuntaba tan alto. Para mí, con entrar a cualquier universidad era suficiente. Pero ahora... ahora quería más. Debía esforzarme.

Había trabajado duro para obtener mi beca. Tenía las calificaciones casi perfectas, en gran parte gracias a Naomi. Ella siempre había estado allí, ayudándome con las materias en las que tropezaba. Durante esos siete días libres, mi rutina se había convertido en un ciclo intenso de disciplina que ella, por supuesto, dirigía con precisión militar.

A las siete en punto cada mañana, mi celular sonaba. Era Naomi. Siempre Naomi.

—Anon, levántate. Vamos, ya son las siete. —Su voz sonaba firme, pero había un dejo de ternura que me hacía sonreír aun estando medio dormido.
—Estoy despierto... más o menos.
—No "más o menos". Levántate. Tienes que estudiar. —Colgaba sin darme oportunidad de discutir, y yo me encontraba sentado en mi cama, sacudiendo el sueño con resignación.

Me pasaba la mañana como un poseso, inmerso en libros y apuntes, repasando fórmulas, fechas, teorías y conceptos. Para cuando el reloj marcaba las tres de la tarde, me dirigía a su casa. Allí, como siempre, Naomi me esperaba con sus notas perfectamente organizadas, lista para guiarme una vez más.

Desde que había renunciado a su puesto como presidenta del consejo estudiantil, tenía más tiempo libre. Fue ella quien se ofreció a ayudarme, y aunque al principio dudé, ahora no podía estar más agradecido. Estaba convencido de que, sin su apoyo, no habría llegado tan lejos.

Tenía que entrar a una buena universidad.

Era obvio que Naomi podría entrar a cualquier institución que deseara. Su talento y su inteligencia eran innegables. Pero yo... yo quería estar a su altura, al menos por una vez. En el fondo, tenía la ilusión de que si lograba ser aceptado este año, el próximo ella consideraría ir a la misma universidad que yo.

Pensar en una vida sin Naomi era imposible.

Después de aquel viaje, no podía sacarla de mi cabeza. En estas últimas dos semanas, algo en nuestra dinámica había cambiado. Ella se mostraba más cariñosa, más atenta. Aunque admito que soy más lento que una piedra para captar señales, no pude evitar preguntarme si había una posibilidad, por pequeña que fuera, de que nuestra relación pudiera avanzar a otro nivel.

Es improbable. Pero las posibilidades no eran cero.

Me hice una apuesta a mí mismo: si lograba entrar a una buena universidad, le plantearía la idea de nosotros. Si no lo conseguía... bueno, me quedaría callado. Entendía mi lugar. Naomi era alguien destinada a cosas excepcionales, y yo... yo era solo alguien promedio. Lo último que quería era arrastrarla hacia mi mediocridad. Por eso estaba dándolo todo en estos días.

Ese miércoles, en la sala de su casa, estábamos sentados en el sofá grande. Tenía un libro en las manos, pero mi cabeza palpitaba con un dolor constante. Me sentía al borde del colapso.

—Es suficiente, Anon. —La voz de Naomi interrumpió mis pensamientos. Me quitó el libro de las manos con un movimiento decidido. Su expresión era serena, pero sus ojos reflejaban preocupación. —Si sobrecargas tu cerebro, será contraproducente. Además... tus ojeras están más grandes de lo habitual.

Abrí la boca para protestar, pero me detuve. Sabía que tenía razón. No estaba siendo racional, solo obstinado.

—No puedo detenerme ahora, Naomi. —Apreté los puños, frustrado. —Quiero hacerlo bien. Tengo que hacerlo bien.

Ella dejó el libro a un lado y me miró fijamente, con esa mezcla de paciencia y determinación que siempre lograba desarmarme.

—Y lo harás bien. Pero no si te desplomas antes de llegar al examen. —Sus palabras eran firmes, pero no duras. Estiró una mano y me tocó el hombro con suavidad. —Anon, estás trabajando más de lo que tu cuerpo puede aguantar.

Sentí un nudo formarse en mi garganta. Había puesto tanto en juego, tantas expectativas, que la idea de detenerme siquiera por un momento me hacía sentir como si estuviera fallando.

—¿Y si no es suficiente? —mi voz salió más baja de lo que esperaba.

Naomi frunció el ceño y se inclinó hacia mí, hasta que nuestras miradas se encontraron.

—Escúchame bien. —Su tono se volvió más suave, pero cada palabra pesaba como una verdad irrefutable. —Has trabajado más duro que nadie que conozca. Si alguien puede lograrlo, eres tú. Pero no puedes lograr nada si te destruyes en el proceso.

Suspiré, cerrando los ojos por un momento. Sabía que tenía razón, pero mi mente seguía rebelándose contra la idea de descansar.

—Está bien. —Asentí finalmente, recostándome contra el sofá. —Pero solo un rato, ¿vale?

Naomi sonrió, una sonrisa que parecía borrar todo el cansancio acumulado del día.

—Eso es todo lo que necesitaba escuchar.

Y aunque no lo dije en voz alta, en ese momento me di cuenta de algo. Naomi no solo era mi amiga, mi apoyo... era mi esperanza. Y no podía fallarle. No ahora. No nunca.

Miré hacia abajo, sintiendo cómo mis pensamientos se enredaban en un torbellino de inseguridades y dudas.

—No importa... aún quedan cuatro días... —murmuré, tratando de convencerme a mí mismo de que todo estaba bajo control.

Antes de que pudiera decir algo más, Naomi se movió hacia el otro extremo del sofá con decisión. Sus manos firmes me agarraron por los hombros, y con una fuerza que contrastaba con su delicadeza habitual, me guió hacia sus muslos.

—Descansa, Anon. Por favor... —su voz, que solía estar llena de seguridad, ahora sonaba como una súplica.

Quería resistirme. Todo dentro de mí gritaba que no podía darme el lujo de detenerme, que no había tiempo para esto. Solté un suspiro pesado y traté de mantener mi postura firme, aunque la impotencia se filtraba en mis palabras.

—No sé si deba hacerlo... Naomi, tengo que esforzarme al máximo. —El tono molesto en mi voz no estaba dirigido a ella, sino a la frustración que me estaba devorando por dentro.

Ella me miró con preocupación, sus cejas ligeramente fruncidas mientras trataba de leer mi expresión.

—¿Por qué de repente te pusiste así? —preguntó, sus ojos clavados en los míos. —Pensé que solo querías entrar a una universidad de clase normal.

Cerré los ojos por un momento, dejando que el peso de sus palabras se asentara. Sabía que tenía razón, pero algo en mí había cambiado. Naomi no entendería... o tal vez sí, pero no sabía cómo explicárselo sin parecer un completo idiota.

—Eso era antes... —dije finalmente, abriendo los ojos y mirando al techo. —Ahora tengo otros objetivos.

Hice una pausa, tratando de ordenar mis pensamientos, mientras mi voz se llenaba de determinación.

—Quiero entrar a una buena universidad. Spears me dijo el otro día que, si mantenía mis calificaciones hasta el final del semestre, sería elegible para una beca. —Sonreí un poco al recordarlo, aunque sabía que era un premio por el que tendría que luchar hasta el último segundo. —Eso te lo debo a ti, Naomi. Todo lo que he avanzado en estos días... es gracias a ti.

Tomé aire profundamente, tratando de contener la emoción que comenzaba a filtrarse en mi voz.

—Ya no quiero ser un mediocre. Quiero avanzar. Algún día quiero ser alguien... alguien que no sea un reflejo del imbécil que era el primer día en esta escuela.

Naomi no dijo nada. Solo me miraba con una intensidad que me hacía sentir expuesto, como si cada palabra que pronunciara estuviera siendo cuidadosamente evaluada.

—Tengo un objetivo —continué, mirando mis manos entrelazadas sobre mi regazo. —Es tonto, lo sé... una esperanza ínfima. Pero aunque sea pequeña, quiero aferrarme a este.

Me obligué a levantar la mirada, encontrándome con sus ojos llenos de una mezcla de emociones que no pude descifrar del todo.

—Quiero entrar a una buena universidad con todas mis fuerzas, Naomi. No por los demás. Por mí.

De repente, sentí cómo su mano apretaba mi cabeza, guiándola de nuevo contra sus muslos. Su respiración se volvió más profunda, casi temblorosa. No podía ver su rostro desde mi posición, pero podía sentir la tensión en su cuerpo.

—Si lo logras... —empezó a decir, su voz apenas audible pero llena de una determinación que me hizo contener la respiración. —Ten por seguro que el próximo año iré contigo. ¿Entiendes?

Mi corazón se apretó en mi pecho, golpeando con fuerza contra mis costillas. Sentí sus manos en mi cabeza, su agarre casi desesperado como si no quisiera que viera la expresión en su rostro.

—Y no te estoy preguntando. —Su voz sonó más firme esta vez, como si esas palabras fueran una promesa inquebrantable.

Me quedé en silencio, procesando lo que acababa de decir. Una sensación cálida se extendió por mi pecho, mezclándose con la incertidumbre y el cansancio. No sabía qué responder. No había nada que pudiera decir que le hiciera justicia a lo que sentía en ese momento.

Naomi suspiró profundamente, como si intentara calmar algo dentro de ella misma. Su respiración se estabilizó, y me ayudó a sentarme con cuidado.

—Vamos —dijo finalmente, ofreciéndome su mano.

La tomé sin dudarlo, dejando que me guiara hacia la habitación de huéspedes. El silencio entre nosotros no era incómodo; era una especie de tregua, un espacio para dejar que las palabras no dichas hablaran por sí solas.

Nos acostamos juntos, igual que en aquellos días en la casa de Mia. Naomi se aferró a mí, sus brazos alrededor de mi cuerpo como si no quisiera dejarme ir. Correspondí su gesto, cerrando los ojos mientras trataba de ignorar la agitación que se arremolinaba dentro de mí.

Aquella ínfima posibilidad que había estado alimentando en mi mente... ahora parecía convertirse en algo obvio.

El domingo, el día antes del examen, Naomi insistió en que me relajara. Según ella, tenía que tener la mente despejada para el gran día. Por mucho que tratáramos de ocultarlo con palabras casuales, ambos sabíamos lo que significaba: era una cita. Ninguno de los dos lo dijo en voz alta, pero no hacía falta.

Nuestro pequeño paseo en pequeño Toorodoon comenzamos visitando tiendas de chucherías y florerías locales. Cada lugar parecía más encantador que el anterior, aunque probablemente era la compañía lo que lo hacía especial. Naomi lucía radiante, con una sonrisa tan grande y brillante que era imposible no contagiarse de su entusiasmo. Sus ojos chispeaban con cada pequeño detalle que captaba su atención, iluminando su rostro con un aire de ilusión juvenil.

Yo no podía evitar mirarla más de lo que debería. Había algo en la forma en que sus labios se curvaban, en cómo su risa suave llenaba el aire. Era como si en ese momento no existiera otra cosa en el mundo que no fuera ella.

Y entonces estaba el contacto físico, constante y cálido. Desde que salimos, ella no soltó mi brazo ni mi mano, cambiando de posición según lo permitiera la situación. Sus dedos entrelazados con los míos tenían un peso ligero pero firme, como si temiera que, al soltarme, algo importante se perdería. Yo no me quejé, por supuesto. No quería que lo hiciera.

Charlamos de cosas triviales mientras caminábamos, como los videojuegos de Rocktendo y las noticias del próximo lanzamiento de la Switch 2. Naomi comentó, casi con orgullo, que ya había hecho la precompra y que, cuando llegara, deberíamos jugar juntos.

—¿Tú qué dices? ¿Listo para enfrentarte a mi récord en Dino Kart? —me provocó, sonriendo de lado mientras me miraba de reojo.

—Más que listo. Te recuerdo que fui el campeón de la última vez. —Mi tono era burlón, pero dentro de mí estaba disfrutando de la idea de pasar horas jugando con ella.

—Por suerte para mí, las victorias pasadas no cuentan en la próxima generación de consolas. —Naomi me guiñó un ojo, y su risa llenó el espacio entre nosotros como música.

Cuando la tarde comenzó a convertirse en noche, encontramos un pequeño café que ninguno de los dos había visitado antes. Era un lugar con temática de rock, decorado con guitarras colgando en las paredes, luces de neón y un ambiente que parecía transportarte a otra época. Nos sentaron en una mesa cerca de un pequeño escenario donde una banda tocaba en vivo.

La música era animada pero nostálgica, como si cada nota estuviera diseñada para evocar recuerdos felices. Naomi parecía encantada. Se acomodó más cerca de mí, apoyando su cabeza en mi hombro, mientras sus dedos jugaban con los míos bajo la mesa. Sin darnos cuenta, nuestras manos terminaron entrelazadas otra vez, y su cola se enrolló suavemente alrededor de mi pierna, un gesto que me esperaba a estas alturas.

Sentí su calor, su cercanía, y todo parecía encajar en ese momento. La forma en que me miraba, el sonido de su risa, la manera en que sus ojos se cerraban ligeramente al disfrutar la música... Todo era tan natural, tan cómodo, como si siempre hubiera sido así entre nosotros.

Pensé en lo increíble que había sido ese día, a pesar de que no habíamos hecho nada particularmente extraordinario. Quizás era esa sencillez lo que lo hacía tan especial. En algún punto, mientras estábamos sentados allí, me di cuenta de algo que hasta ese momento había ignorado.

"Ya le había entregado mi corazón", pensé, dejando que esa verdad se asentara en mi mente. Quizás al principio fue como un amigo, pero con el tiempo, el significado cambió. Lentamente, casi sin darme cuenta, mi cariño hacia ella se transformó en algo más profundo.

Cuando la noche comenzó a caer, supe que no quería que terminara. Naomi tampoco parecía dispuesta a dejar ir el momento. Pero finalmente pagamos la cuenta y nos dirigimos al estacionamiento.

—Deberías quedarte conmigo esta noche —dijo con un tono que mezclaba ternura y firmeza. —Puedo prepararte algo para el desayuno, y mañana estarás más que listo para tu examen.

Pero yo negué suavemente, sintiendo que necesitaba algo de espacio para aclarar mis propios pensamientos.

—Gracias, Naomi, pero... necesito reflexionar a solas. Hay cosas que tengo que ordenar en mi cabeza antes de mañana.

Su expresión se oscureció ligeramente con preocupación, pero al final respetó mi decisión.

—Está bien, pero prométeme que te cuidarás. —Su tono era serio, pero sus ojos reflejaban una mezcla de confianza y algo más profundo que no logré descifrar del todo.

Cuando llegamos a las afueras de Skinrow, me prepare para bajar del auto auto para evitar que siquiera pensara en adentrarse en ese lugar.

—Naomi, no quiero que te acerques aquí. Es horrible, y tú no tienes nada que ver con este sitio.

Ella me miró fijamente por un momento, sus ojos evaluándome como si estuviera considerando ignorar mi petición. Al final, suspiró y asintió, aunque no parecía completamente convencida.

Antes de que saliera del Bettle, se acercó a mí, y sentí el roce cálido de sus labios en mi mejilla.

—Estaré animándote —me dijo, con una mirada que casi quemaba con su intensidad. —Cuando lleguen los resultados... será mejor que te prepares.

Sus ojos brillaban como fuego, llenos de una determinación que me dejó sin palabras. Con eso, se subió al auto y se marchó, dejándome en las sombras de Skinrow, pero con un calor en el pecho que iluminaba incluso el rincón más oscuro de mi mente.

Tomé una de las rutas alternas para llegar a mi departamento. Era un camino que conocía bien, una de las muchas formas en las que aprendí a moverme por esta zona. Aunque me consideraba un experto en evitar problemas, sabía que la seguridad nunca era del cien por ciento en Skinrow. Cada esquina tenía su propio aire de peligro, cada sombra parecía susurrar advertencias silenciosas. Sin embargo, esa noche, mi mente estaba lejos de las posibles amenazas.

Mi pecho aún estaba cálido por el recuerdo de Naomi. La sensación de su sonrisa, la intensidad de su mirada, ese beso en la mejilla que dejó una huella mucho más profunda de lo que jamás admitiría en voz alta. Caminaba con una ligera sonrisa en los labios, casi como si estuviera flotando.

"Esta semana haré los exámenes", pensé, con determinación alimentando cada paso que daba. Aún faltaba una semana más para los resultados, pero ya tenía decidido lo que haría si me aceptaban en una buena universidad.

"Voy a tomar a esa parasaurio melocotón de la cara", me dije a mí mismo, casi riendo por la imagen mental. "Y le voy a dar un gran beso en los labios. No importa si lo entendí todo bien o si estoy malinterpretando las señales... No, estoy seguro. Nuestro amor es mutuo a estas alturas".

Era una sensación de certeza que pocas veces había tenido en mi vida. Tal vez era un tonto, pero no era estúpido. Sabía lo que sentía Naomi, y lo que yo sentía por ella. No era solo una chispa pasajera. Era algo más, algo que había crecido con el tiempo, en esos pequeños momentos que compartimos juntos.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por un escalofrío repentino que recorrió mi espalda. La temperatura del aire pareció caer de golpe, y mi instinto me gritó que algo no estaba bien. Miré a mi alrededor mientras atravesaba un callejón estrecho y oscuro. Las luces de las farolas parpadeaban débilmente, proyectando sombras alargadas que se movían con el viento.

No tuve tiempo de reaccionar.

Un impacto brutal, con la fuerza de un bulldozer, golpeó directamente mi estómago. El sonido de huesos y carne rompiéndose resonó en mis oídos antes de que el dolor me golpeara como una ola. Mis pies se levantaron del suelo y fui lanzado hacia atrás, mi espalda chocando contra la pared del callejón con un golpe seco.

—¿Qué diablos...? —traté de decir, pero mi voz salió como un susurro ahogado.

Levanté la vista, y allí estaba. Trish. Incluso con esa capucha cubriendo parte de su rostro, la reconocí al instante. Era imposible no hacerlo. Sus ojos, esos ojos fríos y despiadados, eran inconfundibles. Me miraba con una mezcla de desdén y satisfacción, como si todo esto fuera un simple juego para ella.

—¿Por qué...? —logré articular, aunque sabía que no obtendría una respuesta.

Mis manos se movieron instintivamente hacia mi torso, y fue entonces cuando lo sentí. Los tres cuernos que me habían atravesado, perforando mi estómago y mi pecho como si fueran cuchillas afiladas. El dolor era insoportable, una sensación ardiente que parecía consumir todo mi cuerpo.

Con un movimiento brusco, Trish me empujó hacia atrás, desencajando sus cuernos de mi carne. La fuerza del impacto me hizo caer de rodillas, y pude escuchar el sonido húmedo de la sangre goteando al suelo. Mis manos estaban cubiertas de rojo, temblando mientras trataban de presionar las heridas para detener la hemorragia.

Ella se giró sin decir una palabra, como si lo que acababa de hacer no tuviera la menor importancia. Sus pasos resonaron en el callejón mientras se alejaba, su figura desapareciendo en las sombras.

"¿Esto es todo? ¿Así termina?" Mi mente estaba en caos, llena de imágenes y pensamientos fragmentados.

No quería morir. No aquí, no ahora. No en un sucio callejón de Skinrow, rodeado de basura y sombras. No podía dejar a Naomi. No después de todo lo que habíamos compartido, de todo lo que aún quería vivir con ella.

"No puedo... No quiero..."

La imagen de su rostro llenó mi mente, sus ojos llenos de fuego y determinación, la forma en que me miró antes de despedirse.

"Naomi..."

Mi visión comenzó a nublarse, las luces del callejón se convirtieron en manchas borrosas. El frío se extendió por mi cuerpo, mezclándose con el dolor ardiente en mi abdomen. No quería que ella me recordara así, como alguien que no pudo mantenerse en pie, como alguien que no luchó hasta el final.

"Naomi... no puedo... dejarte..."

Con cada segundo que pasaba, sentía cómo mi cuerpo se debilitaba más, cómo la vida se escapaba de mí lentamente. Pero mi mente, aunque confusa, se aferraba a un solo pensamiento: no quería que ella sufriera. No quería que mi ausencia la destrozara.

"No aquí... no así..."

Intenté levantarme, pero mis fuerzas se desvanecían rápidamente. La oscuridad comenzó a envolverme, y la última cosa que vi fue el cielo nocturno a través de las luces parpadeantes. Mis labios se movieron una última vez, susurrando su nombre mientras todo se desvanecía.

P.V Naomi

La tarde era particularmente fría. El viento invernal parecía colarse por las grietas más pequeñas de la casa, llenándola de un silencio que amplificaba la soledad. Caminé descalza por el suelo de madera, sintiendo el frío en la planta de los pies como una forma de recordar que aún estaba viva.

El primer piso estaba casi vacío, excepto por él. Allí estaba Anon, sentado en el sofá grande de la sala, sus ojos fijos en la televisión, mientras cambiaba de canal distraídamente. La luz de la pantalla iluminaba su rostro con destellos intermitentes, haciéndolo parecer más tranquilo de lo que probablemente se sentía.

Hoy era uno de esos días raros. Las estrellas se habían alineado de alguna manera, algo que apenas ocurría cinco o seis veces al año. Entre el trabajo, Fang, Naser, Amber y Noob, los días como este eran una anomalía, un milagro. Estos momentos en los que podía pasar tiempo a solas con Anon, relajándonos en la calma que nos daba la mutua compañía, eran lo único que me mantenía aferrada a la poca cordura que me quedaba.

Porque sí, estoy perdiendo la cabeza.

Me detuve al pie de la escalera, observándolo en silencio. Él no se dio cuenta de que lo miraba, y eso estaba bien. En esos instantes, podía permitir que mis emociones se asomaran sin temor a ser descubierta.

—Gracias a estos momentos no he perdido la cordura... o lo poco que queda de ella —murmuré para mí misma, las palabras flotando en el aire sin dirección alguna.

Era la cruda verdad. Sin estos momentos, ya me habría derrumbado.

Soy una mujer infeliz, llena de arrepentimientos.

Eso era lo que me definía. Cada decisión que tomé en mi vida había estado teñida de miedo, de sacrificio, de falsas esperanzas que nunca se concretaron. Pensé que, al tomar el control de mi vida, me había quitado la máscara que me obligaba a ocultar mis verdaderos sentimientos. Pero lo que realmente hice fue ponerme una máscara peor. Una que me pesaba cada día más.

Creí que lo hacía por el bien de todos.

—Qué estupidez —susurré, aunque sabía que nadie me escucharía.

Mi mirada se desvió hacia Anon nuevamente. Estaba tan tranquilo, tan ajeno al caos que revoloteaba en mi interior. Casada con un hombre al que quería, pero no amaba, y con un hijo al que, en el fondo más oscuro de mi corazón, deseaba haber tenido con el hombre que ahora estaba sentado en ese sofá.

Soy un monstruo.

Eso era lo que más me dolía admitir. Había renunciado a Anon por lo que creía que era su bien, por el bien de Fang y de Naser. Había tomado una decisión que pensé era noble, pero solo me dejó destrozada. Una parte de mí no podía perdonarlo.

Me acerqué lentamente al sofá y me senté a su lado, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo a través de la ropa. Apoyé mi cabeza en su hombro, buscando un consuelo que sabía que nunca sería suficiente.

—Tengo algo de frío —dije con calma, ocultando lo mucho que significaba este gesto para mí.

Él giró levemente la cabeza hacia mí y sonrió, una sonrisa cálida que siempre hacía que mi corazón doliera más.

—Acércate entonces —respondió con esa tranquilidad que solo él podía tener.

Y lo hice. Me acurruqué a su lado, sintiendo la familiaridad de sus brazos y el calor que siempre me ofrecía, aunque no fuera consciente de lo importante que era para mí. Para él, esto era algo natural. Algo que hacía sin pensar demasiado.

Para mí, era todo.

Sabía que Anon amaba a Fang. No era algo que pudiera ignorar, por mucho que intentara engañarme. Para él, yo no era más que una amiga, tal vez una hermana. Y aunque nuestras muestras de afecto parecían normales, sabía que solo podía disfrutarlas plenamente en momentos como este. Momentos en los que podía fingir que éramos algo más, aunque solo fuera en mi mente.

Deseaba, con todo mi ser, haber tenido el coraje de confesar mis sentimientos. Aunque significara enfrentar el odio de todos. Aunque me destrozara por completo. Pero ese era un deseo imposible. Yo misma había sellado mi destino.

Esto es lo que elegí.

Elegí este final lleno de arrepentimientos, de celos, de un odio tan visceral hacia Fang que no había disminuido desde el día en que la conocí. Mi corazón estaba lleno de rencor, y ese rencor solo hacía que odiara más esta vida miserable.

Sin embargo, estos momentos con Anon... eran mi única fuente de consuelo. Eran lo único que podía aliviar, aunque fuera un poco, el vacío que sentía en mi pecho.

¿Cuánto más podré soportar esto?

Era una pregunta que no podía responder. Lo único que sabía era que mi corazón ya no era un agujero vacío, aunque seguía consumiéndome un poco más con cada día que pasaba.

El reloj en la sala marcaba las dos de la tarde cuando él rompió el silencio.

—Aunque sea nuestro día libre, tenemos que ir por víveres... no nos tomará ni una hora. Volveremos rápido aquí. Quiero que terminemos esa serie hoy —dijo con una sonrisa ligera, como si ya estuviera planeando el final perfecto para el día.

Yo solo asentí, pero internamente sentí cómo algo dentro de mí se quebraba un poco. Solté su brazo con reticencia, deseando que no tuviera que irnos, que no tuviéramos que salir de esta burbuja de paz. Solo era una hora, me dije, una maldita hora, y volveríamos a estar como hace unos segundos, disfrutando de ese calor que me llenaba y me hacía sentir menos sola.

Con un suspiro resignado, ambos salimos de la casa. La fría brisa invernal nos golpeó en cuanto cruzamos la puerta, y me envolví más en mi abrigo mientras él caminaba a mi lado, como siempre lo hacía, asegurándose de que no me quedara atrás.

Pensé que sería otro día normal, uno más en la rutina de nuestra vida que, aunque sencilla, tenía momentos de tranquilidad que me ayudaban a sobrellevar mi existencia llena de arrepentimientos. Sin embargo, esa ilusión se desmoronó en el instante en que llegamos a mi Bettle.

Allí, frente a nosotros, estaba una mujer. Su figura alta y la manera en que llevaba su provocativa vestimenta gritaban callejera, y las alarmas en mi mente se encendieron de inmediato. Una triceratops de color púrpura. No necesitaba presentaciones; reconocí a Trish al instante.

Ella soltó una carcajada que me hizo estremecer. Era un sonido cruel, lleno de resentimiento y locura reprimida.

—Qué suerte la mía... justo me encuentro con ustedes, bastardos —dijo con un tono burlón, pero sus ojos reflejaban una oscuridad que me heló la sangre.

Vi cómo Anon dio un paso adelante, instintivamente poniéndose entre ella y yo. Quería reaccionar, quería hablar, pero mis piernas se sentían como de plomo. Entonces, el brillo metálico de un arma en sus manos me devolvió al presente.

Trish levantó el revólver con una facilidad alarmante y apuntó directamente hacia nosotros.

—Soy yo quien tiene el control aquí. Se mueven y se mueren —advirtió con voz firme, dejando claro que no estaba jugando.

Anon mantuvo su posición, su cuerpo erguido como un escudo. Giró la cabeza apenas lo suficiente para mirarme, sus ojos llenos de una determinación que me dio miedo.

—¿Qué es lo que quieres, Trish? —preguntó, su tono tenso pero controlado.

Ella sonrió, una mueca retorcida que parecía más una declaración de guerra que una muestra de felicidad.

—Desahogarme un poco, ¿qué más podría ser? Por su culpa mi vida se fue a la mierda, incluidos todos mis malditos planes. Tuve que vivir así para sobrevivir, mientras ustedes, por lo que se ve, se están llevando la buena vida. No es justo —escupió, sus palabras cargadas de veneno.

Podía sentir el peso de su resentimiento, como si cada sílaba estuviera diseñada para golpearnos directamente en el alma. Pero Anon no se dejó intimidar.

—Nosotros no tenemos la culpa de lo que te pasó. Tú misma llegaste a ese final por tus propias acciones —replicó, su voz firme, aunque podía notar la tensión en su mandíbula. Pausó un segundo, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado, antes de continuar—: No sé qué tuviste que sufrir desde la graduación, pero... nosotros no hicimos nada directamente para provocarlo.

La sonrisa de Trish se amplió, y por un instante pensé que estaba al borde de romperse en una carcajada histérica.

—¿De verdad crees que me importa lo que tengas que decir? —respondió, con una mirada que mezclaba burla y desprecio. Luego, levantó el arma un poco más—. Bueno, supongo que este es el final. Este revólver siempre lo guardé con cinco balas... una para cada uno de ustedes. Y una para mí. Esto se acabó.

El sonido de la detonación cortó el aire, un estruendo que hizo que todo mi cuerpo se congelara. Mis oídos zumbaban, y por un segundo eterno, todo pareció detenerse.

Y luego, otra detonación.

El disparo resonó como un trueno, pero no fue para Anon. En el último segundo, lo aparté con todas mis fuerzas, lanzándome hacia adelante para interponerme. Un dolor abrasador me atravesó el pecho como una llama que consumía todo a su paso. Tropecé y caí al suelo, mientras otro estruendo llenaba el aire, seguido por un golpe seco. Trish, la triceratops que nos había acorralado, yacía inmóvil en el asfalto, un oficial acabo con ella.

El mundo parecía girar en cámara lenta mientras me llevaba las manos al pecho, sintiendo cómo la sangre caliente se deslizaba entre mis dedos. Intenté respirar, pero cada intento se sentía como si estuviera aspirando agujas. El aire se volvía pesado, y el frío comenzaba a invadir mi cuerpo con rapidez.

—¡No, Naomi! ¡Resiste, por favor! ¡No me dejes! ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué? —gritó Anon, cayendo de rodillas junto a mí.

Su voz estaba rota, llena de desesperación, y sus lágrimas caían sin control mientras sostenía mi mano temblorosa con ambas suyas. Lo miré, tratando de grabar su rostro en mi memoria una última vez. Sus ojos estaban inundados de un dolor tan profundo que casi me hizo arrepentirme de lo que había hecho. Casi.

El frío era cada vez más intenso, como si la vida se estuviera escapando de mi cuerpo gota a gota. Apenas podía enfocar mi vista, pero sentía su agarre firme, como si con eso intentara evitar que me desvaneciera por completo.

—Naomi... por favor... no cierres los ojos. ¡No cierres los ojos! —suplicó, su voz quebrándose con cada palabra.

Sabía que no me quedaba mucho tiempo. La sensación de pesadez en mi pecho era insoportable, y el mundo a mi alrededor comenzaba a desvanecerse en un eco distante. Era mi última oportunidad, la única que tendría para decir lo que durante casi quince años había guardado en silencio.

Con las pocas fuerzas que me quedaban, levanté mi mano temblorosa y acaricié su mejilla. Su piel estaba húmeda por las lágrimas, y su expresión de dolor me rompía aún más el corazón.

—Yo... te amo, Anon... —murmuré con dificultad, cada palabra saliendo como un susurro ahogado por el dolor.

Su rostro se deformó en una mezcla de incredulidad y angustia, pero no tuve tiempo de ver su reacción completa. Apenas pronuncié la última palabra, sentí cómo todo a mi alrededor se desvanecía en una oscuridad total.

El frío desapareció. No había dolor, ni miedo, ni remordimientos. Solo vacío.

Morí por el hombre que siempre amé. Y, aunque mi vida había estado llena de sufrimiento, de arrepentimientos y de decisiones que destrozaron mi espíritu, al menos pude decirle la verdad. No había mejor desenlace para mí, considerando que vivir había sido un infierno constante.

Mientras mi consciencia se desvanecía, solo pensé en lo mucho que deseé haber roto con Naser ese día. Lo que podría haber sido... pero nunca fue.
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—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH! —grité con un pánico que me desgarró desde el interior mientras me sujetaba el pecho con ambas manos.

Me senté de golpe, jadeando y temblando, con el sudor frío empapándome. Las lágrimas caían sin control por mi rostro, y un nudo en mi garganta me impedía respirar con normalidad.

Me levanté tambaleándome y corrí al baño, encendiendo la luz de inmediato. Frente al espejo, mi reflejo era un desastre: ojos rojos e hinchados, cabello desordenado y mejillas surcadas por las lágrimas. Pero lo peor era la sensación de vacío que no se iba.

—Fue un sueño... solo un sueño... —murmuré, tratando de convencerme mientras me sostenía del lavabo, pero el peso en mi pecho seguía ahí, como si lo que acababa de vivir hubiera sido real.

Era diferente a cualquier otra pesadilla. Esto se sintió real. Tan real que podía recordar el olor a pólvora, el calor de la sangre y la desesperación en los ojos de Anon como si lo hubiera vivido de verdad. Jamás había experimentado un sueño lúcido, y mucho menos uno así.

Llevé mis manos temblorosas a mi rostro, dejando que los sollozos escaparan sin control. El dolor que había sentido en el sueño seguía presente, y la idea de dejarlo todo, de abandonarlo, me llenaba de un terror indescriptible.

Necesitaba calmarme. Necesitaba escuchar su voz. Solo Anon podía arrancarme de esta desesperación.

Caminé de vuelta a mi habitación y tomé mi teléfono con manos todavía temblorosas. Abrí la lista de contactos y busqué su nombre, mi corazón latiendo con fuerza mientras miraba la pantalla. Solo escucharlo podría devolverme la calma.

Tenía que llamarlo... una de mis manos detuvo a la otra... comprendí... Anon necesitaba dormir, si lo molestaba con esto... podría echarle a perder el primer día de examen... y no podía hacerlo... me recosté de nuevo en mi cama y me abrase en posición fetal, mientras el recuerdo lucido de ese sueño... seguía latente.

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