Luan (otra vez)
Mi otro yo llegó con la cara en el suelo. Se sentó a mi lado sin darme la cara. Estaba con los ojos caídos, la boca torcida hacia abajo y el cuerpo pesado. Fue tal la impresión que no pude dejar de imitarla. Se cruzó de piernas e hice igual. Apoyó su mentón en sus manos e hice lo mismo. Peiné mis pelos sueltos en mi frente y ella hizo lo mismo. Moví mi cabeza, tronando los huesos de mi cuello, lo que ella repitió al unísono.
– ¿Seguirán con ese show por más tiempo o me dejarán terminar? – escupió Lisa.
Se notaba algo molesta. Nos quedamos quietas en idéntica pose. Con los labios fruncidos hacía el frente y los ojos bizcos.
Lisa se masajeó las sienes. Nos reímos las dos. Ella en silencio, yo en estéreo. Golpearon a la puerta, con la suavidad típica de una familia grande.
– ¡Lisa! – era Lori aplicando su dulce voz militar de niñera dictadora –. ¿Qué rayos está pasando ahí dentro?
– ¡No tienes el IQ necesario para entender!
Ambas exclamamos un "¡Uuuhhhh!" que se contagió hasta el pasillo. Creo que imaginé bien la reacción de Lori ante la respuesta de Lisa ya que golpeó otra vez la puerta con la fuerza de un tanque. Fue tal que la habitación tembló y los frascos de Lisa casi generan otra reacción en el suelo. Ella apenas los sostuvo sin derramar una gota. Lisa acomodó todo lejos de los bordes. La habitación aún estaba dentro de un tambor de circo. Yo y mi otro yo saltábamos sentadas en la cama. Al final ella puso sus manos en cuernos y comenzó a sacudir la cabeza. Hice igual, imitándola tanto a ella como a Luna.
Lisa abrió la puerta, deteniendo el bum–bum–crash–bum. Se ajustó los lentes lanzando chispas por los ojos. Mis hermanas y Lincoln, excepto Lori, retrocedieron un paso al verla. Pese a tener cuatro años y medir casi medio metro, resultaba intimidante. Más de una temía que se adentrase en nuestros cuartos de noche y dejará caer algo malévolo sobre nosotras y, de lejos, escuchar su risa con dientes filosos.
– Ya basta de brutalidad, neandertal rubia – exigió escupiendo ácido –. Gracias a ti casi fracasa mi antídoto.
No exageres Lisa. Apenas has tocado tus cosas desde que estoy aquí.
– De hecho, si esto fracasa, no podría calcular cuáles serían las consecuencias – continuó con un tono nada alentador. Caminó hasta su escritorio y cogió uno de los tubos de ensayo. Tenía un liquido amarillo casi transparente. Mi otro yo hizo una mueca de asco. Supuse en lo que estaba pensando y no fue agradable. Hice la misma mueca para estar a la par.
– Este es el antídoto – indicó Lisa –. ¡Contémplenlo!
Hicimos un "¡Oooohhh!" a coro ascendente. Y por ahí se dejo oír algo de sarcasmo. Mi otro yo movía las manos al cielo, exagerando todo.
– ¿Y cuáles serían las consecuencias? – preguntó Lincoln.
– Si fracasa, tendrá el efecto contrario al esperado – respondió Lisa.
Todas, y Lincoln, fruncimos el ceño. ¿Acaso nos estaba jugando una broma o su respuesta era vaga a propósito?
– ¿Quieres decir que si fracasa, Luan no se juntará otra vez formando una sola sino que se dividirá hasta un número incalculable que abracará toda la tierra, y cada una de sus partes será una personalidad más simple y mortal que la anterior?
Eso fue... Vaya. Luego de esas palabras siguió un asombroso silencio donde nadie podía salir de su estupor, salvo quien pronunció todo lo anterior. Ella nos observó desconcertada, preguntando qué nos pasaba. Nadie pudo mover la lengua. Ni parpadear. Gimió de que la estábamos asustando. Pero, en serio, Leni. Fue todo lo contrario.
– Eso fue... impactante – murmuró Lisa regresándonos a la vida.
– Si.... – asentimos al unísono en un susurro.
– Y tiene razón – puntualizó Lisa.
– ¿La tiene? – preguntamos al mismo tiempo.
– ¿La tengo? – preguntó Leni.
– Sorprendentemente, si – aclaró Lisa –. Si esta fórmula fracasa podría estimar que habrá una Luan equivalente a cada humano sobre la tierra. Y peor aún, podrían multiplicarse hasta el infinito.
Todas, y Lincoln, resollaron hasta que sus pupilas se contrajeron.
– El día de bromas durará por siempre – celebré.
Mi otro yo alzó el puño en señal de aprobación.
Volvieron a resollar, incluida Lisa esta vez. Mi otro buscaba algo bajo la cama mientras los nervios consumían al resto de la familia. Sonrió al extraer algo que no pude ver. Me dio la espalda, riendo por todas las partes de su cuerpo menos la boca. Traté de mirar que hacia pero me tapaba todo ángulo moviéndose con gracia. Al final, me dio una gran sonrisa escondiendo lo que sea que haya creado en su espalda.
– ¿Y cómo funciona? – preguntó Lincoln.
– Simple – respondió Lisa –. Solo hay que juntarlas y rociarlas con esto a la vez.
– Entonces, ¿qué esperamos? – apuró Lynn. Le quitó el tubo de ensayo a Lisa y se encaminó hacia nosotras. Lynn estaba extasiada y, a la vez, mordiéndose los labios de la presión. Sabía muy dentro de sí que solo tenía un tiro, y solo uno. Su brazo dudaba tanto como cuando jugó la final de baseball con su equipo y a ella le tocaba lanzar la última bola o como cuando enfrentaba a sus clásicos rivales en un partido de básquetbol y ella tuvo que lanzar los últimos tiros libres. Si, puso la misma cara de suspenso que ustedes ponen ahora por saber cómo terminaron esos juegos.
Allí entró en escena mi yo mimo. De todas las cosas que hizo ese día, quizás esta fue la peor vista. Me cogió del cuello y me hizo una llave con un brazo. Con su otra mano sostenía algo blanco y con punta. Lo acercó tanto a mi cuello que su intención quedó sin palabras. Jajajaja, lo siento. No puedo evitarlo. En fin, me levantó junto a ella, exigiendo entre movimiento de ojos y el agitar de su supuesto cuchillo que todos se alejasen. Si me seguía apretando así, me rompería el cuello, lo cual sería muy extraño. Las chicas retrocedieron poco a poco, Lincoln igual se mantuvo al margen.
– Cuidado con esa fórmula – advirtió Lisa –. No sé que pasaría si toca a una de ustedes también.
– ¿Se fusionarían conmigo? – pregunté con voz rasposa –. Al fin me sentiría querida por ustedes.
Salimos de la habitación. Lynn aún estaba en posición de ataque, calculando como darme sin manchar a nadie más.
– Por cierto, eso no fue un chiste – aclaré.
Me llevaba hasta nuestra habitación. Éramos ya un blanco fácil para Lynn pero ella aún no lo notaba, ni el resto de las chicas ni Lincoln que hacia muecas de asco. La única sonriente era Lucy, y eso me preocupó un poco. Esa niña debía leer cosas muy extrañas por internet para mostrarme sus dientes de esa manera tan sutil mientras el resto se tapaba la boca al ver esta desagradable imagen. Aunque, para mi, fue tan ridícula y peculiar como que una chica emo se riera de un mimo. Mi otro yo me lamió la cara con mucha sensualidad diabólica. Yo me encogí de hombros, mirándola con algo de asombro. No me esperaba tal cosa y menos de mi misma.
– Extraña forma de tocarse una misma – murmuré. Luna rió por la nariz. Fue la única. Lori frunció el ceño, Leni se tapó la boca, Lynn torció los labios y el resto no modificó su rostro. No estaban listos para esa clase de chistes. En un año más, podría ser. Ahora estaba el drama de mi visible dualidad.
Aprovechando el contacto entre lengua y mejilla entre yo misma, Lynn arrojó todo el contenido del tubo de ensayo sobre nosotras. Me empapó la cara y el pelo, lo mismo que a mi versión mimo.
Si esperan chistas, luces de bengala o que algún halo mágico nos cubra y nos convirtamos en la loca sonriente con frenos que siempre hemos sido, siento decepcionarlos. Lo que si pasó es que nadie vio qué pasó. Redundante, cierto, pero verídico. Mi otro yo abrió de golpe la puerta de nuestra habitación. Pegadas como estábamos, me engulló dentro y cerró la puerta tras de si. Las chicas golpeaban la puerta exigiendo entrar y preguntando, en voces esquivas, si me encontraba bien. Decir "bien" era ser generosa conmigo misma. Fue un déjà-vu en todo sentido. La desesperación en la puerta, la metamorfosis en mi habitación y la sensación de que todo se fue al carajo. Otra vez lo mismo, salvo que ahora tenía más de mi para compartir. Si antes fue un desmembramiento, ahora sentía que estaba comiendo más de lo que debía y por todos los poros de mi cuerpo. Mi otro yo estaba pegada a mi, contorsionándose en si misma, mientras yo me retorcía dejando claro que estaba sufriendo. Tenían que oírme, el dolor sin sonido no se siente. Me tocaba por todas partes y me ardía cada rincón. Estaba en un abismo extraño sin noción del tiempo. Sonaban las tripas y las palmas en raras sinfonías. Pies corriendo, portazos y gritos de preocupación. Algo moviéndose dentro que parecía un fantasma de carne. Solté un grito antes de desfallecer.
Fue demasiada imaginación.
Un tambor sonaba en mi cabeza. Luna estaba tocando peor que nunca. Abrí los ojos. Estaba acostada sobre la alfombra. La batería de Luna estaba intacta en un rincón, junto a sus otros instrumentos. La ventana estaba abierta y ya era de noche. La puerta era golpeaba la manada familiar. Me levanté en un tambaleo y fui a abrirla. Cayeron como un juego domino, una encima de otra y, tristemente, Lincoln fue el primero en besar el suelo.
– ¡Vaya! Nunca creí ser tan buena para que se inclinaran ante mí – dije riendo.
Todas resoplaron del fastidio. Observaron mi sonrisa, bajaron la mirada a la habitación y luego otra vez se enfocaron en mí.
– ¿Qué les pasa?
– ¿Eres tú, Luan? – me preguntó Luna.
– ¿Quién más? – exclamé –. Aún no abandono el edificio.
Se levantaron en un parpadeo. Lana y Lola jalaron a Lincoln hasta que estuvo en pie otra vez. Me abrazaron en forma, grupal dejándome sin aire.
– Eeeh, hermanas... – gemí – ...me dejan sin palabras...
Me soltaron y volví a vivir. Aunque estaba extrañada. Todas tenían miradas de alivio, como si hubiesen sobrevivido un huracán y Lincoln, más que nadie, estaba sonriéndome de oreja a oreja. ¡Vaya! ¿Qué chiste le habrán contado? Después de lo que pasó ayer en el día de las bromas, creí que volvería a sonreírme así en meses. Lo mismo que mis hermanas. ¿Será que hice algo bien?
– Este... ¿por qué actúan así? – pregunté.
– ¿No lo recuerdas? – dijo Luna.
– ¿Recordar qué? Solo sé que desperté sobre la alfombra...
– Luego de que accidentalmente te rociaras con mi fórmula experimental – terminó Lisa.
Asentí con la cabeza. Me contemplé completa en un vistazo rápido y toqué mi cabeza buscando zonas calvas. Respiré aliviada. Todo estaba en su lugar.
– ¿No me salió una segunda cabeza, verdad?
– Algo así – respondió Lincoln.
– Solo digamos que vimos una parte de ti que literalmente no estábamos acostumbradas a ver – comentó Lori.
Todos rieron.
– Si, tuvimos más Luan de la que necesitábamos – agregó Lola.
Volvieron a reír.
– Ya me estaba cansando de mirarte doble – contribuyó Lynn.
Y siguieron riendo.
– Jaja... – me uní apenas. No sabía si se reían de mí o conmigo. Oh, bueno. Al menos estaban felices de verme, aunque me haya ausentado unas horas.
– Es bueno tenerte de vuelta, hermana – terminó Luna, dándome otro abrazo.
– Me gustaría saber dónde fui.
– No es bueno revivir nuestros oscuros recuerdos – advirtió Lucy.
– ¿Significa que no me dirán? – pregunté.
– ¿Por qué no bajas y lo ves por ti misma? – me sugirió Luna llevándome hasta el pasillo. Dejaron que me adelantase en las escaleras. Bajé sin apuro y tratando de adivinar qué me encontraría abajo. Quizás una sorpresa. Su venganza por el día de ayer. ¡Un pastel de ácido en la cara! Si era eso, es que cayeron por el agujero donde nunca quise asomarme. Sería muy bajo para ellos y doloroso para mí. O tal vez sea algo peor. Una formula de Lisa para quedarse calva, ahora de verdad. Sentí una gota de sudor frío por mi espalda que castañeó mis dientes y me provocó el mismo dolor que me deja el dentista cuando cambia el alambre de mis frenos.
Pero con ellas, y Lincoln, detrás de mí, no podía escapar más que para adelante. Y era en ese lugar donde estaba la sorpresa.
– Sorpresa – exclamó Luna cuando llegamos a la sala.
Vi un desastre. Ninguna trampa, solo arte dadaísta. Mi nombre formado por muebles en un ángulo raro, una pintura de mis hermanas cayendo en mis bromas (que me hizo reír un poco) y a Lincoln en el medio, siendo el blanco de un destino apocalíptico.
– Supongo que esto lo hice yo – murmuré.
– Supones bien – confirmó Lola.
– ¡Vaya! He mejorado con la pintura, ¿no les parece?
Un "uuuhhh" monótono salió de sus bocas. Aparte de eso, ya suponía cuál era la sorpresa. Por que lo anterior no bastaba. No para ellas.
Lori me entregó una escoba, Leni una pala y Lynn una bolsa de basura, sacadas de la nada.
– ¡Sorpresa! – exclamó Lori.
– No vale, ya lo había adivinado – dije.
– ¡Cómo sea! Aquí tienes – replicó Lynn pasándome la bolsa.
Me pasaron pala y escoba también.
– Queda hora y media para cenar así te conviene trabajar rápido – dijo Lori –. Por si nos necesitas, estaremos en nuestros cuartos.
– ¿Todas ustedes?
– Literalmente, sí – respondió firme por todas.
– ¿Y tú, Lincoln? – le pregunté con ojos vidriosos.
– ¡También! – afirmó Lori quitándole la oportunidad de hablar –. Aunque no recuerdes nada, todos sabemos que lo hiciste. O al menos parte de ti lo hizo.
– Eso no tiene sentido...
– Tampoco tus bromas – eso dolió –. ¡Vamos, arriba!
Subieron en fila india siguiendo el mandato de Lori. Lincoln me susurró un "lo siento" mientras marchaba a su cama. Me quedé allí, mirando todo a mi alrededor. Tendría que cortar esas sogas del techo. Ver que los muebles no se magullen al caer. Claro que primero tenía que sacar esos papeles sin manchar de pintura la alfombra y aspirarla.
Suspiré.
Simulé que me remangaba las mangas y me puse manos a la obra. Y con eso quiero decir que me deje caer en el suelo. ¡Ah! No quería hacer nada. Mi cuerpo y mente querían cinco meses de vacaciones. Reír mucho igual quema calorías, si entienden. Y planear buenas bromas también, aunque estas no resulten como esperas y tengas que improvisar, lo que ya es un desgaste mayor. Estaba muerta. Era domingo en la tarde y mañana tenía que volver a la secundaria. ¿Con qué energías? No sé. Pero si que con una sonrisa, de eso no tenía duda.
Tocaron a la puerta. Resoplé de hastío. No quería levantarme ni mover un dedo. Según las reglas de la casa, quien estuviese más cerca de la puerta debía abrirla si tocaban, quien estuviese más cerca del teléfono debía contestar si llamaban y... bueno, ya entiendes. Y claro, tal responsabilidad ahora caía en mí.
– Están tocando a la puerta.
Solté un grito. Con el corazón en la boca, me levanté de un salto. Casi caigo sobre la mi supuesta obra de arte si no fuera porque Lucy me sujetó la mano.
– Están tocando – repitió.
A veces me encantaría que no hiciera eso. Un día matará a alguien así.
– Si quieres abro yo – sugirió.
Asentí. Mis oídos aún palpitaban por el susto. Lucy se había servido un poco de leche con chocolate, de una tan negra como su pelo, y bebió un poco. Fue hasta la puerta sin hacer ruido con sus pies. Abrió y dejó escapar un suspiro. Del otro lado, una cara de aspecto similar, pecosa y con los ojos a la vista, le saludó sin arquear sus labios hacia arriba.
– Hola, Lucy – saludó.
– Bienvenida – respondió mi hermana.
Me acerqué a ambas y saludé a Maggie. Tenía su hoodie puesto a pesar de que no hacía frío.
– Te dejo con la gótica barata – suspiró Lucy –. Tengo que escribir.
– ¡Qué no soy gótica! – exclamó Maggie.
– Lo sé.
La invité a entrar. Tenía el ceño fruncido debajo de su pelo. Entró resoplando. Siempre terminaba discutiendo con Lucy sobre si era gótica o no. Claro que esta chica emo no lo era, pero Lucy lo consideraba una aberración a su estilo. Y desde luego discutía con ella cada vez que la veía. Era gracioso, en un sentido oscuro, si entienden.
Cerré la puerta no antes de ver si la van estaba próxima. De igual forma lo dudaba. Desde el día de bromas que mi papá está algo tenso. Le hablo y se pone en actitud defensiva tipo ninja. Quizás le tome más horas decidir volver o será mi mamá quien le quite las llaves y conduzca de vuelta. Eso tendría más sentido. En tanto, debía limpiar y por suerte alguien llegó a ayudarme.
Maggie se detuvo a ver el espectáculo. Intercambió miradas conmigo y con cada mueble colgante. Luego intercalaba expresiones al ver los dibujos en el piso y esbozó una mueca de satisfacción al ver mi nombre colgando del techo. Me sonrió de oreja a oreja. Se veía hermosamente diabólica con el pelo tapándole la mitad de los ojos. Le correspondía de igual forma. Mi cuerpo estaba temblando. Mis ojos ya comenzaban a llorar y mi nariz me lanzaba patadas internas. Estaba a punto de desmoronarme. Realicé un chequeó rápido de parientes alrededor. Para mi alegría, no había nadie más que nosotras. Maggie estaba igual, aguantándose con la cara roja y los ojos vidriosos. Le dije con la cabeza que si, que ahora podíamos hacerlo.
Y lo hicimos.
Caímos al suelo, una sobre la otra, doblándonos enteras y apenas respirando. Reíamos como un par de locas hasta llorar. Sentía mi cara en llamas. La voz apenas me salía y apenas me quedaba agua en el cuerpo para calmarme. Maggie se retorcía hecha un ovillo por el suelo. No podía parar de reír. Su pálido cuerpo ahora era un tomate a punto de estallar. Terminamos de espaldas en el suelo, una junto a la otra, jadeando por la falta de aire y lamiéndonos los labios. Aún nos quedaba risa en el cuerpo, pero el dolor no nos dejaba soltarlo. Mis músculos pedían tregua. Maggie levantó su mano y me preguntó con sus dedos si estaba bien. Le contesté que sí haciendo lo mismo.
Estuvimos tendidas hasta que Lori gritó desde los cielos que me apresurara en limpiar la sala. Me levanté tensionándome hasta hacer gritar cada pulgada de mi cuerpo. Maggie me pidió ayuda extendiéndome su mano. La tomé y la alcé con la fuerza que me quedaba. Quedó a medio camino. Ella sentada en el aire y yo sujetándola sin soporte. Al final cayó y yo sobre ella.
– ¡No seas ridícula! – exclamó quitándome de encima.
– No puedo evitarlo – dije –. Estoy cansada.
– No eres la única.
Se levantó como lo haría un bebé aprendiendo a caminar. Una vez erguida me tendió la mano y me levantó de un tirón.
– Así es como se hace – recalcó.
¡Cómo digas!
Se masajeó el hombro aguantando el dolor.
– Entonces – le dije con una sonrisa –. ¿Me ayudas?
Se giró tan rápido para mirarme a los ojos que su flequillo voló, mostrando toda su frente. Clavó sus ojos en mí. Frunció los labios y chasqueó la lengua.
– Está bien – resopló.
La abracé dándole las gracias.
– ¡Espera...no...que me duele!
La solté. La verdad era que a mi también me dolían los brazos. Miramos juntas el escenario. Me provocaba más dolor el pensar cómo lo arreglaríamos todo antes de que llegaran mis padres, pero aunque nos descubrieran en medio de la limpieza estaba bien, supongo.
– Realmente te esmeraste con esto – comenté.
– ¿Quieres hablar más fuerte? – dijo ella –. Así te descubrirán más rápido.
Miré hacia todas partes, más directamente hacia la escalera.
– Lucy no está. Todo bien.
– Bueno, entonces – dijo recogiéndose las mangas –. Comencemos.
Quitamos los dibujos, enrollándolos y guardándolos en bolsas que ocultaría después en mi armario. Bajamos los muebles con mucho cuidado. Yo cortaba las cuerdas mientras Maggie hacia de soporte humano. Luego la ayudaba a sostenerlos y acomodarlos en la sala. Lo más complejo fue la televisión y el sofá.
– ¿Por qué tuviste que colgar también la tv? – pregunté empapada de sudor.
– Dijiste todos los muebles, ¿no? – replicó ella –. ¿Esto que es?
– ¡Es un televisor!
– ¡Cómo sea!
Cortamos la discusión. Ya no teníamos fuerzas para gastar inútilmente. Dejamos el televisor en su lugar correspondiente. Muertas de cansancio, retrocedimos hasta caer de espaldas sobre el sofá. El control remoto estaba sobre la mesa, a dos brazos de distancia. Lo mandé al diablo. Quería dormirme en ese mismo lugar. Maggie estaba de similar forma.
– Pese a todo, fue genial, Loud.
Reí por la nariz.
– Lo sé.
– Yo también lo apruebo.
Me voltee en cámara lenta. Lisa estaba en el último escalón, mirándonos con una leve sonrisa. Estaba tan agotada que mi estremecimiento, y los siguientes espasmo de pánico, solo se hicieron visibles por mis ojos muy abiertos. Lisa se acercó a nosotras y se sentó sobre la mesa. En posición de loto, nos incitó a hablar. Su rostro ya lo decía todo. Si, que lo sabía todo.
– Solo quieres que hable para confirmar tu teoría – dijo Maggie.
– En efecto – contestó –. Y para otra cosa. Habla sin problemas. Nuestras hermanas están más que ocupadas en sus asuntos. Lo mismo que Lincoln hablando con Ronnie Anne. Te lo aseguró, los escuché antes de bajar.
Estaba atrapada.
Suspiré suspirando suspiro.
– Está bien – le dije –. Expondré la trama. Pero, ¿podríamos comer algo? Todo eso me dejó con hambre.
– Lo mismo digo – agregó Maggie.
– De acuerdo.
Fuimos hasta la cocina arrastrando los pies. Preparé unos sándwiches rápidos y comimos a gusto. Estando allí, Lisa me apremió a hablar. Bebí un poco de jugo y lo hice.
– ¿Qué hay que explicar? Fue una broma.
– Una que ellas no entendieron – recalcó ella.
– Cierto – corroboré –. Pero esa fue la idea.
Claro, al final fue un trabajo de prueba para mi con un buen resultado. No como lo esperaba, pero si me dejó satisfecha. Se suponía que Maggie debía dejar calvo a Lincoln con la rasuradora que escondí en el garaje.
– No la encontré. Tenía que actuar rápido o me atrapaban.
Esa fue su defensa. Aunque no lo logró, lo hizo mejor. No así mejor que su maquillaje e imitación de su servidora. Eso fue increíble. Esta chica emo me dejó emocionada apenas la vi vestida como yo. Era mirarse a un espejo. Fue lo más genial de todo, considerando que todo lo planifiqué ayer y se lo envié por correo en la madrugada. Haberse preparado en tan poco tiempo es de profesionales expertos.
– Haber escrito un guión en menos tiempo es igual de sorprendente – dijo Maggie –. Típico de ti, Loud.
Me sonrojé un poco.
– Aplaudo lo mismo – dijo Lisa –. Aunque no pudieron engañarme.
– El plan era ese – aclaró Maggie.
En parte, tenía razón.
– Te dije que no eras la única que sabía hacer cálculos – le dije a Lisa aprovechando el contraataque de egos.
Ella me dio una sonrisa sardónica.
– Lo tendré en mente, hermana.
Quedamos en silencio y seguimos comiendo. Faltaba que Lisa me espetara un punto, solo uno, y era el hecho de que me metí con sus cosas. Ella siempre es muy iracunda cuando se trata de sus experimentos y no deja que nadie mire, toque o piense en ellos mientras trabaja. Su venganza siempre es reclutarnos como conejillos de indias, aunque la verdad siempre lo hemos sido para ella.
Lisa terminó su sándwich con lentitud. Se ajustó los lentes luego de beber un poco de leche. Su serenidad me estaba poniendo un poco nerviosa. Esperaba ver sus ojos saltar de ira de un momento a otro. No lo quería ver, pero tenía que pasar.
– Supongo que cambiaste la fórmula en la que trabajaba, ¿cierto? – dijo finalmente en un tono seco, sin ira. Solo curiosidad.
– No supongas nada – dijo Maggie –. Sabemos que solo nos lanzaste agua salada.
– Y que el resto fue solo actuación – continuó Lisa –. Bravo por ustedes. Y, por cierto, no me digas dónde guardaste mi experimento. No eres la única en esta casa con cámaras en todas partes.
Espera, ¿qué? ¿Cómo sabía ella y cómo es que...?
– ¿Acaso nos espías a todos?
Ella me dedicó una sonrisa de serpiente, una imagen que no dejaba cómodo a nadie. Se fue diciendo que esto sería un secreto entre hermanas. ¡Vaya con ella! Ni pensar en cuanto tenga mi edad. Quizás termine controlando el mundo o algo más Lisa aún.
– Da miedo a veces – murmuró Maggie.
Asentí.
– Mucho más que tu hermana de pelo teñido.
– ¿Lucy?
– Si. ¿A quién cree que engaña esa rubia?
No tenía argumentos. Fuimos hasta la sala y nos dejamos caer otra vez sobre el sofá. Encendí el televisor y busqué alguna comedia que ver. Maggie me interrumpió en el cambio de canales pidiéndome que retrocediera. Lo hice, tres canales. Transmitían una de terror.
– Es comedia ultra gore – aclaró.
– En esta casa ya se ve suficiente sangre todo el mes, no necesito ver más.
– ¡Oye!
Me dio una patada amistosa.
– Estás usando muchos doble sentidos – gruñó en voz baja –. ¿Qué pretendes?
– Abrirme espacios – respondí.
– ¿Cómo los que abriste la otra noche en mi casa?
Ahora yo le di una patada amistosa. Maggie rió por la nariz. Quedaban minutos antes de que llegaran mis padres y un par de horas antes de que Maggie decidiera irse. Ella lo prefería así, no le gustaba quedarse aquí a dormir. Decía que es como llevar tu cama y dormir en medio de un centro comercial. Las paredes hablan mucho y más aún con las cámaras ocultas de Lisa (ni hablar de las mías).
– ¿Algún plan para el próximo año? – preguntó.
– Aún no – contesté suspirando –. Quizás no haga nada.
– Entonces los matarás por la incertidumbre y el pánico a caer en bromas que no existen, ¿cierto?
– No suena mal – dije riendo.
– Eres perversa – musitó.
La película ya entregó su primera escena ultra sangrienta. Maggie rió por lo bajo. Yo me mantuve inerte en mi reacción. La verdad solo da risa el efecto dramático o la estupidez de la escena, no hay trasfondo en todo eso, ni esfuerzo mental.
– Te lo tomas muy en serio – criticó Maggie –. Relájate. Puede que aprendas algo.
– La sangre no es graciosa – dije.
– Para ti.
Seguimos viendo. Luego vino más gore. Solté apenas una risa en una escena y Maggie me aplaudió.
– ¿Ves que es graciosa?
La película terminó dando paso al noticiero. En todo ese rato ninguna de las dos movió un músculo que no estuviese en la cara.
– ¿Y ahora qué hacemos?
– Tengo esponjas y un jabón de espuma nuevo que quiero...
– ¡Cambia de canal!
Lo hice.
Bueno, otro día será.
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