Luan

¡Hola! Les traigo un nuevo fanfic que se creía perdido desde 2018. Era tan poco conocido que la última review que se le hizo en fanfiction fue hecha en 2017.

El fanfic le pertenece al autor "parasomnico". Fue su primer y único fanfic. Muy bueno como para ser el primero, en verdad les recomiendo leerlo completo.

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¡Ay, familia! ¡Si que me la hicieron esta vez! ¿Y cómo no? Caí en mis propias bromas, pero claro, al final igual terminé ganando, en parte, si.

Suerte que traía el celular conmigo. Llamé a Maggie para pedirle otro favor.

– ¿Aló? – Contestó con su voz rasposa de chica muerta.

– Hola – saludé.

Suspiró.

– Luan, ¿ahora qué?

– Este... ¿puedes venir a buscarme?

Le siguió un silencio. Creo que se masajeó la sien.

– ¿Dónde estás?

– Aquí, junto a las nubes.

– Ya. ¿Estás en ese motel que dijiste?

– Si.

– Espérame.

Y colgó antes de que pudiera terminar esas otras palabras. Mi familia estaba abajo aún, escondida en los dormitorios. Claro que no podía pedirle ayuda a ellos, era más fácil roer el traje con mis dientes. Suspiré entrecerrando los ojos.

– Debería cumplir mi promesa – me dije –, pero esperar un año es mucho. Se les caería el pelo antes de eso. O las cejas, jajajaja.

Pasaron unas horas. Mi estómago era un tambor sin ritmo. La peste en mi pelo era peor. Los ronquidos de mi familia espantaban a las aves y otras cosas, por suerte estaba segura que ninguna bestia se acercaría. En ello, una camioneta se estacionó bajo el letrero del motel. Maggie salió vistiendo su sudadera con capucha y una calavera sonriente impresa que le regalé hace un tiempo. Sonreí al verla con ella. Alzó la vista apenas puso pie en tierra. Frunció el ceño antes de coger la cuerda y bajarme a su estilo. Tan brusco que parecía campana de iglesia.

Abajo, me quitó el casco. El aire a presión salió a chorro peinándome como chica punk. Ella sonrió algo, antes de taparse la cara por el olor.

– ¿Qué te pasó?

– ¿Recuerdas el plan de bromas que te conté?

– Si.

– Fue muy volátil – me reí –, ¿entiendes?

Levantó las cejas. Creo que si entendió.

– ¿Y el resto?

– Durmiendo.

– ¿Los despertarás? O mejor te das una ducha primero.

– Si, en mi casa. ¿Me llevas?

– ¿Tengo de otra?

– Hay una tina y esponjas en uno de los cuartos...

– ¡Sube al auto!

Su padre solo me saludó con los ojos, también tapándose la nariz. Me fui sentada en la parte trasera, con todas las ventanas abierta a pesar del frío. Llegamos a mi casa en menos de una hora. Maggie me dejó en la puerta.

– Asegúrate de limpiarte bien.

– Me faltan manos para eso, jajajaja.

– Basta – gruñó.

Abrí la puerta. Charles y Cliff desistieron de inmediato de saludarme y huyeron espantados por el olor.

– Debes suavizar esa cara, Maggie.

– ¡Ya vete a bañar!

– ¡Oye! ¿Me ayudarías mañana con algo?

– Ya veremos, ¿de qué se trata?

– Lincoln no cayó en la broma.

– ¡Oh! ¿y qué harás?

Le sonreí de oreja a oreja. Ella rió por la nariz.

– Eres perversa. Bueno, estoy contigo. ¿Qué tengo que hacer?

– Te llamo mañana.

– Está bien.

Se despidió de mí con los ojos y cerró la puerta. Subí hasta mi habitación. Junté mi ropa sucia en una bolsa y saqué un shampoo especial para estas ocasiones. No se puede ser una buena bromista sin saber los riesgos ni estar preparada para ellos. Entré en la ducha y me restregué la esponja hasta quedar roja. Luego me relajé en la cocina, usando mi bata, bebiendo un té de manzanilla. Ayuda a dormir, ¿saben? Mejor que un pastelazo en la cara. A menos que tenga cloroformo, pero eso es aburrido.

Una vez lista, me dispuse a buscar los planos que tenía escondidos de la casa. Lincoln no es el único preparado aquí, todas sabemos de sus planes trazados bajo el colchón. Y claro, suponía que sabían sobre los míos, aunque no tuviesen pruebas. Si, eso lo hacía aún más divertido.

.

.

Desperté entre risas gracias a Cliff que me lamía los pies. A veces me pide comida así por las mañanas. Me desperté relajada, con muchos huesos sonantes, un pelo tipo madeja y sin olor, más que el mío. Les di de comer a todos y ahora si me saludaron. Me hice un café, un sandiwch y fui a ver la televisión. Pasaban comedias clásicas, así que me entretuve un rato tomando notas. La verdad es que esas horas sola en la casa valían las bromas de ayer y el haber apestado por un rato. Me acosté en el sofá por un rato. Me estiré para sentir mis huesos querer escapar de mi cuerpo.

– Esta casa está muy muerta, hasta Lucy se quejaría.

La van frenó frente al garaje. Ya llegaron. Me incorporé. A papá le molestaba vernos acostadas así en el sofá. Me senté como si nada, mirando la televisión como una diva. Lincoln fue quien abrió la puerta.

– ¡Hoooola, Linky!

Él retrocedió.

– ¡E–eh! ¡Ho–hola Luan! – Me saludó incómodo.

Luego llegaron los demás. Tuvieron la misma reacción al verme. Si no estuviera ya maquinando cosas, eso si me hubiese afectado. Mi padre me saludó de igual forma, ahogando un grito. Estuve a punto de llorar de risa, pero mi mamá me detuvo con la pregunta:

– ¿Cómo llegaste a casa, cariño?

– Me trajo Maggie – contesté.

– Entonces fue ella – murmuró Lola –. Sabía que olía una cómplice.

– O un zorrillo encerrado – no pude aguantar más la risa –, ¿entiendes?

Todos mugieron sin gracia.

– Bueno, disculpa, ahora tendré que dibujarme mis cejas otra vez – exclamó Lori subiendo las escaleras.

– ¿Te puedo prestar una regla? – le dije.

Gruñó sin darme la cara. Al lado mío apareció Lucy. Si no fuese ahora un relámpago blanco, me habría asustado de verdad. Suspiraba con furia.

– En mi habitación tengo un shampoo especial. Compártelo con Lola.

Ambas subieron juntas. Se oyeron dos portazos y luego el agua correr en la ducha. Mis padres fueron a su habitación y se encerraron. Discutían sobre mi, desde luego, pero por ahora no lo verificaría. Lily se acercó a mí con ánimo de jugar. La tomé en brazos para hacerle caras. Era la única que no estaba molesta conmigo. Claro, fue la única a quien no le hice nada. Aún no tiene edad.

Oía a Lana que ladraba desde el patio. Se bañaba con la manguera murmurando venganza. Lynn estaba junto a ella esperando su turno. Leni fue a la cocina a servirse un baso de agua. Lincoln se sentó a mi lado, tomó el control remoto y cambió de canal. No me importó. Ya había visto esa película varias veces. Luna se dejó caer en el sillón, mirándome aún de reojo. Lisa fue hasta su habitación y trajo luego un enorme libro. Lo abrió frente a mí, sobre la mesa, y escupió:

– Ya son diez años que nos haces bromas el primero de abril y, según las estadísticas, has incrementado su índice de violencia en las mismas exponencialmente.

– Son dos años en tu caso.

– Cierto. Pero si mis cálculos son correctos, no faltaría mucho para que ocurriera una fatalidad.

– Eso no pasará. Yo también hago cálculos, Lisa.

Ella cerró el libro.

– Eso espero.

Y se sentó en el suelo, mirando la televisión. Lily seguía encantada con mis morisquetas.

– ¡Ah, por favor! – rezongó Luna –. Aún tengo gelatina en mis calzones, hermana.

– Tengo las manos ocupadas.

Se levantó y fue hasta nuestra habitación. Lincoln estaba tranquilo mirando show tras show mientras cambiaba de canal.

– Lo único bueno es que ese día terminó – dijo de pronto.

– Si, ahora a esperar un año.

– En un año estaremos listos para defendernos.

– ¿Y qué tal el resto del año? – pregunté sonriente.

– ¿Qué quieres decir?

– No solo en Navidad se dan regalos sorpresas, jajaja, ¿entiendes?

Me dio una sonrisa torcida de preocupación. Si, lo captó. Lisa también, pero ella era una piedra computando en su cabeza. Puede que no se haya dado cuenta, pero mis bromas van acorde a sus edades y a Lincoln, ¡Oh hermano! Acorde a tu resistencia.

Por ahora me dedicaré a ver y esperar que les bajen los humos. No puedo repetir un chiste mientras aún no digieren los otros, eso no es profesional.

.

.

En la cena, el ambiente era otro, sentados los grandes en la mesa y las chicas en la otra de la cocina, se conversaba como si nada hubiese pasado ayer. Luna, en nuestra habitación, me dijo que el próximo año se vengaría con algo peor que jalea en el trasero.

– Tendré que usar algo más pegajoso, así te pegarías sin caerte.

– Jajaja – rió sardónicamente –. Te vigilo, hermana.

Luego me sonrió y me pidió una crítica sobre su último riff. Más tarde ayudé a Lincoln a escribir chistes. Me dijo que necesitaba algo para romper el hielo con alguien.

– Pero si Ronnie Anne ya te conoce – le dije –. No veo para qué los necesitas.

Se ruborizó. Con su pelo blanco, sus mejillas coloradas eran dos tomates maduros.

– No son para Ronnie Anne.

Sonreí con complicidad y me senté a su lado a escribir.

Jugué con Lily un rato hasta que se puso a dormir su siesta. Lisa me preguntó por mi hilo dental usado, otra vez. Lynn quiso sacarme a practicar baseball. Desde que me rompió los frenos hace años, le he dicho que no. Lucy estaba otra vez en su nube negra con esa cara de perro buldog. Me dedicó un poema que terminaba en negro. Leni me preguntó como me fue en el campamento. Le dije que me sacó más de una sonrisa. Lori aún estaba molesta. Ya debería saber que es tradición que pierda sus cejas una vez al año. Aunque no me explico cómo las perdió con una bolsa de aire. Lana me estrechó la mano en el patio. Me dijo que las tartas fue una buena jugada y que responderá con algo podrido el próximo año.

– Y yo con ideas frescas, no te preocupes.

En fin, estaba otra vez en la mesa. Comimos carne, algo que siempre se me queda en los frenos. Suponía que querían que me volviese vegetariana. Estuve en el baño un buen rato quitándome los restos de comida. Luna estaba conmigo. Se cepillaba los dientes con fuerza. Quizás tenía los mismos problemas que yo.

– Estuviste tranquila hoy – murmuró.

– Estoy descansando mi sonrisa.

– Jaja, cómo digas.

– Si, eso me provoca enredos en la boca – le sonreí con el hilo dental anudado en mis frenos –, ¿entiendes?

– Ajá.

En la cama, cada quien con su ritual. Mis padres ya estaban rendidos, roncando. Lynn golpeaba su pelota en la pared hasta que esta la dejaba K.O. en la cama. Lucy leía suspirando por un vampiro con brillitos. Una que otra explosión de Lisa antes de hacer dormir a Lily. Lincoln leía en silencio sus comics. Lori chateaba con Bobby en su celular. Leni peinaba hasta su gorro de dormir. Lana le daba las buenas noches a sus animales con un beso. Lola a si misma en un espejo. Luna practicaba en su guitarra de aire y yo, claro, viéndolos a todos a la vez. Me sobraron cámaras de las bromas en el motel, ¡qué mejor que usarlas en casa!

Mi familia estaba aprendiendo. Debía de estar preparada. O tómenlo como una póliza de seguridad que de seguro me traerá problemas.

Pero será hasta terminar con esto. ¡Por favor! El show aún no termina. Falta el final.

Y en este, la broma se contará sola. Solo necesito tres cosas y una de ellas llegará mañana. Claro que si le digo así me rompe los dientes.

Apagué los equipos y me fui a dormir. Luna ya estaba a pierna suelta roncando una canción. Puse la cámara y me acosté. Nunca se sabe cuándo diré un buen chiste. A menos que el chiste sea yo. ¡Vaya giro abrormal! ¡Jajaja!

.

.

Ya estaba. Todo en su lugar. Era domingo por la tarde. Maggie ya sabía lo que tenía que hacer. Le había enviado un mail temprano explicándole todo. Por mí, estaba... tranquila. Respiraba calma. Sentada en mi silla de payaso con respaldo, acariciando a Cliff en mi regazo. Ronroneaba con serenidad y podría seguir así todo el día si quería. Nada le iba a pasar. No. Ya no le hago bromas a las mascotas. He madurado en ciertos aspectos.

Lincoln estaba en su habitación, chateando con Ronnie Anne sobre cómo era la vida en la ciudad. Mis hermanas estaban en su mundo haciendo lo suyo. Somos muchos y las paredes delgadas. A veces sentía que perdí mucho tiempo instalando las cámaras por nada. Me era mejor un amplificador de sonido y listo. Bajé tatareando Lollipop hasta la cocina. Dejé abierto el pestillo de la puerta antes de servirme un baso de jugo. Fui hasta la sala a ver televisión. Allí estaba Luna y Lucy mirando un concierto de un grupo gothic–punk.

– Esos sonidos me dan ganas de llorar – comentó Luna.

– Siiii – agregó Lucy con una suave sonrisa.

– Son un asco.

Me senté al lado de Luna en el sofá. Lucy seguía con la boca abierta escuchando esa música oscura de supermercado.

– ¿Qué opinas Luan? – me preguntó Luna.

– ¿Eh?

La banda eran cuatro: dos chicas y dos chicos. Ellas de pelo corto y ellos de pelo largo, tapándoles los ojos. Estaban tatuados, con un fuerte maquillaje bajo los ojos y con una expresión más apagada que su música.

– Bueno, espero que no toquen más rápido o les dará un ataque.

– Sus latidos tienen más ritmo.

– Y más vida.

Nos reímos las dos. Lucy creo que nos miró de reojo, pero su boca estaba fruncida de ira.

– ¡Hola! ¿Qué ven? – exclamó Lynn de un salto hacia el sillón.

Apuntamos a la pantalla.

– ¿Y esos? ¿Están vivos?

– No, pero nos succionan la vida – respondió Luna.

Me reí palmeándole el hombro.

– ¿Pueden callarse? – espetó Lucy –. Estoy tratando de escuchar a los vampiros de la música.

Fue algo simultáneo. Las tres nos retorcimos de risa sin necesidad de agregar nada más. El chiste ya se contó solo. Luego de varios minutos, pude volver a abrir los ojos y secar mis lágrimas. Lucy tenía puesto unos audífonos conectados al televisor.

– Me mata su indirecta – dije riendo.

Nos levantamos a buscar otro lugar en la casa. Luego llegaría nuestro turno de usar el televisor. Lynn salió al patio otra vez a practicar su juego, cualquier que sea esta vez. Luna se fue al garaje a tocar su batería y yo a jugar con Lily, pero antes debía esperar a mi llamado. Era simple, siempre lo oíamos en casa.

¡BUM!

Ahí está.

– ¡LISA! ¡YA BASTA! ¡ARRUINAS MI FIESTA DE TÉ! – gritó Lola desde la puerta de su habitación antes de cerrarla de golpe.

Siempre he sentido curiosidad de porqué nuestros padres no intervienen cuando pasa esto. Seguro que tomaron cursos de meditación zen intensivos con cada hijo que tenían. Y de yoga para esas otras cosas, ¿no?

Por debajo de la puerta de Lisa salía el típico humo verdoso. ¿Por qué siempre sus mezclas lograban ese color? ¿Quería combinar con su ropa? Abrí la puerta para despejar el humo. Lily reía con tanta fuerza que creí que se mojaría. Fui hasta la ventana a abrirla. El humo se disipó tan rápido como el ruido de la explosión. Me di vuelta para tomar a Lily. Di un paso. Sentí algo blando y peludo recorrerme la pierna.

Solté un grito.

Hasta mis frenos temblaban.

– No te asustes – escupió Lisa. Cogió esa cosa castaña del suelo y la puso sobre su cabeza. Espera, ¿qué?

Me quedé estupefacta.

– Accidente con radiación.

Seguía igual, sin parpadear.

– Ya se los había dicho.

Cierto, debía de revisar de ver los videos anteriores. Igual, siempre me sorprendía. Esa calva lisa de Lisa que brillaba tan listamente. Creo que Lucy podría leer mi futuro en ella sin problemas.

– ¿Por qué no inventas un tónico para el cabello?

– No es prioridad.

– ¿Mis hilos dentales si?

– Son parte de algo mayor.

– Espero que sepas hilar eso, jajaja. ¿Entiendes?

– Por desgracia.

Aparte de su peluca temporal, habían muchos juguetes de Lily dispersos en el suelo y uno que otro frasco y tubo de ensayo de Lisa. Lily me extendió sus brazos, pidiendo jugar conmigo. Le sonreí, dando un paso al frente.

– Mejor ten cuidado...

Muy tarde. Resbalé con uno de los tubos de ensayo de Lisa. Fui a estrellarme contra su escritorio lleno de líquidos de colores. Mi cabeza era un tambor a punto de explotar.

– ¡Ouch....!

Lamenté de haberme tocado al instante. El dolor me pateaba entera. Los vidrios aún se tambaleaban hasta que uno de ellos cedió, vaciando su verdoso contenido sobre mí.

Extrañamente el dolor desapareció.

– ¡Vaya! Me siento mejor – exclamé sonriente. Pero Lisa tenía una expresión de angustia que podría dejarla calva, otra vez.

– ¡Ay, no! – murmuró.

– ¿Qué? – pregunté con los ojos como platos.

– Eso es malo...

– ¿Me quedaré calva? – Y como acto reflejo llevé mis manos a mi cabeza.

– Peor.

– ¿Se me caerán los dientes?

– Mucho peor.

– ¿Quedaré muda?

– Aún peor.

– ¿Nadie se reirá de mis chistes? – me hiperventilé.

– No necesitas nada para eso.

– ¡Oye!

Sentí un dolor en todo el cuerpo. Caí de rodillas, abrazándome. Me doblé de espaldas. Todo mi ser quería desprenderse de mis huesos. Mi piel hervía, mis ojos querían salirse de órbita, mis dientes se frotaban chirriando. Apenas podía ver a Lisa que se mordía las uñas angustiada y a Lily, que me miraba temblando cubierta por su manta.

Quizás grité, no sé. O me reí por el dolor. Lincoln fue el primero en aparecer en la puerta. Todas mis hermanas le siguieron, empujándolo al suelo.

– ¿Qué pasa? ¿Qué ocurré? – preguntó Lori apenas separando las palabras.

– Problemas – contestó Lisa.

– ¿Por qu...? ¡¿Qué hiciste Lisa?!

– Yo no fui...

Mis huesos eran una orquesta de crujidos. Lola se tapó los oídos en medio de escalofríos.

– ¡¿QUÉ PASÓ, LISA?!

Gritaron todos.

– Luan accidentalmente se roció con mi fórmula de división celular experimental.

– ¿Qué quieres decir? – preguntó Luna.

– Que Luan se dividirá.

– ¿Se partirá a la mitad? – preguntó Leni en un grito ahogado.

– ¡No! ¡Se dividirá en dos partes de si misma!

– ¿De dónde sacaste esa idea? – gritó Lori.

– Las series que ve Lily con una buena fuente.

– ¡Literalmente te dije que no hicieras más experimentos sacados de caricaturas!

– ¡Tengo cuatro años!

En una fuerte contracción muscular, pude levantarme. Salté en medio de mis hermanos, derribándolos a todos. Mi cuerpo se desprendía de mi mente. Mis músculos explotaban masticando mis huesos. Me encerré en mi habitación de un portazo. Caí de espaldas sobre la puerta, me deslicé conteniendo los gritos. Cosa difícil ya que mis quejidos igual escapaban de mi garganta.

– ¡LUAN! ¡¿Estás...?!

Otra vez mis hermanas atropellaron a Lincoln.

– ¡Maldita sea! – gruñó Lynn sacudiendo la puerta –. ¡Está cerrado!

– Espera – dijo Leni.

Oí como trataba de forzar la cerradura. Mi cuerpo ya no pudo más. Mi mente se fue a blanco. Exploté. Dejé de reír por unos segundos y caí en la calma de una película muda. En la cabeza de una idea madura y una interpretación que sacaría aplausos. Dejé abierta la puerta para que entrara la estrella. Cambié mi rostro para el personaje. Ya nada me dolía. Estaba ahora contemplando mi dos sombras, mirándome cara a cara. ¡Vaya! Esperaba quitarme los frenos pronto.

Leni al fin pudo abrir la puerta. A todos se les cayó la cara al vernos. Lisa se palmeó la frente con rabia.

– Lo que temía – masculló.

– ¡Dos....! ¿Luan? – pudo articular Lincoln.

– ¡Hola, Lincoln! – saludamos al unísono.

– Esto es malo, hermana.

– Pero que perder una final.

– O un buen lodo.

– O un concurso de belleza.

– Incluso peor que tener dos Luan en casa – terminó Leni.

La miramos de reojo.

– ¡Ejem! – carraspeó Lisa –. Discúlpanos.

Y cerró la puerta.

¡Dramático!

Mi otro yo, con una sonrisa se oreja a oreja y unos ojos sombríos abrió la ventana. Subió al alfeizar y saltó lanzándome un beso. Corriendo, me asomé a verla. Cayó con gracia. Rió con ganas antes de entrar por la puerta de la cocina.

¿Qué clase de obra interpretaría allá abajo?

Era mejor mirar.

Y ver si podía ganar mi propio aplauso.


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