Capítulo 1. Bienvenida a Nueva York

Lluvia caía en el cristal dejando gotas que reflejaban un espejo. Reflejaban la basura de las personas que se volvían más solitarias que nunca. Hoy no era un buen día. Hoy era un día triste para alguien que escuchaba Perfect de Ed Sheeran. Su melodía. Su persona. No había nada a su alrededor. Tan solo ella y la música. Sus dedos no paraban de moverse al son de la nota musical imaginándose que estaba bailando, pero esa magia se rompió cuando el vigilante del tren la llamó para que enseñara su ticket.

___ se tuvo que quitar los cascos un momento para escucharlo nuevamente. A veces sus oídos le fallaban por estar todo el tiempo escuchando con el volumen muy alto. Era una manera de ignorar al mundo y estar en el suyo propio. Tardó unos minutos en encontrar el pequeño papel para entregárselo y que estuviera todo correcto. El vigilante enarcó las cejas impresionado y dijo:

—De Boston. Estás lejos de tu casa.

—Voy de visita —contestó.

No hizo más preguntas. Le devolvió su ticket y siguió por su camino. ___ nació en Boston hace 22 años y ahora iba a Nueva York a tener una vida nueva. Era feliz en su casa, pero una desgracia tocó en su puerta y su corazón. Deseaba olvidar y no recordar ese trágico suceso. Su cabeza se movió de un lado para otro negando y se volvió a poner los cascos. La mentira no lleva a nada y era la única manera de deshacerse de las personas pesadas. Sus dedos seguían moviéndose al compás de la música quedándose en la última nota musical. Si alguien le quitase la música, ella moriría al instante porque era su forma de estar relajada.

Solo faltaba dos horas para llegar a Nueva York. Cierta persona la estaba esperando en la estación porque su intención era recogerla. Ella desconocía esa ciudad grande. La ciudad donde nadie dormía. Nunca entendió porque las personas le pusieron ese nombre. La gente debía dormir para rentar al día siguiente. Trabajo, escuela, cuidar a los niños... Todo eso era importante. De vez en cuando miraba arriba para estar segura que sus maletas estaban ahí. En los trenes solían haber robos. La canción terminó y ahora empezaba a escuchar Secrets de OneRepublic. La tristeza siempre estará en su corazón.

Las horas pasaron rápido y ya llegaron a una de las estaciones de Nueva York, la Estación Pensilvania para ser exactos. Tuvo que tener cuidado a la hora de coger las maletas y a la hora de salir porque, a veces, la gente iba con prisa. Ella no lo tenía. Su rostro indicaba depresión y tristeza, sin ganas de vivir. Ahora la cuestión era cómo iba a reconocer a su tío porque hacía diez años que no lo veía. Él se excusaba por trabajo. ___ no lo conocía tanto, pero era la única familia "cerca" que tenía. Sí, ella tenía 22 años y podría independizarse sola, pero el dinero no le llegaba. Además, era una excusa para alejarse su verdadero hogar.

Tuvo un despiste al tropezarse con un hombre, pero no uno cualquiera. Este tenía aspecto reptiliano y miraba mal a la chica a la cual se disculpó por lo bajo. En este mundo también habitaban monstruos provenientes del Subsuelo liberados por una humana. Esa historia siempre los contaba los ancianos para que los niños no discriminasen a estas criaturas asombrosas. Y como en el ser humano, también había malvados. ___ suspiró por lo bajo liberándose de ese mal rato.

De repente, vio a lo lejos a un hombre de 180 cm con barba y pelo negro un poco descuidado al igual que sus vestimentas. Parecía un vagabundo. Pero lo que más llamó su atención era el cartel que portaba que decía su nombre: ___. «¿Tío Timo?», se preguntó a sí misma no muy segura y se acercó dudosa a él quedándose escasos centímetros. El hombre de cuarenta años esbozó una gran sonrisa que no evitó a abrazarla.

—¡___! ¡Dios, cuanto has crecido!

Definitivamente, era su tío Timothy, hermano de su madre. Como se dijo, había pasado mucho tiempo desde que lo vio por última vez y no tenía esas pintas.

—Perdona si vine así a recibirte, pero no tenía otra cosa que ponerme —se disculpó, carraspeando su garganta.

—Sí... —respondió con desgana la muchacha—. ¿Nos vamos?

—¡Oh, claro! Deja, yo te llevo las maletas.

—No pesan nada.

—¡Insisto!

Su tío era un hombre de buen corazón. Así lo recordaba en aquel entonces y aún sigue siéndolo, pero ¿qué le pasó para que estuviera así? Solo esperaba que la casa no sea una pocilga. ___ estaba acostumbrada a la buena limpieza por culpa de su estricta madre. La joven peli-(c/c) siguió a Timothy hacia la salida teniendo cuidado en toparse con alguien o perderlo de vista porque la estación era enorme. Y al ser nueva le iba costar ubicarse de su entorno.

No tardaron mucho en salir y su rostro fue de asombro al ver un sitio enigmático y que al fondo se veía los edificios enormes. Las calles estaban más vivas que nunca en comparación con Boston. Una ciudad diferente. La ciudad que nunca duerme. Unos minutos estuvo así acostumbrándose a esa nueva imagen hasta que decidió bajar la mirada y encontrarse con el coche de su tío. Un Cadillac de 1970 color negro brillante que llamaba la atención a cualquiera.

Timothy abrió el maletero para guardar las maletas, pero se dio cuenta que cierta mirada curiosa no paraba de echar un ojo a su preciado coche. Asomó la cabeza para encontrarse a su sobrina asombrada, aunque al mismo tiempo asustadiza.

—¿A qué es una preciosidad? —preguntó—. Ya es muy difícil encontrar un vehículo de este gran calibre.

—¿Funciona?

—Claro, si no ¿cómo hubiera llegado hasta aquí?

—En bicicleta. Son más seguras. —Siempre tenía respuesta a todo.

—Sería una buena opción, pero se volvería pesado llevando dos maletas.

___ estaba dudando en subir. La opción sería coger un autobús para ir a la casa de su tío, pero no sería una buena idea porque se perdería. Con cierto temor, se subió al copiloto sintiéndose un tanto incómoda. Timothy se dio cuenta de ello, así que irá despacio. Como dicen, sin prisa y sin pausa.

—Tardaremos dos horas y veinticinco minutos en llegar a Bronxs, así que te recomiendo que duermas un poco. El viaje habrá sido muy largo.

—No quería perderme el paisaje.

—Nueva York es muy diferente a Boston. Créeme.

En realidad, no durmió nada durante todo el trayecto porque las pesadillas de su pasado aún estaban presentes en su memoria. Quería olvidar. No obstante, le era difícil porque la marcó de por vida. Se le notaba en las ojeras. Solo podía conseguir dormir como mucho dos horas. Buscó de su mochila los cascos y se los colocó nuevamente, esta vez, escuchando la dulce melodía de Celine Dion cantando My heart will go on. Una canción muy triste. Perfecto para ella.

Su rostro reflejaba intriga ante esa gran ciudad. Nunca se imaginó estar aquí. Y fue así por ese trágico suceso que no paraba de atormentarla. ¿No hubiera estado aquí? ¿Qué le depararía en este mundo en la cual no pertenecía? Ladeó un poco la cabeza para ver a su tío muy concentrado en la carretera. Él había cambiado. Ese cabello revuelto y esa barba larga y descuidada le indicaban que no se estaba cuidando. En su cuello, en la parte izquierda, tenía un tatuaje de una calavera unida a cadenas.

Nunca se lo había visto. Descendió un poco la mirada viendo otro tatuaje más en su brazo que representaba una cruz con un rosario. Con esas pintas seguramente que su tío rogaba a Dios a que no le pasara nada. Ella también lo pidió y no fue escuchaba. ¿Realmente había alguien que la escuchaba? ¿Un Dios omnipresente? Chasqueó su lengua un tanto molesta que decidió seguir mirando los edificios gigantescos.

Efectivamente, pasaron dos horas y veinticinco minutos exactos como le dijo Timothy. Estaban dirigiéndose a ese lugar a que todos lo consideraban como el distrito más pobre de Nueva York. Que por las noches uno debía tener mucho cuidado. Que era mejor estar acompañado, sobre todo si eres una mujer. Los edificios del distrito no eran tan grandes. Eran casas o apartamentos urbanos con un encanto natural. Su tío aparcó el vehículo enfrente de un apartamento donde vivía ahí.

Un edificio blanco con las paredes casi decaídas con aspecto de que se iba a caer en cualquier momento. No estaba en buenas condiciones. Todo esto no le estaba dando buena sensación, pero le iba a dar una oportunidad. Timo, para abreviar, cogió las maletas y caminó hacia allí no sin antes para abrir la puerta de la verja para acceder. Lo que faltaba ya. Ahí iban a tener unos vecinos curiosos.

Abrió la otra puerta de la entrada y, lo primero que se encuentra, eran unas escaleras que tenía diez escalones para contar. No había ascensor, así que la única manera era subir por ellas. Un piso, dos pisaos... hasta el tercer piso. El hombre descuidado de uñas un poco podridas encontró la llave de su casa, abriendo la puerta y se apartó un poco para que ella entrara. Solo rezaba no encontrarse una pocilga.

Pero su grata sorpresa era que estaba limpio. En buenas condiciones. Era un apartamento pequeño, pero acogedor para dos personas. Sofá simple, televisión de los antiguos que aún funcionaba, una cocina relativamente pequeña, un solo baño y dos habitaciones. Y había otra sala que estaba cerrada y no se apreciaba su interior.

—Como puedes comprobar la casa está en mejores condiciones que yo —comentó Timo—. Al saber que venías, pues hice algo de limpieza. Este es tu cuarto —dijo, enseñándosela—. Tiene las mejores vistas del barrio, así podrás curiosear un poco. No retoqué mucho el cuarto porque a lo mejor querías, no sé, decorarla por ti misma.

—Te lo agradezco.

Ese tono de voz que empleó no le gustó demasiado. Esa chica siempre fue alegre por lo que recordaba, pero ahora su mirada era triste y su dulce voz quebrada. Quería tomar sus manos para que supiera que estaba ahí, pero eso crearía incomodidad en la chica porque llevaba más de cinco años sin aparecer en su vida y era un completo desconocido.

—Oye. Sé por lo que estás pasando.

—No lo sabes —reiteró.

—Claro que sí porque ambos hemos perdido a un ser querido. Bueno, en tu caso has perdido a tu familia y yo a mi hermana, a tu madre. No es nada fácil, créeme.

—Pero tú no has estado ahí.

—Lo sé. Desaparecí por un buen tiempo, pero tenía mis motivos —iba explicando.

—No necesito que me expliques nada. Ahora déjame sola.

Era evidente que estaba dolida. Timo decidió no hablar más del tema porque era tocar con fuego. Dejó a ___ sola en su cuarto para que vaya a deshacer las maletas, pero se dio la vuelta acordándose de algo.

—Me acordé que en una de las llamadas me preguntaste si podías trabajar en la tienda donde trabajo yo. Hablé con mi amigo, que es el jefe, y me dijo que no habría ningún problema.

—Gracias.

—Eso sí, empezarías mañana. Pero te sugiero que hagas las cosas con calma, ¿de acuerdo? Voy a prepararte algo de comer. ¿Te gustan las hamburguesas?

No iba a negar tal aperitivo, pero tampoco tenía mucha hambre. Se sentó en la cama de colchón blanca para empezar a abrir las maletas y ver los recuerdos de su pasado. Un portarretratos de su familia. Sus padres y su hermano pequeño de doce años. Sí, tan solo era un niño y tuvo que morir ante esa tragedia. Un accidente de coche provocó su muerte. Pequeños fragmentos de su cerebro renacían. Ella bailando en un escenario en solitario para ganar el gran trofeo, mientras sus padres iban dirigiéndose allí porque fueron muy tarde.

Pero una semana antes de que llegara ese accidente ___ le comentó a su familia que dentro de poco era el concurso, pero ellos no podían ir por temas de trabajo. Eso la frustró demasiado. Era su gran momento y ellos, junto con su hermano pequeño, no iban a estar ahí. Con esa presión y esa desilusión, al final, su familia fue, pero con las prisas no se dieron cuenta de que un tren se los llevó por delante. Y en el teatro, cuando faltaban dos concursantes por participar, la policía fue allí para anunciar el fallecimiento. Ahí su mundo se quebró completamente derrumbándose al suelo y nadie escuchó su grito desgarrador.

Una lágrima cayó en la foto al recordar ese suceso. Lo abrazó con temblor su cuerpo y que le daban ganas de acabar con su vida porque no tenía a nadie más y se sentía culpable de ese suceso. Fue una egoísta. Fue una ignorante. Colocó el portarretrato en la pequeña mesa que estaba al lado de su cama porque ahí también estaba la lámpara. Poco a poco iba sacando la ropa y se encontró las medias puntas de ballet contemporáneo. Sí, le gustaba ese tipo de baile porque le llevaba a un mundo espiritual que no sabía cómo explicarlo.

No era como el hip-hop o Funky, incluso el ballet clásico. Liberabas los sentimientos en ese instante, seguir el tono de la música. Encontró más ropa en relación con ese tipo de baile y decidió guardarlos en una caja formando parte de una vida pasada que no deseaba recordar. Sí, tomó la decisión de no volver a bailar, aunque sus pies le suplicaban todo lo contrario. Su debilidad era la música o ver a alguien bailar con pasión y entrega a la canción. No, caerá en esa tentación. La caja lo puso encima de la estantería del armario para olvidarlo para siempre.

Se terminó su profesión y su amor al arte.

Al día siguiente, se levantó extraña porque no estaba acostumbrada en ese cuarto. Su antigua habitación estaba decorada de pósteres de bailarinas modernas y famosas. Su mirada estaba fija en el techo, mientras escuchaba en la cocina a su tío preparar el desayuno. El choque de cazuelas, vasos, etc., era simplemente música para sus oídos y sus dedos se movían al ritmo. ¡Para! Apretó el puño por inercia y decidió levantarse de la cama para ir a desayunar. El estómago lo tenía cerrado, pero lo intentará.

—¡Buenos días! —saludó enérgico Timo—. He preparado gofres con sirope de arce y un batido de frutas.

—Yo pensaba que iba a comer algo asqueroso.

—Puede que yo esté asqueroso, pero en mi casa y en la comida soy muy pulcro.

No iba a discutirle. Timo le colocó el plato y el vaso para que la chica comiese algo, mientras fregaba los platos.

—¿Dónde trabajas, Timo? —preguntó, poniendo excusa de que se le había olvidado.

—Trabajo en una tienda de música. Digamos que me encargo de ayudar a los bateristas a conseguir el mejor material posible.

—¿Tocas?

—¡Sí! ¡Los Rocky Rocky! —exclamó con orgullo—. Llevo con ellos diez años. Es por eso por lo que me tuve que ir porque tuvimos muchas giras.

—Nunca los he oído.

—Porque tú no eres una chica de escuchar música heavy, sobrina. A ti te va más la música clásica, el pop... Sobre todo, por el tipo de baile que empleas.

El silencio reinó por el comentario que hizo su tío. Y el se dio cuenta de ello. Se rascó la nuca un tanto incómodo, así que buscó alguna excusa para distraerla.

—No sé que cargo te pondrá el jefe, pero seguro que será algo sencillo.

—¿Puedo estar en el mostrador, en la caja? —le preguntó.

—Se lo puedes preguntar a Jacob —le sugirió.

«Claro», era una idea fantástica y dudaba que, a su jefe, su amigo, no le haría mucha gracia que una novata estuviese en la caja. Era mejor no discutirlo antes de cagarla en cualquier momento. Ya ambos desayunados, Timo cogió las llaves de la casa y del coche junto con la cartera porque no necesitaba nada más; en comparación con su sobrina que no se iba a ningún lado sin su mochila fiel. Se preguntaba quienes eran los vecinos de su tío y si eran drogadictos, borrachos, violadores... Que positiva la niña, oye. El vehículo no se movió de su sitio eso significaba que ningún bandido lo robó.

Timothy estaba muy tranquilo y alegre. Subirse en su coche favorito le alegraba el día. No como ___. Ya tuvo pánico a los coches por aquel accidente. Inhaló y exhaló unas cuantas veces. Despacio. Sin prisa. Una forma de calmarse y no perder los estribos. Se subió al vehículo y Timo, que antes arrancó el motor, puso en marcha dirección hacia la tienda. Jacob's Music se llamaba. Un nombre muy particular y no tan llamativa. El dueño no se le ocurrió otra idea en ese momento.

___ observaba las calles, grandes edificios de cinco o seis pisos, la gente que paseaba para ir a la primera cafetería que se encontraba para pedir un café. Este barrio casi era idéntico a su pueblo en Boston. Todos se comportaban de la misma forma. No se estaba tan mal. No. No era Boston. Era otro sitio muy distinto. Ahí no se respiraba a aire fresco, sino a podredumbre que le daban ganas de vomitar. Se le hizo muy corto el viaje. Sus ojos (c/c) se agrandaron al ver la pancarta del nombre que le mencionó su tío aún no iluminado por los neones.

«Allá vamos —pensó la chica—. No parece que el edificio se vaya a caer». Su tío abrió la puerta de madera pesada haciendo sonar la típica campanilla que avisaba cuando entraba un cliente. Hizo el ademán de que pasara a modo de caballerosidad a lo cual ella no se negó. En el interior de la tienda olía a aceite específica para limpiar los instrumentos musicales. ___ se quedó embobada al ver tantas guitarras clásicas y eléctricas colgadas en las paredes. Unos cuantos escaparates había mostrado más herramientas: batutas, triángulos, panderetas...

—Hombre, Timothy. —La chica se asustó un poco al escuchar la voz de un hombre de la edad de su tío. Melena rubia y lacio, ojos verdes como esmeraldas y un bigote que lo representaba. Sus brazos estaban llenos de tatuajes, sobre todo de calaveras y chicas hermosas—. Pensaba que ibas a llegar tarde.

—No quería quedar mal delante de mi sobrina.

Al decir eso, el hombre fornido se la quedó mirando. ___ se encogió de su sitio por miedo a este hombre.

—¿Así que tú debes de ser ___? —asintió la joven—. Mi nombre es Jacob Davis y soy un buen amigo de tu tío. Me ha hablado mucho de ti.

—Ah, ¿sí? —se impresionó un poco.

—¡Claro! No paraba de comentar lo orgulloso que está por tener a una sobrina que baila muy bien.

—Jacob, perdona, pero ¿te puedo pedir que no menciones eso? —dijo Timo refiriéndose al tema del baile—. No quiero que esté incómoda —susurró.

—Tranquilo. Solamente quería que lo supiera. Bueno, jovencita, está es una tienda de música. Como verás hay mucho material que ofrecer al cliente, ya sea humano o monstruo. Como eres la novata, mejor ponte en el mostrador.

—¿Cómo supo que quería estar ahí? ¿Es adivino acaso?

—Digamos que por mis venas corre sangre de los indios.

—No aparentas uno —se sinceró.

—Lo sé, todo el mundo me dice lo mismo. Pero, entre tú y yo, echemos la culpa a mi abuela materna por casarse con un inglés.

Este tal Jacob le estaba cayendo muy bien. El pelirrubio le explicó todo el proceso. Cada material tiene su propio código de barras y que deberá registrarlo en el lector. Luego en el ordenador aparecerá tal cantidad que también el cliente lo verá en una pequeña pantalla propia. Decir cantidad, cobrar, abrir y cerrar caja registradora, dar cambio -si era necesario- junto con el ticket y despedirse del cliente. Fácil y sencillo. Bueno, ahora solo faltaba practicar y lo hará dentro de dos minutos para recibir al primer cliente. Timo y Jacob estaban dentro organizando y colocando los instrumentos.

De pronto, entró el primer cliente que era muy habitual de la tienda. Un hombre senior, pero que no aparentaba serlo. Parecía jovial y con un aura fuerte que se destacaba. El jefe, su actual jefe, lo atendió con gusto. Buscaba un ukelele para regalárselo a su nieto que cumplía diez años y le encantaba tocar por culpa de su abuelo. Jacob le encontró uno de madera oscura. Un muy bonito. Se lo trajo al mostrador para que ___ le cobrase. Bien, poco a poco, como él le enseñó. Pasito a pasito. No fallar. ¡Perfecto! Todo fue genial.

Y así fue con los siguientes clientes y era verdad que también venían monstruos de todo tipo. Todas las criaturas que atendió fueron muy amables con ella. Esto le alegraba un poco el día. Intentando olvidar su pasado. Pero la música que se escuchaba en la radio no la ayudaba para nada. ___ sentada y los dedos "bailando" en el cristal del mostrador. Era una forma de estar "quieta".

De repente, se escuchó la campanilla de la tienda a lo que echó un vistazo. Sus ojos (c/c) se agrandaron un poco al ver dos personajes casi idénticos, casi gemelos. Aunque uno llevaba una sudadera naranja y el otro un chaleco de cuero negro y rojo. El primero tenía una mirada calmante y el otro estaba de malhumor. Y lo más importante:

Dos esqueletos.

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