Capítulo 3: Caminos cruzados

Charlie había pasado la noche en vela, pensando en aquel extraño con el que había tropezado.

Cada vez que recordaba la forma en que había huido se agarraba la cabeza con desesperación. ¿Cómo pudo ser tan tonta? ¿Qué pensaría él de ella?

Se preparó un café para despejar su mente y comenzó luego con los quehaceres domésticos. Las ventanas estaban abiertas y se escuchaba el cantar de los pájaros. Ella cerró los ojos por un instante y deseó tener la habilidad de Blancanieves, o mejor aún de la moderna Giselle de "Encantada", y solicitarle ayuda a las pequeñas aves para completar su labor e ir a descansar un poco.

Cuando abrió los ojos nada había cambiado, y aunque lo daba por hecho, en cierto modo se desilusionó. Charlie amaba los cuentos de hadas y su madre le había enseñado que la magia era real, cosa que creía fervientemente; pero con el pasar de los años iba perdiendo las esperanzas de conocerla.

Faltándole limpiar aún la mitad de la propiedad, decidió sentarse en un sillón a descansar un momento y se quedó profundamente dormida.

Cuando Finn entró y la encontró en aquel estado la cubrió con una manta para que no tomara frío y decidió ayudarla con sus tareas. La conocía hacía muchísimos años y sabía de memoria su itinerario.

Una vez que el joven concluyó con su trabajo, se acercó sutilmente a despertarla. Acarició su cabello y no pudo evita rememorar el tiempo en que, siendo adolescentes, se creyó enamorado de ella. ¡Y es que nadie podría culparlo! Es más, aquellos que los conocían muchas veces pensaron que terminarían sus días juntos.

No obstante, aunque podría proclamar a los cuatro vientos su amor por esa muchacha sin miedo a equivocarse, con el tiempo comprendió que el amor se presenta en muchas formas y que lo que sentía nada tenía que ver con el romance. La amaba, ¡claro que sí!, pero como se ama a una hermana, a una amiga.

Charlie despertó sobresaltada y pidiendo disculpas por su retraso enseguida se puso de pie para ir a trabajar.

―No tenés de qué preocuparte, Char ―le dijo Finn con una media sonrisa―. Ya terminé con el aseo y tenés más de una hora antes de tener que preparar la comida. Vení, sentate.

―¡Ay, Finn! ¡Sos un amor! ―respondió tomando asiento a su lado y abrazándolo― ¡Muchas gracias! Yo no sé lo que me pasó...

―Mmm... esa carita no me engaña ―sentenció―. Está más que claro que no dormiste nada anoche, ahora la pregunta es por qué.

―Me creerías loca si te lo cuento.

―Ya te creo loca, así que podés contármelo tranquila ―le guiñó el ojo.

Fue así que la protagonista de esta historia se desahogó con su amigo fiel, y hasta describió a la persona con la que se había encontrado.

―Mirá, al menos que yo recuerde, pareciera que te encontraste con Christopher Jennings ―acotó Finn luego de pensarlo un rato― Al menos la descripción que hiciste coincide.

―¿Jennings? ―preguntó sorprendida― O sea que hice el ridículo frente a una de las personas más importantes e influyentes del pueblo. ¡Genial! ―se ruborizó.

―No lo conozco personalmente pero por lo que dicen es un muchacho sencillo y muy amable.

Siguieron hablando un rato más para luego volver cada uno a su rutina.

Esa misma tarde Charlie fue al centro de la ciudad a hacer las compras sin saber que Cristopher estaba dando vueltas hacía bastante rato, con el único afán de verla aunque más no fuera un momento.

Charlotte entró a un pequeño comercio en busca de unos libros y luego fue a retirar unas telas que le había solicitado la madre de Finn. Terminó tan cargada que apenas unos metros más adelante se le cayó todo al suelo.

Dicen que el destino actúa de forma misteriosa, y esa no fue la excepción. Chris estaba por darse por vencido y volver a su hogar cuando escuchó el ruido de las cosas al caer y se acercó a ayudar sin saber que se volvería a encontrar con ella.

―Dejá que yo te ayudo ―enunció caballeroso juntando las cosas. Cuando Charlie escuchó su voz sintió sus piernas temblar, pues no la había olvidado.

―Gracias ―Fue lo único que logró decir.

Cuando él se puso de pie y vio a su preciosa morena, ruborizada ante él, una sonrisa inmensa se instaló en su rostro.

―Tal parece que nuestros caminos se volvieron a cruzar. Mi nombre es Christopher, aunque podés decirme Chris ―se presentó de manera amigable pero ella seguía sin reaccionar― ¿Será que pueda saber tu nombre?

―Lo... lo siento. Yo soy Charlotte... Charlie ―contestó finalmente.

―Encantado de conocerte, Charlie. ¿Estás con algún vehículo?

―No, vine a pie ―respondió agachando la mirada, avergonzada por sus escasos recursos.

―En ese caso no vas a tener más remedio que aceptar mi ayuda entonces... ¡Es una locura que vuelvas a casa así de cargada! Tengo el mío a la vuelta de la esquina, yo te llevo.

―¡Oh, no! ¡Por favor! No quiero causarte molestias.

―No es molestia en absoluto ―dijo, y comenzó a caminar, no dejándole más alternativa que seguirlo, pues cargaba con sus cosas.

Mientras abría la puerta para que Charlie subiera, Christopher se maldijo por no haber salido con el colgante. ¿En qué estaba pensando? Había ido allí solo por ella, ¿y aún así no lo había llevado?

Subió él también al coche y en su mente un plan fue tomando forma: al llevarla averiguaría dónde vivía así que le enviaría una invitación para su fiesta de cumpleaños, y allí, en el día más romántico del año, le confesaría que se enamoró de ella apenas la vio. Si la leyenda era cierta, el dije que atesoraba en su hogar, los juntaría para siempre.

El viaje transcurrió en relativo silencio, aunque ambos se prodigaban miradas furtivas cargadas de sentimientos.

Al despedirse en la puerta de los Hewitt, una fuerza extraña se apoderó de Charlie, quien depositó un tierno beso en la mejilla de su príncipe.

Y fue así como comenzó su cuento de hadas.

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