CAPÍTULO: N°3

La noche se había cerrado sobre mí, y la oscuridad parecía un reflejo de la tormenta que se agitaba en mi interior. Allí estaba Simón, su silueta recortada contra el cielo nocturno, un espectro del pasado que se negaba a desaparecer. Sus ojos, que una vez me miraron con calidez, ahora estaban fríos y distantes, como si la luz que una vez albergaban se hubiera extinguido para siempre.

No, este no era el Simón que conocí al llegar a España hace más de cinco años. Aquel Simón que se convirtió en mi amigo, mi confidente, mi amor... ¿Cómo podía ser el mismo hombre que ahora me esperaba al pie de mi hogar, después de haberme abandonado para irse en brazos de otra? ¿Amara? Su nombre era una herida abierta, una pregunta que quemaba en mi mente sin respuesta.

Allí estaba yo, atrapada en la encrucijada de mi destino, inmóvil junto a la rampa que tantas veces había sido mi aliada. Mi silla de ruedas eléctrica, ahora un trono de aislamiento, era el único testigo de la conmoción que me embargaba. La música, que antes me había servido de consuelo, se había ahogado bajo el peso de la traición.

"¿Importante?" repetí, mi voz temblaba con una mezcla de miedo y desafío mientras apagaba la música y me quitaba los auriculares. La curiosidad y la necesidad de entender me mantenían fija en el lugar, a pesar del impulso de huir de su veneno.

El silencio que siguió fue denso, casi tangible, como si la misma noche contuviera la respiración. Simón se levantó lentamente, su figura se recortaba ominosamente contra la luz tenue. "Siempre fuiste tan ingenua, Luna," comenzó, su voz era un susurro que se mezclaba con el viento frío. "Creíste que podíamos ser algo más, pero siempre supe que esto terminaría así."

Las palabras me golpearon con la fuerza de un huracán, cada sílaba era un golpe que me dejaba sin aliento. "¿Así?" repetí, las lágrimas brotaron, desafiando mi voluntad de permanecer fuerte.

"No sé por qué te sorprendes," dijo Simón, su voz era un látigo que azotaba el aire. "Después de todo, ¿qué podíamos esperar? Tú y yo... nunca fuimos nada más que un error."

"¿Un error?" repetí, las palabras resonaban en mi mente, cada una un golpe que me dejaba sin aliento. Las lágrimas amenazaban con brotar, pero me negaba a dejar que Simón viera mi dolor.

"Sí, un error," continuó, implacable. "Tu discapacidad, tu constante necesidad de ayuda. ¿Cómo podría alguien quererte de verdad? Siempre fuiste una carga, Luna. Y ahora, con Amara, he encontrado lo que nunca pude tener contigo: la verdadera felicidad."

"¿Cómo puedes ser tan cruel?" Logré decir, mi voz se quebró bajo el peso de la desesperación. Pero en lugar de lágrimas, sentí una oleada de fuerza. No le daría a Simón la satisfacción de verme derrumbada.

Simón se puso de pie, su figura se erguía con arrogancia. "La crueldad es solo la verdad que no quieres escuchar, Luna. Y la verdad es que nunca debí darte una oportunidad. Fue la peor decisión de mi vida."

"Yo... yo nunca te pedí una oportunidad, fuiste tú quien decidió..." comencé, pero Simón me interrumpió con una risa amarga.

"¡Siempre tan ingenua, Luna! ¡Siempre esperando que alguien te salve! Pero la verdad es que nadie podría salvar a alguien tan patético como tú," gritó, su voz era un trueno que retumbaba en la noche.

Con cada palabra, Simón revelaba más de su verdadera naturaleza, un abismo de amargura y resentimiento. Pero yo no era la Luna que él creía conocer. Yo era más fuerte, más resistente, y no permitiría que su veneno me definiera.

"Simón, has mostrado tu verdadero yo, y es más feo de lo que jamás imaginé," dije con calma, mi voz era firme a pesar del caos que me rodeaba. "Pero no importa lo que digas o hagas, no cambiará quién soy. Yo soy Luna, y mi historia no termina contigo."

Simón se quedó sin palabras, su furia se disipó ante mi determinación. Con un gruñido de frustración, se alejó, dejándome sola en la penumbra. Me quedé allí, junto a la rampa, sintiendo la frescura de la noche en mi piel.

Simón se había ido, su silueta tragada por la oscuridad, dejando atrás solo el frío de sus palabras y el calor de mi ira. Me quedé allí, junto a la rampa, sintiendo cómo la frescura de la noche se mezclaba con el calor de mis lágrimas. Miré hacia el cielo, buscando en las estrellas un consuelo que sabía no llegaría. Las constelaciones parecían observarme, testigos silenciosos de la tormenta que se desataba en mi interior.

Las palabras de María, aunque lejanas, resonaban en mi mente como un faro en la tormenta que ahora me consumía. "Ten cuidado, Luna," me había dicho con esa seriedad que solía ignorar. "Simón tiene algo que no me gusta, algo que no se ve a simple vista." ¿Cómo no escuché? ¿Cómo pude ser tan ciega ante las señales que ella vio claramente?

Con el corazón aún latiendo al ritmo de mi dolor, me obligué a encender la silla de ruedas y ascender la rampa, cada movimiento un recordatorio de la realidad que quería olvidar. Al entrar en el apartamento, el contraste entre la calidez del hogar y el frío de mi alma no pudo ser más palpable.

"¿Luna, estás bien?" La voz de mi madre me alcanzó, suave y llena de amor. "Sí, mamá," mentí, "solo estoy cansada." No podía decirle la verdad, no cuando cada palabra era una daga que amenazaba con desgarrar el débil velo de fortaleza que me rodeaba.

En la privacidad de mi habitación, cerré la puerta y me deslicé hacia el armario. Mis dedos seleccionaron un pijama, buscando en su suavidad el consuelo que mi corazón anhelaba. El otoño había traído consigo un frío que ahora parecía burlarse de la calidez que alguna vez sentí.

Vestida para la noche, me acerqué a mi escritorio. Dejé la laptop en recarga, mientras me puse a hacer mis tareas para el día siguiente. Pero estas se perdieron en un mar de pensamientos tumultuosos. Un golpeteo en la puerta me sacó de mi ensimismamiento, era mamá, llamándome a cenar con una voz que llevaba un matiz de preocupación que no podía disimular.

"No tengo hambre," le dije, y era verdad. El apetito se había esfumado, dejando solo un vacío que se extendía más allá del estómago. "No te preocupes por mí, solo estoy cansada." Era una mentira piadosa, una barrera que levantaba entre mi dolor y su amor.

Ella asintió, su silueta recortada en la puerta, un faro de esperanza que no podía alcanzar. "Está bien, cariño. Si necesitas hablar o cualquier otra cosa, estaré en el salón viendo la tele, solo llámame, ¿vale luna?," dijo antes de dejarme sola con mis pensamientos.

Me quedé mirando la puerta cerrada, sintiendo el peso de la soledad. No estaba lista para compartir mi dolor, ni siquiera con mi madre. No esta noche. Esta noche, me pertenecía a mí y a los pedazos de mi corazón que necesitaba recoger.

La noche avanzó, y con ella, mi desesperación creció. Las lágrimas, que había retenido con tanta fuerza, finalmente encontraron su camino, trazando ríos salados por mis mejillas. "¿Por qué duele tanto?" susurré al vacío de mi habitación.

La noche se había convertido en mi santuario, un lugar donde la soledad y el dolor se entrelazaban en una danza silenciosa. Las palabras de Simón, esas dagas envenenadas, aún resonaban en el aire, pero yo me negaba a ser su víctima. "¿Cómo pudo decirme esas cosas?" La pregunta era un susurro en la oscuridad, una búsqueda de sentido donde no lo había.

En la profundidad de mi desolación, algo dentro de mí se rebeló contra la marea de desesperación. Era mi espíritu, una llama que se negaba a ser sofocada por la traición de Simón. "No me definirás," afirmé con una voz temblorosa que se fortalecía con cada palabra. Era una promesa, un juramento a mí misma de que no permitiría que su veneno dictara mi valor.

Con un suspiro, me dirigí hacia mi cama, el único lugar donde podía dejar a un lado la armadura que me protegía del mundo. Allí, rodeada de la suavidad de mis sábanas, abrí mi laptop y me sumergí en el mundo que había creado, un mundo donde las sirenas cantaban y el amor era tan profundo como el océano mismo.

Mis dedos danzaban sobre el teclado, tejiendo historias de amor y fantasía. En mi novela, una sirena se enamoraba de un humano, un amor prohibido que desafiaba las leyes de su mundo submarino. Era mi escape, mi libertad, donde podía vivir mil vidas y explorar destinos que en la realidad me eran negados.

El sueño de Luna, mi sueño, era convertirme en una escritora famosa, ver mis novelas publicadas y sostenidas en manos ansiosas. Cada palabra que escribía me acercaba a ese futuro, a ese sueño que se extendía más allá de las barreras de mi habitación, más allá de las limitaciones de mi cuerpo.

La luz del amanecer se filtraba a través de las cortinas, anunciando el comienzo de un nuevo día. A pesar del peso de la noche anterior, me levanté con la determinación de no dejar que los recuerdos de Simón ensombrecieran mi presente. Me preparé para la universidad, ajustando cada pieza de mi silla de ruedas eléctrica, asegurándome de que todo estuviera en perfecto estado para el día que me esperaba.

Las clases en la Universidad de Valencia eran mi refugio, un lugar donde podía sumergirme en el aprendizaje y olvidar, aunque solo fuera por un momento, el dolor que Simón había dejado a su paso. Mis profesores desgranaban conocimientos que absorbía con avidez, y mis compañeros discutían teorías y conceptos que estimulaban mi mente. Sin embargo, en los momentos de silencio, mi pensamiento volvía a él, a esa noche, y a las palabras que habían cortado tan profundo.

Al llegar la hora del almuerzo, me encontré con María y Juan. Ellos intentaban aligerar el ambiente con bromas y risas, pero yo apenas podía mantener la fachada de normalidad. Aún así, me esforcé por participar, por ser la Luna que ellos conocían, aunque por dentro me sentía como una nave a la deriva.

Fue entonces cuando mi teléfono vibró con un mensaje de Tomás. Su "Buenos días" fue como un rayo de sol en medio de la tormenta. Respondí con un coqueteo ligero, permitiéndome disfrutar de ese pequeño placer, de esa conexión que, aunque nueva, parecía prometer algo más.

Tomás: Buenos días, Luna. ¿Cómo amaneció la escritora más talentosa de Valencia?

Luna: Buenos días, Tomás. Amaneció con ganas de escribir un nuevo capítulo. ¿Y tú? ¿Cómo está el otro lado del mundo?

Tomás: Aquí, esperando tus palabras como quien espera la marea. Siempre me dejas queriendo más.

María notó el cambio en mi expresión, la sonrisa que no pude contener. "¿Quién es?" preguntó con una mezcla de curiosidad y complicidad.

"Un amigo," respondí, guardando el secreto de Tomás y nuestras conversaciones para mí.

Juan se despidió poco después, dejándonos solas. María, con la astucia que solo una mejor amiga puede tener, comenzó su interrogatorio amistoso. "Vamos, cuéntame. ¿Qué te tiene sonriendo así?"

Le confesé todo sobre la noche anterior, sobre cómo Simón había destrozado mi corazón y cómo, en medio de mi desolación, había encontrado una distracción inesperada en Tomás. Le conté sobre nuestra conversación, sobre cómo había buscado un libro y cómo él, desde algún lugar lejano, había respondido y me había conseguido lo que tanto deseaba.

"Empezamos a hablar y no pudimos parar," le dije a María. "Fue como si nos conociéramos de toda la vida. Y aunque solo hemos hablado por teléfono, siento que hay algo especial entre nosotros."

María me escuchó, ofreciendo consuelo y emoción a partes iguales. "Luna, tal vez esto sea el comienzo de algo nuevo, algo hermoso," dijo, y no pude evitar sentir un atisbo de esperanza.

El resto del día transcurrió en un torbellino de emociones. Entre clases y estudios, los mensajes de Tomás eran como faros que me guiaban a través de mi propia incertidumbre. Y cuando la noche cayó sobre Valencia, supe que, a pesar de la distancia, tal vez no estuviera tan sola después de todo.

La tarde del martes se presentaba como una promesa de superación y rutina. Después de las clases, era hora de mi rehabilitación, un momento clave en mi día a día. La piscina del centro médico se había convertido en mi santuario de recuperación, un lugar donde el agua me liberaba de la gravedad que tanto pesaba fuera de ella.

La tarde de rehabilitación era una parte crucial de mi rutina, un desafío que enfrentaba con determinación. Al llegar, el personal del centro me ayudó a prepararme. La ducha era el primer paso, donde me asistían para asegurarse de que estuviera cómoda y lista para la terapia. Luego, con cuidado y atención, me trasladaron a la piscina. La sensación del agua tibia rodeando mi cuerpo era reconfortante, un recordatorio de que aquí, podía moverme más libremente.

El agua me recibió como una vieja amiga, su abrazo líquido aliviando la carga de mi cuerpo. Bajo la supervisión de mi fisioterapeuta, comencé los ejercicios de rehabilitación. Cada paso era un desafío, pero también una victoria. En el agua, podía caminar con una ligereza que me era negada en tierra firme. Aquí, no era solo Luna la chica en silla de ruedas; era Luna la nadadora, la luchadora, la soñadora.

Al llegar, el personal del centro me ayudó a prepararme. La ducha era el primer paso, donde me asistían para asegurarse de que estuviera cómoda y lista para la terapia. Luego, con cuidado y atención, me trasladaron a la piscina. La sensación del agua tibia rodeando mi cuerpo era reconfortante, un recordatorio de que aquí, podía moverme más libremente.El agua de la piscina debía llegar a la mitad de mi pecho para que pudiera caminar con seguridad, sentir la libertad que me brindaba el soporte acuático.

Rehabilitación Acuática:

Mi fisioterapeuta, el Dr. Álvarez, estaba a mi lado, siempre atento. Me ofreció una barra flotante para que la sujetara mientras él guiaba mis movimientos.

Dr. Álvarez: "Vamos, Luna, sujeta la barra y yo te sostengo. Levanta los pies, intenta caminar. Eso es, mueve los pies como si nadaras."

Luna: "Está bien, intentaré."

Con cada paso, sentía cómo mis músculos trabajaban de una manera que en tierra firme no podían. El agua era mi aliada, sosteniéndome, permitiéndome esforzarme sin el temor de caer.

Dr. Álvarez: "¡Muy bien, Luna! Lo estás haciendo genial. Recuerda, levanta bien los pies, uno tras otro, como si caminaras sobre la luna."

Luna: "Es extraño, pero me siento más ligera, como si pudiera realmente hacerlo."

Dr. Álvarez: "Esa es la magia del agua, te da la ligereza que necesitas para fortalecer tus piernas. Estás progresando mucho."

La sesión fue intensa, pero gratificante. Cada pequeño logro en la piscina era un paso más hacia mi meta de recuperación.

Después de una larga sesión de dos horas y media de trabajo arduo con el fisioterapeuta en la piscina haciendo una muy buena sesión de rehabilitación, sentí que mi cuerpo necesitaba su dosis de azúcar, así que al salir del centro me dirigí al café de siempre, un rincón acogedor donde solía merendar y trabajar en mi tesis de fin de máster. Al llegar me acomodé en mi mesa habitual, una pequeña isla en el bullicio del lugar. Pedí un té de frutas del bosque y un muffin de chocolate, mis favoritos, y abrí mi laptop para trabajar en mi tesis de fin de máster.

La tesis era el último peldaño hacia mi máster, un análisis profundo sobre la literatura de fantasía y su impacto en la cultura moderna. Me sumergí en la escritura, cada párrafo una pieza más del rompecabezas académico que estaba completando.

Después de una tarde de rehabilitación intensiva, llegué a casa con un hambre voraz. La energía que había invertido en la piscina, luchando contra la resistencia del agua y fortaleciendo mis músculos, había dejado un vacío que solo una buena cena podía llenar. Mis padres ya habían preparado la mesa, y el aroma de las pastas con tomate y queso que mamá había cocinado con tanto cariño inundaba la cocina.

Nos sentamos a cenar, y entre bocado y bocado, la conversación fluía naturalmente.

Mamá: "¿Cómo te fue en la piscina, Luna? Debes estar agotada después de tanto esfuerzo."

Luna: "Sí, mamá, pero me siento bien. Cada día me siento un poco más fuerte."

Papá: "Eso es lo importante, hija. Tu esfuerzo y tu salud son lo primero."

Hablamos de Adam, mi hermano, que estaba de viaje. A pesar de nuestras peleas ocasionales, su ausencia se sentía en la casa.

Luna: "Adam siempre encuentra la manera de hacerme reír, incluso cuando me saca de quicio."

Mamá: "Es parte del encanto de ser hermanos, querida."

Después de la cena, me excusé y me retiré a mi habitación, ansiando un momento de tranquilidad.

Mi habitación era un reflejo de mi mundo interior, bañada en tonos de lila y blanco. Encendí las cuerdas de luces que colgaban sobre mi cama, creando un ambiente mágico y acogedor. Las velas que encendí añadían un toque de calidez, su luz parpadeante acompañando mis pensamientos.

Me envolví en mi pijama y me acomodé entre las sábanas, lista para sumergirme en el mundo digital que Tomás había compartido conmigo. El primer libro de la saga que me había enviado era una historia fascinante sobre una bruja sin poderes y un dios griego, unidos por un matrimonio arreglado que se transformaba en algo inesperado.

Abriendo el libro en mi tablet, las palabras cobraban vida ante mis ojos. La historia me envolvía, transportándome a un lugar donde la magia era real y los dioses caminaban entre los mortales. La bruja y el dios, inicialmente reacios, comenzaban a descubrir que el destino tenía planes más grandes para ellos.

La noche avanzó mientras yo leía, perdiéndome en la trama y olvidándome del mundo real. Y cuando finalmente cerré la tablet, me sentí agradecida por ese escape, por la paz que la lectura me brindaba.

Mientras la oscuridad de la noche envolvía la ciudad, seguía inmersa en la lectura del libro que Tomás me había enviado. Las aventuras de la bruja y el dios griego me transportaban a un mundo donde la magia era tangible y los destinos se entrelazaban de formas inesperadas. Cada giro de la trama era un reflejo de mis propios anhelos y temores, un espejo de la dualidad de mi vida.

De repente, una notificación iluminó la pantalla de mi celular, interrumpiendo el hechizo de la lectura. Al ver el nombre de Tomás, mi corazón comenzó a latir con una fuerza que no había sentido en mucho tiempo. Era un recordatorio palpable de que, a pesar de la distancia, había alguien que me hacía sentir viva, deseada, y conectada a algo más grande que mi propia existencia.

"Hola Luna, ¿Sigues despierta?" preguntó Tomás.

"Hola, sí, claro... ;p" Respondí con un smiley sonriendo. Guiñando el ojo.

"¿Cómo te ha ido hoy? ¿Qué aventuras has vivido?" preguntó Tomás, y le conté sobre mi día, sobre la rehabilitación en la piscina que me había dado una sensación de libertad que atesoraba.

"Luna, ¿Sabías que las estrellas que vemos podrían ser diferentes en este mismo momento? La luz viaja tan lejos que lo que vemos es su pasado," me dijo Tomás, iniciando una de esas conversaciones que tanto me gustaban, donde la ciencia y la poesía se entrelazaban.

"Entonces, ¿estamos mirando a través del tiempo? Eso suena como algo sacado de uno de mis libros," respondí, fascinada por la idea.

"Exactamente. Y hablando de libros, ¿cómo va la lectura que te envié?" Su pregunta me recordó el mundo mágico que me había regalado, un escape maravilloso de la realidad.

"Justamente lo estaba leyendo, Me tiene atrapada. Es como si cada página me llevara más profundo a ese mundo mágico," le confesé, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba solo de pensar en la historia.

Con el paso de las horas, la conversación llegó a su fin natural, y me preparé para despedirme, para sumergirme en el mundo de los sueños donde las barreras del tiempo y el espacio no existían.

Fue entonces cuando Tomás envió un mensaje que me hizo saltar de emoción, un mensaje que prometía un mañana lleno de posibilidades.

"Sé que la diferencia horaria y la distancia son un desafío, pero me encantaría cenar contigo mañana. No aceptaré un no por respuesta. Quiero conocerte más, Luna," escribió, y mi corazón se aceleró ante la idea.

La propuesta de Tomás me tomó por sorpresa, una cita virtual, algo tan simple y a la vez tan significativo.

"Eso suena... interesante, pero... ¿Cómo es posible? Estamos a mundos de distancia," le respondí, aún sorprendida por su audacia... La idea me emocionaba y me llenaba de nerviosismo.

"Una cena entre dos mundos. Yo con mi noche y tú con tu atardecer. Será nuestro pequeño puente a través del océano." pude imaginar su sonrisa al otro lado de la pantalla.

" Además de eso, no te preocupes por nada, yo me encargaré de los detalles. Haré una reserva para ti," aseguró, y la sorpresa y la emoción se entrelazaron en mi pecho. La idea de una cena virtual con Tomás, de compartir un momento tan íntimo a través de la tecnología, era un salto hacia lo desconocido que estaba dispuesta a dar.

"Sí, vale, pues... creo que tengo que decirte que sí ya que no aceptarás un no por respuesta jijiji..." escribí, dejando que mis dedos transmitieran la ligereza de mi corazón a través del teclado del celular.

"Muy bien, entonces mañana recibirás un mensaje mío con todos los detalles. Prepárate para una velada que cruzará mares y cielos," respondió Tomás, su texto llegando a mí como una promesa envuelta en el misterio de la noche.

Y antes de que nos sumergiéramos en el silencio de nuestras propias noches, tecleé con una sonrisa que podía sentirse a través de cada palabra, "Buenas noches, Tomás. Que los sueños te lleven en un viaje a través de las estrellas hasta que nuestros mundos se encuentren en la cena de mañana."

"Buenas noches, Luna. Que la luna te abrace con su luz plateada y guíe tus pensamientos hasta el amanecer de nuestro encuentro," tecleó él, y supe que, aunque separados por kilómetros, la magia de la noche nos mantenía unidos en la espera de lo que estaba por venir.

Justo después de despedirme de Tomás, la emoción burbujeaba dentro de mí como un manantial que no podía ser contenido. Con dedos temblorosos y un corazón que latía al ritmo de la anticipación, envié un mensaje a mi mejor amiga María.

"María, necesitamos vernos urgentemente mañana en el café antes de ir a la universidad. ¡Tengo noticias que podrían cambiar el curso de las estrellas!" escribí, sintiendo cómo cada palabra vibraba con la promesa de un mañana lleno de magia y posibilidades.

No pasó mucho tiempo antes de que mi teléfono vibrara con su respuesta, una mezcla de sorpresa y curiosidad impresa en cada letra.

María: "¡Luna! ¿Qué pasa? ¿Por qué es tan urgente? Dime que no has decidido adoptar otro gato callejero."

No pude evitar sonreír ante su comentario típico de María, siempre lista para inyectar humor en cualquier situación.

Luna: "No, no es un gato esta vez, aunque eso también sería una aventura. Es algo... diferente. Algo que hace que mi alma se sienta como si estuviera a punto de embarcarse en un viaje a través de océanos de estrellas. Te lo contaré todo mañana, cara a cara."

María: "Ahora me tienes preocupada y emocionada al mismo tiempo. ¡Está bien, nos vemos en el café! Pero si es para decirme que te has enamorado de un príncipe extranjero y te mudarás a un castillo, te exijo exclusividad en la primicia."

Con una risa silenciosa y un suspiro de contento, dejé el teléfono a un lado. La noche me envolvía en su abrazo, y aunque los detalles de mi encuentro con Tomás eran un misterio que se desvelaría con el nuevo día, sentía que algo maravilloso estaba a punto de florecer.

Y así, con el corazón ligero y la mente llena de sueños, me dejé llevar por el viento de la noche, hacia un sueño donde la realidad y la fantasía se entrelazaban, prometiendo revelaciones que esperarían pacientemente hasta el próximo capítulo de mi vida.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top