CAPÍTULO: N°18

A la mañana siguiente, me desperté con el peso de la verdad oprimiendo mi pecho. No podía seguir guardando para mí el secreto de quién me había atropellado. Su rostro, sombrío y malicioso, había quedado grabado en mi memoria como una cicatriz indeleble. Llamé a María, mi mejor amiga, y le pedí que viniera a recogerme. Necesitaba hablar con ella y con Juan, su novio, el más sabio de nuestro grupo de amigos.

"María, necesito que vengas a recogerme," le dije, mi voz temblorosa, casi quebrada. "Necesito hablar contigo y con Juan. Es algo muy importante y no puedo salir sola por ahora."

María frunció el ceño al escuchar esto, su preocupación palpable incluso a través del teléfono. "¿Por qué no puedes salir sola? ¿Qué pasa, Luna? ¿De qué quieres hablar?"

Respiré profundamente antes de responder, tratando de calmar el torbellino de emociones dentro de mí. "La última vez en el hospital, mencioné que sabía quién era el conductor. Quiero hablar de eso contigo y con Juan. Pero prefiero que sea en un lugar privado, en tu casa o en la de Juan. No quiero hacerlo aquí porque mis padres y Adam están en casa, y no quiero alterarlos."

María se quedó pensativa un momento antes de responder, su voz más suave pero firme. "Está bien, Luna. Estoy con Juan ahora mismo. Alístate, que vendremos a recogerte abajo de tu apartamento en 15 minutos."

Me alisté rápidamente en mi silla de ruedas eléctrica, el zumbido del motor llenando la habitación con un sonido reconfortante. Salí de la habitación y me encontré con la mirada preocupada de mamá. Ella frunció el ceño al verme lista y preparada. "¿Vas a salir?"

"Sí," le respondí, tratando de sonar segura.

"Sola? No puedes salir sola, sabes lo que pasó hace algunos meses."

"Mamá, no me voy a esconder por el resto de mi vida. Lo que sucedió pudo haberte sucedido a ti o a cualquier persona. Además, no voy a salir sola, estaré con María y Juan. Me van a recoger y vamos a ir a casa de María o a la casa de Juan para hacer algunas tareas universitarias," mentí para no preocuparla, sintiendo el nudo en mi estómago crecer.

"Vale, pero no vuelvas sola y no vuelvas muy tarde."

"Mamá, no soy una niña, tengo 23."

"Para mí siempre serás mi niña," dijo con una sonrisa en sus labios, sus ojos llenos de amor y preocupación.

El motor de la silla de ruedas eléctrica zumbaba suavemente mientras María y Juan llegaban a mi edificio. Bajé al portal y, al ver sus rostros llenos de preocupación, sentí un nudo en el estómago. El trayecto hacia la casa de Juan estuvo lleno de un silencio tenso, cargado de anticipación y nerviosismo. María conducía, sus manos apretadas alrededor del volante, mientras Juan mantenía una mirada fija en la carretera, su mandíbula tensa. Sentía el peso de la verdad oprimiendo mi pecho cada vez más, pero sabía que no podía seguir ocultándola.

Finalmente llegamos a casa de Juan. Me ayudaron a subir los pocos escalones que llevaban a la entrada, un recordatorio amargo de mi nueva realidad. Una vez dentro, el silencio se hizo aún más denso. María y Juan se sentaron frente a mí, sus miradas expectantes y llenas de preocupación. Sentía sus ojos fijos en mí, como si pudieran ver el tumulto de emociones que se desataba en mi interior.

Tomé aire, intentando calmar los temblores en mis manos. "Bueno," empecé, sintiendo el peso de sus miradas intensificarse. "Lo que les voy a decir es muy difícil, sobre todo para mí. Es sobre aquel día... del accidente. Después de la universidad, vine a verte, María, para recoger mis cosas y luego volví a salir."

Las palabras se atascaban en mi garganta, el nudo apretándose cada vez más. "Juan, prométeme que no vas a enfadarte. Te llamé porque eres el más sabio de nuestro grupo de amigos. No llamé a Pablo, a Carlos ni a Daniel porque pueden ser un poco rudos y pueden reaccionar de manera precipitada. Pero tú, tú eres el más sabio."

María asintió, su rostro una mezcla de preocupación y apoyo. "Entendemos, Luna. Estamos aquí para escucharte."

Las lágrimas empezaron a caer mientras continuaba contando. "Al cruzar la calle, vi un coche avanzar hacia mí sin parar. Me quedé paralizada durante un instante. Mis ojos no podían creer lo que veían. No podía entender cómo era capaz de hacerme algo así..."

María me miró con ojos llenos de furia y desesperación. "Luna, no me digas que es la persona que creo que es," dijo, su voz temblorosa, esperando mi respuesta.

Intenté seguir hablando, pero las palabras no podían salir de mi garganta. Ningún sonido pudo salir. Sentí que el aire se volvía denso, sofocante. Después de un leve respiro, Juan se acercó a mí, poniéndose de rodillas para estar a mi altura. "Luna, puedes seguir o, si prefieres, hacemos una pausa. Lo entendemos, sé que es difícil para ti."

Asentí a sus palabras, tomando fuerza para continuar. Con mucho esfuerzo, las palabras salieron de mi boca entre sollozos y frases cortadas. "Fu... fue... Si...món....Simón.... Simón."

El silencio llenó la habitación mientras ellos asimilaban la revelación. María y Juan, mis confidentes y apoyo, me miraban con una mezcla de incredulidad y dolor. Sabía que con ellos a mi lado, podría enfrentar lo que fuera necesario. El peso de la verdad seguía oprimiendo mi pecho, pero al menos ya no estaba sola para soportarlo.

Juan se levantó bruscamente, dando pasos rápidos en la sala de estar, su rostro contorsionado por la furia. María se quedó con la boca abierta, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Juan daba vueltas y vueltas, cogiendo su cabeza entre las manos, sus movimientos erráticos reflejando el caos en su mente.

"¡Maldito sea! ¡Maldito sea Simón! ¿Qué demonios hiciste, desgraciado?" Juan gritó, su voz llena de rabia y desesperación.

"Luna, ¿estás segura?" preguntó, tratando de encontrar algo de claridad en el caos, su mirada penetrante buscando alguna señal de duda en mi rostro.

"Sí, lo estoy. Lo vi con mis propios ojos. Estaba totalmente consciente cuando lo vi y lo volví a ver justo antes de desmayarme en la calle," respondí, mi voz temblando mientras intentaba mantener la compostura, mis manos apretando los brazos de la silla de ruedas con fuerza.

"¡Sabes lo que hizo es muy grave, Luna! ¿Por qué demonios no nos lo dijiste antes?" Juan me miró con una mezcla de furia y desesperación, sus ojos llenos de una rabia contenida que amenazaba con desbordarse.

María se levantó, intentando calmar a su novio. "Juan, cálmate, amor. Por favor. Sabemos que la situación es muy delicada, pero tenemos que apoyar a nuestra amiga."

Seguía llorando, sintiendo el apoyo de mis amigos pero también la presión de sus expectativas. María se dirigió hacia mí, con ternura en su voz, aunque sus ojos reflejaban una preocupación profunda. "Luna, cariño, ¿qué piensas hacer ahora? Sabes que lo mejor sería ir a denunciarlo a la policía. Tienes que hacerlo."

Juan interrumpió, incapaz de contener su furia. "¡No es una opción, Luna! ¡Intentó matarte! ¿Entiendes la gravedad de esto? ¡No es una maldita opción, tienes que ir a la policía ahora mismo!"

"Juan, amor, es muy difícil para todos, pero tienes que esperar hasta que se calme Luna," intentó razonar María, sus manos temblorosas mientras intentaba mantener la paz.

"¿Esperar? ¡Luna ya tuvo más de tres meses para procesarlo, mientras que él seguía en total libertad!" Juan gritó, su furia palpable. "¡Es un cobarde maldito, infeliz! No dejaré que mi amiga corra peligro por él. ¡Entiende, María, lo que hizo es muy grave! Gravísimo. ¡Tiene que estar en la cárcel ahora mismo y nosotros lo hemos dejado libre durante más de tres meses!"

Cada palabra de Juan resonaba en la habitación, llena de una intensidad que hacía que el aire se sintiera pesado y cargado. Sentía que mis fuerzas flaqueaban, pero sabía que no podía seguir ocultando la verdad. Con el apoyo y la furia de mis amigos, tendría que enfrentar este terrible desafío.

El ambiente estaba cargado de tensión. Las palabras de Juan resonaban en mis oídos mientras luchaba por encontrar la fuerza para tomar una decisión. Sabía que mis amigos estaban ahí para apoyarme, pero también comprendía la gravedad de lo que tenía que hacer. No quería enfrentarme a Simón de nuevo, pero tampoco podía seguir viviendo con este peso en mi pecho.

María se acercó a mí, tomó mi mano y habló con suavidad pero firmeza: "Luna, estamos contigo. Sea cual sea tu decisión, te respaldaremos. Pero necesitamos justicia. No podemos permitir que Simón siga libre después de lo que hizo."

Asentí, sintiendo el calor reconfortante de su apoyo y la determinación en sus palabras. "Lo sé, María. Lo sé, Juan. Es solo que... es tan difícil. Pero tienen razón. No puedo dejarlo así. Iré a la policía."

Juan se detuvo y se acercó a mí, su mirada llena de determinación. "Estamos juntos en esto, Luna. No estás sola. Vamos a asegurarnos de que se haga justicia."

Tomé una respiración profunda, reuniendo toda la fuerza que podía reunir. "Gracias, chicos. Vamos a la policía. Es hora de poner fin a esto."

Pero antes de que pudiéramos avanzar, sentí la necesidad de dejar algo claro. "Pero, chicos, les pido que por favor, no le cuenten a mis padres, ni a mi hermano Adam, y sobre todo a Tomás, mi novio. No todavía. Vamos a denunciar a Simón, pero quiero que nuestras quejas sean anónimas."

Juan frunció el ceño, su frustración palpable. "Luna, ¿realmente crees que podemos hacer eso? Está bien, estoy de acuerdo en mantenerlo entre nosotros por ahora, pero recuerda lo que hizo durante los resultados del primer semestre en la universidad. Hizo un escándalo porque tú trabajaste muy duro y terminaste como la mejor de la promoción. ¿Recuerdas lo que pasó ese día? Si nosotros no hubiéramos estado allí, podría haberte lastimado, no solo emocionalmente."

Lo miré, asimilando sus palabras llenas de preocupación y protección. "Lo siento, Luna, pero no puedo quedarme callado. Voy a denunciarlo con mi nombre. Lo siento, Luna."

María intervino con calma pero con determinación. "Luna, sabes que Juan tiene razón. No podemos quedarnos callados. Voy a denunciarlo con mi nombre también. Y necesitamos hablar con nuestros otros amigos para que también lo denuncien. Cuantas más personas se unan, más posibilidades tendremos de que las autoridades tomen acción. Escúchanos, Luna, lo hacemos por tu bien."

Mis lágrimas seguían cayendo mientras intentaba procesar todo. Sabía que tenían razón. Aunque el miedo y la incertidumbre me atenazaban, comprendí en ese momento que debía ser valiente, no solo por mí misma, sino por todos los que me apoyaban.

En el camino, Juan hablaba por teléfono con nuestros amigos, informándoles de todo lo que habíamos discutido y de las condiciones que había puesto. Les dijo que nos reuniríamos en menos de media hora en la comisaría del centro de Valencia. María y yo intercambiábamos miradas de determinación. Sabía que estaba haciendo lo correcto. 

Llegamos a la comisaría y pronto nuestros amigos comenzaron a llegar uno por uno: Danna, Carlos, Lucía, Paulo, Diego, Liza y Katy. Todos compartían el mismo sentimiento de indignación y solidaridad. Era reconfortante verlos allí, listos para apoyarme.

Una vez que todos estuvimos reunidos, entramos juntos y nos dirigimos al mostrador de recepción. Explicamos la gravedad de la situación: "Estamos aquí por una queja contra alguien que intentó matar a nuestra amiga que estuvo en coma por más de un mes y medio después del incidente."

Nos condujeron a la sala de espera donde esperamos ansiosamente por lo que pareció una eternidad. Finalmente nos llamaron y un oficial vino a escoltarnos a una sala de interrogatorio. Nos sentamos mientras tres oficiales entraban y se acomodaban a su alrededor, algunos de nosotros permanecimos de pie mientras yo me quedaba en mi silla de ruedas eléctrica.

El primero en hablar fue uno de los comisarios, preguntándome quién era la víctima. Comenzó a hacer preguntas detalladas y yo les conté la historia desde el inicio: "Estaba en la calle caminando hacia mi casa en mi silla de ruedas eléctrica, sosteniendo en una mano mi pequeña maleta de viaje. Cruzaba tranquilamente la calle cerca de nuestro apartamento cuando de repente escuché un coche acercándose demasiado rápido."

 "Vi el rostro de la persona que me atropelló justo antes de que ocurriera," continué con voz firme. "Me miró con una sonrisa y siguió avanzando. Era Simón."

Juan tomó la palabra después, detallando lo sucedido en la universidad meses atrás: "Luna trabajó arduamente para destacarse en sus estudios. Fue la mejor en todo lo que hizo. Cuando llegaron los resultados, nos reunimos en la cafetería universitaria para celebrar. Fue entonces cuando Simón se acercó y comenzó a insultarla, acusando de favoritismo y menospreciando su logro. Intenté calmarlo mientras Simón mostraba signos de violencia, advirtiéndonos de que nos arrepentiríamos."

"Después de ese incidente, terminó en el hospital en coma," intervino Diego con voz firme. "Simón fue su novio durante aproximadamente un año y medio, pero la relación fue tumultuosa. Luna sufrió abusos emocionales y, en ocasiones, físicos cuando Simón estaba bajo la influencia de drogas. Una vez incluso descubrimos que estaba usando medicación para una depresión severa, mintiéndonos sobre su estado."

María agregó con determinación: "Simón no está bien. Tiene problemas mentales graves y necesita ser detenido antes de que cause más daño. Deberían considerar un hospital psiquiátrico para él, no solo por lo que le hizo a Luna, sino por el peligro que representa para todos."

"Yo simplemente quiero retomar mi vida," intervine con voz temblorosa. "No puedo salir sola por miedo. Mi familia ha pasado por mucho. Necesito que me protejan, que protejan a todos nosotros."

El oficial asintió con comprensión pero nos recordó: "Entendemos su situación, señorita Luna, pero debemos seguir los procedimientos legales. Necesitamos evidencia concreta para avanzar con su caso."

Asentí, sintiendo la tensión en el aire. "Entendemos," respondí con voz calmada pero firme. "Pero por favor, hagan todo lo posible para asegurar que Simón no pueda hacer más daño."

Los oficiales de policía nos escuchaban atentamente mientras explicábamos lo sucedido. Sentí la necesidad de compartir algo que cambiaría todo.

"Simón intentó matarme porque era vulnerable debido a mi situación física. Siempre he estado en silla de ruedas debido a mi discapacidad, incluso antes del accidente", dije con voz firme, mirando directamente a los oficiales presentes. Sentía que cada palabra pesaba, pero era crucial que entendieran la gravedad de la situación.

"Él me engañó varias veces durante nuestra relación. Después de terminar conmigo para estar con su nueva novia, Amara, trató de volver, pero le dejé claro que no quería reconciliarme, especialmente cuando él todavía estaba con Amara", continué, recordando la sensación de incredulidad y traición que había sentido en aquel entonces.

Uno de los oficiales frunció el ceño ligeramente, procesando la información. "¿El nombre completo de la nueva novia es Amara Gómez?" preguntó, buscando confirmación.

Asentí con firmeza. "Sí, Amara Gómez", respondí, asegurándome de que cada detalle fuera claro y preciso.

Los tres oficiales intercambiaron miradas de entendimiento. "Vamos a ayudarles. Necesitamos la dirección de Simón y tu contacto. Nos pondremos en contacto contigo muy pronto", aseguraron, expresando determinación en sus voces.

Proporcioné la dirección de Simón y mi número de contacto, sintiendo un alivio gradual al saber que las autoridades estaban tomando en serio mi caso. Después de más formalidades y acuerdos sobre el seguimiento del caso, nos permitieron irnos con la promesa de mantenernos informados.

Salimos de la comisaría con un sentimiento de alivio mezclado con tensión. Sabía que el camino hacia la justicia y la recuperación aún era largo, pero con el apoyo de mis amigos y el compromiso de las autoridades, me sentía más fuerte que nunca para enfrentar lo que viniera a continuación.

Los oficiales de policía nos escuchaban atentamente mientras explicábamos lo sucedido. Sentí la necesidad de compartir algo que cambiaría todo.

"Simón intentó matarme porque era vulnerable debido a mi situación física. Siempre he estado en silla de ruedas debido a mi discapacidad, incluso antes del accidente", dije con voz firme, mirando directamente a los oficiales presentes. Sentía que cada palabra pesaba, pero era crucial que entendieran la gravedad de la situación.

"Él me engañó varias veces durante nuestra relación. Después de terminar conmigo para estar con su nueva novia, Amara, trató de volver, pero le dejé claro que no quería reconciliarme, especialmente cuando él todavía estaba con Amara", continué, recordando la sensación de incredulidad y traición que había sentido en aquel entonces.

Uno de los oficiales frunció el ceño ligeramente, procesando la información. "¿El nombre completo de la nueva novia es Amara Gómez?" preguntó, buscando confirmación.

Asentí con firmeza. "Sí, Amara Gómez", respondí, asegurándome de que cada detalle fuera claro y preciso.

Los tres oficiales intercambiaron miradas de entendimiento. "Vamos a ayudarles. Necesitamos la dirección de Simón y tu contacto. Nos pondremos en contacto contigo muy pronto", aseguraron, expresando determinación en sus voces.

Proporcioné la dirección de Simón y mi número de contacto, sintiendo un alivio gradual al saber que las autoridades estaban tomando en serio mi caso. Después de más formalidades y acuerdos sobre el seguimiento del caso, nos permitieron irnos con la promesa de mantenernos informados.

Salimos de la comisaría con un sentimiento de alivio mezclado con tensión. Sabía que el camino hacia la justicia y la recuperación aún era largo, pero con el apoyo de mis amigos y el compromiso de las autoridades, me sentía más fuerte que nunca para enfrentar lo que viniera a continuación.

Mientras caminábamos hacia casa, el grupo conversaba en voz baja, tratando de procesar todo lo que acababa de suceder en la comisaría. María, con su mirada seria pero reconfortante, me dedicó una sonrisa alentadora. "Lo hiciste muy bien, Luna. Ahora es cuestión de tiempo para que se haga justicia."

"Gracias, María. Me siento aliviada de que estemos avanzando en esto", respondí sinceramente, sintiendo un peso que se aligeraba poco a poco.

Unas semanas después, mi vida comenzaba a retomar su curso habitual. Las sesiones de rehabilitación con el doctor Álvarez seguían siendo intensas, pero cada día me acercaban más a recuperar mi movilidad perdida. Sentía el apoyo incondicional de mis padres y mi hermano mayor, Adam, quienes me daban la fuerza necesaria para seguir adelante. Sabía que tenía que rehacer mi vida y no permitir que el incidente con Simón definiera mi futuro.

Durante este tiempo, Tomás fue un pilar constante de apoyo y amor. Nuestras videollamadas se convirtieron en una rutina reconfortante, llenas de largas conversaciones y risas compartidas. Aunque la distancia nos separaba físicamente, nuestra conexión emocional seguía siendo fuerte. Noches tras noches, disfrutábamos viendo películas juntos a través de la pantalla, creando momentos especiales que atesoraba profundamente.

En el frente creativo, la editorial con la que había estado trabajando me emocionó con la noticia de que estaban preparando la publicación de mi novela justo a tiempo para el verano. "El Reino Submarino", como la había titulado, estaba destinado a capturar la imaginación de los lectores con su mundo mágico y personajes entrañables. Cada vez que hablaba con ellos, sentía una mezcla de nervios y anticipación, emocionada por ver mi trabajo cobrar vida y compartirlo con el mundo.

Pocos días después de nuestra visita a la comisaría, recibí una llamada que marcó un giro definitivo: Simón había sido arrestado y estaba bajo custodia. Sentí un profundo alivio mezclado con una sensación de justicia finalmente cumplida. Era el primer paso hacia dejar atrás la oscuridad que había marcado un capítulo tan difícil de mi vida.

Aquella misma noche, decidí celebrar junto a mis amigos más cercanos. Organizamos una pequeña fiesta en casa, llena de risas, música y una atmósfera de apoyo mutuo. Era una celebración de la vida, del amor entre amigos y del inicio de nuevos comienzos. La casa resonaba con historias compartidas y planes emocionantes para el futuro.

En los días siguientes, también celebramos el cumpleaños de mi madre y tuvimos reuniones más íntimas entre amigos en casa de María. Cada momento era especial, recordándome la importancia de apreciar las pequeñas cosas y el amor de quienes me rodeaban.

Una tarde, después de las clases en la universidad, decidí dedicar tiempo a mi escritura. Sentía que mis personajes clamaban por ser escuchados, sus historias anhelando ser contadas. Tomé mi computadora portátil y me dirigí al café de la esquina, donde Ana, la amable propietaria, siempre me recibía con una sonrisa cálida y una taza de café humeante.

El ambiente acogedor del café y el bullicio suave de las conversaciones a mi alrededor me inspiraban. Elegí una mesa en la terraza, desde donde podía observar la vida cotidiana y dejarme llevar por la corriente de mi imaginación. Ana se acercó con su habitual alegría, preguntándome qué estaba escribiendo esta vez mientras me servía mi café preferido.

"Luna, ¡qué alegría verte! ¿Qué vas a tomar hoy?" me preguntó, con una sonrisa.

"Un café helado grande, con bastante agua y hielo, por favor, Ana. Y un muffin de chocolate, como siempre," respondí, sonriendo de vuelta.

"Perfecto, en un momento te lo traigo."

Me acomodé en mi silla de ruedas eléctrica y abrí la computadora. Las palabras empezaron a fluir casi de inmediato. Los capítulos de mi novela se desarrollaban ante mis ojos, cada frase cargada de emoción y esperanza. A medida que escribía, sentía que dejaba atrás el dolor y el miedo, y que me acercaba a una versión más fuerte de mí misma.

Ana trajo mi pedido y lo dejó sobre la mesa. "Espero que disfrutes," dijo antes de regresar al mostrador.

El café se llenó lentamente con el murmullo de las conversaciones, el tintineo de las tazas y el aroma del café recién hecho. Todo contribuía a un ambiente perfecto para la creatividad. Cada sorbo de café helado y cada bocado de muffin me daban la energía para seguir escribiendo.

Perdí la noción del tiempo mientras mis dedos tecleaban furiosamente. La historia tomaba vida propia, y yo era simplemente el canal a través del cual se expresaba. Después de un rato, me detuve a releer lo que había escrito y sentí una oleada de satisfacción. La novela estaba tomando una dirección hermosa, llena de esperanza y redención.

Respiré hondo y miré la calle del otro lado de dónde estaba sentada en la terraza del café. La tarde había pasado y el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados. Era un recordatorio de que, a pesar de todo lo que había pasado, había belleza y promesa en cada nuevo día.

Recogí mis cosas y me acerqué al mostrador para despedirme de Ana. "Gracias por todo, Ana. Este lugar siempre me ayuda a concentrarme."

"De nada, Luna. Sabes que siempre eres bienvenida aquí. ¡Buena suerte con tu novela!"

"Gracias, lo aprecio mucho."

Salí del café con una sensación de logro y paz. Sabía que aún tenía un largo camino por recorrer, pero con cada paso, con cada palabra escrita, me acercaba más a la vida que quería construir.

Cada día que pasaba, me sentía más fuerte y más decidida a seguir adelante. Con el apoyo de Tomás, mi familia y mis amigos, sabía que podía superar cualquier obstáculo. Y con cada página que escribía, dejaba atrás el pasado y abrazaba el futuro con esperanza y determinación.

Después de aquella tarde en el café, sentí cómo mi novela, inspirada en el amor entre una sirena y un joven humano, llegaba a su desenlace. Cada palabra escrita no solo narraba la lucha de dos mundos por unirse, sino que también reflejaba mi propia historia con Tomás. A pesar de la distancia y las adversidades, nuestro amor se fortalecía día tras día.

Desde mi infancia, viví con una enfermedad física que limitaba mi movilidad. Encontrar a Tomás fue más que encontrar un amor; fue descubrir alguien que me veía como una persona completa, capaz de superar cualquier desafío. Juntos, enfrentamos las tormentas emocionales que venían con la distancia, apoyándonos mutuamente a través de llamadas y citas virtuales que llenaban de luz nuestras noches oscuras.

Mientras continuaba mi rehabilitación con el Dr. Álvarez, también me esforzaba por avanzar en mi tesis de fin de máster. La graduación se aproximaba rápidamente, un hito que celebraría con emoción y gratitud por todos los esfuerzos y sacrificios realizados. Cada página escrita era un testimonio de las pérdidas y los logros experimentados en el último año.

El momento más significativo llegó cuando decidí confrontar a mi tía Carmen y a mis tíos y tías de ambas partes de la familia, quienes durante años habían menospreciado mi discapacidad, haciéndome sentir que no era suficiente por mí misma. Aquella confrontación no solo fue un acto de liberación personal, sino también un paso hacia la paz interior. Finalmente, estaba lista para compartir la verdad con ellos, revelando cómo sus actitudes habían afectado mi autoestima y mostrando mi fortaleza al superar sus palabras hirientes.

Pero no solo Carmen había sido la única que me maltrataba, también los tíos y tías de ambas partes de mi familia, tanto del lado de mi padre como de mi madre, contribuyeron a ese menosprecio que tuve que enfrentar desde muy joven. Enfrentar a todos ellos no fue fácil, pero sentí una gran liberación al hacerlo, dejando atrás años de dolor y frustración.

En medio de estos desafíos personales, encontré consuelo y alegría en la compañía de amigos y familiares. Las risas compartidas en las fiestas en casa de María, las noches de cine virtual con Tomás y los días de escritura en el acogedor café de Ana se convirtieron en momentos preciosos que nutrían mi alma.

A medida que me acercaba al día de la graduación y al lanzamiento de mi novela, reflexionaba sobre mi crecimiento personal y la valentía que había demostrado. El amor verdadero, el apoyo incondicional de mis padres y amigos, y mi propia determinación para seguir adelante eran las lecciones más valiosas que había aprendido.

En los días que siguieron, me preparé para compartir mi historia a través de mi novela con el mundo. Era un relato de amor y coraje, inspirado en mi propia vida y en las personas que me habían enseñado el verdadero significado de la fuerza interior. Estaba agradecida por cada paso dado, cada obstáculo superado y cada persona que había iluminado mi camino con su amor y apoyo.

Pero algo seguía doliéndome profundamente: la distancia que separaba a Tomás y a mí. Aunque nuestro amor era fuerte y resistía las pruebas del tiempo y la distancia, había momentos de incertidumbre en los que me preguntaba si alguna vez podríamos encontrarnos físicamente. Tomás tenía compromisos laborales y responsabilidades que lo mantenían ocupado, y la idea de que solo un día juntos parecía una ilusión difícil de alcanzar. Esta incertidumbre a veces me atormentaba, pero el amor que compartíamos me daba la fuerza para seguir adelante, esperando el día en que la distancia entre nosotros desapareciera.

En aquella espera, encontraba consuelo en el apoyo inquebrantable de mis amigos y en los pequeños momentos de felicidad que llenaban mis días. La semana pasada fue el cumpleaños de mi madre, una celebración íntima en casa que nos recordó la importancia de la familia y el amor compartido. También organizamos algunas fiestas entre amigos en casa de María, donde las risas y las conversaciones animadas nos ayudaron a olvidar por un momento los desafíos que enfrentábamos.

Entre estas celebraciones y momentos de camaradería, Tomás y yo continuábamos nuestras citas virtuales, compartiendo la pantalla para ver películas como si estuviéramos juntos en el cine. Cada una de estas noches se convertía en un oasis de tranquilidad y conexión en medio de nuestras vidas agitadas y separadas por miles de kilómetros.

El día que recibí la llamada de la policía informándome que habían arrestado a Simón, sentí un alivio profundo. Sin embargo, decidí no compartir todos los detalles con mis padres, simplemente les dije que el sujeto había sido identificado y que ya no había peligro para mí. Esa noche, organizamos una fiesta en mi casa para celebrar este pequeño triunfo sobre el pasado oscuro que me había perseguido durante tanto tiempo. Invitamos a amigos y familiares, compartiendo risas y abrazos en un ambiente de alegría y gratitud.

Mientras avanzaba hacia el futuro, sentía que había encontrado la paz interior y la felicidad que tanto había buscado. Mi amor por Tomás, mi fuerza para superar los desafíos y el apoyo constante de quienes me rodeaban me recordaban que, aunque el camino había sido difícil, cada paso había valido la pena. Estaba lista para enfrentar los nuevos capítulos que la vida tenía reservados para mí, con esperanza y confianza en el poder del amor y la resiliencia humana.

En los días siguientes, una noticia emocionante me aguardaba: en unos días tendría mi primera cita con la editorial. Era la primera vez en mi carrera como escritora que enfrentaría un paso tan importante, el primer paso tangible hacia la publicación de mi libro. La emoción me invadía y crecía con cada pensamiento sobre esa cita. Aunque ya había hablado con la editorial varias veces por correos electrónicos, el hecho de ir en persona me llenaba de una mezcla abrumadora de felicidad, amor, alegría, incertidumbre y confusión.

Me sentía como una niña pequeña en la víspera de Navidad, incapaz de contener la anticipación. María y Tomás eran las únicas dos personas cercanas a mí que sabían sobre la inminente publicación. Compartían mi alegría y me ofrecían su apoyo incondicional, algo que significaba el mundo para mí. Su presencia me daba fuerzas para enfrentar los desafíos que vendrían con este nuevo capítulo en mi vida.

Cada noche antes de la cita, mis pensamientos se llenaban de preguntas y expectativas. ¿Cómo sería la reunión en la editorial? ¿Qué detalles discutiríamos sobre la portada, el proceso de promoción y otros aspectos cruciales de la publicación? Mi historia, inspirada en un mundo submarino y en el amor entre una sirena y un humano, pronto llegaría a manos de los lectores. ¿Cómo reaccionarían al descubrir los desafíos y maravillas que había explorado en mis páginas? ¿Aceptaría el mundo mi historia con el mismo amor con el que la había escrito?

A medida que el día de la firma se acercaba, las preguntas comenzaban a revolotear en mi mente. ¿Cómo manejaría la presión y las expectativas de ser una autora publicada? ¿Cómo afectaría esto a mi vida personal, especialmente en relación con Tomás y nuestra lucha contra la distancia? El amor entre nosotros seguía siendo fuerte, pero ¿podríamos encontrar una manera de superar los obstáculos que nos separaban físicamente?

Las incertidumbres se mezclaban con la emoción mientras contemplaba el futuro incierto. Aunque tenía claro mi camino como escritora, el camino hacia una vida plena y completa, tanto personal como profesionalmente, parecía estar lleno de encrucijadas y decisiones difíciles. ¿Podría equilibrar mi carrera y mis relaciones? ¿Sería capaz de mantener la misma pasión y dedicación en ambos aspectos de mi vida?

Con el corazón lleno de gratitud por el apoyo inquebrantable de María y Tomás, me preparé para las próximas etapas. ¿Qué otros desafíos y triunfos me esperaban más allá de la publicación del libro? ¿Cómo afectaría esto a mis relaciones y mi percepción del mundo que me rodea? ¿Lograríamos Tomás y yo superar la distancia y encontrarnos finalmente en persona, borrando las barreras que nos separaban?

Mientras me sumergía en estas reflexiones, una cosa era segura: mi viaje estaba lejos de terminar. Cada página escrita, cada paso dado, cada elección hecha seguía formando parte de una historia en evolución, donde las respuestas a las preguntas planteadas hoy esperaban ser descubiertas en los próximos capítulos de mi vida.

El día de la cita se acercaba rápidamente, y con él, la promesa de un nuevo comienzo. Mi corazón latía con fuerza, lleno de emoción y esperanza. Sabía que este era solo el principio, y aunque el camino estaba lleno de incertidumbres, estaba lista para enfrentarlo con valentía y determinación. La vida, con todas sus complejidades y maravillas, me esperaba, y yo estaba ansiosa por descubrir lo que el futuro tenía reservado para mí.

Este cambio radical en mi vida estaba a punto de convertir uno de mis sueños más profundos en realidad. Hasta ahora, había publicado mis novelas en una plataforma en línea, donde había conseguido una base de lectores fieles y muchas vistas. Sin embargo, mi mayor sueño siempre había sido ver mis historias publicadas en formato físico, sostener un libro con mi nombre en la portada, sentir el peso de las páginas que había escrito y dedicar una réplica de mi libro a mi estantería. Este sueño estaba a punto de realizarse, y la emoción era casi abrumadora.

¿Cómo afectaría este cambio a mi vida? Ver mi sueño materializarse frente a mis ojos me llenaba de una mezcla de felicidad y ansiedad. La idea de tener mi libro en las manos, algo tangible y real, me hacía sentir que mi carrera estaba a punto de despegar. Este logro no solo era un hito personal, sino también una validación de todo el trabajo y esfuerzo que había invertido. Estaba a punto de comenzar un nuevo capítulo en mi vida, uno en el que mi pasión por la escritura podría tocar los corazones de muchas más personas. Sin embargo, también me asaltaban las dudas. ¿Sería capaz de manejar la fama si llegara a ser famosa? ¿Podría mi historia resonar con los lectores y dejar una huella duradera?

Todas estas preguntas se agolpaban en mi mente y en mi corazón. La incertidumbre y la expectativa se entrelazaban en un torbellino de emociones. Estaba a punto de embarcarme en una aventura que podría cambiar mi vida para siempre. Mi historia, que había surgido de un lugar profundo dentro de mí, estaba a punto de volar hacia el mundo exterior. ¿Podría esta historia tocar las vidas de otros de la misma manera en que había tocado la mía? Estaba dispuesta a descubrirlo, enfrentando con valentía cada nuevo desafío que este emocionante camino me presentara.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top