CAPÍTULO: N°17
Estaba sentado en el salón de mi casa, con la cabeza entre las manos. Ver a mi familia desmoronarse día a día era más de lo que podía soportar. Mamá había perdido mucho peso y la chispa en sus ojos se había apagado. Papá estaba hundido en una depresión, atormentado por la culpa.
"Tenemos que hablar" dije finalmente, rompiendo el silencio que se había vuelto casi palpable. Levanté la vista y vi a mis padres mirándome con ojos cansados y desesperados.
"No quiero hablar ahora, Adam" respondió mamá, su voz apenas un susurro.
Sentí una punzada de desesperación en el pecho, pero me obligué a seguir. "Mamá, esto no está bien. Luna nunca aceptaría verte así. Estás perdiendo peso, te estás agotando, y lo peor es que estás perdiendo la esperanza."
Mamá levantó la vista, con lágrimas en los ojos. "¿Qué esperas que haga? Mi hija está en coma. No hay nada que pueda hacer."
Tomé una respiración profunda, buscando las palabras adecuadas. "Pero Luna necesita que te cuides. Cuando despierte, y sé que lo hará, va a necesitarte fuerte y saludable. No podemos rendirnos ahora."
Papá, que había estado en silencio hasta ese momento, finalmente habló. "Es mi culpa" dijo en voz baja. "Si hubiera actuado aquel día cuando Luna nos habló de sus sentimientos y hubiera puesto límites a mi hermana, dando la razón a Luna, nada de esto habría pasado. Luna nunca se hubiera ido a casa de María y nunca habría sucedido eso. No sabemos quién la atropelló ni por qué sucedió. Tanto Carmen como los demás hermanos y hermanas míos y los tuyos también, Isabel, tienen parte de culpa."
Negué con la cabeza, sintiendo una mezcla de tristeza y frustración. "Papá, no es así. Nadie podía prever lo que iba a pasar. No puedes seguir culpándote. Lo único que podemos hacer ahora es ser fuertes por Luna."
La habitación se sumió en un silencio pesado. Miré a mis padres y sentí una oleada de desesperación y amor. Sabía que teníamos que seguir adelante, por Luna y por nosotros mismos. La espera era dolorosa, pero la esperanza seguía viva en algún rincón de mi corazón.
Cada día era una lucha, pero me aferraba a la idea de que Luna se despertaría. La imagen de su sonrisa, su risa, su fuerza, todo eso me mantenía en pie. ¿Podría nuestra familia superar esta prueba? ¿Podría Luna regresar a nosotros? No tenía todas las respuestas, pero sabía que no podíamos rendirnos. No ahora, no nunca.
Los miré a ambos con firmeza. "Tengo que ir al hospital ahora. María necesita descansar, así que voy a reemplazarla. Os avisaré de cualquier cosa nueva."
Mamá asintió, pero la tristeza en sus ojos era inconfundible. "Gracias, Adam. No sé qué haríamos sin ti.
Papá, en cambio, parecía más preocupado. "Solo ten cuidado, hijo. Y... dales un beso a Luna de nuestra parte."
Me levanté y me acerqué a ellos, poniéndoles una mano en el hombro a cada uno. "Voy a estar bien. Pero por favor, intentad ser fuertes por Luna. Ella necesita que estéis bien cuando despierte, no por mí, sino por ella."
Salí de la casa con una mezcla de determinación y ansiedad. Mientras caminaba hacia el hospital, no podía dejar de pensar en lo frágil que se había vuelto nuestra situación. ¿Cómo habíamos llegado a este punto? La imagen de Luna en su cama de hospital me perseguía, y cada paso que daba era una súplica silenciosa por su recuperación.
Al llegar al hospital, vi a María en la sala de espera, con ojeras profundas y una expresión de agotamiento. Se levantó cuando me vio. "Gracias por venir, Adam. Necesito un descanso."
"Claro, María. Ve a casa y descansa. Yo me encargo de aquí."
Ella me dio una sonrisa débil antes de irse. Entré en la habitación de Luna y me senté a su lado, tomando su mano. "Aquí estoy, hermanita" murmuré. "Estamos todos esperando a que despiertes. Te necesitamos, Luna."
La habitación estaba en silencio, pero en mi corazón había un torbellino de emociones y preguntas sin respuesta. ¿Cuánto más tendríamos que esperar? ¿Podría Luna volver a ser la misma de antes? No lo sabía, pero seguía aferrándome a la esperanza.
Los siguientes días pasaron en una rutina agotadora y angustiante. Nos intercambiábamos en turnos entre papá, mamá, María, Juan, yo y Tomás, quien solo podía estar con nosotros por videollamada debido a la distancia. Cada uno de nosotros aportaba su energía y su amor, intentando mantener a Luna rodeada de la fuerza que necesitaba para despertar.
Hubo días en los que parecía que el tiempo se había detenido. Algunos días, la situación de Luna se complicaba con fiebres repentinas o fluctuaciones en sus signos vitales, lo que nos llenaba de miedo y desesperación. En otras ocasiones, todo estaba en calma, pero esa calma era engañosa, una tregua momentánea en una guerra constante contra la incertidumbre.
Mamá y papá estaban visiblemente desgastados. Papá cargaba con un peso enorme de culpa, recordando constantemente el día en que Luna les habló de sus sentimientos y él no actuó con la firmeza que ella necesitaba. "Si hubiera puesto límites a Carmen y escuchado a Luna, tal vez nada de esto habría pasado. Luna no se habría ido a casa de María, y nunca habría sucedido esto. ¿Quién sabe quién la atropelló o por qué?" repetía una y otra vez, como si esas palabras pudieran cambiar el pasado.
María, siempre tan fuerte, comenzaba a mostrar signos de agotamiento. Sus ojos estaban constantemente enrojecidos y su sonrisa habitual se había desvanecido. Juan trataba de ser el pilar, manteniendo a todos en pie con su optimismo, pero incluso él tenía momentos de flaqueza, momentos en los que la realidad se volvía demasiado pesada para soportar.
Por mi parte, intentaba ser el equilibrio entre todos. Mantenía las comunicaciones con los médicos, asegurándome de que Luna recibiera el mejor cuidado posible. A veces me sentía abrumado, pero sabía que no podía permitirme caer. Tomás, a pesar de la distancia, era un apoyo constante. Sus videollamadas eran un recordatorio de que no estábamos solos en esto, aunque su ausencia física era palpable.
En las noches más solitarias, mientras estaba sentado al lado de Luna, una pregunta seguía dando vueltas en mi mente: ¿quién pudo haberle hecho esto a Luna? ¿Había sido realmente un accidente, o alguien lo había hecho a propósito? La incertidumbre me carcomía por dentro. ¿Podría haber alguien con intenciones tan oscuras hacia Luna?
Estos pensamientos no me dejaban descansar. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro sereno de Luna en la cama del hospital, y la pregunta sin respuesta seguía ahí, insistente. Nos aferrábamos a la esperanza de que ella despertara y pudiera darnos respuestas, pero hasta entonces, la incertidumbre era nuestra compañera constante.
La angustia de no saber la verdad nos unía y nos dividía al mismo tiempo. La espera continuaba, cada día una prueba de nuestra paciencia y amor. A medida que los días se convertían en semanas, la lucha por la recuperación de Luna se volvía una batalla interna para todos nosotros, llena de preguntas sin respuesta y una esperanza que nunca se apagaba.
Era mi turno de cuidar a Luna, mi querida y amada Luna, a través de la pantalla de mi computadora y la computadora que habían instalado los médicos en su habitación. A las cuatro de la mañana en el hospital, el mundo dormía a su alrededor, pero para mí, en mi lado del planeta, eran las once de la noche. El cansancio se acumulaba en mis ojos, pero me negaba a descansar mientras Luna seguía en ese estado.
Me conecté a la videollamada, ajustando mi laptop para poder verla mejor. Su rostro, inmóvil y pálido, estaba cubierto por la máscara de oxígeno, y los monitores parpadeaban con la cadencia de sus signos vitales. Me senté frente a la pantalla, con el corazón pesado, y comencé a hablarle.
"Hola, mi amor," dije con una sonrisa que intentaba ser reconfortante. "Hoy tuve un día largo en el trabajo. Están construyendo un nuevo proyecto y hay mucho que hacer. Pero todo el tiempo solo pienso en ti. Me imagino el momento en que te despiertes y te cuente todo esto en persona."
Me quedé en silencio un momento, observando su rostro sereno. "Hoy en el trabajo, uno de mis compañeros me trajo café. Recordé cuánto te gusta el café de esa pequeña cafetería cerca de tu casa. Te prometo que cuando despiertes, iremos allí y te compraré tu café favorito."
Las palabras seguían saliendo, una tras otra, mientras intentaba mantener la conexión con ella, aunque fuera a través de historias mundanas de mi día. Pero a medida que avanzaba la noche, la incertidumbre y la confusión comenzaron a apoderarse de mí. Mi voz empezó a quebrarse, y las lágrimas comenzaron a caer sin control.
"Por favor, Luna, no me dejes," rogué, mi voz cortada por el llanto. "Todos te estamos esperando con los brazos abiertos. Tu mamá, tu papá, Adam, María... todos te necesitan. Te amo tanto. No puedo imaginar mi vida sin ti. Por favor, abre los ojos."
Me tapé la boca con la mano, tratando de contener el sollozo que amenazaba con desbordarse. "Te quiero a mi lado, Luna. Quiero seguir mi vida contigo. Quiero casarme contigo, tener una familia contigo. Por favor, no me dejes aquí solo."
En un intento desesperado por reconfortarla, comencé a tararear una melodía suave, una canción que siempre le había gustado a Luna. Mi voz temblaba al principio, pero poco a poco se estabilizó, permitiendo que la música fluyera a través de la conexión. Las notas eran tristes y esperanzadas a la vez, cargadas con todo el amor y la desesperación que sentía en ese momento.
"Te amo, Luna," susurré entre lágrimas. "Vuelve a nosotros. Vuelve a mí." Continué tarareando, aferrándome a la esperanza de que, de alguna manera, mis palabras y mi música llegaran a ella, despertándola de su letargo.
Eran casi las cinco de la mañana en el hospital. Había estado hablando sin parar, tratando de mantener el ánimo, llenando el silencio con palabras de amor y promesas de futuro. Mis ojos estaban hinchados de tanto llorar, pero no me importaba. Luna lo era todo para mí.
"Mañana será un día mejor, lo prometo," le dije suavemente. "Vendrá tu familia a verte, y María me dijo que te traerá unas flores preciosas. Sé cuánto te gustan las flores, Luna. Imagino cómo será cuando despiertes y las veas. Estarán ahí para darte la bienvenida de vuelta."
Me quedé en silencio un momento, observando su rostro. La calma de la habitación era casi opresiva, y el sonido constante de los monitores parecía más fuerte que nunca. Una lágrima solitaria resbaló por mi mejilla. "Por favor, Luna," susurré, con la voz entrecortada, "vuelve a nosotros."
De repente, en medio de ese silencio total, un susurro apenas audible rompió la quietud. "To...ma..."
Me congelé. Mi corazón latía con fuerza mientras mis ojos se abrían de par en par. "¿Luna?" dije, casi sin aliento, acercándome más a la pantalla. "¿Me escuchas? ¡Luna, estoy aquí!"
Volví a escucharla, esta vez un poco más fuerte. "To...ma..."
Las lágrimas de alegría comenzaron a caer por mis mejillas. "¡Sí, amor, soy yo! Estoy aquí, siempre he estado aquí." Apenas podía contener mi emoción. "Te escucho, Luna. Estoy aquí contigo. Todo va a estar bien."
Vi cómo sus párpados temblaban ligeramente, como si luchara por abrir los ojos. "Por favor, sigue hablando," pensé, deseando que mis palabras la guiaran de vuelta a nosotros. "Te amo tanto, Luna. Todos te estamos esperando."
La conexión parecía más fuerte que nunca. Sentía que cada palabra, cada susurro, cada lágrima que caía de mis ojos la alcanzaba, la atraía de vuelta desde el borde del abismo. "No te rindas, amor. Estamos aquí. Estoy aquí. Siempre estaré aquí."
El tiempo se detuvo mientras la observaba, esperando, rogando. ¿Podría ser esto el milagro que todos habíamos estado esperando? ¿Podría Luna finalmente estar regresando a nosotros?
La esperanza comenzó a florecer en mi pecho. "Te amo, Luna," susurré una vez más, esperando que mis palabras la guiaran de vuelta a la luz, a nosotros, a mí.
El susurro de Luna fue como un rayo de luz en la oscuridad. Sentí que mi corazón se llenaba de esperanza. "Estoy aquí, amor," repetí suavemente, intentando mantener la calma y no dejarme llevar por la emoción. "Estoy aquí contigo."
Seguí hablándole con dulzura, contando historias de nuestro futuro juntos, imaginando los días soleados que nos esperaban, las risas compartidas y los sueños por cumplir. "¿Recuerdas aquel día en el parque Túria? Yo estaba en la playa, del otro lado del mundo, y tú en un picnic divino, mágico y romántico. Nuestros momentos en la cafetería, hablando por horas a través de una pantalla... todo eso te espera, amor. Todo eso y más."
Cada palabra era una promesa, un hilo de esperanza que esperaba la trajera de vuelta a nosotros. "Vamos a pasear por el parque y sentir el sol en la piel. Te llevaré a esa pequeña cafetería que tanto te gusta y pediremos tus pasteles favoritos. Habrá tantas flores, Luna. Todo será hermoso, como siempre lo soñaste."
Los minutos pasaban y Luna parecía moverse ligeramente, sus párpados temblando. La emoción en mi pecho crecía con cada segundo. "Te amo tanto, Luna. No puedo esperar a verte sonreír de nuevo."
De repente, con un esfuerzo visible, sus labios se movieron otra vez. "To...más..." Esta vez, su voz era un poco más clara, como un eco que resonaba en la habitación.
"Luna, estás haciéndolo increíble. Estoy tan orgulloso de ti," dije, las lágrimas ahora de alegría. "Sigue así, amor. Estoy aquí, todos estamos aquí para ti."
Finalmente, después de unos momentos que parecieron eternos, Luna abrió los ojos lentamente. "Tomás," dijo, esta vez claramente, mirándome a través de la pantalla.
"¡Luna!" exclamé, sin poder contener mi felicidad. "¡Estás de vuelta, amor!"
Tomé rápidamente mi teléfono y mandé un mensaje al médico que estaba de guardia, describiendo lo que acababa de suceder. "Luna ha abierto los ojos y ha dicho mi nombre," escribí con manos temblorosas. "Por favor, vayan a su habitación de inmediato."
Mientras esperaba una respuesta, volví mi atención a Luna. "Estamos juntos en esto, amor. Todo va a estar bien. Te amo tanto."
Poco después, recibí un mensaje del médico, confirmando que irían a revisar a Luna inmediatamente. Sentí una ola de alivio y esperanza. "Lo has hecho, Luna. Estamos un paso más cerca de que todo vuelva a estar bien."
Las lágrimas seguían cayendo, pero esta vez eran de pura alegría. Miré a Luna con amor y gratitud, sabiendo que este era solo el comienzo de su regreso a nosotros. "Te amo más de lo que las palabras pueden expresar," le dije suavemente, sintiendo que nuestro vínculo se fortalecía con cada segundo que pasaba.
La espera había sido larga y dolorosa, pero este momento lo hacía todo valer la pena. Luna estaba regresando, y con ella, la esperanza y el amor que siempre habíamos compartido.
Los médicos y enfermeros entraron rápidamente a la habitación de Luna, sus movimientos llenos de profesionalismo y eficiencia. Uno de ellos, un doctor de aspecto serio pero amable, se acercó a la cámara que me mostraba a través de la pantalla.
"Tomás, tenemos que cortar la llamada por ahora," dijo con voz firme pero comprensiva. "Por favor, avisa a los padres, familiares y amigos de Luna que ya se ha despertado."
Mi corazón latía con fuerza mientras asentía, entendiendo la urgencia de la situación. "Claro, doctor. Gracias," respondí, intentando mantener la calma aunque la emoción me embargaba.
"Gracias por todo," añadí antes de que la pantalla se apagase, dejando una sensación de vacío momentáneo. Pero no había tiempo para quedarse quieto. Luna estaba despierta, y todos necesitaban saberlo.
Tomé mi teléfono y comencé a escribir mensajes frenéticamente. Primero, a Adam:
"Adam, Luna ha despertado. Los médicos están con ella ahora. Corre al hospital y lleva a tus padres."
Luego, a María y Juan:
"María, Luna ha abierto los ojos. Corre al hospital, por favor. ¡Juan, haz lo mismo!"
Sentí que mi corazón se llenaba de esperanza mientras enviaba los mensajes, imaginando las reacciones de cada uno al recibir la noticia. Mi mente estaba llena de imágenes de un futuro donde Luna y yo estaríamos juntos nuevamente, disfrutando de cada momento.
La espera en la distancia había sido agonizante, pero ahora todo estaba cambiando. Luna estaba de vuelta, y aunque todavía quedaba mucho camino por recorrer, este era el primer paso hacia nuestra nueva vida juntos.
Finalmente, me permití unos segundos para respirar y asimilar todo lo que había sucedido. Miré la pantalla en blanco de la computadora, recordando la expresión en el rostro de Luna cuando dijo mi nombre.
"Lo logramos, amor," susurré para mí mismo, una sonrisa iluminando mi rostro. "Lo logramos."
Desperté en una habitación blanca, el sonido de los monitores y el murmullo de las voces me rodeaban. Mi mente estaba borrosa, confundida, tratando de entender dónde estaba y por qué. Sentía el cuerpo pesado y el dolor era tenue pero constante. Lentamente, mis ojos se enfocaron y vi a varios médicos y enfermeros revisándome.
Uno de los enfermeros se acercó y comenzó a hablarme suavemente. "Luna, ¿puedes escucharme? ¿Sabes dónde estás?"
Traté de responder, pero las palabras no salían con facilidad. Finalmente, logré susurrar: "Sí... hospital..."
El enfermero asintió con una sonrisa alentadora. "Muy bien, Luna. Estás en el hospital. Estás despierta después de un tiempo en coma. Vamos a hacerte algunas preguntas para ver cómo estás, ¿de acuerdo?"
Asentí débilmente, mi mente tratando de recordar. Todo estaba nublado, como un sueño lejano. El enfermero continuó: "¿Recuerdas lo que te pasó?"
Cerré los ojos, tratando de concentrarme. Imágenes vagas empezaron a aparecer. "Estaba... en mi silla de ruedas... regresando a casa..."
"Sí, muy bien," dijo el enfermero, animándome a seguir. "¿Recuerdas qué pasó después?"
Me esforcé por recordar. La imagen de una calle y el sonido de un coche se hicieron más claros. "Cruzaba la calle... vi un coche... venía hacia mí... no frenaba..."
El enfermero asintió nuevamente. "Sí, un coche te atropelló. ¿Pudiste ver quién estaba conduciendo?"
Las imágenes en mi mente se volvieron más nítidas, aunque todavía estaban envueltas en una especie de niebla. Recordé el rostro del conductor, pero una duda me invadió. ¿Debía decirlo? Mi mente era un torbellino de pensamientos y emociones.
Recuerdo quién era. Lo vi claramente, ese rostro... ¿Debo decirlo? ¿Es seguro? ¿Qué pasará si lo hago? Necesito tiempo para pensar. No sé si confío en mi memoria ahora mismo.
Abrí los ojos nuevamente y miré al enfermero. "No... no estoy segura," mentí, sintiendo un peso en el pecho.
El enfermero asintió, sin presionarme más. "Está bien, Luna. No te preocupes. Lo importante es que estás despierta y estamos aquí para cuidarte."
A medida que me revisaban, traté de procesar todo lo que había pasado. ¿Cuánto tiempo había estado en coma? ¿Cómo estaban mis padres, mis amigos? La confusión era inmensa, pero una cosa era clara: estaba viva y ahora debía enfrentar lo que vendría.
Mientras los recuerdos volvían lentamente, sentí una mezcla de alivio y miedo. ¿Qué significaban esos recuerdos y qué debía hacer con ellos? ¿Quién era realmente esa persona que me atropelló? Las respuestas tendrían que esperar, pero por ahora, estaba agradecida de estar viva y despierta.
Los médicos terminaron de revisarme y el enfermero me sonrió nuevamente. "Descansa, Luna. Estás en buenas manos."
Asentí, dejando que mis ojos se cerraran lentamente. Mi mente seguía trabajando, tratando de juntar las piezas, pero sabía que necesitaba descansar para enfrentar lo que vendría después.
Pasó un tiempo desde que los médicos me dejaron descansar, mis pensamientos seguían fluyendo lentamente. La habitación estaba tranquila, el zumbido de los monitores era el único sonido constante. La puerta de la habitación se abrió suavemente y vi a María entrar. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero había una sonrisa en su rostro. Llevaba un peluche y un gran ramo de margaritas, mis flores favoritas. En el ramo había una pequeña carta.
María se acercó a mi cama, colocando las flores y el peluche junto a mí. "Luna, estoy tan feliz de que hayas despertado," dijo, su voz temblorosa por la emoción. Tomó la carta del ramo y me la entregó. La abrí con manos temblorosas y leí en voz baja:
"Amor, te quiero tanto. Estoy tan feliz de que hayas vuelto con nosotros. Tomás."
María sonrió mientras yo absorbía el mensaje. "Las flores son de parte de Tomás," me dijo, "pero el peluche es de mi parte. Quería darte algo para que te acompañe mientras te recuperas."
Lágrimas de felicidad rodaron por mis mejillas. "Gracias, María. Esto significa mucho para mí."
María se sentó a mi lado, sosteniendo mi mano. "Luna, ¿qué recuerdas de lo que pasó?
Tomé un profundo suspiro, sintiendo una mezcla de miedo y determinación. "María, creo que sé quién fue..."
María abrió los ojos con sorpresa. "¿De qué hablas, Luna?"
Sentí un nudo en la garganta, pero sabía que tenía que decirlo. "Sí, quien me atropelló. No fue un accidente."
El rostro de María se llenó de incredulidad y preocupación. "Luna, ¿estás segura? ¿Cómo lo sabes?"
Asentí, mirando fijamente a mi amiga. "Lo recuerdo. Vi su rostro antes de perder la conciencia. No sé por qué, pero estoy segura de que fue intencional."
María me miró a los ojos con una mezcla de curiosidad, anhelo y un leve temor, y me dijo: "Dime, ¿quién es? Lo o la conozco?"
Asentí con la cabeza, preparándome para revelar la verdad. Pero justo en ese momento, la puerta se abrió de nuevo, y entró toda mi familia: mis padres, mi hermano Adam y Juan, el novio de María. María dio un paso atrás, dejando un espacio de intimidad alrededor de la camilla, con una mezcla de preocupación y anhelo en su rostro.
Mis padres irrumpieron en lágrimas de felicidad al verme despierta y consciente. Albert se acercó primero, besándome suavemente en la mejilla, mientras mamá me dio un beso en la frente. Adam, siempre el bromista, tomó el peluche que María me había dado y lo levantó juguetonamente, diciendo: "Señor Osito está feliz de tener de vuelta a la Lunita."
Sentí sus caricias en mi cabello, transmitiéndome amor y alivio. Fue un momento de pura felicidad y alivio, pero entonces el doctor entró en la habitación. Con una sonrisa, nos dio las buenas noticias: estaba bien y permanecería en observación por dos días más. Si todo iba bien, pronto podría salir del hospital.
"Su mente, sus recuerdos, todo está perfectamente bien", dijo el doctor, tratando de calmar nuestras preocupaciones. "Tiene algunos moretones y heridas superficiales, pero sanarán con el tiempo. Es muy fuerte y se recuperará rápidamente con un poco de rehabilitación. Les recomendaré a un excelente doctor de rehabilitación, el doctor Álvarez."
Sonreí levemente al escuchar el nombre del doctor Álvarez. Hablé con voz suave: "Sí, lo sé. Es mi doctor de rehabilitación."
La habitación se llenó de un renovado sentido de esperanza y gratitud mientras abrazábamos, sabiendo que lo peor había pasado y que ahora podíamos mirar hacia un futuro más brillante.
Mis padres se habían ido, dejándome sumida en un sueño reparador. Me desperté horas más tarde cuando un enfermero entró en la habitación. Me ayudó a comer y me dio la medicación. Durante el proceso, traté de mantener una conversación ligera para desviar mi mente de la incomodidad.
Mientras el enfermero se preparaba para salir, aproveché la oportunidad. "¿Podría dejarme hablar con mi novio, Tomás? Por favor, lo necesito."
El enfermero dudó, frunciendo el ceño. "Luna, necesitas descansar."
"Lo sé," insistí con una mezcla de dulzura y determinación, "pero solo serán unos minutos. Por favor."
Finalmente, él asintió, conectando la computadora y configurando la videollamada. "Tienes 20 minutos. No más, no menos. Luego, vendré a terminar la llamada. Necesitas descansar, ¿de acuerdo?"
Asentí, agradecida. "Gracias."
Cuando Tomás apareció en la pantalla, una ola de emociones me invadió. Sus ojos brillaban de emoción al verme.
"Luna, finalmente. ¿Cómo te sientes?" preguntó con ansiedad y ternura.
"Mejor, ahora que te veo," respondí, tratando de mantener mi voz firme. "¿Cómo estás tú?"
"Verte despierta es lo mejor que me ha pasado en semanas. Te he extrañado tanto, Luna."
Las lágrimas comenzaron a acumularse en mis ojos. "Yo también te he extrañado, Tomás. Cada día, cada noche, pensaba en ti."
Tomás me miraba con amor y preocupación. "Luna, eres tan fuerte. Estoy tan agradecido de verte despierta."
"Te amo tanto, Tomás," dije, dejando que las lágrimas cayeran.
"Y yo a ti, Luna. Más de lo que puedes imaginar," respondió con voz temblorosa. "Prometo que todo saldrá bien. Estamos todos aquí para ti."
Nuestros pensamientos se entrelazaban con las palabras. Mientras hablábamos, recordaba cada momento compartido, cada palabra de aliento y cada gesto de amor. Tomás estaba igualmente emocionado, sus ojos brillaban al verme despierta, lleno de esperanza.
El tiempo pasó volando, y antes de que me diera cuenta, el enfermero volvió a la habitación. "Lo siento, Luna, pero es hora de descansar."
Asentí, sabiendo que era necesario. "Gracias por dejarme hablar con él."
Tomás sonrió una última vez antes de la desconexión. "Descansa, amor. Estoy contigo en cada momento.
Cerré los ojos y me dejé llevar por el sueño, sintiendo el dolor que persistía en mi cuerpo. Agradecí cada momento de conexión que me daba fuerzas para seguir adelante.
Después de la llamada con Luna, el nerviosismo aún palpable en mis pensamientos, marqué rápidamente el número de los padres de Luna. Sabía que tenía que actuar con prudencia, especialmente después de la conversación con el doctor.
El señor Aether respondió después de unos tonos largos y tensos.
"Tomás, ¿qué pasa ahora?" su voz era firme, pero pude percibir la preocupación detrás de sus palabras.
"Señor Aether, hablé con el doctor después de la consulta de Luna", comencé directamente, "y me dijo que todo está bien con respecto a su salud, pero sugirió que sería mejor no estresarla con ciertas noticias por ahora".
Hubo un breve silencio antes de que la señora Aether tomara el teléfono.
"Tomás, entendemos la situación", dijo con calma. "¿Qué más necesitas que hagamos?"
"Quería asegurarles que estoy aquí para Luna", continué, intentando transmitir mi sinceridad. "Y también quería pedirles que mantengamos en secreto por ahora que me conocen. Quiero seguir en contacto con ustedes, aunque sea discretamente, para poder apoyarla mejor".
Hubo una pausa mientras procesaban mis palabras.
"Tomás, agradecemos tu preocupación por Luna", dijo la señora Aether con voz suave. "Vamos a respetar tu deseo de mantener las cosas discretas. Estamos aquí para apoyar a Luna en todo lo que necesite".
Me sentí aliviado por su respuesta comprensiva.
"Gracias, señor Aether, señora Aether", respondí sinceramente.
Después de despedirme, dejé escapar un suspiro profundo. Cada conversación con los padres de Luna era un paso más hacia la aceptación y la colaboración en tiempos difíciles.
Dos días más tarde, después de una última revisión en el hospital, era el momento de salir con mis padres, mi hermano Adam y María. Adam manejaba mi silla de ruedas mientras nos dirigíamos hacia casa, nuestra casa familiar en la serrería cerca del río Turia. Al llegar a la entrada del edificio donde estaba nuestro apartamento en el tercer piso, suspiré aliviada. Finalmente, entramos.
Papá y Adam me guiaron lentamente por el pasillo hacia la puerta de mi habitación. Al abrir la puerta, una oleada de emociones me invadió al ver mi habitación, tan familiar y reconfortante. Estaba decorada en tonos morados claros con muebles blancos, con mi pequeño balcón acogedor donde solía pasar horas leyendo mis libros favoritos de fantasía y romance. La cama doble con múltiples almohadas en los mismos tonos de la habitación y las enormes cortinas que la rodeaban creaban un ambiente mágico y acogedor.
Adam y papá me colocaron con cuidado en la cama, haciéndome sentir segura y protegida en mi espacio familiar. Sus manos cálidas y familiares me tranquilizaban después de todo lo que había pasado en el hospital. María estaba cerca, observando con una sonrisa reconfortante.
Después de un rato, mamá regresó con una bandeja en las manos. Sobre ella, dos tazas de té de frutos del bosque, mi favorito, y un postre de chocolate, mi debilidad desde siempre. María se sentó a mi lado mientras mamá nos servía.
"¿Cómo te sientes, Luna?" preguntó mamá, colocando la bandeja en la mesita junto a la cama.
"Me siento mejor estando en casa", respondí sinceramente, tomando una de las tazas de té entre mis manos temblorosas.
María asintió con una sonrisa. "Nos alegra que estés de vuelta, Luna. Te hemos extrañado mucho."
"Gracias por estar aquí, María", dije, mirándola con gratitud mientras tomaba un sorbo del té caliente que me reconfortaba.
Papá se acercó y acarició mi cabello con ternura. "Vamos a estar contigo en cada paso, cariño. Todo va a ir bien."
Dos meses habían pasado desde el accidente, y mi vida se había convertido en una constante lucha entre la rehabilitación intensiva y el intento de retomar mi vida normal. Cada sesión con el doctor Álvarez era agotadora pero crucial, especialmente las que hacíamos en la piscina, donde sentía cómo mis músculos respondían con dificultad pero también con una sensación de progreso. Habíamos trabajado juntos durante más de cinco años desde que mi familia y yo nos mudamos a Valencia. Antes del accidente, había logrado avances significativos, incluso dando unos pocos pasos por primera vez sin ayuda. Pero ahora, todo eso parecía un recuerdo distante y amargo, eclipsado por la necesidad de reconstruir mi fuerza y movilidad desde cero.
El accidente había alterado mi vida de maneras inimaginables. Las pesadillas con el rostro del conductor que me atropelló seguían atormentándome cada noche, recordándome la noche oscura en que mi mundo se volvió del revés. Aunque sabía quién había sido, había decidido guardar ese conocimiento en lo más profundo de mi ser. Había sido mi decisión mantenerlo en secreto, temerosa de las repercusiones que podría tener revelarlo.
Durante estos meses, la vida había seguido su curso de manera desafiante pero también con rayos de esperanza. Retomé mi trabajo en la tesis de fin de máster, una meta que me ayudaba a mantener la mente ocupada y enfocada en el futuro. Recibí una respuesta alentadora de la editorial sobre mi escritura, lo cual fue un bálsamo para mi alma herida. A través de clases virtuales desde casa, María, Danna, y Juan se convirtieron en mis pilares de apoyo, ayudándome a recuperar la normalidad que tanto anhelaba.
Tomás, mi roca inquebrantable, seguía a mi lado a pesar de la distancia que nos separaba. Sus mensajes dulces, sus llamadas reconfortantes y nuestras videollamadas nocturnas eran el faro que iluminaba mis días oscuros. Sentía su amor y su apoyo incondicional en cada palabra y gesto, una certeza reconfortante en medio de la incertidumbre que me rodeaba.
Mi familia también jugaba un papel crucial en mi recuperación. Mis padres y Adam me rodeaban con amor y paciencia, sin saber la verdad que guardaba en mi corazón. Había sido un alivio que el doctor Álvarez mantuviera el secreto sobre los pasos que había dado antes del accidente. Si mis padres hubieran sabido de esos pequeños logros, estarían destrozados por verme retroceder tanto después del accidente.
Pero mientras la vida intentaba recuperar un sentido de normalidad, las preguntas sin respuesta seguían atormentándome. ¿Debía decir la verdad y enfrentar las consecuencias de denunciar al conductor que me había cambiado la vida? ¿Debería ir a la policía y contarles lo que sabía? ¿O era mejor mantenerlo en secreto para proteger a quienes amo?
Cada día, estas interrogantes martilleaban mi mente, desafiándome a tomar decisiones que podrían alterar mi vida y la de quienes me rodeaban. En la quietud de la noche, cuando el silencio me envolvía y solo la luz de la luna iluminaba mi habitación, me enfrentaba a estas preguntas con miedo pero también con determinación. Sabía que algún día tendría que enfrentar la verdad, pero por ahora, decidí esperar, aferrándome a la frágil calma que había logrado construir en medio del caos.
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