CAPÍTULO: N°12

El sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas cuando decidí enfrentar la tormenta que había dejado atrás la noche anterior. María me había ayudado a prepararme mentalmente, pero ahora estaba sola, enfrentando la casa de mis padres y la presencia inminente de Carmen.

Adam abrió la puerta con una mirada de alivio y preocupación. "Luna, estás de vuelta. ¿Estás lista para esto?"

Asentí con determinación y entré. Mis padres estaban en la sala, junto a Carmen, cuya expresión de desdén se suavizó momentáneamente al verme entrar.

"Mamá, papá," empecé, mi voz temblando ligeramente por la emoción contenida. "Tenemos que hablar."

Mi madre miró hacia Carmen con un gesto nervioso, buscando su aprobación silenciosa antes de decir algo. "Luna, cariño, entiendo que estés molesta, pero Carmen es tu tía. Deberías respetarla."

Mis emociones se agitaron como una tormenta. "Respeto es una calle de dos vías, mamá. Carmen no ha mostrado ningún respeto hacia mí durante años."

Carmen se cruzó de brazos, lista para intervenir. "Oh, aquí vamos otra vez. Siempre dramática, Luna. No puedes esperar que te traten como a una niña de cristal."

"No se trata de dramatismo, Carmen," repliqué, mi voz elevándose con cada palabra. "Se trata de dignidad y respeto. No voy a callarme más."

Mi padre intentó intervenir para calmar las aguas. "Luna, baja la voz. No necesitamos hacer un escándalo."

"¡Pero eso es exactamente lo que han estado haciendo durante años!" exclamé, sintiendo cómo la ira y la frustración explotaban dentro de mí. "Callándome, ignorando cómo me siento. No puedo seguir tolerando esto."

Adam se puso a mi lado, su presencia reconfortante. "Estoy contigo, Luna. Es hora de que todos escuchen."

Mis padres intercambiaron miradas preocupadas, conscientes de que la situación estaba fuera de su control. Carmen bufó, con un gesto de impaciencia.

"¿Qué es lo que quieres, Luna? ¿Una disculpa por ser realista contigo?" dijo Carmen con desdén.

"No se trata de eso, Carmen," respondí, sintiendo la adrenalina de enfrentar finalmente la verdad. "Se trata de cómo me has hecho sentir toda mi vida. Como si mi discapacidad definiera mi valía."

Mi madre se levantó, su voz temblorosa. "Luna, no es tan simple."

"Sí que lo es, mamá," corté, mis palabras resonando en la sala. "He pasado años sintiéndome juzgada, menospreciada por mi propia familia. No puedo seguir permitiéndolo."

Mis padres intentaron de nuevo calmar la situación, pero ya era demasiado tarde. La explosión emocional que había estado conteniendo durante años salió a borbotones.

"¡Es por eso que estoy hablando, mamá!" grité, las lágrimas mezclándose con mi voz. "Porque es familia, y la familia no te trata así. No puedes seguir ignorando esto."

Adam me sostuvo con firmeza, su mirada de apoyo inquebrantable. "Estoy aquí, Luna. Siempre."

Carmen se quedó en silencio por primera vez, mirándome con una mezcla de sorpresa y desafío. "No pensé que te molestaras tanto, Luna. Pensé que tenías más piel gruesa."

"No se trata de piel gruesa, Carmen," dije, mi voz temblorosa pero firme. "Se trata de ser tratada con el mismo respeto que cualquier otro miembro de la familia. Y eso es algo que merezco."

El silencio llenó la habitación, cargado con la tensión y la emoción cruda que habían inundado el aire. Mis padres se miraron, viendo el dolor y la determinación en mis ojos. Finalmente, mi padre suspiró, visiblemente agotado.

"Luna, basta ya," dijo, su tono autoritario resonando en la sala. "Esto no va a ninguna parte."

"No puedes callarme, papá," respondí, mis manos temblando de emoción. "He estado callada durante demasiado tiempo."

Mi madre intentó intervenir de nuevo, pero ya no podía contenerme. Las palabras brotaron de mí como un torrente que había estado represando durante años.

"¿Recuerdan cuando éramos invitados a las fiestas y reuniones familiares? Siempre nos sentábamos apartados, en un rincón, como si fuéramos una molestia. ¿Por qué, papá?" pregunté, mi voz temblorosa por la emoción. "¿Por qué siempre nos dejaron de lado?"

Mis padres intercambiaron miradas de incomodidad, incapaces de responder. Adam me miró con comprensión, su apoyo incondicional una fuente de fortaleza.

"Carmen sigue aquí, y no volveré hasta que se vaya," declaré, mi voz firme a pesar de las lágrimas que amenazaban con caer. "Me quedo en casa de María."

Con decisión, me giré hacia la salida, dirigiéndome hacia mi habitación para recoger unas cuantas cosas esenciales. Adam me siguió silenciosamente, su presencia reconfortante en medio de la turbulencia emocional.

El sonido suave de mi silla de ruedas eléctrica resonó en el pasillo mientras me alejaba, dejando atrás una casa llena de tensiones no resueltas pero también un paso adelante hacia mi propia dignidad y bienestar.

Mientras recogía apresuradamente mis cosas esenciales en la habitación, Adam se mantuvo a mi lado en silencio, observando con una mezcla de tristeza y apoyo mientras llenaba una pequeña maleta con algunas prendas, artículos de tocador y objetos personales que necesitaba.

"¿Estás bien, Luna?" preguntó Adam suavemente, rompiendo el silencio tenso que rodeaba la casa.

Suspiré, tratando de controlar mis emociones. "No lo sé, Adam. Todo esto es mucho más difícil de lo que esperaba."

Él asintió comprensivamente. "Entiendo. Está bien sentirse así. Estás haciendo lo correcto al tomar un tiempo para ti misma."

El ruido de la discusión en la sala se filtró a través de las paredes, las voces elevadas de mi padre y Carmen resonaron claramente. Escuché a mi padre intentando calmar a Carmen, pidiéndole que reconsiderara su actitud hacia mí.

"No es justo, Adam," murmuré, mis manos temblando mientras cerraba la maleta. "No es justo que siempre tenga que ser yo la que se adapte."

Adam me miró con tristeza. "Lo sé, Luna. Pero algunas personas no cambiarán fácilmente. Lo importante es que estás poniendo límites."

Cerré la maleta con un suspiro, asegurándome de tener todo lo necesario. Mis ojos se posaron en una fotografía enmarcada en mi escritorio, una imagen de nuestra familia en tiempos más felices. Me pregunté cuándo las cosas se habían complicado tanto.

"Adam, ¿crees que algún día entenderán?" pregunté, deslizando la fotografía en mi bolso con cuidado.

Él se acercó y puso una mano reconfortante sobre mi hombro. "No lo sé, Luna. Pero lo importante es que tú te entiendas a ti misma. Eres valiosa, sin importar lo que digan."

Asentí, agradecida por sus palabras de aliento. "Gracias, Adam. Por estar siempre a mi lado."

El sonido de un portazo resonó desde la sala, seguido de un silencio tenso. Mis padres aparecieron en la puerta de mi habitación, sus rostros cansados pero llenos de preocupación.

"Luna, cariño," comenzó mi madre, su voz temblorosa. "Lo siento mucho por todo esto."

"No lo sientas, mamá," respondí con firmeza, secándome las lágrimas con determinación. "Solo necesito tiempo para mí misma ahora."

Mi padre se acercó, su expresión seria pero comprensiva. "Luna, cariño, trataremos de resolver esto."

"No puedo quedarme aquí, papá," dije, mirándolo directamente a los ojos. "Me quedaré en casa de María por un tiempo. Necesito espacio."

Hubo un momento de silencio antes de que mi padre asintiera lentamente. "Entiendo. Haz lo que necesites. Estaremos aquí cuando decidas volver."

Adam me ofreció su mano. "Vamos, Luna. Te llevaré a casa de María."

Asentí, agradecida por su apoyo incondicional. Juntos, salimos de la casa, dejando atrás la tensión y el conflicto que habían marcado la mañana. Mientras Adam me ayudaba a cargar la maleta en el auto, sentí un peso levantarse de mis hombros.

El viaje hacia la casa de María fue silencioso, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Sabía que las cosas entre mi familia necesitaban tiempo para sanar, pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que estaba tomando el control de mi propia vida y mis emociones.

Cuando llegamos a la casa de María, me sentí un poco más ligera. Adam me abrazó antes de irse, asegurándome una vez más que estaba allí para mí.

"Gracias, Adam," dije con sinceridad. "Por todo."

Él sonrió débilmente. "Siempre, Luna. Siempre estaré aquí."

Cerré la puerta detrás de él, sintiendo una mezcla de tristeza y alivio. Sabía que el camino por delante no sería fácil, pero al menos ahora me sentía libre para enfrentar mis propios demonios y decidir qué era lo mejor para mí.

Han pasado semanas desde el incidente con Carmen. Sigo en la casa de María, lejos de mi hogar, inmersa en un torbellino de emociones y recuerdos que me abruman.

Cada día me despierto con una sensación de vacío y desesperanza. La universidad y los capítulos de mi libro se han convertido en mis únicas distracciones, pero mis pensamientos no cesan de atormentarme. Me siento como si estuviera en un limbo, atrapada entre el pasado doloroso y un futuro incierto.

Extraño a Tomás más que nunca. La distancia entre nosotros es una barrera constante y dolorosa. Imagino cómo sería sentir su abrazo, su olor, su cariño. Son cosas que nunca he podido experimentar en persona porque él vive al otro lado del mundo. Compartimos momentos a través de pantallas, videollamadas, mensajes y llamadas telefónicas, pero siempre hay una sensación de incompletitud, de anhelo por lo que no podemos tener. A veces, después de colgar una llamada con él, lloro en silencio, deseando que las cosas fueran diferentes.

El apoyo de María ha sido mi ancla en medio de este caos. Ella está siempre ahí, con su sonrisa y su comprensión, tratando de levantarme el ánimo. A veces, algunos amigos vienen a reunirse con nosotras en su casa, trayendo un poco de normalidad a este desorden emocional. Juan, el novio de María, es una presencia constante, y otras veces María deja la casa para pasar unos días en casa de Juan. Durante esos momentos, me quedo sola en la casa, un tiempo que debería aprovechar para mí misma, pero que a menudo solo sirve para intensificar mi sensación de soledad.

En esos días solitarios, me siento más abrumada que nunca. La casa, aunque acogedora, se siente vacía sin María. Intento distraerme escribiendo, pero mis pensamientos vuelven una y otra vez a lo que pasó con Carmen. La confrontación, la ira, la sensación de liberación al decir finalmente lo que había guardado durante tantos años. Pero también está el dolor, el dolor de saber que mis padres, Isabel y Memet, intentaron calmarme, intentaron minimizar lo que sentía.

A veces me siento tan abrumada que simplemente me acuesto en la cama de María y lloro. Lloro por todo el dolor que he acumulado durante años, por la distancia que me separa de mi familia, por la soledad que siento en estos momentos. Recuerdo a mi hermano Adam, sus intentos de reunirse conmigo. Siempre le rechazo, porque aunque sé que él me quiere, no puedo soportar la idea de volver a casa mientras Carmen siga allí. Adam me envía mensajes de apoyo, tratando de animarme, pero a menudo los leo con lágrimas en los ojos, sintiendo que no puedo volver hasta que Carmen se haya ido.

Me duelen los recuerdos de los buenos momentos con mi familia. Pienso en las veces que íbamos a la playa, cuando todo era más sencillo y nos reíamos juntos sin preocupaciones. Esos recuerdos solo hacen que el presente se sienta más pesado. Sé que mis padres me quieren, pero la presencia de Carmen y la forma en que siempre me han apartado me impide volver a casa. Carmen fue la gota que derramó el vaso aquel día, pero mis sentimientos van más allá. Es la acumulación de años de sentirme rechazada por mis tíos y tías de ambos lados de la familia, de sentir que mi discapacidad me hace menos valiosa a sus ojos.

A veces, me esfuerzo por concentrarme en mis estudios y en mi libro, pero mi mente está llena de recuerdos dolorosos y pensamientos confusos. Pienso en todo lo que he logrado con el Dr. Álvarez. Los ejercicios en la piscina, los pasos que puedo dar ahora sin ayuda. Es un logro enorme, algo que quería compartir con mis padres en el momento adecuado. Pero ahora, todo parece tan insignificante frente al peso de los conflictos familiares.

En las noches solitarias, mi mente se llena de incertidumbre. Me pregunto si algún día podré publicar mi libro, si mis esfuerzos valen la pena. A veces, las palabras de mis tíos y tías resuenan en mi cabeza, haciéndome dudar de mí misma. ¿Y si tienen razón? ¿Y si mi discapacidad realmente me impide hacer lo que quiero? Pero entonces, recuerdo los momentos con el Dr. Álvarez, los logros que he alcanzado, y trato de aferrarme a esa esperanza.

A medida que pasan los días, me siento cada vez más agotada. La distancia que me separa de Tomás es insuperable en estos momentos, y aunque sus mensajes y videollamadas me dan algo de consuelo, siempre hay una tristeza subyacente. María hace lo que puede para apoyarme, pero hay un límite a lo que puede hacer. A veces, me siento como una carga para ella, especialmente cuando se va a casa de Juan y yo me quedo sola, luchando contra mis propios demonios.

Estoy atrapada entre el deseo de volver a casa y el miedo a enfrentar nuevamente a Carmen y a mis padres. Sé que mis padres me aman, pero no puedo ignorar el dolor que siento cada vez que pienso en cómo me han tratado. Mi mente está llena de recuerdos mezclados y confusos, de momentos felices y dolorosos, de logros y dudas. Y en medio de todo esto, solo puedo esperar que algún día las cosas mejoren y que encuentre la fuerza para seguir adelante.

Era una mañana gris y tranquila cuando María regresó a casa. La casa se había llenado de silencio durante los días que había estado con Juan. Agradecía los momentos de soledad, pero también me sentía aliviada al ver a mi amiga de vuelta.

"¡Luna! ¿Cómo has estado?" preguntó María con una sonrisa cálida, dejando sus cosas en la mesa de la entrada.

"Sobreviviendo," respondí con una sonrisa débil. "¿Y tú? ¿Cómo estuvo con Juan?"

"Fue bien, pero... hubo algunos problemas," dijo mientras se acercaba y me abrazaba. "Pero te extrañé. ¿Cómo han sido estos días?"

Suspiré, dejando que el abrazo de María me reconfortara. "Ha sido complicado. He estado tratando de concentrarme en la universidad y en mi libro, pero es difícil. Me siento tan abrumada. Además, he estado yendo a la rehabilitación con el Dr. Álvarez más frecuentemente. Es agotador."

María asintió, entendiendo perfectamente. "Lo sé. Has estado pasando por mucho. ¿Y las videollamadas con Tomás?"

"Complicadas también," respondí. "La distancia y el horario no ayudan. Él trabaja durante el día, y cuando finalmente tiene tiempo para mí, aquí ya es demasiado tarde."

María se sentó a mi lado en el sofá. "Lo entiendo, Luna. Es normal que te sientas así. Pero recuerda que estás haciendo todo lo posible. Y aquí, tienes un espacio para ti. Puedes tomarte tu tiempo."

"Gracias, María," dije, sintiendo una ola de gratitud por su apoyo constante. "Realmente aprecio todo lo que has hecho por mí."

"Siempre estaré aquí para ti," dijo con sinceridad. "Pero dime, ¿cómo van tus estudios y tu libro?"Mis estudios van bien," respondí, tratando de enfocarme en algo positivo. "Y he seguido escribiendo. Es un buen escape. Pero, honestamente, las sesiones de rehabilitación con el Dr. Álvarez me dejan exhausta. Hemos estado trabajando en dar pasos sin ayuda, y aunque he logrado algunos, es difícil no compartirlo con mis padres. Quería sorprenderlos en un momento adecuado, pero ahora parece insignificante frente a la distancia emocional que nos separa."

María sonrió. "Me alegra escuchar eso. Sé que te ayudará a superar todo esto."

Pasamos la mañana poniéndonos al día y compartiendo historias. Era un alivio tener a alguien con quien hablar y que entendiera lo que estaba pasando.

Más tarde, me retiré a la habitación para continuar trabajando en mi libro. Encendí la computadora y comencé a escribir, perdiéndome en mi mundo de fantasía. Las palabras fluían, proporcionando un respiro temporal de la realidad.

Por la tarde, decidí tomar un descanso y llamé a Tomás. La videollamada se conectó y su rostro apareció en la pantalla, trayendo una sonrisa instantánea a mi cara.

"¡Hola, Luna!" dijo Tomás, con su usual entusiasmo. "¿Cómo estás, amor?"

"Mejor ahora que te veo," respondí sinceramente. "¿Y tú? ¿Cómo va todo?"

"Bien, ocupado con el trabajo, pero bien," respondió. "He estado pensando en ti mucho."

"Tomás, me siento tan lejos de ti," dije, mi voz apenas un susurro. "A veces, parece que estamos en mundos diferentes."

"Lo sé, Luna," respondió con tristeza. "Yo también lo siento. Pero estoy aquí, siempre estaré aquí para ti."

Horas después, María me llamó desde la cocina. "Luna, he hecho algo de comer. ¿Quieres venir?"

Me uní a ella, y mientras comíamos, hablamos de cosas triviales, dejando de lado por un momento los problemas más profundos. Era un alivio tener un momento de normalidad.

De repente, mi teléfono vibró con un mensaje de Adam.

Adam: Luna, ¿podemos vernos? Quiero hablar contigo, hermanita.

Sentí un nudo en el estómago. A pesar de todo, extrañaba a mi hermano y sus intentos constantes de conectarse conmigo. Me disculpé con María un momento y salí de la cocina, desplazándome con mi silla de ruedas eléctrica hasta la sala.

Luna: Quizás más tarde, Adam. Estoy cenando con María ahora.

Adam: Está bien. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti.

Luna: Nos vemos en un rato en la casa de María.

Adam: Estoy en camino, hermanita. Nos vemos pronto.

Cuando volví a la cocina, encontré a María en un estado completamente distinto. Estaba sentada a la mesa, con lágrimas corriendo por su rostro. Sus hombros temblaban con cada sollozo y sus manos apretaban una servilleta con fuerza.

"María, ¿qué pasa?" pregunté, preocupada al ver a mi amiga tan destrozada.

María levantó la mirada, sus ojos llenos de dolor. "Luna... no puedo más. Me quedé callada durante mucho tiempo, pero sé que Juan me está engañando."

Me acerqué y la abracé, dejando que llorara en mi hombro. "María, ¿cómo lo sabes? Juan te quiere mucho. No creo que sea capaz de hacer algo así."

"Lo he notado en su comportamiento," respondió entre sollozos. "Ha estado distante, siempre tiene excusas para no verme, y he visto cosas que no puedo ignorar."

"¿Qué cosas?" pregunté, sintiendo una mezcla de incredulidad y preocupación.

"Lo he visto muchas veces con la misma chica," explicó María, secándose las lágrimas. "Siempre juntos, a veces con su mano en su hombro, otras veces saludándola con un besito en la mejilla. Incluso una vez los vi cerca de una joyería, viendo las joyas en el escaparate."

"María, eso suena horrible," dije, tratando de procesar la información. "Pero quizás haya otra explicación que no sea engaño. Estoy casi segura de que Juan no puede hacer eso. Está muy enamorado de ti, y eso desde hace años. Tal vez esa chica sea una amiga, una prima lejana que no conoces, o incluso una hermana."

"María, eso suena horrible," dije, tratando de procesar la información. "Pero antes de sacar conclusiones, ¿has hablado con Juan sobre esto?"

María negó con la cabeza, su voz temblorosa. "No he tenido el valor de preguntarle. No quiero escuchar la verdad si es lo que temo."

"Deberías hablar con él," le dije con suavidad. "Necesitas saber qué está pasando realmente. No puedes quedarte con estas dudas."

En ese momento, escuché el timbre de la puerta. Me moví en mi silla de ruedas eléctrica para abrir y encontré a Adam del otro lado, con una expresión de preocupación en su rostro.

"Luna, ¿estás bien?" preguntó, notando mi semblante serio.

"Sí, Adam. Pasa," le dije, haciendo un gesto para que entrara. "Estaba hablando con María. Ella también está pasando por un momento difícil."

Adam entró y se dirigió a María con una sonrisa comprensiva. "Hola, María. Espero que estés bien."

"Hola, Adam," respondió María, tratando de recomponerse. "Gracias por venir. Luna me estaba ayudando con... algo personal."

Adam asintió y se volvió hacia mí. "Luna, quería hablar contigo sobre lo que pasó en casa. No puedo dejar de pensar en todo lo que dijiste."

Suspiré, sintiendo el peso de las emociones que había estado conteniendo. "Adam, no puedo volver mientras Carmen siga allí. No puedo."

"Lo sé," dijo Adam suavemente. "Pero quiero que sepas que mamá y papá te extrañan. Y yo también. Solo quiero que sepas que estamos aquí para ti, pase lo que pase."

"Lo sé, Adam," respondí, con lágrimas en los ojos. "Pero necesito este tiempo para mí. Necesito sanar y encontrar mi camino."

Adam asintió, entendiendo. "Está bien. Solo quería que supieras que no estás sola en esto."

María se unió a nosotros, su dolor aún visible pero con una nueva determinación en su mirada. "Luna, Adam, gracias por estar aquí. No sé qué haría sin ustedes."

"Estamos juntos en esto," dije, sintiendo una pequeña chispa de esperanza en medio de tanto dolor. "Vamos a superar todo esto, un día a la vez."

Adam se quedó con nosotras un rato, compartiendo historias y tratando de levantar el ánimo. Aunque el dolor y la incertidumbre seguían presentes, la presencia de mis seres queridos me daba fuerzas para seguir adelante. Sabía que el camino sería difícil, pero estaba decidida a enfrentar cada desafío con el apoyo de quienes me querían.

Más tarde, después de que Adam se fue, María y yo nos quedamos en la sala. María se recostó en el sofá, mirando el techo con una expresión pensativa.

"¿Qué vas a hacer, María?" le pregunté en voz baja.

María suspiró. "No lo sé, Luna. Creo que tienes razón, necesito hablar con Juan. No puedo seguir con estas dudas."

"Yo te apoyaré, pase lo que pase," le aseguré. "Somos amigas, y siempre estaré aquí para ti."

María asintió, agradecida. "Gracias, Luna. Y tú también, sabes que estoy aquí para lo que necesites."

Me sentí reconfortada por su apoyo. A pesar de los problemas que ambos enfrentábamos, sabíamos que teníamos a alguien en quien confiar.

Esa noche, mientras me preparaba para acostarme, mis pensamientos comenzaron a arremolinarse nuevamente. La conversación con Adam, el dolor de María y la distancia con Tomás se mezclaban en mi mente, creando un torbellino de emociones confusas. Me desplomé en la cama, sintiendo la presión de todo lo que estaba sucediendo.

Justo cuando estaba a punto de cerrar los ojos, mi teléfono vibró con un mensaje de Tomás.

Tomás: Hola, princesa. ¿Tienes un momento para hablar? 🌹

Luna: Claro, cariño. ¿Qué pasa? 💬

Tomás: Solo quería saber cómo estás. Me preocupo por ti. ❤️

Luna: Estoy bien, amor. Ha sido un día largo, pero estoy bien. ¿Y tú? 😓

Tomás: También ha sido un día largo. Pero tú eres mi prioridad. ¿Cómo te va con todo? 🤔

Luna: Ha sido difícil, Tomás. No puedo soportarlo más. 😔

Tomás: Entiendo, mi vida. ¿Has pensado en volver a casa? Tal vez estar con tus padres te ayude. 🏠

Luna: No puedo, Tomás. Mientras Carmen siga allí, no puedo volver. 🚪❌

Tomás: Lo sé, cielo. Pero tus padres están preocupados por ti. 😥

Luna: Lo sé, pero no puedo. No después de todo lo que pasó. 😢

Tomás: Quizás solo necesitas hablar con ellos, tratar de resolver las cosas. 🗣️

Resolver cosas... Si fuera tan simple... No tiene idea de cuánto duele todo esto.

Luna: ¿Resolver qué? ¿Cómo pueden resolver lo que ha pasado durante años? No es tan simple, Tomás. 😤

Tomás: Lo sé, cariño, pero me duele verte así. Solo quiero lo mejor para ti. 💔

Luna: Y yo quiero que entiendas que no puedo volver ahora. No después de lo que pasó con Carmen y mis tíos. Necesito tiempo. 🕰️

Tomás: Luna, a veces parece que estás huyendo. 🏃‍♀️

Luna: ¿Huyendo? ¿De verdad piensas eso? 😡

Tomás: Lo siento, no quise decirlo así. Es solo que... esto es difícil para mí también. 😞

Luna: ¿Difícil para ti? ¿Sabes lo que estoy pasando aquí? 😠

Tomás: Sí, lo sé. Pero la distancia no ayuda. 🌍💔

Luna: No quiero pelear, Tomás.🙏

Tomás: Yo te apoyo, cariño, pero también necesito que entiendas mi posición. No puedo estar allí para ti como quisiera, y eso me frustra. 😖

Luna: Cariño, no estoy pidiendo milagros, solo un poco de comprensión. 😢

Tomás: Luna, amor, hay algo que he estado pensando durante mucho tiempo. ¿Qué piensas si me presentas oficialmente a tu familia como tu novio?

Luna: ¿Qué cosa? Cuéntame.

Tomás: Luna, ya llevamos juntos bastante tiempo. Quiero que tu familia sepa de mí, que me conozcan oficialmente como tu novio. Te amo y quiero estar más presente en tu vida. 💖

Mi corazón se aceleró. ¿Hablar con mis padres sobre nosotros? No estoy lista para eso... No ahora... La emoción me inundó por un segundo, imaginando la posibilidad de que Tomás formara parte de mi vida de manera más oficial. Pero luego, la realidad me golpeó con fuerza. ¿Cómo podía siquiera pensar en algo así en este momento, con todo lo que estaba sucediendo?

Luna: ¡Ohhh.... Tomás! No pienso que es el momento adecuado. ❌

Tomás: Entiendo, pero... ¿Y cuándo será el momento adecuado, Luna? ¿Cuánto tiempo más vamos a esperar? ⏳

Luna: No lo sé, pero no ahora. Estoy lidiando con muchas cosas. 😩

Tomás: Parece que nunca hay un buen momento para nosotros. 😔

Luna: ¿Qué quieres que haga? 😤

Tomás: Solo quiero que seas honesta con ellos. 🤷‍♂️

Luna: Lo siento mucho, Tomás... Pero me tengo que ir ahora. 💔📴

Tomás: Luna, en serio te quiero, y por eso quiero conocer a tus padres y decirles la verdad sobre nosotros. Permíteme hacerlo, por favor. Te quiero mucho, buenas noches. Que descanses bien entre las estrellas, mi amor. 🌙💔

Apagué el teléfono y lo dejé a un lado, sintiendo como si un peso inmenso se asentara sobre mi pecho. La conversación con Tomás había sido dolorosa y confusa. Ambos estábamos tensos, y aunque sabíamos que nos amábamos, la distancia y los problemas personales estaban empezando a pasar factura.

Me recosté en la cama, los pensamientos arremolinándose en mi mente. ¿Por qué estaba sucediendo todo esto? ¿Por qué parecía que nada iba bien? Sentía que estaba fallando en todo, y esa sensación de impotencia me consumía.

Pensé en mis padres, en Adam, y en la constante lucha por encontrar mi lugar en un mundo que parecía no quererme. Recordé los momentos felices de mi infancia, los días en la playa con mi familia, y cómo todo había cambiado. La rabia por el rechazo de mis tíos y tías, el dolor por la pelea con Carmen, y ahora la distancia con Tomás se mezclaban, creando una tormenta de emociones que no podía controlar.

Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, y sentí que estaba perdiendo a Tomás, el único ancla en mi tormenta.

Recordé mi relación con Simón, cómo había empezado todo con tantas promesas y terminó en desilusión. Me pregunté si estaba destinada a repetir los mismos errores, a perder a Tomás de la misma manera.

Pero Tomás no era Simón. Él había sido mi apoyo incondicional, mi refugio en medio de la tormenta. Su mensaje me hizo reflexionar más profundamente. ¿Era él el indicado para mí? ¿De verdad me amaba tanto como decía? Quizás sí, quizás un futuro juntos no era tan imposible como parecía ahora.

Las dudas y los miedos me invadían, pero también una pequeña chispa de esperanza. Tal vez, solo tal vez, Tomás era la persona con quien podía construir una vida real, honesta, y feliz. Pero tenía que superar estos obstáculos primero, resolver mis problemas familiares, y encontrar una forma de sanar las heridas que Carmen y mi pasado habían dejado.

Las lágrimas continuaban cayendo mientras pensaba en el futuro incierto. ¿Valía la pena seguir luchando? ¿Podría superar todo esto? La confusión y la desesperanza me abrumaban, y sentí que estaba al borde de un abismo.

Y entonces, en medio de esa oscuridad, una pequeña chispa de determinación surgió dentro de mí. Recordé las palabras de Tomás, de María, y del doctor Álvarez. Recordé que había logrado mucho, que tenía una fuerza increíble. Pero en ese momento, me sentía más débil que nunca.

Los recuerdos de mis primeros pasos sin ayuda, los pequeños logros que había alcanzado después de años de rehabilitación, parecían insignificantes ante la inmensidad de los problemas que enfrentaba. Aún no había contado a mis padres sobre mis progresos, esperando sorprenderlos, pero ahora dudaba si alguna vez tendría la oportunidad.

El peso de todo lo que estaba pasando me hizo sentir como si estuviera ahogándome. Cada respiro era una lucha, y cada pensamiento una espiral descendente hacia la desesperación.

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