CAPÍTULO: N°10

Los últimos días de diciembre y los primeros de enero fueron una mezcla de tranquilidad y preparación. Durante las mañanas, encontraba un refugio en la piscina, donde realizaba mis sesiones de rehabilitación con el Dr. Álvarez. Debido a mi discapacidad física, no podía caminar sin ayuda, pero en el agua, me sentía libre y ligera. El Dr. Álvarez me guiaba pacientemente, ayudándome a fortalecer mis músculos y a mejorar mi equilibrio. Cada sesión era un paso más hacia mi meta de caminar por mí misma algún día.

El agua era mi aliada, su suavidad y resistencia me permitían practicar movimientos que en tierra eran imposibles. Me sentía como una sirena, deslizando mis piernas con esfuerzo y constancia, mientras el Dr. Álvarez me animaba desde el borde de la piscina.

"Lo estás haciendo muy bien, Luna," decía con una sonrisa. "Cada día mejoras más."

Después de las sesiones de rehabilitación, pasaba las tardes entre la tesis y la escritura de mis capítulos, aprovechando cada momento de inspiración. Las noches estaban reservadas para las videollamadas con Tomás. Hablábamos de nuestras películas y series favoritas, intercambiábamos recomendaciones de libros, y compartíamos nuestros sueños para el futuro. A pesar de la distancia, cada conversación nos acercaba más, fortaleciendo el vínculo que habíamos construido.

A medida que se acercaba el inicio de las clases en enero, me sumergía en mi rutina académica, preparada para el último tramo de mi maestría. Me sentía motivada y lista para enfrentar cualquier desafío que se presentara.

Una noche, después de una semana de clases, nos reunimos para una cena familiar. Estábamos sentados en la mesa: mi madre, mi padre, mi hermano Adam y yo. La atmósfera estaba cargada de un aire tranquilo, pero noté que mis padres estaban más serios de lo habitual. Algo estaba por suceder.

"Tenemos algo que decirles," comenzó mi madre, su voz teñida de incertidumbre. Adam y yo intercambiamos miradas curiosas, esperando.

"¿Qué pasa?" pregunté, sintiendo un nudo formarse en mi estómago.

Mi padre tomó la palabra, su voz grave y pausada. "Una de tus tías quiere venir a quedarse con nosotros por unos días."

El silencio que siguió fue casi palpable. Mis pensamientos se agolparon, recordando los años de desprecio y marginación que había sufrido por parte de algunas de mis tías debido a mi discapacidad.

"¿Quién?" preguntó Adam, su voz reflejando la misma preocupación que yo sentía.

"Carmen," respondió mi madre, bajando la mirada. "Quiere venir a visitarnos."

Sentí una mezcla de furia y confusión. "¿Por qué ahora? ¿Después de todos estos años?"

"Dice que ha oído hablar de tus logros, Luna. Quiere verte," explicó mi padre.

"No entiendo," intervino Adam, su voz firme. "¿Por qué deberíamos recibirla después de cómo nos trató?"

Mi madre suspiró. "Es familia, Adam. Y aunque lo que hizo estuvo mal, tal vez merezca una oportunidad de reconciliación."

"¿Reconciliación?" repetí, sintiendo la frustración burbujeando dentro de mí. "No quiero enfrentarme a ella ahora. Estoy bien como estoy."

"Lo sabemos, cariño," dijo mi padre suavemente. "Pero quizás esto sea una oportunidad para cerrar ese capítulo de tu vida. Para demostrarle que has superado todo y que eres más fuerte de lo que ella imaginaba."

Tomé un respiro profundo, tratando de calmarme. La idea de enfrentar a Carmen me asustaba, pero también sentía una chispa de desafío. Sabía que no podía evitar mi pasado para siempre.

"Está bien," dije finalmente. "Si quiere venir, entonces que venga. Pero si en algún momento intenta dañarme, ya sea emocionalmente o de cualquier otra manera, juro que responderé a sus ataques."

Mis padres se miraron, claramente incómodos. "Luna," comenzó mi madre, "entendemos tu postura, pero nosotros te hemos educado para ser fuerte y compasiva. No puedes poner esas condiciones."

"No se trata de compasión," respondí, mi voz temblando con la intensidad de mis emociones. "Se trata de protegerme. No voy a permitir que alguien que me hizo tanto daño vuelva a entrar en mi vida sin consecuencias."

Adam asintió, apoyándome. "Luna tiene razón. No podemos ignorar lo que pasó. Si Carmen viene, tiene que saber que no toleraremos ninguna clase de maltrato."

Mi padre suspiró, frunciendo el ceño. "Entendemos tus sentimientos, Luna, pero debes dejar que las cosas fluyan. No podemos vivir en constante confrontación."

"Papá, no es confrontación," dije, tratando de mantener la calma. "Es poner límites. Si Carmen quiere venir y realmente quiere reconciliarse, debe respetar esos límites."

"Está bien," dijo finalmente mi madre, con un tono de resignación. "Le dejaremos claro que debe respetarte. Pero, por favor, trata de mantener la paz."

"Lo intentaré," respondí, "pero no prometo nada."

La cena continuó en un silencio tenso, cada uno de nosotros perdido en nuestros propios pensamientos. Sabía que los próximos días traerían consigo desafíos, pero estaba lista para enfrentarlos con la determinación y la resiliencia que había cultivado a lo largo de los años. Sentía el apoyo de Adam y la comprensión de mis padres, aunque todavía había un conflicto interno sobre cómo manejar la llegada de Carmen. Pero una cosa estaba clara: no dejaría que mi pasado definiera mi presente ni mi futuro.

Después de la cena, me retiré a mi habitación, el único lugar donde me siento verdaderamente libre. La escritura es mi refugio, un mundo donde puedo ser yo misma sin juicios ni miradas de lástima. Encendí mi computadora, buscando consuelo en las palabras, pero la conversación sobre la visita de Carmen me perseguía, revolviendo mi estómago con una mezcla de ansiedad y resentimiento.

Un suave golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos. Era Adam, mi hermano, mi aliado en esta batalla silenciosa que habíamos librado durante años. Cerró la puerta con delicadeza, un gesto que aprecié; era su manera de decir que este era nuestro espacio, nuestro momento.

"¿Puedo sentarme?" Su voz era suave, pero sus ojos reflejaban una determinación que reconocí al instante. Era la misma que ardía dentro de mí.

Asentí, apagando la computadora. "Claro, Adam. ¿Qué sucede?"

Se sentó, y pude ver en su rostro la misma preocupación que sentía yo. "Necesitamos hablar sobre Carmen. Y sobre todo lo que pasó durante todos esos años."

Sus palabras me hicieron suspirar. Sabía que tenía razón. "Sí, tenemos que elaborar un plan. No quiero que nos vuelvan a hacer daño."

Adam se inclinó hacia adelante, sus codos en las rodillas. "Recuerdo cómo nos trataban. No solo Carmen, sino también los demás. Nos alejaron porque pensaban que serías una carga. ¿Te acuerdas de todas esas reuniones familiares a las que apenas fuimos invitados?"

Asentí, sintiendo una punzada de dolor. "Sí. Y cuando nos invitaban, siempre nos hacían sentir como si estuviéramos molestando. Nos sentaban en una esquina, lejos de todos, como si no importáramos."

"Exacto," dijo Adam, con un tono de amargura en su voz. "No solo te marginaron a ti, sino también a mamá y papá. Nos hicieron sentir que éramos menos porque teníamos que cuidarte. Y eso está mal."

Mis pensamientos volaron hacia los recuerdos dolorosos. "Recuerdo una vez, en la boda de nuestra prima, nos hicieron sentar a mamá y a mí en el fondo de la sala, en una mesa muy lejana del resto de los familiares. Todos estaban celebrando y nosotros apenas podíamos ver lo que pasaba. Nos trataban como si fuéramos invisibles."

Adam apretó los puños, la rabia visible en su expresión. "Y eso no fue lo peor. ¿Te acuerdas de aquella reunión casual en casa de la tía Marta? Nos hicieron sentar en la cocina para comer, mientras todos los demás estaban en el comedor, disfrutando de la comida y la compañía. Éramos solo familia cercana, pero aun así nos apartaron."

Asentí, sintiendo la amargura crecer dentro de mí. "Sí, y lo peor es que nunca dijeron nada directamente. Siempre eran miradas, susurros a nuestras espaldas, y ese sentimiento constante de no pertenecer."

"Exacto," dijo Adam, su voz teñida de frustración. "Nos hicieron sentir que éramos una carga. Que por tu discapacidad, mamá y papá iban a estar pidiendo ayuda financiera o algo así. Nos trataron como si fuéramos menos."

"Y ahora," continué, mi voz temblando de furia contenida, "Carmen quiere venir aquí porque ha oído hablar de mis logros. Qué tontería es esa. No viene por mí. Quiere volver a meterse en nuestras vidas y hacer lo mismo que siempre ha hecho: maltratarnos emocionalmente."

Adam asintió, su mirada dura. "No podemos permitir que eso pase. Tenemos que estar preparados para cualquier cosa que diga o haga. No podemos dejar que nos afecte."

"Entonces, ¿qué sugieres?" pregunté, buscando en su rostro alguna señal de un plan.

"Primero," comenzó Adam, "tenemos que establecer límites claros con ella desde el principio. Si intenta cualquier cosa que te haga sentir mal, la confrontaremos de inmediato. No podemos permitir que vuelva a hacerte daño."

"De acuerdo," dije, sintiendo una chispa de esperanza. "Pero también tenemos que estar unidos. Mostrarle que somos una familia fuerte y que nada de lo que diga o haga puede romper eso."

Adam me miró, con una sonrisa decidida. "Exacto. Y si llega a decir algo ofensivo o hiriente, no dudaremos en defendernos. No dejaremos que su veneno nos afecte."

"Sí," respondí, sintiendo una oleada de determinación. "No dejaremos que su pasado nos defina. Somos más fuertes que eso."

Nos quedamos en silencio por un momento, sintiendo el peso de nuestras palabras. Sabíamos que enfrentar a Carmen no sería fácil, pero estábamos listos para hacerlo juntos.

"¿Sabes, Adam?" dije, rompiendo el silencio. "Estoy orgullosa de nosotros. Hemos logrado tanto a pesar de todo. Y no voy a dejar que nadie nos haga sentir menos."

Adam se levantó y me dio un abrazo. "Estamos en esto juntos, Luna. Pase lo que pase."

"Siempre," respondí, devolviéndole el abrazo.

Mientras Adam salía de mi habitación, me sentí más fuerte y decidida que nunca. Estábamos listos para enfrentar a Carmen y a cualquier otro obstáculo que se interpusiera en nuestro camino. Sabía que con el apoyo de mi familia, no había nada que no pudiera superar.

Después de que Adam se fue de mi habitación, me quedé sola en la cama con mi computadora portátil y mi teléfono a un lado. La habitación estaba en silencio, solo se escuchaba el leve zumbido de la computadora y el suave murmullo de la noche que se filtraba por la ventana. Me recosté sobre las almohadas, dejando que los pensamientos se arremolinaran en mi mente.

Me quedé mirando el techo, tratando de ordenar mis emociones. La conversación con Adam había removido viejas heridas y traído a la superficie recuerdos que preferiría olvidar. Respiré profundamente, intentando calmarme, pero los recuerdos comenzaron a invadir mi mente, uno tras otro, como una película que no podía detener.

Recordé aquellos días en los que mi discapacidad era vista como un estigma por ciertos miembros de mi familia. Una de las imágenes más dolorosas que emergió fue la de una reunión en casa de tía Marta. Era una fiesta en el jardín, llena de risas y conversaciones animadas. Yo era muy pequeña y mis padres necesitaban cambiarme el pañal. Intentaron entrar en la casa, pero la puerta del jardín estaba cerrada para que nadie pudiera entrar y desordenar el lugar.

"Marta, por favor, necesitamos entrar para cambiar a Luna," pidió mi madre con urgencia.

"Está bien, pero rápido, necesito volver a cerrarla," respondió Marta, casi con impaciencia.

Ese incidente quedó grabado en mi mente. Me sentí como si estuviéramos interrumpiendo, como si fuéramos una molestia en medio de una celebración alegre. Incluso en ese momento, sentí la carga de ser diferente.

Los recuerdos me abrumaron, cada uno más doloroso que el anterior. Recordé cómo mis padres intentaban siempre mantener la compostura, no dejando que su dolor se reflejara en sus acciones, pero yo podía ver el sufrimiento en sus ojos. Me dolía más por ellos que por mí misma. Sabía que hacían todo lo posible por protegerme, por hacerme sentir amada y valiosa, pero las acciones de otros familiares dejaban cicatrices profundas.

Mis pensamientos volvieron a Carmen y su inminente visita. La idea de verla de nuevo, después de todo el dolor que había causado, me llenaba de una mezcla de ansiedad y resentimiento. ¿Qué derecho tenía ella de aparecer ahora, fingiendo interés por mis logros? ¿Después de ignorarnos y hacernos sentir menos durante tantos años?

Respiré hondo, tratando de calmarme. Me giré hacia un lado, abrazando una almohada, buscando consuelo en el suave tejido. Sentía una necesidad urgente de defenderme, de proteger la vida y el espacio que había construido con tanto esfuerzo. Sabía que no podía dejar que el pasado dictara mi presente, pero los recuerdos seguían apareciendo, dolorosos y persistentes.

Justo en ese momento, mi teléfono vibró con un mensaje. Lo alcancé y vi que era de Tomás.

"Hola, princesa que ilumina mis noches. ¿Dónde te has desaparecido? No hemos hablado en más de 24 horas. ¿Qué está pasando contigo, amor? Estoy preocupado."

Sentí una oleada de calidez al leer sus palabras. Respondí con un mensaje corto: "Hola, Tomás. Estoy aquí, solo un poco abrumada. Hablamos luego."

No pasó mucho tiempo antes de que Tomás insistiera en una videollamada. Acepté, sabiendo que necesitaba escuchar su voz y ver su rostro.

Al contestar la videollamada, su rostro apareció en la pantalla, lleno de preocupación. "Luna, ¿has estado llorando? ¿Qué pasa, amor?"

Intenté sonreír, pero mis emociones estaban a flor de piel. "No es nada, Tomás. Solo recuerdos del pasado que me han afectado un poco."

"Sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿verdad?" dijo suavemente. "No tienes que enfrentar todo sola."

Asentí, evitando hablar sobre Carmen. "Lo sé, Tomás. Es solo que a veces las cosas del pasado vuelven y duelen."

Tomás sonrió con ternura. "Entiendo, Luna. Pero déjame hacerte sonreír un poco, ¿vale? ¿Recuerdas aquella vez que te dije que te iba a hacer reír hasta que olvidaras todo lo malo?"

"Sí, lo recuerdo," respondí, mi voz apenas un susurro.

"Bueno, prepárate, porque aquí va," dijo con entusiasmo. Comenzó a contarme una anécdota divertida de su infancia, una historia llena de momentos ridículos y graciosos. No pude evitar reírme, la calidez de su humor disipando parte de la nube oscura que me rodeaba.

"Te amo, Luna," dijo finalmente, su voz llena de cariño. "Y siempre estaré aquí para ti, sin importar lo que pase."

"Yo también te amo, Tomás," respondí, sintiendo cómo su amor y apoyo comenzaban a sanar las heridas abiertas por los recuerdos.

Mientras la conversación continuaba, sentí que la tensión dentro de mí disminuía. Sabía que con Tomás a mi lado, podía enfrentar cualquier cosa. No dejaría que mi pasado definiera mi presente ni mi futuro. Con el apoyo de mi familia y de Tomás, estaba preparada para cualquier desafío que viniera, incluso la llegada de Carmen.

El resto de la semana transcurrió con tranquilidad. Las sesiones de rehabilitación en la piscina con el Dr. Álvarez continuaron sin contratiempos, y cada día me sentía más fuerte y confiada. Las tardes estaban llenas de trabajo académico y escritura, y las noches eran para las videollamadas con Tomás, cuyas palabras y sonrisas iluminaban mis días. Mi familia también parecía más relajada, aunque sabía que todos estábamos conscientes de la inminente llegada de Carmen.

El viernes llegó, marcando el último día de clases de la semana. Regresé a casa desde la universidad sintiéndome cansada pero satisfecha con mis logros de la semana. La tarde estaba tranquila, y una suave brisa acompañaba el recorrido de mi silla de ruedas eléctrica mientras me dirigía hacia la puerta principal.

Al entrar, fui recibida por el sonido de risas y conversaciones provenientes del salón. Al girar la esquina, vi a mi familia sentada alrededor de la mesa del comedor, y ahí estaba Carmen, ya instalada, participando en la conversación con una familiaridad que me pareció un tanto forzada.

"Hola, Luna," dijo mi madre, Isabel, con una sonrisa cálida. "Llegaste justo a tiempo para el té."

"Hola," respondí, tratando de mantener mi tono neutral mientras me unía al grupo.

"Hola, querida," dijo Carmen, mirándome con una mezcla de curiosidad y esa condescendencia que parecía imposible de evitar. "¿Cómo estuvo tu día en la universidad?"

"Bien, gracias," respondí brevemente, tomando asiento.

El ambiente era tenso, pero todos tratábamos de mantener las cosas lo más normales posible. Las primeras preguntas y comentarios de Carmen eran inofensivos, pero pronto comenzaron a tornarse más personales y, para mí, incómodos.

"Luna, cuéntame," dijo Carmen, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, "¿qué estás estudiando en la universidad?"

"Estoy terminando mi maestría en Literatura," respondí, tratando de mantener la compostura.

"Eso suena fascinante," dijo Carmen, con un tono que no lograba ocultar su escepticismo. "¿Y cómo te va con tu... discapacidad física? Debe ser todo un reto, ¿no?"

La incomodidad en la habitación era palpable. Mis padres intercambiaron una mirada preocupada, y Adam frunció el ceño, claramente molesto por la pregunta insensible. Sentí una oleada de indignación, pero respiré hondo y decidí no darle el gusto de verme alterada.

"Es un desafío, pero lo manejo bien," respondí, intentando mantener mi tono neutro.

Carmen pareció insatisfecha con mi respuesta y decidió continuar. "¿Y tienes novio, Luna? Siempre me pregunto cómo es para ti en ese aspecto."

La pregunta me tomó por sorpresa y sentí que la rabia comenzaba a hervir en mi interior. ¿Cómo se atrevía a hacer una pregunta tan personal, tan invasiva? Decidí no responderle directamente.

"Estoy enfocada en mis estudios y en mis proyectos," dije, mirando directamente a Carmen. "Eso es lo que importa ahora."

Mi padre, Manuel, intervino en ese momento, tratando de desviar la conversación. "Carmen, cuéntanos más sobre tu viaje. ¿Cómo estuvo el vuelo?"

Carmen, dándose cuenta de que no obtendría más respuestas personales de mí, se volvió hacia mi padre, comenzando a hablar sobre su viaje y las trivialidades asociadas. Sentí un alivio momentáneo, pero sabía que esta solo era la primera de muchas pruebas que tendría que enfrentar con su presencia.

Después de un rato, mi madre sugirió que todos nos retiráramos a descansar. "Es tarde y ha sido un día largo. Mañana será otro día."

Asentí, sintiendo una oleada de alivio. "Sí, creo que es una buena idea."

Nos levantamos de la mesa y nos dirigimos a nuestras habitaciones. Cuando llegué a mi cuarto, me dejé caer en la cama, exhausta no solo físicamente, sino emocionalmente. Sabía que este solo era el comienzo y que tendría que armarme de paciencia y fortaleza para soportar los próximos días.

Tomás: "Hola, princesa. Espero que hayas tenido un buen día. Te extraño."

Sonreí levemente, pero la tristeza aún pesaba en mi corazón. Pensé en si debería contarle lo que realmente estaba sucediendo. Sabía que podía confiar en Tomás, pero hablar sobre mi familia siempre era doloroso y complicado.

Luna: "Hola, Tomás. Ha sido un día largo, pero estoy bien. Te extraño también."

Sentí que no estaba siendo completamente honesta. Tomás podía notar cuando algo andaba mal. De hecho, respondió casi al instante:

Tomás: "¿Estás segura, amor? Siento que algo te preocupa."

Sentí un nudo en la garganta. Decidí que tenía que desahogarme. Respiré hondo antes de escribir de nuevo, tratando de ordenar mis pensamientos.

Luna: "No estoy bien, Tomás. Mi tía Carmen vino a visitarnos, y no nos llevamos bien. Siempre ha sido difícil para mí, especialmente por mi discapacidad."

Imaginé su rostro preocupado al leer mi mensaje. Sabía que me entendería, pero aun así, las palabras eran difíciles de encontrar.

Tomás: "Lo siento tanto, Luna. Nadie debería tratarte así. Eres increíblemente fuerte y valiosa, y tu discapacidad no cambia eso. ¿Qué pasó hoy?"

Recordé las innumerables ocasiones en las que Carmen y otros miembros de mi familia me habían hecho sentir menos. Mi mente se llenó de recuerdos dolorosos, y sentí que tenía que compartir más con Tomás para que él entendiera completamente.

Luna: "Preguntó cosas incómodas y personales delante de mis padres. Me preguntó cómo me va con mi discapacidad y si tengo novio. Fue muy insensible. Ella siempre ha sido así, desde que era pequeña."

Sentí una mezcla de tristeza y rabia. Decidí continuar, sabiendo que Tomás necesitaba entender la magnitud de lo que estaba pasando.

Luna: "Siempre ha mirado mi discapacidad como una carga, algo que la familia debería ocultar o sobrellevar en silencio. Nunca me ha visto como una persona completa, siempre con lástima o condescendencia. Mis padres han intentado protegerme, pero ella siempre encuentra la manera de hacerme sentir mal."

Tomás: "Lo siento tanto, Luna. Nadie debería tratarte así. Eres increíblemente fuerte y valiosa, y tu discapacidad no cambia eso. ¿Qué dijo exactamente hoy?"

Me mordí el labio, sintiendo una mezcla de tristeza y rabia. Decidí continuar.

Luna: "Me preguntó cómo me va con mi discapacidad, como si no pudiera manejar mi vida por mí misma. Luego, preguntó si tenía novio, y lo hizo delante de mis padres, lo que lo hizo aún más incómodo. No quería responderle porque no quiero darle la satisfacción de saber sobre mi vida personal."

Tomás: "Entiendo, mi amor. Eso suena muy difícil de soportar. ¿Se quedará mucho tiempo?"

Sentí una oleada de desesperación al pensar en los próximos días.

Luna: "Sí, unos días. Pero siento que no puedo aguantar tanto. Cada vez que está cerca, revive todos esos sentimientos de insuficiencia y dolor."

Tomás: "Mi amor, tienes que salir un poco y disfrutar. Necesitas alejarte de esa negatividad. ¿Qué tal si salimos mañana por la tarde? Hacemos una videollamada desde el parque o, mejor aún, desde una cafetería. Estaré libre y podemos pasar un buen rato juntos, aunque sea a la distancia."

Me encantaba la idea de desconectar y pasar tiempo con Tomás, aunque fuera a través de una pantalla.

Luna: "Me encantaría, Tomás. Necesito despejarme y estar contigo, aunque sea a través de una pantalla. Gracias por ser siempre tan comprensivo."

Pensé en cuánto me costaba hablar sobre mi familia. No solo Carmen, sino muchos otros miembros de ambos lados de la familia, me habían hecho sentir inadecuada. Mis padres, Isabel y Manuel, también habían sufrido por esto.

Luna: "No solo es Carmen. Otros miembros de la familia también me desprecian por mi discapacidad. Tanto de la familia de mi madre como la de mi padre. Por eso mis padres también fueron rechazados y maltratados. Es por eso que no suelo hablar mucho de mi familia. Es incómodo porque en parte siento que es mi culpa, por mi discapacidad."

Tomás: "Luna, eso no es tu culpa. Ningún tipo de discriminación es justificable. Tú no eres responsable de cómo te tratan. Eres una persona maravillosa y valiosa, y quienes no lo ven están equivocados."

Sentí una oleada de alivio y gratitud hacia Tomás. Sus palabras siempre lograban calmar mi mente y darme esperanza.

Luna: "Gracias, Tomás. Necesitaba escuchar eso. A veces es difícil no sentirme responsable. Mis padres han pasado tanto por mí."

Tomás: "Ellos te aman, Luna. Y han luchado por ti porque ven lo increíble que eres. Mañana, desconecta de todo eso. Vamos a hacer que sea una tarde especial. ¿Qué te parece?"

Sonreí, sintiendo que un peso se aligeraba de mis hombros.

Luna: "Me parece perfecto. Te amo, Tomás. Gracias por estar siempre ahí para mí."

Tomás: "Yo también te amo, Luna. Siempre estaré aquí para ti, no lo olvides. Descansa, mi vida. Mañana será un día mejor, te lo prometo."

Luna: "Gracias, amor. Buenas noches. Mañana será mejor."

Tomás: "Buenas noches, princesa. Sueña con los angelitos."

Después de intercambiar esos mensajes con Tomás, me sentí un poco más ligera. Sabía que los próximos días serían un reto, pero también sabía que no estaba sola. Tenía a Tomás, y eso significaba más de lo que las palabras podían expresar.

Me acomodé en mi cama, dejando que la comodidad de las sábanas me envolviera. Cerré los ojos y dejé que mi mente vagara hacia recuerdos más felices. Pensé en la primera vez que conocí a Tomás, en su sonrisa cálida y en cómo siempre me hacía sentir especial. Pensé en mis padres y en cuánto habían sacrificado por mí. Aunque la visita de Carmen reabriera viejas heridas, también me recordaba lo afortunada que era de tener un círculo de amor y apoyo a mi alrededor.

Las preocupaciones del día comenzaron a desvanecerse lentamente mientras me sumía en un sueño profundo. Mañana sería otro día, y aunque Carmen seguiría allí, también lo estarían las pequeñas cosas que hacían que la vida valiera la pena: los mensajes de Tomás, el apoyo silencioso de mis padres, y mi propia fuerza para seguir adelante.

Con esos pensamientos, finalmente me quedé dormida, dejando que la paz de la noche me envolviera, preparándome para enfrentar lo que viniera con determinación y esperanza.

Cerré los ojos, sintiéndome más tranquila. Sabía que los próximos días serían difíciles, pero con Tomás a mi lado, sentía que podría superar cualquier cosa.

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