12: Nuevos compañeros de lucha

Eliot se acercó a Jadi, que estaba sentada, muy pensativa y un poco roja. ¿Acaso el chico había coqueteado con ella? No sabría decir, nunca le había pasado. ¿Hubiera caído si la seducía?

—Están preguntando por nosotros, será mejor que nos vayamos ya —dijo él.

Jadi reaccionó.

—S… sí... sí. —Se puso de pie para salir de su casa.

—Pero espera, hay que salir por el otro lado…

Fue tras ella y al salir se encontraron cara a cara con el guardián.

—¿Pero qué hace usted aquí, señorita? Y con un muchacho, ¿a qué hora entraron?

—Es una larga historia… —respondió enseguida—. ¡Usted no vio nada! ¡Corre Eliot! —Corrió.

—¡¿Ah?! ¡Espera! —La siguió.

El guardián se quedó perplejo.

—Bueno, no me pagan por cuidar a la niña —murmuró.

***

Eliot y Jadi ya estaban cerca del colegio. Iban caminando a la entrada. Eliot reía.

—Bien ocurrente eres tú, ¿segura que no va a decir nada? —le preguntó.

—No, no creo. Sino no sé qué excusa pondré. Es decir, ¿qué otra cosa podrían hacer dos chicos en una casa SOLOS, que no sea algo malo?

—Umm… lo que estábamos haciendo.

Jadi rió apenas.

—Sí, bueno… Pero jamás me lo creerían, mi papá me mataría. ¡Huy! ¿En qué lio me habré metido?

—No te preocupes, no creo que diga nada. Sino ya veremos que decimos, no estás sola en esto, ¿bien?

Ella sonrió aliviada.

—Bien.

Eliot le dio un par de suaves palmaditas en la cabeza.

En clases apenas se podían mantener despiertos, y no sólo ellos, los demás también.

—Profe —se quejaba un alumno—, tenga pena. No haga clase, mire que nos hemos amanecido.

—Calla oye —le reclamó otro—, ¡tú fuiste el primero en caer!

—Profe, ya pues, no haga clase.

—En otros colegios las amanecidas son en fin de semana, abusivos.

—¡Ya se acostumbrarán! —les regañó el maestro—. Otros colegios nos pueden ganar este año y eso nunca lo hemos permitido. De todos modos de entre ustedes se escogerán unos cuantos y los haremos ingresar a la universidad, ¿usted quiere ingresar?

—Claro.

—Entonces cállese.

El alumno se recostó en la carpeta.

—Esto es “bullying” —murmuró.

—Ya saben que viajarán a Miami para su promoción, espero tengan todos los conocimientos en la cabeza para ese entonces —les recordó el profesor.

En el recreo, Jadi se había recostado en el hombro de Eliot, ambos estaban dormidos.

—¡Oigan! —les llamó María—. Ustedes no han estado en la amanecida, ¡levántense! ¡OIGAN! —Les aventó un poco de hierba que había arrancado.

—Qué raro —meditaba Ditmar—. ¿Será?… ¡Huy no! ¡Ya estoy pensando mal sin querer queriendo! ¡La mañosería es contagiosa!

María lo miró ofendida.

—Ya, no te quieras hacer el chistoso.

Sonó el timbre de acabado el recreo.

—¡Ya chicos, muévanse!

—No mamá —balbuceó Jadi—, cinco minutos más. —Abrazó a Eliot como si fuera una almohada.

Eliot abrió los ojos y se espantó.

—¡¿Qué?!… ¡¿Qué hace Jadi acá?! ¡Sácamela!

—Aún es martes, por si acaso —aclaró María.

Jadi se separó ofendida.

—¡Gracias por tu aprecio, Alexander!

—Ah… —Se tocó la cabeza—. Au, me duele la cabeza.

—Ya muévanse —ordenó Ditmar—, ya acabó el recreo.

—Vamos Jadi.

—¡No!

—Ven —Eliot la ayudó a ponerse de pie.

—¡Uch! —se quejó ella.

Empezó a caminar de mala gana. Ditmar y María se acercaron a jalarlos para apurarse. De pronto aparecieron en la otra dimensión. Eliot y Jadi se pusieron alerta, tal fue su sorpresa al ver que Ditmar y María estaban con ellos, mirando a todos lados sorprendidos.

—¡USTEDES NO DEBERIAN ESTAR AQUÍ! —exclamaron.

—¡¿Qué es este lugar?! —dijo María, exaltada.

—¡¿Qué paso?! ¡Mamá! —exclamó Ditmar.

—Oh no —murmuró Eliot—, esto está mal.

Una gran estaca de tierra salió del suelo de golpe y todos se apartaron asustados.

—¿Están bien? —quiso saber Eliot.

—¡Eliot! —le gritó Jadi.

—¡Qué! No fui yo, ¿cómo se te ocurre?

María se acercó asustada a Ditmar.

—¿A qué se refiere con que no fue él?

—Chicos, a ver, ¿nos pueden explicar qué ocurre?

Más estacas de tierra empezaron a salir por todos lados y empezaron a correr.

—¡Ahora no es buen momento! —gritó mientras huían.

A Eliot no le quedó más que detener a la tierra en frente de los chicos que se quedaron con la boca abierta. Unos cienpiés gigantes aparecieron y empezaron a ir tras ellos.

—¡Jadi!

—¡Uch! Sí, ¡en eso estoy! —Sus manos se prendieron en fuego—. ¡Tomen, bichos feos!

Les lanzó llamaradas. La tierra cedió, los cienpiés se fueron y aparecieron cuatro piezas.  María y Ditmar los miraban con la boca abierta, atónitos.

—Eeeh…

—¡No le digan a nadie lo que acaban de ver! —pidió el castaño.

María chilló emocionada.

—¡WWWWWUUUUUUUAAAAAAAAUUUUUUU!

Ditmar también estaba más que emocionado.

—¡SON GENIALES! ¡¿Cómo… cómo saben hacer eso?! Espera, ¡no! ¡¿Esto es una broma de Mtv?! ¿Hola? ¿Holaaa?

—¡Ajá! —exclamó María—. ¡Ahora ya entiendo porqué tanto misterio! Sin duda había algo más que los unía —aseguró poniendo su cara picara—. ¿Qué pasó anoche?

Jadi suspiró.

—Un árbol monstruoso me atrapó porque mi fuego no funcionaba bien y… Eliot me salvó, por eso no pudimos venir.

—No es nada fácil esto, es una larga historia —interpuso Eliot.

—Sea lo que sea, les ayudamos —ofreció Ditmar.

—¿Qué? No, es muy peligroso.

—Además no deberían saberlo —agregó Jadi—, ¡nadie debería saberlo!

—Ustedes fueron transportados por accidente, esto no…

—¡A estas alturas deberías saber que NADA ocurre por accidente! —interrumpió una voz femenina. Voltearon, la mujer apareció y se empezó a reír—. Los seres blancos han elegido a dos más para deshacerse de mí, ¡qué interesante!

—¡Maldita! —la enfrentó Eliot—. Eres un monstruo, ¡no creas que olvidé lo de anoche!

—¿Te hizo algo? —quiso saber Jadi.

La mujer interrumpió.

—¡Quiero ver qué pueden hacer!

Lanzó espíritus oscuros hacia los cuatro, eran largos como los de Gabriel, pero negros. Jadi los detuvo con una enorme ráfaga de fuego.

—¡Corran! —ordenó.

Eliot se puso delante de ella.

—¡No, tú corre!

Levantó una pared de tierra para detenerlos. Jadi corrió con los demás. Escuchó la risa de la mujer y se dio cuenta de que los espíritus negros habían desaparecido, y la mujer también. Volvieron a aparecer en el colegio. Eliot suspiró con alivio de que no hubiera ido más lejos la situación.

—Se fue.

Jadi y los demás se acercaron.

—Qué alivio.

—¿Y esa loca qué? —preguntó María.

Ella y su novio los miraban esperando una respuesta.

—Está bien —dijo Eliot luego de pensar unos segundos—. Jadi y yo les contaremos… pero después de clases, ahora corramos al aula.

—¡Verdad!

Empezaron a correr. María estaba muy emocionada.

—Esto explica muchas faltas y tardanzas de ustedes —le comentó a su amiga.

—No me parece divertido —respondió ella.

Llegaron al aula, ya había pasado media hora de clase.

—Señores, ¿y ustedes? Ya no pasan —les advirtió el profesor.

—No profesor —excusó Ditmar—, es que una maestra nos llamó para que la ayudaramos con algo y nos hizo demorar.

María, Eliot y Jadi lo miraron, era veloz inventando y le siguieron la corriente.

—Está bien —aceptó el hombre—, pasen, pero que no se repita.

Se aliviaron y entraron rápido.

Después de un rato le cayó un papel a Jadi. Lo leyó.

“¿Por qué no me contaste antes? Mala amiga, con razón tantas escapadas con Eliot ¡Ajá!”

Ella le contestó en otro papel y se lo alcanzó. María lo leyó enseguida.

“Qué te importa ¬¬”. Cerró el papel.

—¡Auch!

Ya a la salida se fueron a casa de Jadi. María y Ditmar se sentaron ansiosos en el sofá, Eliot y Jadi se veían serios. Les contaron el por qué eran llevados a ese lugar, luego Eliot contó lo que la mujer le había dicho. Le incomodaba hablar de Gabriel, pero no tenía otra opción, Jadi tenía que saberlo.

La rubia quedó mirando bajo, enojada.

—Es una desgraciada —murmuró—. ¿Cómo se atrevió a engañarnos? Sabía que había algo raro.

Eliot se sintió un poco triste por ver la así.

—Se convirtió en un ser malvado, por eso ahora más que nunca quiero derrotarla.

—Nosotros ayudaremos —dijo Ditmar—, ella misma dijo que los seres blancos también nos han escogido… por cierto, ¿qué seres blancos?

Eliot se sorprendió. Eso era un misterio.

—Es verdad. No, no sé.

María brincó emocionada.

—¿Eso significa que también podremos mover tierra y lanzar fuego? —preguntó.

—No lo sé.

—¡Vamos al jardín a probar! —exclamó jalando a Ditmar.

—Oigan, no es juego —quiso detenerlos Eliot—, pueden ocasionar un accidente.

—Deja que aprendan a la mala —le dijo Jadi.

Se puso de pie, estaba triste. Se dio la vuelta a mirar a otro lado, no quería que la viera así. Eliot lo notó y se acercó. No quería que estuviera triste por Gabriel y sabía que estaba pensando en él.

—Eliot —dijo casi susurrando—. Gracias por estar a mi lado, ahora lo entiendo todo… ¿Sabes? Él paraba solo y yo también, nos empezamos a hacer compañía… verlo cada día era una gran motivación.

—Te entiendo… en verdad.

—Hasta aquel día que lo vi besando a una chica que ni siquiera había visto nunca en el colegio. Pero no pensé en ese momento, sólo opté por correr lejos. Luego discutimos y nunca entendí porque él estaba tan molesto también.

—¿Cómo adivinarlo? No sabías de la existencia de esa mujer.

—Él desapareció de mi vida después de eso… me quedé sola. —Las palabras casi no salían—. Cómo lo extrañaba. —Cerró los ojos.

Eliot la jaló lentamente y la abrazó. Jadi cerró los ojos. No podía resistirse a un abrazo suyo, le hacía mucho bien, y le gustaba su aroma. Era muy reconfortante estar en los brazos de su amigo.

—No volverá a ser como antes, ¿verdad?

—Todo cambia —murmuró él—. Quién sabe, quizá luego de esto lo superen y pasen a mejores momentos, ya verás que sí.

—Gracias.

Afuera en el jardín. María trataba de concentrarse y pensar en el fuego pero nada pasaba, igual con Ditmar.

—¡Uch! ¿Qué estamos haciendo mal? —reclamó ella.

—No sé… será que no vamos a manejar esos, sino otros, así como Gabriel tiene la electricidad. ¡Lo envidio! —Empezó a reír.

María también rió.

—A ver, piensa… Fuego, tierra, electricidad. ¿Qué falta?

—¡El agua y el viento! —exclamó ella— ¡Claro, los cuatro elementos! Espera, la electricidad no está incluida.

—¡No! Esa es de otro club.

Rieron. María dio pequeños brincos.

—¡Estoy emocionada! ¡¿Cuál seré yo?! ¿El agua o el viento?

—Ojalá que seas el viento.

—¿Por qué?

—Así yo sería el agua y podría ahogar a los malos, en cambio, ¿el viento qué? Sólo les mandarías frescas brisas. —Empezó a reír.

María se sintió ofendida.

—Ajá. Ya no quieras estar de chistoso —le reclamó.

—Como tú digas.

Se acercó y le dio un beso. Jadi y Eliot salían a verlos y se encontraron con la escena.

—¡Aaaj! —Se quejó la rubia—. Vayan al parque.

—¡Oye! —la detuvo María—. ¡Qué envidiosa que es la gente! —Ditmar se rió—. Ahí está tu Eliot, ¡no molestes! —Besó a Ditmar de nuevo.

Jadi y Eliot se ruborizaron, se miraron y enseguida voltearon dándose la espalda. Jadi se fue a la cocina, enojada, y Eliot se quedó en el jardín a tratar de enseñarles a concentrarse.

—Bien, ya suficiente, ¿quieren aprender o no?

—No… un segundo… —Seguía en lo suyo.

Frunció el ceño.

—Como quieran —les dijo asqueado.

Volvió a entrar a la casa. Venía un olor raro de la cocina, entró a ver qué pasaba.

—Jadi, ¿qué haces?

—Trato de asar malvaviscos en la cocina… ¡Ach! ¡Esta cosa no sirve!

Ella estaba usando las llamas de sus manos para asar el malvavisco pero este se deshacía muy rápido.

—Ya he hecho algunos. —Le señaló el pote.

Eliot se acercó sonriente y tomó uno.

—Guau, nunca había probado…

—¿En serio? Mi madre siempre compra los fines de semana… —Volteó a verlo—. ¡Oye, déjame uno!

Él se rió.

—Tranquila, quedan dos.

Jado cogió uno.

—¿Compartimos? —preguntó.

—Tú uno y yo el otro… ¿Y los chicos?

—Oh, no entran en mi plan —respondió ella con desinterés.

Se escuchaba cómo María y Ditmar jugaban y se reían en el jardín. Eliot le sonrió a Jadi haciendo un movimiento con la cabeza tratando de decirle que los chicos estaban haciendo de las suyas afuera. Jadi sonrió también, tomó un malvavisco y estiró la mano para darle de probar en la boca. Él dudó unos segundos antes de acercarse. Ditmar entró de repente.

—¡¿Chicos que hacen?! —Hizo una mueca extraña al percatarse de que había interrumpido.

Los dos se asustaron. María entró de golpe también.

—¡¿HAN PREPARADO ALGO Y NO NOS HAN GUARDADO?!

—¡Ay, pero qué molestos! —se quejó Jadi.

—Hoy hay otra amanecida para los que quieren, ¿van a ir? —quiso saber la chica.

—Sí, creo que sí. Más bien ya voy a mi casa —respondió Eliot.

—Sí, nosotros también.

***

Eliot llegó a su casa más animado que de costumbre.

—Buenas tardes hijo —le atajó su mamá—. ¿No saludas? ¿Acaso has dormido acá?

—Mamá —la abrazó—. Perdón, es que estoy distraído. Voy a alistarme porque hoy tengo amanecida.

—¿Otra vez?

—Eh… sí.

—¿Y anoche qué hicieron?

—¿Ah? —dijo nervioso.

—En la amanecida…

—Ah… —Había olvidado preguntarle a Ditmar. Quedó mudo.

Su madre arqueó una ceja.

—¿Te quedaste dormido? —preguntó al ver que él tardaba en responder.

—¡Sí!... Pero esta vez no, ya descansé —mintió, para su pesar. Pues no había dormido casi nada.

—¿Qué pasó en tus brazos, son raspaduras?

Eliot se asustó y trató de esconder sus heridas.

—¡Sí! Un gato, uno muy feo. Tengo que apurarme, mamá, ya bajo.

Subió corriendo a su habitación, antes de que le preguntara más cosas. La señora quedó un poco desconcertada por esa extraña reacción pero no le dio mucha importancia.

Eliot metió a la lavadora las vendas que le había puesto Jadi y su ropa que tenía ligeras manchas de sangre, que felizmente su mamá no había visto. Entró a la ducha, e intentó no emitir ningún ruido tras el ardor de las heridas. Al rato bajó adolorido. Su mamá tenía lista una sopa, eso le sacó una sonrisa.

—Uuuh. ¡Qué rico! Por eso te adoro. —Acercó su rostro al vapor de la sopa para disfrutar el aroma.

Su madre soltó una suave risa.

—Eres como tu padre, todo encantador —murmuró.

Eliot cambió su expresión. Tomó la cuchara.

—¿Cuándo viene papá de Estados unidos?

—Quizá a fin de año.

Se sintió un poco melancólico.

—Um, ojalá… Ya van tres años que dice lo mismo.

Jadi se encontraba sentada en su sofá pensando en lo que había pasado desde que Eliot se enfermó y faltó al colegio. Recordó cuando le dio ese ligero pellizcon en el labio que la hizo volver a pensar en aquella tarde cuando la besó. La forma en la que la miró al estar ella con su camisa puesta. Sintió el rubor subir a su rostro y apretó más el cojín que tenía entre sus brazos. Una trabajadora la sacó de sus pensamientos.

—Señorita, creo que ya es hora de que el chofer la lleve al colegio.

Jadi reaccionó.

—Sí, gracias.

Soltó el cojín y se puso de pie, sacudió la cabeza. Sin darse cuenta había estado pensando en el castaño durante casi toda la tarde. ¿Qué rayos le pasaba? No debía estar haciendo esto.

***

Pasó una hora de clase nocturna. Jadi veía de reojo que Eliot tenía su cabeza apoyada en su mano y no se había movido para nada. Estaba muy atento al parecer, sintió vergüenza al ver que ella se moría de sueño pero él seguía bien. Después de un rato volteó a verlo y se dio cuenta de que estaba bien dormido.

Ya que él lo hacía, ella también se animó. Apenas se dispuso a ponerse cómoda, el profesor le arrojó una bola de papel a la cabeza.

—¡Señorita, preste atención!

—¡Ay! ¿Por qué a mí? —Había olvidado que los profesores la tenían como objetivo principal y solo estaban atentos a ella.

De todos modos no pudo resistir y se durmió. Al rato se despertó cubierta de bolas de papel que los demás le habían tirado para matar el sueño.

—Jadi, toma esta imagen, pégala en tu cuaderno —le dijo Eliot.

Le dio la imagen y un bote de pegamento. Se puso a anotar. Volteó a verla y vio que ella había vaciado la sustancia en la carpeta y estaba mirando cómo se esparcía lentamente.

—¿Jadi, qué hiciste?

—¡Dame papel, rápido!

El profesor apareció frente a ambos.

—¡Fuera!

Los dos salieron del aula un poco avergonzados.

—Perdón —dijo Jadi—, el sueño me mata y apenas me di cuenta, el pegamento se estaba derramando.

—Sí, también tengo sueño, pero traté de hacer un esfuerzo y cuando desperté también estabas durmiendo, y estabas llena de papeles. —Rió.

—Todo el cole está oscuro —comentó ella mirando alrededor.

—Sí…

Lo tomó del brazo para caminar.

—Tranquila… estás conmigo.

—Sí… “superman” —se burló haciéndolo reír—. Oye… no vayas a decir nada de que estuviste en mi habitación, pensarían mal y las zorras me empezarían a hablar y preguntar cosas que no son.

—Ja, ¿qué? ¿Cómo crees que lo voy a contar? —Sonrió—. Además no creo que les interese saber que tu cama es rosadita. —Rompió a reír.

—¡Oye! —Le dio un leve empujón—. ¡Mi madre las compró! No pude hacer nada —aclaró avergonzada.

—Sólo bromeaba —se defendió él entre risas—, no tiene nada de malo que sea rosadita.

Jadi no pudo evitar reír.

—¡Ay! —Lo volvió a empujar—. ¡¿Ya ves?! Ya me estoy riendo de mí misma. —Él continuaba riendo—. ¡¿Y tú qué?! —Volvió a tomarlo del brazo—. Suerte que no he estado en tu habitación y no puedo burlarme…

—¡¿Qué?! —exclamó otra voz de chica. Jadi y Eliot soltaron un corto grito de espanto. Era Paola—. ¡¿Qué acabas de decir?! —exigió saber. Vio que lo tenía del brazo—. ¡Oye, suéltalo!

Se abalanzó y la jaló para que lo soltara pero ella lo abrazó fuerte.

—¡No molestes vete! —le reclamó Jadi.

Paola tiraba de ella para separarla de Eliot.

—¡Que lo sueltes, animal! —exigía.

—¡Nooo! —respondió aferrándose más.

—Chicas, chicas, ¡tranquilas! —pidió él.

María apareció con Ditmar.

—Ni siquiera a las cuatro de la mañana hay paz en este colegio —comentó a su compañero.

—Sí pues, míralos…

—Jadi debería afrontar su problema de celos e ir con un especialista. —Soltó una suave risa.

—¡YA TE ESCUCHÉ! —chilló la rubia.

—Por si quieren algo luego, estaremos por los jardines haciendo cochinaditas ricas —anunció María.

—¡¿Eh?! —exclamó Ditmar. Se asustó, María lo jaló del brazo y se lo llevó—. ¡Auxilio! 

—¡Yo también necesito ayuda! —le contestó Eliot que seguía atrapado entre las dos chicas.

—¡Si no lo sueltas ya verás! —gruñó Paola.

—¡Ya, niñas! Suficiente —les advirtió él.

—Eliot. ¡No me digas que ya te acostaste con esa!

—¡¿A QUIÉN LE DICES “ESA”?! —explotó Jadi, soltó a Eliot y se le abalanzó a la muchacha—. ¡TU ERES MÁS ZORRA QUE TODAS!

Eliot se quedó sorprendido y asustado.

—¡Oh por dios!

Por otro lado. María jaloneaba a Ditmar.

—Anda, vamos a mi casa —le pedía haciendo puchero.

—Nooo. Quiero hacer de ti una chica decente.

Ella lo soltó ofendida.

—¡Soy decente!

Sintieron un bajón en el cuerpo y parecieron en la otra dimensión, sólo ellos. En frente habían dos montículos, uno de hojas y el otro de agua suspendido en el aire. Quedaron perplejos.

—Bueno —dijo ella sorprendida—, si el agua apareció frente a ti, significa que tú eres el agua… y yo soy viento. —Se sintió decepcionada—. Buuu.

—¡Lo sabía! —exclamó él—. Pero no estés triste, lo que dije antes fue broma. O sea, podrías llegar a formar huracanes y esas cosas.

María se emocionó.

—Es verdad —dijo esperanzada.

Ambos trataron de concentrarse.

Eliot había logrado separar a Jadi de Paola.

—¡Suéltame, Eliot! —pataleaba la menuda rubia—. Tengo que darle una paliza, ¡¿qué no ves?!

—¡Vas a tener que pagarme mi manicura, salvaje!

—¡¿Quién anda ahí?! —exclamó una voz masculina.

Los tres se quedaron congelados.

—¡El guardia! ¡Corramos antes de que nos vea!

Fueron a ocultarse en un almacén de limpieza. El guardián, que no dudaba en haberlos escuchado, los buscaba sin parar. Los tres estaban pegados a la puerta esperando que el guardián se vaya a otro sitio.

—Estamos muy apretados aquí —se quejó Jadi.

—No… yo estoy feliz —dijo Paola mientras se pegaba más a Eliot—. ¡Aunque desearía que no estuvieras tú!

—¡Aléjate de él!

—¡Ni aunque pudiera!

—¡Niñas, no hagan ruido o nos encontrará! Dios mío —se quejó—. ¿Por qué?

Paola no soportó más y jaló a Jadi.

—¡Oye!

En eso la puerta se abrió y los tres cayeron.

—¡AJÁ! —exclamó el guardián

***

—¡Lo hice! —gritó María—. ¿Viste que el viento movió un poquito las hojas?

—La verdad no, no sentí nada —respondió su compañero.

—¡Uch! ¡¿Cuándo voy a poder hacer algo?! —El viento empezó a soplar y movió las hojas—. ¡Ajá! ¡Ahora sí!

—¿Y cómo sabes que fuiste tú? El viento corre a todas horas.

—Pero aquí aún no había corrido nada, y mira, ya no ha vuelto a correr.

—Um… Sí, quizá tienes razón. Si lo vuelves a hacer te creeré.

María se enfocó en mover las hojas y el viento volvió a soplar, acabando de mover todas. Una pieza surgió.

—¡¿Lo ves?!

—Ok, ok. Te creo —dijo él—. ¿Y cómo lo hiciste?

—Enfócate en mover el agua. Imagínala moviéndose.

—Um… A ver.

Se concentró en eso y el agua se dispersó. Una pieza surgió y volvieron a estar en el colegio, ambos se emocionaron y se abrazaron. No podían creer que tuvieran poderes, era demasiado emocionante. Incluso se preguntaban si no era un sueño.

Cuando volvieron al aula vieron a Eliot, Jadi y Paola en un rincón.

—¡¿Ustedes también?! —gritó el profesor—. ¡Al rincón!

Los dos corrieron al rincón junto con los demás.

—Qué vergüenza —se quejó María.

—¿Hicieron sus cochinaditas ricas? —preguntó Jadi.

—No, no pudimos, aparecimos en la otra dimensión.

—¿Ah? ¿Ustedes solos?

—Y adivina —dijo feliz—, soy el viento.

—Yo soy el agua, obviamente —agregó Ditmar.

—¿Entonces ya no tienen dudas, ni algo más que quieran aclarar? —interrogó Eliot.

—¡Sí! ¡El agua es la mejor! —anunció el chico.

—¿De qué hablan? —quiso saber Paola—. No me excluyan.

—¡Nada que sea de tu incumbencia! —le respondió Jadi.

—Sé que Eliot no se ha acostado contigo, no tiene tan malos gustos —renegó la chica en respuesta.

—No se ha acostado conmigo porque no soy una zorra, y además tampoco lo hará contigo porque no le gustan las zorras, ¡¿ok?!

—¿Qué tanto murmuran?! ¡¿Quieren otro castigo?! —les gritó el profesor.

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