Capítulo 6
No tenía mucho que pensar, ya estaba decidido. Mientras, escuchaba el incesante martillar del hierro contra el hierro, y veía las chispas saltar. En cuanto él se detuvo, le devolvió una mirada. Kaysa había dejado la cesta de comida justo a su lado, y ya no podía quedarse más rato. Se dio una escapada del palacio vizcondal, a ese punto era casi rutinario. Y aun así no quería ser tan fresca, no podía tentar a su suerte y acabar en la calle. Menos en ese momento tan delicado.
—Entonces —dijo Encarni, al tiempo que se acomodaba los cabellos—. ¿No piensas decirle?
—No —contestó Kaysa y, por alguna razón, bajó la mirada—. No seré la única doncella que traerá un hijo sin padre.
—Pero tú sí sabes quién es el padre. —Silencio.
El aragonés se quedó en Béziers, llegaron juntos una tarde. Gracias a que Kaysa y su familia conocían gente, lo recomendaron y pronto consiguió un empleo como herrero. Ella iba a verlo siempre que podía, le llevaba lo poco que cocinaba su madre, o algunas sobras del palacio vizcondal. Se podría decir que eran amigos, aunque no se llamaban de esa manera. Tenían una relación estrecha, cierto. ¿Y acaso era normal que un hombre y una mujer fueran solo amigos, sin nada más de por medio?
Encarni cumplió su palabra, aunque ella no quiso comprometerlo, y tampoco imaginó que iba muy en serio. Aquella vez, cuando se conocieron, le dijo que la protegería y que nadie iba a tocarla. Eso resultó ser cierto, él siempre estaba allí cuando lo necesitaba, y a Kaysa le reconfortaba su compañía.
Era casi como su hija, a pesar de que no parecían tener mucha diferencia de edad. Tal vez una hermana pequeña sonaría mejor, le recordaba a su propio hermano. Era como Savaric cuando estuvo sano, incluso los dos se llevaban de maravilla. Encarni fue recibido como uno más de la familia, y en verdad no sabía que sería de ellos sin el aragonés. El hombre había adoptado una actitud paternal, y eso a ella no le desagradaba en lo absoluto, siempre era bueno tener un hombre en casa. La salud de su pobre hermano había mejorado, pero no lo suficiente, mamá vivía cuidando de él.
Y, como el hermano que sentía que era, se confió en él apenas tuvo claro lo que le estaba pasando. Sintió miedo, lloró mucho, pero la decisión ya estaba tomada y no había más que hacer. Encarni podría ayudarla, o al menos confortarla de alguna manera. En esas semanas acabó confiando en él, hablándole de las cosas que vivió en Foix. Por eso él la miraba con insistencia, quería entender si de verdad dijo lo que dijo.
—Eso no importa, el padre de seguro no querrá hacerse cargo de ningún hijo bastardo —agregó ella después de pasar un rato en silencio, solo quería dejar eso en claro.
—¿En serio lo crees?
—Sí.
Aunque la verdad no estaba tan segura de eso. Quién sabe y el conde intentara refugiar a ella y al niño, algunos nobles eran así, en especial si sus bastardos eran varones. Pero Kaysa se fue sin una despedida, y si el conde no mandó a buscarla o a reclamar su presencia, quizá era que no le interesaba lo suficiente. La descartó tan rápido como la metió en su cama, ¿qué importaba si estaba embarazada? Si no quiso quedarse con él cuando fue una mujer sola, menos iría si llevaba una carga.
—Haces las cosas muy difíciles —comentó Encarni—. No sabes si todo lo que piensas es verdad, das por hecho solo supuestos.
—Yo me entiendo, en serio. Ahora debo regresar, se me hace tarde. Disfruta tu comida, espero que te guste.
—Sé que así será, no te retrases. —El hombre le sonrió.
Encarni estaba cerca a la salida, Kaysa pasó a su lado. Su vientre no era muy grande, pero la servidumbre lo había notado. Ella prometió hablar con el senescal para que le diera permiso de descansar cuando tuviera a su criatura, pero temía perder su posición, y con eso el dinero que ganaba para la familia. Encarni ya se lo había dicho, no tenía que preocuparse por las monedas, él daría lo que sea necesario para que no pasaran necesidades. La madre de Kaysa hasta creyó que él en realidad iba a casarse con su hija, y se mostró muy contenta.
—Nos vemos. —Ella sonrió.
El hombre le dio un beso en la frente y dejó que regresara a sus labores. Durante el camino al palacio vizcondal, Kaysa fue arreglándose un poco el cabello y la ropa. Esa tarde hablaría con el senescal, después de todo era sierva de la orden y era a él quien tenía que pedir autorización.
No era la primera sirvienta que salía embarazada sin un marido, y pensó que no iba a afectarle, pero las miradas y los chismes empezaban a abrumarla. Ni siquiera podía ir a misa sin sentir que todos la condenaban, sabía que faltaba poco para que el párroco prohibiera su entrada.
Lo peor era que su madre llevaba la razón, le iría mejor si se casara. Ella hasta tenía un candidato ideal, y no dejaba de insistir con eso, aunque Kaysa no quería aceptarlo. No estaría bien. No, para nada.
"Encarni, hija mía. Él es el que necesitas. Ese hombre es maravilloso, y será un buen padre para tu criatura", le decía cada día. Pero aquel bebé ya tenía un padre, y ese era el conde de Foix, no estaba bien buscarle un sustituto. "Él te dejó, no le importas, sigue con tu camino", le decía una parte de ella. Pero a pesar de todo, recordaba cómo le juro que sería solo suya por siempre.
No conseguía olvidarlo, esa era la maldita verdad. "Pero Encarni es bueno, te quiere, cuida de nosotras. Será un buen padre y marido", se dijo. Antes de entrar al palacio vizcondal, se detuvo un momento y acarició su vientre.
Se quedó en silencio y soltó un hondo suspiro. Quizá debía aceptarlo. Puede que el conde nunca supiera la verdad, pero ella no podía quedarse en el pasado. Tenía que vivir. Lo llevaría siempre en el corazón, pero si Encarni se lo proponía, entonces ella iba a aceptar. Porque así tenía que ser.
*************
Para él tampoco había mucho que pensar, de hecho, llevaba varios días meditándolo sin saber si sería apropiado. La conclusión fue una sola, simple, pero quizá problemática: Tenía que casarse con Kaysa. Y no sería ningún sacrificio.
Cuando llegó a Provenza a dejar la correspondencia importante, sabía que esa era su última misión, luego sería libre para lo que quisiera. Solo que cuando la vio, supo cuál era su lugar. Tan joven, bella y dulce. Con una sonrisa cálida, con un brillo especial. No lo dudó, quiso conocer a esa bella criatura, quería y debía estar cerca de ella. La veía tan pequeña, tan frágil. Solo pensar que alguien pudiera hacerle daño lo llenaba de furia. Necesitaba estar a su lado, protegerla siempre. Y eso solo era posible de una forma.
¿El problema? Kaysa lo veía como a un hermano, o un padre, lo que era peor. ¿Cómo proponérselo entonces? ¿Cómo decirle que quería ser su marido y padre de su hijo sin que ella lo tomara a mal? ¿Sin arruinar la amistad que tenían? Él estaba bien dispuesto a asumir a ese bebé como suyo, así fuera de ese condenado conde de Foix. Estaba de acuerdo con Kaysa en muchas cosas, como el hecho de que a ese hombre parecía no importarle en absoluto su destino, pues no la buscaba.
Pero Kaysa sí que lo pensaba, se atrevía a decir que lo amaba en silencio a pesar de todo. Por eso, antes de proponerle casarse, quería asegurarse que en verdad Kaysa no quiera ponerse en contacto con el conde. Si iban a formar una familia, no había lugar para ese hombre en sus vidas. Serían solo él y ella, nada más.
Su madre lo aprobaba, él la quería. Incluso su hermano bromeaba llamándolo "cuñado". Pero no iba a presionarla, no deseaba que lo viera como su última opción, un escape para huir de la vergüenza. No quería ser un escape, sino un refugio.
Suspiró, tomó su herramienta y volvió a sus labores. Había trabajo que terminar y mucho tiempo para pensar en lo que iba a hacer.
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Casada, eso le dijeron. Hacía poco Kaysa se había casado con un herrero, y eso fue porque esperaba un hijo de él. El embarazo ya era evidente, y la pareja tomó esa decisión para poder bautizar al niño.
El conde no pudo creer lo que escuchó. Aunque la dejó libre para hacer su vida y no habían vuelto a verse, aquello le pareció una traición. Era ridículo, pero se sintió de esa manera. Kaysa se fue aquel día de Saissac sin mirar atrás ni despedirse, y de pronto se enteraba de que ya tenía otro, que además se había unido en matrimonio a él.
Aunque estuvieran lejos, siempre procuraba saber de ella. Tenía claro que aquello estaba mal, que se había prometido no volver a verla, pero le era inevitable pensarla. Quizá sin querer albergaba en su corazón la esperanza de tenerla a su lado de nuevo. Se decía que algún día mandaría por ella a Béziers, o que podría aparecer por sorpresa.
Pero ya nada de eso sería posible. Aquella novedad lo cambiaba todo.
El día que se enteró estalló en rabia y no quiso hablar con nadie. Kaysa, su Kaysa casada con otro, con un sucio herrero que no la merecía, un plebeyo más del montón. No concebía la idea de que fuera otro el que tocara su piel, que la colmara de besos, que se sintiera dichoso al estar con ella.
No, no y no. Kaysa era suya y de nadie más. Aquel miserable, sea quien sea, no tenía derecho a acariciarla, mucho menos a embarazarla. Pero así fue, y no se entendía a sí mismo. La había alejado de él, no tenía ningún derecho sobre aquella joven. Y ahora que sabía que otro la tenía, se ponía furioso. Pero ¿qué podía hacer?
Kaysa estaba muerta para él. O al menos de eso quiso convencerse los primeros días. Era como una tortura. ¿Quién sería el desgraciado que se atrevió a quitársela? Se descubría pensando en eso con rabia. No podía seguir, tenía que olvidarla. "Por favor, Raimon, basta ya, es solo una mujer", se había repetido varias veces. Pero no solo era una mujer, era "la mujer".
Antes de ella, todas las que pasaron por su cama fueron una diversión, un momento de placer que se acababa tan pronto amanecía. Con Kaysa no fue así. El deseo por ella lo fue consumiendo poco a poco durante esos meses en que sirvió en su castillo y jamás la tocó. Cuando al fin la tuvo aquella noche sintió que esa mujer se iba a volver su vicio. Ella, tan joven, pero nada ingenua, tan hermosa, sensual de una manera natural y hasta inocente. La deseaba tanto que solo evocar los recuerdos de aquellas noches lo podían enloquecer de deseo.
Desde que Kaysa se fue le pedía a Cateline que buscara mujeres jóvenes. Como ella. La criada era discreta y sabía hacer su trabajo, le llevaba muchachas hermosas y con apariencia virginal. Y a todas las decía "Kaysa". Todas eran Kaysa para él, se esforzaba por verla en ellas.
Y quizá ellas se fueran muy contentas, pero luego a él solo le quedaba un enorme vacío. "No es ella, no está, no volverá", se decía intentando controlar su tristeza. Y si alguna vez hubo esperanzas de un reencuentro, de hacerla su amante o lo que fuera, aquello se acababa de esfumar con la noticia del matrimonio de la joven.
Aun así, era difícil no preocuparse por ella. Hacía unos meses que el Papa ordenó la cruzada, y las tropas ya se estaban movilizando. "Desde Montpellier hasta Burdeos, el Papa ha ordenado destruir a todo aquel que se le oponga", eso se decía en todos lados.
La desgracia se había desatado cuando excomulgaron al conde de Tolosa, culpándolo del asesinato del legado papal Peyre de Castelnou. Una acusación falsa, por cierto. El conde pertenecía a la orden, y aunque sabían que el de Tolosa los traicionó una vez, tenían conocimiento que él no fue el responsable de esa muerte. Todo fue armado, era una excusa para invadir Languedoc.
En Roma decían que querían combatir la herejía de los albigenses, pero la orden sabía que eso no era cierto. Iban a por ellos. Había alguien de la iglesia dispuesto a buscar debajo de cada piedra de los castillos de Provenza para encontrar el Grial. No podían atacar Montpellier, pues este lugar estaba bajo la protección del rey de Aragón. Iban a destruir la primera villa libre del Mediodía.
Béziers.
Quería olvidar a Kaysa, ¿pero cómo podría hacerlo si quería protegerla?
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Muchaachaaaaassssss en este capítulo hubo un pequeño spoiler de La dama II omg, y en el otro cap habrá más spoiler xdddd
YA SOLO NOS QUEDA EL EPÍLOGO
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