Capítulo 5
Tal vez fue tonta, tal vez se ilusionó muy pronto. Se dejó llevar por... ¿Por qué? El placer, la calma, la promesa de afecto. No, de eso no hubo ni una palabra. Kaysa solo lo imaginó, quiso creer que era así.
Porque una parte de ella pensaba que nadie la iba a tocar como él, ni a besar de esa manera que lograba hacerla temblar. No miraría a los ojos de otro hombre sintiendo que se hundía en ellos, no recibiría caricias tan suaves ni tan íntimas con tanta alegría. Tenía que ser especial, quiso pensar que era así.
La gente común no lo hacía como ellos, no se tomaba ese tiempo. Sí, fue virgen antes de él. Pero eso no significaba que no hubiera escuchado cómo era el sexo, o visto encuentros de forma accidental. Todo era rápido, a veces violento, y casi siempre la mujer no disfrutaba. Pero ella no lo vivía así, Kaysa se sentía plena de verdad. Esa alegría no era común, las personas no se sentían tan felices después de sucumbir al pecado.
Tal vez debió darse cuenta, pero no hubo forma de adivinarlo. Jamás vivió eso antes, y nadie se lo advirtió. Quizá hasta el mismo conde lo hizo, no de forma directa para no entristecerla, y aun así debió tenerlo claro. Nada de eso sería eterno, ni las sensaciones, tal vez ni los recuerdos de lo que vivió. El resto de noches que tuvo a su lado siempre estuvieron condenadas a ser pasado.
Kaysa se fue la mañana siguiente de la fiesta que el señor Guillaume de Saissac organizó para recibir a su dama, y a todos los nobles de Cabaret, incluyendo a la famosa dama loba. Durante esos días se habló con expectativa del banquete, después de todo sería el primero de muchos que el nuevo señor brindaría en su castillo.
Por supuesto que tenía curiosidad, pero por más que la hubieran convocado para una especie de misión en la orden, era claro que una simple doncella como ella no estaba invitada. La única forma de ver lo que pasaba en esa fiesta, y tal vez divertirse un poco, era ofrecerse para trabajar con la servidumbre. No le costaría nada, no sería la primera vez.
Y sí, estuvo en la fiesta, al menos oculta con discreción entre las doncellas. Ese fue el día en que su corazón se rompió en mil pedazos.
Sabía que en ese banquete encontraría rostros conocidos. Su señora Bruna de Béziers, a quien veía unas cuantas veces al año, era la amada de su nuevo gran maestre. Llevaba cuatro años casada con el señor de Cabaret, y sería la primera vez que Kaysa vería a las personas con las que su señora compartía su vida. La curiosidad le ganó, y tenía todo el sentido del mundo. Cabaret era conocida en Provenza como la ciudad de la finn' amor y el joy, con la corte más fastuosa, y las damas más célebres del Mediodía.
Apreciaba mucho a su señora Bruna, pero a quien en verdad quería ver era a la famosa dama loba. Orbia de Pennautier era sin duda la mujer más aclamada de ese lado del mundo, ¡y claro que quería conocerla! Muchas cosas se decían de ella, como que era una mujer irresistible, y que era la más hermosa de la cristiandad. Así que esperaría con paciencia la llegada de la famosa dama.
Mientras, sus ojos se desviaban hacia Raimón de Foix. Veía al conde a lo lejos, intentando disimular. No podía evitar que su corazón latiera acelerado, y que todo el cuerpo lo añorara de solo recordar las noches juntos. La complicidad, los besos, las caricias, el placer.
Cada noche, cuando acababan rendidos de tanto adorarse, él lo decía. "Esto no puede volver a pasar". Pero ella regresaba al ataque, y él reía, olvidando sus propias palabras. Aunque dijera que no sucedería otra vez, ella haría lo posible para que no cumpliera su palabra. No, señor, no iba a dejarlo ir así de fácil. Él era suyo tanto como ella.
Y lo veía ahí, alto, fuerte, con ese porte que imponía y hacía que cualquiera se sintiera intimidada. "Es mi hombre", pensó mientras se sonrojaba. "Y yo seré suya para siempre". Suspiró y se aferró a esa idea, a esa ilusión.
Hasta que apareció la loba de Cabaret. Hasta que los vio encontrarse. Hasta que él dejó de desviar la mirada de rato en rato para verla, pues su atención estaba de pronto en esa mujer. Lo entendió todo, y se sintió muy tonta. Debió escucharlo. Cuando le decía que no podía suceder otra vez, era porque de verdad él no tenía la intención de llevar ese idilio más lejos. Luego perdía el interés, era eso. Tenía al frente a la dama Orbia de Pennautier, de quien se decía podía enamorar a un hombre solo con una mirada. A su hombre. Él la olvidó, tan pronto apareció esa otra.
"Ya te tuvo, no te quiere más. Se acabó, esta es la realidad", se dijo. Y, conteniendo las lágrimas, se fue de la fiesta, no quería saber nada de ese hombre. El conde nunca fue suyo, ni un instante. ¿Por qué se sentía tan mal? ¿Por qué no pudo solo aceptarlo? ¡Tonta, tonta, tonta! Así eran los nobles, ¿no había vivido toda la vida entre ellos? Sabía cómo pensaban, como actuaban.
Ella era solo una mujer para usar un rato, nunca para tomar en serio. Eso de seguro no pasó por la cabeza del conde ni por un instante, porque para él, la tonta de Kayna nunca fue más que un cuerpo para usar a su antojo. Para querer, para adorar, para tratar con toda la delicadeza y fervor del mundo; estaban las damas de verdad. Lo que ella jamás sería.
Por eso lloró a solas esa noche, por sus ilusiones destruidas. Era difícil asumir la realidad, darse cuenta de las cosas. De ese momento en adelante solo tenía que aceptar que la vida seguía, y que entregó quizás parte de su alma a quien nunca la mereció.
**************
Apenas pudo dormir aquella noche. La servidumbre estaba ajetreada, y ella volvió al lugar de donde nunca debió salir. Se acomodó en la paja y se cubrió con su capa. Lloró hasta quedarse dormida, y al despertar le dolía todo el cuerpo. Lo primero que pasó por su cabeza fue que tenía que irse pronto, no iba a aguantar quedarse un día más allí. No, porque solo imaginar que se cruzaría con Raimon de Foix, o que lo vería entregándose a los juegos de la finn' amor con la dama Orbia, le renovaba el deseo de llorar hasta cansarse.
Se puso de pie pronto, y se escabulló en busca de la persona que la ayudaría a irse. Las órdenes del gran maestre ya las tenía, se retrasó por tonta. Por quedarse calentando la cama del conde. Apenas amanecía, las campanas de la hora prima acababan de sonar. Pero el castillo de Saissac ya estaba despierto, la cocina funcionando, los establos en movimiento.
Kaysa buscó a un hombre llamado Reginald, quien dirigía a los siervos del señor. Lo encontró, ocupado, por supuesto, dando órdenes a los demás sirvientes. La miró de lado, tal vez ya la conocía, después de todo llevaba varios días rondando el lugar. Lo confirmó pronto, cuando apenas le dijo quien era, y él le hizo una seña para que lo siguiera.
Así que era el fin. Conforme andaba alejándose del ajetreo del castillo, Kaysa pensó otra vez en el conde. En que ni siquiera tuvieron oportunidad de despedirse, que ella solo abandonó todo y se resignó. Sentía un nudo en la garganta, y culpa quizá. Pero pronto se sacudió esas ideas de la cabeza, ¿para qué? ¿De qué serviría una despedida? Ella no valía lo suficiente, ¿verdad? Ya llenaría el vacío de su cama con otra, a ella ya la usó como quiso.
—Así que llegó tu momento —dijo Reginald cuando estuvieron a solas. El hombre buscaba entre los pergaminos algo para ella, o al menos eso le pareció—. ¿Quieres partir hoy mismo, muchacha?
—Lo antes posible —aclaró. Y sí, era lo mejor. De esa forma no tendría tiempo para arrepentirse.
—Bien, no hay problema con eso. Tengo que arreglar algunas cosas, no puedes ir sola hasta Béziers.
—No creo que haya problema, siempre hay gente en el camino, puedo...
—No con lo que vas a llevar contigo —interrumpió Reginald—. Ahora eres una sierva de la orden, y vas a hacer las cosas bien.
—¿Qué debo hacer entonces?
—Llevarás esto —le tendió unos pergaminos. La chica los tomó de inmediato—. Es la presentación del señor Guillaume para Bernard de Béziers. Así él sabrá de tu nueva posición, también hay otras indicaciones que ya recibirás.
—Entiendo.
—Ahora, mientras preparo tu salida, me encargaré que te entreguen un abrigo, queso y vino, también unos panecillos. Tal vez demores en llegar.
—Gracias, es usted muy amable. —Reginald sonrió de lado. ¿Sabría él lo que estuvo haciendo esos días? ¿De verdad la ayudaría? Durante su vida se había cruzado con toda clase de personas que dirigían el servicio, cada uno más tirano que el otro. Al menos este parecía un tipo decente.
—¿Se encuentra bien? —preguntó de pronto—. Se ve pálida, tal vez algo enferma. ¿No quiere quedarse un día más? Tal vez así se reponga...
—No, me voy hoy —dijo muy firme. No quería que el conde la buscara, que quisiera jugar de nuevo con ella. No iba a permitirlo nunca más. Si Raimon de Foix no la quería, entonces ella tampoco, por más que doliera.
—Está bien, Kaysa. De hecho, pensé que te quedarías más días por aquí. Al parecer los señores irán de cacería, no lo sé aún. Hoy es un día complicado.
—¿Puedo ayudar? —El hombre se lo pensó. Lo vio torcer los labios, y luego asintió lento.
—Hay otra cosa, algo que concierne a la orden.
—Claro, ¿de qué trata?
—Hay un hombre que viene desde las tierras de Aragón. Estará cerca a Carcasona, su nombre es Encarni, tiene un mensaje para nuestro Gran Maestre.
—Entiendo...
—Encontrarán a una sierva camino hacia aquí, estará acompañada por dos niños. Su nombre es Ariana. La idea era que Encarni le entregara a ella la correspondencia.
—¿Qué debo hacer yo?
—La mujer y los niños están acompañados de un grupo de comerciantes, van a Montpellier. Cuando la encuentres, podrás unirte a ellos e ir a salvo a Béziers. Solo asegúrate que el intercambio entre Encarni y Ariana sea seguro, sin inconvenientes.
—¿Algo en especial que deba observar?
—No lo sé aún. Encarni no es de por aquí, tal vez no sepa ubicarse. Eso sería todo.
—Claro. —¿Dudaban de ese hombre tal vez? ¿Por qué no se lo decía? Supuso que solo tendría que observar. Se preguntó si lograrían entenderse, ella hablaba oc y quién sabe cómo le hablaría ese aragonés—. Solo una cosa, ¿cómo reconoceré a esas personas?
—Hay un santo y seña para los siervos de la orden de tu rango. Se empieza con "Solo me muevo durante el día", y la otra persona deberá responder "Porque no confío en la noche". —La frase hasta le dio algo de miedo. Kaysa asintió. No tenía más que decir, al menos había entendido que, en asuntos de la orden esa, lo que más se apreciaba era la discreción.
—¿Me buscará cuando esté todo listo para partir?
—Sí, pero quédate cerca. El castillo es grande, y buscarte puede retrasar todo.
—Por supuesto, aquí estaré.
Y cumplió su palabra. Juntó lo poco que tenía, se acomodó la capa y escondió las monedas del conde entre su ropa. Aunque ella se las devolvió, él insistió para que se las quedara. En ese momento lo agradecía, hubiera sido una tragedia llegar a casa sin un centavo.
Cuando al fin Reginald la llamó, era casi el mediodía. Le explicó que unos mercaderes que volvían a Carcasona habían aceptado su compañía, así que solo tenía que estar atenta para encontrar a ese hombre llamado Encarni. Tal vez llegaría antes del atardecer, o quizá tendría que quedarse una noche en Carcasona. Al menos tenía ropa limpia y las monedas para pagarse una cama decente, aunque una mujer sola generaría sospechas y quizá se pondría en peligro.
Se unió al fin a los comerciantes, los ayudó a cargar algunas cosas y cuidó de sus niños. Conforme se alejaban de Saissac, ella sintió una opresión en silencio. No quiso mirar atrás, y mejor así. Esa época acabó, y si con el correr del día el conde ni se molestó en mandar a buscarla, solo quería decir que no había nada allí para ella.
Se pasó el camino en silencio, pensando en todo aquello, en la situación en la que se metió. A esas alturas ya no sabía si al final fue una buena idea aceptar la propuesta de Cateline y pasar una noche con el conde. Fue maravilloso, cierto, jamás pensó que podría sentirse así alguna vez en su vida.
Sí, fueron las mejores noches y las mejores experiencias que había tenido. De verdad creyó que él la deseaba, que la quería de alguna forma, que la necesitaba. Eso al menos demostró todas las veces que lo hicieron. Secó sus lágrimas, debería dejar ya de pensar en él, porque el conde tampoco pensaría más en ella.
Así, reflexionando, pasó el día. Y fue tal como creyó, por la tarde logró ver los altos muros de Carcasona. Ahora solo tenía que separarse de los mercaderes e ir en busca de ese hombre. Se suponía que el punto de encuentro sería cerca de un campo de cultivo hacia el sur de la ciudad, tenía que ser fácil. Para esa hora pocos campesinos estaban trabajando, así que se dijo con seguridad que lo encontraría pronto.
A lo lejos vio a un hombre extraño como ningún otro. Era alto, musculoso, parecía un gigante. De cabello negro, cejas gruesas, semblante serio. Le dio curiosidad. Se acercó a él a paso lento, este al principio ni siquiera advirtió su presencia hasta que estuvo lo suficiente cerca. La miró fijo, sin decir palabra alguna, como esperando. Si creyó que el conde de Foix era el único que podía intimidar a alguien con su sola presencia, era porque no estaba preparada para conocer a Encarni. Estuvieron un rato en silencio, mirándose, ella no pudo decir ninguna palabra hasta que al fin se animó.
—Solo me muevo durante el día —le dijo. Encarni sonrió de lado, sin poder evitarlo, ella correspondió.
—Porque no confío en la noche. Hablo un poco de oc —respondió lento—. ¿Me entiendes?
—Sí, está bien.
—Entonces toma —sacó los pergaminos que Reginald le indicó que tendría—. Esto es todo, y aquí acaba mi misión.
—Gracias. —No supo qué más decir, el hombre no se movía. Y ella tampoco.
—Yo, bueno... ehh... creo que debo irme —dijo algo nerviosa.
—¿Vas a...?
—Béziers —interrumpió—. Mis labores son allá.
—¿Irás ahora mismo? Pronto va a atardecer, puede ser peligroso para ti. ¿Qué tan lejos está Béziers de aquí?
—No lo sé... tal vez... ¿Medio día? Sí... quizá más si vamos a pie.
—¿Lo ves? Es tarde. Queda rato para que las puertas de Carcasona cierren, aún puedes entrar y buscar donde quedarte.
—Lo había pensado, sí. Supongo que está bien. ¿Y tú? ¿Acaso seguirás el camino solo? —No le sorprendería, en verdad. Estaba seguro de que ningún proscrito se atrevería a acercarse a un hombre como aquel.
—Sí, quizá. En realidad no sé a dónde ir.
—¿Cómo...? —enarcó una ceja—. ¿Acaso estás perdido?
—Más o menos, no conozco estas tierras. Estoy lejos de Aragón, no puedo volver. Estaba pensando, tal vez, conseguir algún empleo por aquí. Algo que sirva para valerme por mí mismo.
—No creo que eso sea difícil. Los señores siempre necesitan peones para sus tierras, o tal vez puedas hacer otra cosa. ¿Tienes algún oficio?
—Conozco de herrería...
—¡Perfecto! —interrumpió con entusiasmo, el hombre volvió a sonreír—. Estoy segura de que encontrarás algo sin mucho problema, no será difícil para ti. Podrías quedarte en Carcasona incluso.
—Bueno... —suspiró—. No, no puedo hacer eso.
—¿Entonces...? —Qué extraño, no pudo evitar pensarlo. Tal vez no podía quedarse, ¿cosa de la orden? ¿O algo personal? No se atrevía a preguntar, no estaba para eso.
—¿Puedo acompañarte? —le preguntó de pronto, dejándola boquiabierta—. ¿Es Béziers una villa grande?
—Sí, lo suficiente para que puedas conseguir empleo —contestó con sinceridad. En realidad, si se lo pensaba bien, la compañía de un hombre como él le ayudaría mucho. Una mujer sola en el camino nunca estaba segura, con un hombre era otra cuestión.
—¿No te molesta la compañía de un desconocido?
—Sé que te llamas Encarni. Yo soy Kaysa, ya no seremos tan desconocidos —le sonrió, él lo hizo a medias.
—Gracias, eres muy amable.
—En realidad, lo hago por mi conveniencia —intentó bromear—. Nadie va a molestarme si me acompañas —él rio, le alegró que lo tomara con gracia.
—Nadie va a ponerte un dedo encima, eso te lo prometo —la dejó más tranquila con sus palabras. No sabía qué tenía ese hombre, pero no le costó confiar en él.
*************
Capítulo 100% remasterizado (?) bueno tiene varias cositas nuevas xd
LAMENTO TANTO LA DEMORA EN SERIO. Diciembre fue un mes complicado, y enero va por el mismo camino
PERO YA CASI CASI LLEGAMOS AL FINAL DE ESTA HISTORIA CORTA OMG
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