Capítulo 3
No sabía bien como sentirse, desde aquella noche con el conde todo cambió. No quiso que fuera así, pero en el castillo se dieron cuenta de que algo pasaba. O, mejor dicho, del trato distinto con ella.
Kaysa de verdad intentó volver a sus labores como si nada hubiera pasado. Al día siguiente se acercó a Cateline para ponerse a sus órdenes, y esta solo la apartó del resto para entregarle su paga. La joven doncella se quedó sin respiración cuando la mujer puso aquella pequeña bolsa sobre su mano, y se dio cuenta de cuánto pesaba. Ni siquiera quiso guardarla al inicio, solo se quedó viéndola boquiabierta. Luego miró a Cateline, quien la observaba en silencio.
—¿No vas a contar tus monedas? —preguntó la mujer.
—Es que... no sé... pesa mucho...
—Cuéntalas —la animó ella. Respiró hondo y obedeció. Al observar dentro quedó aún más sorprendida. Nunca vio monedas tan brillantes, incluso más que las copas del conde.
—Yo no... no sé... Creo que hay un error. Esto no puede ser para mí.
—El conde me la entregó, claro que es para ti. Al parecer quedó complacido con tu compañía —añadió. No hubo mala intención en sus palabras, al menos eso creyó. Pero escucharla decir aquello solo la puso abochornada, enrojeció de inmediato.
—Hice lo que tenía que hacer, lo que me dijo. Nada en especial.
—Bueno, le entregaste tu virtud. Cierto que en mujeres como nosotras no significa la gran cosa, pero si él lo encontró satisfactorio, puedes quedarte tranquila.
—Sí, supongo —murmuró—. Solo una vez y nada más, ¿cierto? Se acabó.
—Eso no lo sé —respondió para su sorpresa—. No puedes regresar a Béziers aún, esperaremos un tiempo prudencial. Quizá cuando el conde se vaya de cacería. Se ausentará varios días, aprovecharemos para sacarte de Foix entonces.
—Claro... —sonrió. Esas monedas serían más que suficiente para vivir tranquila un tiempo con su familia. Ya no necesitaba seguir trabajando para el senescal, ya no tenía que espiar ni poner su vida en riesgo. Volvería a casa, todo estaría bien. Se permitió soñar con eso.
Pero Cateline acudió a ella ese mismo día, y al parecer estaba sorprendida. El conde la quería de vuelta en su lecho, pero nunca aclaró si iba a pagarle o no. Sabía que no era necesario que lo hiciera, en su condición él podía tomarla sin permiso si así lo deseaba. ¿Y qué iba a hacer? ¿Negarse? Eso solo empeoraría las cosas, a un conde no se le podía decir que no. Por eso solo se dejó llevar, confundida, a una alcoba donde le quitaron la ropa de sirvienta y le dieron algo más fino. Tal vez no digno de una condesa, pero sí de una mujer que gozaba de privilegios con los que ella no nació.
Solo tenía que esperar, eso le dijeron. Y así lo hizo. Esperó mucho, pero el conde no llegó esa noche, ella cayó rendida a la cama hasta el amanecer. A la mañana siguiente quiso volver a ser la sirvienta de antes, pero eso ya no se podía. No tenía que trabajar, recibiría la mejor comida y bebida del castillo, incluso ya habían preparado otros vestidos para ella.
Kaysa quedó aturdida, y tuvo miedo. ¿El conde la hizo su amante? ¿Cuánto duraría eso? ¿Acaso tendría que quedarse para siempre en Foix? Por un momento la idea no se le hizo tan insoportable. El conde no sabía nada de su labor como espía, y aunque quizá ese capricho no durara mucho, tenía una bolsa llena de monedas que podría entregar a su familia. Y la idea de compartir el lecho con el conde tampoco era tan mala, ¿verdad? De hecho era... era...
Muy tentadora. ¿Acaso se iba a mentir diciendo que no lo disfrutó? ¿Que no fue como un sueño? Sabía que apenas había acariciado la gloria, que tenía mucho por descubrir para conocer el placer. "Y tampoco es que tengas otra alternativa", pensó. Siendo realista, escapar no era una opción. Solo lo aceptó, y se dijo que si iba a pasar, lo disfrutaría todo lo que pudiera. Y si en caso lograba escuchar alguna información que le sirviera al senescal de Béziers...
No. No. Eso sí que sería muy arriesgado, y ya no estaba para aquella labor. Tal vez el conde no se presentó la primera noche, pero volvería. Tendría que estar preparada para enfrentar su destino.
Pero el destino, o tal vez Dios mismo, dispuso las cosas de forma distinta. Porque esa tarde, mientras aguardaba, su sangrado de mujer bajó con furia y dolor. No era la primera vez que se sentía así, pero a diferencia de las otras veces, ya no tenía que seguir con su trabajo. Por primera vez en años se permitió quedarse recostada en un cómodo lecho, descansando sin tener que aguantar el trabajo duro y el dolor de haber nacido mujer. Por supuesto, durante esos días no vio al conde, y este no la tocó. ¿No debería tomar eso como una señal?
Ya a esas alturas la servidumbre del castillo sabía de sus privilegios. Hablaban a sus espaldas, eso lo daba por hecho. Ni siquiera la misma Cateline la miraba igual. Supuso que todo cambió cuando el conde la requirió una segunda vez, pues según la mujer eso jamás pasaba. Y era curioso que estuviera esperando que su sangrado acabara para volver a acercarse a ella. Kaysa pensó que eso lo haría rendirse y olvidar todo ese asunto, hubiera sido lo normal.
Pero los días pasaban, y una parte de Kaysa quería que la esperaba acabara. Deseaba como nada el momento de volver a él. Lo que al principio tomó como una señal del cielo, de pronto se le hizo odioso. Maldijo su sangrado, odió no poder estar dispuesta para él. O para ella misma. ¿Cómo seguir enseñándose? Quería hacerlo otra vez, y no solo era la curiosidad por experimentar. Raimon de Foix fue su primer hombre, y no le molestaría que fuera así por mucho... mucho tiempo.
Esa mañana se levantó sintiéndose mejor. La impureza de su sangrado ya estaba cediendo, y Kaysa calculó que tal vez al amanecer del día siguiente todo acabaría al fin. La paciencia se le agotaba, y era peor porque sabía que el conde estaba en el castillo, pero no se cruzaban. ¿Qué lo detenía? ¿Acaso estaba tan ocupado? Bueno, por más que la deseara, no podía esperar que viviera detrás de ella, o le brindara otros cuidados, ¿no? Eso solo se trataba de deseo, no de... de otra cosa.
Jamás pasaría, ¿cierto? A lo mucho su amante temporal, o ni siquiera debería atribuirte una posición como aquella. Solo sería la doncella con la que... Bueno. Con la que saciaba sus ansias. De pronto la idea de estar a su merced ya no se le hizo tan atractiva, y las dudas regresaron. ¿En serio era lo que deseaba para su vida?
Fue pensando en eso que la presencia de alguien más la cogió desprevenida. Un encuentro casual, se podría decir. Pero ella quedó sorprendida al ver a Luc de Béziers, justo al cruzar uno de los pasillos.
El joven sobrino de su señor, el senescal, era alguien a quien conocía de toda la vida. Tenía su edad, y de él sabía lo mismo que todos: Hijo del fallecido hermano del senescal de Béziers. A la muerte de este, el señor Bernard juro proteger y cuidar de su sobrino como si fuera su propio hijo. Se sabía, porque esas cosas eran obvias, que Luc heredaría el puesto de senescal más adelante, algún día que rezaba no fuera muy cercano, pues el chico aún era joven y necesitaba la experiencia. Y claro, porque apreciaba al señor de Béziers.
—¡Kaysa! —exclamó con entusiasmo al verla—. Tanto tiempo, ¿cómo has estado? ¿Cómo va todo?
—Bue... Buen día —respondió, sin querer la voz le tembló.
Luc no la intimidaba, y eso poco tenía que ver con que fuera atractivo, porque sí que lo era. Un joven guapo, intrépido y divertido. Se acostumbró a verlo de lejos al inicio, y con sus años en el servicio del palacio vizcondal aprendió a apreciarlo de cierta manera. Él jamás la humilló, era igual a su tío. Su sentido de la caballerosidad provenzal se extendía incluso a mujeres como ella, quienes nunca eran consideradas personas que respetar por la gran mayoría de caballeros.
—Tengo noticias. De casa —aclaró. A Kaysa le brillaban los ojos. Sabía que se refería a su villa natal.
—¿Está todo bien? ¿El senescal? ¿La señora Bruna? ¿Mi familia...?
—¡Oh si! Espléndido, no debes temer. No soy sanador, pero sé que uno ha estado visitando a tu hermano y que le va mejor que antes.
—Gracias al cielo —expresó aliviada.
—Y tu madre decidió volver al palacio. Ayuda en la cocina, no es una carga pesada, pero cuando mi tío mandó a pedir por ella, no se negó.
—Eso es bueno —murmuró, y sonrió de lado. El sacrificio valió la pena, ellos estaban bien. Y estarían mejor cuando les entregara esa bolsa llena de monedas que le dio el conde. Bolsa que, por cierto, siempre escondía entre su ropa.
—¿Quieres que lleve noticias de ti? ¿Algún mensaje?
—Pues... —se lo pensó. No quería mentir, tampoco darles falsas esperanzas—. Solo quiero que sepan que estoy bien, y que haré lo posible por volver pronto.
De forma instintiva, Kaysa se llevó la mano a la altura del cinto. En el fondo sabía que retornar a casa no sería tan fácil como deseaba, y no quería dejar a su familia sin esas monedas. ¿Y acaso podía confiárselas a Luc? Cierto que era un joven honorable, pero la vida le enseñó que cuando se trataba de dinero las personas podían sorprenderle. Aun así quiso tantear.
—¿Puedo haceros una pregunta?
—Claro, ¿qué sucede?
—Vais a regresar a Béziers en los próximos días, ¿cierto?
—En verdad no, estaré por allá para las fiestas de natividad, tal vez. Pero prometo que llevaré las noticias a tu madre en cuanto llegue. Aún estoy al servicio del vizconde Trencavel, y no creo que me nombre caballero pronto.
—Entiendo —murmuró. Y luego otra cosa pasó por su mente—. ¿Habéis llegado con el vizconde? ¿Esa es la razón de vuestra visita a Foix?
—Trencavel está de paso —contestó, confirmando sus sospechas—. Así que no me quedaré mucho tiempo aquí. Luego iré a donde mi señor me pida. Ya sabes, lo que un paje debe hacer.
—Y... Bueno... —¿Tenía que decirlo? ¿No se suponía que ya no era una espía? En realidad nadie le dijo que se detuviera, solo que ya era hora de volver, y ni siquiera sabía cuando sería—. ¿Hay algo que necesite saber? Lo de... mi trabajo —añadió. Lo dijo tan despacio que Luc tuvo que acercarse a escuchar mejor.
—¿Hay algo importante? ¿Más importante que lo que me contaste la otra vez? —Excelente pregunta, y la respuesta era que no. Motivo suficiente para que su trabajo en Foix se diera por terminado.
—No, pero puedo averiguarlo. Puedo intentarlo
—Si ya no tienes nada, es mejor que no sigas —contestó el joven, y habló muy en serio—. El conde ya sabe que mi tío no está de su lado como creyó. Pronto atará cabos. Tú eres una doncella de Béziers, y pues...
—Claro, claro. —Aunque a esas alturas, el conde ya conocía su origen. Si en verdad sospechaba de ella, ya debería saberlo—. No me arriesgaré más, pero si escucho algo...
—Solo tienes que decirme. Y si no estoy cerca, puedes darle el mensaje a Cateline, es de confianza.
—¿Por qué? Quiero decir, lleva años trabajando para el conde, ¿y lo traiciona?
—No solo le sirve al conde, Kaysa. Hay propósitos más altos.
Ahí estaba de nuevo. Nadie le confirmaba nada, no querían o no podían. Pero ella era consciente de esos secretos, de que algo grande se gestaba y no era solo cuestión de nobles, algo que iba más allá. "Propósitos más altos", dijo Luc. ¿Lo suficiente para que una sierva de Foix traicione sin culpa a su señor? Cateline no parecía tener miedo, como si en verdad fuera consciente que no respondía solo ante el conde. Si no a esos propósitos de los que habló Luc.
Fue pensando en eso, escuchando y mirando con atención al joven de Béziers, que ni siquiera se dio cuenta de que la estaban observando. Pero, cuando lo hizo, la doncella se quedó pálida. Era el conde, que al fin aparecía después de tantos días de ausencia. Y lo primero que veía era a ella conversando con Luc de una manera que los nobles considerarían impropia. A solas, en murmullos, con sus rostros próximos. Enrojeció de vergüenza. Sabía que no era culpable de nada, pero no pudo evitarlo. El semblante serio del conde solo empeoraba las cosas. ¿La odiaba de pronto? ¿Ya no la quería más?
—Señor —dijo Luc, haciéndose a un lado e inclinándose con respeto—. Es un gusto volver a veros.
—Eso dices —contestó el conde. Su voz, tan fría y dura, la hizo temblar hasta a ella—. Pensé que tu señor ya estaba de salida. Acabamos de terminar nuestra reunión.
—Lo que significa que debo volver a mis labores. Iré a presentarme ante el vizconde. Con su permiso.
—Adiós, Luc. Enviad mis saludos a vuestro tío.
—Así será, desde luego. —Luc se inclinó de nuevo, y se despidió. Si el joven se puso nervioso, manejó la situación muy bien. La que estaba deshecha en nervios era ella.
—Mi señor —dijo Kaysa, agachando la cabeza.
—Veo que ya estás de maravilla.
—Mejor que en días previos, sí. Quería deciros... mi señor, yo... él... Lo conozco desde siempre. Soy de Béziers, os lo he contado.
—No es el hecho que tengas familiaridad con Luc lo que me irrita, Kaysa —escupió de pronto—. Tampoco siento celos, no va por ahí. ¿Quieres saber la razón?
—No lo sé —dijo con sinceridad. Pero el conde avanzó firme hacia ella, y se vio obligada a mirarlo. Él lo sabía, desde luego. Y ese podía ser el fin.
—Es porque viniste aquí a escuchar cosas que no debías, y quizá algo de lo que oíste me llevó por el camino en el que estoy ahora. ¿Pensaste en eso siquiera? ¿Que tu traición podía ponerme en una posición delicada? ¿De vida o muerte?
—Yo no... —Quiso llorar, ¿y de qué valía negarlo? —. Juro que no deseé causaros ningún daño.
—¿Entonces por qué?
—Mi familia. No sé lo que hago aquí, ni siquiera tengo idea de por qué lo hice. Pero ellos necesitan de mí, no podía abandonarlos. —No había otra excusa, y tampoco más que decir. Raimon la miró fijo por largo rato, o al menos así lo sintió ella. Luego llevó una mano a su mentón y lo cogió despacio.
—Vendrás conmigo de todos modos.
—¿Qué...?
—No seré yo el que haga justicia por esto, hay alguien a quien debo presentar mis respetos. Y vas a conocerlo.
—¿Qué pasará conmigo? —preguntó, llena de miedo, conteniendo las lágrimas.
—Te irás. —Fue todo lo que dijo.
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¡Buenas, buenas! Y disculpen la demora, en serio 😭😭😭😭😭😭😭😭😭
Tuve días difíciles en el trabajo y la vida, quedé en blanco cuando intenté escribir el capítulo, pero al fin salió 🥰 ¿Y qué tal como va la trama de esta nueva versión?
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