Capítulo 2

Raimon se despertó temprano aquella mañana. Kaysa aún dormía a su lado, y él no se dio cuenta de que sonreía.

¿Dónde tuvo la cabeza antes? ¿Por qué no la vio? Y sí que sabía la razón: La orden consumía su tiempo, sus pensamientos, y era el motivo de sus preocupaciones.

Desde la muerte del gran maestre todo empezó a irse en picada. Como iniciado, siempre supo lo que dictaban las profecías: Llegaría una época oscura y de muerte, años en los que el Grial se revelaría ante los ojos humanos, y llevaría desgracia a sus vidas. Solo que nadie tuvo la certeza de cuando sería el día de revelación, hasta que la profeta de la orden lo vio todo en sueños.

Se mentiría si dijera que no temía lo que iba a suceder, y por eso mismo estaba dispuesto a lo que fuera necesario para evitar la tragedia. Incluso si algunos veían sus actos como una traición a la orden. Lo cierto era que no quería que todo se destruyera. No se arriesgaría a ver como sus compañeros caían muertos, como tomaban sus tierras. Era algo que no deseaba para nadie, y menos para él.

Raimon conocía bien los secretos que escondía la orden, sabía que no podía permitir que un extranjero se hiciera con ellos. Ese hombre, por más hijo del gran maestre que fuera, seguía siendo ajeno a los misterios. Por eso se llevó los manuscritos, para custodiarlos. Aunque se empeñaran en decir que fue un robo, él no estaba usando nada para sí mismo ni para obtener grandezas. Solo lo protegía de los ojos profanos, aquellos que se acercaban a la orden para tomar sus secretos.

Con tanta tensión encima, el conde tenía poco tiempo para dedicarse a otros asuntos, o a los placeres. A veces solo deseaba compañía, y contaba con una mujer del servicio que se encargaba de aquello. Sabía que en su condición de señor del castillo y amo de esas tierras, tenía todo el derecho de tomar a quien quisiera, y aun así le gustaba retribuir a sus amantes. Una costumbre extraña que aprendió de su padre, y que decidió continuar. Así era más simple también, algo impersonal, sin mayores complicaciones o compromisos. No quería tener a nadie de la que quedar prendado, pues no era propio para alguien de su condición. Y considerando la situación en la que estaba, no sería lo mejor.

Eso pensó, convencido, hasta que la notó. Tal vez la vio de espaldas algunas veces, pero por tener la cabeza en otro lado no la observó de verdad. No hasta que ella y sus ojos curiosos se cruzaron con los suyos. Aquella vez fue suficiente para remover algo en su interior, ese algo que hacía mucho no sentía por culpa de las obligaciones que lo consumían día a día.

Desde esa tarde en que al fin la notó, no pudo dejar de observarla. Un día la vio entrar a su habitación para recoger las sábanas sucias, y no apartó los ojos de ella. La notó nerviosa, intimidada, quizá. Él era consciente del efecto que tenía su presencia delante de las personas, era normal que ella también se sintiera así. "Te he visto, te veo hace mucho", le dijo esa noche. Quizá Kaysa no tuvo tiempo de pensar en aquello, no tenía idea de la verdad de sus palabras.

Ella no sabía que desde que la conoció no pudo echarla de sus pensamientos. Siempre la observaba cuando iba a limpiar el cuarto junto con otras, o cuando caminaba por el castillo, meneando las caderas de forma natural y sensual. Cada vez que Kaysa aparecía algo en él empezaba a encenderse. Así decidió que tenía que saber más de ella, cosa que no debería.

Averiguó que llevaba poco tiempo al servicio en su castillo, y al parecer no era natural de la zona. Por su acento algunos nombraban otras villas como Cabaret, Carcasona, o Béziers. ¿Y qué hacía una muchacha de tan lejos en sus tierras? Eso solo despertó más su curiosidad.

Al conde poco le importaba lo que hacían las personas de la servidumbre en sus momentos libres, con tal que todo estuviera dispuesto y en orden le bastaba. También sabía que el tema de la virginidad y la virtud entre los simples no era algo que llevaran con rigidez, después de todo a nadie le importaba si el hijo de una sirvienta era de un soldado que no tenía nada que heredar. Y era natural que la belleza de Kaysa cautivara a más de uno, o que ella quisiera divertirse. Por eso le sorprendió saber que eso no pasaba. Que la joven no se involucraba con nadie, algunos incluso se burlaran de que mantuviera la virtud intacta. Eso, lejos de parecerle irrisorio, lo tentó aún más. Sí, tenía una doncella virgen en su castillo, y quiso que se mantuviera así para él, por eso ordenó que nadie se atreviera a tocarla.

Muchos buscaron pasarse con ella, pero Kaysa los puso en su lugar. Escuchó con gracia la historia de un mozo de cuadra que terminó con unos dientes rotos. Eso le gustaba. Tierna, fuerte, dura, decidida, joven. Y suya, solo suya.

Después de todo aquel lío en el que se metió con el vizconde Trencavel al incendiar Saissac, fue el comendador Froilán quien le exigió ir a presentar sus respetos al nuevo Gran Maestre de la orden. Guardó esos documentos por mucho tiempo, pero ya era momento de devolverlos al que se suponía tenía que ser el custodio de los secretos. Guillaume hizo lo que debía hacer para que dejaran de considerarlo un extranjero intruso, y les demostró a todos que era fiel a la orden y sus propósitos. A regañadientes, pues el conde no se arrepentía de nada de lo que hizo, aceptó que por esa vez iba a dar su brazo a torcer y acercarse a ese hombre para unir fuerzas por el bien de la orden.

Pertenecer a los caballeros del Grial no siempre fue tedioso, lo admitía. Sabía que estuvo destinado a ser parte de ellos desde su nacimiento, que su vida se marcaría al servir a una orden de caballeros que cuidaban un secreto peligroso para la humanidad. Al ser descendiente directo de uno de los fundadores, el conde tenía un lugar privilegiado en la misma. Algo que alguna vez fue símbolo de estatus entre los señores del Mediodía, pronto se convirtió en un auténtico pesar.

La orden contaba con el apoyo de decenas de siervos e informantes. Los elegían con cuidado y los colocaban en los puntos donde serían de utilidad para sus propósitos. Así siempre estaban al tanto de cualquier novedad, y tal como le dijo el comendador Froilán, en la servidumbre de los castillos se encontraban sus mejores aliados. Nada se le escapaba a la orden, y el miembro vivo más antiguo tenía razón. Cosa que sin querer le llevó a pensar que tal vez era mucha coincidencia que Kaysa llegara desde alguna villa solo para trabajar en el castillo. Esa, lo sabía bien, era la forma en la que operaba la orden. Solo le quedaba averiguar quién la mandó.

Lo supo esa misma anoche. Podría estar equivocado, pero, ¿qué hacía una doncella de Béziers en su castillo? ¿Acaso el senescal la envió? ¿O estaba siendo paranoico? Ya lo averiguaría, y si Kaysa resultaba ser una informante menor puesta ahí por la otra facción de la orden a la que él mismo se puso en contra, se encargaría de ella. No le haría daño, no podría. Pero tenía que enviarla lejos. Alejarla de él y sus secretos todo lo que pudiera.

Ese no era el único motivo, no debía permitirse tenerla tan cerca. Se paró, no podía pasar más tiempo en la cama, tenía que alejarse de las tentaciones. Pronto tendría que buscar una esposa, era momento de pensar en eso, no en el placer que podía obtener de una doncella. Las mujeres que le llevaban duraban solo una noche, así tenía que ser. No encariñarse con nadie, no engendrar hijos bastardos, no involucrarse más de lo debido. En resumen, no hacer de una mujer su vicio.

Y Kaysa era una tentación muy fuerte. Si sucumbió al deseo de tocarla hasta ese momento fue porque siempre tuvo la seguridad que aquella jovencita se acabaría convirtiendo en una necesidad, y eso tenía que evitarlo. "Una noche y nada más", se repitió. Pero sus pies lo llevaron hacia ella, se quedó parado, observándola dormir. "No puedes, Raimon, se acabó. Ya no más", se dijo.

Pero Kaysa abrió los ojos, la muchacha sonrió a medias, aún cansada. El conde tragó saliva y evitó la tentación de echarse de nuevo a su lado. Podía hacerlo, ¿quién iba a detenerlo? ¿Quién podría reclamarle algo? Ella era suya, no solo porque así se lo dijo aquella noche, sino porque vivía en su castillo. Su propiedad, su mujer, ¿por qué tenía que resistirse a ella? ¿Por qué esa necesidad de ser recto y alejarse?

—Buenos días, mi señor —le dijo Kaysa con voz suave. Fue una melodía para sus oídos, casi tan atrayente como se suponía era el encantamiento. Contuvo la respiración. Podía ver su bello cuerpo desnudo debajo de esas sábanas. Podía verse apartándolas con rapidez, contemplando su piel suave, ese cuerpo húmedo y caliente que lo llamaba, que aguardaba por él. "Y no puedes hacerlo", se repitió. Una noche, solo una noche. Así se lo prometió.

—Kaysa, ya amaneció. Vístete —dijo, brusco. Pero eso no impidió que la sonrisa se borrara del rostro de la chica.

—Lo que diga, mi señor. Soy vuestra para lo que desee. —Y eso le quedó claro aquella noche. El conde sabía que tenía que resistir, siempre fue así y no iba a cambiar.

—Vamos, preciosa, hay deberes que cumplir —le dijo despacio. Ella se incorporó, la sábana resbaló por su cuerpo. Sus pechos estaban a su vista. Quería tocarlos, morderlos, lamerlos una vez más. Pero solo le dio un beso en la mejilla—. Sé discreta.

—Sí, señor —dijo ella algo contrariada. Se le hizo un nudo en la garganta. No podía dejar que notara lo mucho que la deseaba, o que si ponía un poco de empeño podría seducirlo y tenerlo en sus manos.

Kaysa podía intentarlo, y tal vez él caería directo a la trampa. La joven, sin pudor, se paró. Estaba desnuda, y buscaba con la mirada la túnica que se puso para llegar hasta él. Su vista la encontró al otro lado de la alcoba, y caminó hacia allá. Raimon contuvo la respiración cuando la vio agacharse y tomarla. La joven acomodaba la ropa antes de ponérsela, y de pronto la idea de volver a verla vestida se le hizo insoportable. No iba a dejarla salir.

—Espera —murmuró, la chica se giró a mirarlo—. Ven aquí.

—Sí, señor —contestó ella. Notó un brillo de alegría en sus ojos, pues Kaysa también lo deseaba. Quería hacerlo una vez más, ¿y cómo no complacer a esa bella criatura ansiosa de él?

La rodeó lento, y se paró tras ella. Acomodó sus cabellos e inclinó el rostro a su cuello para aspirar el aroma de su piel. El conde deslizó un dedo por su espalda, bajó lento y firme hasta sus nalgas, ella se arqueó de forma inevitable. Las apretó, y Kaysa suspiró

—¿Podrías abrir un poco las piernas?

—Por supuesto, mi señor —murmuró ella, su voz sonaba ansiosa. Obedeció en el acto, dándole un acceso placentero hacia la humedad de su cuerpo. La acarició lento, la chica volvió a arquear su espalda y él fue a sus labios con prisa. La besó con un hambre voraz mientras sus dedos buscaban sentir su intimidad palpitante y ansiosa por él.

—¿Qué quieres de mí, Kaysa? —le susurró al oído, al tiempo que hundía los dedos en su interior. Ella gimió sin poder contenerse.

—Lo... lo que desee, mi señor... Soy suya, lo que quiera... lo que quiera... —decía jadeante mientras la tocaba en lo más profundo.

—No, Kaysa. Dime lo que tú quieres. Dime lo que deseas. Te lo daré, haré lo que me pidas.

La joven gimió, y apretó su mano contra su entrepierna para sentirlo más. No lo soltó hasta que le regaló el placer de llegar al cielo. Kaysa sudaba un poco, él la seguía tocando. ¿Así que eso era lo que quería? ¿Eso era todo lo que deseaba? Pronto supo lo equivocado que estuvo.

Para su sorpresa, Kaysa se hizo a un lado. Él aún esperaba su respuesta, y se la dio. Se recostó en la cama, mirándolo. Abrió las piernas y lo llamó con sus dedos.

—Esto quiero, mi señor. Sentirlo. Eso es lo que deseo.

No tardó en complacerla. Pronto esa habitación se llenó de jadeos y gemidos, la cama temblaba y se sacudía con fuerza mientras la penetraba sin cesar, descargando en ella todo ese deseo reprimido. Pero ya no tenía que esconder nada, porque él también deseaba eso. La besaba ansioso mientras tenía claro una sola cosa: No, ella, no se iría de su alcoba, ni de su cama. Nunca tomó una amante, cierto.

Se juró que sus historias no tendrían que unirse, eran distintos en todos los sentidos. Tenían vidas diferentes, y aún no sabía si ella era una espía. Tal vez cuando terminara, cuando se alejara de ella, lograría pensar con claridad. En ese momento no. No cuando tenerla era lo único que lo llenaba de verdad.


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Este capítulo tiene más extras cochinolas que en la primera versión xdddd



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