Capítulo 1

—¿Estás segura? —preguntó una vez más la muchacha. Sí, había escuchado bien, pero no podía asimilarlo. O quizá no quería hacerlo.

—Claro que sí, Kaysa. El conde ha preguntado por ti —confirmó Cateline. La misma que fue su contacto al llegar a Foix, en quien se suponía podía confiar. Sí, esa misma persona le estaba insinuando algo que no podía aceptar.

—¿Preguntado? ¿Cómo? —fingió no entenderlo. Quizá así la tomaría por estúpida y dejaría de insistir.

—¿No te basta saber eso? El conde preguntó. Eres joven, Kaysa, y muy bonita. Deberías sentirte honrada.

—Soy solo una sirvienta, Cateline. Una sirvienta que tiende la cama del honorable conde de Foix, que limpia las sobras de su comida, que le lleva el vino de vez en cuando.

—¿Y qué importa eso? Eres una mujer joven y hermosa, lo extraño es que no te viera antes. Supongo que cumpliste con lo que te ordenó nuestro señor, pero hay cosas que son inevitables. —Kaysa asintió despacio, sabía que se refería al senescal de Béziers. No debió arriesgarse a acercarse tanto aquella vez, pero también tenía claro que no tuvo alternativa.

—Yo no...

—Tú sabes cómo funcionan estas cosas, siempre lo supiste —interrumpió la mujer, tajante. Al parecer no había nada que discutir, solo aceptar—. Él puede tomarte si quiere, estás en su castillo. Eres suya. Todas acá le pertenecemos, puede hacer lo que desee contigo.

—Lo sé, pero...

—Es simple, Kaysa. El conde te ha visto. Y le gustas, ha preguntado por ti. Te quiere esta noche.

—Por todos los cielos —dijo ella respirando hondo. Así que llegó el momento.

La doncella siempre tuvo claro su lugar en el mundo, en especial por su posición de sirvienta de grandes señores. Las mujeres como ella tenían pocas alternativas, y dentro de todo, sabía que gozó de buena suerte mientras sirvió en el palacio vizcondal de Béziers. Ni el senescal ni su sobrino Luc, los hombres de más poder en la villa, eran esa clase de caballeros. Su moral era distinta, se atrevía a decir. ¿Estricta tal vez? No sabía cómo definirlo, pero todas en el palacio comentaban que Bernard de Béziers jamás tomó a la fuerza a ninguna de las mujeres del servicio. Ni hablar del joven Luc, él tenía la cabeza en otro lado, en los ideales de ser un caballero modelo y galante.

Pero las cosas en Foix eran distintas, y tal vez la advertencia del senescal no fue solo porque quería que cumpliera su misión con éxito, sino por lo otro. Antes de entrar al servicio en el castillo de Foix le advirtieron que el hombre era así, que gustaba de compañía femenina. Ella se dio cuenta de eso.

En varias ocasiones, cuando acudió junto con otras doncellas a limpiar la habitación, encontró jóvenes hermosas saliendo a escondidas, o aun durmiendo en la cama. Eso no le sorprendía en lo absoluto, el conde era un caballero maravilloso. No solo era muy apuesto, sino que tenía una presencia que imponía respeto donde sea que fuera. Era un hombre inteligente, poderoso, y además bueno con sus vasallos. ¿Quién no se sentiría atraída por él?

—¿No tiene suficiente con las mujeres que ve siempre? —se atrevió a decirle a Cateline.

—Eso es algo que no nos incumbe —le dijo esta. No era muy mayor, tendría unos treinta años, pero parecía conocer al conde de toda la vida. Por eso se le hacía extraño que lo traicionara con otro señor.

—¿Y qué le dijiste?

—Que sí, por supuesto, estarás esta noche en su alcoba.

—¡Cómo! —estalló sorprendida y se llevó una mano a la boca—. ¿Me has vendido ya? ¡Cómo te atreves a responder por mí!

—Kaysa —dijo Cateline algo exasperada—, eres joven y hermosa, y como bien has dicho, eres una sirvienta. Son tiempos difíciles, el conde está muy ocupado y necesita una distracción.

—¿Y por qué tengo que serlo yo?

—Porque le gustas, y porque necesitas las monedas. Las jóvenes que vienen se van siempre contentas, se dice que es un buen amante. Ya hiciste suficiente aquí, nuestro señor lo ha decidido. La última información que le diste a Luc de Béziers acerca de la conversación que escuchaste fue de mucha utilidad, y pronto el conde se irá de aquí. Tu presencia ya no sería necesaria, pero supongo que entiendes que no puedes desaparecer de la nada.

—¿Eso significa que voy a regresar a Béziers? —preguntó esperanzada. Por un lado, alegraba de saber que volvería a ver a su madre y hermano, pero también entendía que eso no iba a servir. Mientras ella estaba allí, le demostraba al senescal que era útil para lo que sea que estuviera intentando averiguar. Y eso aseguraba que su familia se encontrara bien atendida. Por más que quisiera regresar, lo mejor era que siguiera siendo espía.

—Sí, podrás volver a Béziers. ¿No es eso lo que quieres? —No respondió, porque eso ya no era del todo cierto—. ¿No necesita tu familia más monedas para poder sobrevivir? ¿Acaso tu hermano no está enfermo?

—Si... —respondió despacio—. Pero eso no significa que tenga que venderme. Ya tengo una labor aquí. Puedo ser más útil, puedo esforzarme más. Si le dices a nuestro señor que me acercaré al conde, juro que conseguiré información...

—¿Eres virgen? —interrumpió sin prestarle atención.

—¿Qué clase de pregunta es esa? —respondió a la defensiva.

—Entonces sí, mejor aún. Kaysa, nuestra condición no nos permite escoger. Este lugar está lleno de soldados, ¿cuánto faltará para que uno te coja desprevenida por la noche? ¿Eso quieres para tu vida? ¿Que te quiten la virginidad con dolor y contra un muro a oscuras? ¿O quieres casarte con un sirviente que no valga un centavo, y te quite algo valioso con lo que puedes negociar? El conde pagará el doble por una doncella virgen. Y con eso volverás a tu tierra, tu familia podrá vivir tranquila un buen tiempo. —Kaysa guardó silencio.

En Béziers estaba todo su mundo. Nació y creció allí, amaba su tierra y a su familia más que nada. Se fue porque no le quedó de otra. Servir en el palacio vizcondal siempre fue suficiente, pero las cosas habían cambiado. Intentó buscar otro trabajo, y todo le resultó inútil. La veían muy joven para ser moza de taberna, muy ingenua para la cocina, muy frágil para la lavandería, y muy hermosa para ser doncella en las casas de otros señores.

Cuando el senescal le dio esa opción, por su cabeza pasaron otras ideas. Alguna forma de escapar de esa propuesta y quedarse con su familia. Por aquellos días Bruna de Béziers regresó desde Cabaret, y sintió la tentación de ir a presentarse a la señora de su villa para pedirle que la empleara, pero eso no era algo seguro. La señora Bruna ya tenía doncellas fieles y no querría otra más. Ni siquiera se atrevió a acercarse a la dama, solo aceptó su destino y partió a Foix.

Tampoco iba a renegar de su condición ni del trato que hizo. Su familia estaba a salvo, ella tenía comida y vestido, pues debía de lucir presentable, así fuera solo una sirvienta del conde. Puso mucho esfuerzo, por nada del mundo podía perder esa oportunidad. Después de todo, por alguna razón el senescal la escogió para esa misión.

No era muy joven, podía aprender rápido y recibir instrucciones. No era muy ingenua, se daba cuenta de todo lo que sucedía y escuchaba con atención para prevenir problemas. No era muy frágil, había puesto en su lugar a varios mozos de cuadra que intentaron pasarse de listos, y era capaz de golpear a cualquiera que se atreva a molestarla.

Pero quizá sí era muy hermosa, por eso el conde de Foix la requería esa noche en su cama. Cateline tenía razón. De todas maneras, alguien iba a tomarla como mujer. Y, considerando su condición, no sería bonito. Lo mejor era aprovechar. Solo una vez, y quizá hasta conseguiría más información que darle al joven Luc. Así justificaría su presencia, así seguirían cuidando de su familia. No tenía alternativa, solo le quedaba aprovechar la oportunidad que le daban.

—Está bien, lo haré —dijo, rendida. Cateline sonrió.

—Perfecto, ven conmigo. Hay que darte un buen baño y buscar algo lindo que ponerte.


****************


Estaba nerviosa. Aunque sabía lo que era el sexo, pues había visto y escuchado a varias personas en el acto, no tenía ninguna experiencia. No es que los chicos no la buscaran para aquello, era solo que siempre trató de quedarse al margen. Los predicadores decían que la pureza era una virtud y que Dios la apreciaba, quizá por eso pensó en mantenerse pura. O al menos intentarlo.

Pero ahí estaba, bañada, perfumada y vestida con una túnica blanca. De una tela finísima, no imaginó que fuera posible que algún día llegara a vestir esa ropa. Había tocado varias veces prendas así de suaves cuando las llevaba a lavar, era casi un sueño tener algo tan fino puesto. La luz era tenue, había pocas velas y el conde aún no llegaba. Nerviosa, Kaysa caminó hacia la ventana. En cualquier momento él aparecería y aquello acabaría pronto.

Apenas sintió cuando la puerta se abrió despacio y el conde entró al fin. Ella se giró y lo vio, sin querer enrojeció al instante. Bajo la luz de las velas se veía más apuesto que nunca antes. Él la miraba fijo, la recorrió con la vista y sonrió.

—Kaysa, ese es tu nombre —dijo él.

—Así es, mi señor —respondió firme. Quizá era una doncella virgen, pero no era una tonta sumisa ni mucho menos.

—Acércate, quiero verte mejor —caminó despacio haca él. Sabía que sus senos podían verse debajo de la túnica blanca, que él admiraría su cuerpo. El conde se sentó al borde de la cama, y cuando ella estuvo cerca estiró su mano para que la tomara. Kaysa lo hizo, el conde Raimon de Foix la jaló despacio hacia él para sentarla en una de sus piernas—. ¿Sabes por qué estás aquí?

—Cateline me lo dijo. Quería que estuviera esta noche en su cama, que fuera suya.

El conde sonrió. Siempre pensó que era muy apuesto y tenerlo así de cerca la estremecía. Raimon apartó despacio sus cabellos, Kaysa cerró los ojos y contuvo un suspiro cuando primero sintió su nariz rozando su cuello y aspirando su aroma, y luego sus labios besándolo con suavidad.

—¿De dónde eres, Kaysa? —le preguntó de pronto. Su rostro ya no estaba hundido en su cuello, sino muy cerca al suyo. Una de las manos del conde tomó su mentón. La joven tragó saliva. No había razón para que le preguntara eso, no se suponía que él sospechara que no nació en Foix. ¿Qué la delató? ¿O acaso él ya lo sabía? No podía arriesgarse a mentir y luego ser castigada. Pero hablar solo la dejaría en evidencia.

—De Béziers, señor —confesó. Temió que las caricias del conde se transformaran en golpes, que el castigo llegara. Ahora él lo sabía, ¿y qué haría con ella?

—Béziers —repitió—. ¿Conoces al senescal y a su hija?

—Sí. Al señor Bernard y la señora Bruna.

—Me alegro, eso facilita las cosas.

—¿Cómo? —No entendió, pero algo no andaba bien. ¿Qué estaba insinuando? ¿Qué sabía?

—Cateline no mintió cuando dijo para qué te quería aquí, pero hay algo más que voy a pedirte.

—Os escucho, mi señor.

—Pronto partiré hacia Saissac, debo conocer al heredero. Vendrás conmigo. —Kaysa contuvo la respiración. Eso no era el plan, eso no era lo que quería. ¿Por qué se la llevaría lejos? ¿Cómo le informaría al joven Luc de las andanzas del conde? Ya no podría espiar, y estaría desprotegida. No solo ella, también mamá y Savaric.

—Mi señor, yo... Por favor no me pida eso —rogó—. Debo mantener a mi familia, mi hermano está muy enfermo.

—Lo entiendo, pero lo que voy a pedirte será de suma importancia. Serás bien recompensada.

Kaysa dudó, no quería meterse en nada extraño, ya suficiente tenía con espiarlo. Pero el conde sonrió y acarició su mejilla. Su otra mano, que hasta hacía un momento estaba posada sobre su rodilla, abrió despacio la túnica. La sintió en su pierna subiendo poco a poco. Ella sabía dónde quería tocar, así como también sabía para qué estaba ahí. Abrió las piernas y dejó que la mano del conde la acariciara despacio. Sin querer cerró los ojos cuando sintió los dedos de ese hombre tocando. Era una caricia suave y deliciosa.

—¿Te gusta? —preguntó él, ella asintió—. Hablaremos de temas difíciles luego, hay otras prioridades ahora. Kaysa, te he visto. Te veo hace mucho. Y te traje aquí para que seas solo mía.

—Yo seré suya si así lo deseáis, mi señor.

El conde sonrió. Kaysa no esperó el beso que llegó poco después. Nadie jamás la había besado de esa manera, tan intensa, tan apasionada. Se le iba el aire, y mientras lo hacía, los dedos del conde acariciaban ahí, debajo de la túnica. La tocaba profundo, y en un lugar que nadie había explorado, un lugar que no tenía idea que al tocarlo se pudiera sentir fuego en la sangre.

Sintió otra de sus manos apretando su seno, cómo le gustó eso. Le gustó tanto que puso su mano sobre la del conde, quería que siguiera tocando, que siguiera apretando. Sobre la ropa sintió sus dedos rozar su pezón. Cuando dejó de besarla fue que se escapó un gemido. Sus rostros estaban cerca, vio sonreír al conde, y ella sonrió también. Cateline tuvo razón, eso iba a estar muy bien.

Despacio la recostó en la cama. Sabía lo que seguía, que sería suya. Y también sabía que no podría sentirse más dichosa por eso. Esa noche sintió todo su cuerpo llenarse de placer, de cosas que jamás imaginó existían en el mundo. Primero con dolor, luego sin importar aquello. Se sintió llena de él.

Y supo que él fue igual de dichoso cuando lo hizo.




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Hellolu!!! Kaysa babe y el conde tanga fácil están back in the house #KEMOCION





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