9: Baile prohibido

Después de despedirse, Micaela y Gabriel empezaron a caminar por la calle.

—¿Cómo supiste que estaba en problemas? —quiso saber ella.

—Desde lo que pasó con Jadi, ambos nos “entrenamos”, puede decirse, para tratar de detectar si alguno de nosotros estaba en problemas.

—Guau, qué hábiles… —miró la oscura y vacía noche que les rodeaba— Qué silencioso y vacío se ve todo.

—Sí, pero no significa que sea seguro.

—Ay, es verdad, pero ¿sabes? Si no estuviera contigo ahora, estaría muerta de miedo.

—Bueno, no sólo hay que temerle a las personas... la noche esconde muchas otras criaturas.

Micaela sintió mucho miedo de repente, un gato salió corriendo de un costado y soltó un grito del susto, pegándose a Gabriel. Él la rodeó con los brazos.

—¡Guau! Esto es algo arrebatado ¿no? No sabía que te morías por mí.

Ella reaccionó y lo empujó.

—¡Oye! —reclamó haciéndolo reír— Sabes que sólo me asusté.

—Lo sé —suspiró—. Oye, veo que no te gusta usarlo, pero tu fuego nos salvaría de cualquier ser oscuro que quisiera atacar.

—Así veo, por eso me necesitaban… No me gusta usarlo, no me gusta lo que puedo hacer con él. El fuego es asesino, nunca me gustó.

—A Jadi tampoco le gustaba lo que podía hacer. Era una de dos, o no atacaba y dejaba vivir, o atacaba y mataba.

Se escuchó un grito de una mujer por una calle cercana y Gabriel echó a correr, Micaela lo siguió preocupada para tratar de detenerlo. Se encontraron con un hombre golpeando a una mujer que se aferraba a un bolso.

—¡Suéltala! —ordenó el rubio.

El hombre botó al suelo a la mujer de un empujón y se alistó para atacar a Gabriel.

—¡¿Qué te crees?!

Una descarga eléctrica salió de la mano de Gabriel hacia el piso y se dirigió hacia el hombre, dándole un choque en segundos, haciéndolo caer al suelo de golpe.

—¿Qué hiciste? —preguntó Micaela con algo de preocupación.

Gabriel se acercó al hombre que estaba volviendo a reaccionar del choque, Micaela lo siguió. El hombre se asustó al ver a Gabriel cerca.

—La escoria como tú no debería existir —murmuró Gabriel con voz siniestra.

De su mano empezaron a brotar chispas. La extendió hacia el ladrón, que empezó a suplicar, y el muchacho mostró una sonrisa de satisfacción. En ese instante Micaela le bajó el brazo completamente asustada.

—¡Gabriel, espera!

—Qué… —El hombre salió huyendo del lugar en cuestión de segundos— Hiciste que se escapara.

—¿Qué ibas a hacer? —cuestionó la chica— ¿Lo ibas a matar?

—¿Qué? Claro que no, sólo quería asustarlo.

Micaela suspiró aliviada.

—Ay loco, ¡me asustaste a mí también! —exclamó y él soltó una carcajada.

Ella se sonrojó al verlo reír, pero pronto recordó a la mujer. Volteó a ver y ya no estaba.

—No está…

Gabriel también volteó.

—Quizá también la asusté.

—Jum, eres cruel.

—Si tú lo dices…

Gabriel le tomó la mano, ella se sorprendió un poco, pero se le pasó al ver que aparecieron en la dimensión uno. Él le sonrió y al instante aparecieron en su auto, afuera de la discoteca.

—Había olvidado que podías hacer eso —contó ella—. Aún me impresiona —vio hacia el local—. ¿Mis amigas seguirán ahí?

—¿Quieres verlas?

—No, estoy cansada, sólo quiero dormir.

Fueron a su casa y bajaron del auto.

—Gracias.

—Cuando quieras.

—Hoy te preocupaste por tu amigo, ¿y así dices que eres malo?

Gabriel sonrió.

—Qué te puedo decir, quizá sí soy mejor ahora… Pero tú dices que soy cruel.

—No lo eres —le dio un suave golpe en el hombro.

Él le sonrió. Ella trataba de ocultar aún su tristeza, lo miró, se acercó y le dio un beso en la mejilla. Volteó dejándolo algo sorprendido y entró a su casa, lo vio por su ventana hasta que se fue. Al girar se asustó lanzando un leve grito al encontrarse cara a cara con su hermana.

—¿Así que, cuándo pensabas presentarme a ese churro? —cuestionó la chica.

—Oye, es mi amigo, se llama Gabriel. Y no se te ocurra molestarme con él frente a Eliot.

—¡Ajá! ¡Así que con los dos!

—¡No!

Al día siguiente la despertó el sonido de su celular.

—¡Micaela! ¡¿Dónde te metiste?! —preguntó Ana— ¡No me digas que te fuiste a acostar con ese chico!

Micaela se sentó de golpe.

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo se te ocurre?!

—¿No lo hiciste? ¡Oh! Me has decepcionado.

—Es un amigo mío, y como ustedes me dejaron sola…

—No, no, no. Estás mal, niña. Una no puede ser sólo la “amiga” de chicos como él, ¡¿cómo puedes conformarte con tan poco?! Por lo menos un agarre.

—Ach —resopló frustrada—. Mira, tengo sueño, llámame más tarde ¿sí?

—Por lo menos tienes a Eliot también, y una aquí a dos velas esperando por un buen hombre, guapo, con carro y con plata…

—Por eso no los encuentras —le interrumpió y colgó.

Volvió a recostarse y se puso a pensar. Por andar con amigas como esas es que la había pasado mal. Sólo se buscaba y la buscaban cretinos, esa etapa era como una sombra en su vida, haber estado con cretinos y creyéndoles sus cuentos.

Después de un par de días. Micaela almorzaba más animada que de costumbre.

—Estás feliz hoy —comentó su hermana—. ¿Por qué?

—Eliot viene a terminar una parte del trabajo conmigo.

—Lástima, saldré más tarde…

—¿Y eso qué tiene?

—No podré verlo —fingió tristeza a lo drama queen.

—Qué pena por ti, hermana —se burló Micaela.

Esa tarde. Micaela corrió a abrir la puerta.

—Hola —saludó feliz a Eliot.

—Hola, ¿cómo has estado…?

Para su sorpresa, ella se empinó y le dio un beso en la mejilla.

—¡Bien!

—Vaya —murmuró un poco sorprendido—, veo que estás feliz, me alegra, ¿pasó algo?

Lo hizo pasar.

—No, descuida, simplemente estoy feliz —se regocijó en sus adentros por haber podido darle un beso— ¿Y tú qué tal? ¿Descubriste algo nuevo en la otra dimensión?... ¿O planeta?

Eliot sonrió.

—Creo que debemos llamarlos planetas, oficialmente.

—Como dijo Ditmar, entonces este sería el “planeta Zero”. Suena cool.

Él rió y ella seguía celebrando en su mente también el hacerlo reír.

—¿En qué nos quedamos en el trabajo?

—Ah, cierto. A ver…

Prendieron las computadoras, ella su pc y él su laptop. Empezaron a avanzar con el trabajo. Micaela se aburrió un poco del silencio y puso música, estaba sonando una que le gustaba, así que se puso a cantar moviéndose un poco.

<<…Recordando las carisias que me brindó el primer día, y enloquezco de ganas de dormir a su ladito. Porque, dios, que esta flaca a mí me tiene loquito…>>

Eliot volteó a verla y se rió en silencio, ella se puso de pie y se le acercó bailando un poco. Le extendió la mano y él se negó sonriendo, ella insistió, lo tomó del brazo y lo jaló.

Él se sobó la cabeza, algo avergonzado, ella le sonreía y le dio ánimos. Se pusieron a mover la boca de acuerdo a la letra de la canción.

<<Por un beso de la flaca daría lo que fuera. Por un beso de ella, aunque sólo uno fuera. Aunque sólo uno fuera. Aunque sólo uno fuera>>

Se acercó más a él, le rodeó el cuello con los brazos y él sonrió un poco. Ella también, mostrándole una mirada seductora, volteó quedando de espalda a él. Sintió que él puso sus manos en su cintura un poco inseguro, ella las tomó y las movió más hacia adelante haciendo que la abrazara de forma parcial.

El chico retiró las manos casi enseguida, ella volvió a girarse y rodeó su cuello nuevamente, quedó mirando esos ojos marrones, la música ya acababa. Vio sus labios, y la leve sonrisa que tenía se le borró de pronto, al darse cuenta de lo que estaba haciendo. No estaba bien.

—Bailas bien —dijo él, sacándola de sus pensamientos, y alejándose con el ceño fruncido apenas, pero pronto recobró un semblante neutro—. ¿Aprendiste en algún lugar?

—Ah —reaccionó—. No, sólo con mis amigas locas —rió de forma nerviosa.

—Bueno —suspiró Eliot—, ya nos relajamos, ahora a seguir.

Ella ya se había sentado frente a su pc antes que él. No podía volverse a concentrar en el trabajo, lo miraba de reojo de rato en rato.

Él podía seguir trabajando sin problemas, mientras que ella no. Se sentía como una loca, ¿qué acababa de hacer? Le encantaría saber lo que estaba pensando el muchacho. Aunque, probablemente, no en ella. Respiró hondo y decidió concentrarse en el trabajo… ¡Jadi la mataría! No. Debía estar tranquila, Jadi no estaba. Él corazón le latía rápido y se dio cuenta de que él le seguía gustando mucho.

Sonó un celular, era el de Eliot.

—¿Sí?

—Hola, ¿qué haces? —le preguntó María desde el otro lado.

—Mi trabajo, ¿por qué?

—Oh, nada, sólo por saber… ¿En dónde?

—En casa de Micaela —frunció el ceño—. ¿Ocurrió algo?

—Ay, ¿es que ya no se te puede llamar por nada? Éramos amigos ¿no?

—Aún lo somos.

—¡Genial! Bye, bye.

Colgó. Eliot quedó algo confundido. Por otro lado…

—¿Ya ves? Está con ella —renegaba María.

—No veo la hora en que acabe esto —se lamentaba Ditmar, por el comportamiento de la muchacha.

—Pero, creo que estaba tranquilo —meditó ella.

—Pero claro que sí… ¡Claro que sí! ¿Contenta?

—Sí —suspiró decepcionada—, creo que sí…

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