3: El altanero rubio

Al día siguiente en la universidad, Eliot encontró a Micaela y la llevó a un sitio solitario de la universidad. Ella pensó que el lugar era genial para estar a solas con él.

—¿Y qué opinas? —preguntó el muchacho, haciéndola reaccionar.

—¿Ah? ¿Qué?

Eliot la miró raro.

—Aaah... Dije que tengo un “amigo” en la otra dimensión y que podrías entrenar con él.

—¿Un amigo? ¡Genial!

Al llegar a la otra dimensión, gritó asustada al ver aquel "amigo" era un dragón completamente aterrador, negro y de ojos rojos. Eliot rió.

—Tranquila —acarició al animal—. Se llama káiser y es nuestra mascota desde hace unos años.

—¡Oh, es impresionante! Seguro muchos de estos animales fueron avistados por los humanos antiguos y dio pie a las leyendas sobre ellos.

—Um... Es lógico.

Mica dio un par de brincos.

—¡Estoy tan emocionada!

Él le sonrió, y ella al notarlo, se ruborizó un poco. Se derretía cada vez que él sonreía, estaba perdida.

—Bien —dijo él—, empezamos.

Le dio un par de palmadas en la cabeza y el dragón alzó vuelo con rapidez, Micaela se asustó al ver que empezó a bajar hacia ella a toda velocidad

—¡Oh dios! —empezó a correr— ¡Oh dios! ¡Oh dios!

Eliot reía.

—¿Qué haces? De nada sirve huir, piensa en el fuego saliendo de tus manos.

Micaela no podía concentrarse por correr asustada. El dragón pasó volando muy cerca de ella, levantando polvo a su paso, ella cayó al suelo y se cubrió la cabeza. Káiser volvió a ascender.

—Vamos —exclamó Eliot—, ponte de pie…

—¡No me sale fuego! —gritó ella, espantada.

Eliot corrió hacia ella y se arrodilló a su lado, le tocó la cabeza con suavidad. Káiser bajó despacio.

—Perdón —pidió ella, reincorporándose—. No sirvo.

—Descuida, está bien, quizá fue muy rápido para ti. Vamos por algo más fácil ¿sí? —sonrió.

—Sí —aceptó feliz.

Ditmar los vio a lo lejos.

—¡Eliot! No nos esperaste.

—Otra vez con esa chica —murmuró María a su lado, enfadada.

—Ya déjalo, ella ayudará, ¿qué tiene de malo?

—Que no me agrada, yo sé que podría pasar algo entre ellos si no tenemos cuidado.

Ditmar iba a hablar pero un leve temblor le interrumpió, miraron al frente y vieron que un gusano gigante había salido de la tierra. Micaela soltó un fuerte y agudo grito y Eliot empezó a reír.

—¡Corre!

Micaela empezó a correr mientras gritaba desesperada.

—¿Sabes? —dijo Ditmar mientras observaba la escena— Nosotros teníamos algo en común, nunca nos asustábamos fácilmente a pesar de que vivimos peores cosas... pero esta niña...

—¡Es una gritona y loca! —estalló María.

Eliot corría detrás del gusano que perseguía a Micaela.

—¡Ya estás lo suficientemente lejos como para dispararle fuego! —le avisó.

Micaela se armó de valor, cerró los puños, volteó a ver al gusano y movió sus manos hacia él. Se prendió el fuego y gritó asustada, el fuego desapareció.

—¡No puedo! ¡Me voy a quemar!

Gritó de nuevo al ver al gusano cada vez más cerca, Eliot llegó veloz a donde estaba ella sobre un pedazo de tierra, justo a tiempo para levantar un muro en el que el gusano se estrelló. Volteó confundido y se fue tranquilo bajo el suelo. Ditmar y María corrieron hacia ellos.

—¿Estás bien? —quiso saber Eliot.

—¡No! —Micaela estaba alterada— ¡Esa cosa era horrible, no pude hacer nada! ¡Me quemaré las manos!

—Sólo era un gusano… y el fuego no quema, es especial... No sé cómo, pero flota a cierta distancia de tu piel, sólo que debes acostumbrarte al calor.

María llegó con Ditmar.

—Vaya menuda gritona que saliste —la acusó—, ¿no pudiste hacer más?

—No la molestes, María —la detuvo Ditmar— ¡Si es tan bonita!

Le sonrió y Micaela se sonrojó.

—Oh... ¡Gracias! Tú también estás guapo.

María se puso celosísima pero intentó disimular, le jaló de la oreja.

—Vamos, ¿ya te pones de coqueto? No tienes tiempo para buscar novia ahora ¡¿entendiste?!

—¡Au! ¡Basta! —se quejó el chico.

María y Ditmar se pusieron a discutir por un lado. Micaela se sintió triste por no ser tan fuerte, Eliot lo notó.

—Descuida, poco a poco lo lograrás.

—Sí, pero les hago perder tiempo... siempre le tuve miedo al fuego, ¡no sé en qué estaba pensando! No soy fuerte como Jadi, jamás lograré nada…

—Hey —le tomó el rostro y la hizo mirarlo a los ojos—. Eres fuerte, lo eres, ¿bien? —la soltó— Te ayudaré a sacar esa fuerza de tu interior.

Micaela sonrió embobada.

—Sí... gracias.

Eliot le dio un par de palmadas en la cabeza, voltearon y vieron que Ditmar y María habían dejado de discutir para observarlos. Eliot se acercó a ellos, Micaela aprovechó para esconder su cara de lo roja que se había puesto de pronto.

—¿Ocurrió algo?

Ellos, asustados, movieron la cabeza rápidamente en negación, voltearon y empezaron a caminar.

—¿Sabes? —le susurró Ditmar a María— Quizá deberíamos tener sólo un poco de cuidado… por si las moscas.

—¿Ya ves? —susurró de vuelta ella— Te lo dije.

Salieron de la dimensión y fueron a ver a Gabriel. Micaela se asombró al ver que estaban entrando por una zona exclusiva. Se preguntó si sería muy adinerado el chico, aunque no era de sorprenderse, también había estudiado en aquel colegio prestigioso.

Al llegar, una trabajadora les abrió la puerta y pasaron a la sala.

—El joven se encontraba en el gimnasio, se está duchando, en unos minutos bajará a verlo, ¿desea algo? —dijo la mujer.

—Ah, no, no se preocupe —respondió Eliot.

Micaela no podía ocultar su asombro al ver una casa tan grande y elegante, tuvo tiempo de observar todos los hermosos detalles hasta que bajó Gabriel a verlos. Quedó boquiabierta al ver al muchacho sin camisa, el cabello rubio mojado y alborotado, los penetrantes ojos azules, él al verlos se ruborizó un poco.

—Camila, no me dijiste que Eliot estaba con más gente —renegó de pronto.

—¡Mil disculpas! —pidió la arrepentida mujer mientras salía a buscar una camisa para él.

—¿Cómo que “gente”? —le reclamó María.

Micaela lo observaba de arriba abajo, ¡qué chico! Pero el asombro no le duró mucho, pues pronto lo reconoció.

—¡Tú! —lo señaló.

Gabriel la reconoció también y sonrió de lado.

—¡Ja! Vaya… Ahora veo porqué te dieron el poder del fuego.

—¿Ya se conocían? —preguntó Eliot confundido.

—Es la mal educada con la que choqué —contestó el rubio.

—¡Oye! —reclamó la chica.

—Discúlpalo, es un mal humorado —lo excusó Eliot.

La señora llegó corriendo con una camisa y Gabriel se la puso.

—Y bien, ¿averiguaste algo?

—Siento decírtelo —terminó de abrocharse la prenda—, pero es probable que si encuentran a Jadi, ella ya no reconocerá a nadie, ya no ha de saber quién es y si alguna vez estuvo en este mundo.

Todos se impresionaron, Micaela miró a Eliot y vio que él estaba mirando al suelo con algo de frustración.

—Entonces… ¿cómo la haré volver?

—Tendrás que engañarla con algo. Si lo logras y vuelve, ya no habrá problema.

Micaela volteó a ver a los otros y vio que también estaban tristes.

—No se preocupen —murmuró—, lo lograremos. Al menos creo que deberían estar bien con el sólo hecho de saber que tienen la posibilidad de traerla… Cuántas personas quisieran tener sus dones.

—Es verdad —dijo Eliot—, no me rendiré.

Micaela le sonrió. Gabriel se dio cuenta de cómo le sonreía y lo miraba y sonrió de lado otra vez. Se despidieron y se fueron.

La chica iba pensando en la frialdad de Gabriel al darles esa noticia, le parecía de lo más pedante, aparte de que era adinerado. Así no valía. No solo eso, no podía creer que él manejara la electricidad, era fenomenal.

—Eliot —dijo—, ¡tu amigo es tan guapo! ¿Por qué no nos presentaste formalmente?

—¿Qué? —preguntó él, casi indignado— ¡No necesitas conocerlo!

—¡Claro que sí!

—¡Claro que no!

—¡Claro que sí!

Ditmar y María, que iban caminando atrás, los escuchaban.

—Por cierto —Micaela se puso pensativa— Ahora que lo pienso… se parece un poco a ti…

—¡No! —la acusó con un dedo— No vuelvas a decirlo.

Ditmar soltó una leve risa. 

—¿Qué pasó? —le preguntó María. 

—Nada, por un momento recordé aquellos tiempos cuando Eliot discutía así con Jadi.

María le dio un ligero golpe en el pecho como para que no dijera más,  miraron al frente y vieron que Eliot les había quedado mirando.

—…Ups.

—Descuida —lo calmó—, estoy bien —pero su semblante no lo corroboraba.

Siguió caminando. María volvió a golpear a Ditmar y él la empujó, ella también lo empujó de vuelta.

—Bien, yo me voy por aquí —anunció Eliot— ¡Ah! Mañana vayan a la otra dimensión a las diez de la mañana para buscar algo ¿de acuerdo?

—¿Pero y el trabajo? —quiso saber Micaela.

—Verdad, entonces más tarde voy a verte.

—¡Sí! —respondió la chica, ilusionada.

Ditmar y María detuvieron su pelea al escuchar eso, los otros se despidieron y se fueron.

—¿Escuchaste eso? —cuestionó María— La verá más tarde.

—Para hacer un trabajo.

—¡Oh no! Esto es malo, si Eliot está triste por tu culpa ella intentará consolarlo.

—¿Y?

—¡Que es muy mala idea consolar a un hombre! ¡Si ella lo consuela terminarán acostándose! ¡O peor aún!... ¡Besándose!

—Sí, eh… Creo que lo dijiste en desorden.

—¡Hoy no dormiré tranquila!

Esa tarde Micaela buscaba en el supermercado en la sección de tintes de cabello. Se sintió atraída por el tinte rubio, de repente alguien se puso a su lado.

—Eliot no te mirará así te pongas rubia —le dijo aquel chico.

—¡Ah! —se asustó ella, era Gabriel— Tonto, sólo lo estaba mirando… claro que lo sé.

—Él no se fijó en Jadi por ser rubia.

—Ah... ¿Ah, no?

Gabriel mostró una leve sonrisa.

—Sabía que Eliot te gustaba —la molestó.

Micaela se sonrojó un poco de la vergüenza, por un segundo se sintió abrumada por sus fríos ojos azules.

—Ese no es tu asunto.

Se fue más allá y encontró un tinte para hacerse rayos de color coral.

—Sip —dijo él—, ese color te sienta, te verás bella sin duda.

Micaela volteó a verlo aún un poco roja, trató de disimular.

—Claro… ¡Lo sé!

Se fue a caja a pagar. Gabriel siguió su camino por la tienda.

Al llegar a casa, Micaela fue directa a hacerse rayos de color en el cabello. En la tarde, muy emocionada, fue a abrir la puerta a Eliot. Él al verla sonrió y le paso suavemente la mano por el cabello de color, ella sonrió y sintió cómo sus mejillas se calentaban y su corazón se aceleraba.

—Son como del color del fuego, quizá así me sienta aún más inspirada —le dijo con la voz ligeramente temblorosa.

—Me parece bien.

—Bien, a trabajar.

Pasaron la tarde entre el trabajo y risas. La hermana de Micaela llegó y los encontró.

—Hola, ah… Eliot te presento a mi hermana.

—Hola, ¿qué tal? —saludó él.

—Qué gusto que vengas —dijo la chica—. Bueno, los dejo trabajar.

Volteó emocionada y vio a Micaela. Le sonrió y gesticuló algunas palabras sin hacer ruido:

—¡¿Dios, es él?! Es lindo.

—Sí, lo sé —respondió ella del mismo modo.

Eliot se preguntó qué tanto murmuraban. Alejandra le dio un hincón con el dedo en el estómago a Micaela y se rieron, luego subió a su habitación.

Siguieron con el trabajo.

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