18: Dudas

Después de clase, Micaela cayó en la cuenta de que no sabía cómo ubicar a Gabriel. Trató de buscar a Eliot para ver si le daba alguna pista pero en su lugar se encontró con María.

—Hola, ¿qué haces por aquí?

—Creí que Eliot estaría por aquí con ustedes...

—Um, no.

—Bueno. Igual yo... me preguntaba si tendrás tiempo para hablar un poco...

La chica aceptó y fueron a un aula vacía. María se sentía intrigada.

—Mis amigas son muy escandalosas e inconscientes —comentó Micaela—. No podrían ayudarme con esto, así que quizá tu sí.

—Bien, ¿y qué es?

—Seguro me odiarás por esto pero... —respiró hondo— Me gustaba Eliot.

—¡Lo sabía! —exclamó— ¡Lo sabía! ¡Por eso no me agradabas!

—Oye —reclamó ofendida—, qué mala.

—No me juzgues, temía que se lo quitaras a mi amiga —sonrió—. Aunque era algo imposible —sacudió la cabeza—. No pasó nada entre ustedes ¡¿verdad?!

—No, no, ¡claro que no!

«No, ¡sólo lo sedujiste un poco bailando, le diste un beso en la mejilla directamente y lo abrasaste un par de veces! ¡Sin mencionar que le declaraste tu amor!», pensó.

—¡Ay! —suspiró la chica de rizos— Bien, continúa.

Micaela soltó una leve risa y respiró profundo.

—Bueno. Obviamente sólo fue algo platónico, pero ya pasó, en serio. Ahora muero por verlo feliz con Jadi.

Uf, sí, creo que todos estamos así.

—En fin... Pasaron cosas con Gabriel...

—¡Aaah! —chilló de repente— ¡No me digas! ¿Qué pasó? ¡Cuenta!

—Ah... Nada grave.

Micaela estaba sorprendida por su reacción, ella viniendo a esa chica porque sus amigas eran locas, sin embargo María había actuado igual.

—¿Te gusta Gabriel? Estás ganadaza con ese muchacho.

—... Sí, me gusta —confesó nerviosa.

—Te dejaste seducir por sus bonitos ojos, bandida. —Micaela rió—. Bueno, para empezar, sé que no parece pero Gabriel sufría hace años.

—¿Sufrió? —preguntó preocupada.

—Verás, su mamá lo abandonó cuando era niño, él era el más listo del salón y por eso también lo dejaban solo.

—¿Y su papá?

—Bah, su papá jamás le hizo caso, él se desaparecía y al padre nunca le importó. Luego cuando conoció a Eliot, y después de todos los pleitos que hubo, nos hicimos amigos. Dejó por completo todos sus vicios. ¡Ah! y su mamá volvió.

—¿Sí? —sonrió— ¡Qué bueno!

—Sí, pero igual, el daño ya estaba hecho. Eso ya no le quitó esa fría mirada que tiene, ¡me da miedo!

—Pero él nunca me ha mirado de forma fría —comentó extrañada—, su mirada cada vez es más dulce.

—¡Ooow! Qué tierna, estás tan enamorada. ¡Debes decirle!

—¿Y qué tal si no resulta…?

—Déjame decirte que el lleva más de dos años sin tener alguna compañía. Se le pegaban amigas de Jadi, de Ditmar, de Eliot, o incluso las mías, y él nada.

—Quizá no está interesado...

—¡Por eso dile!

—No, quedaría en ridículo si no.

—¡¿Pero y si sí?! —insistió María, ya impaciente

Micaela se quedó pensando.

—¿Sabes si hoy vendrá? —quiso saber al fin.

—Sabes que él no estudia aquí ¿verdad?

—Ay, verdad —se dio un palmazo en la frente—. Lo había olvidado, es que siempre viene.

El muchacho estudiaba en una de las universidades más caras y prestigiosas de la ciudad, pero ese detalle nunca lo había tomado en cuenta al verlo tan seguido.

—Te acompaño a la Católica. Pero espera un rato, me despido de Ditmar que iba a venir a verme…

Micaela reaccionó ante eso.

—No, no te preocupes. Quédate con él, seguro va a decirte algo…

—Ay, no seas boba, claro que no —respondió incrédula.

Se fue antes de que Micaela pudiera decir algo más. Por otro lado, Eliot había ido a ver a Gabriel para pedirle ayuda para hacer una maqueta arquitectónica que debía presentar como trabajo final.

—¿Para eso me sacas antes de que acabe mi clase? —reclamaba el rubio.

—Yo iba a esperar, tú quisiste salir antes —se defendió.

—Bueno, bueno, creí que era urgente.

—Es urgente —se encogió de hombros—, para mí. —Gabriel rió— Ya me voy…

—Espera, ¿va a ir Micaela?

—No lo sé, aún no le he preguntado si puede…

—Um… ¿Y cómo está?

—Bien. ¿Pasó algo? —Gabriel negó— Sólo estuvo asustada por lo que pasó, estas cosas le chocan —arqueó una ceja—. ¿Te gusta, verdad?

—¡Ja! No —soltó sin dudar—. Sólo me sorprende que no haya pasado nada entre ustedes —habló con algo de rencor—. Si, total, ella se muere por ti.

Eliot apretó los labios y miró al suelo con nostalgia.

—Yo muero por traer a Jadi de vuelta…

Gabriel sacudió la cabeza y suspiró.

—Lo sé, perdón.

El castaño sonrió apenas.

—Y no exageres, no se muere por mí. Creo que le anda gustando alguien más.

Gabriel reaccionó.

—Y… ¿Y bien? —preguntó impaciente— ¿No dirás quién?

—No me dijo… —Eso frustró un poco al rubio, y Eliot lo notó— Sólo que hace poco estaba haciendo un trabajo con ella. Le llegó un mensaje y, apenas lo vio, se ruborizó y estuvo nerviosa. —Gabriel se sorprendió un poco— Bueno, me voy. Ya sabes, mañana en la tarde.

—Ah… bien…

Se quedó algo sorprendido aún, y al segundo volvió a su aula.

Micaela y María habían llegado a la Católica.

—Vamos al estacionamiento —sugirió María—, dudo que Gabriel haya venido a pie, hay que esperarlo en su auto. Según Ditmar, ya debe estar acabando su clase.

—Bien…

A Micaela le avergonzó saber que ahora no sólo María sabía que andaba buscando a Gabriel, sino también su ex novio. Esa situación era el colmo.

Fueron al estacionamiento. Micaela reconoció el auto, así que se acercaron, al mismo tiempo que otra chica. Era rubia, muy guapa y bien vestida. Ambas quedaron confundidas.

—¿Buscan algo? —les preguntó la chica.

—No a ti, sin duda —murmuró María.

—Ya sé. ¿Buscan a Gabriel?

—¿Lo conoces? —preguntó Micaela.

La rubia la miró de arriba abajo con cierto desdén.

—Depende —dijo—, ¿quién eres?

—Ella es su novia —anunció María, a lo que Micaela le dio un leve codazo.

—Vaya, qué pena —comentó la extraña—. Estaba buscando a Gabriel para decirle que quiero volver a estar con él, sin duda no se negará y te dejará en segundos. No eres de su tipo.

Micaela sintió muchos celos en ese instante.

—No creo que haga eso —murmuró—, ahora es diferente. Hace mucho que no está con nadie. No puedo creer que estés tras de un hombre al que no le interesas y que ha hecho lo mejor para reorganizar su vida.

La chica no quedó contenta, y tragó saliva con dificultad.

—¿En verdad te crees tan importante para él? —Ambas se sorprendieron un poco— Gabriel no es capaz de querer a nadie, sólo desea… Y me deseó mucho a mí.

Micaela dio media vuelta muy enfadada y se fue. María la siguió luego de amenazar con el dedo índice a la rubia. Logró alcanzar a Micaela cerca de un pabellón y la detuvo.

—Oye, ¿a dónde te vas?

—No sé, sólo quiero irme —renegó sintiéndose cerca del llanto.

—No, tonta, debemos espiar.

La jaló en contra de su voluntad y se escondieron para ver si Gabriel llegaba.

—No quiero ver —dijo Micaela—. Si Gabriel la toca o algo no aguantaré...

—Ay, no exageres. ¡Mejor! Así sabrás si él conviene o no.

—Es que...

—Calla, ¡ahí viene!

Ambas se asomaron. Gabriel mostraba cierta confusión al ver a la chica ahí.

—Hola —saludó con el ceño fruncido—, ¿qué... qué haces aquí?

—Gabriel, ¿por qué ocultas tu emoción de verme?

Mientras…

—Rayos no escucho nada —renegó María.

—Pues claro, estamos lejísimos —se quejó Micaela.

Estaba muy dolida, cuando en otra ocasión, un comentario como el de la rubia no le habría afectado. Él era su chico, ¿por qué tenía que buscarlo justo ahora esa tipa odiosa?

—¿Recuerdas aquellos momentos de pasión? —le comentaba la muchacha.

—Sí, ¿por qué? —respondió Gabriel sin interés.

—Oh nada, sólo que yo te he extrañado.

—Um —miró a un costado algo impaciente.

Ella se acercó más y le deslizó su dedo por el pecho.

—¿Tú no?

Por otro lado, Micaela y María se sorprendieron ante eso.

—Mírala qué zorra —susurró María. Volteó y Micaela se había ido— ¡Aaay! Boba —rodó los ojos y volvió a espiar.

Gabriel le retiró la mano a la chica y se abrió paso hacia su auto, la chica volteó completamente sorprendida.

—Bien, cómo quieras, ya veo que te iba bien con tu nueva noviecita.

Él volteó algo confundido.

—Mi... ¿Mi novia?

—Sí, te ahorré el trabajo de decirle que sólo la querías para pasar el momento, seguro la otra ya andaba de melosa creyendo significar algo para ti.

—¿Qué te pasa? ¡Estás loca! —reclamó enfadado y abrió la puerta de su auto.

—¡Oye! Cuidado con lo que me dices.

—No, tú ten cuidado —la encaró—. No tenías por qué decirle nada a ella, ¿oíste? ¡Nada!

Subió a su auto y arrancó, retrocedió con rapidez y se fue. La chica quedó enfadada y sorprendida a la vez. María, por su parte, quedó satisfecha pues era obvio que la había rechazado.

Más tarde ese día, Eliot le pidió ayuda a Micaela y ella aceptó gustosamente.

Al día siguiente en la tarde, ella llegó casa de Eliot. Estaban María, Ditmar y Gabriel. Saludó a todos de lejos, y trató de disimular los nervios que sentía, pero no pudo ocultar su rubor. Se sentó en la mesa cerca de Eliot, y empezó a ayudarlo a cortar algunas cartulinas.

—Felizmente ya tengo todo listo —comentó el castaño—. Terminamos la maqueta entre todos rápido y ya, ya no necesitaré pasar mala noche.

—Guau —dijo Micaela—. Ojalá fuera tan eficiente como tú.

—Eliot es un experto en ser perfecto en todo —anunció María.

—Oye, qué exagerada —refutó él.

Micaela sonreía. Vio a Gabriel, sólo para encontrarse con su penetrante mirada. Volvió a ruborizarse y miró a otro lado. Él mostró una leve sonrisa y volvió a lo suyo. Mientras trabajaban todos conversaban, Micaela miraba de rato en rato a Gabriel y se cruzaban sus ojos a veces.

No podía evitar avergonzarse cada vez que el muchacho la encontraba mirándolo, y aunque intentara no volver a verlo, lo hacía. En ese momento dedujo que si la atrapaba viéndolo, significaba que él también la veía a ella.

Las dudas la atormentaban. ¿Qué le habría dicho esa chica? Le dio un vistazo a sus labios y se dio cuenta de que ya casi no recordaba cómo se había sentido su beso. Quería darle otro, pero le gustaba tanto que solo tenerlo cerca otra vez la pondría nerviosísima.

María había notado que ellos no se hablaban, así que decidió ponerse en acción. Se acercó a Gabriel y se sentó a su lado en el sofá, fingiendo necesitar algún instrumento.

—¿Por qué no te acercas y le hablas? —preguntó en susurro.

Él dejó lo que estaba haciendo de pronto y dio un suspiro de resignación.

—Ya —renegó—, ¿qué es lo que sabes?

—Tranquilo, no tienes que alzar la guardia conmigo, sólo lo deduje por cómo la miras, y me lo acabas de confirmar justo ahora.

—Vaya, rayos.

—A que soy buena, ¿no?

—Sí, ya veo que sí —admitió con una leve sonrisa.

—Me desharé de los chicos y te dejaremos a solas, ¿te parece?

—Bien.

María se puso de pie.

—Chicos, ¡acompáñenme a comprar! —pidió.

—¿Ah? No —negó Ditmar.

—¡Muévanse! No quiero ir sola.

Ditmar se puso de pie. María jaló a Eliot del brazo y se fueron. Micaela apenas pudo reaccionar, pronto se encontró sola con Gabriel. Eso la puso muy nerviosa.

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