12: Aquel lugar oscuro

Micaela abrió los ojos. Se encontraba flotando en un lugar oscuro, veía diversidad de seres y personas flotando a lo lejos, como si no tuvieran rumbo, miró a sus lados y los chicos también estaban ahí algo pasmados observando, se encontraban flotando sobre una especie de campo más claro circular, un halo de luz lo iluminaba.

—Qué horrible lugar —murmuró— ¿Aquí es a dónde venimos todos?

—Esto es sólo una etapa —explicó Gabriel.

—Pues ya no quiero…

Todos se asustaron un poco al ver aparecer a su lado a una persona. Con mirada perdida, salió del halo de luz y se fue flotando sin rumbo por la oscuridad. Pronto se percataron de que había varios halos de luz a los costados, toda una hilera de ellos, en los cuales aparecían almas y se metían flotando a la zona oscura.

—Parece que son como las puertas al inframundo —dijo Ditmar.

—Tranquilo, no es inframundo —lo calmó Eliot. Todos se asustaron un poco por la inesperada aparición de él— Debemos darnos prisa en tratar de encontrarla, cuando las almas salen de este lugar y pasan a la siguiente dimensión se hace imposible traerla de vuelta.

—Oh no ¿y si ya no está aquí? —preguntó Micaela con preocupación.

—Está —mostró una media sonrisa—, puedo sentirla. —Eliot tenía una mirada no sólo de tristeza, sino también de alegría—. Pero hay un problema…

—¿Y ahora qué pasó?

—¿Ven a esos espíritus con túnicas negras, que se parecen a los dibujos de la parca? —los señaló.

—Sí, justo iba a preguntar —dijo Ditmar.

Todos, excepto Eliot y Gabriel, se asustaron cuando apareció otra alma en el halo de luz y salió a flotar en la oscuridad,

—Me voy a morir del susto aquí —renegó María.

Micaela volteó y en el halo de al lado apareció una niña, que salió también a flotar hacia la oscuridad.

—Y yo terminaré deprimiéndome —agregó a la queja de María—. Cómo quisiera hacerlos volver a todos.

—Lo sé —dijo Eliot—. Es duro, pero no sabemos cómo están sus cuerpos, ni quiénes son, además lo que vamos a hacer es contra las leyes.

—¿Leyes de quién? —quiso saber su amigo.

—No sé —se encogió de hombros—. Debe haber leyes de la vida ¿no?

—Supongo que sí.

—Y de hecho las hay. Porque, como les decía, apenas demos un paso fuera de este halo de luz esos espíritus vendrán a atacarnos y mandarnos de regreso… o al menos eso espero.

—¿Quieres decir que no sabes a dónde te mandarán si te alcanzan? —cuestionó Ditmar ahora más asustado.

—La verdad no…

—Uh, ahora tengo más miedo —Micaela tembló.

—Tranquila, con tu fuego nos bastará.

—¡Ah! ¡Es verdad!

Se armaron de valor y salieron del halo de luz todos al mismo tiempo, en ese instante, los espíritus negros se detuvieron.

—¡Rápido! —exclamó Eliot— ¡Por aquí!

Flotaron lejos de los espíritus.

—¡Hurra! —se emocionó Ditmar— ¡Esto es como volar!

Se detuvieron de golpe al ver que varios espíritus negros estaban viniendo a darles el encuentro, voltearon y por atrás también venían más espíritus.

—¡Síganme, no se detengan! —los apuró Eliot.

Volaron hacia otro lado.

—Estamos cerca de ella, ¡puedo sentirla!

Se abrían paso a través de las almas que flotaban por ahí, al fondo se veía un lugar bastante iluminado.

—¿Qué habrá allá? —se preguntó Micaela.

Los espíritus negros llegaron hasta ellos y quedaron rodeados, una especie de hoyo se formó bajo sus pies, formo un vacío y empezaron a caer. Todos estaban aterrorizados

Micaela mantenía sus ojos cerrados mientras gritaba, de pronto sintió que se detuvo. Abrió los ojos y vio cómo Eliot les lanzó esferas de luz que envolvía a cada uno deteniendo sus caídas.

—¡Gracias! ¡Gracias! —chillaba María al borde del llanto.

—¿Qué habrá abajo? —preguntó Gabriel.

Vieron que muy en el fondo se apreciaba un brillo rojizo.

—Pues no quiero saberlo —dijo Ditmar.

—¿Preparados? —cuestionó Eliot.

—¿Subiremos a luchar contra ellos?

—No —respondió con cierta tristeza—, lo haremos luego, primero debemos idear estrategias.

Micaela sintió miedo. Empezaron a elevarse con ayuda de las esferas de luz que los rodeaban, los espíritus los esperaban. El hoyo se cerró una vez que estuvieron fuera, y Eliot hizo desaparecer las esferas.

—No me impedirán encontrarla —les advirtió a aquellos seres oscuros.

Soltó una honda de luz blanca que los envolvió.

Todos despertaron dentro de la montaña en donde se habían quedado dormidos.

—¡Bien! ¡Estamos vivos! —exclamó Ditmar a punto de besar el suelo.

—No puedo creer que mi alma salió de mi cuerpo —agregó María mientras se palpaba el rostro.

—Y casi nos perdemos para siempre y por siempre.

—Perdonen —les dijo Eliot—. Debo averiguar primero antes de llevarlos. —Se puso de pie.

Micaela se había quedado algo espantada pero feliz de que estuvieran de vuelta sanos y salvos. Pero también se preocupó al ver a Eliot obviamente triste.

Volvieron a la zona del campus en donde se habían encontrado. Eliot sonrió levemente y se alejó de ellos.

—Les avisaré cuando haya algo nuevo —dijo.

—No dejes que pase mucho tiempo —advirtió María.

—Sí, vaya ser que ya no la encontremos —agregó Ditmar.

Eliot se detuvo.

—Lo sé… —siguió caminando sin voltear a mirarlos.

Micaela quedó algo triste también. Pronto acabaría esta situación, ¿lo lograrían? Seguro ni él lo sabía, y por eso estaba sufriendo. Quería ir y abrazarlo, decirle que todo saldría bien.

—¿Tienes algo que hacer? —le preguntó Gabriel.

—No —dejó de mirar hacia donde Eliot se había ido—. Bueno, sí.

—¿Algún trabajo? Te ayudo.

—Bueno —sonrió apenas—. Aunque, dudo que puedas entenderlo.

—¿Disculpa? Yo lo puedo todo, vamos.

Fueron a su casa. El trabajo consistía en continuar la pequeña maqueta que había estado haciendo.

—Olvidé que tú estudias esto también y haces tus manualidades igual que Eliot —dijo el rubio mientras observaba.

—Oye, no son manualidades —reclamó ofendida—. Termínala tú si tanto crees que es fácil.

—No, gracias —rió un poco—. Bueno, te ayudo.

Estuvo con ella unas horas ayudándola a terminar, conversando de cosas diversas. Micaela logró despejarse de lo que había pasado, pero a veces recordaba que Eliot seguramente estaba un poco triste.

—Sé que lo recuerdas —dijo Gabriel de repente—, pero tranquila. Él es muy fuerte, y debe estar solo para pensar.

—Sí.

Suspiró y estiró los brazos, se puso más cerca de Gabriel y se recostó en su hombro. Él no pudo evitar mostrar algo de rubor, pero se sintió aliviado de que ella no pudiera notarlo.

—Me siento cansada —murmuró la chica mientras cerraba los ojos.

—Duerme un poco si gustas…

Abrió los ojos un poco asustada, y vio en la mesa su maqueta terminada. Se frotó los ojos para apreciarla mejor, y no pudo evitar quedar sorprendida pero no de forma positiva. Gabriel apareció en su campo de visión.

—Ya está terminada, ¿qué tal?

—Eh… ¿Cómo se comunicará el segundo nivel con el primero?

—Pues por la rampa, obvio, ¿no la ves?

Ella volvió a mirar la maqueta y logró identificar una especie de rampa demasiado empinada como para ser lógica.

—Claro —dijo con sarcasmo—. Cómo no notarlo.

—Está mal ¿verdad?

Alzó la vista hacia sus ojos y se sintió como una madre a punto de reprender a un niño que la mira arrepentido. Sacudió la cabeza para salir de ese pensamiento y sonrió.

—¡Bah! Descuida, de aquí la arreglo —se puso de pie, muy animada—. Me toca hacer la cena, ¿me ayudas?

—Me encantaría pero…

—¡Genial!

Lo jaló de la mano sin darle tiempo a terminar de responder. Una vez en la cocina, le alcanzó un diente de ajo y apio.

—Ráyalo, por favor… —giro para seguir con lo suyo. No tardó en voltear a mirarlo y darse cuenta de que el muchacho estaba mirando pasmado el rayador— ¿Qué sucede?

Él la miró algo preocupado, bajó la vista y suspiró.

—No he usado esto nunca, pero creo que tengo una idea…

—¿En serio? ¡Pero claro! Si todo te lo deben haber dado listo.

Gabriel cruzó los brazos, muy incómodo.

—No tanto, pero ríete de mí si gustas.

—Ay, no exageres, no me reiré de ti, te enseñaré.

La miró con cierta ilusión, ella se le acercó y lo guió.

—Hoy aprenderás a hacer “pollo al sillao” —le dijo con orgullo—. Bueno, a mi estilo, así que no te vayas de aquí a un concurso porque tampoco soy muy buena.

Él le regaló una espléndida sonrisa y Micaela no pudo evitar perderse, sintió cómo se le aceleró el corazón, se sintió nerviosa e indefensa en ese momento, miró hacia la tabla de picar muy sorprendida y ruborizada, ¿Qué rayos acababa de pasar? Respiró hondo y le restó importancia.

Se pegó un poco a él para ayudarlo con un diente de ajo. Su brazo rosó con el suyo y él se detuvo por unos segundos, luego siguió. Ella sonrió un poco sin que la viera, pues la suave descarga que había sentido por eso le gustó. Se preguntaba si era él con su electricidad o ella y sus dieas.

—Creo que podría ser más rápido ¿sabes? —dijo él.

Lo miró confundida y éste casi la rodea con sus brazos al ponerse en su detrás, tomó el ajo y empezó a rayarlo haciendo movimientos más rápidos que los que ella había estado haciendo mientras se distraía pensando.  

—¿Ves? Aprendo rápido. —Se alejó.

Ella quedó algo conmocionada, sabía que estaba un poco roja pero trató de disimular.

—Claro —respiró—, eres hábil.

—No sabes cuánto —agregó él, de forma un tanto sugestiva.

Lo miró y él le devolvió la mirada con una leve sonrisa, movió las cejas y volvió a lo suyo. Ella también volvió la vista a su diente de ajo, consternada, el corazón le palpitaba fuerte. Debía relajarse.

Terminaron de preparar la cena.

—Vaya, tanta cosa para que de aquí desaparezca en segundos —dijo asombrado el chico.

—Así es… ahora que lo dices, ¡vaya que sí!

Gabriel suspiró.

—Bien, es tarde…

—Pero que prisa, jovencito, ¿no quieres probar algo antes?

Él volvió a mostrarle su espléndida sonrisa.

—¿Jovencito? No estás coqueteando conmigo ¿o sí?

Micaela se ruborizó por completo y él se le empezó a acercar.

—Por dios, claro que no —dijo, temblorosa.

Su expresión sonriente se esfumó. Se encontró de pronto con él mirándola de forma abrumadora, se sintió completamente invadida por su intensa mirada de azul profundo. Quedó perpleja, perdida en sus ojos, tan pronto como pasó, él soltó una leve risa y ella soltó un suspiro silencioso de alivio.

—Qué bueno, sería muy raro ¿no? —comentó sonriente.

Ella quedó aún más perpleja al verlo caminar tranquilamente hacia la mesa como si nada hubiera pasado, su corazón latía con fuerza. ¿Cómo podía causar tales efectos sólo con su mirada? ¿Sabría lo que hacía? Pero claro, claro que lo sabía.

Le sirvió un poco para que probara.

—Impresionaré a mamá con esto más tarde —contó.

Ella sonrió al notar dulzura y calidez en su mirada.

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