Capítulo 9. La estupidez de: no eres tú, soy yo

Freya

Hace una semana le confesé a Jasper que me gustaba Levi; decir que su reacción fue buena sería mentir, pero decir que fue mala sería exagerar. Jasper, como casi siempre, tendía a ser neutral, o más bien reprimido cuando se trataba de sus emociones más "crudas", por ponerlo en términos casi poéticos.

Su respuesta exacta fue:

«¿Por qué?» Confundido, herido; como era de esperarse.

Y lo único que yo pude decir fue:

«Es muy atractivo».

Y no hablaba únicamente en el sentido físico, sino que todo en él me resultaba atractivo. Tal y como había dicho Jasper, Levi era un planeta gigante que atraía y atraía otros cuerpos sin compasión.

Y Jasper, tras adoptar una seriedad combinada con cierto tono colérico, concluyó:

«Si esa es tu decisión... de acuerdo».

¿Mi decisión sobre qué? No estaba segura, bueno, mentía, sí tenía una idea de a qué tipo de decisión se refería, pero tampoco podía tomar acción. No cuando la otra opción se mantenía en completo silencio.

«Ay, Jasper...»

—¡Frey! —llamó Sally a mis espaldas y poco después sentí como posaba su mano sobre mi hombro.

Me volví hacia ella, solo entonces percatándome de que yo llevaba un par de menús en la mano que no había entregado por andar en mi soliloquio.

—Tienes visitas —informó y levantó el rostro con discreción, fijándose en la mesa a unos metros de nosotras.

Ni siquiera tenía que voltear para saber que era Levi. Toda la semana vino al restaurante durante mi turno para hablar conmigo. Casi siempre el tema de conversación era Jasper, pero en los últimos dos días habíamos hablado un poco más sobre nosotros.

Solté un suspiro, fingiendo que me fastidiaba, aunque en realidad había una leve sonrisa en mis labios.

—Iré a atenderlo. —Le tendí uno de los menús a Sally—. ¿Podrías entregar esto a la mesa cuatro?

Sally tomó el menú, pero en el proceso enarcó una ceja.

—¿Y qué? —Sonrió de manera pícara—. ¿Te gusta?

Saqué mi celular y miré mi reflejo en la pantalla apagada para peinar el medio flequillo que recorría el lado izquierdo de mi rostro. Jasper me había cortado el cabello y a propósito le pedí que no quedará derecho. Ahora tenía un corte rebelde arriba de los hombros y que rematé al teñirme las puntas de color azul turquesa.

—Tiene pinta de chico problemático —añadió Sally—, y déjame decirte que esos son los peores. En todo sentido.

Negué con la cabeza, guardando el celular en el bolsillo del vestido uniforme.

—No es un mal chico.

—¡Y eso es exactamente lo que todas dicen! —exclamó y cruzó los brazos sobre su pecho—. ¿Qué pasó con el otro que a veces venía por ti? ¿Jess? No recuerdo su nombre.

—Jasper —corregí.

—Bueno, pues Jasper, ese era un buen chico. No deberías dejarlo escapar o te arrepentirás.

Esbocé una sonrisa ladeada, colocando una mano en mi cintura.

—¿Y desde cuándo tienes tanta experiencia en chicos?

—Te llevo siete años de ventaja. —Me miró con incredulidad—. Y créeme que a tu edad no era santa Teresa.

Me carcajeé y volví a negar con la cabeza.

—Levi no es un "chico malo" —aseguré—. Tal vez es incluso mejor que yo.

—Malo o no malo, solo sé que toda chica sueña con el tipo patán, ese que trata horrible a todos menos a ella —suspiró—, pero al final creo que solo queremos estabilidad y seguridad, sentirnos amadas, ¿no lo crees?

Presentí que en las palabras de Sally había atisbos de una experiencia pasada. No sabía qué responder a aquello, así que solo coloqué una mano en su brazo.

—Te juro que Levi no es malo, es más, solía ser el mejor amigo de Jasper.

—¿Solía?

Me encogí de hombros.

—Aún no sé toda la historia, pero Levi quiere reparar su amistad y por eso viene a hablar conmigo. Lo estoy ayudando.

—De acuerdo. —Miró la cocina de soslayo—. Ve a hablar con él; yo te cubro con el jefe.

—Gracias —susurré.

Caminé casualmente hacia la mesa donde siempre se sentaba Levi. No corría porque eso me haría lucir desesperada, pero tampoco iba como zombie porque parecería estúpida. Paso normal, eso era todo lo que tenía que hacer —si lo lograba.

Levi se volvió hacia mí en cuanto llegué a su mesa y me dedicó aquella sonrisa ladeada que tan bien le sentaba.

—¿Ya te dije que me encanta el nuevo corte? —inquirió, aunque ya sabía la respuesta.

Como siempre, yo utilizaba esa ridícula estrategia de querer hacerme la difícil y hacía como si no hubiese oído sus cumplidos aunque estos me hacían en exceso feliz.

—¿Y ahora qué quieres saber sobre Jasper? —cuestioné, colocando el menú que llevaba en la mano sobre la mesa. Más que nada lo hice para pretender que trabajaba, porque lo único que Levi pedía eran malteadas de vainilla.

Levi cruzó los brazos sobre la mesa y entornó los ojos.

—En realidad esta vez vine a indagar sobre ti.

—Que ambiguo, por no decir perturbador, sobre todo si lo dices de manera tan franca. —Negué con la cabeza—. No es por sonar narcisista, pero no soy un cuento que pueda ser rematado en cinco minutos, y además ya me descontaron diez dólares en propinas por hablar contigo casi todo mi turno la última vez que viniste.

Levi chasqueó la lengua, enarcando las cejas.

—Vaya lío, entonces me temo que tendré que pagarte diez dólares más de propina.

—Eso suena como si me estuvieses comprando.

—Técnicamente estoy comprando tu tiempo —corrigió.

—Eso suena a prostitución.

Levi rió y negó con la cabeza.

—Tienes razón, lo siento.

Miré a mis espaldas, notando como mi jefe ya andaba cazándome con la mirada desde la caja registradora. Me giré hacia Levi, rodando los ojos.

—Hoy no puedo conversar, pero estaba pensando que en vez de pagarme diez dólares de propina, me invites un trago.

Levi levantó una ceja, sonriendo con divertimento.

—¿No somos menores de edad?

Solté un bufido.

—Tengo diecisiete y tú dieciocho, no tenemos diez años, además, siendo realistas, ¿hoy en día qué adolescente se espera a la mayoría de edad? —pregunté y me incliné hacia él—. Y también sé sobre las grandes fiestas que has hecho en los últimos dos años. Llenas de alcohol y... otras cosas.

Levi me mantuvo la mirada durante un par de segundos y luego el divertimento en su sonrisa se tornó en satisfacción.

—De acuerdo, esperaré a que termine tu turno y podremos hablar sin costo adicional.

—Perfecto —susurré a su oído.

(...)

Levi

Tal vez estaba cometiendo un error. Un grave error del que no me percaté sino hasta que Freya se acercó para susurrarme al oído y, al irse, rozó su mano con la mía.

Claramente las intenciones de ambos eran muy diferentes. Yo de verdad solo quería conversar, pero parecía que ella tenía otra cosa en mente. Cabía la posibilidad de que estuviese equivocado, pero había tenido suficientes parejas casuales para detectar las señales. Y esa era la cosa, yo no quería que Freya fuese un encuentro casual.

Lo único que quería de Freya era amistad, pero, ¿cómo se supone que le diga esto sin ser juzgado?

Solté una exhalación al mismo tiempo que bajábamos del elevador que daba al piso quince, mi piso.

—¿Estás bien? —preguntó Freya.

Ya no traía puesto el uniforme, se lo cambió al salir de su turno y ahora llevaba una ombliguera negra de tirantes, una chamarra roja y una falda corta.

—Por supuesto —respondí, empleando un tono despreocupado y metiendo las manos en mis bolsillos.

—Estuviste muy callado todo el trayecto —señaló.

Es verdad, por ir pensando en el error que cometí no dije ni una sola palabra. Solo era yo, el incómodo silencio, música olvidable en la radio y Freya.

—Lo lamento, estaba pensando —excusé, aunque con la verdad.

—¿Ah, sí? —Se atravesó en mi camino—. ¿Sobre qué?

Forcé una sonrisa.

—Sobre lo bien que te queda el azul.

Fue una terrible decisión, pues aunque Freya trataba de disimularlo, le había encantado el cumplido.

«Lo estás empeorando», me reprendí a mí mismo.

Caminamos al fondo del pasillo en donde se hallaba mi departamento. Saqué las llaves del bolsillo de mi pantalón y abrí la puerta.

Dejé que Freya entrara primero y su reacción al cruzar el umbral de la puerta fue exclamar:

—¡Mierda, es enorme!

No pude evitar reír, al igual que no pude evitar avergonzarme de mi humor infantil.

—Ponte cómoda en la sala —ofrecí, cerrando la puerta a mis espaldas—. Iré por un par de cervezas.

Freya asintió, distraída, y se adentró al departamento.

—¡¿Tienes una mesa de billar?! —exclamó—. ¡Eso explica porque eres el amo de las fiestas!

Mi departamento era lo que podría mal llamarse "cueva de hombre". Había un pequeño bar siempre repleto de bebidas, una mesa de billar, un enorme sofá frente a un televisor ridículamente grande con un carísimo sistema de sonido y otro sistema de luces que cambiaban según el ritmo de la música. No había nada hogareño en este lugar más allá de una vieja foto de mi mamá en el refrigerador.

Exhalé con desánimo y saqué un par de latas de cerveza del refrigerador para después ir a la sala en donde Freya ya se había echado al sillón y observaba fijamente el techo.

—Lindo candelabro —señaló—. Aunque me da ansiedad que me caiga en la cabeza.

Sobre nuestras cabezas colgaba un candelabro hecho completamente de vidrio, el cual no pegaba en nada con todo lo demás del departamento. Mi papá, durante el tiempo que vivió aquí, quiso hacer de este lugar algo elegante y cómodo, pero cuando yo me lo quedé lo transformé en todo lo opuesto solo para molestarlo. Lo único que conservé fue ese dichoso candelabro.

—Tengo pendiente quitarlo de ahí. —Le pasé una lata.

Freya se incorporó en el sillón y aceptó la cerveza, abriendo esta sin siquiera fijarse en la marca o el nombre.

—Freya —llamé.

Freya dio un trago, asintió y después fijó su mirada en mí.

—Te escucho.

—Hay algo que he querido preguntarte —admití y me senté a su costado en el sofá, dejando mi cerveza de lado—. Sobre ti y tu familia.

Freya subió los pies al sillón y se recargó en el respaldo.

—Lo veía venir. —Bebió otro trago—. Haz tu pregunta y veremos si puede ser contestada.

—Por lo que me has dicho, no tienes papá, ¿verdad? —indagué.

Sacudió la cabeza y su media coleta se balanceó de un lado al otro.

—No es que esté muerto, o al menos no que yo sepa —respondió—. Lo último que supe de él es que nos abandonó a mamá y a mí. Creo que mamá se aprovechó de él, él se enfadó y simplemente se marchó. —Bebió otro gran trago—. Cabrón, me hubiera llevado con él.

—¿Qué te hace creer que hubiese sido mejor con él? —inquirí—. Las abandonó sin mirar atrás.

—Si mi recuerdo de él no me falla, era un buen tipo. De hecho me recuerda a... —Se interrumpió a sí misma, dejando la idea anterior de lado—. Mi mamá es una abusiva y muchas veces me ha dicho que me odia y su vida habría sido mejor si no me hubiese tenido. Ya te imaginarás cómo son las cosas en casa.

Abrí mi lata de cerveza y fruncí el ceño, recargando un brazo en el respaldo.

—¿No has pensado en irte?

—¡Ja! —exclamó—. Desde que era niña ese es mi objetivo, pero con el mísero dinero en mi cuenta, con suerte lo lograré dentro de diez años.

—Qué fastidio —añadí.

Freya solo asintió y siguió bebiendo. A diferencia de la Freya que veía todos los días en la escuela y con Jasper, esta versión de ella era más... cruda. No sonreía tanto, sus chistes, aunque simpáticos, revelaban lastimosas verdades y su actitud era de alguien que había renunciado, pero seguía aguantando.

Me giré por completo hacia ella, escudriñándola.

—Actúas diferente a cuando estás con Jasper —señalé, quería descubrir cuál era la razón detrás de esto—. Eres más... fría.

Freya giró su rostro hacia mí.

—¿Tú crees?

—¿Tú no lo crees?

Esbozó una sonrisa seca y se volteó por completo en mi dirección.

—Sí, sí lo creo y es verdad —afirmó—, pero eso es porque no puedo actuar completamente como yo misma frente a Jasper.

Aquello me tomó desprevenido.

—¿Y eso?

Freya se encogió de hombros, dejando la lata vacía en la mesa.

—No lo sé, supongo que siempre he visto a Jasper como un lugar seguro en donde puedo ser vulnerable, pero no ser precisamente yo misma. —Se carcajeó—. Creo que lo asustaría.

—Qué buena impresión tienes de tu gran amigo —agregué con sarcasmo.

—Es difícil de explicar y, siendo sincera, no tengo humor de adentrarme en mi estado psicológico —concluyó y se deslizó por el sofá hacia donde yo estaba, acortando la distancia entre nosotros—. Además, contigo es diferente.

Me mantuve impávido, sin quitarle la mirada de encima.

—¿Diferente cómo?

—Diferente en el sentido de que contigo puedo ser yo misma, más libre, despreocupada. —Tomó la lata de cerveza de entre mis manos—. Es como si a tu lado pudiese caminar por el mundo con la mirada decaída y una bizarra rendición ante la vida.

Bebió un trago de cerveza, sin apartar sus ojos de los míos. Técnicamente acabábamos de darnos un beso indirecto.

—Creo que tienes una mala impresión mía.

Negó con la cabeza, terminándose la cerveza de un trago.

—No, aquí puedo adoptar una actitud de: me vale una mierda lo que suceda en este punto.

—Ya veo... —musité y entorné la mirada—, pero, ¿por qué conmigo?

Freya sonrió de manera ladina y se acercó aún más a mí, rozando nuestros muslos.

—Un atormentado detecta a otro atormentado —susurró a mi oído y después se alejó, subiendo una pierna a la mía—. Así que dime: ¿problemas con papi o mami?

Me distancié un poco.

—Mi mamá murió cuando nací y mi papá, él... —negué con la cabeza— No soy lo que él quiere que sea.

—Ah, problemas con papá.

—Me presiona para que decida qué es lo que quiero hacer con mi vida, pero al mismo tiempo está obsesionado con controlarme como a una puta mascota.

El tema comenzaba a ponerme de mal humor. Si había una píldora que era incapaz de tragar, era mi padre.

—Yo te apoyaría en lo que sea que quieras hacer con tu vida —aseguró Freya—. La tienes fácil, envidiablemente fácil.

No hice mucho caso a sus palabras, hundido en mi propio coraje.

—Lo odio porque tal vez el idiota sí tenga razón y sí necesite un empujón, alguien que me diga: ¡oye, imbécil, si no te decides ahora, morirás arrepentido!

Sentí la mirada de Freya sobre mí. Probablemente no sabía que responder a esto y tampoco tendría porqué, la única persona que sería capaz de ayudarme sería-

—¿Tienes novia? —Me interrumpió la voz de Freya—. ¿O algo?

Relajé el cuerpo, agradeciendo que Freya hubiese cambiado el tema. No quería pensar sobre esos asuntos, no hoy.

—No, nada —respondí.

—¡Ah! —exclamó, sonriente—. Así que eres del tipo anti-relaciones y compromisos. Comprensible, es una responsabilidad tediosa.

Sonreí, mucho más tranquilo.

—¿Y qué hay de ti? —cuestioné—. ¿Te gusta alguien? Tal vez... ¿Jasper?

—Estamos curiosos hoy, ¿eh?

—Tú empezaste.

Soltó una risa.

—Sí, bueno, tienes razón —concedió—, pero no, no me gusta Jasper. No de esa manera —aseveró y sus ojos adoptaron cierta actitud despreocupada—. Aunque... sí me gusta alguien más.

Ya me temía a donde conduciría esto y tragué saliva con nerviosismo.

—Solo espero que no sea un patán. —Fue lo único que pude decir.

Freya sonrió levemente con sus labios rojos intensos y, sin que yo lo viese venir, se inclinó hacia mí y me propinó un rápido beso en los labios. Eran cálidos y con un dejo de sabor a frambuesa.

Se separó y apoyó su mentón sobre mi hombro.

—Yo también espero que no sea un patán —murmuró.

No sabía qué responder y todo empeoró cuando Freya comenzó a besar mi mejilla, la comisura de mis labios, mi barbilla y luego bajó lentamente hacia mi cuello. Sentía sus cálidas respiraciones que me erizaban la piel y luego como lentamente se subía sobre mis piernas.

—Freya... —comencé, dispuesto a detenerla, pero me golpeó un recuerdo, un par de palabras que, a pesar de los años, había sido incapaz de sacármelas de la cabeza:

«¿Qué? ¿No te gustan las mujeres?»

Las palabras murieron en mi garganta y no hice nada mientras Freya seguía besando mi cuello. Esto estaba mal, estaba mal, estaba-

Freya se aferró a mis mejillas, forzándome a verla a los ojos y volvió a pegar nuestros labios. Al principio no correspondí, pero pronto simplemente no pude evitarlo. Así de magnética era.

Coloqué mi brazo alrededor de su espalda, acercándola a mi pecho y regresándole el beso que no sabía si describir como bueno, disfrutable, o incluso como una obligación.

Freya continuó besándome con fervor hasta que se apartó momentáneamente y con rápidos movimiento se quitó la chamarra roja que llevaba encima, dejando al descubierto su ombliguera negra que revelaba un tatuaje de tres discretas mariposas azules al costado derecho de su torso.

Casi por reflejo pasé las yemas de mis dedos por estas y Freya sonrió.

—Me las hice el mes pasado. —Volvió a inclinarse hacia mí, rodeando mi nuca con sus brazos—. Eres el primero en verlas.

Volvió a besar mis labios y yo también correspondí. Comenzó a quitarme el saco que yo traía encima y dejé que lo hiciera hasta aventarlo al suelo y presionar su pecho contra el mío con fuerza.

Me aferré a su cintura y Freya me empujó lentamente hacia el sofá para quedar recostado de espaldas. Ella se sentó completamente sobre mí y continuó besándome con tal fervor que incluso enredó sus dedos en mi cabello y metió una mano al interior de mi camisa.

Rodeé su cintura con un brazo y estuve dispuesto a quitarle la blusa, pero otra vez fui detenido.

Esta vez escuché la voz de alguien que, en mi tiempo en Londres, había logrado reorganizar mis ideas y, por ende, convencido de regresar a Seattle para arreglar las cosas:

«¿Así es cómo quieres vivir?»

Sentí aquel recuerdo como una descarga eléctrica y me aparté rápidamente de los labios de Freya, empujándola suavemente de los hombros.

—¿Qué sucede? —preguntó, confundida.

—No, Freya... no puedo —musité.

Freya se apartó por completo, quedando parada a mi lado mientras negaba con la cabeza.

—No, yo lo siento, creo que fui demasiado rápido y-

—No, no es por eso, no eres tú... —acoté, bajando la voz y girando la cabeza para evitar verla a los ojos por vergüenza. Ya no había vuelta atrás.

—Oh, no, no me digas que saldrás con la estupidez de: no eres tú, soy yo; porque sí es así entonces-

—Es por Jasper —interrumpí una vez más y me cubrí el rostro con el antebrazo—. Estoy enamorado de Jasper.

¡Al fin llegamos a uno de mis capítulos favoritos!

¿Se dan cuenta de que Levi ya sabe que a Jasper le gusta Freya, Jasper sabe que a Freya le gusta Levi y Freya ya sabe que a Levi le gusta Jasper? (Proceden a leerlo diez veces para entenderle XD).

💙¡Muchas gracias por leer!💜

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