Capítulo 6. Eres mi deber

Jasper

Levi se había colado en mi casa y metido entre las narices a mi padre que se pasaba de amable.

Hace una hora estábamos discutiendo y yo no tenía humor de siquiera verle la cara mientras íbamos en el coche. Él insistía en hablar y disculparse y yo solo quería llegar a casa de una buena vez, pero cuando pensé que eso sucedería, llegó mi papá y lo mandó todo al carajo invitándolo a cenar. Mis padres jamás se enteraron sobre lo que pasó entre nosotros, y cuando preguntaban, yo solo les decía que Levi se había mudado del país. Así de simple la mentira.

Y lo peor de todo... es que Levi era el alma de la mesa.

Si algo le he envidiado desde los diez años cuando nos conocimos, era su facilidad para tratar con otros. Le salía natural ser carismático y sacar conversaciones donde regularmente no las habría. De hecho, cuando nos conocimos, fue gracias a una de esas conversaciones sin pies ni cabeza.

Mi mamá era estilista profesional y, en aquel tiempo, cuando la banda del papá de Levi, RedRod, vino a Seattle, mi mamá fue contratada como su maquillista. A mi me gustaba la música de RedRod y mamá consiguió boletos además de la entrada al camerino. Y ahí fue donde vi a Levi por primera vez, igualmente de diez años y sentado en el suelo con cara de aburrimiento, pero en cuanto me vio entrar, lo primero que hizo no fue saludar, sino ver la camisa que traía puesta y preguntar:

—¿Te gusta el refresco de uva?

Y sí, sí me gustaba y sigue gustando el refresco de uva.

—¿La señora Sainz está trabajando? —cuestionó Levi, arrastrándome al presente.

Me le había quedado viendo fijamente mientras recordaba el pasado y, al percatarme de esto, giré el rostro de súbito, solo para hallarme con Dakota y su risa de satisfacción.

«No es lo que crees, así que no te hagas ideas». Le dije con la mirada. Peleados o no, en algún momento fuimos lo suficientemente unidos como para comunicarnos sin necesidad de palabras.

Dakota simplemente expandió aún más su risa y bebió un sorbo de agua. Por supuesto que no me creía.

—Sí, la mamá de Jasper ha estado atareada estos meses —respondió mi papá—. Anda de arriba a abajo en giras.

Levi escuchaba a mi padre con toda su atención, mientras que yo solo podía fijar mis ojos en el pelinegro y odiarlo. Lo odiaba por ser tan bueno conversando y tan carismático. Lo odiaba por estar en mi casa. Odiaba todo y a todos en este momento.

—Me imagino —comentó Levi, asintiendo de manera comprensiva—. ¿Y todavía le gustan los documentales sobre conspiraciones alienígenas?

Y fue en ese preciso momento que decidí que era suficiente.

—Creo que es hora de que te vayas —interrumpí, antes de que mi papá se echara a andar con su cháchara favorita sobre teorías conspirativas—. Tu casa queda lejos de aquí y tenemos clases a primera hora.

—Departamento —corrigió Levi.

Empujé la silla y me puse de pie, dando un brusco manotazo en la mesa y acercándome al rostro de Levi.

—Lo que sea —mascullé.

—Y así quieres que no me haga ideas...  —murmuró Dakota, disfrutando de toda la escena.

Si no hubiera estado papá aquí, seguramente le habría dicho que cerrara la boca.

—¿Tan lejos queda? —preguntó papá, decepcionado. Amaba hablar sobre sus extraterrestres como si tuviera doce años y no más de cincuenta.

—Bueno, en realidad-

—Sí, está lejos —acoté y tomé el brazo de Levi—. Despídanse.

Levi exhaló, pero cedió y se puso de pie, extendiendo su mano hacia mi padre.

—Gracias por la cena, señor Sainz.

—No hay de que, Levi —aseguró, estrechando su mano—. Sabes que puedes venir cuando quieras.

Dakota soltó un bufido.

—Y espera verlo por aquí muy seguido. —Me miró con malicia—. ¿O no, Jasper?

—Dakota, por favor. —Pidió mi papá en voz baja.

Yo en cambio solo fruncí el entrecejo, maldiciéndola en mi mente.   

—¿Y eso qué significa? —susurró Levi a mi oído.

Me alejé rápidamente de él.

—Nada que te incumba —contesté y lo jalé del brazo hacia la puerta de la casa.

Una vez afuera, al fin pude respirar con libertad. No podía creer que Levi, después de tres largos años, había vuelto a poner pie en mi casa, sin ceremonia, sin preparación, simplemente un evento fortuito que yo, neurótico hecho y derecho, aborreció.

—Ya vete —rogué, dejando ir su brazo.

Levi acomodó la manga de su saco negro y chasqueó la lengua.

—No tenías que ser tan duro.

—Levi.

Volteó a verme a los ojos, percibiendo mi molestia. Levantó los brazos al aire y asintió.

—Bien, de acuerdo, me marcho, pero al menos respóndeme una cosa —pidió.

Suspiré, cruzándome de brazos.

—¿Qué?

Levi, en lugar de hablar inmediatamente, se acercó a mí y dejó nuestros rostros incómodamente cerca.

—¿Me perdonarás?

Por supuesto que de esto se trataba este pequeño espectáculo suyo. Me aferré a sus hombros y lo hice retroceder, pero cuando estaba dispuesto a contestar, vi sobre su hombro un coche estacionado frente a mi casa. Un Honda Civic blanco... Freya.

Sentí un hoyo en el estómago.

—¿Jasper? —llamó Levi.

—Será mejor que te vayas —dije, distraído.

—¿Qué...? —Se interrumpió a sí mismo al ver el coche y a quien venía dentro. Se volvió hacia mí, dudoso, y metió las manos en los bolsillos—. Te veré mañana entonces.   

Levi, al ser tan bueno con las personas, también sabía cuándo ser prudente con estas. No se metía en lo que sabía que no le incumbia y respetaba la privacidad. Por lo menos.

Se dio la media vuelta y, sin decir más, se encaminó hacia su coche y se marchó. Esperé a que se alejara de mi casa para entonces acercarme al carro de Freya.

Toqué la ventana con el nudillo y vi a través del vidrio como el seguro era quitado. Tomé una rápida bocanada de aire y la dejé salir para después abrir la puerta del pasajero y meterme al coche.

Una vez cerré, me volví lentamente hacia Freya. Tenía el cabello hecho una maraña y los ojos rojos e hinchados por un llanto reciente; incluso se veía más pálida.

—Freya-

—Pensé que ya no eran amigos —interrumpió, con su voz quebrada.

—Es una larga historia. —Me limité a responder.

Freya giró su rostro lentamente hacia mí, limpiando una lágrima con el dorso de su mano.

—¿Podrías contármela? —Pidió en voz baja.

Ya sabía de que se trataba esto. Nunca le gustaba hablar sobre lo que la tenía así y siempre que venía a mí en ese estado, me pedía que no le hiciera preguntas y simplemente le contara algo, lo que fuera.

Tragué saliva y asentí.

—Te lo contaré —cedí—, pero respóndeme una sola cosa.

Freya limpió más lágrimas, pero no me quitó la mirada de encima y supe que sí podía hacer esta pregunta.

Apreté ligeramente el puño.

—¿Ella te hizo esto? —pregunté, ya sabía la respuesta y me ponía furioso, pero tenía que preguntar y ser testigo de estas atrocidades por si en algún momento fuese necesario.

Freya bajó los párpados y simplemente asintió con letargo. Se veía agitada, y aquello me dijo que había conducido hasta acá gracias a la adrenalina en sus venas.

Solté un suspiro, tratando de aminorar la cólera que sentía, y después regresé toda mi atención a ella, abriendo los brazos.

Freya volvió a alzar la mirada y, al verme, soltó un sollozo. Se pasó por encima de la palanca de cambios hasta quedar sentada sobre mi regazo, con los pies en el sillón y acurrucada contra mi pecho mientras lloraba.

Pasé una mano por su despeinado cabello, tratando de arreglar aquel desastre al menos un poco y luego la estreché con fuerza.

Quería protegerla, debía protegerla, porque si yo no lo hacía... nadie más lo haría.

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