Capítulo 42. Antes de que te fueras
Levi
Seis meses atrás...
El primer error que cometí fue mentir diciendo que Jasper era gay y estaba enamorado de mí. Mi segundo error fue tratarlo con el mismo desprecio que los demás por algo que ni siquiera era verdad. Y mi tercer error... mi tercer error fue emborracharme y venir a su casa la noche antes de irme a Londres.
Conducí a toda velocidad mientras bebía, pensando que sería una suerte chocar y evitarme el trago amargo de irme del país. Mi padre no me dio opción, de un día al otro me dijo que iría con él. Pensé que sería en un intento por reparar nuestra terrible relación, pero no, en realidad era para mandarme a un campamento de conversión y mantenerme vigilado las veinticuatro horas del día.
Un infierno se me venía encima. Uno que me hacía gritar y golpear cosas de solo pensarlo.
Pisé el acelerador con más fuerza y aventé la botella vacía de cerveza por la ventana, escuchando como el vidrio se quebraba y alguien me gritaba. Me valía una mierda.
Frené de súbito frente a la casa de Jasper. Solo las luces de su cuarto estaban encendidas y no estaba el coche de su hermana en el garaje. Estaba solo, lo cual facilitaba la estupidez que estaba a punto de cometer.
No pensaba con claridad en aquel entonces, dejé de hacerlo meses atrás, años incluso cuando comencé a dudar y temer sobre lo que yo era: ¿era gay?, ¿bisexual?, ¿un idiota enfermo que se enamoró de su mejor amigo?
Alcancé mi máximo pico cuando inventé el rumor de que Jasper era gay y estaba enamorado de mí. Todos me compraron la farsa y lo molestaron a tal grado que tuvo que cambiarse de clase. El odio que me tuvo después fue completamente justificado. Lo humillé, fui el peor tipo de amigo y lo usé para ocultar mis propios secretos y miedos.
Jasper no era gay, yo era gay. Jasper no estaba enamorado de mí, yo estaba enamorado de él.
Pero aquí seguía, meses después, haciéndome creer la misma maldita farsa. Una que escalé a tal grado, que ni yo mismo me reconocía.
Bajé del coche y, con pasos tambaleantes por el alcohol en mis venas, caminé hacia la puerta de la casa de Jasper, podría haber tocado el timbre, pero en su lugar la golpeé con mi puño cerrado y con un cúmulo de rabia contenida.
—¡Jasper! —grité—. ¡Ábreme!
Seguí golpeando y, por un momento, pensé que Jasper me ignoraría. No tenía por qué abrirme, no después de lo que yo le hice, no después de que él me declarara su odio y me dijera que jamás me volviera a acercar. Pero aquí estaba yo, imprudente, tocando su puerta como un maníaco y a nada de equivocarme una y no por última vez.
—¡Jasper! —volví a gritar.
Del interior escuché apresuradas pisadas bajando las escaleras y luego la puerta fue abierta de golpe. Me encontré cara a cara con Jasper; su piel morena, su cabello castaño revuelto, sus serios ojos marrones ocultos debajo de sus gafas. Estaba molesto, se le notaba en la expresión, pero yo no podía concentrarme en ello, sino en sus labios, en sus manos, en su cuerpo, en cada centímetro de él. Maldita sea, cuánto me gustaba.
—¿Qué mierda te sucede? —espetó, colocando una mano sobre el marco de la puerta a manera de negarme la entrada a su casa—. Pareces un maldito loco, Levi.
Volví mi atención a sus ojos. El odio era palpable. Me odiaba, yo lo amaba. Yo lo amaba y él me odiaba. ¿Algún día coincidiríamos?
—¿Estás solo? —pregunté, arrastrando las palabras.
Jasper frunció el entrecejo, negando con la cabeza.
—Estás ebrio —señaló.
Me reí de manera descompuesta.
—Sí, tonto, claro que estoy ebrio —afirmé con cinismo—. ¿De otra forma cómo crees que me atrevería a venir aquí?
Jasper miró mi coche por sobre mi hombro.
—¿Manejaste así? —indagó, preocupado.
Maldita sea, cómo lo odiaba por ser tan poco egoísta, por poner su orgullo de lado y el bienestar de otros por encima. Odiaba su sentido de responsabilidad, odiaba su benevolencia, odiaba todo de él. O eso me gustaría pensar. Yo no odiaba nada de Jasper, por el contrario, amaba todo de él. Lo que odiaba era que lo amara tanto sin ser capaz de demostrarlo. Odiaba sentir esto por él, odiaba ser así y, en aquel entonces, veía a Jasper como el culpable, como si él me hubiese manipulado para que me gustara.
—Idiota —murmuré.
Jasper no escuchó mis palabras y, en su lugar, emitió un largo suspiro antes de salir de su casa y tomarme del brazo.
—Te llevaré a casa —dijo sin lugar a réplicas—. No dejaré que te mates conduciendo por ir borracho.
Me dejé jalar por él. Aquí estábamos de nuevo, yo metiéndome en líos y Jasper salvándome el trasero. ¿Por qué tenía que ser tan bueno? Ya no quería deberle nada, pero seguía debiendo todo.
Me aparté de su agarre y lo empujé lejos de mí.
—No me toques —espeté.
Jasper me miró con exasperación.
—No seas un tarado mala copa —reprendió—. Solo sube al coche y-
—¡No! —grité—. ¡No, Jasper!
Mis gritos alcanzaron tal intensidad, que Jasper se quedó congelado en su lugar y sus vecinos comenzaron a asomarse por las ventanas.
—Levi, cállate ya —ordenó Jasper, incómodo—. Deja de gritar como un loco.
—¡Voy a gritar lo que se me de la maldita gana! —bramé y volví a acercarme a él—. ¡Yo también tengo un límite, Jasper!
—¿De qué diablos hablas?
Me reí de manera burlona.
—¡Tú sabes bien de qué hablo!
Jasper hizo de su mano un puño.
—No, no tengo una maldita idea.
Me señalé a mí mismo.
—¡Mírame, Jasper! —exclamé—. ¡Mira el desastre que provocaste!
—¿De qué diablos estás hablando? —exigió una explicación—. No te atrevas a venir a mi casa a culparme por tu vida de mierda, Levi.
—¡Pero es la verdad! —grité y me acerqué a él, señalando su pecho—. ¡Es tu culpa, Jasper! ¡Tuya y solo tuya!
Apretó la mandíbula.
—Ya cierra la boca —advirtió.
—Oblígame —provoqué.
Jasper terminó por perder los estribos y me empujó lejos de él con un golpe en el pecho. Tropecé hacia atrás, apenas manteniendo el balance.
—Sal de mi casa —amenazó, con un tono frío y distante—. Vete ya.
—No quiero —seguí provocando—. Me quedaré aquí y escucharás todo lo que tengo que decirte.
Jasper negó con la cabeza.
—Eres un idiota, un maldito imbécil —espetó—. No has cambiado en nada. Solo has empeorado y ahora buscas a alguien con quien desquitar tus frustraciones, pero yo ya no seré tu saco de boxeo nunca más. Traté de ayudarte, traté de hablarte, pero tú... —Tragó saliva con dificultad—. Tú mandaste todo al carajo. Estuve dispuesto a perdonarte, ¿sabes? Pero ya no, ya no pienso-
—¡Cállate ya! —interrumpí, jalando mechones de mi cabello—. ¡Ya cállate, por favor!
—¿Qué? ¿Tanto te duele afrontar que eres un desastre? —preguntó Jasper—. ¿Qué tú provocaste todo esto?
—¡Cierra la boca!
—¡No! —gritó de regreso—. ¡Por una vez tú serás el que escuche!
Apreté mis manos en un par de puños y lo miré con repudio, un repudio basado en el enojo conmigo mismo. Él tenía razón, yo era el cobarde, el imbécil, el maldito desastre, no él.
Me di la media vuelta y me encaminé hacia mi coche, dispuesto a ignorarlo, a jamás volverlo a ver. Pero Jasper no me dejó ir tan fácil...
—¡Claro, ahora vas a escapar! —bramó—. Eso es lo que siempre haces, ¿no? Cuando la situación se vuelve tan solo un poco más complicada de lo habitual, tú escapas como un cobarde.
Me volví hacia Jasper y, fruto de mi enojo conmigo mismo, mi frustración, la tristeza que me invadía, le grité:
—¡Te odio, Jasper, te odio porque todo esto es tu culpa! —bramé con tal volumen, que raspé mi garganta—. ¡Absolutamente todo!
Jasper se quedó congelado en su lugar, boquiabierto. Me vio subirme al coche y no dijo nada más. Ninguno lo hizo.
(...)
Presente...
En aquel entonces me dije que lo odiaba y que todo era su culpa, pero lo que en realidad quería decirle, es que lo quería, lo amaba, y que esto, todo lo malo que sucedió entre nosotros... fue mi culpa y solo mi culpa.
Ya estaba harto de cometer los mismos errores. Cada vez que daba un paso hacia delante, terminaba por retroceder otros tres. Creí que comenzaba a aceptarme, a perdonarme, pero no me sentía bien. Me sentía peor que nunca, porque aunque ya me aceptaba, ya había gritado al mundo que era gay y que estaba enamorado de Jasper, seguía tropezando con piedras en el camino, desviándome, equivocándome. El casamiento con Freya fue mi más reciente error, uno que tal vez ni siquiera tenía solución.
Me levanté del sofá del apartamento, pasando las manos por mi rostro mientras lágrimas corrían por mis mejillas.
Ya no quería cometer el mismo error otra vez, pero ¿cómo podía prevenirlo?
«Cuando la situación se vuelve tan solo un poco más complicada de lo habitual, tú escapas como un cobarde».
Escapar... Esa era mi solución. Escapar para evitar estos problemas y no causar más, para no enfrentar el pasado, sino, tal vez, construir uno nuevo, aunque, ¿a quién engañaba?, yo jamás podría lograr nada por mi cuenta.
Mi celular vibró en mi bolsillo y al sacarlo vi que era un mensaje de Freya:
«Jasper irá a buscarte. No te atrevas a escapar otra vez».
Aventé el celular a la mesa, escuchando cómo se quebraba la pantalla al contacto con la superficie. Solté un grito ahogado, escondiendo mi cabeza entre mis manos.
Jasper vendría a salvarme de nuevo, pero yo no me merecía eso. No era justo para él. Debía irme, desaparecer... escapar. Solo así dejaría de hacerlo sufrir.
Tomé las llaves del coche y me fui del departamento con nada más que mi chaqueta y mi billetera. No tenía rumbo, no tenía a nadie, no tenía un plan.
Lo único que tenía en mente... es que ya no quería que Jasper sufriera más.
¿A quién engaño? No sería un final de uno de mis libros sin un último gramo de drama...
💙¡Muchísimas gracias por leer!💜
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